Archivo mensual: agosto 2009

Javier Negrete – La mirada de las furias

Hola, ofidios.

No sé cuantos años lleva este libro en mi pila. Esperad que lo mire… el depósito legal de la edición, del Círculo de Lectores (de cuando estaba apuntado a eso), reza 1998. Ale, ni más ni menos que Negrete ha estado esperando que lo lea la friolera de once años. Ahí es nada. Y durante todos esos años dormía junto a él, por eso de ser los dos únicos ejemplares que me compré de esa colección de cifi, ese Heinlein tocho titulado Forastero en tierra extraña. Algún día, seguramente lejano (Heinlein no me atrae pero nada de nada), caerá el del marciano jipi, pero no por ahora.

Pero vayamos a lo que nos interesa, ese La mirada de las furias. Me lo compré porque en su día oí buenos comentarios del libro. Por aquel entonces compré ‘bastante’ cifi española, con resultados dispares: La sonrisa del gato del fandomítico Rudi Fernández me agradó, la pareja de Hijos de la eternidad y Mundos en el Abismo me dejó patidifuso (tanto por lo buenísimo y grandilocuente de la historia y sobre todo por el universo creado por Aguilera y Redal; admito que hablo de lecturas realizadas hace diez años, que no sé como pasarían ahora mi criba, cada vez más estricta), El hombre estrella de Bermúdez me desencantó, La hormiga de Pedro Gálvez me resultó correcto pero fuera de lugar (más aun tras haber leído pocos meses atrás Las hormigas, de Bernard Webber), Ahogos y palpitaciones de Andreu Martin me sorprendió muy gratamente. Este resultado de lecturas, algo agridulce, me hizo dejar un poco de lado lo patrio y tirar hacia lo seguro (lecturas más o menos selectas anglosajonas). Con ello acabé por olvidar este libro. Años después regresé al producto nacional, aunque siempre con reparo (con casos como Artifex v.2 aprendí mucho de lo que se cuece, y cómo lo hace, aquí).

Aunque ya le llegó la hora. ¿Qué puedo decir de este libro? Roza lo correcto. Se disfruta, resultando a ratos entretenido. Pero como ya he dicho simplemente roza lo correcto, a veces por arriba, en contadas ocasiones por debajo (el caso más claro, y que cada vez me encontraba con eso me daban ganas de apalear al editor, el revisor y, en última instancia, al autor, es las ‘listas’ del tipo a/b/c que planta en varios puntos de la historia; se trata de un recurso horrible que rompe completamente el flujo de la narración, y demuestra una dejadez y falta de profesionalidad sorprendente aplicable a los tres elementos editoriales que he citado antes, editor, revisor y autor).

Hablando un poco del contenido, decir que el protagonista, superhombre tópico y vacío, no engancha. Pero se puede aducir que precisamente el personaje es así. Pues sí, perfecto, pero la representación tiene tanto éxito que impide conectar con él, por más que hable de sus sentimientos, se enamore y todo lo demás. Por otro lado el escenario chirría un poco: no se trata de un texto hard, por supuesto, pero entonces que no explique tantas cosas del planeta. El resto de personajes que desfilan parecen muchos de ellos sacados de Max Max, lo que no deja de tener su encanto para un amante de la saga, como es mi caso. Pero, el crear personajes tan malos, en un entorno tan extremadamente duro, hace que la presencia de otros (mucho más débiles) choque y no cuadre. Las situaciones, sin pecar de malas, no enganchan tanto como otras que he leído en otros libros: La mirada no ha sido de esos que me ha obligado a leer y leer en el vagón, en las escaleras mecánicas, en los descansillos, andando hacia mi destino… Pero la verdad es que nunca se puede exigir tanto a un libro. No todos deben ser obras maestras, referentes en sus géneros. Así, La mirada puede calificarse como una lectura divertida y amena, que cumple bien la misión con la que sin duda lo escribió Negrete: entretener.

Recomendable para los que busquen lectura de metro, pero que sin duda no pasará a la historia de la cifi española, como sí lo harán la pareja de Aguilera y Redal, o la maravilla de la trilogía de Las Islas de Torres Quesada.

PD: Hoy tocaba un post todo repletito de enlaces a tercerafundación.net De nada.

El postre de la comida dominguera, según La Sexta

Hola, culebras.

Aunque en esta ocasión en vez de culebras podría decir ratas, cucarachas e insectos de tipo plaga en general. Os voy a hablar un poquito el porqué los amigos de La Sexta se han ganado el ser zappeados (cambiados de canal, contraprogramados o como más os plazca) en la hora de la sobremesa.

Nos hemos fijado ya desde hace unas semanas, pero hoy ha sido la confirmación definitiva. Imaginad: las dos del mediodía (o de la tarde, según se diga) de un fin de semana, y uno aprovecha a poner el telediario mientras come. El telediario de La Sexta, como cualquier otro, está manipulado, tiene su componente sectario y tal, pero ese tonillo jachondo que a veces sacan nos hace ponerlo de vez en cuando (para humor más basto y/o burdo ya tenemos a Cuatro, Telemadrid y, rozando el rizo, Intereconomía).

Pues bien, nuestra comida avanza con un primer plato, el segundo y, por fin, el postre, a medida que escuchamos las noticias nacionales, las internacionales y las menos interesantes de todas, el deporte. A decir verdad el deporte nos entra por una oreja y nos sale por la otra, y mientras tanto nos tomamos el postre. Ya se sabe, con la panza llena se soportan mejor las estupideces, y además el sopor incipiente colabora a ello.

Así pasa el rato y termina el telediario.

Oye, ¡que van a decir el tiempo! A mí muchas veces ese apartado me importa un pimiento. Ésta es una de las pocas cosas en las que coincido con Isaac Asimov, en que la meteorología es una ‘ciencia’ que nunca va a llevar a nada (quien no crea que el viejo dijo eso que se lea Preludio a la Fundación). Pero a ellas no: lo quieren ver porque se creen lo que el iluminado de turno augura. Pues vale, lo vemos.

Ale, ya está: pasó el tío del tiempo soltando sus elucubraciones. Acabó el telediario, concluyo el informe metereológico, y nuestro estómago empieza a reclamar un ratito de relax: la siesta llama. En ese preámbulo al letargo, en un estado más o menos cercano a como se debe sentir un zombie que acaba de zamparse el cerebro del pardillo de turno, nuestra tele sigue encendida. En La Sexta, por supuesto, dado que nadie se ha molestado en levantarse a coger el mando  Lo dicho, acaba el tiempo, empiezan los anuncios y ¿qué aparece como postre televisivo a nuestra comida? Pues esto: un anuncio de un matarratas, matacucarachas, matabichos (nota: el anuncio que enlazo está en inglés, mientras que el que emiten aquí lo hacen doblado a un perfecto mejicano). De todas maneras para lo que me interesa decir aquí el idioma da igual: lo importante se aprecia en las imágenes, bien explícitas, A mi personalmente este tipo de criaturas (ratas, cucarachas, etc.) no me dan ningún asco,pero no pueden decir lo mismo las personas que me rodean. Hay a quien se le revuelven las tripas del sólo mentarlas.

Perfecta sobremesa. Y todo gracias a la programación de comerciales de La Sexta. Si el postre que nos recomiendan los programadores de esta cadena consiste en anuncios ante los que más de uno tiende a vomitar, enhorabuena, señores de La Sexta, lo han conseguido: ya tienen un puñado menos de televidentes en esa franja horaria,

Si será por canales…

Un saludote.

PD: Me da que cada vez está más cerca el momento en el que el cable de antena que entra a nuestro televisor desaparezca, sustituído por un cable VGA (o uno HDMI o el similar de turno) conectado a un ordenador. Seguro que entonces obtendremos televisión de calidad. Y sin anuncios inoportunos.

PD 2: Se nota que la siesta no me ha sentado bien. Existen en la red versiones en castellano de los anuncios del timabobos ese. Aquí hay uno, y la versión larga que ponen en La Sexta. Este otro no es del mismo producto, pero puede que sí sea más eficaz. Al menos te ríes un poco.

Karel Čapek – La guerra de las salamandras

Hola, culebras.

No había leído absolutamente nada de Karel Čapek, injustamente famoso como creador del palabro robot (el auténtico inventor de la palabra es su hermano Josef), ni la archiconocida R.U.R. ni esta Guerra de las salamandras. Así que cuando la reeditó Gigamesh no pude evitar comprar el libro… para dejarlo en la pila hasta ahora. Lo compré por eso de poseer un clásico de fama mundial, pero tras leer en su contraportada las palabras ‘sátira prometeica’ ya no estaba tan seguro de que me gustara lo que me iba a encontrar. Esa sensación de inquietud surgía más que nada de la palabra ‘sátira’: se trata de un género para el que me muestro muy exigente, sobre todo porque la literatura de humor no me gusta nada, no me hace reír lo más mínimo. Lo de ‘prometeico’ me sugería una labor editorial rimbombante y pedante.

Pero en este verano de temperaturas extremas opté por leer el libro de Čapek. Tras acabarlo sólo puedo decir que me he encontrado con otro chasco monumental, con otra obra sobrevalorada y que creo que sólo se mantiene gracias a su amplia base de seguidores (me niego a llamarles frikis por la cuenta que me tiene).

El libro en sí más que ciencia ficción podría describirse como una fábula, un ‘estudio’ sobre la naturaleza y estupidez humanas; y sin lugar a dudas una historia colonial de entreguerras, con la Segunda Guerra Mundial prácticamente en ciernes cuando Čapek escribió la obra. En la historia las salamandras se reducen a servir de vehículo, de excusa para que el autor describa su punto de vista desencantado y pesimista de la sociedad occidental, del sistema económico y político, del colonialismo y más circunstancias sociales de la época. Todo ello desde la perspectiva de un ciudadano de un país olvidado y diminuto, Checoslovaquia.

El mensaje es bueno, sí, pero ya está muy manido a lo largo de la historia de la humanidad: las denuncias de locura armamentística, de la estupidez del hombre, de la guerra y el esclavismo, los ha habido desde siempre y lamentablemente (a no ser que la solución final llegue pronto) los habrá en el futuro. Čapek no saca nada nuevo a la luz. A lo sumo destaca por hacerlo cuando hizo, ante una Alemania que alzaba su garra sobre Europa, y desde donde lo hizo, un país que en breve se convertiría en víctima del Tercer Reich.

Más allá de este mensaje nada original nos hallamos ante un libro sencillo, lleno de sarcasmo, humor negro y esperpento, de exageración y teatralidad. La denuncia se hace a través del ridículo y lo extremo, sacando de su cauce lo que cualquiera con un poco de ojos y sentido puede descubrir en el mundo, antes y ahora. El tinte fatalista de la novela se nota desde el primer momento, si bien se agradece que el autor no tome partido por ningún bando, ni del deleznable ser humano ni de la maquinal y decidida salamandra.

Lectura recomendable sólo para aquellos que busquen discurso de Perogrullo fatalista disfrazado de ciencia ficción.

AA.VV. – Lo mejor de la ciencia ficción soviética II

Hola, ofidios.

Tenía este librito en la pila y, la verdad, me daba algo de miedo agarrarlo: tras mi desamor con Lem no estaba nada seguro de que las obras de más allá del telón de acero me acabaran de gustar. Pero tras años de verle ahí, el pobre, abandonado, opté por leerlo. He aquí lo que encontré: relatos variopintos, sorprendentemente variopintos.

Cabe destacar en la mayoría de los textos el a veces escandaloso partidismo, la inmersión de la visión política en el texto: lo soviético como el ideal de sociedad, de cultura, de civilización. Ese proselitismo a veces exagerado ahora, dado el año en que estamos, no puede sino provocar una sonrisa al ver en lo que ha terminado la tan idealizada Unión Soviética. Dejando aparte el tema político, hablaré de los relatos.

Iván Efremov, al cual según se le presenta como uno de los destacados de la cifi rusa, está representado con dos relatos de corte clásico, sobrios y que lamentablemente no destacan. ‘El secreto heleno’ se hace lento y excesivamente meloso, y ‘La sombra del pasado’ resulta excesivamente difícil de creer, por más que trate de explicar en términos físicos la premisa de la historia.

El relato ‘El día de la cólera’, de Séver Gansovski, resulta bastante más agradable. Leyéndolo me venía a la cabeza el relato la basura ‘Gracos’, incluído en el UPC 1998, pero bien escrito y mejor relatado. La descripción de los otarks resulta mucho más inquietante y efectiva sin dar tantos detalles.

La lectura de ‘Futilidad’, de Andrei Gorbovski, casi se puede definir como eso: una inútil pérdida de tiempo. Relato manido, insustancial, que no pasa de ser una simple y poco original anécdota.

Guergui Gurevich nos presenta un solo relato, pero bastante para poderle comparar con el mítico ‘Encuentro con medusa’ de Clarke. ¿Hasta qué punto existe relación entre ambos relatos? Lo desconozco, pero aun así disfruté muchísimo, incluso una vez adivinado el final.

‘Un huésped del cosmos’ y ‘Un marciano’ pertenece al tipo de literatura que le gustará a Iker Jiménez y compañía. Los dos pestiños de Alexander Kazantsev pertenecen a esa ‘literatura’ que trata de argumentar la existencia de ovnis: en este caso el que el bólido de Tunguska se trataba de una nave extraterrestre. No me extenderé en esa sarta de memeces.

Valdislav Krapivin nos presenta ‘Encuentro con mi hermano’, la otra joya de esta recopilación de relatos. Humano, tierno, duro; bien escrito al punto de hacerlo universal, lejos de la parafernalia soviética que algunos otros relatos sueltan.

Concluye el tomo con ‘Las botas mágicas’ de Víktor Saparin, un divertido relato, desenfadado y con guiños de fantasía mágica, pero que al final se revela como pura ciencia ficción.

Como conclusión decir que no acabé del todo descontento por la lectura, si bien se trata claramente del típico libro que sólo merece la pena comprarlo como saldo (dado que si no me equivoco está descatalogado puede que sólo se encuentre de segunda mano, lo que no asegura precisamente un precio bajo). Quien lo vea por ahí, le sobre algo de dinero y tenga curiosidad que lo coja.