Joseph Conrad – El corazón de las tinieblas

Hola, ofidios.

Nunca antes había leído nada de Joseph Conrad. El nombre me ha perseguido, por decirlo de alguna manera, desde bastante pequeño, desde el preciso instante en el que (ignoro dónde) descubrí que ‘la Nostromo recibe su nombre de una novela de un tal Joseph Conrad‘. Con lo de ‘la Nostromo’ me refiero, por supuesto, a la nave de Alien. Esa película la he visionado, casi sin duda alguna, más de una cincuentena de veces. Siempre que la emitían allí estaba yo para verla. Luego llegó el vídeo, grabarla y literalmente quemar la cinta. A algunos críos les gustaban Verano azul y demás basuras infantiloides y ñoñas; a mí me atraían más las matanzas de la criatura de Giger.

Pero bueno, a lo que iba: han pasado casi treinta años con la U.S.C.S.S. Nostromo a mi espalda y en todo ese tiempo nunca he leído a Conrad. Y me parece que ya es hora. Sin embargo no he empezado por la obra homónima, Nostromo, sino por el relato en el que se inspiró Apocaypse Now. No sé si he hecho bien dado que esa película nunca me ha apasionado, pero es que casi siempre que he escuchado en nombre Conrad ha ido acompañado de El corazón de las tinieblas.

Así que me lo he leído en unos pocos días de trayecto al trabajo.

De entrada me sorprendió lo reducido del texto, novelette más que novela. Se me hizo raro, dado que los temas que creía que trataba en su interior (cómo el alma humana y civilizada acaba devorada por el salvajismo de la selva africana) puede deparar mucho texto, por no hablar que esperaba imágenes de gran dureza como las que se muestran en la película de Cóppola.

Una vez empecé a leer, y a medida que la historia avanzaba, mi sorpresa se volvió chasco al comprobar el contenido: la novela se basa en un soliloquio… pero plagado de lagunas. A ver, los soliloquios, o las historias en primera persona, de por sí no tiene porqué ser malas herramientas para llevar adelante una historia: Lovecraft lo demostró innumerables veces. Otros hicieron todo lo contrario, dejar bien claro lo insufrible que puede llegar a ser la verborrea interminable (sí, hablo de Maturin y su sobrevalorado y engañoso Melmoth el Errabundo).

El discurso interior permite el uso de ciertos recursos estilísticos subjetivos que muy pocos otros estilos aceptan. Además da cabida a la digresión, al perderse en los pensamientos caóticos del narrador, algo que bien hecho puede volverse una delicia. Pero también, si se hace de manera apresurada, puede generar lagunas en la narración. Y eso es precisamente lo que sucede en El corazón de las tinieblas: la narración va saltos, picando de flor en flor aspectos de la historia y dejando otros sin tratar. Hay ocasiones en las que el autor no se detiene a describir lo que rodea al protagonista, y sin embargo páginas después resulta que eso que no se ha descrito sí ha afectado al protagonista. Una odisea como la que contiene la novela (ver cómo un hombre civilizado choca con la realidad de un continente inexplorado y salvaje, y descubrir la manera en que ese entorno despiadado ha transformado a otros occidentales como él) en un autor de pluma más sosegada supondría muy fácilmente el doble o el triple de páginas. Demasiadas historias oculta ese enfrentamiento. Sin embargo Conrad nos describe de manera somera, casi de puntillas, la mayor parte del viaje que su protagonista hace realiza hacia el enigmático Kurtz. Algo que podría muy bien tratarse como un viaje iniciático queda en una serie de salpicaduras más o menos coloridas, repletas de digresiones a veces incluso confusas. La experiencia en la ciudad sepulcral sí tiene ‘materia’, pero todo el trayecto desde allí a la costa africana se reduce a un suspiro. De ese viaje sólo destaca el muy interesante incidente del barco cañoneando la selva. Luego se suceden los episodios anecdóticos, que aduras penas ocultan los huecos de la historia. Conrad nos describe el insalubre y demencial puesto, los esclavos agonizando en la sombra, los alienados occidentales, el contable y su miserable existencia. Continúa con el trayecto a pie hacia la estación central, la entrevista con el director incompetente pero de robusta salud y el tiempo esperando poder reparar el barco. Entre medias hay unas muy ligeras pinceladas de Kurtz. Tampoco hay detalles de mucho más.

La novela sigue adelante. Pequeños trazos de soledad, salvajismo (o lo que parece salvajismo a un europeo de finales del siglo XIX) o duda. Y siempre avanza. Nos hallamos ante elipsis exageradas, cercenando escenas que habrían dado cuerpo a la historia. Se habla de forma superficial del poder de Kurtz, del horror que su figura emana, del poder del territorio sobre su persona. Y de un instante al siguiente todo eso, antes apenas esbozado, aparece como hechos terribles ya consumados. Y la verdad es que no se nos ha mostrado dicho poder. No vale decir un par de veces que algo es ‘impresionante’ (sin concretar nada más), olvidarse de eso durante decenas de páginas y luego de repente hablar de esa cosa ‘impresionante’ como si fuera algo perfectamente conocido. Ese tipo de huecos resultan del todo ineficaces en la narración, y sin embargo tras la lectura de la misma me da la impresión de que está llena de ellos.

El corazón de las tinieblas se parece a una muy buena novela que ha sido agujereada, vaciada, hasta hace de ella un insustancial, casi vaporoso, queso gruyere. El mismo autor medio reconoce alguno de sus defectos, como por ejemplo la manera en que ‘introduce’ a la mujer: admite que lo hace de forma brusca. El mismo Kurtz no resulta un personaje muy potente, más allá de lo que Marlow dice de manera subjetiva.

Una pena.

Sin duda leeré algo más de Conrad, a ver si me quito este sinsabor. Le pongo un 6.

Adiós.

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