Archivo mensual: agosto 2013

Robert A. Heinlein – El hombre que vendió la Luna

(Reseña redactada con fecha 8/11/2013.)

Hola, ofidios.

El hombre que vendió la Luna

El hombre que vendió la Luna

Tercera vez que leo a Heinlein. El resultado de las dos veces anteriores podría definirlo como dispar: Puerta al verano se me hizo como un mecanismo de relojería, con engranajes encajados a la perfección, pero frío y carente de alma; algo muy distinto me sucedió con La Luna es una cruel amante, una novela magnífica que, si bien mantiene esa esencia de engranaje bien diseñado y mejor conjuntado, posee una energía poco menos que desbordante. En resumen, un aprobado raspado y un muy meritorio sobresaliente. Con esos antecedentes tomé entre mis manos El hombre que vendió la Luna. ¿A cual de las dos anteriores se parecería más esa novela? Una vez leída ya pregunta ya tiene respuesta: a Puerta al verano, pero quedando incluso por debajo de ella.

¿Qué se puede decir de este El hombre que vendió la Luna? En un primer lugar aclarar que no nos encontramos ante una precuela de La Luna es un cruel amante, por mucho que su título nos lleve a pensar en ello. No tiene nada que ver con esa obra maestra, y casi que mejor.

Entrando ya en el contenido de la novela así de entrada hay que decir que adolece de unos personajes por completo planos. No, lo poco que se dice de los problemas matrimoniales del protagonista no solventan esa carencia: sigue siendo la misma persona que sólo está llena por un único objetivo. Y eso en cuanto al protagonista; el resto de personajes se limitan a meros comparsas, un convidado de piedra.

Algún lector puede que ya, sólo por la vacuidad de los personajes, ya hubiera calificado de manera negativa a la novela. Pero no es mi caso. Lo que peor me ha sentado en esta El hombre que vendió la Luna no lo encontramos en los personajes planos, ni en lo mal que ha envejecido (las tecnologías de las que habla están tan asentadas en la época en que se escribió que leyéndolo ahora, más de medio siglo después, rozan lo pueril), sino en algo que a mí personalmente me ha resultado casi ofensivo: la novela, toda ella, es una oda al capitalismo exacerbado.

Sí, lo admito: a medida que he crecido, viendo más y más injusticias en este mundo, me he vuelto con los años más cercano a eso que muchos consideran un demonio moral y político, el comunismo. Para mí el sistema capitalista saca a la luz lo peor del ser humano, el salvaje egoísmo y el más despreciable sadismo social, y sólo tras un cambio global de mentalidad (erradicando el egoísmo de entrada; venga, voy a poner objetivos alcanzables, ¡ja, ja!) y con el paso al comunismo como paradigma social se puede llegar a un futuro que roce la utopía.

Bien, en este libro uno casi puede encontrar un manual de ‘cómo llegar a mi objetivo pese a quien pese, saltando reglas y aplastando a quien tenga en mi camino’. Sin lugar a dudas ese pensamiento encaja a la perfección con un pueblo como el norteamericano, más aun en el tiempo de redacción de la novela (con una nación que ha salido victoriosa tras la 2ª Guerra Mundial y todavía no inmersa del todo en la enorme cagada del ‘Nam). No voy a desgranar el contenido del texto, pero sí apuntar algunas de las lindezas que en él se describen: retorcer la ley internacional, implicando a países extranjeros, para lograr una posición de ventaja; aprovechar vacíos legales con el único fin de sacar réditos comerciales; manipulación de masas (incluso de niños) vendiendo productos casi ficticios, o sin el casi, sólo para obtener fondos; oscurantismo organizativo, creando redes de empresas sólo para evadir responsabilidades y obtener mejoras fiscales (algo que en la España de 2013 nos suena a todos, y vemos los magníficos resultados para el conjunto de la sociedad que aportan esas prácticas); el uso y abuso de lobbies e individuos influyentes como manera más directa de llegar a los objetivos, evadiendo en la medida el control o supervisión de esos entes demoníacos que responden al nombre de Estado y Legalidad Vigente.

En resumen, la misma mierda que está haciendo del mundo la basura que ahora mismo es. Pero no sólo se queda en esto este alegato del capitalismo salvaje: además no encontramos con un protagonista que encaja al prototipo de persona ‘soy un iluminado pero todo lo haces tú, no yo, y para ayer’. Ese tipo de escoria la tenemos en muchos puestos medios o altos en nuestro país, criaturas que muchas veces rozan la sociopatía, o incluso se adentran en ella. Animales que sólo buscan alcanzar su objetivo, su visión, sin importarles los sacrificios que para los demás eso supongan: se debe alcanzar la meta a cualquier precio, y si en el camino hay muertos o familias destrozadas lo apuntamos en el balance como daños colaterales.

Como se ve he disfrutado mucho con la novela, sí. Quizá me sienta más sensible a todo esto debido a que me he visto obligado a tratar con megalómanos sociópatas como el protagonista. ¿Estoy ante la crítica más personal de las que he redactado en este blog? Puede, pero tengo bien claro lo que digo: detesto el alma que se desprende de esta novela.

En resumen, la novela creo que se merece un muy optimista 4. Al menos en cuanto a la cifi, que si la calificara por su mensaje…

Un saludo.

Karl Schroeder – La señora de los laberintos

(Reseña redactada con fecha 7/11/2013.)

Hola, culebrillas.

De nuevo otra lectura, y aquí estoy contando qué sabor de boca me ha dejado. Esta vez toca un libro conseguido en saldo (maravillosos saldos que llenan las estanterías de un no adinerado como yo). Voy a hablar de un libro cuyo título me llamó la atención por lo discordante teniendo en cuenta el género al que se supone pertenece. Leyendo en el lomo La señora de los laberintos yo pensé que me encontraría con una novela de fantasía, pero para mi sorpresa La Factoría la edita como ciencia ficción; y además de la parte hard de ese género. Como a mí el género hard se puede decir que es de mis favoritos resulta lógico que la novela no estuviera mucho tiempo en la Pila esta obra de Karl Schroeder.

Nadie me podía predecir el chasco que me llevé a posteriori.

En primer lugar tengo que dejar muy claro algo: si bien en la contraportada pintan a este hombre como escritor hard, y a esta novela inmersa en ese subgénero, yo me veo incapaz de incluirla dentro de ese espectro literario. Al contrario, como mucho puedo catalogar la novela como space opera, o incluso fantasía disfrazada de ciencia ficción. Vamos, de blanco a negro y sin transición. ¿Cómo ha ocurrido eso? Pues a base de abusar de la suspensión de incredulidad. Sí, cuando se lee cifi siempre (e insisto: siempre) hay que tener en mente esa maravillosa tercera ley de Clarke. De mano de ella la ciencia ficción hard puede lidiar con la aventura y el entretenimiento permitiendo crear pasajes creíbles aun dentro de la más o menos arriesgada especulación. Pero la línea que marca Clarke tiene un grosor en extremo fino, y al traspasarla uno se encuentra con cosas como esta novela de Schroeder. El autor obliga y obliga al lector a creer en una cantidad demasiado grande tecnologías, y circunstancias que las rodean, tecnologías que cada una por su lado resultan más o menos creíbles, pero que al juntarlas resultan por completo increíbles.

Realidad virtual omnipresente, redes sociales exacerbadas, implantes neurológicos, anillos espaciales, megaestructuras, inteligencias artificiales, memes, nanotecnología… todo eso y más encontramos en La señora de los laberintos. Pero llevado al extremo y imbricado de tal manera que, en realidad, no encaja.

No me voy a explayar mucho en detalles tecnológicos ni técnicos dado que no soy ni ingeniero ni físico titulado, sino un simple aficionado a ambas disciplinas que intenta usar siempre la lógica. Prefiero que alguien con mayores conocimientos lo haga para apoyar (o rebatir, oye, que todo es posible) mis opiniones. Sólo voy a entrar en los detalles que más me han llamado la atención y me ha chirriado.

En primer lugar voy a hablar del solapamiento de los colectores. No me cuadra pero que ni de lejos que se solapen los colectores como entidades de ‘realidad’ por completo distintas y al mismo tiempo haya materia física en ellos. Ejemplos de lo que digo están en los propios cuerpos de los humanos o los objetos físicos ‘permanentes’ que se sugiere que hay solapados entre los colectores. Quieran o no todos esos elementos físicos están sometidos al principio de no solapamiento: dos objetos físicos no pueden ocupar el mismo espacio. Esa premisa de la realidad no aparece descrita por ningún lado, sino más bien al contrario: en ningún momento se sugiere el que exista esa limitación, casi pareciendo que las simulaciones y las personas físicas poseen absoluta libertad de movimiento. ¿Qué pasa si dos personas físicas moviéndose por colectores solapados deciden colocarse, aunque sea de manera inconsciente, en las mismas coordenadas del anillo? ¿O si una persona física, avanzando con libertad dentro de su colector, sin saberlo intenta adentrarse en una zona que en otro colector alberga un objeto físico (estructura, roca, árbol, etc.)? A ese tipo de situaciones el autor, demasiado avanzada la obra, intenta explicarlas con una supuesta interacción de los colectores con el sistema muscular del individuo, ‘guiándole’ y ‘apartándole’ de esas situaciones peligrosas. He creído entender que el sistema ‘te empuja’ de manera sutil para que no ocupes el mismo sitio físico que otro objeto. Perdón pero eso se me hace por completo increíble: ¿un sistema de ordenadores capaz de monitorizar a varios miles de millones de personas viajando entre diversas realidades virtuales con supuesta absoluta libertad y que, además, manipule los sistemas nerviosos de los huéspedes de tal manera que evite choques? ¿Y los sujetos manipulados no notan esos empujones? ¿No se dan cuenta de que si quieren avanzar hacia ‘allí’ y que si en esa dirección hay algo físico invisible para ellos el ordenador les desvía? Vamos…

El escenario de la primera parte de la novela se desarrolla en un anillo espacial con gravedad artificial obtenida mediante giro. Eso no supone ningún problema… hasta que empiezan a ascender por él. La creación de un entorno habitable en el espacio usando un anillo consiste en hacerle girar de tal manera que  la unión del movimiento circular, el radio del anillo y la inercia de la materia en el anillo generen una mal llamada fuerza centrífuga que posea una aceleración igual a g. De nuevo ante eso no hay ningún problema. Pero sabiendo sólo un poco de física se tiene la absoluta certeza de que a medida que te acercas al centro de giro la aceleración (y con ella el peso) disminuye hasta desaparecer en el mismo centro. Pues bien: en la novela los protagonistas van ascendiendo y no se describe ni siquiera una mínima mención a ese fenómeno. Pero sí que hay un determinado momento en el que se hace mención al efecto Coriolis. ¿Otra vez el sistema de RV manipula las sensaciones de los individuos para que no noten eso? Demasiado.

Karl Schroeder - La señora de los laberintos

Karl Schroeder – La señora de los laberintos

A partir de la segunda mitad del libro el autor empieza a introducir una especie de meme autoconstruida y en cierta manera consciente. Este elemento no pudo evitar que recordar el engendro titulado Wyrm (M. Fabi). Sigo pensando que un meme, por sí  mismo, no puede considerarse un ente consciente. Mucho menos con inteligencia y ‘dirección’. Otra cosa sería que detrás del meme exista una inteligencia que lo ha lanzado y que intenta manipularlo y orientarlo para poder influir en los que siguen el meme… pero un trabajo semejante, con la caótica interacción humana como caldo de cultivo, tiene más de fantástico que de ciencia ficción. De nuevo mal.

Otra semejanza que me ha chirriado la encontramos en parte de lo buscado por un colectivo del libro, el objetivo jipioso de una especie de Gaia muy semejante a tal y como aparece en el final de la saga de la Fundación (Asimov). Admito que se trata de un prejuicio personal, pero esa opción para mí no es tal: en anular la personalidad nunca está la solución.

También debo resaltar que parece que La señora es una novela inspirada en las redes sociales como tuiter y feisbuc, sólo que llevadas al extremo. En la novela se puede contemplar todo ese fenómeno de los seguidores, los me gustas y demás zarandajas (sí, siempre me he declarado en contra de feisbuc, y tuiter lo usaba como manera de informarme rápida y distinta a los medios normales, pero de ella odio los típicos ‘estoy cagando’). El uso exacerbado de las redes sociales aparece en la novela en forma de la virtulización de las relaciones personales casi hasta el absurdo. Un horrible panorama que, para mi desgracia, cada día está más cerca de la realidad de lo que me gustaría desear.

Pero no quiero eternizarme con este libro ni con los defectos que le he visto: sin duda un físico, ingeniero o matemático encontrarán muchos otros. Ahora voy a hablar en concreto de la edición que he tenido entre manos: la de La Factoría de Ideas. ¿Qué debo decir de ella? Que adolece de una mala traducción, tanto que me he encontrado no sólo frases mal formadas, sino que algunas incluso resultan incomprensibles de leer. Poco favor le hace eso a un texto ya de por sí bastante mediocre. Además, en lo relativo a la labor editorial, decir que me he encontrado numerosas erratas, algo injustificable a estas alturas, cuando se ha convertido en unas de las editoriales valuarte del fantástico español. Mal otra vez.

En definitiva el libro se merece un piadoso 4, un suspenso que hay que aplicar tanto al contenido como al continente.

Adiós.

PD: Mira cuán anodino se me hizo el libro que le empecé a leer justo después de La torre de cristal y para cuando me fui de vacaciones aun no lo había terminado, algo que solventé ya en casa y convaleciente (La sequía de por medio).

J. G. Ballard – La sequía

(Reseña redactada con fecha 5/11/2013.)

Hola, culebras.

J. G. Ballard - La sequía

J. G. Ballard – La sequía

Cogí de la pila este libro de Ballard más que nada porque era finito y no suponía mucho bulto en la maleta: cuando se viaja y no te gustan los ebooks tan modernos hay que tener este tipo de detalles en cuenta. De esa manera La sequía entró dentro de mis lecturas. Por supuesto que no me imaginaba que su lectura iba a resultar tan accidentada (pero esos detalles forman parte de otra historia).

Siempre que leo a Ballard acabo con una extraña sensación de me ‘he perdido algo’. El ingles, aficionado a usar frases y descripciones a veces tan poéticas que rozan lo críptico, me deja descolocado. Está bien el dejar a la imaginación del lector campo para que juegue e idee, pero este autor a veces me parece que no se quiere implicar en lo que escribe dejando adrede en el texto cabos sueltos y detalles extraños sin explicar.

Por fortuna el libro no se asemeja ni lo más mínimo a La feria de las atrocidades, culmen de ese estilo enrevesado. En La sequía tenemos una historia dentro de lo que cabe lineal (en la medida que el estilo tan personal del autor lo permite), con unos personajes, una situación y una trama más o menos coherentes. De esa forma el libro nos describe en su primera parte una sociedad decadente, sorprendida por un muy poco creíble desastre climático (los párrafos en los que el autor intenta explicar la naturaleza del mismo y la reacción sociopolítica al mismo quizá constituyan la parte peor y más inocente de la novela). En ese entorno de sequía contumaz malviven unos personajes trágicos y pintorescos: el predicador que de manera obtusa afronta la situación y obliga a su decreciente parroquia a mantenerse atada a la iglesia, el rico arquitecto que con su carácter obsesivo pretende dar un golpe de poder, el médico repudiado por su comunidad que no sabe bien qué hacer, la bióloga emperrada en salvar un zoológico y acompañada de bestias humanas peores que las que albergan las rejas, el retrasado mental que acecha como una sombra, el niño perdido convertido en una suerte de Caronte recorriendo el moribundo río, los pescadores transmutados en locas hienas sectarias… Un conjunto de extraños personajes que el autor no acaba de aprovechar bien para darle contundencia a la historia: algunos de ellos aparecen de forma brumosa, simples y torpes pinceladas de algo bien podría haberse convertido en un magnífico paisaje pero que se queda reducido a un descoordinado bodegón.

Eso en cuanto a la primera parte. Tras un breve intermedio en plan road movie y unas escenas de una gestión de la crisis mal llevada por el gobierno (en lo que se refiere a credibilidad) llegamos a la segunda parte: la historia da un largo salto hacia adelante en el tiempo para mostrarnos a algunos de los personajes anteriores, ahora curtidos por un entorno salvaje y cruel. En esa segunda parte el autor nos describe una técnica de robo que por más que le he dado vueltas ni comprendo ni acabo de creer. Puede que forme parte de una de esas pajas mentales del autor y que un estudioso de Ballard la sepa sacar jugo e incluso interés: lamento decir que para mí resultó otra de las partes del libro sin sentido y tristes, si no penosas. En esta parte, como he dicho antes, vuelven a aparecer algunos de los personajes de la primera: destacan las figuras del doctor y el chico, ahora ya un hombre. Entre ellos se describe una relación que evoluciona de una manera muy poco creíble, demasiado folletinesca y de desenlace melifluo que no acaba de cuajar. De nuevo Ballard describe un entorno y unas situaciones que bien llevadas hubiera dado para mucho más que lo que al final hay.

La epopeya del doctor acaba en una tercera parte: un regreso a los orígenes en el que se encuentra al que creía y temía se convirtiera en su Némesis, ahora acompañado de secuaces a cada cual más distorsionado y grotesco. En esta parte final de la novela Ballard pierde el rumbo y se sumerge en un texto por completo onanista que desluce todas los posibles brillos de las secciones anteriores.

Para culminar hablaré un poco sin soltar (nada que reviente la historia) del final: una escena sin sentido, que no aporta nada a la novela ni que encaja en nada de lo descrito sobre la crisis mundial. Casi parece que el autor ha querido deshacerse de la novela y cortar por lo sano: tajazo y dejo esto de una vez.

Como libro de catástrofe climática no tiene nada que ver con el magistral Rebaño ciego. Pero el autor tampoco pretendía semejante despliegue, sin lugar a dudas, limitándose a narrar (mejor o peor) las miserias de los protagonistas.

Por todo ello, por su quiero pero en el fondo no me molesto, se lleva un triste seis.

Adiós.

Cerrado temporalmente por enfermedad

Hola, culebras.

Muy contra mi voluntad me veo obligado a dejar el blog en estado de hibernación durante un tiempo indefinido debido a una enfermedad que he contraído. Por lo que me han dejado caer los médicos (y tampoco se han mojado mucho al dar fechas) puede que el asunto suponga incluso dos meses de convalecencia. Un tiempo muy largo de desconexión forzada, pero no hay otra.

Seguiré leyendo y apuntando mis impresiones para luego actualizar el blog.

Mientras tanto os dejo con las vistas desde la ventana de mi nueva habitación.

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Un saludo.

Postdata: escribo esto desde el móvil, por supuesto. Y menos mal que lo tengo.

Una especie de despedida

Hola, culebras.

No, no voy a dejar el blog, ni a cerrarlo ni nada por el estilo. Por eso mismo no he puesto como asunto ‘Una despedida’, tal cual, sino ‘Una especie de despedida’. Me voy, pero no me voy. Dejo el blog, pero no lo dejo.

¿Cómo se entiende esto? Pues de una manera bien sencilla: a partir de ahora la web se dedicará sólo a reseñar lo que leo. De hecho ha ido sucediendo eso mismo de unos meses acá. Se acabaron las entradas con comentarios más o menos políticos: adiós a contenidos etiquetados por 15M, crisis, economía, España, política… No volveré a dar mi opinión del mundo humano. Me da tanto asco lo que veo, lo que me rodea, lo que vivo que bastante tengo con eso, con vivirlo (o sobrevivirlo) como para además perder lo único que de verdad  me pertenece, mi tiempo, en hablar de ello.

Esta sección geográfica del planeta llamada por ahora España, y sobre todo sus habitantes, me ha defraudado sobremanera. Su indolencia, su cerrazón, su hipocresía, su falta de ética y de visión de futuro, su ridículo territorialismo, todo eso y mucho más me ha acabado de apartar de ellos. Apartado en la medida que la circunstancias de la vida me lo permiten, claro (todavía no puedo agarrar una nave espacial y largarme a explorar, por ejemplo, Titán, Io o Europa). Mientras sigo encadenado a esta bola de mierda voy a intentar perderles de vista a todos estos humanos y hablar sólo de mi única pasión/droga: la lectura.

Hay veinticuatro entradas etiquetadas como revolución, veinticuatro entradas hablando de cosas relativas a un deseado –por mí– cambio social.  Veinticuatro entradas que sólo han evidenciado cómo este país de adocenados ombliguistas sigue ciego a lo que sucede, sin capacidad de reaccionar mientras una panda de psicópatas avariciosos lo sangran. Gritaría un sonoro ‘QUE OS JODAN’ si no fuera porque, por desgracia, eso equivaldría a un ‘que me jodan’. Me da verdadera envidia el destino final de Krug.

Pero al menos me quedan mis libros. A diferencia de los humanos ellos son inmutables y persistentes en su naturaleza: un libro malo es malo y jamás  puede engañar haciéndose el bueno, por mucho que lo releas. Un libro malo se descubre enseguida y se le puede relegar al olvido (o incluso puedes hacer con él un Farenheit 451) sin el menor reparo. Un libro malo sólo se le olvida (o elimina) y se va a por el siguiente. Ojalá se pudiera hacer eso mismo con ciertos humanos, esos psicópatas sociales que llenos de orgullo, prepotencia y arrogancia llevan de cabeza a la especie humana al dolor, el sufrimiento, la destrucción y la muerte.

Lo dicho, se acabó hablar del mundo real. Mejor sumergirse en el de los libros mientras espero a que el rebaño ciego dirija su camino hacia la destrucción. Y que yo lo vea.

Adiós.

P.D.: Al parecer en WordPress hay algo para convertir etiquetas en categorías. Si la cosa funciona transformaré las etiquetas que he usado para catalogar los libros (Ciencia Ficción, Terror, etc.) en categorías. Sé que eso dará problemas con las viejas entradas que hacen referencia a ellas como etiquetas, pero se trata de un mal menor.