Archivo mensual: enero 2015

Bruce Boston – El guardián de almas

Hola, culebras.

Rescato de la pila un nuevo volumen editado por La factoría de ideas y de nuevo lo hago con cierto temor ante lo que me pueda encontrar. No tengo ni la más remota idea de quién es Bruce Boston, y la contraportada de su novela El guardián de almas tampoco me acaba de decir nada especial. ¿Que por qué lo leo? Porque soy un drogata de la lectura, porque lo compré de saldo, porque me ocupa espacio en la estanterías… añade la razón que quieras.

De entrada, sin leer el libro, habría de hablar de la portada: llamarla mala supone quedarse corto. No dice nada, e incluso tira bastante para atrás dando la imagen de tratarse de un composición descuidada que más que vender pretende que nadie la compre. Coño, que ahora mismo no recuerdo una tan mala de entre todos los libros que tengo La factoría (y que para desgracia de la editorial, gracias a sus saldos, no son pocos). Da pena descubrir, una vez leído el libro, cómo se confirma esa primera impresión de dejadez: da la impresión de que el portadista (o quien le ha dicho qué ilustrar) no se ha leído el libro ni tiene la menor idea de qué narices va la obra a la hora de componer la ilustración.

Un insulto al autor, así de claro.

Pero no estoy aquí para hablar de portadas. Al fin y al cabo jamás me he puesto a valorar un libro por su portada. Me interesa lo de dentro, el negro sobre blanco.

El texto, más que orwelliano, se le podría considerar heredero de Un mundo feliz, la obra de Huxley. Han pasado cerca de treinta años desde que leí esa novela, así que la tanto un poco bastante olvidada, pero este El guardián de almas posee un aroma que me hace pensar en ella. Pero ya tire más hacia Huxley que hacia Orwell tengo algo muy claro: no me ha aportado nada. Más aún, al principio me parecía estar leyendo un escenario del Paranoia, con sus infras y todo.

La falta de originalidad y la ausencia de una trama sorprendente (estamos ante un thriller que muy bien podría acabar rodado en formato telefilme y emitido por Antena 3 en una de sus infames sesiones de cine tras el telediario del mediodía) hacen que la lectura se convierta casi en un acto de voluntad. De hecho he acabado el libro a base de constancia y decisión. Que no me iba a vencer, vamos.

Pero no toda la culpa la tiene el autor por no haberle sabido dar algo de atractivo a la historia. No señor, no. De nuevo debo hablar de la labor –o mejor dicho el descalabro– editorial de La factoría. Parece que en lo relativo a los saldos la editorial se quiere seguir cubriendo de gloria. De esa gloria marrón, pestilente y que atrae a las moscas. Porque otra vez me encuentro ante una edición descuidada, salpicada de errores de traducción y faltas de ortografía y/o de sintaxis. Palabras mal acentuadas, ausentes, frases mal conjugadas o sin verbo visible. Sí, el autor se supone que es un poeta y quizá por su propia pluma existan esas elipsis exageradas, que no se sepa desenvolver en un género tan distinto de la poesía como el de la novela, que la creación de atmósferas o tramas no exista en lo lírico, pero… ¿él tiene la culpa de la mala acentuación o de las palabras mal escritas?

Joder, La factoría, que me estáis poniendo pero muy difícil el decidirme a daros dinero con otra cosa distinta a saldos. Parece que os empecináis en rechazar al lector exigente y sólo volcaros en ediciones de baratillo.

No saldéis estas mierdas: directamente recicladlas. O, quizá mejor para todos: dejar de publicar a mansalva títulos mediocres y convertíos en una editorial que cuide los textos, a los autores y a los lectores. ¿O queréis ‘dolmenizaros’?

Dejemos de poner a parir a La factoría, que me temo que viendo mi pila ya tendré más ocasiones para ello, y regresemos al texto.

Bruce Boston - El guardian de almas

Bruce Boston – El guardian de almas

El tipo de narrador usado en la novela me ha dejado desconcertado. Resulta confuso sobre todo durante los primeros dos tercios de la novela. Si bien la introducción da a entender que nos encontramos ante una especie de narración realizada por parte de un testigo, a lo largo de esas páginas se mezcla de manera a veces indistinta un narrador casi omnisciente (capaz de decir lo que piensa y siente un tercero) con uno distante. Sólo se empieza a usar un narrador de verdad distante en el tercio final de la obra, en el que al fin el guardián narra con voz propia su experiencia. Da la impresión de que el autor ha tomado inacabada y le ha dado un remate sin preocuparse de unir los estilos… y que el editor se lo ha permitido.

Está visto que siempre acabo hablando del editor, sobre todo cuando leo ciertos saldos. ¿En cuántos libros de La factoría no he acabado mentando al editor y su incompetencia o falta de criterio? Pues este es otro más. Y van…

Volvamos. Hablaba del narrador raruno y su estilo inconsistente. Pues un ejemplo de ello lo encontramos en la manera de referirse al personaje principal: a veces dirigiéndose a él usando su nombre, otra su apellido, y todo ello sin que queden claro diferentes enfoques del personaje, sin que se aprecie que lo describen distintos observadores. Como si el autor no tuviera clara la manera de enfocar al personaje.

Ya voy casi mil palabrillas dedicadas a esta novela que no se merece no la décima parte del esfuerzo, así que acabo. Le pongo un tres y va que chuta.

Adiós.

Balance de lecturas de 2014

Hola, culebrillas.

Otra vez en inicios de un nuevo año, y como desde hace ya unos cuantos toca hacer balance de las lecturas.

En estos doce meses han llegado a mis manos algunos libros a los que jamás me hubiera acercado. Cosas de leer de encargo. Ese acercamiento aleatorio a autores y libros ha tenido sus pros y sus contras.

Entre los pros puedo decir el acabar leyendo una novela tan interesante como Los nombres muertos. Sí, llegué a ella tratando de demostrarme que entre las basuras nacionales todavía hay gente que sabe escribir. Y Jesús Cañadas me ha demostrado que, pese a sus defectos, hay autores patrios dignos de ser seguidos. De igual manera, tratando de huir de lecturas horribles, descubrí el catártico Vacas: un texto con imágenes poderosas y muy digno de ser leído.

Otro de los puntos altos del año está en el haber encontrado, entre las varias decenas de relatos que he leído, alguna que joya memorable. Podría hablar de las que he hallado incrustadas en Zombies o Zombies 2 pero no voy a hacerlo. Para ensalzar esas recopilaciones extranjeras ya hay legiones enteras sueltas por ahí, por Internet. Lo mismo sucede con obras consagradas como Las aventuras de Arthur Gordon Pym o El amor en los tiempos del cólera: no voy a decir nada nuevo hablando de sus maravillas. Sin embargo necesito destacar el ímprobo esfuerzo de Marcheto con su Cuentos para Algernon I, recopilación en la hay que brilla con luz propia el delicioso cuento ‘Las siete pérdidas de Na Re’ de Rose Lemberg. Gracias por esa preciosidad de cuento, Marcheto.

Pero el año ha tenido su lado negativo, por supuesto. Y no me refiero a pestiños como los de Alfonso Zamora Llorente o Alberto Arnaldos Conesa: al fin y al cabo se trata de gente que está empezando y debe curtirse (o dejarlo, que siempre está esa opción antes de seguir arrastrándose por el lodo, por mucho apoyo editorial que se posea). No, yo hablo de textos vergonzosos surgidos de gente premiada y afamada ya incluso internacionalmente. Que sí, que hablo de Carlos Sisi. Me mantengo en todo lo dicho respecto a Panteón: conciencia descarnada. Más aún, no muevo ni una coma, e insisto en que si esto es lo que quieren premiar y editar las editoriales apaga-y-vamonós. Semejante esperpento de texto a mí (y que quede muy claro esto, fans descerebrados: a mí) sólo me demuestra lo lleno de mierda que puede estar mundo editorial y los premios literarios. Sigo queriendo pensar que lo que salió a la luz no pasa de un borrador, un texto no revisado y apenas meditado. ¿O no? De todas maneras flaco favor se ha hecho el autor, al menos ante un lector con un mínimo de exigencia, al sacar a la luz esa novelette. Mucho me temo que ni un solo céntimo de mi escaso dinero acabará invertido en comprar una sola novela de Sisi. Y todo gracias a Panteón: conciencia descarnada.

Me han dicho que en esa cosa llamada CaraLibro mi reseña de Panteón: conciencia descarnada ha generado cientos de comentarios, muchos de ellos poniéndome a parir, de hoja perejil, a caldo, a bajar de un burro. Pues bien: a todos esos ‘haters fanboys‘ (jodidos anglicismos para calificar a los seguidores obsesivos y amargados, que a saber si alguno de ellos no roza la psicopatía de Annie Wilkes), como me los definió alguien, que les vaya bonito. Ésta es mi opinión y si no les gusta ya saben, a irse otro lado. ¿O van a pegarme dos tiros? Últimamente está de moda ese tipo de respuesta a la libertad de expresión entre depende qué fanáticos.

Junto al despropósito de texto de Sisi hay otra lectura que sí que me ha dejado tocado: Moby Dick. Me esperaba más, demasiado más. Una pena y todo un chasco.

Me enrollo.

El balance final del año me dice que tan sólo he leído 23 libros (apenas 8.500 páginas leídas), con una tristísima nota media de 5’04. Espero que este año 2015 mejoren las estadísticas, con más Jesuses Cañadas y menos Carlos Sisies (aunque seguiré leyendo algún que otro pestiño libro Z. Cruzo lo dedos). Por ahora, habiendo empezado a leer Alucinadas, la cosa parece que promete 🙂

Un saludo.

Gabriel García Márquez – El amor en los tiempos del cólera

Hola, culebras.

Cuanto tiempo, ¿no? Pues sí, mucho, pero nada fuera de lo normal en estas circunstancias: con las mierda de las navidades de por medio y con un libro grueso y denso entre las manos.

De la Navidad y su aglomeración de despropósitos, falsedad y demás mandangas no voy a hablar. Pero del libro sí. Por supuesto que sí.

Nunca antes había leído una novela de Gabo, y de sus cuentos sólo uno: ‘El ahogado más hermoso del mundo’. Aquel cuento, sin maravillarme, me dejó un buen sabor de boca sobre todo en lo relativo a la atmósfera. Pero todos sabemos que una cosa son los relatos y otra muy diferente las novelas. La calidad de un autor en uno de ellos no tiene porqué igualarse en las otras.

Pese a que tenemos en casa Cien años de soledad, la novela más famosa de Gabo, opté por este menos (un menos con cursiva y casi entrecomillado) conocido El amor en los tiempos del cólera, por eso de que si me gustaba todavía me dejaba en la recámara un texto mejor con el que poder disfrutar en una futurible lectura.

Y creo que acerté. Me ha encantado este El amor en los tiempos del cólera.

Ale. Se acabó la reseña.

Que noooooooooooooo. Que voy a decir algo de esta pequeña pero gruesa joya.

Hablar de El amor en los tiempos del cólera como si de una novela al uso se tratara no sería justo: más que una novela me he encontrado una crónica. Tan impresión no sólo surge de la casi nula existencia de diálogos, sino del tratamiento de los personajes y su relación con el entorno (tanto otras personas como la ciudad o la misma sociedad de la región). Este carácter queda claro desde el primer momento: no hemos llegado a la muerte de Juvenal Urbino cuando ya nos ha quedado claro que estamos ante una obra sobre todo descriptiva, una novela que excita todos nuestros sentidos a través de descripciones ricas y poderosas. Esa manera de narrar, sosegada y centrada en los detalles, supone su gran acierto… y al mismo tiempo su mayor defecto: El amor en los tiempos del cólera dista un abismo de lo que yo llamo ‘literatura de metro’, la de consumo rápido y poco exigente para el lector. Quien se adentra en el jardín de El amor en los tiempos del cólera y desea saborearlo en toda su belleza y enormidad debe detenerse, paladear cada párrafo (y si eso le obliga a tirar de diccionario hacerlo), dejar que las palabras de García Márquez le inunden. Si el lector consigue aclimatarse a ese estilo pausado sin duda se encontrará embarcado en un viaje delicioso, toda una experiencia de la lengua española.

A medida que las páginas avanzan se va desenredando la trenza formada por la perseverante existencia de Florentino Ariza, la altivez de Fermina Daza o la funcional y gris vida de Juvenal Urbino. La figura de Ariza lo llena casi todo, convirtiéndose en protagonista absoluto de la novela. Vemos cómo madura y progresa, cómo ama con el cuerpo a decenas de mujeres pero conserva el amor de su alma consagrado sólo a Fermina. A través de los amoríos de Florentino Gabo nos retrata todo un país y su sociedad, con sus miserias y sus glorias. Vemos la estratificación social y cómo, pese a la pobreza y la inestabilidad de un país en aparente guerra constante, la gente intenta seguir sus vidas y buscar la felicidad.

Y el amor, por supuesto. Porque el amor y las maneras de verlo y vivirlo protagoniza la historia. Sobre todos ellos destaca un amor románico y fiel, el de Florentino por Fermina, bien distinto del utilitario y forzado de Fermina hacia Urbano. Junto a ellos, siempre de la mano de Florentino, encontramos otros salvajes, o tristes, o platónicos, o peligrosos o… Pero para descubrir toda esa panoplia de amores mejor leed la novela. De verdad, merece la pena, incluso a ese estilo lento y a veces denso merece la pena. Incluso a pesar de sus toques machistas o de su visión algo delirante de las violaciones y sus consecuencias sociales. Dejad de lado esos defectos que entrarían de cabeza en lo ‘políticamente incorrecto’ (tras haber leído y disfrutado de algo como Vacas se comprenderá que a mí eso me preocupe poco o nada) y disfrutad de una pluma que te enseña cómo se debe narrar.

Vamos, que le pongo a este El amor en los tiempos del cólera un muy merecido 8.

Y leedlo, joder: leedlo. Si escribís con más razón aún: aprenderéis que las descripciones bien llevadas no sólo no aburren sino que pueden convertirse en el cuerpo principal de una novela de este calibre.

Adiós.