Archivo mensual: junio 2015

Juan de Dios Garduño – Y pese a todo

Hola, ofidios.

No voy a hacer ningún comentario más a mi anterior lectura. Prefiero pasar página y que la palabra ‘lino’ para mí sólo haga referencia a una planta y un tejido.

Espantado de esa nauseabunda traducción, esa falta de respeto absoluta hacia la obra de un autor, necesitaba leer algo sin traidor (digo, sin traductor) de por medio. Por desgracia en mi Pila no tengo apenas narraciones que no hayan requerido traducción. Y luego debía encontrar alguna que me llamara la atención. Entre la pila ‘física’ no había nada, así que probé en la que hay en el kindle. El cacharro ese está casi vacío (tengo la impresión de que soy de las pocas personas que no llena esos aparatejos a base de libros ‘bajados de por ahí’), sin títulos importantes. Así que me decidí por uno que adquirí hace tiempo gracias a una promo de Amazon. El libro tenía cierta fama debido a que estaban rodando yanqui del mismo, así que empecé con él. Sí, la mercadotecnia parece que en esta ocasión ha funcionado 😛

De Juan de Dios Garduño apenas puedo decir nada: a raíz del incidente con mi reseña a lo único que he leído de Sisi apareció su nombre en algún momento… y poco más. Debo admitir que allí donde Hollywood ha funcionado (la futura película me ha enganchado a leer el libro) la portada del mismo casi me tira para atrás: cutre, tópica, de pura serie B. Con semejante portada no debería extrañarle a uno, ni al autor, que el libro acabe en la misma estantería que obras tan universales como algunas que he sufrido en los últimos tiempos. ‘Libros de zombis’, categoría que mucha gente (e incluso aficionados al fantástico) considera poco menos que basura oportunista, una moda pasajera.

Pero eso supondría toda una injusticia, al menos en cuanto a esta obra.

Sí, debo decirlo así, a las claras: Y pese a todo…, al menos en lo relativo a calidad literaria, no tiene nada que ver con truños, Z o no Z. De entrada hay que decir que Garduño sabe escribir. Sí, resulta muy triste tener que destacar esa perogrullada, pero en los últimos tiempos ya he leído demasiados libros ‘compuestos’ (que no ‘escritos’) por juntaletras que apenas poseen la capacidad descriptiva de un crío de primaria.

El libro está ambientado en Bangor (Estados Unidos), algo que no me acaba de gustar. Otro autor nacional que parece huir de nuestra tierra, algo que no se puede echar en cara a Sisi y sus hordas. Ya hablé de ello en mis reglas, así que no me voy a repetir. Pero me da que, más allá que el homenaje a King, esa localización concreta ha jugado un papel importante para atraer a los de Hollywood. Ojalá algún día el autor me confirme o desmienta esa suposición.

Al contrario que en otras lecturas del género, aquí el autor se muestra sosegado, dejando que los personajes se dibujen a sí mismos e integrándolos en un ambiente y escenario bien definidos. Sí, eso hace que las páginas de descripciones y carentes de acción (eso que algunos lumbreras llaman ‘rollo patatero’) de sucedan. A cambio uno disfruta con un entorno conciso y creíble, que te hace ver. Bendito verbo: ver. Ver en la literatura, algo que debería ser normal se ha convertido –sobre todo en según qué temáticas– en una rara avis.

Dos libros (uno clásico por méritos propios y otro que espero que nunca llegue a esa categoría) me llegan a la memoria según leo este Y pese a todo… Por un lado la pareja padre/hija te arrastra de manera inevitable a recordar La carretera. Pero por fortuna Garduño no peca de los mismos defectos, enormes, que el libro de McCarthy. El entorno que describe posee coherencia y nos encontramos con humanos creíbles, carnales. Sobreviven en un medio devastado pero no exento de lógica. El otro libro que me viene a la cabeza es Soy leyenda. Aunque pensándolo bien quizá lo que me haya tocado la memoria tira más hacia la fallida versión cinematográfica a cargo del Príncipe de Bell Air. Da igual, de una manera u otra en pensado en ello al descubrir al vecino manitas y su perro. Supongo que también habrá tenido algo que ver esa mención al protagonista de la novela: sólo se le nombra, pero basta y sobra para apreciar el guiño.

Pero de los guiños hablaré más adelante. Ahora toca hablar de cómo el autor logra envolver a lector en su particular mundo. Ya he dicho que lo hace de manera sosegada, permitiéndonos disfrutar (y sentir) las desgracias de ese trío. Nos convertimos en testigos de los juegos inocentes de la niña, de las labores del padre intentando cavar un foso mientras lucha por olvidar su pasado, o de las borracheras del vecino sumido en la autocompasión. Incluso podemos apreciar cierta personalidad en el perro. Y todo eso lo descubrimos inmersos en una calma tensa, bajo una capa de nieve y sentimientos mal soterrados.

Da gusto, la verdad. Da gusto.

Algún otro ‘autor’ hubiera podido despachar toda la historia en la tercera parte de palabras, o incluso en menos (un relato más o menos corto y listo). Pero para mí ese ‘autor’ se uniría al ‘montón’ y acabaría olvidado. No como Garduño. Junto a Jesús Cañadas me parece, con diferencia, el descubrimiento en cuanto a autores de novela de terror. Esta vez sí que debo felicitar a Dolmen por editar esta obra.

Pero basta de adulaciones. Toda reseña mía debe contar con una pequeña (o no tanto) lista de comentarios y defectos encontrados. Este Y pese a todo… que tanto me ha gustado no se iba a librar de ellos.

Las introducciones al pasado de los personajes se me hacen un poco forzadas (metidas con calzador, si se me permite la expresión), pero aun así no molestan. Sí, se podría haber dosificado, gota aquí y gota allí, pero quizá eso despistara al lector y le obligara a trabajar recordando y juntando detalles y pinceladas para poder ver el cuadro al completo. Garduño opta por la plasmarlo casi todo en unos pocos flashbacks y listo. Nada más que decir por mi parte.

Algunas partes del texto se las nota algo más descuidadas que el resto: se aprecia sobre todo debido a la acumulación de verbos ‘ser’ e incluso de los jodidos adverbios modales. King reniega de ellos, Juande (¿puedo tutearte? Bueno, ya lo he hecho :P). Recuérdalo. Me hace gracia ver cómo resaltan. Mente, mente, mente… Te puedes tirar varias páginas de texto pulcro y visual, dotado de una fluidez que ya les gustaría a muchos, para de repente encontrarte un pequeño barrizal de ‘seres’ y ‘–mentes’. Pero, lo dicho, simples charcos que no suponen problema al compararlos con el resto el texto.

Desde el primer momento me chirrió que se hablara de manera tan tajante de que no había más habitantes en la ciudad. Ni siquiera se dejaba la remota posibilidad a que, como ellos, alguien más hubiera optado por quedarse. No: eran los únicos, y punto. Entiendo que Garduño quiera haber usado eso como recursos para enfatizar la soledad, pero creo que con sólo dejar claro que en ‘ellos creían que’, o que ‘en todo el tiempo que llevaba allí no habían visto a nadie más’ hubiera obtenido el mismo resultado. Y para mí incluso mejor.

Las referencias al género de terror, e incluso al Z, aparecen aquí y allí. Algunas se me hacen demasiado forzadas, como la del libro en el suelo, Zombieplanet. Qué casualidad que, entre todos los libros imaginables en el mundo mundial, se encontrara con ese. Por lo demás no me disgustan las menciones a Neville y semejantes. Quien no hay leído terror no las captará, pero tampoco se le quedará cara de pánfilo.

La introducción, o prólogo, me hace pensar que entre David Jasso y Garduño hay algo más que una simple amistad: el afán de protagonismo que demuestra Jasso al escribir ese prólogo (un claro ‘oye, que yo también quién sé escribir’) me ha llamado muchísimo la atención. Pero bueno, cosas de escritores.

En definitiva, una lectura muy recomendable. Así sí da gusto leer autores nacionales. Me atrevo a ponerle un 8 e invito a todo el mundo a leerlo. El libro me ha hecho recuperar viejos vicios, y yo agradecido.

Decirle a Juande que se me ha hecho corto, muy corto. Con eso no quiero que entienda que ‘necesito’ una segunda parte; quizá hubiera dado alguna oportunidad a Anne… o no 😛 Como se trata de una mera opinión de un lector, nada más, ni caso. Eso sí, de un lector satisfecho, insisto.

Me despido de nuevo ilusionado. Gracias por hacerme desaparecer el mal sabor de boca de la anterior lectura.

Adiós.

Nota final: documentándome acerca de Bangor para esta reseña acabo de descubrir que Joe Hill es hijo de Stephen King. Madre mía. Para cuándo habrá una ley que prohíba de manera estricta el nepotismo…

Nota requete–final: para le luego digan que soy un amargado, que sólo sé escribir críticas negativas o que tengo por parientes a Holley y cía. Todo se reduce a poseer un nivel de exigencia ¿por desgracia? superior al de ‘la media’.

William Faulkner – Santuario

Hola, culebrillas.

Tras acabar el agridulce Vampiralia me planté ante la estantería de La Pila y me dije ¿ahora qué? Este libro lleva años, pero muchos años en La Pila: desde que alguien me lo recomendó como ‘uno de esos libros que toda persona debe leer al menos una vez en su vida’.

Quería leer algo que poseyera calidad seguro. Y vi este librillo ahí, olvidado. ¿Por qué no?, me dije. Lo agarré no sin cierto miedo: nunca he leído novela negra. Ale, al fin tocaba entrar en el Santuario de William Faulkner.

William Faulkner - Santuario

William Faulkner – Santuario

Como quien dice, la primera en la frente. Joder con la frase inicial. Si la describo como forzada me quedo corto. ¿Problema de traducción? Mal vamos si hasta Espasa Calpe, editorial que considero grande y seria (no como otras, tipo La Factoría), usa traductores aficionados o no revisa las ediciones.

Pero el tema de la traducción empieza a oler mal cuando uno encuentra esto (página 43):

‘Venía encorvado, vistiendo un overalls (mono).’

¿Por qué narices pone overalls en cursiva y luego, entre paréntesis, la traducción? A raíz de esto me he hecho con una copia original del texto, en inglés claro. ¿Qué escribió Faulkner? Esto:

‘He was stooped, in overalls.’

Insisto. ¿Por qué cojones el señor Lino Novas Calvo (responsable de la traducción) ha dejado overalls en cursiva y de seguido la traducción entre paréntesis? ¿Estamos tontos o qué?

Aparte, ¿’venía encorvado’, ‘estaba encorvado’ o ‘era un jorobado’? Porque no es lo mismo, ni de lejos. ‘He was’ (era/fue) no tiene nada que ver con ‘He came’ (venía/vino).

Mi inglés básico al menos me sirve para saber cuándo me intentan engañar.

¿’Estaba encorvado y vestía un mono’? La frase en el original se me hace rara, lo admito (aunque al parecer esa forma de redactar entraba en ‘la marca de la casa’ de Faulkner) pero no veo de dónde sale el ‘venía’.

Leyendo más texto original y comparándolo con la traducción veo que el tal señor Novas Calvo debía estar borracho, drogado o las dos cosas a la hora de traducir. ¿Que cómo se me ocurre decir eso? A los ejemplos me remito:

Texto original Traducción mía Traducción de Lino Novas Calvo
it was his bare feet which they had heard eran sus pies desnudos lo que habían escuchado eran sus pies descalzos lo que habían sentido ellos
He had a sunburned thatch of hair, matted and foul. Tenía paja quemada por el sol como pelo, enmarañada y sucia. Tenía una barba de pelo quemado por el sol, sucio y desgreñado
he was watching Popeye, with that expression alert and ready for mirth, until he left the room. estaba mirando a Popeye, con esa expresión alerta y ansiosa de diversión, hasta que salió de la habitación. miró a Popeye con aquella expresión alerta y pronta al regocijo hasta que salió de la cocina.

Se trata de tres simples ejemplos de un único párrafo, también en la página 43 de la edición de Colección Austral.

‘Hear’ se convierte en ‘sentir’, ‘hair’ en ‘barba’, ‘room’ en ‘cocina’. No merece más comentarios a ese respecto.

Bueno, sí. ¡Qué narices! ‘Lo que habían sentido ellos’ a mis oídos (a mis ojos) suena horrible, peor que horrible. Por dios. Además el traductor se salta la puntuación (se zampa las comas) haciendo que algo descriptivo pero ‘distanciado’ acabe formando parte de la frase principal. ¿Estamos ante una traducción o una reescritura? ¿Novas Calvo quiso redactar su versión de Sanctuary porque la original de Faulkner no le gustaba? ¿Y dónde está la figura del editor para frenar esos desmanes que se cometen en la obra?

Joder. Joder. ¿No hay respeto al escritor y a su arte o qué? Está visto que ya no me puedo fiar ni de Espasa Calpe.

Traductores traidores. Hasta ahora no había llegado a comprender cuán grande y cruel puede hacerse ese dicho.

Nota: ya sólo falta que la editorial, o los dueños de los derechos de Faulkner o de la traducción, me denuncien por transcribir parte del texto sin su permiso. Que lo hagan: a ver si sale otro ejemplo de efecto Streisand puro.

Me están entrando ganas de no leer nunca más algo traducido. Al menos, si me la clava un autor que lo haga él mismo, no un sicario escondido en las sombras. Acabaré aprendiendo inglés y mandando a tomar por culo a las ediciones traducidas.

Bueno, dejo este tema. Creo que ya ha quedado muy claro, diría que cristalino, mi punto de vista.

Sigo.

Como decía, al cabo de unas pocas páginas la sensación de estar leyendo algo ‘raro’ se intensificó. A los giros extraños, construcciones sintácticas forzadas y uso de la pasiva poco menos que retorcido se unía un tratamiento de las escenas y los diálogos que me desconcertaba.

Además uno se encuentra con notas a pie en el más puro estilo didáctico. No se sabe si las ha puesto el autor (se me hace muy raro), el traductor (¿dónde está el consabido ‘N. del T.’?) o el editor. ¿Nadie se hace responsable de ellas?

Y eso que  cuando escribo esto apenas acabo de leer el capítulo I.

¿Cómo que se tiran dos horas sentados uno delante del otro ante el manantial? ¿Por qué se va con Popeye así, a las bravas, alguien que dice que está de paso? ¿Y se mete en un casa (o mansión medio ruinosa) así por las buenas y cena entre extraños? Pero… ¿no decía que se iba? ¿Qué tipo de mentalidad tiene esa gente? Increíble me parece poco.

Supongo que otra persona que encontrara semejante desbarajuste, tanto formal como de fondo, hubiera lanzado el libro a la basura (el tiempo es oro). Pero yo (tooooooooooooooonto que soy) voy a seguir adelante hasta acabarlo. A ver si resulta que esa primera impresión ha resultado equivocada y de verdad me encuentro ante un libro memorable.

Sigo leyendo… aich.

En la página 83 mi paciencia se ha acabado. La gota que ha colmado el vaso tiene la siguiente forma: ‘Yo tengo que hacer para rato aquí esta noche’. Joder con la frase. El texto original dice: ‘I’ve got to get done here some time tonight’. Me dicen que la traducción la ha hecho Google y me lo creo. En serio, ¿en su tiempo pagué más de mil pelas por esta mierda? Mucho Espasa Calpe, mucho clásico, y me espantan con una traducción deleznable.

A ver si yo, en mi ignorancia, consigo una traducción menos artificial. Voy: ‘tengo mucho que hacer para esta noche’. Otra: ‘me queda mucha tarea pendiente para esta noche’. O incluso: ‘tengo mucho pendiente por hacer esta noche’. Seguro que si me pongo me sale alguna más. Pero todas legibles, no esa mierda artificial.

¿Por una frase me rindo? Lo juro, he seguido unas cuantas páginas más pero no puedo. Si el problema se limitara a una frase… Me he visto obligado a leer a paso tortuga porque, más que ‘leer’, este jodido texto me está obligando a ‘adivinar lo que puso el autor’, pura ingeniería inversa: tomar la frase horrible e imaginarle un sentido menos retorcido. Y así no. Como ya he dicho en otra ocasión, mi tiempo es oro. Una cosa es que lo ‘pierda’ con textos de novatos o aficionados, como la lectura anterior: en ellos se puede encontrar joyas, o se les puede hacer ver los errores para que mejoren. Otra muy diferente perderlo con alguien como Faulkner, que ya ni va a mejorar ni va a perder a ni uno sólo de su legión de fans.

No voy a perder más tiempo con este Santuario. ¡Que le den por saco! El señor Lino Novas Calvo ha logrado lo que ningún otro en más de quince años: que abandone una lectura. Medalla para él y, por supuesto, para Espasa Calpe: han conseguido que un lector se aleje de Faulkner y, lo que quizá más le interese a la editorial, de su Colección Austral.

Abandono. Estoy harto de encontrarme construcciones sintácticas forzadas, que los personajes no escuchen nada sino que todo ‘lo sientan’, que los cuartos o habitaciones sean ‘piezas’. Eso leyendo sólo el texto traducido. Si a uno se le ocurre leer el original ya le dan ganas de llorar: ahí se puede comprobar cómo el traductor hace y deshace, destrozando el texto y asesinando el estilo del autor.

Un simple ejemplo de cómo se inventa la puntuación.

Original de Faulkner:

[…]Then, the coat clutched to her breast, she whirled and looked straight into Tommy’s eyes and whirled and ran and flung herself upon the chair. «Durn them fellers,» Tommy whispered, «durn them fellers.» He could hear them on the front porch and his body began to writhe slowly in an acute unhappiness. «Durn them fellers.»

When he looked into the room again Temple was moving toward him, holding the coat about her.[…]

Bastardización del señor Novas:

Luego, con la chaqueta sujeta contra el pecho, giró en derredor y miró de frente a los ojos de Tommy; volvió a girar, echó a correr y se dejó caer de golpe en la silla.

–Partida de canallas –murmuró Tommy–, partida de canallas. –Él les oía en el soportal anterior, y luego su cuerpo comenzó a retorcerse de nuevo con una aguda zozobra–. ¡Partida de canallas!

Cuando volvió a mirar al interior de la pieza, Temple se dirigía hacia él, sujetando la chaqueta en torno a su cuerpo.[…]

Se carga el estilo salvaje y rápido, poco menos que mental, de Faulkner poniendo comas donde no las hay: a la mierda ese ‘and’, ‘and’, ‘and’ y ‘and’ que sumerge al lector en una vorágine de sucesos. Luego se inventa un punto y aparte donde no lo hay (o al menos no lo hay en la versión que he conseguido). Sigue convirtiendo el último «Durn them fellers.», sin más entonación (basta con la repetición para darle todo el significado y sentimiento), en una exclamación.

Eso es creatividad y lo demás cuento. Y de paso cargarse el arte del escritor.

Sólo se me ocurre decir esto: me cago en Lino Novas Calvo.

Pero no todo lo malo viene del traductor. El autor también tiene sus pecados, y no pocos. Diálogos sin sentido, escenas confusas en las que ni siquiera se tiene claro quien interviene ni lo que hace, comportamiento de personajes que dista mucho de la lógica. Todo ello me da la impresión de artificial, de forzado.

A ver, ¿es un país lleno de matones asalvajados y borrachos? Y además que se meten, o se dejan meter, así por las buenas en una casa que parece sacada de La matanza de Texas (leyendo este libro da la impresión parece que la obra maestra de Hooper encaja más en el biopic/documental que en la pura ficción).

Pero, ¿qué se puede esperar de un autor que tiene ese concepto de la sociedad en la que vive? ¿De verdad los EE.UU., al menos los de los años 30, eran un país en el que si uno salía de sus círculos conocidos podía encontrarte a la primera de cambio con unos gañanes que te pegan dos tiros? ¿Tal inseguridad había? Siempre me ha llamado la atención cómo Hollywood insiste en mostrarnos unos EE.UU. llenos de psicópatas, donde la vida humana apenas importa y en los que, ya venga de manos del asesino o el empresario de turno (nótese que apenas diferencio entre unos y otros, y lo hago con plena consciencia de ello), tu vida puede acabar convertida en una pesadilla sin comerlo ni beberlo. Una puta mierda de sitio, la verdad.

Bueno, creo que le estoy dedicando demasiado tiempo (y palabras, más de mil ochocientas) a un libro que no he acabado. Y como no lo he acabado no se lleva puntuación alguna… aunque me tienta ponerle un 0 por la traducción.

A ver qué me leo ahora que me deje un sabor de por lo menos decente.

Adiós.

AA. VV. – Vampiralia

Hola, culebras.

Tras el tocho que me he metido al cuerpo necesitaba algo ligerito, de evadirse y que en principio no requiriera mucho esfuerzo mental. Me vino a la cabeza la segunda entrega de Cuentos para Algernon, y hubiera jurado que lo tenía en el kindle que tengo instalado en el móvil. Así que yo, tan feliz, me llevé el libro de Russell al trabajo (apenas me quedaban veinte paginitas) contando con, cuando lo acabara, poder sacar el trastomóvil y empezar con la recopilación de Marcheto.

Pero no: en el móvil no tenía la susodicha compilación. Desesperado veía más y más novelas. Pero eso no me valía: tras el mazacote de Russell y el mamotreto de Asimov necesitaba algo que me refrescara la cabeza. Variedad, dinamismo.

Así que, una vez lo descubrí entre el mogollón de cosas que por ese móvil andaban, me lancé sin pensarlo a este Vampiralia.

De entrada me llama la atención, no sé si a mal o a qué, ver que por no tener no tiene ni siquiera ficha en Tercera Fundación: ¿ninguno entre los bibliotecarios sabe que existe esta colección? Y eso que entre los autores reunidos hay alguno con renombre (me refiero a Rafa Marín).

Uf.

¿Estoy ante un pestiño? Ni idea. La mejor manera de responder esa pregunta es sumergirse en los relatos. Y a eso voy.

Procedo a desgranar lo leído, relato por relato.

  1. La cosa empieza con ‘La noche era eterna’, de So Blonde. Como quien dice, la primera en la frente: la sexta de mis reglas de escritura saltando por doquier. Eso me desconcentra: me encuentro reescribiendo las frases a medida que me topo con más y más ‘seres’. No lo puedo evitar. Entiendo, o quiero entender, que la repetición de estructuras sintácticas (sobre todo al inicio de párrafo, y quien lea el cuento sabrá de qué hablo) se trata de un ejercicio de forma, una especie de anáfora. Salvando el tema del estilo el cuento avanza con soltura, dibujando bien la situación. Se perciben bien los sentimientos del inglés. Quizá demasiado bien: luego explico a santo de qué digo esto. Algunos datos (el modelo de revolver, el año y la localización, por ejemplo) me sobran dado que su introducción me parece forzada. En eso me chirría mucho el ejemplo del tipo de revolver: casi parece que la autora ha corrido a internet a buscar qué armas usaban los ingleses en esa guerra y ha soltado, tal cual, el nombre del artefacto de marras tal cual como venía en la página web. Pero se trata de una pijotada mía: ni caso. Pero ya me parecen más graves dos defectos argumentales que he visto. El primer de ellos se refiere a la manera de dibujar la psique del protagonista, y cómo eso luego salta en mil pedazos al hacer lo que hace: ¿qué le lleva, así de repente, a lanzarse al cuello del engendro? A lo largo del cuento se dibuja muy bien su psicología: un chico normal, rebelde, que ha visto cómo la guerra entre en su vida y le arrasa. Todo ello se aprecia tan bien que no encaja, ni de lejos, que pueda llegar a realizar ese acto. A ver, que se trata de persona culta (enfermero que demuestra poseer conocimientos de anatomía) de buenas a primeras se lanza al cuello de algo que él mismo sabe que dista mucho de considerarse normal. Comete una especie de acto de canibalismo sin aparente objetivo: cuando lo hace no sabe si va a conseguir algo al beber esa sangre; lo más lógico hubiera sido que le pegara un tiro en el corazón y se librara de la amenaza. Pero no, en contra de toda lógica, chocando con todos los pensamientos (racionales y emotivos) tan bien desgranado en las páginas previas, le desgarra el cuello y bebe. Vamos, lo más normal del mundo. El otro defecto gordo: el enfermero le pega un tiro a la criatura (la mata), luego llegan los de su bando para salvarle… y ale, elipsis y estamos en retaguardia. A tomar por culo. ¿Qué ha pasado con el cadáver del bicho? ¿No lo ha visto nadie? ¿A nadie le ha llamado la atención encontrar (junto a un Fritz drenado) una criatura con una morfología tan extraña que ‘se mueve como un insecto’ aunque tiene algo de humano? Sí, sé que entrar en ese detalle le supone a la autora lanzarse de lleno en un cenagal. Resulta mucho más cómo dejarlo así, en el aire, a ver si cuela y nadie se da cuenta de ello. Pero dejémoslo claro: ella, y sólo ella, se ha metido en el embrollo. El cuento se lleva un muy justito 5. Hay que darle más vuelta a las ideas antes de plasmarlas en palabras.
  2. Ahora llegamos a ‘El puente zuazo’, de Montiel de Arnáiz, y la cosa mejora. Bastante, mejor bastante. El cuento, de nuevo ambientado en una época ‘histórica’, posee una ambientación menos forzada. A media lectura uno ya sabe de sobra dónde y cuándo está (sólo he visitado el sur una vez, y a tal edad que sólo tengo dos recuerdo: la catedral ruinosa con las mallas en el techo de la bóveda y los bichos negros que pululaban en el colchón de la pensión gaditana donde nos alojamos. Vamos, que tengo una impronta perfecta de la ciudad de la tacita: decrepitud y ladillas). Pero con unos conocimientos muy básicos de Historia de España uno acaba inmerso con facilidad en la historia. No hace falta saber lo que es el Puente de Zuazo para acabar inmerso en la narración. Admito que jugar con estos detalles reales (se nombran varios más, como el Caño de Sancti Petri, la Isla de León o Diego de Alvear) no sólo hace que un relato me guste, sino que le da un toque de madurez y seriedad que agradezco sobremanera. Se no que el autor se ha trabajado la ambientación, al menos en un mínimo que mucho relato ‘actual’ no tiene. La narración está contada con un estilo bastante rápido, a veces demasiado. Me explico el fallo formal más destacable es el de la inserción de diálogos, incrustados dentro de la prosa: esa manera de introducirlos nunca me ha acabado de gustar, me da la impresión que el autor no sabe usar los diálogos y recurre a ese método para salir del paso. Por lo demás, en cuanto a lo formal, no tengo más que decir. Sin embargo en el fondo hay algo que sí que me sobra, y mucho: el final. A mi entender chafa la historia. Me da la impresión de tratarse de ‘le explico al lector lo que ha pasado y le sitúo, por si se ha perdido’. Me sobra, me sobra del todo. Más aún, el regreso del Hombre me parece exagerado, sobre todo teniendo en cuenta la escena final (o con la que, a mi gusto debería acabar el cuento), la del puente. Llegados a ese clímax un lector con unas luces mínimas sabe de qué va la vaina, quien es el Hombre, qué le va a pasar al Hombre, dónde y cuándo están. De hecho yo hubiera prescindido de los párrafos finales, e incluso del hombre, para centrarme en… no lo diré: no he escrito yo el relato. En definitiva, un relato notable que se merece un 7. Y eso que ya he dicho que no me gusta que un editor se autopublique, pero al César lo que es del César.
  3. David Hernández nos presenta su ‘El despertar del monstruo’, un relato que por desgracia desmerece al anterior. Peca de manera irritante en la sexta regla, y de paso incide también en la quinta. Vamos, que en lo relativo a la forma me ha resultado desagradable. Para más inri lo contado no me ha enganchado en ningún momento. Tópico, mal resuelto, sin gancho, apenas llega a un 4.
  4. El cuento ‘No me dejes’ (Bea Magaña) me ha dejado, y nunca mejor dicho, un gusto agridulce. Pero con un resto más amargo que dulce, por desgracia. Narrado de manera eficiente, aunque sin florituras, lleva a al autor a través de la historia sin excesivos defectos formales. Leí Salem’s Lot hace más de veinte años, por lo que seguro que aparte de la casa y Barlow se me han escapado muchos detalles. ¿Quizá la referencia al solar, o las fechas de la semana? ¿El cuento se ha basado en la novela tanto como para exigir su lectura para comprender todo? Lo ignoro, y a estas alturas no voy a ponerme a leer esa novela. Así que no valoro, ni en un sentido positivo ni negativo, la relación con la obra de King. Desconcierta un poco la manera en que se trata el rol de protagonista: durante el primer tercio del cuento crees que es el marido y de repente te das cuenta de que ahora la narración se olvida de él y se centra en la mujer. No puedo negar que eso me ha mosqueado un poco, pero tampoco le he dado mucha importancia. Lo que sí que me ha cabreado, y mucho, es el supuesto clímax: tramposo es poco. Torticero, sacado de quicio, irracional. No puedes llevar al lector durante todo el camino por un sendero, trazar ese camino de una manera muy clara, y en los últimos cinco párrafos contradecirte a ti mismo y salirte con justo lo contrario. No, señora Magaña, no. Esa sorpresa final se carga lo que el primer protagonista narra en su parte. Pero lo malo no es que se lo cargue, sino que lo hace sin dar ninguna argumentación, ni siquiera velada. La sorpresa por el mero hecho de la sorpresa. No. Por todo ello, por ese gusto agridulce, debo otorgarle un 5.
  5. Ahora me topo con el cuento de ‘el hombre famoso’ incluido en la compilación. Gran parte de los que hayan llegado a esta página sabrán quién es Rafa Marín, así que no voy a repetir lo que un buscador puede brindar. La lectura de ‘Un ligero sabor a sangre’ me deja un poco desconcertado: ¿Marín se ha meado en los compiladores entregándoles esta basura, se trata de un cuento viejo que ha encontrado en un rincón polvoriento de sus archivos, o qué? No se trata sólo de un pastiche: es un pastiche malo, mal escrito y peor argumentado (peca del mismo defecto defecto que ‘No me dejes’, sólo que esta vez cometido por alguien con demasiadas tablas como para que se le perdone el pecado). Como chiste entre borrachos (literatos borrachos, quiero decir) quizá tendría un pase. Pero si con esto ha pretendido darle un aire de ‘mira, que en mi compilación hay un autor famoso’ se ha reído a la cara a los editores. Triste, muy triste. Esta cosa (me atrevería a llamarlo regalo envenenado) apenas se merece un 3, y sirve para hundir aún más mi pobre impresión en relación a Marín. O eso o que, como ya he dicho muchas veces, llevo muy mal le humor en la literatura: para mí no puede haber lectura más indigesta que una humorística.
  6. Con ‘La máscara del vampiro’, de Luis Guillermo del Corral, no pienso gastar palabras. Sólo leyendo el primer párrafo ya me dieron ganas de pasar del cuento. Se merece un comentario calcado al de David Hernández y su ‘El despertar del monstruo’, pero con los defectos todavía más acentuados. Un 2, nada más.
  7. Con ‘El buen hermano’ de Eduardo Formanti Llorens casi decir tres cuartas de lo mismo. Relato lleno de defectos tanto en el fondo como en la forma. Tópico hasta decir basta (me recuerda a una partida mala de Vampiro), que quizá guste a los fans de Crepúsculo. No puedo darle más que un 2.
  8. Sin embargo debo decir algo diferente de ‘Los ausentes’ (Rain Cross). A ver, hay que aclarar que estamos ante un relato fallido. Pero no como los anteriores (por la torpeza y falta de profesión de los plumillas) sino porque ‘Los ausentes’ está pidiendo a gritos más extensión, más palabras. Parece constreñido, carente de espacio. Esa falta de páginas queda patente, y de una manera poco menos que dolorosa, en el apresurado final. Una pena: un texto que se ha echado a perder debido a la extensión, y que con un doble (y mejor triple) de palabras hubiera ganado mucho más. Le debo otorgar un 5.
  9. Como si de una ola se tratase, la recopilación remonta tras una zona baja. El cuento ‘El cazador de papel’, de Aniel Dominic, entra dentro de ese subgénero metaliterario en el que los libros se convierten en protagonistas. Admito mi debilidad ante este tipo de temas. El cuento se lee de manera agradable, aunque con ciertos problemas de lógica (como por ejemplo la manera en que se pone sobre aviso a la hermana: ¿no se le ocurre a la chica pensar que no es normal que, así porque sí, le llegue el diario de su hermano?), llevando a un final interesante. La forma no chirría tanto como para resultar molesta, lo que ya supone una victoria frente a otros relatos leídos. Se lleva un 6.
  10. Con ‘Sepultura’ (Nieves Delgado) la compilación entra en un terreno más maduro. Este cuento se basa sobre todo en los diálogos, creando una escena en la que se toma el pulso mediante sus palabras a un grupo de personajes. Apenas hay descripciones, quedando el peso de la narración en las líneas de diálogo, algo que suelen rehuir los escritores principiantes. Pero en esta ocasión la autora sale triunfante del desafío, creando una historia que, si bien algo tópica (resulta muy difícil sorprender cuando se trata a los vampiros), se lee bien. Aunque más que historia se la podría describir como anécdota, una nimiedad. Sin embargo esa nadería (una especie de prueba de iniciación) al estar bien narrada consume una cantidad de palabras similar al de otras historias que narran muchos más hechos. Se merece un 7.
  11. El cuento de Roberto García Cela ‘Tú dispara, que yo corro’ empieza de una manera no muy frecuente, al menos en lo relativo a lo formal: diálogo casi puro, casi sin descripción alguna. Pero por fortuna eso diálogos están bien hilvanados, permitiendo ver la escena a través de ellos. Llegados a la mitad del cuento el estilo varía hacia uno más tradicional (descriptivo), y es ahí donde la temática, lo que narra, de verdad engancha. No voy a decir nada más del cuento dado que arruinaría una lectura interesante. Otro 7 para el primo lejano de Cela.
  12. Con un título como ‘Un extraño en Dark Creek’ el cuento de Sergio Fernández A. sólo podía pertenecer al western. En efecto, no encontramos ante un cuento ambientado en un viejo oeste donde el mal, sin embargo, proviene de Europa. La narración, al contrario que por ejemplo con el cuento de Nieves Delgado, fluye muy rápido. Va directo al grano, lo que hace que no acabe de enganchar. Además uno parece estar leyendo la versión escrita de decenas de pelis de vaqueros: no hay nada que sorprenda. A medida que el lector avanza va deseando encontrar el giro de guión, la sorpresa que justifique la lectura. Pero llega al final y… nada. Nada de nada. O como se diría, nada nuevo bajo el sol. Lo siento, pero no se merece más que un 4.
  13. Hay algo en ‘Ecologismo’ (de Alicia Pérez Gil) que me ha impedido conectar del todo con lo narrado. De alguna manera las descripciones, la manera de avanzar con esos diálogos casi cortados a machetazos, no me ha dejado ver las escenas. Este relato también adolece del omnipresente ‘ser’. A estas alturas de la recopilación ya debería hacerme una idea de que ese defecto formal me lo voy a encontrar en muchos textos, pero eso no quita que se me haga molesto: me cuesta horrores desactivar el ‘chip corrector’. El cuento intenta mezclar las circunstancias personales de la protagonista con la situación anómala de su trabajo, pero ambas no acaban de encajar quedando –a mi gusto– demasiado disjuntas. El último párrafo casi parece un anticlímax: se podría haber resuelto de una manera mucho menos prosaica. Pero aun con todo al relato le pongo un 5.
  14. Al empezar a leer ‘El tesoro de Winston J. Shepard’, de Antonio González Mesa, uno no puede evitar recordar el libro de Stocker. El estilo epistolar, ahora algo anticuado, siempre aporta una visión personal que bien llevado puede conseguir una ambientación de terror poco menos que perfecta. Sin embargo a estas alturas, cuando ha pasado bastante más de un siglo desde la obra de Stocker (y con el legado de Lovecraft aun vigente) ese estilo puede resultar una trampa. Y por desgracia ese aire de ‘esto ya está contado’ avanza el relato. Nada nuevo bajo el sol, un calco de lo contado una y mil veces en el tema clásico de los vampiros. De nuevo nos encontramos con una resolución simple, sin gancho ni giro final. Al tratarse de un texto narrado en primera no voy a entrar en valoraciones de estilo. En definitiva, se lleva un 4.
  15. Aparte de que la forma de ‘Los vampiros son ellos’ (Belén Peralta) deja mucho que desear, nos encontramos con algunos serios defectos argumentales. Uno de ellos, por poner un ejemplo, lo encontramos en que una vez dice que ‘se cría en la calle, a su antojo’ para unas páginas más adelante decir que lleva toda la vida encadenado de los pies. Por más que lo intenta no se logra dar un aire infantil, o de retraso mental, al texto. Da la impresión de que ha querido morder demasiado y se ha atragantado. La nota final, a mi entender, sobra por completo. De nuevo debo asignar un 4.
  16. En ‘Alfa y omega’, de David Cantos Galán, he encontrado el mismo fallo que en el cuento anterior: parece que en la re–redacción (o en el proceso de ajustado a la longitud) algunos detalles se han borrado de algunas partes del texto pero han seguido en otras. Así se explica que de repente se haga referencia a que ‘el sujeto antes había golpeado las verjas’, cuando en ningún momento se ha dicho nada de eso. Da la impresión de que la escena en que las golpeaba se ha eliminado por completo de la redacción final, pero sin embargo ha quedado esa referencia perdida. Otro fallo lo tenemos en el protagonista: su personalidad y manera de actuar (confiada hasta extremo casi infantil) no encaja con el trasfondo que se describe de él (fogueado y experto). Entiendo que el autor ha querido mostrar cómo alguien sabio acaba cayendo una trampa provocada en su excesiva confianza, pero no lo veo en el texto: necesitaría más desarrollo para poder palparse ese hundimiento. Además, como en otros relatos, nos encontramos con una resolución coja, blanda, sin ningún gancho ni giro final. Seguimos apuntados al 4. El texto que está tachado ahí arriba forma parte de la primera redacción: tras el comentario del autor (muchas gracias, David) elimino y reajusto nota. Ahora se lleva un 5.
  17. Bueno, ‘Ruptura sangrienta’ (Rubén Giráldez González) tiene bastante, por no decir mucho, de humor. En otras circunstancias eso hubiera supuesto un handicap, pero tras los últimos relatos me ha resultado agradable. Aunque el cazavampiros se revele como un absoluto cretino incapaz de darse cuenta de que tiene la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Bueno, que me ha divertido, lo que le hace merecedor de un 5.
  18. El inicio del cuento ‘El bolígrafo de plata’, de Yolanda García Ares, sólo lo puedo describir como farragoso. Frases confusas, demasiado enrevesadas. La idea de vampiro-sombra se me hace muy atractiva, inquietante y original, pero por desgracia el estilo se convierte en una rémora. El relato avanza y, si bien hay escenas interesantes (como la forma en la que descubre el corazón de la sombra), la manera de describir pesa demasiado. Lo bueno (el original concepto de vampiro, así como la manera en que interactúan víctima y agresor) con lo malo (ese estilo demasiado enrevesado, que además sufre de un exceso de ‘seres’ y de ‘mentes’) quedan equilibrados, llevándose el cuento un 5.
  19. El nivel desciende mucho con ‘El vampiro de Lódz´’ (Fran Chaparro). El texto está narrado con suma torpeza, plagado de frases hechas, adjetivos manidos, expresiones torpes y el lógico abuso de los verbos comodín. Peca del mayor defecto posible en esto de la narración: mucho contar pero nada mostrar. En la redacción incluso uno se encuentra con frases que carecen de lógica y no se sabe cómo agarrarlas: ‘Siempre tras morderles en el cuello y sorberles la sangre –la vida–, las violaba; antes, durante o después de acabar con ellas’. Empeñado en el contar, no mostrar, el relato se acaba hundiendo en un pozo del que el lector sólo puede escapar cuando pasa de página y llega al siguiente cuento. Éste sólo se puede llevar un 3. El autor necesita muchas, pero muchas más tablas.
  20. Seguimos con un mal nivel de mano de ‘La otra bitácora del Deméter’, de Alejandro Morales Mariaca. Texto en extremo torpe, con pasajes que de incongruentes rozan lo demencial. No se nota el espíritu marinero que por ejemplo hay en las obras de Hodgson: todo parece artificioso, exagerado y demasiadas veces fuera de lugar. No basta echar mano de una de las escenas más potentes de Drácula de Stoker para conseguir que funcione un texto. Además el estilo, torpe y chusco, a veces da la impresión de tratarse de que en origen se ha escrito con lenguaje sudamericano pero que luego se ha pasado, sin éxito, a un estilo neutro. Lamento tener que ponerle un 3.
  21. Por fortuna la cosa mejora, y mucho, con ‘Selección laboral’ (de Korvec). Hay algo de abuso del verbo comodín ser, junto a algún que otro defecto que describo en mis reglas, pero… el texto posee un ritmo y un saber hacer (aunque de manera algo rudimentaria) que ya le gustaría a los textos anteriores. Hay un detalle que me ha llamado la atención y que no he llegado a comprender: la oleada de ratas ¿huye o busca algo? La primera vez que la describe, y a lo largo de gran parte de la escena, me da la impresión de que huyen; pero cuando llegamos al colofón, con ese juego de cambios de dirección, creo entender que no están huyendo sino buscando lo que encuentra el protagonista. Ojalá algún día me lo explique el autor. El final falla (se podría haber logrado algo menos apresurado, menos simplón) pero aun así deja buen sabor de boca. Se merece un 6 y mi enhorabuena a un autor que si quiere, si practica y se esfuerza puede dar que hablar.
  22. La calidad del cuento anterior por desgracia hay que considerarla un espejismo tras el cual volvemos a adentrarnos en el desierto. De ‘Y al sonar de las trompetas’ (Jesús López Chaparro) sólo podemos decir que se trata de un texto torpe, muy torpe. Plagado de expresiones tópicas, con escenas mal llevadas y nulo sentido de la tensión. Por no hablar de que no muestra, sino que se limita a contar, y a hacerlo sin gracia. Uno acaba mareado ante la resolución de las escenas. Hay detalles que pretenden justificar ciertos detalles de la trama, pero que se revelan como un nuevo despropósito. Por ejemplo el tema de la palanca de cambio sin cabeza y afilada: sirve para hacer que el protagonista se haga una herida en la mano, ésta le sangre y la criatura se pegue a la ventana. Ahora pensamos un poco y… ¿quieres decirme que lleva conduciendo todo ese tiempo con la palanca de cambios así de mal? Lo lamento pero de nuevo tengo que poner un 3.
  23. Si hay algo que agradecer a ‘Madre’ de Francisco José Palacios Gómez eso es el tratar de huir del vampiro clásico. En su lugar ha planteado un escenario que hereda bastante más de Lovecraft que de Stoker. El horror proviene de las estrellas y posee tal poder que la humanidad poco puede hacer ante él. ¿Nos suena, no? Pues sí, un ligero toque de horror cósmico nunca viene mal. A eso hay que añadirle que me ha recordado un poco a Soy leyenda de Matheson, libro que adoro. Sólo por eso, por hacerme recordar esa obra, ya agradezco la lectura. El estilo mejorable pero no por ello molesto podría recibir un comentario muy similar al de ‘Selección laboral’. Un poco más de tablas y seguro que queda algo muy digno. El pero lo tenemos, otra vez, en un final mal resuelto: los relatos cortos, al menos desde mi punto de vista, deben poseer un final chocante, que deje al lector trastocado. Un texto de extensión tan corta no debe poder diluirse y dejarte tan tranquilo. Aun así se agradece el cuento y le otorgo un 6.
  24. Admito que ‘Fluyendo en las ondas’ ( Javier Arnau) me ha dejado algo descuadrado. De entrada la deformación profesional me has hecho que me tome a coña (por no decir que me ha hecho sonreír) toda esa charlatanería del ordenador, las carpetas y el virus. Cuando ha soltado esa estupidez de ‘creo la excepción en el firewall’ a punto he estado de soltar una carcajada. Pero bueno, supongo que para alguien que no tenga mucha idea de ordenadores esa cháchara le resultará creíble: aceptamos pulpo como animal de compañía y seguimos. Como ya he dicho por aquí más veces, me agrada el intento de hacer meta–literatura. Sí, aquí la disección del mito de vampiro se queda (por decirlo de una manera suave) bastante en pañales. Pero para que este relato funcione tampoco se exige un árbol genealógico de los amigos vampíricos. Dejando aparte esto, debo decir que la sección del cuento que más me ha gustado (quizá por su estilo más clásico) es la ‘narrada’ por la entidad. Más allá de esa parte no le he encontrado interés al relato. Como intento de acercarse al mito del vampiro desde una perspectiva diferente me ha parecido interesante, pero nada más. Por ello le otorgo un 5. A ver si el señor Arnau profundiza más en ese escenario… pero que no caiga en la tentación de marcarse un Faby.
  25. El colmo del abuso del verbo ser lo encontramos en ‘Jauría’, de Estaban Di Lorenzo. A eso hay que añadir alguna escena poco menos que surrealista. La primera y quizá más chocante la encontramos al inicio del cuento: a uno de los protagonistas le toman por muerto y acaba en una bolsa de cadáveres. Despierta de su estado y se sienta. Hasta ese punto no se podrían plantear muchos peros. Bueno, para los que conocemos cómo son los sacos que se usan para envolver un cadáver (las modernas mortajas plásticas, o ‘bolsas’) sí que hay problemas, pero entiendo que no todo el mundo ha manipulado una mortaja. Lo incongruente de esa escena lo encontramos en el detalle de ‘se sentó’, sobre todo cuando unas líneas más adelante se le describe como un lisiado medular grave que tiene la mitad inferior del cuerpo paralizada. Toda una proeza sentarse estando dentro de un saco contando con una lesión medular. Pero bueno, dejemos de hablar de menudencias de un tiquismiquis como yo. El cuento está narrado con suma torpeza, sin duda por alguien al que le faltan todavía muchas, pero muchas tablas. Esperemos que para la siguiente haya mejorado. Mientras le tengo que puntuar con un 2.
  26. Y de lo peor pasamos a lo mejor: ‘Juanito el raro’ de José Reyero me ha parecido una auténtica delicia. Narrado de manera casi perfecta, el cuento se basa en un monólogo. Pero allí donde otros podrían fracasar el señor Reyero sabe darle al protagonista una voz que posee tal riqueza que no sólo no aburre, sino que invita a leer sin parar. Poco más decir de esta pequeña joya. Se merece un 8. Sólo impide que se lleve un 9 el final (sobre todo el último párrafo), que me parece demasiado traído de los pelos. Aun con todo hasta el momento, sin duda alguna, destaca sobre todos los demás. Enhorabuena al señor Reyero.
  27. No sé qué pensar del título de ‘Las vampíricas lágrimas de amor de Mike Chall-eco y Rebeca de Nylon’ (Rafael Sadoc). Supongo que los nombres forman parte de algún chiste privado, porque más allá de que se me hacen ridículos no les veo ni gracia ni sentido alguno. Pero dejando a un lado esas menudencias a mi gusto el cuento empezó mal, tan mal que estuve muy tentado de pasarlo por alto. Pero tengo la tonta idea de que, ya se tratara de un truño o de una joya, todo cuento publicado ha supuesto un esfuerzo para alguien y por tanto se merece el mínimo respeto de leerlo. O al menos de intentarlo. Al tratarse de un cuento tan corto hay que leerlo. Su extensión tan reducida sirve para algo: demostrar cómo el abuso de epíteto se puede cargar un texto. Epítetos por todas partes, implacables, asfixiantes, anodinos o incluso inapropiados. No se puede poner por norma los adjetivos delante de los nombres, o al menos no de esa manera tan machacona. Tema aparte, lo narrado: quizá a otra gente le atraiga ese tipo de historias; a mí me repelen. Con todo ello se lleva un 3.
  28. ‘Ravenous, phantom der nacht’, de Israel Santamaría Canales, entra en la misma categoría que ‘Jauría’, ‘Y al sonar de la trompetas’ y otros cuentos ya reseñados. Torpe, plagado de defectos formales, se limita a contar lo que pasa (y además de una manera no directa sino aturullada). Leyéndolo casi da la impresión de estar ante un borrador escrito a vuelapluma, sin repasar nada, sólo anotando ideas que luego habría que trabajar. Antes de acabar quiero volver a decir algo que ya he dejado caer en otras reseñas: ¿por qué el uso de nombres extranjeros? ‘Ravenous’ como tal no aporta nada al cuento. Y eso sólo hablando del nombre del vampiro. Lo de ‘phantom der nacht’ ya me ha parecido mucho más que fuera de lugar. ¿A santo de qué viene eso en alemán? ¿Quiere emular a Chris Pohl con sus ñoñerías vampíricas alemanas o qué? Sobra, sobra del todo. Lo siento, pero debo ponerle un 2.
  29. Y seguimos con montaña rusa, esta vez subiendo con ‘La reina niña’ de Javier Fornell. Un relato que, salvando detalles estilísticos puntuales, posee una calidad similar a ‘Juanito el raro’. Sí, el registro no tiene nada que ver, pero se nota que el señor Fornell tiene idea del manejo del idioma y de cómo hay que aplicar el ritmo. Buen cuento, que se lleva un muy merecido 8.
  30. Descendemos de la montaña rusa con un texto medianito. Esa noche salí con mis amigas (Guadalupe Eichelbaum) pretende sensibilizar al lector buscando mostrar un aspecto humano de la criatura, pero que por desgracia se queda a medio gas. Algo en el texto no me ha acabado de enganchar. Se me ha hecho no solo demasiado telegráfico (contar en vez de mostrar), sino dotado de cierto aire a tópico, a melodrama. Supongo que de nuevo no entro en el lector objetivo de este tipo de historias. Pero, a modo de anécdota, decir que las frases iniciales pesan demasiado. Sobre todo la relativa a ‘lo que se repite todas la noches’: se me ha hecho obvio el final. Entiendo que ese tipo de recurso (la referencia cíclica para enlazar inicio y desenlace de un cuento) se suele usar para dotar de consistencia y aire obsesivo al texto a base de reiteración. Admito que a mí mismo me gusta usarla: mazazo tras mazazo al lector a base de anáfora. Pero a veces ese recurso se puede volver en tu contra, haciendo obvio el camino que vas a seguir. Me enrollo. El cuento además posee el ya típico defecto del exceso del ‘ser’ (con diferencia el problema que más cuesta eliminar), pero para resumir decir que se merece un 5.

Coño, que llega el filo de la media noche y tengo que acabar la reseña. Ale, allá vamos.

Para resumir, una recopilación irregular. Contiene textos muy dignos, incluso sobresalientes, junto a otros que… no, pues no. La nota media final, muy engañosa por esa diferencia tan grande de calidad de los textos, queda con un 4’6 4’63 un poco triste. Pero por favor, que ese número no haga olvidar textos como los de Montiel de Arnáiz, Nieves Delgado, Roberto García Cela, Javier Fornell o José Reyero.

Un saludo.