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Stephen King – El viento por la cerradura

—Oye, tengo una cosita…

—¿Con qué letrita?

—Déjate de tonterías.

—Has empezado tú. Dime, ¿de qué hablas?

—Un cuento. De unas sesenta mil* palabras.

—Un cuento, jodío. Uno de los tuyos.

Ya tú sabes

—Bueno, vale. ¿Y?

—¿Qué va a ser? Pues que quiero publicarlo.

—¿Pero no tienes nada más?

—Ahora mismo no.

—Pues lo veo complicado. Con esa extensión y tu nombre hace falta o más compañía, dos o tres cuentos de igual extensión…

—Como en Todo os…

—Sí. O eso o que por lo menos duplique las palabras. ¿Seguro que no tienes nada más?

—Joder, no. Ya sabes que ando con esos guiones y con…

—No me cuentes tu vida. Así no lo puedo publicar. Aunque seas tú.

—Y eso que no te he dicho el resto.

—Ah, pero ¿hay más?

—El cuento es infantil.

—Anda, ¡no jodas! ¿Tú? ¿Te ha dado por hacer un Barker o qué?

—No necesito que mientes a nadie más.

—Sesenta mil, ¿y además infantil? Nope.

—¿Seguro?

—¿Así? Segurísimo. Ya te he dicho que para un único cuento de entrada necesito más palabras. Anda, majo, dale una vuelta y ven con algo más sustancioso.

—Vale…

Unas semanas después.

—Hola.

—Hola. Me pillas liado pero bueno, siempre tengo tiempo para mi gallinita de los huevos de oro. Dispara.

—¿Te acuerdas del cuento que te dije la otra vez?

—Tío, aunque no lo creas no eres el único ególatra con el que hablo…

—El infantil.

—Ah, sí. Dios, ¿ahora qué?

—Lo he modificado un poco y…

—Cien mil. Cien mil palabras por lo menos… y aun así lo de infantil no me encaja con tu nombre.

—He hecho los deberes, ¿qué te pensabas? Para mí cien mil es como mil para otros.

—Vale, sí, lo que digas. Quiero verlo.

—Toma, aquí tienes el manuscrito. Pero antes de que te pongas con ello te aviso: he logrado meterlo en La Saga. Y te juro que encaja.

—¡No jodas! Pero ¡qué demonios pinta un cuento infantil en La Saga!

—Lo tienes encima de la mesa. Léelo y calla. Y luego me lo publicas.

—¿Pero sigue siendo infantil?

—Sí… y no. Tenías razón: mi nombre pesa demasiado, incluso a mí mismo. Al final he metido mi marca de la casa.

—El rojo.

—Por supuesto. Hay rojo.

—Pero sigue siendo infantil.

—Bueno, sí y no. Digamos que se ha convertido en un cuento para niños adultos. Tiene un poco de Melmoth.

—¿De melqué? Te he dicho mil veces que mi no me vengas con esas jergas tuyas raras. Bueno, da igual. Lo leeré, y si tiene un mínimo de calidad lo meteré en el horno. Cabrón, al final siempre me lías.

—Por supuesto: no hay nadie mejor en eso. Al fin y al cabo soy el rey, ¿no?

*La cifra está puesta a ojo de buen (o mal) cubero.

Pues sí, culebras. No os habéis confundido: eso que acabáis de leer es otra reseña. O al menos parte de ella. La verdad, esta pequeña tomadura de pelo titulada El viento por la cerradura se merecía algo especial. El señor King se ha reído de todos los fans de LTO: ha encapsulado un texto, que muy bien podía tener peso propio e independiente (eso sí, orientado a otro público), en La Saga.

Stephen King - El viento por la cerradura

Stephen King – El viento por la cerradura

A ver: el libro se lee en un santiamén, se hace ameno y divertido. Pero al mismo tiempo el grueso del mismo (el cuento infantil) desentona por completo de las tres primeras novelas. Ojo, he dicho de las tres primeras. En este El viento por la cerradura al fin King hace lo que me temía en Mago y Cristal: nos planta un Melmoth (narración dentro de la narración, dentro de la narración).Y aun así no aburre, como hiciera el tocho de Maturin, lo cual se agradece, por supuesto.

¿Aporta algo a LTO? A mi entender no. Sí, habla un poco de los territorios de Rolando, vemos cómo la sombra de Randall Flagg se alarga, se perfila un poco más al padre de Rolando, descubrimos una nueva especie de mutantes lentos (muy diferentes a los vistos antes), pero… ¿y? No hay nada en ella que no me parezca prescindible, y de hecho nada que aporte al aura que LTO posee desde sus primeras historias. ¿Estorba? Dejando atrás las horas ‘perdidas’ leyéndolo (me di cuenta que contaba como el 4.5 de la secuencia de LTO cuando llevaba leído 1/3 de Los siete samuráis, digo Lobos del calla, con lo que interrumpí esa lectura), tampoco.

En definitiva, que le pongo un 6. Y no voy a entrar en el estilo con el que está escrito, que me repito.

Adiós.

PD: me acaba de entrar cierta curiosidad al ver en la tele un documental de la secta de la Cienciología. En esa secta/estafa uno de los objetivos (una de las metas) que deben lograr los abobados discípulos de Hubbard se llama ‘el claro’, que poco menos que supone una culminación de sus esfuerzos y progresos mentales. Por otro lado, según King en LTO la gente tiene como costumbre decir que cuando uno muere llega ‘al claro al final de la senda’. Quizá se trata de una simple casualidad o coincidencia, pero no me deja de llamar la atención: en ambos casos el concepto de ‘claro’ lleva asociado una cambio de estado, una especie de logro o consecución vital. ¿Tiene King alguna relación con esa secta?

Stephen King – Mago y cristal

Hola, culebras.

Ya acabé la cuarta parte de LTO. Por fin. ¿Por qué digo eso? En primer lugar por el peso que supone acarrear la edición que poseo. Por lo menos kilo y medio de mamotreto inmanejable. Mi columna ha sufrido, mis brazos han sufrido. Todo mi cuerpo ha sufrido al acarrear esa mole. Nunca más compraré un monstruo semejante.

Pero bueno, el ‘por fin’ de antes no se debe sólo a la incomodidad física de leer ese libro concreto. Hay más, sí.

Stephen King - Mago y cristal

Stephen King – Mago y cristal

Este Mago y cristal supone un nuevo descenso en la calidad de la saga. Parece que a medida gana páginas y volúmenes la saga de LTO se vuelve menos interesante. ¿Qué ha pasado con este libro? Empezaré narrando los pros y luego acabaré con los contras.

Los pros:

  • La manera de narrar de King hace que un mamotreto de más de mil páginas se lea sin apenas rechistar. Lo que en otros autores supondría paja (una paja absoluta) con él se convierte en a veces deliciosa ambientación. Sí, en este libro hay mucha paja. La historia se podía haber narrado en menos páginas; pero de igual manera la forma en que nos hace viajar King hace que no nos sintamos aburridos o engañados.
  • El amplio abanico de personajes, pese a su variedad, encajan entre sí creando un todo engranado se diría que a la perfección.
  • La narración en tercera, omnisciente, permite llegar a los entresijos de una historia llena de detalles.

Los contras:

  • Sé que me repito, pero en esta nueva obra peca (a veces mucho) de un cumplir su consejo de los adverbios. No lo diría de nuevo (y lo haré todas las veces que me dé la gana, y más) si no hubiera hecho de esa frase una de los consejos centrales de su Mientras escribo.
  • Desde el momento en que la segunda narración empieza sentí una punzada: ¿estoy ante un nuevo Melmoth? No comprendo la adoración que la gente siente por la obra de Maturin, y me temía un homenaje a ella en este libro. Por fortuna King no hizo un Melmoth… sino algo casi peor.
  • A medida que la narración avanza queda claro que King siente devoción por Tolkien, al punto de introducir como elemento principal del libro una especie de cruce entre un silmaril, un palantir y el anillo único. Rhea parece una bastardización de Golum con Saruman; Rolando una especie de Frodo, contando con su propia compañía. Pero no sólo eso chirría por su falta de originalidad: hay más.
  • La novela de Rolando y Susana (porque al fin y al cabo se trata de una novela dentro de otra) me da impresión de algo que ya tenía por ahí bosquejado y que dijo ‘oño, que me sirve para meterlo aquí’. De hecho esa parte central tiene un componente tan romántico y fuera de lugar (comparándolo con el tono de los otros libros) que me hace pensar en la repelente En algún lugar el tiempo de Matheson. ¿O quizá se trata también de un homenaje a Matheson?
  • Durante toda la historia de Rolando y Susana me chirrió ese narrador omnisciente que lo sabe todo, lo conoce todo, pensamientos y detalles que ninguno de los protagonistas podría llegar a descubrir. ¿Cómo puede alguien narrar de esa manera sus vivencias? Al final de la novela King intenta justificarse diciendo (AVISO: SI NO HAS LEÍDO LA NOVELA NO SIGAS) que todo eso se lo dijo a Rolando la propia bola… pero a mí me sigue dando la impresión de que ha metido con calzador un texto ya existente. Cambia los nombres, añade algunos detalles (como el de los compañeros de Rolando), escribe una parte inicial y un desenlace y ¡ale, listo!
  • De hecho la presencia acción de la bola tiene peso incluso fuera de la narración de Rolando. Voy a dar por válido el tercer homenaje, esta vez descarado, a Lyman Frank Baum, aunque esto ya me suene a chirigota (una chirigota que también me recuerda a otra de esas estafas ensalzadas por la gente: Las estrellas su destino). Cuando los protagonistas llegan a un callejón sin salida ¿qué pasa? Pues nada: ahí está la bola para solucionarlo. Puf. Sí, a veces la sensación de Deus ex machina (algo habitual en la magia) se vuelve excesiva. La suspensión de incredulidad me derrapa cuando me encuentro con textos demasiado ricos en DeM.

Con todo, el libro se lleva un 5 justito. Espero que el siguiente mejore. A ver, que es King: puede hacerlo mejor. Aunque siga cagando adverbios en –mente cada dos por tres.

Adiós.

Stephen King – Las tierras baldías

Hola, ofidios.

Sigo con los comentarios exprés. Digo lo mismo que en el anterior: si cometo faltas por el apresuramiento lo siento. ¡Ale!

Stephen King - Las tierras baldías (LTO III)

Stephen King – Las tierras baldías (LTO III)

Las tierras baldías, tercer volumen de la saga de LTO, se queda a medio camino entre el primer volumen y el segundo. En este la acción se centra sobre todo en el Mundo Medio, pero aun así King no abandona del todo nuestro mundo: debe cerrar la paradoja. Pese a ello el libro tiene un componente mucho más lineal y descriptivo que el anterior. Tenemos un grupo de personajes que van más o menos ‘directos’ hacia la resolución del texto. Eso hace que la novela pertenezca de lleno al género de la aventura, careciendo de ese componente de creación de personajes que tanto me gustó en el anterior volumen. Bueno, sí: se sigue adentrando un poco en su mentalidad, pero salvo los pasajes dedicados a Jake de una manera bastante tangencial. Hablar de Jake significa hablar en buena medida del motor de la novela: todo gira en torno a él, junto a su extraña relación con Rolando. Y de hecho él empieza a dar claves de ambientación que (creo, espero, deseo) tendrán importancia en las siguientes novelas. Entre ellas la rosa y el color rojo.

Al tratarse de un texto más ligero (de más o menos aventura pura, entremezclada con algo de terror) para mi pierde un poco de interés. No quiero decir que esté mal, sólo que no se me ha hecho tan intenso como el anterior. Aquí los personajes ya están dibujados: apenas se nos presentan recuerdos y detalles como los que gozamos en la anterior entrega. Como sustituto a ello en esta novela ganan presencia las descripciones del mundo de Rolando. El Mundo Medio se convierte en un personaje más, desde sus paisajes a su historia, pasando por sus habitantes. En ese sentido hay pasajes de gran interés. Y no me refiero sólo a lo que se ve en las propias tierras baldías, muy lovecraftiano. Muchos otros hacen volar la imaginación del lector sembrando toda una serie de preguntas. Un puñado de ellas, pero no las únicas, llegan de la mano del avión, del oso, de la naturaleza mecánica del Haz, de lo que hay bajo Lud… La relación entre nuestro mundo y el de Rolando me levantan sospechas. Al igual que cuando leí la creación de Arda en el Silmarillion –hace casi veinticinco años– pensé de manera automática en un mundo postnuclear (tengo que volver a leer ese inicio del libro para ver si sigo pensando lo mismo), leyendo este Las tierras baldías no puedo evitar pensar en La Tierra Moribunda. ¿Alguna vez King ha confesado ser admirador de Vance? Porque eso respondería a algunas cosas.

Como detalle decir que al parecer no soy el único que ha visto una relación entre cierto pasaje de la novela y determinada película.

En cuando al estilo, para mi desgracia, he seguido encontrándome con el mismo defecto que en el anterior. No lo voy a repetir: que se lea quien quiera la otra entrada.

King sigue mezclando bien los de estilos de lenguaje: sencillo y directo para el narrador, coloquial y de argot para algún personaje (Eddie en especial) o refinado e incluso culto para Rolando, lo que ayuda a mantener la credibilidad del texto.

Para no extenderme mucho más: el libro decae en comparación con la intensidad del anterior, lo que hace que los defectos en su redacción se hagan más notorios. Como consecuencia de ello le debo poner sólo un 6 de nota.

La primera vez que me adentré en el camino de LTO me quedé aquí: no pude comprar el siguiente libro, Bola de cristal. Cuando empezaron a aparecer el resto me los compré, pero para entonces Bola de cristal como tal había desaparecido, sustituido por el Mago y cristal que leeré a continuación. ¿Qué me encontraré en los siguientes volúmenes? ¿Una jodida historia de amor, como me dijo Ludo hace años hablando de Bola de cristal? Lo ignoro. Solo deseo una cosa: King, por favor, espero que no la hayas cagado con el final.

Adiós.

Stephen King – La invocación

Hola, culebras.

Toca comentario exprés porque carezco de tiempo incluso para estas reseñas. Ale, reseña rapidita, poco menos que a vuelapluma. Lo digo por las posibles faltas de ortografía. Quien las encuentre y la quiera resaltar gracias. Quien se base en ellas para atacarme 😛 ya sabe lo que tiene que hacer: el mundo ‘del interné de las cosas’ es muy grande así que ¡pista!

¿Qué decir de La invocación? Tras un inicio de la saga con evidentes altibajos este segundo volumen tiene su parte de cal y de arena. Hay luces y sombras, si bien las luces predominan sobre las sombras.

Vamos al asunto.

Stephen King - La invocación (LTO II)

Stephen King – La invocación (LTO II)

Las sombras se centran sobre todo en algo que a veces se me ha hecho poco menos que insufrible: los odiosos adverbios modales. Veo que incluso en su etapa madura, cuando ya no podía escudarse en su bisoñez, King seguía fallando en esto. Se me hace extraño leer cómo no es capaz de aplicar su propia regla. ¿Estamos ante un clamoroso caso de ‘en casa de herrero cuchillo de palo’? A mí más bien me da la impresión de un texto a veces poco revisado, en el que el editor –ávido de sacar a la venta un nuevo volumen de King– no se ha preocupado mucho de ese detalle. Al fin y al cabo a esas alturas de su carrera literaria ya vendía bien todo lo que escribía: aun le quedaban años para adentrarse en esa triste época en la que incluso sus notas del baño mientras cagaba se las publicaban (y cierta sección del público las alababa), pero apuntaba maneras. A mí no me paga ni el editor, ni una revista ni el autor para hacer una reseña positiva por fuerza (para eso ya hay por ahí cientos de lameculos que no voy a nombras, por mucho nombre que me venga a la mente. Uno de ellos quedó descubierto, y el valor de su palabra y/o criterio literario quedo por los suelos, al recomendar leer cierta obra), así que digo lo que pienso: los odiosos adverbios modales aparecen demasiado y en demasiadas ocasiones ensucian el texto. Tanto que a veces me poco menos que me han entrado nauseas.

Pero la sangre no ha llegado al río, o el vómito no se me ha derramado garganta afuera. ¿Por qué? Pues porque si la obra falla en la forma (y en ocasiones de manera vergonzante, como he dicho), en el fondo no se le puede sacar el menor defecto. Ya le gustaría a muchos autores actuales, afamados o no (lo siento pero como contraejemplo tengo que poner a dos que me causaron singular disgusto. Aunque quizá, por eso de que no se diga que sólo ataco sólo a lo patrio o a lo ‘menor’, nombro a un tercero moderno y a un cuarto clásico), poseer ese manejo de los personajes así poder dotar a sus trabajos de semejante ritmo e intensidad.

El libro no se lee. Ni siquiera se devora: las páginas se convierten en una puta droga que hay que aplicarse día tras día. Leyendo este La invocación uno se ve arrastrado por el auténtico poder de la narración. Casi se diría que duele alejarse del texto. Hay que hacer cosas, no todo es leer y leer. Pero, la verdad, cuesta apartarse de esta obra.

La manera en que descubrimos a Eddie y nos hacemos unos con él debería entrar en los libros de texto de análisis literario: King, con dos personajes tan dispares, consigue que nos impliquemos en ellos de una manera perfecta. Rolando y su pasado ya lo describió en el libro anterior, en éste lo enfrenta a poco menos su antítesis. Podemos sentir y conocer a Eddie de una manera íntima, marca de la casa de King. Ambos personajes, poco menos que antagónicos, engendran unas sinergias que obligan al lector a seguir y seguir leyendo.

La entrada en escena de Odetta/Detta supone una ligera bajada del nivel: el personaje se me hace un poco demasiado forzado. No sólo por la invalidez (sigo pensando que una persona con ese problema tendría serias dificultades en un mundo como el de Rolando, aunque sólo se tenga en cuenta en el aspecto de movimiento) sino por lo exagerado de su psique. En esa exageración el autor pretende presentarnos un conflicto y un triunfo de la nueva protagonista, pero mientras lo leía me envolvía abandonarme una sensación de artificiosidad. No hace falta semejante cristo para añadir una dama de las sombras, King. Además me ha dado la impresión de que Odetta queda desdibujada en comparación con la arrolladora personalidad de Detta. Algo que no acaba de cuadrar con la final invocación de Susannah: de verdad no hay unión de personalidades, sino un rebautizo de Odetta en Susannah, con Detta convertida en ‘recurso para luego’.

Pero pese a todo King logra tejer una tensión en esa segunda parte que incita a leer y leer sin parar. ¿Cómo lo logra? Mezclando la resolución de problema de Detta con la del tercero en discordia: el señor Mort.

Hay que admitirlo: en la tercera parte King demuestra su gusto (algo que nunca ha negado) por las historias del oeste. En esta tercera parte enlaza con la primera de una manera sorprendente para el lector: de repente nos encontramos de nuevo con Jake, el chico. Este en apariencia hombre gris, de apellido tan mortal, se revela como un factor de importancia tanto en la vida de Odetta como en la de Jake… y de paso, a través de la no–acción, en la Rolando.

Si en la primera obra se adivinaba la existencia de viajes entre planos de realidad en esta segunda esa sospecha se confirma. A ella hay que añadir los lazos temporales, vínculos de causalidad que encadenan las vidas de los protagonistas. De esa manera empezamos a intuir (todavía no me atrevo a decir ‘ver’) que King tiene preparado una enorme y basta red de relaciones. La búsqueda de la torre no se limita a ‘voy para adelante’ sino que se complica en un juego de poderes y personalidades que la engrandecen… y que la hacen peligrar en lo referente a lograr una resolución válida y satisfactoria. En mente de todos está el ‘hacer un Perdidos’. Y sabemos de sobra que el señor King suele fallar de manera estrepitosa en las resoluciones sus novelas. Pero hasta llegar a ese punto final de la búsqueda todavía queda mucho.

La historia de Jack Mort, como he dicho, acaba convirtiéndose en un western en toda regla: lectura rápida y adictiva. Bueno. Pero buenobuenobueno. El relato de paso sirve de contraste entre el mundo de Rolando (y su manera de actuar) y el nuestro. Resulta interesante la comparativa que el autor hace en lo relativo a la manera de entender la justicia y el actuar los alguaciles. Por lado tenemos los modales duros pero al mismo tiempo caballerescos de Rolando, por otro los descuidados, blandos y a veces asesinos de los policías del nuestro, agentes que han olvidado el rostro de su padre, que diría el Pistolero.

En conjunto las tres historias conforman un tríptico absorbente. Una lectura poco menos que obligatoria para todo amante del género fantástico, así como muy recomendable para todo aquel que desee conocer no sólo a King, sino cómo manejar una obra coral.

Una pena esos defectos formales (sigo pensando que se trata de una falta de revisión), que me obligan a puntuar con un 8 algo que muy bien se hubiera llevado un 9. Lo dicho: una pena.

Adiós.

China Miéville – La cicatriz

Hola, culebras.

Redacto esta reseña varias semanas después de acabar con la lectura de este libro. O sea, varias semanas después de la fecha que tiene esta entrada. He estado al mismo tiempo apático, cabreado y ocupado como para ponerme a ella. Así que esta reseña que pongo ahora va a quedar más esquemática que otras.

A lo que iba: La cicatriz de China Miéville.

En general la lectura se me ha hecho agradable, con algunos párrafos de verdad reseñables (por ejemplo el cambio/mutación de cierto personaje). En cuanto al estilo decir que en general no defrauda, directo pero visual. Posee velocidad cuando lo necesita, pero al mismo tiempo lentitud al tratar de describir y crear atmósfera. En ese sentido destaca, por citar un pasaje, la manera de presentar el barrio fantasma. A veces, como se dice ‘por tramos’, la redacción decae acumulando ‘seres’ y ‘mentes’ que luego por arte de magia vuelven a desaparecer. Me da la impresión de que esos trozos son añadidos/reescrituras de última hora.

De lo dicho antes se desprende que el aspecto visual, o más que visual el arquitectónico, adquiere gran peso en algunas secciones del libro. Se nota que Miéville disfruta como yo con lo gótico. Por desgracia en esta novela ese componente arquitectónico aparece más diluido que en Calle Perdido, de la que hablaré a continuación. Porque leer La cicatriz me ha supuesto recordar lo vivido en La estación de la Calle Perdido, la novela con la que descubrí a este autor. Armada posee su propia personalidad, pero mucha menos que Nueva Crobuzón. En ese aspecto Calle Perdido gana por abrumadora goleada.

Pero supongo que eso tengo yo parte de culpa. Calle Perdido supuso no sólo un descubrimiento para mí, en cuanto al autor, sino todo un disfrute en lo relativo a integración de escenario con trama. Con el paso de los años se hace más dulce el recuerdo que tengo de esa novela, que seguro que volveré a leer. Eso me parece bueno, pero tiene sus contrabatidas: la sombra de Calle Perdido es muy larga y eclipsa a La cicatriz, quedando esta segunda obra reducida a un hijo menor. A lo largo de toda la lectura tanto Armada como lo que sucede en ella no me han llegado a emocionar como me sucediera en esa primera novela. Entiendo que buena parte de la culpa la tiene el sentimiento de novedad, de agradable sorpresa, que me embargó con Calle Perdido y que con esta otra novela ya se ha perdido. Aun así he disfrutado, eso no lo puedo negar. Pero (siempre hay un pero) en La cicatriz las intrigas palaciegas poseen mucho peso. Ese tipo de tramas siempre me han dado la impresión de artificiosas y tramposas. La manera de actuar de cierto personaje casi central acaba convirtiéndose en un ejemplo de ‘fintas en las fintas de las fintas’, algo que me cansa y me deja mal sabor de boca. No como ese engaño de La necesidad de Mordant pero con cierto tufillo a ese estilo.

La novela posee un puñado de escenas reseñables, desde la expedición a las profundidades hasta la no–precipitación por el acantilado de agua, por poner sólo dos. Se mantiene cierta influencia de Clive Barker, sobre todo en el caso concreto de Los Amantes, si bien no me atrevo a llamarlo plagio ni ‘robo de ideas’. La verdad, en la fantasía oscura actual que lance la primera piedra quien no haya bebido de una manera u otra de ese genio absoluto.

Otro detalle que me ha gustado en las otras dos novelas que he leído de este autor es el de la conflictividad laboral. En Calle Perdido Miéville plasmó una ciudad y sus conflictos, dibujando una sociedad creíble y compleja. La huelga del puerto me parece de lo más creíble. En Kraken abandonó la fantasía más pura para de llevar esa complejidad a un Londres moderno, sin dejar de lado la conflictividad, que reflejó muy bien. Incluso me atrevo a decir que ese aspecto supone el mayor acierto de la novela. Por desgracia falló de manera estrepitosa en lo relativo a crear una trama creíble y adictiva. Sin embargo ese carácter sindical y reivindicativo desaparece casi por completo en La cicatriz. ¿Siempre hay que hablar de lucha de clases? No digo que siempre–siempre, pero creo que un autor como Miéville ya me lo pide. La manera en la que enfoca las huelgas y el enfrentamiento obrero–patrón me parece una forma perfecta de llevar a un género tan aséptico, ñoño, o desconectado de la realidad como la fantasía temas {que sufrimos/contra los que luchamos} en el día a día.

Que me enrollo. Al final le pongo a la novela un siete. Ale.

Adiós.

AA. VV. – Historias del dragón

Hola, ofidios.

No tengo ni idea de cómo llegó a mis estanterías este libro, pero sin duda no me lo compré. ¿Un regalo de alguien? Pues no lo sé, la verdad. Pero la cosa es que lo he agarrado.

Al parecer, si no me engaña eso del #FFF, se trata de una edición para el Festival Fantástico de Fuenlabrada.

Aclaración: sí, leyendo la nota final del libro me queda claro que es para ese festival, y entiendo que en su edición de 2013.

El relato ultracorto, microcuento, nanocuento o como que quiera decir es un estilo que, salvo para concursos (por eso de que se leen muy rápido, lo que facilita la selección de textos), en España casi ni existe. Si el cuento está desprestigiado frente a la novela, lo de estos apuntes narrativos ya roza lo subterráneo, quedando para fanzines y similar. Y pensar que uno de los grandes del microcuento se estudia (o se estudiaba en mis tiempos) en el instituto: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna no dejan de ser microhistorias de brevedad extrema. Este tipo de textos no dejan de poseer cierto parecido a otras microcreaciones que si no me equivoco en España todavía apenas se conocen: los haikus.

Como el intento de escritor que fui hace tiempo yo mismo he practicado todo eso, tanto la greguería como el microcuento y el haiku. Quizá con esa experiencia de que sé lo que supone esto de la microcreación (lograr que en un espacio ínfimo lograr no sólo enganchar al lector, sino llevarle por un camino concreto para, llegados a final, desconcertarle) he leído con mirada en especial crítica los cuentos de Historias del dragón.

AA.VV. - Historias del dragón

AA.VV. – Historias del dragón

Que la compilación esté presentada por Carlos Sisi se ajusta a un intento de darle tirón comercial al producto. Algo que en mi caso, y en aras de lo único que he leído de ese autor, poco éxito tiene. No voy a hacer que esa presentación lastre el contenido. Al fin y al cabo los 109 textos recopilados puede que tengan poco o nada que ver con Sisi.

Lo dicho, he leído los 109 textos con el ojo crítico del que se ha peleado (lápiz y papel en blanco) con este estilo de creación. Al empezar me puse una cifra como umbral de valoración: que un 10% del contenido tenga una calidad media–alta. Eso deja un 90% de falta de originalidad, mediocridad y morralla, siempre desde mi punto de vista.

No voy a hablar de lo malo: entre los nombres presentes en la compilación sin duda hay mucho aficionado o principiante. Ellos tienen por delante todo el tiempo del mundo para mejorar y madurar. Les animo a perseverar.

Pero debo resaltar los textos que a mi gusto más me han llamado la atención.

  1. ‘Inocencia’, de Joe Álamo, encaja poco más o menos en mi idea de lo que debe tener un microcuento standard: visual, directo, introduciendo al lector en una escena concreta con agilidad pero sin caer en lo simplón, y con un final que rompe la línea del cuerpo del texto.
  2. Con ‘Pléyone y Atlante’, de Helen C. Rogue, me da la impresión de que algo se me escapa. He tenido que navegar para descubrir la historia de los protagonistas. Me gusta eso de que se usen palabras o conceptos que con su mera mención ya aporten toda una historia. Aunque luego la mención final a la guerra en el Olimpo me descuadre. Y sin embargo me deja buen sabor de boca.
  3. ‘La niña perdida’, de Francisco García Jiménez, cuento dotado de un toque surrealista (en el sentido de lo macabro) que me ha gustado.
  4. ‘El extranjero’ (Daniel Garrido Castro) aparte de bien escrito posee un mensaje potente.
  5. ‘El milagro’ de Patricia Mejías, aunque entra un poco en el tópico tiene una idea e imagen de base potentes.
  6. Debo reconocer que me ha hecho gracia ‘Hombre y máquina’ (Salvattore Mon): tan humano como ridículo y real.
  7. Sabes que estás entrando en un juego del engaño, pero aun así sigues. Bien. Hablo de ‘La primera vez’, de Montse N. Ríos.
  8. De ‘La grieta’ (de Sergio Pérez-Corvo🙂 debo decir que siento cierta afinidad hacia él dado que relato posee un estilo muy similar al que yo usaba.
  9. ‘El último caminante’, de Aitziber Saldias, con una mejor redacción–puntuación (el texto más repartido en párrafos, por ejemplo) entraría entre los mejores del libro. Bueno, de hecho al aparecer en esta lista ya está entre ellos.
  10. Respecto a ‘Guerrero de Marte’, de Ramón Dan Miguel Coca, sólo puedo decir que esa tontería (por inocente y juvenil) me ha hecho mucha gracia, lo que ya es mucho.
  11. Acabamos con ‘Reloj, tiempo y olvido’, de Valjean, un cuento que demuestra que un simple y buen diálogo lo puede decir todo.

Un par de cosillas más. Los relatos ‘Caernhenn’ (Víctor Conde) y ‘Victoria contra los desahucios’ (J. J. Castillo) puede que tengan algo similar a ‘Pléyone y Atlante’, que jueguen con referencias concretas. Pero si existen no he sabido/podido encontrarlas, lo que los convierte en fallidos. Pero ojo, que es muy probable que el fallo esté en mí, por ciego y torpe.

De las ilustraciones me han gustado ’Contigo y los otros’ de Sebastián Cabrol (muy a lo Cosa del Pantano, con un aire muy profesional), ‘La mala mujer’ de Guiomar González (infantil pero potente), ‘Ventanas de la percepción’ de Marlene Llanes (con ese ligero toque Escher), ‘Noche lluviosa’ de Hugo Salais (quizá la culpa la tiene esa escolopendra que no lo es, pero algo me obliga a mirar el dibujo de vez en cuando) y ‘–¿Qué hacen? / –Me están mirando’ de Soraya Santamaría (todo un nanocuento en sí mismo. Perfecto).

Haciendo un poco de estadísticas, si yo esperaba encontrarme un 10% de relatos satisfactorios (unos 11, redondeando al alza) el número final asciende a ¡once! Eso hace un porcentaje de un 100% sobre el mínimo esperado. Mis felicitaciones a los nombrados y ánimo a los no nombrados (entre los que se encuentran varios nombres famosos, demostrando que esa fama no va acompañada siempre de buenos textos), a seguirlo intentando.

Un saludo.

Robert E. Howard – Conan el aventurero

Hola, culebras.

Un poco de aire fresco, lectura rápida tras la profunda y densa anterior. Para eso el amigo Conan siempre viene muy bien. Este volumen contiene cuatro relatos. En el índice pone que pertenecen a L. Sprague de Camp, pero la autoría real le correspode a Howard. De hecho de Camp sólo mete mano en ‘Los tambores de Tombalku’, relato póstumo redactado a base de apuntes dejados por el tejano.

Robert E. Howard - Conan el aventurero

Robert E. Howard – Conan el aventurero

  1. ‘El pueblo del círculo negro’. Por mucho que Leiber diga, el cuento (más bien novelette) me parece un ‘más de lo mismo’ en lo relativo a los relatos de Conan. Se lleva un 5 raspadete, y bastante.
  2. ‘La sombra deslizante’. Y de nuevo le llevo la contraria, al menos en parte, a Leiber. El cuento es pasable. ¿El peor de Howard? No lo podría decir dado que ahora mismo tengo cierto cacao entre todos los que he leído del tejano y de sus discípulos (pero mucho mejor que cierta morralla intragable). Lo que sí que hay que decir es que tiene una enorme falta: la atmósfera inicial (alienante y extraña) recuerda demasiado a ‘Clavos rojos’. Tras ese arranque muy interesante el cuento deriva en un continuo ‘que te pego, leche’. De nuevo pongo un 5.
  3. Con ‘Los tambores de Tombalku’ se podría decir que tenemos dos relatos por el precio de uno. Dos historias en una, dos aventuras que pese a estar enlazadas entre sí muy bien podrían haber aparecido de manera independiente; de hecho en los cómics se narra poco menos que en innumerables ocasiones escaramuzas similares. Tenemos una mezcla de ambientes y parajes: desde los extraños (aunque algo semejantes a los de ‘La sombra deslizante’) a los desérticos de la época de los zuaguires, pasando por brujería e incluso un Conan entronizado. Un enorme fallo de este cuento lo tenemos en las descripciones de las dos naciones en las que transcurre la historia: puedes decir mil y un veces que están ‘perdidas y olvidadas’, pero si haces que un sólo personaje las encuentre en el plazo de unos días y sin recorrer mucho espacio (un par de días a lomos de camello) entre una y otra… algo falla. Casi da la impresión de que más que perdidas estaban dejadas de lado por el resto del mundo adrede: como si las vieran y las rehuyeran. Vamos, como una especie de Nadsokor. Pero no, que nadie había podido encontrarlas en cientos de años, nadie menos los protagonistas, oye. Pese a ello el cuento me ha dejado bastante mejor sabor de boca que los anteriores, por lo que se lleva un 7.
  4. Leyendo ‘El estanque del negro’ volvemos a adentrarnos (por cuarta y última vez en este libro) al esquema de ‘exploración que lleva al descubrimiento de una raza perdida’. Todo muy lovecraftiano pero al mismo tiempo –al menos en los dos primeros tercios del cuento– bastante maquinal. Por fortuna ese tono ‘a lo Lovecraft’, sobre todo al final, hace que el texto resurja: no se limita a mostrar ‘lo primigenio’ en forma de de la enésima raza perdida sino que añade detalles que encajan con el horror cósmico que se estaba engendrando en la época en la que se escribió el relato. Todo un cuento a media camino entre ambos géneros. Merece un 7 como nota.

A modo de comentario final decir que la edición tiene algunos defectos, con unas pocas frases raras o forzadas. Nada que enturbie demasiado la lectura, y sin duda a años luz de los despropósitos de otras editoriales.

Ah, sí, la media de la valoración: un correcto 6.

Un saludo.

Philip K. Dick – El hombre en el castillo

Hola, culebras.

No sé si este es el tercer o cuarto libro de Dick que leo. A ver, hagamos memoria: Sivainvi (una rayadura sin pies ni cabeza, fruto de las drogas), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (muy inferior a la película), Clanes de la luna alfana (un ‘psché’ descomunal), La penúltima realidad (una obra menor)… creo que ya. ¿Todavía me queda lo mejor por leer? Pues puede que sí, pero el resultado de este El hombre en el castillo no ayuda lo que dice mucho a tomar entre manos otra novela suya. Supongo que si regreso a Dick será para atacar a sus relatos.

Pero vamos a lo que vamos: El hombre en el castillo.

Desde el primer momento (y de eso han pasado años) sabía que se trataba de una ucronía. Pero conociendo al autor me imaginaba una serie de aventurillas más o menos lisérgicas en las que la realidad (o la percepción de la misma) apareciera distorsionada por x razones.

Pero mira por donde no es así. O al menos no del todo.

El libro sí que cuenta con sus pasajes lisérgicos, sobre todo con la putísima mierda del I Ching. Sí, digo ‘putísima mierda’ (sic) porque me repateaba cada vez que aparecía, el ver a gente (personajes) dejando sus acciones al albedrío de algo tan irracional como un puto horóscopo. Lo siento, pero detesto sobremanera esas estupideces, y más si veo que parte del comportamiento de unos individuos (aunque sólo se trata de personajes de papel) dependa de ellas. Llamadlo odio irracional. Lo admito. Y lo digo como alguien que en mi preadolescencia ha usado el I Ching. Hasta que, al cabo de poco tiempo, vi el soberano sinsentido de ello.

Luego el libro tiene su par de ‘momentos Dick’, idas de olla marca de la casa (como por ejemplo la asociación y deriva de ideas de del señor Tagomi en el parque) sin las que la obra no acabaría de pertenecer al autor. Pero esas idas de olla por fortuna no ocupan mucho en el libro, quedando… ¿qué queda?

El punto fuerte del libro para mí está en presentar la vida de esos EE.UU. conquistados y divididos desde los puntos de vista de simples civiles, tanto ‘aborígenes’ como invasores. Dick enfrenta las tres culturas (japonesa, alemana y norteamericana) a la situación sociopolítica del país, desde las altas esferas hasta la más real de a pie. Se ve a los personajes como gente más o menos normal y que se enfrenta a esa situación en gran medida chocante: la de una país que desde la 1ª Guerra Mundial había intentado avanzar hacia una primera división política y económica, que luego era golpeado por la depresión del 29 y que ante la presumible gloria de vencer en la 2º Guerra Mundial se ve humillado e invadido por sus enemigos. El Gran Sueño Americano arruinado por los poco menos que esquizoides Fritz y los hieráticos y despectivos Katos. De los pringados Benitos mejor ni hablar.

Sí, en la obra hay un poco de intriga, tanto política como un poco más ‘gruesa’, pero lo que de verdad me gustado ha sido cómo evoluciona Childan, o la manera de humillarse y hundirse de los socios Frink y McCarthy, o la fortaleza de Juliana, comparable a la interior de Tagomi. Incluso la del matrimonio japonés, sobre todo el marido (un ejemplo de ‘fintas en las fintas de las fintas’). A la porra las tramas de aventuras y vivan las miserias de los personajes.

Philip K. Dick - El hombre en el castillo

Philip K. Dick – El hombre en el castillo

El auténtico hombre del castillo al que se refiere el libro, como no podía ser de otra manera, encarna al propio Dick. Mira que es previsible a veces este tío. Dicho personaje de nuevo queda arruinado por la importancia que en él posee el I Ching. Tanto es así que, al menos en mi caso, tira por tierra toda la novela de La langosta se ha posado. A ver, meter que el escritor tuviera acceso a la realidad alternativa que plantea en la novela a través de puertas/visiones/marcianos/inspiración–divina es una cosa, muy diferente a la que luego narra, que hace de la novela–dentro–de–novela una realidad poco menos que espuria.

Aparte de la obra como tal, debo hablar de la edición. Yo tengo una de Minotauro, más o menos reciente. Y resalto reciente. ¿Por qué? Pues por la cantidad de erratas y texto mal traducido: da la impresión de que la traducción inicial de Figueroa (1974) la han dejado tal cual se hizo entonces, sin corregir los defectos tanto de fondo como de forma. ¿Para eso han pasado casi treinta años, para que nadie se preocupe de revisar los errores? A ver, que ha habido numerosas reediciones desde la inicial como para que se solventes los defectos. Joder, que me parece muy triste que ni un clásico como éste se libre de la despreocupación editorial. Por favor, un respeto a los lectores (y al autor, aunque esté muerto) y corrijan los defectos de la traducción. A ver si para la edición del 60 aniversario…

Pero pese a todo, con sus pros y sus contras, el libro se lleva un 6. Espero que con los cuentos –que algún día leeré– la cosa mejore.

Saludos.

AA. VV. – Cuentos para Algernon: Año I

Hola, ofidios.

Tras la magnífica lectura anterior (que me ha servido para reivindicar que sí que hay gente que sabe escribir terror en este país), y tal y como les dije en su momento con el twitter, me iba a poner a leer una recopilación de factura patria. Tenía las opciones de Terra Nova 1 o este Cuentos para Algernon: Año I. Dado tan loable esfuerzo que Marcheto, el recopilador, ha hecho brindándonos gratis esos textos he optado por Cuentos para Algernon: Año I. Aquí dejo la página de donde descargar la compilación.

Pero vamos al grano.

  1. El libro arranca con ‘Quedarse atrás’, de Ken Liu. Ya sólo al leer la primera frase uno intuye que el relato promete: puro shock. ¿Qué el término de ‘singularidad’ no acabe de encajar con lo que luego se descubre que ha sucedido? Da igual. Y lo hace gracias a la soberbia historia que Liu nos presenta. El relato, carente de artificios narrativos (aunque no peca de defectos graves de forma) ni argumentales, sin embargo sabe pintarnos y sumergirnos en un mundo decadente y sobre todo humano. Haciendo un buen eso de economía narrativa tenemos tanto un trasfondo bien narrado como una situación personal y humana creíble. Y por desgracia más cercana: cualquiera que sea padre de un niño en esta época conoce y teme el poder de internet sobre las mentes inmaduras. El único pero que le veo al relato es su predictibilidad, lo que no impide que le otorgue un 8.
  2. Con ‘Un diez con una bandera’ de Joseph Paul Haines nos adentramos en un mundo que, leyendo las primeras páginas, me recordó un poco a ese cachondo, magnífico y orweliano juego de rol llamado Paranoia. Pero este texto no posee el menor sentido del humor sino que aquí la sociedad de castas está revestida de auténtico drama. El relato no está nada mal, pero me parece un error editarlo justo seguido de ‘Quédate atrás’ por la similitud de la premisa base: la defensa de la relación padre/ hijos en un mundo en el que los padres no tienen el control suficiente. Con esto no quiero decir que el cuento se me haya hecho malo. Al contrario, posee esa mala leche que me encantaba plasmar en mis textos. Sólo que los dos relatos, tan seguidos, me chirrían. Pero vamos, por lo demás otro 8.
  3. Por más que loen este cuento de Tim Pratt, ‘Otro final del imperio’ me ha dejado bastante frío. Como chanza, como cuentecito para pasar el rato, no está mal. Pero a mi gusto da para poco más. Quizá se deba a esa manera de narrar socarrona, que me impide tomarme en serio lo que me cuentan. Nunca me ha apasionado leer textos de humor, y este posee bastante de ello. Lo dicho, se deberá a mi mala predisposición a este tipo de narración, pero apenas puedo darle al cuento más que un 6.
  4. Slipstream dice la antologista, que ‘este relato ni es ciencia ficción ni terror ni fantasía’ (sic). Sin embargo todo amante de Los Mitos sabrá identificar lo que hay en ‘Radiante mañana’, de Jeffrey Ford. Se trata de un cuento que cruza esas aguas poco frecuentadas de la metaliteratura, intentando adquirir profundidad al relacionar lo narrado con la figura (para mí sobrevalorada) de Kafka. Pero, aunque se hable una y otra vez del vienés, el auténtico protagonista de este cuento no nació en Europa sino en Norteamérica. Porque pocos lectores de este cuento podrán evitar pensar en otro escritor, uno de menor fama que Kafka (al menos entre el vulgo) pero aun así de igual –si no mayor– importancia en la literatura: Lovecraft, el genio de Providence. Leer este texto supone recordar una de sus dos más famosas creaciones literarias, el Necronomicón. Porque al fin y al cabo este ‘Radiante mañana’ no pasa ser una especie de pastiche de los mitos, englobado en el puñado (por decir una cifra al azar) de textos inspirados y centrados en el libro maldito. Nada novedoso, ni en el argumento ni en la resolución. Habiéndolo leído justo antes, para disfrutar con textos sobre libros malditos me quedo con la novela de Cañadas antes que con este cuento. Además, y de nuevo entro en la apreciación personal, no me acaba de gustar la forma en que el autor se mete a sí mismo como parte de la trama. Excesivo afán de protagonismo, diría yo, y del todo sobrante. Bueno, con todo el cuento se lleva un 5.
  5. Debo admitir que no le he acabado de pillar ‘el truco’ al cuento ‘La hija de Frankenstein’, de Maureen McHugh. Me parece un poco vacío, sobre todo lo relativo al hijo, que le veo estirado, forzado y al final artificioso. Sólo con la historia de la madre me bastaba de sobra para ‘tener cuento’. Tampoco me ha hecho falta leer el comentario de Ted Chiang, incluido tras el relato, para saber que tenía delante una historia de cifi. Sí, Chiang no es santo de mi devoción, y ese comentario no hace sino recalcar de nuevo su condición de bluff sobrevalorado de tres pares de cojones. Le pongo un 5.
  6. Tras leer ‘26 monos, además del abismo’ de Kij Johnson y viendo que este relato a resultado ganador del Premio Mundial de Fantasía el año 2008 me queda claro (otra vez) que mis criterios no se ajustan a los de los jurados de los premios. El cuento no me ha dicho nada. Pero nada de nada. Se basa en una anomalía que durante un tiempo preside la vida de su protagonista, anomalía que de hecho se introduce en su vida a modo de maldición gitana y que sale de la misma de igual manera. Entre medias ¿el personaje crece o evoluciona? No, porque no considero evolución el ligarse un novio mucho más joven que ella. ¿Un relato corto en el que el protagonista no evoluciona? ¿Y lo premian? ¿Estamos tontos o muy tontos? Lo leo, pienso en lo que he leído y sigo sin comprender qué le han visto, la verdad. Y como me pasa eso debo otorgarle, lleno de incomprensión, un 4.
  7. Pero por fortuna se puede decir la vida es contraste, un caleidoscopio de sensaciones. Así, lo que a algunos agrada a otros se les hace anodino, y al revés. Un ejemplo lo tenemos en ‘Las siete pérdidas de Na Re’, de Rose Lemberg. Seguro que a más de uno, quizá los jurados de ese Premio Mundial de Fantasía el año 2008, no les gustase este pequeño cuento. Sin embargo en mi caso he estado a punto de aplaudir al acabarlo. Menos mal que me he reprimido porque no era ni el lugar (estaba en un vagón de metro) ni el momento (durante plena hora punta). Cuento lírico y emotivo, una pequeña maravilla, toda una delicia. Poco me importa el hecho de que no le encuentre relación con el género fantástico (ojalá la editora me llegue a explicar dónde o qué tiene de fantástico este cuento): ese detalle no empaña la calidad indudable de lo narrado. Un texto memorable, bello y que emociona. Un 9, le pongo un 9. Quien me lee sabrá que esa puntuación se la he puesto a muy pocas obras. Contadas con los dedos de una mano. Y me sobran muchos dedos. Pero es que me ha parecido una auténtica delicia, de verdad. Ese relato sí que lo veo merecedor de premios, y hablo de premios serios, más allá del mundillo endogámico del fantástico.
  8. De ‘Cerbo un Vitra ujo’ de Mary Robinette Kowal poco puedo decir. O al menos poco bueno. Un cuanto simple y con final mal llevado (sobre todo en lo relativo a la elección final de la protagonista, que parece cambiar en el último segundo de intención sin que en ningún momento de la historia vea la deriva mental que le lleve a tomar esa decisión, por más que la narradora diga lo contrario). Puro síndrome Perdidos. Se me ha hecho curiosa la insistencia en aclarar que ‘se trata de un texto de terror’ (un terror muy ligero, si de verdad este cuento le llega a aterrar a alguien) y en que contiene escenas de sexo explícito, de violencia y que no es apto para estómagos sensibles. Sí, sí, que me he visto obligado reprimir la sonrisa, sobre todo al recordar Vacas. Ridícula mojigatería anglosajona. Como ese penoso Neil Gayman sorprendido/espantado de ver carne en los anuncios con los que se topaba en Barajas (si no recuerdo mal se trataba de anuncios de ropa en campaña veraniega). No hace falta haber leído mucho para, llegados a la escena de ‘la mujer pálida’, adivinar el final del cuento, al menos en parte. Eso dice mucho, y nada bueno. Se lleva un 5. Aprobado raspadete.
  9. ‘Halo’, de Annette Binder, juega con la extrañeza. Esa extrañeza hace que no acabe de encajar en ningún género concreto, si bien se puede decir que está enmarcado en la fantasía y al mismo tiempo flirtea con algo que se podría considerar horror. La historia juega desde el punto de vista, logrado, de un niño con poderes premonitorios, los cuales le llevan a sufrir un TOC. La historia deambula entre la vida personal del chaval y sus visiones, para acabar creando un cuadro de fatalidad ineludible. Bien, le pongo un 6.
  10. De la mano de Aliette de Bodard nos llega ‘Caída de una mariposa al amanecer’, historia ambientada en la ucronía De entrada se me hace curioso que el texto de introducción al universo, escrito por la propia autora, aparezca después del cuento. Sin ningún problema podría precederlo. Aparte de ese detalle ínfimo decir que el cuento encaja en el texto detectivesco, quizá demasiado sencillo: la manera de resaltar algunos detalles (como por ejemplo la ausencia del chip de audio) guían de una manera demasiado obvia al lector a esperar que entren en juego en la resolución final del caso. Hubieran venido bien un par de pistas falsas que no hicieran tan lineal el desarrollo. Se lleva un 5, nada más.
  11. De nuevo otro relato no recomendable para lectores rápidos, de los que piden acción sin descripciones ni meditación. En ‘Los ojos de Dios’ Peter Watts no duda en interiorizar en la mente y las circunstancias del protagonistas para mostrarnos una sociedad y un mundo alienados por la falta de intimidad. Con cierta relación con 1984, el texto plantea los límites de la libertad individual frente a la del individuo, y como aquella trata de defenderse ante las agresiones de las mentes peligrosas (en parte también algo semejante a ‘El informe de la minoría’). Como decían hace casi tres décadas los Nuclear Assault: ‘We become the enemy / When freedom dies for security’. La soberbia manera de llevar y describir las tribulaciones del protagonista, sosegada pero intensa y nada aburrida, me obliga a ponerle un 8.
  12. La compilación acaba con ‘Loup-garou’. Este cuento de R. B. Russell encaja en ese tipo de relatos incomprendidos para el lector ‘cómodo’. El texto tiene una trama poco menos que inexistente, centrándose más que nada en la extrañeza y el desasosiego que padece el protagonista, para luego rematar con una escena (esta sí) poco menos que kafkiana. No se explica nada, quedando todo en el aire, lo que al fin de cuentas supone una auténtica bofetada de realidad, en el sentido de que en la vida real muchas cosas (desgracias incluidas) pasan. Suceden y punto. No me ha disgustado, si bien el final se me hace muy brusco. Creo que hubiera mejorado si al protagonista la amenaza le llegara de manera algo más dosificada y velada, pero es una cuestión de gustos y de maneras de escribir. Le pongo un 7.

Y se acabó lo que se daba.

AA. VV. - Cuentos para Algernon: Año I

AA. VV. – Cuentos para Algernon: Año I

Al final la compilación se lleva un digno 6’33, algo que para tratarse de un trabajo aficionado me parece mucho. Debo decir que, en cuanto a la forma, me ha sorprendido no sólo la calidad de los autores (en general no pecan de ese aborrecible estilo de casi todas mis últimas lecturas españolas. Pero a veces chirrían, por no hablar del deplorable abuso de los nauseabundos –mente y el demasiado omnipresente ‘ser’. Maldito Hamlet que dejó la duda en el aire: nunca ‘ser’, jamás de los jamases. Muerte al ‘ser’) sino la de la propia traductora: ya le gustaría a algún ‘autor’ patrio conjugar las frases la mitad de bien que Marcheto. Pero dado que en esta reseña no tengo porqué seguir dando dar caña a los inútiles bien pagados dejo el tema.

Una recopilación muy interesante, tanto por los propios textos como por la loable labor de la compiladora a la hora de dar a conocer nombre nuevos. Espero que alguna de las editoriales que cita en las introducciones le pague por la labor de difusión que está haciendo. Y no me refiero a un miserable Ignotus.

Bueno, ahora me voy a tomar unas vacaciones (en muchos sentidos) y en ellas voy a tratar de desintoxicarme y darme el gustazo de leer El amor en los tiempos del cólera. Espero que este desconocido autor me demuestre lo que implica escribir bien en mi lengua madre, que de él sólo he leído ‘El ahogado más hermosos del mundo’, y ya es hora de descubrir al Nobel.

Adiós.

P.D.: Muy poco después de colgar esta reseña (pero muy muy poco) voy y me entero de que se ha llevado el Ignotus a mejor sitio web. Mentar la bicha y aparecer ésta. Espero que el premio piscinero vaya (de alguna manera) acompañado de dinero, que al fin y al cabo es lo que se merece esta iniciativa dado el esfuerzo que se están metiendo entre pecho y espalda.

Matthew Stokoe – Vacas

Hola, culebras.

Me atrevería a decir que me lancé a este Vacas de Matthew Stokoe poco menos que buscando en él una tabla de salvación. La anterior lectura me dejó tan cabreado y tan exhausto que necesitaba algo de verdad visceral y catártico para pasar página. Y para ello creí oportuno este libro. El tomito llegó a mí hace cosa de un mes de pura chiripa: me lo regaló un compañero de trabajo porque tenía una serie de libros heredados que no quería. Vamos, como llovido del cielo: deseaba sumergirme en un mar de sangre, locura y rabia, algo que me hiciera olvidar lo que había leído. Perfecto.

Matthew Stokoe - Vacas

Matthew Stokoe – Vacas

Encasillar a Vacas dentro de un género concreto supone un poco de reto. En el texto se mezcla el sadismo y el gore con la fantasía de toques alucinatorios; no encaja dentro de lo que yo suelo llamar terror, pero juega con la repulsión (una repulsión que no sólo nace de lo escatológico sino –y aquí uno de sus mayores éxitos como obra– de lo cruel y sinsentido) de una manera que me recuerda un poco a Barker. Debo dejar claro que no frecuento el gore, ni en lo literario ni en lo cinematográfico, por lo que a lo mejor esto que me ha sorprendido y agradado quizá encaje en ‘lo normal’ para un habitual del género. Pero la reseña la hago yo –y sólo yo– desde mi punto de vista, y como tal la pongo.

Aviso que voy a desgranar detalles de argumento. La reseña me lo pide. Ale, estáis advertidos.

Vacas puede suponer un revulsivo para alguien acostumbrado a la narrativa standard, y sin lugar a dudas el libro no está destinado a estómagos débiles ni mentes impresionables. A través de un lenguaje oscilante (mezcla lo directo y llano, a veces burdo, con lo poético o místico) el autor nos arrastra a descubrir la miserable vida de un adolescente, Steven, encerrado desde su nacimiento en un piso por su madre sobreprotectora y sádica. A través de escenas llenas de sadismo, escatología y desprecio por el prójimo (e incluso por la propia persona) viviremos una pequeña epopeya del chaval hasta su realización como individuo.

El primer personaje que nos golpea en el rostro con ese abanico de repugnancia es la madre. Su figura posee tal desproporción en cuanto a maldad y sadismo que jamás se nombra por su nombre de pila (algo que sí ocurre en el resto de personajes), recibiendo sólo apelativos como Mala Bestia y otros similares. Viviendo encerrado, siempre bajo la amenazante sombra de su madre, Steven ha acabado convertido en un desecho social, una criatura que apenas se considera a sí mismo humano. En una dura y descarnada crítica de la sociedad consumista americana, una televisión plagas de telefilmes, culebrones y anuncios se convierte en la única relación entre Steven y la realidad exterior. A eso se unen sus las escapadas furtivas a la azotea de su bloque, desde la que contempla la ciudad casi como si se tratara de un paisaje alienígena. El chico contempla desde su atalaya la ciudad y sueña con sumarse alguna vez a esa forma de vida que ve en la tele. Pero en el fondo, desde el primer momento, sabe que el lastre que ha supuesto su existencia con su madre le ha deformado; así, más que equipararse con los protagonistas de su sueño sabe que como mucho llegará a lograr una parodia del mismo.

Junto a Steven y la Mala Bestia pasan por la novela otros personajes, a cual más alienado. La vecina del piso de arriba, Lucy, una chica con una obsesión enfermiza por la supuesta existencia de tumores internos dentro del cuerpo de todos los seres vivos. Si Steven contempla la sociedad externa desde su televisión y anhela igualarse a ellos, Lucy visiona videos quirúrgicos buscando la manera de purificarse de la mancha que la sociedad introduce en los cuerpos de todos sus miembros. La chica piensa que la contaminación, y la propia maldad innata de esa sociedad, generan tumores escondidos entre las vísceras en todo ente vivo. Luego está Cripps, el encargado del matadero donde Steven entra a trabajar, un individuo sádico, lascivo y hedonista que tienta y ofrece al chico hacerse matarife. Cripps personifica la barbarie indolente del hombre moderno, la búsqueda del poder y el placer a cualquier precio: el hombre como rey de todo, un tirano que demuestra su poder sobre la creación a base de muerte, tortura y sometimiento.

La sinergia de estos personajes arrastra a Steven a una aventura de tintes oníricos gracias a un grupo de vacas que ha huido del matadero. Gracias a esa relación tan especial con las reses y Guernesey, su cicerone, el chico iniciará una evolución. En ella abandonará su status de sometimiento a su madre para para, a través tanto de Cripps como de Guernesey, lograr reivindicar su yo y arañar el sueño de vida televisiva.

La novela muy bien puede dividirse en tres partes, siendo la peor la central. En una primera sección nos vemos avocados a descubrir el horror y la repugnancia de la vida de Steven. El autor nos arrastra a un carrusel donde la depravación, el terror, la repulsión, la desesperación y la crueldad nos llegan una manera desnuda y directa. El lector no tiene donde esconderse; algunas páginas suponen auténticos mazazos directos. Entre ese despliegue de salvajismo nos encontramos con escenas en las que el patetismo acaricia alcanza partes iguales lo tierno y lo enfermo, como por ejemplo lo narrado en el capítulo diez (que me parece de lo mejor del libro). De la mano de Steven y Lucy nos arrastramos por sus vidas furtivas y enfermas, huimos y retamos a Mala Bestia, nos quedamos desconcertados ante Cripps, Gummy (un personaje de poca extensión pero que dará juego) y el resto de animales humanos del matadero. ¿Destino? La superación personal, la reivindicación del yo dentro de un mundo enfermo y cruel. ¿Cómo? Sangre, sudor y semen. Así, tal cual. Esta parte culmina con dos escenas de catarsis: por un lado al fin se consigue reivindicar el yo; por otro, de manera poco menos que contrapuesta, la integración en el grupo. Dichos acontecimientos, en ese mundo distorsionado de Steven, sólo pueden lograrse a través del sadismo y la muerte.

La segunda parte, la más onírica, nos sumerge en el mundo de las vacas y cómo éste también evoluciona. Esta sección más adelante se revelará de gran importancia para llegar a la resolución de la obra, pero mientras la lee uno piensa no sabe bien hacia dónde se dirige. En esas páginas Steven se diluye integrándose con el rebaño. El yo, la autonomía, aparecen amenazados y pierden el rumbo. El fantasma del poder económico, algo que hasta el momento no había aparecido, ensucia la narración. En todas las páginas previas no había hecho falta el dinero como motor de la narración, y sin embargo en esa sección central se convierte en uno de los impulsos principales de Steven. Mal: desvirtúa la faceta poética deforma de la novela.

Pero la tercera parte vuelve a los derroteros de la primera, y lo hace a través de una comunión y una inmolación. De nuevo la carne y la muerte (pero qué cristiano es todo esto) como elementos que llevan a otra etapa, a la trascendencia. El delicioso canto de cisne Lucy obliga a Steven su propio camino. Pero éste, tal y como ya sabía él mismo, no le lleva a la integración con la gente de la pantalla de la televisión. Su sueño de normalidad ha acabado crucificado en la pared de su piso. La propia naturaleza y su hogar le fallan, obligándole a lanzarse a esa sociedad que sabe que no puede acogerle. Al fin y al cabo jamás ha pertenecido a ella. Sólo le queda el sumergirse en su tribu onírica, donde sí es alguien especial.

Y ya he destripado bastante la novela. Se nota que me ha gustado, ¿no?

La obra hubiera mejorado un poco corrigiendo algunos detalles estilísticos, defectos que cada vez veo con mayor frecuencia (la a veces incorrecta puntuación, y el excesivo abuso de los adverbios –mente). Pero esos problemas quedan apartados gracias a una línea de narración muy visual, incluso por momentos poética. Aquí se ve que el autor tiene don de evocar (aunque enfermo, oscuro y depravado); gracias a él uno se olvida (o casi lo consigue) de los defectos.

Antes de acabar quiero decir que en cierta medida el mundillo de Steven me ha recordado a ese mundo demente en el que se mueve El clan de los parricidas de Bierce, una sociedad en la que el sadismo y las relaciones familiares enfermizas están al orden del día.

Este Vacas se lleva un merecido ocho. Me parece que un texto que muy bien se le podría recomendar a cualquiera que busque un revulsivo, una lectura que estremezca y haga pensar en lo que se tiene y lo que se desea tener.

Un saludo.