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China Miéville – Kraken

Hola, culebras.

Tras haber leído hace un tiempo La estación de la Calle Perdido debo decir que agarré con una mezcla de sentimientos este Kraken. Me explico: el otro libro me pareció de lo más interesante y fresco, invitando a profundizar mucho más en ese mundo de Nueva Crobuzón, pero lo leído en la contraportada de Kraken no me atraía, la verdad. Será una engañosa primera impresión, me dije. Seguro que Miéville hace que olvide la soberana premisa/chorrada inicial del libro despliega un escenario tan rico como el que se veía en Calle Perdido.

Iluso. Jodido iluso. No supe, o no pude, dejar de pensar una y otra vez la absoluta estupidez de la que parte la novela. No podía engancharme en la novela. Me decía ¿pero qué tontería esta, la que se está liando por un puñetero calamar muerto? La cosa no se arregla, pero nada, cuando empieza a enredarse tanto con los cultos como con la huelga. De hecho la aparición de la huelga me resultó de lo más chirriante: dos libros, dos huelgas. Demasiada casualidad. ¿Qué pasa? ¿En cada libro de Miéville aparecerá una huelga? ¿A eso se limita la reivindicación política –que parece muy comprometido– de este hombre?

Huelga o no el libro avanzaba y yo veía cómo la desidia y la apatía me poseían. No me apetecía continuar la lectura. Eso sólo me ha pasado en muy contadas ocasiones en mi vida: Miéville se une al reducido grupo del que ya forman parte Bernard Wolf (Limbo) y Walter M. Miller (San Leibowitz y la mujer caballo salvaje).

Tal desidia me producía su lectura que dejaba lo abandonaba cada vez que tenía la menor excusa y me ponía con otros libros: un total de nueve obras pasaron por mis manos, leídas, acabadas y comentadas, antes de cerrar este Kraken. Me parece muy triste y una clara muestra de fracaso de la obra de Miéville: sólo lo he acabado a base de pura fuerza de voluntad.

No voy a decir más de este libro dado que supondría dedicarle un esfuerzo que no se merece. Le pongo un tres pero a esta nota añado otra más, sobre todo para navegantes: yo soy ese al que La historia de tu vida (Ted Chiang) no le gustó nada de nada.

Adiós.

Washington Irving – Cuentos de la Alhambra (reseña Bukus)

Hola, ofidios.

Bukus Reseñas

Bukus Reseñas

De nuevo cae en mis manos, gracias a la amable gente de Bukus, un libro de Washington Irving. En esta ocasión se trata del famoso Cuentos de la Alhambra. Podéis leer mi reseña en Bukus para saber qué me encontré y qué me pareció.

La figura de Washington Irving destaca sobre todo por dos aspectos: por un lado como pionero en la literatura de los Estados Unidos al convertirse en el primer literato en alcanzar la fama en su país; y por otro, gracias a sus vivencias personales y a su estancia en España, como importante hispanista. Juntando ambas facetas Irving nos regala este Cuentos de la Alhambra. El libro, más allá de una imitación a Las Mil y Una Noches (libro que devorara en su infancia), no se limita a recopilar una serie de cuentos y leyendas, sino que sirve de perfecto folleto turístico de la Granada de época, y de paso de toda esa Andalucía que de forma muy colorida describe.

Un saludo.

Kiril Yeskov – El último anillo

Hola, culebras.

Kiril Yeskov - El último anillo

Kiril Yeskov – El último anillo

Por fin, acabé este condenado libro. Así, tal cual: condenado. El último anillo, de Kiril Yeskov, ha supuesto todo un reto para mi aguante. Partiendo de una premisa muy interesante el libro arranca de forma algo irregular: las secciones onanísticas (esas en las que se nota a la milla que el autor está disfrutando narrando trasfondo histórico, y haciéndolo de manera desmedida) se suceden descompensando el ritmo.

El libro empieza más o menos bien (aun con dichos párrafos onanistas), presentando a unos protagonistas inmersos en una de esas situaciones límite que invitan a seguir leyendo. A pesar de las diatribas culturizantes, metidas a piñón en medio del texto, la narración logra mantenerse interesante más o menos unas cien páginas. Tras ello se hunde de manera absoluta en una serie inaguantable de intrigas que quizá gusten a los apasionados den los libros de espías, pero que a mí se me ha convertido en una absoluta pérdida de tiempo, un marear la perdiz para meter un par de cientos de páginas de paja. Tristísimo me parece poco calificativo para esto: algo que bien llevado podría durar una cuarta parte de espacio y quedar bien solventado, Yeskjov lo retuerce en fintas de fintas de fintas de fintas, y así hasta casi el infinito. Para acabar de embarrar el texto va introduciendo más personajes secundarios que no aportan quien dice nada y más párrafos didácticos. Incluso a partir de ese punto el estilo de escritura cambia, empezando a aparecer párrafos casi humorísticos o satíricos, algo que descuadra con lo leído anteriormente. El autor parece perdido no sabiendo si meterse en más embrollos de espías, si describir los entresijos más insustanciales de la sociedad o narrar las aventuras de su abuelo Pavel cuando luchó en el frente alemán. Un despropósito absoluto.

Pero por fin llega un momento en el que el protagonista principal de esa sección media muere: lo celebramos con brindis, aplausos, ovación, cohetes artificiales y no con una orgía porque aquí somos muy tímidos. Tras ello pasamos página y rezamos para que cambie el tono del libro. y en efecto cambia, pero de mano de un descomunal deus ex machina, versión ‘la solución pasa porque, de entre todos los habitantes de esa enorme Tierra Media, resulta que la clave está en las manos del cuñao del protagonista’. Ale, a tomar por culo. Casi doscientas páginas de intrigas y luego resulta que el cuñao de uno de los protagonistas está en el lugar idóneo, en el momento idóneo, en el puesto idóneo y capacitado para la misión de forma casi idónea. Vivan los cuñaos.

Tras esto el continuar leyendo se convierte en un acto de mucha voluntad. Pero mucha. Llegados al final de la novela sin la menor ilusión… para descubrir que el señor Yeskov todavía tenía ganas de soltar más parrafadas pseudo pedagógicas, en las que incluso se hacen referencias nada veladas a la Unión Soviética.

Llegados a la última página del libro, cuando se acaban las palabras, sólo se puede hacer una cosa: dar gracias. Y pensar en el descomunal chasco que ha supuesto esta lectura. Menos mal que lo compré en edición de bolsillo, porque llego a haberme gastado más dinero y me dan ganas de estrangular cierto Luis G. Prado.

Le pongo al libro un dos y me parece quizá demasiado. Novela sólo recomendable para los muy forofos del Señor de los Anillos, y entre esos los que tengan un cerebro muy poco exigente.

Adiós.

Washington Irving – ‘Rip Van Winkle’ (reseña Bukus)

Hola, culebras.

Mientras intento acabar el tocho que más se me está atragantando en años, El último anillo (llevo con él ya mes y medio y todavía no le veo el final, lo que va a suponer sin duda un 1 o un 2 de valoración), sigo leyendo cosicas que me trae la gente de Bukus. En esta ocasión un clásico por antonomasia de la literatura fantástica americana: ‘Rip Van Winkle’, de Washington Irving. Decir que releer ese cuento supone una auténtica delicia, y se lo recomiendo a todos los amantes del género fantástico. A continuación un extracto de la reseña:

El cuento Rip Van Winklees, junto a la La leyenda de Sleepy Hollow y CUENTOS DE ALHAMBRA, una de las más famosas (y populares) creaciones del autor. Se trata de un cuento corto de corte fantástico al tiempo que costumbrista, narrado con frescura y dotado de notable socarronería. Cuenta con singular cercanía y afabilidad la extraña aventura de un habitante de las colonias norteamericanas cuando éstas todavía dependían de Inglaterra.

Como siempre, quien quiera leerla en su totalidad deberá pasarse por la web de Bukus.

Adiós.

Roberto Alhambra – La Niebla que cubre las aguas (reseña Bukus)

Hola, ofidios.

La Niebla que cubre las aguas, de Roberto Alhambra

La Niebla que cubre las aguas, de Roberto Alhambra

Segunda reseña que hago para Bukus, en esta ocasión de un autor español y de un libro de fantasía: La Niebla que cubre las aguas, de Roberto Alhambra.

[…]  Así, un poco más tranquilos, empezamos la lectura. Tras leer la primera página nos queda bastante claro que toda la narración estará a cargo de un narrador en tercera persona, de tipo observador omniscente. Lo que con esas primeras páginas no podríamos adivinar es el por desgracia demasiadas veces torpe espíritu didacta que dicho narrador posee. Más allá de prólogos más o menos insulsos el texto demuestra poseer un cierto nivel de claridad que lo aleja de la nulidad del señor Kuperman. Al menos Alhambra intentaba mostrarnos lo que rodeaba a los personajes, no se limitaba sólo a contar los acontecimientos. Vale, el estilo de esas primeras páginas se nos hacía algo rebuscado, retorcido (incluso arcaico), pero no le dimos demasiada importancia… al principio. […]

Si queréis leerla al completo id a la web de Bukus.

Adiós.

Juan Miguel Aguilera – Rihla

(Reseña redactada con fecha 12/11/2013.)

Hola, culebras.

Juan Miguel Aguilera - Rihla

Juan Miguel Aguilera – Rihla

Hacía mucho que no leía nada de Aguilera, y de hecho ésta es la segunda novela que de él acabo (no cuento como suyas las de Akasa Puspa dado que están escritas en colaboración con Redal). En la anterior ocasión pasó por mis manos La locura de dios, libro que leí justo cuando salió y que en su momento me pareció magnífico; tras leer este Rilha, siguiente novela en solitario en la carrera del autor, no me atrevo a releerlo no vaya a encontrarme con que le debo bajar la nota.

Así dicho parece que Rihla no me ha gustado. Pues no, no me ha gustado nada. De hecho lo he acabado por pura fuerza de voluntad. Si bien empezó muy bien, aventurillas emocionantes y un misterio agradable, en un momento dado noté dentro de mí un crack, una rotura, un hasta aquí hemos llegado. Puede que en parte de deba a que, convaleciente como estoy, no ando con el ánimo muy elevado. El estar enfermo tampoco me debería afectar mucho porque hace un par de veranos estuve muy enfermo y eso no me impidió disfrutar de La luna es una cruel amante, por ejemplo. Pero con Rihla casi no ha habido manera. Identifico un claro momento de bajón, cuando junto los nombres de Kareem Abdul Jabbar (no, no es broma, aunque a mí me sonó a eso desde el principio) aparecen Piri Reis y Vlad Tepes. Recuerdo que en ese preciso instante dije para mí ‘esto es una coña, un condenada coña marinera’. Incluso lo puse en un twit. De ahí en adelante me di cuenta de que la lectura me producía pereza, suma pereza. Un libro de esta extensión nunca me duele durar tanto, pero éste…

Las páginas se iban sucediendo unas tras otras y no recuerdo emocionarme ante lo que leía. Al contrario, alguna escena me chirriaba, como por ejemplo la naturalidad con la que el brujo maya habla del hielo. Por muy chamán, brujo o iluminado que sea ¿habla como si tal de algo que no ha visto jamás de los jamases? Entiendo que la idea de hielo se le haga conocida a un moro de Granada (no por nada Sierra Morena la tiene al lado y seguro que habría reparto de hielo, fresqueras y demás por aquel entonces), pero ¡un maya que vive en un ambiente tropical con absolutamente ninguna cumbre nevada en miles de kilómetros a la redonda lo conoce! Sí, que me pueden decir que en una de sus encarnaciones lo ha visto, incluso palpado… pero yo eso no lo leo en el libro.

Pero ese error, más o menos menor, no me cabreó tanto como le inicial–final. En la portada pone una cifra, un año: 1485. En la contraportada otro diferente: 890 de la Hégira. Veo esas cifras y empiezo a mosquearme un poco, de manera muy leve. Dentro de la novela se dice que Lisán nace en el año 850 y de que la expedición parte, tal y como pone en la contraportada de la novela, el año 890 de la Hégira.

Fechas, fechas y más fechas. Entre medias dos personajes históricos: por un lado Piri Reis (1465–1554) y por otro Vlad Tepes (1431–1476). Recordemos que pone que Lisán nace el 850 a. H. Ya con esas cifras la cosa empieza a bailar. Bueno, vale: admitimos que en puro plan folletín que Vlad no murió en la emboscada de 1476 y que la tumba en el monasterio de Snagov está vacía (el Empalador huyó haciendo uso de sus artes). Así podemos permitir que un Tepes cincuentón comparta tiempo y espacio con un mozalbete llamado Piri Reis.

Ahora llega la clave que me cabrea más. Yo estudié que la Hégira sucedió el año 622 d. C. Empecemos a jugar convirtiendo fechas.

  • Lisán nace el 850 a. H., con lo que tenemos que 850 sumado a  622 da 1472. Según esto Piri es mayor que Lisan, algo que no se lee en ningún momento del libro.
  • La expedición parte el año 890 d. H. sumamos a 890 los 622 iniciales y nos da 1512. un Tepes casi octogenario y un Reis ya madurito que en esas fechas estaba labrando su leyenda en el Mediterráneo. En 1512 Lisán tenía la mediana edad que se desprende en la novela sí.
  • Se pone la fecha de 1485. En ella Piri tiene veinte años. Bien. Tepes tiene cincuenta y cuatro. Vale. Lisán tiene ¿trece? ¿Mande?

Teniendo en cuanta las fechas aportadas por el propio autor la credibilidad del libro se resquebraja sola. Si tomamos a Reis como referencia y es de verdad joven, la fecha de la expedición está mal y Lisán es un crío de trece años; si por el contrario tomamos las fechas como correctas entonces nos encontramos con un Tepes vejestorio y un Reis entrado en la cuarentena.

Aquí ya hay que dejar de pensar en los personajes como figuras históricas, lo que nos lleva a considerar que el autor sólo ha tomado los nombres porque sí, para llamar la atención. Pero esto tampoco cuadra: en el texto se describe la vida de Tepes con nombres de padre y abuelo incluidos, y hace referencia a su cautiverio de joven con los turcos; y en el caso de Reis habla de su tío Kamal. Entonces parece que sí que se trata de los personajes históricos. Vaya lío.

¿Estamos ante una especia de ucronía exagerada, en la que no se explica el origen de la misma? No se me ocurre cómo encajar fechas y personajes. Eso me reconcome mientras leo, pensando que la novela es una tomadura de pelo.

Pero es que entonces llegamos a la frase final y ya no sé si Aguilera se ha reído de mí o si no tiene idea de lo que escribe. Voy a trascribirla tal cual:

Era el año 897 Hijra. El 1492 del calendario gregoriano.

Acabáramos: según el señor Aguilera (a ver esas mates: 1492 menos 897 da 595) Mahoma realizó la Hégira veintisiete años antes. Joder, que todo el libro se basa en una ucronía de la Hégira y de Mahoma: que el profeta se largo a Medina con veinticinco añitos de nada, todo un chaval. Qué haría a esas edades el muy tunante.

A tomar por culo el libro.

La novela resulta más o menos agradable en cuanto a lo que se refiere de lectura. Aventuritas, mundos y culturas exóticas, cosmogonía incluida, mucha sangre, final con sorpresa… pero lo de las fechas lo mata. Le doy un cuatro pero me ha costado mucho vencer la tentación de rebajarlo más. Mucho más.

Adiós.

Oscar Wild – El retrato de Dorian Gray

(Reseña redactada con fecha 9/11/2013.)

Hola, culebras.

El retrato de Dorian Grey

El retrato de Dorian Grey

Hace unas semanas emitieron en la televisión una adaptación de la novela, en este caso una muy moderna coprotagonizada por Colin Firth. Eso me sirvió para recordar que la tenía en la Pila desde hacía años, en incluso en dos ediciones diferentes, una de Valdemar y otra de El Mundo. Por una simple cuestión de peso (la de Valdemar, al estar realizada con papel mucho mejor pesa más) opté por la de El Mundo. Y creo que me voy a arrepentir, dado que por mucho que se suponga que esa edición es una reimpresión de la de Alianza, me ha parecido descuidada y burda.

A lo que iba, al libro. De todos es sabido que El retrato de Dorian Gray está incluido entre los clásicos de la literatura del siglo XIX. Yo nunca había leído nada de Oscar Wilde (no cuenta un vago recuerdo de haber leído una versión reducida de La importancia de llamarse Ernesto en clase de inglés cuando yo apenas levantaba tres palmos), así que esto me ha supuesto el descubrir al autor. Me he encontrado con un texto a mi parecer demasiado localizado en la Inglaterra de esa época: toda la novela critica la sociedad y costumbres de ese país en ese tiempo, pero de una manera tan implicada (me parece que la novela está llena de guiños, de juegos de palabras, de chascarrillos y puñaladas a personas, situaciones y actitudes concretas) que yo, como absoluto lego de la realidad de la alta sociedad inglesa de esa época, no he podido apreciar.

El elemento fantástico queda convertido en un simple armazón para dar voz a Dorian y, sobre todo, a lord Henry. Éste de personaje surge la mayor parte del discurso escandaloso y chocante de la novela. El autor nos muestra a lord Henry como un bohemio cínico y desencantado, una máquina de proferir frases sin sentido pero llenas de veneno contra lo socialmente establecido. Él retuerce todo lo que ve y comenta colocándolo patas arriba para así obligar al puritano lector inglés a escandalizarse. Dorian se comporta buena parte de la novela como un simple comparsa, un aprendiz de ese gran manipulador y blasfemo de nombre Henry.

Durante muchas páginas, quizá demasiadas, el libro se sustenta en los diálogos, unos duelos verbales llenos de puñaladas y florituras en los que la figura de Henry lo llena todo. El lord utiliza un discurso salpicado de frases contradictorias que sólo pretenden escandalizar al oyente: no hay un discurso coherente, mucho menos una filosofía consistente, sino sólo el gusto por la provocación.

En medio de todo ello aparece Gray. Al principio de la novela Wilde nos lo presenta en la forma de un espíritu tan inocente como aislado del mundo real. Sí, sobre él pesa la sombra de su cruel abuelo, pero más allá de eso no conoce todo lo que Henry le presentará. En ese punto de la novela, la perversión de un alma pura, la novela nos puede recordar a El monje, si bien en esta tenemos la dualidad de la maldad en los personajes de Dorian y Henry.

Un ejemplo de cómo Gray cae en la manipulación de Henry y se sumerge en esa superficialidad que le poseerá el resto de su vida la tenemos en la breve y efímera relación con Sibyl. Lo ridículo supera a lo trascendental, con un único final posible. De ahí en adelante Dorian se sumerge con lentitud pero sin pausa en la depravación, mientras Henry continúa con cháchara sin sentido pero punzante y provocadora. La degradación moral se disfraza de adoración al arte en sus diversas maneras, y así nos lo muestra el autor en un concreto episodio. Pero por otro lado el arte debe de estar controlado y acomodado a esa depravación: cuando llega alguien para denunciar que se está pervirtiendo la belleza ocurre una crisis, cuyo desenlace implica muerte. La superficialidad debe matar al Pepito Grillo que denuncia la podredumbre interior. Pepito Grillo debe morir, así como todo rastro de la desgracia y la locura que la perversión ha parido: las víctimas del comportamiento de Gray no merecen nada más que el olvido, la degeneración y en último caso la muerte como un animal.

Pero esa depravación se acumula y deja un poso que no se puede eliminar: la gloria del cuerpo acaba cediendo ante el temor a la muerte, acosada por el significado de esa antinatural belleza imperecedera. Al fin Dorian descubre que la belleza no lo es todo sin el amor, sin ese sentimiento puro sobre el que tanto ha bromeado Henry. Cuando el amor regresa surge el vértigo ante la degeneración humana que Gray ha vivido y con ello aparece el sentimiento de culpabilidad, el no poder afrontar lo hecho, la nausea ante la huella de los desmanes cometidos. Dorian pasa de la pureza de alma a la más oscura suciedad, y una vez hundido en ella (cuando vislumbra de nuevo la luz del amor), intenta regresar a la superficie. Toda una suerte de epopeya personal. Esto es lo que esconde El retrato de Dorian Gray.

Por desgracia, si bien el fondo no está nada mal, la forma en la que Wilde nos lo presenta resulta enrevesada y cargante, muy (o quizá demasiado) de ese siglo XIX. Algunos párrafos dan ganas de saltárselos debido a la verborrea que usa el autor. A eso hay que añadir que en esta edición hay demasiadas erratas, lo que no ayuda nada a la lectura.

Como un detalle de calidad e intensidad me gustaría destacar la magnífica escena de cuando Gray acude al fumadero de opio: leerlo me ha recordado que nunca he leído nada de Dickens. O al menos nada que describa de primera mano (me refiero a descrito por un autor de la época y del lugar) ese submundo aterrador y sucio del Londres paupérrimo de la segunda mitad del siglo XIX. A mi memoria regresa la sobrecogedora forma en que Simmons lo describía en su Drood. Casi parece que se hubiera inspirado en ello.

Otro detalle de calidad que debo destacar lo tenemos en la introducción, una poética oda que incluso me llevó a completarla en forma de twit. Muy buena esa pieza.

La lectura del libro, en conjunto, ha sufrido de sus altibajos. El poso que ha dejado no ha sido del todo agradable, más que nada por la excesiva locuacidad sin sentido de Henry. Por todo ello otorgo a la novela un 6.

Un saludo.

Edgar R. Burroughs – El ajedrez viviente de Marte

Hola, ofidios.

Sigo leyendo de vez en cuando lo poco que tengo de la Saga de Marte de R. Burroughs. Sé que en La Pila he hablado de ‘el año de las sagas’: cuando George R. R. Martin publique su último libro de Canción de Hielo y Fuego me los leeré todos de una tacada (hasta ahora sólo he leído el primero, que me gustó más por lo que deja entrever del futuro que por lo que contaba por sí mismo). Ese año, una vez acabada de leer la saga de Martin, seguiré con otras que tengo empezadas y no acabadas (o ni siquiera empezadas), como la de La Torre Oscura, Mundo Anillo o el Marte Tricolor, por decir tres.

Pero de ese atracón de sagas he decidido sacar adrede la Saga de Marte de R. Burroughs y la de los Dorsay de Dickson, dado que lo leído hasta ahora ni me gusta ni tiene formato real de saga, sino de simples libros independientes dentro de un universo compartido.

A lo que iba, que me disperso: ¿qué me he encontrado en El ajedrez viviente de Marte? Pues por desgracia más de lo mismo: damiselas en apuros que son salvadas en todo momento por el héroe de turno; acontecimientos que se encadenan con demasiada perfección (los episodios iniciales son claro ejemplo de esto: dos personas se pierden de manera independiente pero, de manera ‘casual’ acaban encontrándose en el mismo lugar, en el preciso momento, y en las circunstancias más propicias para que… bueno, eso, todo metido a piñón). Mención aparte de que en cada libro aparecen más y más razas marcianas. Al final el ‘moribundo’ planeta va a tener más variedad y estar más lleno que la propia Tierra.

En este libro de nuevo parece que nos vemos envueltos en una trama de cartón piedra, con decorados que (aun descritos  por de manera tan adjetivada y ampulosa) no dejan de quedar poco menos vacíos y sin sentido. Los protagonistas parecen a veces gilipollas (tanto los buenos como los malos), impresión reforzada por esa manera de hablar tan arcaica y exagerada, por completo increíble: quedé harto de leer lo de ‘Tara de Helium’, así, tal cual, cada dos por tres. Y eso por no acabar menos loco o cansado de la cansina ambivalencia del autor al hablar de un mismo personaje: refiriéndose a Gahan, tan pronto habla de él con ese nombre, como el Jed de Gathol, como cambia para llamarle Turan el panthan. Por no hablar del pobre Ghek, importantísimo en la trama pero directamente borrado del mapa (u olvidado por el autor) de mitad del libro en adelante.

Una pena que R. Burroughs demuestre comportarse en estos libros como un simple mercenario que llena más y más páginas con apenas cuidado en cuanto a trabajo de la trama, personajes y estructura del libro, ni de pasorespeto de paso hacia el lector, al que debe tomar por gilipollas o retrasado. Me pregunto si en su tiempo alguien encontró los mismos defectos que yo veo… y cómo algo tan chapucero y lineal llegó a tener el éxito que tuvo.

Con todo y por todo, dado que supone poco o nada de esfuerzo del autor por innovar en la saga, se lleva un 4.

Adiós.

Henry Rider Haggard – Ayesha

Hola, ofidios.

Nunca antes he leído nada de Rider Haggard. Más aún, hasta hace unos meses (cuando desenterré este libro de La Pila, que me puse a buscar por la web acerca de él) no tenía ni de quien era. Eso le pasa por tratarse de un libro heredado de la manera más fría posible: de una pila de libros que había en una vieja casa de pueblo que hace años compró mi madre (casa que algún día aparecerá en mi futurible novela –ojo al título provisional, mogollón de cutre– Tormenta Roja, dado que es uno de los escenarios iniciales). Sea como fuere llegaron a mis manos un buen puñado de libros más o menos viejunos, entre los que me llamó la atención este, y así lo aparté.

Y así, sin mucha idea de lo que me iba a encontrar, empecé hace unos días este Ayesha. Y empecé mal, en tanto y cuanto que sabía que era una segunda parte. Sí, la venden como una novela independiente, blah, blah, pero… pero a lo largo de las páginas mi temor se confirmó: hace falta leerse Ella para poder apreciar todos los matices de Ayesha. De esa manera incompleta y coja continué la lectura. ¿Qué me encontré? Una historia de aventuras con grandes dosis de romanticismo (en el sentido ‘amoroso’ de la palabra), una apresurada inmersión en el Asía remota y profunda, en un Tibet que para la época en que se escribió la novela era tan remoto al occidental medio como ahora mismo nos puede resultar Neptuno (no vale la comparación con Marte ya que gracias a los rovers casi parece que estamos al ladito del planeta rojo).

La novela goza de un inicio casi lovecraftiano, con círculo de piedras, invocación, espectro y testigo reluctante incluidos. Tras ella nos adentramos en una agradable mini epopeya hasta llegar a un momento crucial: la visión en la distancia del objetivo, un momento que en cierta medida me recordó a la saga del castillo de lord Valentine (la dispar tetralogía de Silverberg), o también a la Torre de las Nieblas de la saga de Mundo Río (la afamada saga de Farmer). Desde ese punto nos adentramos en un mundo ajeno a lo conocido y no carente de intrigas y maravillas a medida que nos acercamos a la meta final, el santuario en la cumbre del volcán.

Por desgracia lo interesante se puede decir que acaba una vez allí: el autor se enfanga en una historia extremadamente romántica, una lucha entre un amor platónico y otro más carnal, entre el poder casi desenfrenado de lo salvaje y la moderación de lo civilizado, todo ello saturado de un lenguaje decimonónico (que veo que cada vez soporto peor, más si cabe tras el libro que me leí justo antes que éste) que ralentiza la lectura.

Tras acabar el libro me queda un sabor de boca agridulce, como de novela que se reduce a un simple alargamiento de una historia ya contada, y bien cerrada. No digo que el resultado sea insatisfactorio, pero sí que queda a la sombra de algo más grande. Algo que no he leído y que quiero leer. Vamos, que tengo que conseguirme Ella.

Al final se lleva un 6.

Adiós.

China Miéville – La estación de Calle Perdido

Hola, ofidios.

Primer texto que leo de China Miéville, y hay que admitir que me ha encantado. La estación de Calle Perdido es un texto rico y en parte sorprendente. Repleto de colorido y al mismo tiempo oscuro y mugriento, a lo largo de sus páginas nos vemos inmersos en un caleidoscopio de escenas, localizaciones, costumbres y razas. Si bien el editor español ha optado por catalogar el libro como ciencia ficción el texto pertenece a la más pura fantasía oscura: la ambientación se basa en una mezcla la magia (aquí taumaturgia) con una especie de ciencia deforme, tan agarrada por los pelos que se reduce a un mero ornamento.

A lo largo de la novela descubrimos razas y sus culturas asociadas detallados de tal manera que recuerda al ciclo Tschai de Vance. Cada raza está integrada en la ciudad de una manera u otra, haciendo que la ciudad se comporte como un crisol de grupos con entidad y costumbres propias, pero que con el paso del tiempo se han ido integrando de manera más o menos cordial, si bien se mantienen ciertos tabúes (como por ejemplo en el que están inmersos dos de los protagonistas). Todo este entramado sociopolítico y cultural el autor lo describe de una manera fluida y amena, volviendo por momentos la lectura una experiencia casi deliciosa. El completo conjunto de engranajes, cada cual con su propia naturaleza y que sin embargo encajan (bien o mal, forzados o con fluidez), hacen mover esa enorme maquinaria social llamada Nueva Crobuzón. Por supuesto, esas complejas interacciones generan sinergias y tensiones: un ejemplo rico, colorista e intenso lo tenemos en la potente escena de la huelga, los piquetes y cómo son reprimidos por el gobierno. Una escena que a alguno quizá le suene tan subversiva y fuera de lugar, pero que encaja a la perfección con un autor que ha estado metido en política.

El conjunto describe de una manera por completo satisfactoria la ciudad, de tal manera que la propia urbe se convierte en otro personaje, casi protagónico. Todo ocurre en su seno, y de su futuro como organismo social depende la trama de la obra. Porque hay que admitirlo: La estación de Calle Perdido es una novela que bien podría pertenecer a un subgénero arquitectónico, como Los pilares de la tierra, La ciudad y las estrellas, Los años de la ciudad u otras. La ciudad como seno y germen de dramas, epopeyas y luchas, refugio de exiliados y fuente de maldades; purulenta y grandiosa, ruinosa y resplandeciente de belleza. La ciudad, un ente en torno al cual todo se desarrolla de igual manera que en un organismo pluricelular pulula la vida unicelular.

Y qué vida, esa que aparece en La estación de Calle Perdido. Si hay un referente en esta novela, aparte de Vance por la rica y lúcida mezcolanza de especies, es Barker: Nueva Crobuzón recuerda mucho a Yzordderrex, pero esta vez descrita con el detalle con el que se habla de Midiam en Cabal. A lo largo del texto parece que se describe aquello que Barker se dejó en el tintero en cuanto a sus razas de noche y demás criaturas deformes y retorcidas. Una delicia para los amantes de la fantasía oscura y casi sin límites.

Otro detalle a agradecer es el lenguaje usado por los protagonistas: totalmente llano, directo y sin ninguna floritura literaria que pudiera distanciar al lector de esa realidad industrial y decadente de la ciudad.

Pero no todo pueden ser puntos positivos: existen las sombras en este libro, y la mayor de ellas la encontramos en la manera de resolver el problema. El autor echa mano de un ardid demasiado vinculado a la fantasía: el excesivo de la misma. La novela hasta las cuatro quintas partes encaja en la llamada fantasía oscura, pero desde una óptica más o menos racional: se describen cosas, situaciones y personajes que, aun con un componente más o menos mágico, son fáciles de racionalizar. No te obliga a ‘forzar la máquina’. Sin embargo, a la hora de afrontar ‘el recurso’ con el que se pretende solucionar el nudo del problema, el autor empieza a desbarrar con una perorata mística, filosófica, mágica que chirría con el tono que la novela ha usado hasta ese momento. Vamos, un Deus ex Machina de manual. Una pena, la verdad, el ver cómo se enfanga en ese detalle.

Por lo demás admitir que se trata de un libro muy recomendable, y que me invita a buscar más del autor. Nota final: un merecido 8.

Adiós.