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Poppy Z. Brite – El alma del vampiro

Hola, culebras.

Cuánto tiempo… De nuevo malo (sin duda la edad ya se hace notar), de nuevo un gran hueco en el blog. Lo peor de todo ha supuesto que en este tiempo he leído poco y menos: no estaba de humor para ello. Aparte que lo que he tenido entre manos no me ha resultado muy de mi agrado.

Al asunto.

Nunca antes había leído nada de Poppy Z. Brite, por lo que empezar con el ‘famoso’ (al menos en mi cabeza poseía cierta fama, aparte de que sólo conocía ese título de la autora) El alma del vampiro me pareció buen idea. Me esperaba un libro de vampiros que, tal y como tenía entendido, había servido de revulsivo en el subgénero. Dado que no estoy muy puesto en ese subgénero no puedo decir con seguridad si de verdad el libro tuvo ese efecto, pero en mi caso tengo que decir que no lo logró.

Novela adolescente y para adolescentes, enfoca la figura del vampiro desde un aspecto por completo alejado de la religión (los de este libro no huyen ante un crucifijo, resultando para ellos indiferentes los símbolos religiosos). A lo largo del libro intenta describirlos como una especie por completo separada de la humanidad. No lo dice con estas palabras, pero se desprende de la lectura que los vampiros son parásitos que mediante una por completo increíble (en el sentido peyorativo de la palabra) han sufrido una evolución convergente hacia su especie huésped, hasta el inverosímil punto de permitir la creación de híbridos viables. Todo lo que se refiere a la idea de vampiro de la novela se cae por su propio peso cuando se le da dos pensadas: la vitalidad y fortaleza mediante la simple ingesta de sangre, la enorme capacidad de regeneración de tejidos, por no hablar de la inmortalidad… todo ello se asocia a un supuesto ente biológico al que se pretende desvestir de todo elemento mágico. Por supuesto el intento acaba fracasando, carente de explicaciones válidas.

Pero no todos los defectos se limitan a mi manera de ver un texto/argumento que se supone carece de elementos mágicos. Hay más defectos que han hecho la lectura no muy agradable.

Otro, que leyendo ahora acerca de la autora forma parte de su sello personal, consiste en el uso de personajes homosexuales. En esta obra parece que todos tienen tendencias homosexuales, o como mucho bisexuales. Una cosa es defender la libertad sexual y otra muy diferente cercenar la realidad (que existe una variedad de sexualidades) borrando casi del mapa la tendencia mayoritaria y limitándose a un tipo concreto. Eso hace que el texto me parezca más irreal aún. Como panfleto pro–homosexuales no estará mal, pero como intento de plasmar una galería de personajes creíble falla.

El libro empieza con una historia de abandono, casi a lo telenovela. Continúa con la inserción de un personaje que a todas luces, y para mi pesar, gozará de peso: Fantasma, un chico con una especie de poderes paranormales, hipersensitivo. O lo que yo llamo ‘la llave hacia el deus ex machina’. Con el avance de la novela no me equivoco, adquiriendo el chaval ese un papel tramposo y de salida fácil.

Otro personaje trata de humanizar a los vampiros, el supuesto protagonista de nombre Nada. Pero por desgracia ese chaval, que bien podría centrar la novela, se va diluyendo en la última parte de la novela. Llegados al último tercio de la novela casi desaparece; sólo resurge en el final, momento en que no se sabe a santo de qué aparece dotado de un poder nunca explicado (e injustificado) sobre los otros vampiros.

La novela está llena de tópicos relativos al mundillo siniestro. Puede que los siniestros de Nueva Orleáns resulten tan tontos como los de la novela, porque al menos los que yo conozco lo son tanto… bueno, alguno sí.

Alguna escena cruje por forzada: así de entrada se me ocurre al de la pelea en la máquina de Coca Cola de la gasolinera y el ‘casual’ accidente posterior. Ignoro lo que pretendía la autora con ello, pero en mi caso en vez de decir ‘que dramático’ me ha hecho pensar ‘¿me tomas el pelo?’.

Para acabar hablar de la supuesta provocación de alguna de las escenas: ¿le supone un reto al lector leer la descripción de una violación o de sexo incestuoso? A mí, la verdad, no. Considero que quien al leer ese tipo de escenas se sienta asqueado o espantado que siga metido en su jaula de oro leyendo basura edulcorada: la vida da eso y más, por desgracia. Y que no lean La carretera.

En definitiva, una lectura decepcionante y que no me anima lo más mínimo a buscar nada más de la señora Brite. El libro se lleva un 4 y va que chuta.

Adiós.

Robert E. Howard – Canaán negro

Hola, ofidios.

Dado que ando con la pila digamos que ‘poco accesible’ (la inmensa mayoría está repartida en cajas) el abanico real de opciones de lectura se limita sólo un puñado, y he elegido otro libro de relatos de Howard, en este caso relatos que no encajan con ninguna saga: Canaán negro.

De entrada se me hace raro el no encontrarme con una introducción o presentación de los libros, algo que la gente de Valdemar suele cuidar. Y eso me mosqueó un poco, la verdad. Mosqueo que fue a más al empezar a leer los relatos.

Comento los relatos a medida que los leo, lo que explica el estilo y las notas a los textos.

  1. ‘Cabeza de lobo’ no sé si decir ha envejecido mal, si carece de mucho sentido argumental (esa mezcla de historia de terror con hombre lobo raruno a la limón con aventura según el estilo de la casa, todo ello bastante mal encajado y con fallos de timing interno) o si, a las llanas, es un relato malo. Quizá lo acertado es lo último: le pongo un 3, y mucho me parece.
  2. El relato ‘Aparición en el cuadrilátero’ pertenece a uno de esos subgéneros en voga a de inicios del siglo, y ahora totalmente desaparecidos: el de los boxeadores. Nunca antes había leído un relato de estos, y la verdad sea dicha, esa temática no me interesa lo más mínimo, lo mismo que el deporte en el que se basa. Si a eso añadimos que el título del relato supone un spolier directo (añadida a la nota de pie de página que aparece en la primera página, que ya lo borda) pues… intriga poca, la verdad. El relato puede que a un amante del boxeo le interese e incluso sepa extraer jugo a ese cruce de golpes y descripciones de los mismos; a mí me ha aburrido de forma soberana. Admito que la extensión resulta la justa y necesaria para crear un clima de ‘que está a punto de perder hasta que de repente…’, pero a mí se me ha hecho excesivo. Y la resolución final simple y mal envejecida: un relato quizá sorprendente para la época, pero que ahora peca de inocente y manido. Le otorgo un 5 y al siguiente.
  3. Leyendo ‘El terrible tacto de la muerte’ siento un intenso deja vú: he leído algo muy similar esto, un relato de alguien velando el cadáver de ¿Schopenhauer? Una rápida búsqueda entre lo que he leído de un tiempo a acá y ya estoy centrado: ‘Junto a un muerto’, relato de Guy de Maupassant incluído en Felices pesadilllas. Pero no, en este caso el origen del terror no es una dentadura postiza… sino otra cosa. Vamos, que tampoco se salva de la quema. Le pongo un triste 3.
  4. Seguimos con ‘El horror del túmulo’, una historia que mezcla los escenarios de la Texas contemporánea al tiempo de Howard con el pasado de los conquistadores. Y con algo más que, una vez leído y a la luz del sol, cruje, chirría y, en definitiva, falla. Se lleva otro 3.
  5. Ahora toca a ‘El hombre en tierra’, un relato de odios y venganzas en el salvaje oeste, una historia que se cae como un castillo de naipes al final, sin sentido por algo muy sencillo: ¿cómo se dispara esa segunda bala mortal? Que me lo explique alguien, pero mientras tanto este nuevo relato se apunta otro 3.
  6. El aire inicial del relato ‘La marca del cabo’ recuerda algo a Machen, rememorando un pasado oscuro y perdido. Historia de corte gótico, con ruinas y espectro incluído. Por desgracia el final resulta torpe y muy previsible. Al final el texto se hace merecedor de un 5 raspado, obtenido por las primeras páginas, que no por la últimas.
  7. Le toca el turno a ‘El fantasma del anillo’ y de nuevo siento un deja vú: ya he leído en otra parte relatos de anillos malditos, y no me refiero al tocho insoportable de La fuerza de su mirada (uno de esos muy escasos libros con la nada honorable medalla de no-acabado; y por ahora sin la menor gana de retomarlo, todo sea dicho ya de paso). Rebuscando en internet, pero sin ponerme a buscar entre las estanterías (vago que es uno) creo haber hallado de dónde me llega esa impresión: del Maestros del horror de Arkham House, en concreto del relato de Campbell o del de Counselman. Salvando esa relación decir que el relato resulta graciosillo al aparecer así de repente, sin esperarlo, Toth Amón. Por desgracia el relato adolece del mismo defecto que muchos otros de la compilación: resulta forzado, encontrándonos con que gran parte de los detalles claves de desarrollo metidos a piñón, para que encajen de una manera perfecta. O cuasi perfecta. Pero el resultado final no me agrada: le pongo un 4.
  8. Continuamos con ‘La luna de Zambebwei’, un relato que de nuevo se hace tópico, con expresiones exageradas de malos muy malos, de buenos muy fuertes (casi parece un tanque), de bellas damiselas en apuros de cabellos rubios deslumbrantes. Acción del tipo ‘todo para adelante y sin frenos’, que quizá a un neófito le agrade, pero a alguien con un poco más de trasfondo no. Le otorgo un ramplón 4.
  9. Al fin llegamos al relato que da título a la compilación, ‘Canaán negro’. Nos hallamos ante un relato que muy bien podría haber protagonizado el coloso cimmerio, sobre todo si lo transportamos las marcas bossonias y con los pictos como malvados. Sí, el relato rezuma racismo (representa a los negros, a toda la raza, como poco menos que criaturas degeneradas y de naturaleza tendente a lo demoníaco), ¿y? Los blancos no acaban mejor pintados, crueles amos que consideran a lo negros poco menos que animales. Todo ello se revela como fermento ideal para que germine la historia, aderezado como unos toques de magia negra y deformidad típicas de la casa. La historia sigue el esquema de “todo p’alante y sin frenos” habitual en este género, pero se disfruta mucho. Ale, un 7.
  10. De la mano de ‘Los muertos no olvidan’ llegamos a un texto que usa el ya casi olvidado recurso de las historias epistolares, en este caso ambientado de nuevo en el salvaje oeste de Howard. Relato sencillo pero efectivo, una historia de fantasmas cruda y de inevitable final. Se lleva un 6.
  11. Y del lejano oeste a la remota Sumeria con ‘La casa de Arabu’. La verdad es que parece que a medida que el libro avanza los relatos mejoran: tras ese triste inicio (sólo hay que ver las notas de los primeros relatos) los que engrosan el centro del volumen mejoran en cuanto a calidad. Así con este relato tenemos de nuevo una narración ‘tipo Conan’, tópico si se ha leído más del cimmerio pero aun con todo agradable. Le pongo un 6.
  12. Por desgracia con ‘La perdición de Dermod’ el nivel baja un poco, al resultar un relato demasiado corto, demasiado forzado: este tipo de narraciones parecen casi encorsetadas. Se hace merecedor de un 4.
  13. ‘Delenda est’ creo que tiene varios fallos de coherencia histórica hace referencia a una Cartago que ignoraba que existía: yo me quedé en ‘una ciudad arrasada y de la que no dejaron piedra sobre piedra y los campos sembrados de sal para volverlos eriales’, y ahora descubro que en el año 29 a.C. se volvió a fundar una nueva sobre ella. No te irás la cama sin saber algo más. Ya sólo por eso en mi caso merece la pena el relato 😉 Le pongo un 5, dado que más allá de ese detalle personal resulta simplón y predecible.
  14. De un relato ambientado en un barco a uno protagonizado por marinos, pero ya en tierra. Y ambos dos de fantasmas. Uno ya empieza lo que va a ocurrir en ‘Aguas inquietas’ sólo con leer la manera en la que se preocupa el autor de decir dónde está sentado cada uno de ellos. Pero aun así se merece otro 5.
  15. ‘El horror sin nariz’ se revela como uno de esos relatos cuyo título nos engaña. En efecto, todo parece apuntar en una dirección y luego… De estilo demasiado decimonónico (es que a mí, que un autor del s. XX pinte a todos los protagonistas tan afectados, sensibles a impresionables me chirria demasiado). El relato hubiera ganado más con unas cuantas páginas más, tanto describiendo mejor al sij y dándole trasfondo como a toda la relación de los personajes y la preparación de ‘lo que les iba a ensañar’. Sin ello se vuelve un relato apresurado y, de nuevo, predecible en cuanto adivinas que el título te está despistando. Otro 4.
  16. Ahora nos encontramos con un relato metido de lleno en Los Mitos. Incluso se nombra a uno de los libros famosos inventados por El Círculo de Lovecraft. Aquí el autor sí que sabe mantener un tempo oportuno, alargando la historia y creando una atmósfera y ambiente. Sí, lo que crea a estas alturas resulta típico, pero es el mismo aire de amenaza que popularizó HPL. Y entonces resultaba una novedad. Relato que he disfrutado en gran parte de su extensión (salvando el exagerado e irreal discurso de la chica). Hice conmigo mismo una apuesta por acertar lo que se ocultaba arriba y… pedí: esperaba uno de esos vastaguitos de mi amiga Shub, pero no: lo que acechaba resultó algo diferente. Una historia que se lleva un 7.
  17. El penúltimo relato de la compilación se titula ‘La última canción de Casonetto’, y no va de puertas deslizantes empotradas, no. El mayor fallo del relato es que el prota se pone escuchar el disco supuestamente acompañado de su amigo, pero éste de repente desaparece… hasta el momento final. Un ejemplo de historia que en primera persona pierde. Al final como cuento no funciona, lo que le hace merecedor de un 4.
  18. Y llegamos al final con ‘Los moradores bajo la tumba’, una historia que -de nuevo- bebe de Lovecraft. Ignoro la fecha en la que Howard lo escribió, pero casi diría que tiene una clara inspiración con En las montañas de la locura, mi obra favorita del de Providence. El horror subterráneo en este relato no por predecible deja de resultar menos efectivo. Un relato que, aun con su inocencia, se disfruta de cabo a rabo. Por ello le pongo un 7.

Y acabó lo que se daba. Al final del todo aparece un listado y con la fecha de publicación y la revista o publicación donde cada relato vio la luz. Así vemos que el orden de impresión en esta compilación se corresponde con el de aparición a la luz pública.

Habiendo leído todos me queda claro que los relatos ganan cuando más desarrollo tienen, si bien de la lectura general se desprende un cierta visoñez, un muy mal paso del tiempo sobre las historias. Eran otros tiempos, más inocentes y sencillos, lo cual en parte lo justifica. Pero sólo en parte: por aquella época, y antes, ya hubo cuentistas mordaces cuyos textos no han envejecido tan mal (y sólo diré dos nombres: Machen y Hogdson), escritores que hoy, más de cien años despues de su tiempo, aún logran poner los pelos como escarpias. Por desgracia eso no ocurre con muchos de los textos de esta compilación, la cual me temo que debe su existencia al mero nombre de Howard y a la larga y poderosa sombra de Conan. Con ella queda demostrado que el texano tuvo sus luces y sus sombras, las cuales se coagulan densas y cenagosas en este volumen.

La media de los relatos leídos da un triste 4’72. Una pena que por poco no llegue al 5. Pero es que hay relatos malos, casi infumables, al menos a mi gusto.

Adiós.

AA.VV. – Nuevos cuentos de Los Mitos de Cthulhu

Hola, culebrillas.

Una nueva compilación de libros de Los Mitos, en esta ocasión titulada Nuevos cuentos de los Mitos de Cthulhu, compilación a cargo de ni más ni menos que Ramsey Campbell. El libro es de 1980, con lo que lo de nuevo ya no resultan muy cierto (si bien mi edición es la de 2011), lo que no excusa un detalle: ¿cómo se puede editar un libro titulado nuevos relatos cuando entre ellos hay textos de H.P.L. y de Frank Belknap Long? Suena muy a broma. Y sin embargo no lo es: ahí están las historias, para el disfrute (más o menos, que de todo hay en esta compilación) de los lectores.

Luego, y antes de entrar en harina con los relatos pero tras haberme leído todos, quiero hablar inopinadamente del señor José Luis Moreno-Ruiz, el traductor de este libro. Y quiero hacerlo inopinadamente, insisto, porque me ha llamado la atención ese adverbio, el cual, inopinadamente, aparece incluso dos veces en una sola página. Así, sin que venga a cuento (porque no me creo que no un traductor con experiencia no pueda encontrar un sustituto a dicho monstruo). Y además hallarlo inopinadamente. ¿Algo más puedo decir del traductor? Pues la verdad es que nada, porque profundizar en el tema supondría opinar, y eso -inopinadamente- no ha lugar. Para no hacer más inopinado escarnio le remito un saludo al señor José Luis Moreno-Ruiz. Eso sí, considere el saludo como algo inopinadamente enviado.

‘Crouch End’, de Stephen King, recuerda mucho a la manera de escribir de Campbell, sobre todo en la parte inicial de la narración de Doris (la sensación de amenaza velada, intuida, percibida por el rabillo del ojo). Resulta curioso leer un relato de King justo después de leer su guía de estilo y comprobar cómo se salta algunos de sus consejos estilísticos. El relato entra en un momento dado en el territorio del pastiche (o del tópico, o del homenaje desvergonzado) al ponerse a plantar casi seguidos toda una serie de guiños a nombres y recursos de H.P.L. Aun así se disfruta. Un 6.

El inicio de ‘La charca de las estrellas’ (A. A. Attanasio) no es confuso sino lo siguiente. Además posee descripciones demasiado vagas (los detalles van y vienen, entrando en escena de repente y sin aviso) e incluso inexactas que llevan a confusión. Final alocado y sin sentido: no por meter todo monstruo posible de peli pulp de los cincuenta se consigue un relato bueno. Intento de mezclar género negro con Mitos que no funciona en nada. Ale, un 4.

Tras leer ‘El segundo deseo’, de Brian Lumley, la verdad es que en mi caso hubiera deseado poder pedir un primer deseo: no haber empezado este horrible relato. Pasando sus páginas recordaba una de las normas enunciadas por King: evitar como la quema los adverbios acabados en -mente. Y es que en un primer lugar hay que decir (o gritar) que Lumley no tiene ni puta idea de escribir. Es otro de esos ejemplos incomprensibles de ‘tío que le publican con una calidad menos que nula’. ¿Qué decir de este relato? Nada bueno, pero entre lo malo destacar, por ejemplo, que adolece de una obvia falta revisión, con errores de continuidad e incluso contradicciones. No hablaré de cuán tópico es (el ambiente gótico roza el pastiche, eso en una recopilación de textos que según Campbell pretende aportar frescura, una visión diferente de Los Mitos). Además  de que también hay errores de traducción / edición, como lo de las miles de millas. 2 que me tienta a cambiarlo a un 1.

‘Oscuro despertar’, de Frank Belknap Long, adolece del mismo tipo de descripciones que el relato de Attanasio: la descripción de la escena del clímax está llevada de una manera demasiado vaga, por más que luego lo intente explicar: ya es tarde. Le pongo un triste 4.

El inicio de ‘La sección 247’ (Basil Copper) es leeeeento, demasiado lento. Una cosa es meterse en el ambiente y otra marear la perdiz. Sin embargo lo malo, lo peor de todo el cuento, lo tenemos al llegar al final, cuando descubrimos que el autor ni sabe describir mínimamente bien el detonante de todo el relato, ni se pringa en plasmar un final más comprometido: tan vago es el desenlace se puede decir que el relato ni siquiera pertenece a los mitos. Se lleva un 5.

T.E.D. Klein divaga y divaga en el inicio de su relato ‘Un negro con un saxofón’. El relato parece una especie de declaración de amor que al autor hace, a modo póstumo, a H.P.L. Pero, aún yéndose por las ramas, funciona mejor que ‘La sección 247’, quizá porque toca de manera más directa a Los Mitos. Tanto es así que a medida que se avanza en la lectura uno se da cuenta de que está leyendo un relato de corte clásico en cuanto a estilo lovecraftiano se refiere. El cuento posee una importante cantidad de paja, si bien es una paja que le da cierto carácter muy acorde con la personalidad del protagonista. Por desgracia acaba cayendo en el tópico, en la repetición de escenas y esquemas usados una y mil veces en el subgénero (repetición que, todo sea dicho, no supone mucho problema para el fan empedernido). Al menos tiene el detalle de no aportar nombres grandilocuentes que hagan de gancho o guiño, aparte de los de la tribu de marras que sirve de detonante de la historia. Vamos, que un escritor aficionado seguro que no hubiera resistido la tentación de nombrar con todas sus letras a la entidad cuya presencia se intuye en el texto: T.E.D. Klein no cae en eso, obligando al lector neófito a indagar en otros relatos para saber quién cojones es el negro del saxofón… y con ello a ganar quizá un nuevo fan a este adorable y monstruoso subgénero de Los Mitos. Le pongo un 7.

Y pasamos de una carta de amor póstuma a algo puede incluso más osado: una colaboración póstuma, casi se diría que incluso necrofílica por lo que tiene de directo revolcón con la obra del de Providence. ‘El libro negro de Alsophocus’ se trata de una literalización perpetrada por Martin S. Warnes en forma de relato de un fragmento escrito por H.P.L. El texto posee esa prosa obsesiva y enfermiza que a algunos, tiempo atrás (mucho tiempo atrás), nos atrajo a este mundillo de Los Mitos; un estilo que, sin embargo, ahora se vuelve algo casino por lo manido y sobreexplotado, y eso que debo admitir que en determinados momentos escribir con ese tono y ese ritmo resulta poco menos que una acto masturbatorio, pura prosa onanista. En el texto todo cuanto se describe posee la famosa dimensión tan-tan-tan (tan maligno, tan enorme, tan abisal, tan obsceno, etc.), el horror en grado superlativo. Pero toda esa mastodóntica aglomeración, tan apretada, sólo consigue una cosa: chirriar, o repicar como todo un campanario. Resumiendo, el relato encajaría a la perfección en la más pura definición de pastiche, de la que se salva por tratase de una adaptación de un texto del propio HPL. Y se lleva un 6.

Llegamos a ‘Maldita sea la oscuridad’ (David A. Drake) y parece que el autor se ha dado un atracón de El corazón de las tinieblas antes de ponerse a escribir. Sí, puede que también tenga algo que ver si experiencia en Vietnam, pero la primera impresión que queda hace pensar que adora el libro de Conrad. El relato progresa más o menos bien hasta que se hace mención a los cangrejos, los jodidos e incongruentes cangrejos, lo cual supone una auténtica puñalada trapera a la suspensión de incredulidad. A eso se suma que ‘la masa negra’ aparece mentada de repente, sin presentación previa alguna. ¿Me he perdido algo y se ha citado antes, o es que ‘la masa negra’ se refiere a las hordas de aborígenes, porque yo no entiendo eso, sino que se describe algo similar a ‘el humo’ de Perdidos? ¿Se trata de un error del editor, traductor o el propio autor, que se ha zampado un párrafo? Bueno, que al final le pongo un 6. Pena de final, la verdad.

Y el libro acaba con la aportación del compilador (algo que jamás me ha gustado: si te pones a recopilar y hacer de editor, no te incluyas entre ‘los elegidos’): el relato ‘Las caras de Pine Dunes’. En este relato Campbell recurre, como es típico en él, a describir una presencia, una sensación de agobio, algo que forma parte del repertorio de lo que se considera herramientas básicas a la hora de redactar historias de Los Mitos. Por desgracia, y no sé porqué, en este relato me encuentro con lo mismo que en el anterior, la impresión de que falta algo, un párrafo o frase o algo. ¿Por qué? Porque durante la lectura todo se parece desarrollar en una misma línea temporal, hasta que se llega a un preciso instante, a una frase concreta, en la que empieza a chirriar… para unos párrafos más adelante darse cuenta de que se ha estado leyendo un flashback. Lo he leído de nuevo por encima y no he logrado encontrar la típica –o no tan típica– entradilla que indique que la narración se va a desplazar hacia atrás en el tiempo. Vamos, que no acabo de entender ese salto. Por lo demás el relato sigue el estilo tan característico del autor (presencias intuidas, apenas vistas, que generan sensaciones claustrofóbicas y de velada amenaza) que lleva a un final cuya relación con Los Mitos está cogido muy por los pelos. Al final le pongo un 6.

Pues esto ha sido todo, una compilación de la que se esperaba más. Como nota media sale 5,11.

Adiós.

Ramsey Campbell – Reencarnación mortal

Hola, culebrillas.

Hace mucho tiempo, quizá demasiado, que no leo un libro del maestro Ramsey Campbell, el escritor que en mi opinión mejor es capaz de crear ambientes de tensión, de sensaciones de acoso o acecho. En definitiva, el maestro de la inquietud y el desasosiego.

Aun recuerdo la maravillosa e impresionante sensación que transmitía El sol de medianoche, el que hasta ahora me parece su mejor libro. Luego llegaron Imágenes malditas, Cartas malditas, La secta sin nombre, Ultratumba… entre unos y otros hay grandes diferencias de calidad, encontrando los dos extremos entre los textos ‘malditos’, el mejor el de Imágenes, el peor el de Cartas.

Pero eso era hasta ahora. Tras leer Reencarnación mortal los extremos de valoración de la obra de Campbell alcanzan un nuevo umbral… inferior. Porque el libro es malo. Malo con avaricia: un simple refrito de obras anteriores en las que Campbell se limita a repetir esquemas, situaciones y técnicas, todo ello basado en un argumento inicial que por sí sólo resulta muy endeble: la mezcla de sueños proféticos con pesadillas que sufren un reducido grupo de personas. Como digo, esto como base de una historia de terror (siempre y cuando no derive en fantasía oscura), resulta escaso. Tan escaso que el autor se dedica la inmensa mayor parte de la novela a generar un intento de ambiente incómodo pero sin tener mucho que ver con la premisa inicial entrevista en el prólogo.

Así lo que tenemos entre manos es una especie de novela río en la que personajes de vidas distintas, casi todas ellas totalmente divergentes, avanzan de manera casi paralela hacia un final nada claro. Pero el detalle de ‘paralelo’ es exáctamente eso: no se encuentran puntos de unión entre todas las historias, pasando páginas y más páginas con escenas que no aportan nada al resto.

Y lo peor es que, llegados al desenlace, nada de cuanto se ha narrado en los varios cientos de páginas previas sirve de nada. Porque nos encontramos ante un desenlace confuso, mal explicado, apresurado. Campbell no destaca precisamente por explicar mucho lo que esconden sus tramas (al contrario que otros, como Stephen King); más bien al contrario, deja siempre una muy interesante ‘zona de vacío’ que obliga a lector a imaginar. Vamos, que con Campbell un buen final es uno que deja cabos sueltos, e incluso una mezcla de cinismo y mala leche. Pues bien: nada de esto hay en Reencarnación mortal. La no-explicación del desenlace apunta a que sencillamente ni quiso o (lo que me temo) no supo. El enlace entre las pesadillas, lo que sucede en la casa, los tejemanes de Sage y lo del final resulta tan brumoso que directamente no resulta. Para más cachondeo hay un final feliz. Vamos, que el libro es un puñetero encargo para pagarse lentejas.

Escenas deshilvanadas y tópicas (muy usadas en el resto de su, pero sin la magia del continuo ‘te aprieto y te atenazo más hasta asfixiarte’), acontecimiento que afectan a los personajes sin un rumbo marcado, conclusión confusa con origen del mal apenas dicho en tres frases (al parecer un personaje de peso, Sage, sabía todo de todo, formando parte del mal, pero sin embargo no toma un papel de peso en el desenlace final, ni propicia una escena aclaratoria ni similar), final asquerosamente feliz (que incluye una notitta a modo de apostilla que no remata).

No puedo evitar hablar de la solapilla izquierda: directamente para matar al editor o, por lo menos al director de la colección. ¿Cómo se puede permitir editar una solapilla que destripa todo el libro, hasta su final? Para matarles, tal cual: para matarles.

Por todo ésto (por lo flojo y maquinal del libro, por muy Campbell que sea) le otorgo un triste 5.

Un saludo.

PD: Muy triste la frase de Straub en la contraportada. Ese tipo de aportaciones, sin duda a base de talonario, flaco favor le hacen tanto al que la firma como al que la recibe.

AA.VV. – Felices pesadillas

Hola, ofidios.

Vaya mazacote de libro éste del que voy a hablar hoy. Felices pesadillas, con el subtítulo de ‘Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003)’ reúne un total de cuarenta relatos de otros tantos autores, en su mayoría clásicos en el género fantástico.

Pese al grandilocuente subtítulo de la obra, por desgracia hay que decir que un número demasiado alto de ellos no encaja con ese supuesto criterio de ‘lo mejor publicado’. Para más inri hay algún relato que no encaja con el género terrorífico, y otros directamente no son, ni de lejos, de lo mejor del autor aparecido en Valdemar.

Pero vayamos a un desglose al detalle de los contenidos.

  1. La compilación empieza con un relato del para mí siempre fallido e insatisfactorio E.T.A. Hoffman, ‘Vampirismo’. Nos hallamos ante un texto ñoño y terriblemente mal envejecido, demasiado encasillado en el gótico más clásico. El género me gusta, pero ya evolucionado, cuando se desquita de esos fantasmas del romanticismo y la inocencia que poseía en sus etapas iniciales (Otranto y demás). Sé que debería ponerme en el lugar de un lector de inicios del siglo XIX, pero es que lo comparo con El monje y… vamos, como tratar de equiparar a Dios y un mendigo. El aplico un 5.
  2. ‘Las aventuras de Thibaud de la Jaquière’, de Charles Nodier, es un relato agradable al que le pesa el final en exceso moralizante tan de la época. Le pongo un 6.
  3. Y con el tercer relato del libro ya empiezan las cosas raras en esta recopilacón. El magnífico texto de ‘Rip Van Winkle’ sin lugar a dudas pertenece ya al clásico de la imaginería si no universal al menos si norteamericana (lo que para nuestra desgracia queda cerca de lo universal). Una relato muy bien llevado pero que ¿qué demonios pinta en una recopilación de terror? Me parece magnífico que quieran difundir la obra de Washinton Irving, pero colar este relato en la compilación queda fuera de lugar. Aun así, un 7 por la muy interesante historia.
  4. Uno de los grandes de la literatura del XIX, y grande con letras mayúsculas, hace su aparición en la compilación con ‘El elixir de larga vida’. Por desgracia el maestro realista Honoré de Balzac no logra demostrar habilidad en lo relativo al género del terror, componiendo un texto torpe por la excesiva descripción que rompe el ritmo. Además el final resulta exceso lento y poco efectivo debido a la extrema inverosimilitud del mismo. Que se lleva un 4, vamos.
  5. Y seguimos con los pesos pesados de las letras francesas: le toca el turno a Alexandre Dumas (padre). Definir a ‘La bofetada de Carlota Dofay’ como relato de terror quizá suponga demasiado: más bien se podría decir que es una anécdota que guiña a lo macabro, a lo morboso, una pincelada relativa a un periodo tan convulso como la Francia de finales del XVIII. Por desgracia, y de esto no creo que tenga la culpa Dumas, hay una discrepancia entre los nombres, del título al cuerpo del texto: en uno es Carlota, en otro Charlotte. Por su sinsustancia le pongo un 5.
  6. Saltamos de Europa a los Estados Unidos para, de la mano de Nathaniel Hawthorne, conocer a ‘El joven Goodman Brown’. Texto agradable, lleno de mala baba, por desgracia en su final se diluye un poco. Le pongo un 7.
  7. La inclusión del relato ‘Los hechos en el caso del señor Valdemar’, de Poe, supongo que se deberá a un gusto personal del editor, dado que la editorial recibe su nombre del mismo. El relato no es mi favorito de Poe (‘El corazón delator’ o ‘La narración de Arthur Gordon Pym’, por ejemplo, lo superan) pero aun así supone un magnífico del buen hacer del de Boston. Un texto soberbio cuya calidad (hablando del género del terror) queda muy por encima de los anteriores, carente de mojigatería alguna. Sólo puedo otorgarle un 9.
  8. Téophile Gautier nos presente ‘La muerta enamorada’, una historia con clara influencia de ‘El monje’. Agradable lectura que, sin embargo, sufre de una moraleja final. Se lleva un 6.
  9. A continuación nos llega un clásico entre clásicos dentro del género: ‘El guardavías’ de Dickens. Poco decir de este soberbio texto: de corte moderno, adelantado a su tiempo. Le pongo un 8.
  10. Joseph Sheridan Le Fanu aporta su granito de la compilación con ‘Schalken el pinto’. El cuento goza de una tensión y una ambientación interesantes y efectivas, llenas de detalles inquietantes. Sin embargo la expectación generada a lo largo de la lectura queda insatisfecha ante un final en exceso vago y sin atar. Aun con todo le aplico un 7.
  11. El dúo formado por Erckmann y Chatrian nos trae ‘La araña cangrejo’, un relato que tiene un enorme, descomunal pero: ¿de dónde narices sale la criatura? Esta especie de precuela decimonónica de Arachnophobia hubiera ganado muchísimo con un pequeño apunte que justifique la presencia del animal tan lejos de su medio ambiente original. Al final le otorgo un 6.
  12. Si no me equivoco éste es el primer texto de Wilkie Collins que leo y me ha sorprendido lo deudor a Poe que resulta este ‘Una cama terriblemente extraña’. Supongo que de Collins destacarán otros textos, no éste. Un 6.
  13. Fritz-James O’Brian nos aporta ‘¿Qué es eso?’, un relato al borde de lo ‘fallido’. Destacar de él dos defectos: la construcción de la criatura deja bastante que desear, sobre todo en lo relativo a su comportamiento y objetivos, a lo que lo mueve, que no queda nada claro (al contrario parece un absoluto sinsentido); por otro lado el final de la narración carece de gancho o de giro, reduciendo el texto a la transcripción de una anécdota más o menos bien narrada. Le pongo un 5 y va que chuta.
  14. Regresamos en el tiempo, al menos estilísticamente hablando, con Claude Vignon y ‘Los muertos se vengan’. Nos encontramos con el embrión de un relato de zombis, cuento echado a perder por su estilo en exceso decimonónico. Aun con todo se agradecen algunos detalles, como el de la antropofagia, lo que le hacen llevarse un 6.
  15. De nuevo regresan los pesos pesados. Entre en el ring el cínico Ambrose Bierce con su ‘El clan de los parricidas’. Del texto podemos decir que posee un estilo magnífico, muy actual, dinámico y absorbente. Pero de nuevo no es terror. Es una especie de distopía o un universo paralelo, pero en el que no hay terror alguno. Es en ese detalle donde las historias se desmoronan una tras otra: el universo en el que se tejen no se mantiene, no es ni de lejos creíble. Sólo hay que pensar un poco más allá de los textos en lo que una sociedad como la que muestra implica para ver que no se sostiene de ninguna de la maneras. El esperpento no está mal, pero con sus límites. Aun con todo le pongo un 8.
  16. El universalmente conocido autor de Drácula (y quien no lo conozca sólo se merece una cosa: una muerte lenta y dolorosa), Bram Stoker, nos trae ‘Los duelistas’. Nos encontramos ante un  texto anacrónico, mal llevado y peor resuelto. Casualmente su final recuerda un poco a ‘El clan’, pero son una incomparable torpeza. Sólo he leído de Stoker Drácula pero, por favor, que alguien me diga que ha escrito relatos cortos mejores que este bodrio. Ah, la nota: un mísero 3.
  17. De Guy de Maupassant nos llega este ‘Junto a un muerto’, un texto en el que creo que se me escapa algo. O todo. No sé. Sólo puede admitir mi ignorancia en lo relativo a Schopenhauer, lo que me da que hace que no sepa valorar el relato. Aunque eso no me impide encontrar algo que es (creo) un descomunal error de bulto: si la boca está cerrada (y bien apretada) no se puede decir un par de párrafos más abajo que las mandíbulas están aflojadas. Y menos aun como para caerse la dentadura. En ese detalle se basa todo el relato, y como en eso falla, le pongo un 3.
  18. Seguimos con otro clásico, Robert Louis Stevenson. De su pluma nos llega ‘El ladrón de muertos’, de nuevo un texto fallido. El defecto de la narración lo encontramos en el final de la misma, una resolución absolutamente carente de sentido, en extremo fantasiosa e injustificable, que choca con todo lo demás narrado en el cuento. Por ello le pongo un 4.
  19. ‘Pues la sangre es vida’ pertenece a Francis Marion Crawford. Nos hallamos ante un texto muy interesante, sobre todo en su potente imagen inicial. Sin embargo esa fuerza inicial de diluye a medida que las páginas se van sucediendo, inmersa en una historia gótica de corte demasiado clásico, que concluye de una manera floja, sin gancho. Pese a todo ello le pongo un 7.
  20. Otro nuevo peso pesado, Conan Doyle, se hace presente en la compilación, El cuento que no trae es ‘John Barrinton Cowles’. Queda demasiado en el aire la naturaleza de ella (excederse en las vaguedades tiene esos problemas). Curioso el pasaje ‘inspirado’ en Frankenstein. Todo ello le hace merecedor de un 6.
  21. M.R. James nos trae ‘El grabado’, otro clásico entre clásicos. De nuevo nos encontramos con un fallo de lógica: ¿qué hace pensar a Britnell que el grabado tiene algo especial? Ese es el detonante de toda la historia y en ningún momento se explica con claridad. Más aun, se da a entender que ‘los acontecimientos’ sólo suceden una vez, ante los observadores, y nunca más. ¿Hemos de entender que tampoco ha pasado antes? Si es así ¿qué hacía tan peculiar un grabado al que describen como vulgar? Pese a ese error le pongo un 7.
  22. ‘La pata de mono’ de  W.W. Jacobs nos rasca el alma egoísta a través de un relato que se descubre como una pequeña maravilla. Sólo le puedo poner un pero: más carnaza, que se hubiera entrevisto algo de lo que hay más allá de la puerta. Le pongo un 8.
  23. Tras ‘Intercambio mutuo, sociedad limitada’ de Arthur Quiller-Couch a uno le queda un regusto malo: dejadez. ¿Por qué? Todo relato debe tener una base argumental sólida para poder, a partir de ella, desarrollarse con un mínimo de credibilidad. En este relato nos encontramos, de nuevo, con que no se explica (ni siquiera se toca ese detalle crucial) de porqué no se reconocen los personajes a sí mismo ante un espejo. Esa estupidez hace que todo el castillo de naipes en el que se basa el relato se desmorone. Otro detalle que me ha disgustado, y en este caso la culpa pertenece absolutamente del editor, es encontrarme con que el relato aun no lo han publicado: ‘de próxima publicación’, dicen. Señores de Valdemar, ¿no ponen en su portada, en so contraportada, en su introducción, en su prólogo, que se trata de relatos ya publicados? ¿Qué tontería es esta? No hacen falta que me respondan, que me sé de sobra la maniobra que se oculta tras esto. Sólo quiero poner que quede claro que mienten y engañan al decir ‘Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003)’ e incluir éste, aun no publicado. Un 4 y va que chuta.
  24. Demos paso a palabras mayores, a todo un dios en lo que se refiere a relatos de terror: Arthur Machen. De su mano nos llega esa soberana maravilla llamada ‘La novela del polvo blanco’. Poco decir a este antecesor de los Mitos, un relato redondo y lleno de esa impresión de horror vago, intuido pero no visto. Ya desde la primera vez que lo leí con cosa de 11 o 13 años en la compilación de los Mitos de Rafael Llopis me llamó la atención por su intensidad (dicha lectura, absolutamente recomendable, me marcó de por vida). Sólo me atrevo a ponerle un fallo: la un poco por los pelos alusión al Vinum Sabbatii como el compuesto detonante del horror. Si identificación resulta poco menos que sui generis. Pero se lleva un merecidísimo 10.
  25. Con ‘La extraña cabalgada de Morowbie Jukes’ Rudyard Kipling nos transporta a la remota India y nos sumerge en una extraña e inquietante tradición, brutal y cruel. Buen relato, de desarrollo intenso, aunque con un final tramposo. Lo malo es que no se trata de terror, lo que hace poco justificada su presencia en este volumen. Le pongo un 8.
  26. Con ‘La maldición de los fuegos y de las sombras’ William Butler Yeats de muestra que lo suyo no es el relato corto. Ni siquiera el noble arte de crear fábulas. Relato simplón, más decimonónico que del s. XX, mal desarrollado y con la maldición mal resuelta. Aun con todo, por ese aire de leyenda que tiene y que me gusta, le pongo un 5.
  27. Herbert George Wells nos presenta ‘El fantasma inexperto’, una especie de chirigota humorística y esperpéntica del mundo de los espectros con un final totalmente previsible. Le pongo un 6 dado que a esas alturas de partido (Wells no debería pecar en la inocencia del siglo XIX) uno ya debe esperarse más.
  28. Jamás había leído nada de Edward Frederic Benson, y este relato de ‘La habitación de la torre’ me ha agradado. Y mucho. Tanto que lo considero intenso, eficaz, perfecto. Sólo se me ocurre ponerle una nota: un 10. Y postrarme ente su maestría.
  29. Saki (seudónimo de Hector Hugh Munro) nos trae un relato de nombre extraño: ‘Sredni Vashtar’. Oculto tras ese sonoro título se esconde uno de esos relatos en los que se juega con el concepto de la infancia, y la crueldad que puede acompañarla. Pero en esta ocasión no se hace de la manera chusca y burda que utiliza Stoker en ‘Los duelistas’, sino que el autor juega mejor sus cartas y compone una historia creíble y bien llevada, que sólo flojea al final, con la increíble capacidad que un hurón para causar lo que se supone que causa. Le pongo un 8.
  30. Apagada y pastosa, resuena ‘Una voz en la noche’, el soberbio relato de William Hope Hodgson. No sé cuántas veces lo he leído ya. Y le volveré a leer. Magistral, casi perfecto. ¿Qué falla? Creo que se podría haber mejorado no dejando soltar de esa manera a ‘la voz’ ese largo soliloquio, interrumpiéndolo con detalles de atmósfera y de relación con los marinos de la goleta. Pero se trata de una valoración personal ante un relato que posee una intensidad y una historia que ya le gustaría a muchos ahora lograr. En esta nueva lectura me ha venido a la memoria, no sé porqué, un relato de Clifford D. Simak, ‘Los cáiganse muertos’. ¿Se inspiró Simak en Hodgson? Ni idea. A lo que iba: un 10.
  31. Horacio Quiroga nos presenta ‘El síncope blanco’, un relato ñoño, con ese aire fantástico poco esforzado que por desgracia se da en muchos autores. Como si la fantasía fuera un ‘todo vale’ en el que no hay que cuidar los detalles, escenarios y argumentos. Así quedan relatos como este, que se lleva un 6 y listo.
  32. ‘El comerciante de ataudes’ de Richard Middleton de nuevo pertenece al género del esperpento, del humor, pero no engancha al lector en momento alguno. Muy lejano en calidad a su ‘El buque fantasma’. Se lleva un 5.
  33. Henry S. Whitehead nos trae ‘El hombre árbol’, un relato de desarrollo lento, sosegado, ligeramente inspirado en los mitos vudús. Se trata de un texto sin pretensiones, al que le pongo un 5.
  34. Y llegamos a la tomadura de pelo de Franz Kafka: ‘Ante la ley’. Tras haber manado a la basura el libro de Cuentos completos al ver que Kafka es una creación de su editor y de la cerrada y oscura comunidad judía (a mí relatos llenos de simbolismos cabalísticos o relativos a unas leyes que sólo entiende un grupo reducido no me parece que merezca el menos ensalzamiento; menos aun el que tiene el autor) ya todo lo que me lea de este hombre lo miro con lupa. Y con coraza ante la soplapollez/ida de olla que me encuentre. ‘Ante la ley’ es un chascarrillo, un chiste. Ni terror ni Cristo que lo soñó. ¿Los de Valdemar quieren darle prestancia a este volumen ante los gafapastas culturetas incluyendo el nombre de Kafka? Pues que les den por culo. Esta mierda de relato se lleva un 3. Y mucho me parece.
  35. Huimos del planeta judeo-elitista y ponernos de nuevo los pies en la tierra con un texto de Hugh Walpole. El título de ‘La máscara de plata’ y el objeto al que alude es caso lo de menos en un relato de anulación de la personalidad. La atmósfera de amenaza que crea me recuerda a las de Campbell, pero menos lograda. De esa manera no acaba de enganchar, fallando como relato. Le pongo un 5.
  36. En ‘Calor de Agosto’, de William Harvey, nos encontramos con el ejemplo de texto que al autor no sabe, no quiere o no se atrave a rematar, dejando un final exceso abierto. Un 4.
  37. No voy a decir nada de ‘La llamada de Cthulhu’, de Lovecraft. Un 10. Punto.
  38. ‘El valle de lo perdido’, de Robert E. Howard peca, al igual que ‘Una voz en la noche’, de un trozo de excesivo monólogo. Nada más que en, si Hogdson sabe mantener bien la atmósfera, Howard cae en lo que yo llamo onanismo literario: se pone a relatar para su autosatisfacción un pasaje que muy bien podría haberse, si no eliminado, sí dosificado de otra manera. Aun así le doy un 8.
  39. Aquí ya lo flipo: me encuentro el relato ‘Grillos’, de Richard Matheson. Matheson es, sin lugar a dudas, uno de los cuentistas de terror por excelencia de la segunda mitad del s. XX. Y, de entre el amplio abanico de posibles textos, van y plantan este fallido y simplón ‘Grillos’. Joder. Si es por extensión de texto que hubieran puesto el magistral (y al parecer incomprendido) ‘Vampiro’, o el aterrador ‘El vestido de seda blanca’, o… Pero joder, este no. Sólo se merece, por su chusca previsibilidad y su nulo clímax, un 3.
  40. Acaba la compilación un relato de Pilar Pedraza: ‘Mater tenebrarum’. El texto trata de mezclar una atmósfera gótica y oscura con un cierto desparpajo y campechanismo (hay expresiones a mi gusto demasiado coloquiales) que hace que el conjunto chirríe. Además hay una serie de no sé si guiños a otros autores o a temas del género (el espectro hablando con la vampira, por ejemplo) que no ayudan a crear una buena atmósfera. Como resultado de ello el relato no engancha, a lo que no ayuda una historia que para su extensión no acaba de centrarse en nada concreto, y que cuando parece que lo logra sucumbe en un final nada satisfactorio. Por ello la pongo un 4.

Ale, se acabaron los relatos. La media me dice que el libro se lleva un 6’175. Un bien bajo. Y es que la verdad es que me esperaba más del libro, la verdad. Lo que decía al principio: si ‘lo mejor’ acaba con una media de un 6 algo ha fallado;  la selección de relatos, que lo publicado realmente no posea tanta calidad… o que el lector resulte demasiado exigente. Puede que en el fondo el problema sea precisamente eso último.

Pero bueno: ha sido un compañero digno para unas vacaciones.

Adiós.

Stephen King – La cúpula

Hola, culebras.

De nuevo un mamotreto de Stephen King, un monstruo que supera las 1.100 páginas. Un tocho que, sin embargo, se lee mucho mejor que otros de un tercio de extensión. De nuevo el señor Rey nos embarca en una obra coral, con decenas de personajes que interactúan casi todos con todos. Sin lugar a dudas la tarea de engarzarlos todos y que quede bien, realista, es enorme.

Y precisamente en eso falla La cúpula. A las pocas páginas uno siente un intenso déjà vu: ¿estoy leyendo La cúpula, novela reciente de Stephen King, o una revisión de It? La verdad es que el personaje de Junior parece casi un clon de Henry Bowers. Pero bueno, eso no supondría mucho problema (al fin y al cabo se tratan de obras de un mismo autor, y como tal se pueden ver vínculos y semejanzas). Lo peor llega cuando el abanico de personajes se despliega y uno se encuentra ante un demasiado claro caso de bandos, buenos contra malos malísimos. Entre medias hay unos pocos personajes grises que pasan por la novela sin pena ni gloria; casi puro attrezzo. Lo blanco (un poquillo manchado pero al fin y al cabo blanco) contra lo negro abisal, a eso se resume el libro. Porque una vez se forman los bandos cada personaje se ajustan de forma milimétrica al rol que tiene asignado, sin salirse en ningún momento. No hay dudas, ni flirteos, ni traiciones. Nada de nada.

Al menos, siguiendo ese patrón de bandos, la novela se disfruta muy mucho: vemos como los malísimos hijos de puta hacen eso, el cabronazo, puteando a los buenos. Los chicos que de antemano sabemos que acabarán ganando y librándose de todo las pasan muy putas. Los malos malosos se regodean en su maldad y la reparten a tutiplén por todo el pueblo. Todo ello salpicado, al estilo del autor, con detalles de historia personal que enriquecen de colorido el texto.

Pero bueno, si el autor no acierta a la hora desarrollar las interacciones entre esas varias decenas de humanos, a lo mejor atina a describir el mundo y las circunstancias que provocan la crisis. Ahí hay que decir un sí pero no. Me explico: King es minucioso a la hora de describir a los personajes, cubriéndoles de uno y mil detalles humanos (de hecho el desarrollo de personajes es uno de los fuertes del autor). De igual manera  se nota que la labor documental la ha realizado muy bien (al final del libro hay una nota al respecto): el mundo que rodea a los protagonistas, y la forma en que éste cambia a lo largo de la novela, está descrito al detalle y de una manera que desde mi ignorancia me parece acertada. ‘Pero’. Hay un ‘pero’. Una cosa es hacernos ver a la perfección el interior de la casa de cada personaje, saber lo que comen, lo que beben, lo que visten, lo que respiran, y otra muy diferente explicar la raíz de todo: la cúpula. Sí, la tercera ley de Clarke dice eso de toda tecnología suficientemente avanzada se confunde con la magia. Pero no deja de llamar la atención la manera en que la cúpula se circunscribe de manera exacta, al milímetro, con el territorio de Chester’s Mills. Demarcación por completo arbitraria. ¿Un domo que se ajusta de forma mágica a algo tan ridículo como lo que indica un plano político? Eso sorprende mucho más cuando se descubre el origen de la cúpula. ¿Los creadores, siendo como son de remotos, se ajustan a la normativa topográfica y legal americana? Demasiado increíble. Por no hablar de el foco no sólo no está en el centro aproximado del núcleo urbano (un calcetín no posee centro geométrico, que yo sepa), sino que se sitúa allí donde se sitúa, tan descompensado. Todo cuanto rodea a la cúpula, su funcionamiento, comportamiento y origen queda mal descrito, sobre todo a raíz de las últimas páginas. Y es que la tercera ley de Clarke tiene un tope, a partir del cual la magia se vuelve tomadura de pelo.

La sombra del deus ex machina vuela por la novela a los largo de demasiadas páginas. Sobre todo desde el momento del perro, el sofá, el sobre y ‘la voz’. Esas escenas carecen de sentido dentro de la novela, no teniendo ni continuación ni posible engarce dentro de la misma. Se reducen a ‘tengo de alguna manera de salir de ese pequeño lío en que me he metido y lo hago así, porque yo lo valgo’. El fenómeno de las voces y de las visiones se sucede en numerosos personajes y tampoco encaja con absolutamente nada de lo que luego se descubre. Como si el autor lo hubiera olvidado. O, lo que es peor: lo hubiera querido obviar una vez llegado al final. ‘Lo puse, sí, pero llegados a este punto no sé cómo salir del berenjenal en el que me he metido. Aun así, ¿molaba, no?’, eso es lo que creo que se le debe pasar por la mente a King con esos detalles.

De igual manera queda por completo fuera de lugar la escena final de Rennie. King no lo deja nada claro, no se muestra rotundo en el origen de esas presencias. No se moja. ¿Hubiera supuesto mucho problema explicar que todo resultó como fruto de un cerebro afectado por los gases tóxicos? Ese condenado detalle hace que la novela, hasta ese instante integrada en un buen 99% de crudo ‘realismo’, quede manchada por un borrón de fantasía. Mácula que sobra, lo mires como lo mires. Eso sí, la escena queda muy dantesca, muy efectista. Muy adolescente. Y por completo fuera de lugar, conformando un final del todo inapropiado e injusto para el malvado supremo de la obra.

El deus ex machina se vuelve a manifestar, furioso y descarado, en la escena final del ‘alzamiento’. Incluso el propio autor lo dice: la cúpula sigue decenas, centenares de metros bajo tierra. Y sin embargo… Necesitaba salvar a esa gente y para eso ¡ale!, a romper la continuidad. No creo que hubiera supuesto mucho, dado el devenir de la novela, mostrarse firme en cuanto a la cúpula. El final que yo hubiera escrito hubiera llevado al lector en las últimas páginas a un futuro remoto. Y allí hubiera zanjado bien el asunto. No de esa manera tramposa.

Y es que Stephen King, tras sus varias décadas de escritor, sigue sin saber plantar un desenlace satisfactorio. Se va por la ramas, todo vale con tal de un buen final. Ahora mismo recuerdo pocos finales consecuentes con el desarrollo de la novela (quizá Thinner sea de los pocos que me hicieron decir chapó). Porque el desenlace de La cúpula roza lo patético. Un ‘no sé cómo acabar con este condenado domo irrompible y os suplico, lectores, que me perdonéis’. Tal cual. Triste, muy triste. Señor King, lo suyo no es la ciencia ficción sino el terror, así que deje los artefactos paracientíficos a los que sí saben manejarlos y llevarlos a buen –o al menos mejor–  término.

Acerca de la cúpula y su comportamiento hay otro un detalle nimio, casi ridículo, que sin embargo demuestra una voluntad tramposa (o quizá ignorante, o descuidada) que del tratamiento de la misma se hace en la novela: la cúpula es prácticamente impermeable a todo tipo de partícula, si bien no sucede lo mismo con las radiaciones. Como un cristal irrompible, vamos. Pero, si es así, ¿cómo es que algo tan físico como el sonido lo atraviesa si problema alguno? No recuerdo haber leído nada de acerca de atenuación sonora en todo el libro.

Los personajes hablan a través de ella como si nada, y sin embargo potentísimos ventiladores industriales pegados a ella apenas generan una tenue brisa. Si hay algo que pido en este mundo, cuando se trata de cosas que se pide que se tomen en serio, es coherencia. Y más aun cuando se trata de un autor que tiene todo el tiempo del mundo para repasar su obra antes de que ésta acabe en imprenta.

En definitiva, la novela resulta amena (incluso adictiva) pero sabiendo casi desde un primer momento que le autor la va a cagar con el final. Lo malo es que King no logra sorprenderte con un desenlace digno. Supongo que algún día, antes de morir, lo logrará.

¿Qué nota se lleva? Pues pese a todo, y gracias a esas 1.000 páginas de palomitas y diversión, un 7.

Adiós.

Dan Simmons – La soledad de Charles Dickens

Hola, culebras.

Aunque en esta reseña aparezca una fecha de 2012, todas las que hay entre este libro y el de La carretera han sido perpetratas a finales de 2012: está en concreto en fecha de 7 de Octubre. Sí, lo admito, se han ido quedando pendientes porque en primer lugar por aquella época estaba malo, y luego porque no disponía de mucho tiempo para ellas. Por esas razones, así como por lo remoto entre la lectura y el comentario, estas reseñas van a ser un poco bastante ligeras.

Empiezo este viaje al pasado (en lo que se refiere a lecturas) con La soledad de Charles Dickens de Dan Simmons. Tras leer la magnífica El terror cogí este nuevo relato ‘de época’ con muchas ganas, intrigado en saber cómo extraía Simmons una buena historia de horror de un personaje tan histórico y conocido como Charles Dickens.

Pues bien: La soledad es sobre todo un relato de personajes, y en ciertos pasajes de ambientes. Pero poco más. O quizá suficiente.

El estudio que ha realizado Simmons de las figuras de Charles Dickens, de Wilkie Collins y sus respectivas familias y entornos ha resultado poco menos que magnífico: no sólo el lienzo familiar e interpersonal es por completo creíble, sino a veces casi demasiado casi real, casi fotográfico y en extremo descarnado.

La figura de Dickens aparece retratada como un obsesivo y tozudo perfeccionista, acostumbrado a que los hados se porten con él y todo le salga bien. Llevado por esa forma de actuar se lanza de cabeza en proyectos visionarios y a veces incluso alocados (como por ejemplo las sesiones de lectura/interpretación de sus obras, culminadas por los intentos de hipnosis masiva). Dickens verá toda esa seguridad en entredicho ante las casi catastróficas consecuencias de un accidente de tren, y el subsiguiente encuentro con un personaje oscuro y desconcertante: Edwin Drood. La malsana y ambigua presencia de Drood, junto a la obsesiva relación de Dickens con sus creaciones y su excesiva confianza en sí mismo, le harán le llevarán a una espiral de autodestrucción.

Con igual detalle se describe la sombría presencia de Wilkie Collins, un individuo taciturno y muchas veces falso, víctima de su adicción a la morfina. Collins, imagen del desgraciado cuyos intentos de fama quedan eclipsados por el coloso ególatra de su amigo, a lo largo de la novela demuestra un comportamiento esquivo, falso, envidioso y retorcido, una manera de ser que se vuelve tan comprensible como despreciable. A ello hay que añadir una sexualidad por momentos ambigua, oculta en una extraña manera de entender las relaciones hombre-mujer.

Junto a estos dos amigos y antagonistas, y completando el trío central de la novela, nos encontramos a Edwin Drood, una suerte de avatar oscuro del mal, o quizá pobre desgraciado surgido de las catacumbas de Londres. Su extraña y siniestra presencia, a veces de corte vampírico, acabará obsesionando a los otros dos protagonistas.

En torno a este trío fatal se despliega una panoplia de personajes tan variopinta como triste. Las familias de Dickens y Collins, así como sus amantes; la alta sociedad y las élites del artisteo londinense; los agentes de policía, en activo o ya retirados, impregnados de corrupción muchas veces forzada por la necesidad; los miserables de los barrios deteriorados de Londres…

Y la propia ciudad, Londres, sus barriadas decrépitas y sus catacumbas, escenarios lóbregos y enfermizos que sólo pueden albergar a gentes igual de desastradas, Dickens y Collins entre ellas.

Todo junto compone un lienzo tan oscuro como colorista, rico en detalles morbosos y decrépitos, una historia preñada de historias que le hace a uno leer y leer sin parar. Las páginas se suceden mientras te sumerges y contemplas la decadencia moral y física de los dos escritores, cómo sus relaciones familiares y sociales se van deteriorando o transmutando algo… diferente. El juego de personajes y de situaciones, así como el magnífico tempo de las historias, nos hacen recordar a un inspirado Stephen King.

Bien, sí: tenemos personajes, las relaciones entre ellos, pero ¿y el horror? Ahí es donde el libro falla. Hay tensión en un porcentaje alto del libro, pero el horror que se esperaba no existe sino en unos contados pasajes, perdido entre páginas y más paginas de retratos sociales. La figura que se espera resulte como catalizador del horror, Drood, acaba difuminada a lo largo de las páginas, diluyéndose en algo brumoso e impreciso, demasiado vago, al final de texto. De nuevo, como en El terror, Simmons defrauda con un final no acorde a las expectativas del texto.

Aun así, por todas las páginas transcurridas descubriendo los tejemanejes de Dickens y Collins, con esos viajes a los barrios purulentos y drogadictos de Londres, la lectura merece la pena.

Le pongo al libro un 8, que ya es bastante.

Un saludo.

Daniel Rhodes – La tumba de Lucifer

Hola, culebrillas.

No quiero hablar mucho de esta cosa. La tumba de Lucifer, el pestiño de Daniel Rhodes, es a la literatura de terror lo que los telefilmes post telediario de Antena 3 al cine de calidad (y quiero pensar que el cine de calidad todavía existe). De hecho ni siquiera como argumento para una película de serie B saldría bien parada. El libro no engancha en ningún momento, carece de tensión, las escenas ‘de miedo’ no dan ni miedo ni nada, los personajes planos y a veces son demasiado ochenteros. Por otro lado la visión que da de la Francia rural parece sacada de una película de Paco Martínez Soria, e ignoro hasta que punto acierta o mete la pata: me gustaría saber la opinión de un francés.

Tema aparte merece la traducción, que llega a incluir alguna que otra frase directamente sin sentido. Además parece que el traductor o el ‘componedor’ (ignoro el nombre técnico) desconoce el significado y uso del símbolo ‘»’ para continuación de discursos en nuevo párrafo.

Luego está el título de la obra: ¿por dónde sale Lucifer? Creo que se le menciona sólo una vez, y de refilón. Si al menos se hablara de Baphomet… Y no vale como excusa el decir que nos encontramos ante una traducción cutre de esas a las que nos tienen acostumbrados en España, sobre todo en el cine. No: el propio autor pone el nombre Lucifer en el título original, Next, after Lucifer. Este tío estaba fumado cuando escogió el libro. Pero aun más fumado debía estar su editor original… y el español, por supuesto.

Este truño no se lleva un 0 por piedad, pero un 1 ya es suficiente. Vaya pérdida de tiempo.

Adiós.

Bret Easton Ellis – American psycho

Hola, culebras.

American psycho llevaba años y años en la pila y nunca me atrevía a cogerlo: me daba miedo debido a la impresión de bestseller insustancial que me causaba. Pero llegó el día en el que me dije ‘debo darle una oportunidad a este libro de Ellis.

De entrada me sorprendió el estilo usado por el autor: un hiperactivo presente en primera persona que a veces casi no te deja respirar. Usando el monólogo interior consigue uno meterse bastante a fondo en la mente de Patrick y ver basura. Mucha basura. Toneladas de basura. Basura en forma humana. De hecho en toda la novela no hay prácticamente ningún personaje que no pertenezca a la élite de los más despreciables seres humanos. A lo largo del libro no deseas que Patrick los mate, sino que deseas ser tú quien le mate, a él y a todos cuantos le rodean. Por pijos, por superficiales, por ridículos, por pretenciosos… porque no se merecen ni el esfuerzo de mirarles.

Ignoro la intención de Ellis al escribir el libro, si lo hizo a modo de catarsis, como reflejo de una sociedad para reírse de ella, o qué, pero el resultado para mí ha sido uno de los libros más llenos de personajes despreciables que jamás haya leído. No hay contrastes, no hay luces y sombras: cada uno, a su manera, merece una paliza. O que le maten directamente. Triste.

Y, al mismo tiempo que está lleno de personajes despreciables, el libro está completamente vacío. No dice nada, reduciéndose a una sucesión de acontecimientos. A medida que el libro avanza la crueldad y el gore aumentan, pero no se vislumbra dirección alguna a la novela, que acaba de igual manera que ha empezado. La única diferencia es que yo me siento estafado.

Luego hay esas divisiones musicales que no vienen a cuento ni aportan absolutamente nada: Génesis, Whitney Houston, Huey Lewis… ¿porqué mete eso? De nuevo el sinsentido como parte integral del texto.

American Psycho se merece un tres, y eso como mucho. Nada más. Chau.

Charles R. Maturin – Melmoth el errabundo

Hola, culebras.

Tenía pensado redactar una meditada reseña de este libro, Melmoth el errabundo (de Charles R. Maturin), una tan extensa como las dos que he escrito de Frankenstein o de El monje. Pero eso es lo que tenía pensado, y otra la realidad: ando liadísimo y apenas tengo tiempo para dedicarme a este humilde blog. Así que me voy a ceñir a lo más conciso de este clásico de la literatura gótica.

Maturin nos presenta una obra de extensión desmesurada, y en ese mismo concepto de desmesura se encuadra el contenido del texto. Siguiendo los cánones del texto gótico, en sus páginas nos encontramos con los ya típicos (y tópicos) pasadizos secretos, presencias fantasmales, conspiraciones eclesiásticas, relaciones familiares engañosas, oscuridad y sufrimiento, etc. Así, basándose en esos elementos que no por manidos pierden fuerza, el narrador nos presenta una historia que al principio engancha: un supuesto inmortal que ha alcanzado tal condición a través de un pacto con el demonio. No he leído el Fausto de Goethe, con lo que me resulta imposible hablar de semejanzas, así que ese asunto me lo voy a saltar (que no, que no voy a enrollarme mucho).

El libro arranca con un inicio impresionante: regreso a una mansión en extremo tétrica, un pariente moribundo y mezquino, una tormenta, un naufragio y, como culmen de todo ello, la aparición de una figura incongruente y aterradora. Magnífico.

A raíz del inicio de la narración del español ya se puede hablar de semejanzas con El monje en lo relativo al enfermizo ambiente eclesiástico: su historia arranca de manera maravillosa con su descripción de las maldades que se ocultan tras los muros de un convento (el único y gran defecto de esta parte, y en general de toda la novela, es el tono resabiondo y cargante que usa el autor a la hora de describir). Las desventuras del pobre español parecen no acabar nunca, siempre acaeciéndole algo todavía más dramático.

Y ahí empieza a degenerar.

Yo esperaba (tonto de mí al ‘esperar’) que la narración del español fuere una suerte del cuento de la monja sangrienta en El monje. Pero aquí no es así: la narración se alarga y alarga y alarga. Y vemos cómo dentro de ella hay otra, y luego otra, y más allá otras dos, y una quinta. Eso en un momento en el que el pobre español se encuentra en medio de una situación llena de tensión: recién huido de la cárcel de la Inquisición. El texto se ve lleno de paréntesis a cual más extenso y farragoso, todo ellos para que el clérigo que se esconde tras el autor se solace en un impertinente sermón. El autor no sabe distinguir su púlpito de la novela, y así ésta decae hasta el punto de desear abandonar el libro.La últimas páginas uno las lee casi a desgana, deseando que acabe ese tormento: no el de Melmoth, sino el del lector.

Y es que el texto sufre de un narrador en exceso omnisciente, que describe todo de una manera tan prolija que aburre y mata los ambientes de horror que presenta. No sugiere sino vomita las escenas. Ves hasta el más diminuto menudillo medio digerido. Y te obliga a saborearlo. Horrible.

A eso se suman los diálogos monótonos,  monocordes, con una única voz y estilo de discurso. Todos (hombres, mujeres, niños y ancianos) hablan igual: no existe en el menor ‘trabajo de personaje’. Horrible.

Para rematar la chapuza el autor inserte de manera bastante anárquica citas supuestamente cultas, las cuales más que alumbrar algo a la narración sólo demuestran un nivel de pedantería descomunal. Peor todavía cuando muchas de esas citas carecen de objeto alguno e incluso rompen el ritmo. Horrible.

Una lástima que, algo que prometía ser una delicia, el autor -con su afán de demostrar ‘lo bien que escribe’- acabe destrozando todo el texto.

Le pongo un cinco gracias al fondo que hay tras muchas de las escenas (magnífico), ya que por la forma se llevaría un bien merecido cero.

Un saludo.

PD: Al final sí que me he enrollado un poco 😛