Horace Walpole – El castillo de Otranto

Hola, ofidios.

Acercándome al inicio más inicio de lo gótico, en esta ocasión me acerco al El castillo de Otranto, de Horace Walpole.
No hay que buscar mucho para saber que académicamente se le considera el inicio de todo un estilo, un género caracterizado por lo espectral, lo arquitectónico, lo atmosférico, aspecto que ya conocía… pero como esencia del género también están los sentimientos exacerbados y los enredos de cama y/o linaje, algo que siempre ha asociado al melodrama y la novela romántica.

Todo ello está presente en Otranto: presencias fantasmagóricas e inexplicables; catacumbas, pasadizos, castillos y naves eclesiásticas; oscuridad, lobreguez y humedad. Eso por un lado. Por otro unos personajes exagerados y maniqueos que siembran la novela de diálogos increíblemente afectados, tanto que rozan el ridículo. ¿Hablaba y pensaba la nobleza de finales del s. XVIII así? No lo sé, pero podría creerlo vista la manera de hablar y actuar de los pijos de ahora, esas criaturas que por no salir de su burbuja forrada de dinero siguen soltando el ‘oigh’ en cada frase que mal pronuncian.

La mezcla de esos elementos se ve que sorprendieron y encantaron en su momento, hasta llegar al punto de que a raíz del libro se creó todo un estilo lleno de seguidores, estilo que (con las modificaciones del paso del tiempo) ha llegado hasta ahora. Pero al César lo que es del César: el estilo general del libro casi parece escrito por un niño de primaria. Los ya citados diálogos exagerados y mal llevados, descripciones simplonas y ambientación casi nula, junto a un sentido del ritmo poco menos que completamente desacompasado. Eso, junto a que ha envejecido pésimamente, hace de esta lectura un ejercicio más que nada académico, carente de interés para un lector actual que busque el ‘disfrute’ del texto.

Por todo ello se lleva un raspadito 5: sin duda en manos de otro autor más experimentado habría quedado un texto más presentable, pero es que quien tuvo la idea fue Walpole, y no daba para más. Ni para menos.

Chau.

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