Agarré de la pila Los vientos del olvido por desintoxicarme un poco de mi lectura actual, un mamotreto de más de mil páginas que se me está haciendo difícil de tragar en sus últimas cien páginas. La verdad es que no sabía qué me iba a encontrar en su interior, con esa horrible frase en portada que hace de brutal e injustificado spoiler. Pero tras concluir la lectura he de decir que es uno de los libros de Ángel Torres Quesada que más he disfrutado, y sin duda el que más trasfondo crítico tiene. Ataca no sólo a la cultura musulmana (algo que creo que en parte se merece, y que ya lo está haciendo alguno), sino a la cristiana, a la hebrea y al propio ateísmo materialista. Vamos, que casi no deja títere con cabeza.
A lo largo de libro nos sumergimos en un mundo coherente en su estancamiento, situación que a todos nos suena conocido: el de la cultura islámica, anclada en el pasado por una idea de religión basada en la intolerancia y el oscurantismo (sí, en gran medida como los poderes que gobiernan la cristiana). Por ese mundo se mueven nuestros personajes, algo planos pero que nos sirven al efecto de darnos a conocer el medio y las circunstancias de ese mundo. El pequeño rompecabezas que se desarrolla a lo largo de la novela resulta algo previsible, pero no por ello menos interesante, con detalles que recuerdan a Clarke.
El resultado final es altamente satisfactorio, un space opera implicado sociopolíticamente, un texto muy oportuno para estos tiempos convulsos en los que vivimos.
¿Qué le pongo? Un merecido siete, y mi recomendación como un buen ejemplo de cifi española.
Por supuesto, hasta ahora lo mío era predicar en el desierto (y dado lo humilde de mi web así sigue siendo). Pero antes, además, sabía que en ningún sitio ocurría nada que me diera esperanzas.
Pero la situación ha cambiado.De unos meses a ahora se empiezan a sublevar los que durante años he pensado que eran tontos sin remedio: los árabes. Sí, tal cual como suena: siempre he pensado que esa gente eran tontos. Cientos de millones de hombres, mujeres y niños, viviendo en la miseria mientras sus pies pisan alguno de los territorios más ricos del planeta; cientos de millones de personas sometidos a dictaduras y a tiranías medievales, sistemas políticos casi sacados de un libro de historia antigua; cientos de millones de seres humanos sometidos a una religión tergiversada y deformada hacia el terror. Cientos de millones de tontos que sufrían todo esto en silencio, o incluso matándose entre sí. Tontos.
Pero ya no pienso así. Están dando toda una lección al mundo de lo que la gente sencilla y humilde, unida, puede hacer. Están demostrando que la paciencia tiene un límite, que no todo se soporta.
Están gritando un descomunal aviso para navegantes.
En el ‘mundo árabe’, ese extraño planeta dentro de un planeta, la mecha ha prendido. Y la mecha ya se ha alargado a otros polvorines, como China o Estados Unidos.
¿Prenderá en España? Sinceramente deseo que sí. Que la gente reaccione de una vez. ¿Quién? Los que ponen a parir a Zapatero (como si él tuviera la culpa de todo, incluso del forúnculo que le ha surgido a Juan en la nalga izquierda por no limpiarse correctamente: de eso también tiene la culpa Zapatero). Los que hablan pestes de la basura de los políticos en general. Los que piensan que los gobernantes sólo en los ciudadanos de a pie una vez cada cuatro años, negándose el resto del tiempo a escuchar sus palabras. Los que saben que los banqueros son los enemigos públicos números uno no del estado, sino de cada españolito. Los que entre hipoteca, luz, gasolina y comida llegan mal (o no llegan) a fin de mes. Los que se han quedado sin casa. Los que están a punto de quedarse sin casa y están peleando ante los tribunales contra una ley que el poder se ha negado a anular (y es que nos lo ponen bonito). Los más de cuatro millones de parados que ven cómo no consiguen trabajo, y que cuando lo encuentran es a cambio de un sueldo tercermundista. Los que saben que algo tan importante y nuestro como nuestra sanidad pública está siendo desmantelado para que la empresa probada la destroce. Los que han visto cómo el estado regala dinero a los banqueros. Los que mientras empresas españolas baten récords de beneficios ven cómo les condenan a posponer su jubilación.
Las cosas se pueden hacer de otra manera, e Islandia así lo demuestra. Menos ver el puto furgol y más mover el culo por el futuro de todos. Tuyo, mío, de nuestros hijos. Hay que salir a la calle. Hay que dejar las urnas vacías, o por lo menos llenas de votos para otros. Hay que moverse. Porque nada cambiará mientras este sistema se mantenga.
Estamos ante un posible punto de inflexión.
Los políticos empiezan a acojonarse ante iniciativas tan legales y poderosas como el #nolesvotes (vale, se trata de una plataforma surgida de una manera absolutamente penosa, la movilización de gafapastas acomodados acojonados cuando su juguete se lo querían quitar de las manos, burguesitos que si bien han pataleado cuando les apartaban el chupete no hicieron nada por temas mucho más graves).
No pido revueltas como en Egipto, ni una guerra civil como en Libia (ya hemos completado el cupo por varios siglos). Sólo hace falta que se sucedan claras demostraciones de poder. Que el poder establecido sepa que hay otro poder, el del pueblo.
Por ello, porque aún deposito algo de confianza en la gente de este país, pongo en la columna de la derecha de esta web el banner de Democracia real ya.
Todo porque no quiero pensar que ahora que los árabes han demostrado ser listos, los españoles demuestren seguir mereciendo con razón el calificativo de tontos.
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