Archivo de la etiqueta: Miéville

China Miéville – El consejo de hierro

Hola, ofidios.

A ver si consigo que esta reseña no se alargue mucho. ¿Por qué? Pues porque no deseo hablar mucho del mejor libro que he leído en mucho tiempo sino invitaros a descubrirlo. El consejo de hierro destaca mucho entre las cuatro obras que hasta el momento he leído de China Miéville. Enmarcada en el mundo de Bas–Lag, el libro avanza unos años en lo narrado en los otros dos, La estación de calle Perdido y La cicatriz. Si bien para disfrutar de la obra no hace falta haber leído los anteriores, en la narración hay cierta serie de detalles (el terror nocturno, Jack, el sangrado de la milicia allende los mares) que ganan profundidad si se sabe de qué van. Pero El consejo de hierro se yergue él solo, sin ayuda, como toda una joya del subgénero de la fantasía oscura.

Comparándolo con sus antecesoras, en esta obra Nueva Crobuzón adquiere una nueva dimensión: si en Estación la urbe aparecía como algo casi protagonista pero más o menos ornamental (siguiendo las premisas del gótico) en este libro vuelve a serlo pero a través de sus habitantes y las sinergias que generan. Hablaré de ello un poco más adelante. En relación a La cicatriz, en aquella novela el autor se iba un tanto por las ramas queriendo describir demasiadas zonas de Bas–Lag. A ver, lo de por las ramas no lo digo como algo malo: me encantó descubrir todos esos países con los esbozos de sus costumbres, pero admito que llegado cierto momento se hacían demasiados (a mi gusto La cicatriz hubiera ganado duplicando su extensión, pero el autor optó por ese formato más comprimido, y quedó como quedó). En El consejo centra su esfuerzo descriptivo en un puñado de zonas concretas de Rohagi, el continente en el que está Nueva Crobuzón, y al no querer abarcar tanto aprieta más. El sentido de la maravilla se exacerba, sin resultar inundado por los paisajes. Además en El consejo hay mucho menos juego de intrigas que en La cicatriz. No me gustan las novelas de enredo y espionaje, como ya dejé claro en su día. Por fortuna en esta obra hay un buen puñado de sorpresas, pero no se lía en un ‘fintas en las fintas de las fintas’.

En cierta medida El consejo de hierro es una versión fantasiosa de la conquista del oeste americano, en parte una visión de cómo podría verse en ese entorno de Bas–Lag algo como el tendido de las dos vías transcontinentales. Una narración de esta tarea, vista desde dentro, desde la perspectiva de los obreros. Ese detalle en el punto de vista resultará clave en el desarrollo de la novela. De nuevo, hablaré de eso más adelante.

La cicatriz supuso un intento de crear un nuevo tipo de ciudad, una urbe flotante. En esa obra se intentó hacerla creíble (siempre dentro de la suspensión de incredulidad), pero a mi gusto la serie de facciones que la habitaban, muchas de ellas antagonistas, la hacían tan atrayente como insostenible. Sobre todo cuando en esa obra no se veía lo que estalla en El consejo: los conflictos sociales.

Aviso: si no has leído la novela no leas lo que sigue.

Ese aspecto de la novela (el adentrarse en los conflictos sociales) ha supuesto para mí, y quiero resaltar ese para mí, el gran acierto de la novela. El consejo de hierro se me ha revelado como un libro subversivo, un delicioso panfleto anarquista y sindicalista. Voy a hablar de lo que me he encontrado relativo a esto.

Por un lado decir que el libro cuenta con dos claros escenarios. Por un lado las obras del tendido del ferrocarril transcontinental, una narración con una temática de pioneros, de descubridores, pero entendiendo la conquista como una empresa. Por otro lado tenemos una ciudad cosmopolita inmersa en un conflicto bélico contra una potencia remota –muy remota– y extraña (no se trata de una guerra de colonias, como en La cicatriz, sino de algo más en plan EE.UU.–Japón en la 2ª Guerra Mundial: dos potencias muy distintas en muchísimos aspectos, casi alienígenas entre ellas. Por ende, lo distante de la zona de conflicto hace que la población de al ciudad no acabe de tener una idea clara de la evolución de la guerra. En otras palabras, no se sabe bien si ganan o pierden). En esa situación se nos plantea la guerra como una maniobra política, con sus inherentes dosis de propaganda, patriotismo y desinformación.

Pero Miéville huye de presentar ambos escenarios de la manera cómoda y fácil: aventura en el primero, intrigas y juegos de poder en el segundo. Por el contrario, nos los presenta vistos desde los ojos de los de abajo, los que tienden el ferrocarril o los que con su trabajo diario mantienen la ciudad viva, y lo hace desde una óptica comprometida: reivindica el poder y la necesidad del sindicalismo y la lucha de clases frente al poder empresarial y al gobierno. Así, da ‘ejemplos’ del poder y la utilidad de las huelgas como herramienta de lucha, de la organización obrera frente a la tiranía del patrón y el desapego del dirigente, cada uno en su particular torre de marfil. Más aun, describe (a su manera) el proceso de una revolución con un fundamento ideológico anarquista, así como del intento de instaurar una dictadura del proletariado.

¿Sindicalismo? ¿Lucha de clases? ¿Anarquistas? ¿Revolución de la clase obrera? ¿Gobierno anti sistema? Horror de horrores para más de uno, seguro.

Sin duda un pepero (o amigo de la derecha, o uno de estos obreros alienados que tenemos en nuestro país) ni comprenderá ni sabrá disfrutar de todos esos detalles regados a los largo de la obra. Un faccioso o un liberal (que para mí, en sus conclusiones tanto monta, monta tanto) la encontrará irritante, si no ofensiva:

  • ¿qué es eso de que la mano de obra explotada (esa mano de obra iletrada, asfixiada, alienada y sumisa que pretenden crear ciertos gobiernos a base de recortes) se de cuenta a través de los sindicatos (los malvados e inútiles sindicatos) del poder que poseen (los medios de producción están, nunca mejor dicho, en sus manos), se rebelen contra el sistema, tomen los medios de producción y creen asambleas en las que decidan el rumbo a tomar?
  • ¿Cómo que se genera una mini república asamblearia en la que todos, sin importar su origen ni condición, puedan opinar y sus palabras tengan el mismo peso?
  • Por dios, ¿abolir el dinero como sistema de pago e instaurar otro sistema basado en la cooperación y el sentido común en su más amplio y sincero elemento?
  • ¿Terrorismo de bisturí contra un sistema oligárquico?

‘¿Qué locuras son esas?’, pensará un derechón o un buenrollero, y no comprenderá la hermosura que yo veo en esta utopía. ‘Radical’, pensará alguno (incluso un no votante del PP). Pues a mí esa radicalidad –esa y justo esa– me ha encantado.

Por todo eso se puede decir que El consejo de hierro no está escrito para todos los paladares. ¿Tienes ideas de izquierda pero no te gusta la fantasía? Quizá puedas pasar por alto los toques de género, la poderosísima influencia de Clive Barker, y pese a ello disfrutar de este flirteo con la utopía obrera. ¿Tiendes más al pensamiento de centro o de derecha y te consideras un fan de la fantasía más alocada? En serio (y lo digo de verdad en serio): quiero saber tu opinión con respecto a esta obra.

Llegados a este punto sólo queda darle la nota: un irrefutable 9. ¿Por qué no le doy un 10? Pues porque en el tema del estilo, de la forma, se puede mejorar bastante. Esos –mentes, esas repeticiones de palabras o conceptos en algunos párrafos…  qué pena que no se hiciera otra revisión del texto. Pero en conjunto los defectos no ensombrecen una magnífica obra–panfleto.

En serio: si te gusta la fantasía y quieres conocer un autor que te dejará de sin palabras ya estás tardando en leer a Miéville. Empieza por La Estación, sigue con otras, pero déjate este El consejo para el final: si lo haces al revés corres el peligro de que todo lo demás te sepa a poco. Yo al menos me temo eso. ¿Encontraré algo de Miéville mejor que esta obra? Ojalá. Me queda un buen puñado de ellas, aunque ya ninguna de Bas–Lag. Sigh. Habrá que probar suerte. Aunque después del chasco de Kraken miedo me da. Se admiten recomendaciones.

Adiós.

PD: Se me olvidaba el tema de la sexualidad. Un nuevo punto en común con Barker. En extremo agradable esa manera de mostrarla, tan natural y sincera. Olé.

PD 2: Que sí, que leas a Miéville, leñe. Al menos la trilogía de Bas–Lag. Ya estás tardando. Lo digo en serio. Y en sirio:

أنا خطيرة

 

China Miéville – La cicatriz

Hola, culebras.

Redacto esta reseña varias semanas después de acabar con la lectura de este libro. O sea, varias semanas después de la fecha que tiene esta entrada. He estado al mismo tiempo apático, cabreado y ocupado como para ponerme a ella. Así que esta reseña que pongo ahora va a quedar más esquemática que otras.

A lo que iba: La cicatriz de China Miéville.

En general la lectura se me ha hecho agradable, con algunos párrafos de verdad reseñables (por ejemplo el cambio/mutación de cierto personaje). En cuanto al estilo decir que en general no defrauda, directo pero visual. Posee velocidad cuando lo necesita, pero al mismo tiempo lentitud al tratar de describir y crear atmósfera. En ese sentido destaca, por citar un pasaje, la manera de presentar el barrio fantasma. A veces, como se dice ‘por tramos’, la redacción decae acumulando ‘seres’ y ‘mentes’ que luego por arte de magia vuelven a desaparecer. Me da la impresión de que esos trozos son añadidos/reescrituras de última hora.

De lo dicho antes se desprende que el aspecto visual, o más que visual el arquitectónico, adquiere gran peso en algunas secciones del libro. Se nota que Miéville disfruta como yo con lo gótico. Por desgracia en esta novela ese componente arquitectónico aparece más diluido que en Calle Perdido, de la que hablaré a continuación. Porque leer La cicatriz me ha supuesto recordar lo vivido en La estación de la Calle Perdido, la novela con la que descubrí a este autor. Armada posee su propia personalidad, pero mucha menos que Nueva Crobuzón. En ese aspecto Calle Perdido gana por abrumadora goleada.

Pero supongo que eso tengo yo parte de culpa. Calle Perdido supuso no sólo un descubrimiento para mí, en cuanto al autor, sino todo un disfrute en lo relativo a integración de escenario con trama. Con el paso de los años se hace más dulce el recuerdo que tengo de esa novela, que seguro que volveré a leer. Eso me parece bueno, pero tiene sus contrabatidas: la sombra de Calle Perdido es muy larga y eclipsa a La cicatriz, quedando esta segunda obra reducida a un hijo menor. A lo largo de toda la lectura tanto Armada como lo que sucede en ella no me han llegado a emocionar como me sucediera en esa primera novela. Entiendo que buena parte de la culpa la tiene el sentimiento de novedad, de agradable sorpresa, que me embargó con Calle Perdido y que con esta otra novela ya se ha perdido. Aun así he disfrutado, eso no lo puedo negar. Pero (siempre hay un pero) en La cicatriz las intrigas palaciegas poseen mucho peso. Ese tipo de tramas siempre me han dado la impresión de artificiosas y tramposas. La manera de actuar de cierto personaje casi central acaba convirtiéndose en un ejemplo de ‘fintas en las fintas de las fintas’, algo que me cansa y me deja mal sabor de boca. No como ese engaño de La necesidad de Mordant pero con cierto tufillo a ese estilo.

La novela posee un puñado de escenas reseñables, desde la expedición a las profundidades hasta la no–precipitación por el acantilado de agua, por poner sólo dos. Se mantiene cierta influencia de Clive Barker, sobre todo en el caso concreto de Los Amantes, si bien no me atrevo a llamarlo plagio ni ‘robo de ideas’. La verdad, en la fantasía oscura actual que lance la primera piedra quien no haya bebido de una manera u otra de ese genio absoluto.

Otro detalle que me ha gustado en las otras dos novelas que he leído de este autor es el de la conflictividad laboral. En Calle Perdido Miéville plasmó una ciudad y sus conflictos, dibujando una sociedad creíble y compleja. La huelga del puerto me parece de lo más creíble. En Kraken abandonó la fantasía más pura para de llevar esa complejidad a un Londres moderno, sin dejar de lado la conflictividad, que reflejó muy bien. Incluso me atrevo a decir que ese aspecto supone el mayor acierto de la novela. Por desgracia falló de manera estrepitosa en lo relativo a crear una trama creíble y adictiva. Sin embargo ese carácter sindical y reivindicativo desaparece casi por completo en La cicatriz. ¿Siempre hay que hablar de lucha de clases? No digo que siempre–siempre, pero creo que un autor como Miéville ya me lo pide. La manera en la que enfoca las huelgas y el enfrentamiento obrero–patrón me parece una forma perfecta de llevar a un género tan aséptico, ñoño, o desconectado de la realidad como la fantasía temas {que sufrimos/contra los que luchamos} en el día a día.

Que me enrollo. Al final le pongo a la novela un siete. Ale.

Adiós.

China Miéville – Kraken

Hola, culebras.

Tras haber leído hace un tiempo La estación de la Calle Perdido debo decir que agarré con una mezcla de sentimientos este Kraken. Me explico: el otro libro me pareció de lo más interesante y fresco, invitando a profundizar mucho más en ese mundo de Nueva Crobuzón, pero lo leído en la contraportada de Kraken no me atraía, la verdad. Será una engañosa primera impresión, me dije. Seguro que Miéville hace que olvide la soberana premisa/chorrada inicial del libro despliega un escenario tan rico como el que se veía en Calle Perdido.

Iluso. Jodido iluso. No supe, o no pude, dejar de pensar una y otra vez la absoluta estupidez de la que parte la novela. No podía engancharme en la novela. Me decía ¿pero qué tontería esta, la que se está liando por un puñetero calamar muerto? La cosa no se arregla, pero nada, cuando empieza a enredarse tanto con los cultos como con la huelga. De hecho la aparición de la huelga me resultó de lo más chirriante: dos libros, dos huelgas. Demasiada casualidad. ¿Qué pasa? ¿En cada libro de Miéville aparecerá una huelga? ¿A eso se limita la reivindicación política –que parece muy comprometido– de este hombre?

Huelga o no el libro avanzaba y yo veía cómo la desidia y la apatía me poseían. No me apetecía continuar la lectura. Eso sólo me ha pasado en muy contadas ocasiones en mi vida: Miéville se une al reducido grupo del que ya forman parte Bernard Wolf (Limbo) y Walter M. Miller (San Leibowitz y la mujer caballo salvaje).

Tal desidia me producía su lectura que dejaba lo abandonaba cada vez que tenía la menor excusa y me ponía con otros libros: un total de nueve obras pasaron por mis manos, leídas, acabadas y comentadas, antes de cerrar este Kraken. Me parece muy triste y una clara muestra de fracaso de la obra de Miéville: sólo lo he acabado a base de pura fuerza de voluntad.

No voy a decir más de este libro dado que supondría dedicarle un esfuerzo que no se merece. Le pongo un tres pero a esta nota añado otra más, sobre todo para navegantes: yo soy ese al que La historia de tu vida (Ted Chiang) no le gustó nada de nada.

Adiós.

China Miéville – La estación de Calle Perdido

Hola, ofidios.

Primer texto que leo de China Miéville, y hay que admitir que me ha encantado. La estación de Calle Perdido es un texto rico y en parte sorprendente. Repleto de colorido y al mismo tiempo oscuro y mugriento, a lo largo de sus páginas nos vemos inmersos en un caleidoscopio de escenas, localizaciones, costumbres y razas. Si bien el editor español ha optado por catalogar el libro como ciencia ficción el texto pertenece a la más pura fantasía oscura: la ambientación se basa en una mezcla la magia (aquí taumaturgia) con una especie de ciencia deforme, tan agarrada por los pelos que se reduce a un mero ornamento.

A lo largo de la novela descubrimos razas y sus culturas asociadas detallados de tal manera que recuerda al ciclo Tschai de Vance. Cada raza está integrada en la ciudad de una manera u otra, haciendo que la ciudad se comporte como un crisol de grupos con entidad y costumbres propias, pero que con el paso del tiempo se han ido integrando de manera más o menos cordial, si bien se mantienen ciertos tabúes (como por ejemplo en el que están inmersos dos de los protagonistas). Todo este entramado sociopolítico y cultural el autor lo describe de una manera fluida y amena, volviendo por momentos la lectura una experiencia casi deliciosa. El completo conjunto de engranajes, cada cual con su propia naturaleza y que sin embargo encajan (bien o mal, forzados o con fluidez), hacen mover esa enorme maquinaria social llamada Nueva Crobuzón. Por supuesto, esas complejas interacciones generan sinergias y tensiones: un ejemplo rico, colorista e intenso lo tenemos en la potente escena de la huelga, los piquetes y cómo son reprimidos por el gobierno. Una escena que a alguno quizá le suene tan subversiva y fuera de lugar, pero que encaja a la perfección con un autor que ha estado metido en política.

El conjunto describe de una manera por completo satisfactoria la ciudad, de tal manera que la propia urbe se convierte en otro personaje, casi protagónico. Todo ocurre en su seno, y de su futuro como organismo social depende la trama de la obra. Porque hay que admitirlo: La estación de Calle Perdido es una novela que bien podría pertenecer a un subgénero arquitectónico, como Los pilares de la tierra, La ciudad y las estrellas, Los años de la ciudad u otras. La ciudad como seno y germen de dramas, epopeyas y luchas, refugio de exiliados y fuente de maldades; purulenta y grandiosa, ruinosa y resplandeciente de belleza. La ciudad, un ente en torno al cual todo se desarrolla de igual manera que en un organismo pluricelular pulula la vida unicelular.

Y qué vida, esa que aparece en La estación de Calle Perdido. Si hay un referente en esta novela, aparte de Vance por la rica y lúcida mezcolanza de especies, es Barker: Nueva Crobuzón recuerda mucho a Yzordderrex, pero esta vez descrita con el detalle con el que se habla de Midiam en Cabal. A lo largo del texto parece que se describe aquello que Barker se dejó en el tintero en cuanto a sus razas de noche y demás criaturas deformes y retorcidas. Una delicia para los amantes de la fantasía oscura y casi sin límites.

Otro detalle a agradecer es el lenguaje usado por los protagonistas: totalmente llano, directo y sin ninguna floritura literaria que pudiera distanciar al lector de esa realidad industrial y decadente de la ciudad.

Pero no todo pueden ser puntos positivos: existen las sombras en este libro, y la mayor de ellas la encontramos en la manera de resolver el problema. El autor echa mano de un ardid demasiado vinculado a la fantasía: el excesivo de la misma. La novela hasta las cuatro quintas partes encaja en la llamada fantasía oscura, pero desde una óptica más o menos racional: se describen cosas, situaciones y personajes que, aun con un componente más o menos mágico, son fáciles de racionalizar. No te obliga a ‘forzar la máquina’. Sin embargo, a la hora de afrontar ‘el recurso’ con el que se pretende solucionar el nudo del problema, el autor empieza a desbarrar con una perorata mística, filosófica, mágica que chirría con el tono que la novela ha usado hasta ese momento. Vamos, un Deus ex Machina de manual. Una pena, la verdad, el ver cómo se enfanga en ese detalle.

Por lo demás admitir que se trata de un libro muy recomendable, y que me invita a buscar más del autor. Nota final: un merecido 8.

Adiós.