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Mi experiencia en la sanidad pública cántabra (II): Liencres

Hola, ofidios.

Pues aquí está la segunda y última parte de mis andanzas por la sanidad pública cántabra. En la anterior entrega hablé de cómo se me intervino de urgencia un viernes de agosto en el Hospital Universitario Marques de Valdecilla y de lo que sucedió el fin de semana siguiente.

Exteriores Hospital de la Cruz Liencres

Exteriores Hospital de la Cruz Liencres

Tal y como dije en la anterior entrada el lunes, no sin ciertos problemas burocráticos, me llevaron de Valdecilla a Liencres. Debían rondar la una y media de la tarde, como mucho las dos, cuando al fin llegamos al Hospital Santa Cruz de Liencres (ya sabéis, de aquí en adelante H.S.C.L.). Nada más detenerse la ambulancia, y como se suele decir, la primera en la frente: no había sillas de ruedas. A ver, que yo había andado ya por la rea, pero una cosa es caminar diez metros adelante, diez metros atrás, y otra recorrer un hospital sosteniendo en alto la vía con el antibiótico (sí, hice todo el viaje con la mierda esa entrando en la vena y quemando). Tras la noticia de que no había disponible ninguna silla ya me veía yo de esa pinta andando por los pasillos. Pero como el ambulanciero ya se conocía el percal (la ausencia de sillas en la recepción de enfermos) se adelantó y no sé de dónde sacó una. Juraría que dijo que la ‘había cogido sin permiso’. ¿Un enfermo se levantó de su silla en un momento dado para ir al baño y al regresar ésta había desaparecido? No lo sé. No quiero saberlo.

De una manera u otra acabé en mi cuarto, lo que tras estar el fin de semana en la rea supuso una habitación muy espaciosa. Estaba situado en la planta primera y para mi sorpresa toda la me pertenecía: no había instrumental más que para una sola cama. No voy a negar que mi mujer y yo respiramos aliviados: tras la aglomeración casi insalubre de la rea ahora disponía de un cuarto para mí sólo. El colmo del lujo supuso el disponer de ventanas: tres enormes ventanales desde los que, más allá de prados verdes y llenos de vida, se divisaba la silueta de Peña Cabarga recortando el horizonte. Delante de ella, a la izquierda, se adivinaba la vacuidad de la bahía; en el extremo izquierda, ya casi fuera del campo visual, Santander. Para embellecer aun más la estampa llegamos al hospital en uno de esos muy escasos días de agosto en los que lucía una claridad y colorido singulares. Así, sentado en la cama y contemplando el sur de la bahía, habiendo recibido una hora antes la primera cura, ya sin el catéter ni el bote del drenaje y alejado del semisótano de la rea de traumatología, al fin parecía que las cosas mejoraban.

¡Mec! Craso error. Ahora, a partir de ese preciso momento, empezaría el viaje hacia lo incomprensible y vergonzoso.

Una vez instalado en la habitación quedaba que me viera el traumatólogo. En Valdecilla uno de los que me atendió el fin de semana me dijo que ese lunes estaría en el H.S.C.L.. Yo, tonto de mí, pensé que él mismo me atendería. No le volví a ver nunca más.

Pero yo por entones disfrutaba del cambio de la estancia. Mientras esperaba a que llegara me trajeron la comida: había llegado casi al H.S.C.L. a la hora de servirla, así que prepararon un menú basal más y me lo plantaron sobre la mesa. Para mi sorpresa la comida estaba buena, incluso muy buena. En eso lo debo admitir: la cocina en el H.S.C.L. no tenía nada que envidiar a la de un bar, e incluso está mejor que en muchos de los bares en los que he comido. La tarea de comer sólo la pude realizar con la ayuda de mi mujer: con el brazo derecho casi inmóvil algunas de las maniobras que hay que hacer para comer (como por ejemplo cortar un filete de pollo con cuchillo y tenedor) me resultaban imposibles. Pero no dejé nada, quedando por el contrario muy satisfecho. Se llevaron la bandeja y seguimos esperando.

Por circunstancias mi mujer no pudo acompañarme ese lunes mucho más allá de la comida (mi situación trastocaba demasiados planes que había que rectificar y enmendar, algo que sólo podía hacerlo ella). Así que me quedé allí solo en ese enorme cuarto, recién operado. Vamos, parecido a cuando estaba en el rea sólo que ahora sin la aglomeración de allí y con ventanas.

Pasaron los minutos y estos se convirtieron en horas. No venía ningún médico. Salvo las enfermeras, que cada cuatro horas me regalaban una nueva dosis de antibiótico, y las auxiliares que reponían y quitaban las bolsas de sueros, parecía que allí no había médico alguno. ¿Acaso en ese hospital se podía realizar un ingreso con mi perfil (cuadro infeccioso que habían catalogado de muy grave) y que ningún médico apareciera aunque siquiera para comprobar mi estado y contrastarlo lo que ponía en mi historial? Alucinante. Entre que habían tratado de retrasar el traslado (tal y como dije en la anterior entrada) y la dejadez que evidenciaban una vez ingresado, empezaba a no tenerlas todas conmigo.

Las horas fueron pasando. Me inyectaban más y más antibióticos… y nada más. ¿Que qué quería? Pues me esperaba algo básico, algo que habían hecho de manera concienzuda en Valdecilla: que me tomaran pulso y temperatura, por lo menos una vez en cada turno. Había llegado poco antes de finalizar el turno de mañana. Pues bien: hasta la mañana del día siguiente nadie me tomó mediciones. Un par de veces a lo largo de la tarde y de la noche informé de que no me habían tomado la temperatura. Sonrisas y poco más por respuesta, pero nadie me controló como es debido. Vamos, yo sabía que no tenía fiebre, pero me gustaría saber que pusieron en la gráfica de estado correspondiente a esas horas.

Mientras esperaba –en vano– que me tomaran pulso y temperatura seguían administrándome antibióticos: sin falta, cada cuatro horas, viales y bolsas (en tandas de hasta tres seguidas) que tardaban a veces una hora o más en vaciarse. Acababa el tercer día en el que apenas dormía de seguido dos horas, tres días de dolores aguantados en plan ‘esto es lo que hay’ y rellenas de continuas y obligadas vigilias. Sueño escaso y poco reparador con el que sin embargo debía aguantar el resto del día.

Al cabo de los días conseguí enterarme de qué antibiótico me inyectaban: cloxacilina. Algunas de las veces que me lo inyectaban dolía mucho, otras menos o casi nada. Pero cuando dolía de verdad lo hacía en serio: como si me metieran ácido por la vía. Tenía que levantar la mano para ralentizar el goteo mientras sentía cómo la vena, hasta casi más allá del codo, ardía de manera casi literal. Eso sí que era sentir fuego en las venas. Ignoraba la razón, pero parecía que las dosis más dolorosas me las administran cada doce horas, una de ellas en plena madrugada. Lo dicho, mi descanso se podía considerar casi nulo.

Las continuas bolsas y viales de productos fueron afectando mi vena y a la vía. Hasta la tarde del lunes ya me la habían cambiado dos veces: la primera para retirar esa chapuza que cometió en mi flexura el de urgencias de Valdecilla (esa matanza duró hasta la madrugada del sábado). Luego, en vista de que no podían pinchar en el brazo afectado por la infección, siguieron taladrándome en el otro. En concreto la mano izquierda: así acabé por primera vez en mi vida sabiendo qué se siente al clavarle a uno una aguja gorda en el dorso de la mano. Me tomaron una primera vía en el dorso de la mano, pero al cabo de poco tiempo demostró no ser eficaz, por lo que tuvieron que buscarme otra en esa misma mano. Un segundo pinchazo acompañado de un ‘lo siento pero voy a tener que hurgarte para conseguir alcanzar bien la vena’. Esa segunda vía funcionó muy bien y me duró hasta que llegué al H.S.C.L. Con ella aguanté como pude hasta recibir el alta.

Llegó mi primera noche en el nuevo hospital. Vaya nochecita. Mala por varios factores: la medicación me provocaba gran dolor, un enorme sueño acumulado y para acabarla de fastidiar creo que desarrollé algo de fiebre (o quizá se trataba de un efecto del cansancio y la debilidad). Todos esos factores se juntaron de tal manera que hicieron que viviera una de esas escenas extrañas que sólo le pasa a la gente como a mí: durante un buen rato tuve algo similar a un ataque de risa. ¿Por qué? Esa noche entró a mi habitación un enfermero muy alto y delgado, rostro serio y alargado que rondaba si no superaba los sesenta años, pelo corto canoso sin apenas calvas, voz grave y ademanes pausados. En mi estado sólo se me ocurrió pensar que se parecía demasiado a El Hombre Alto. La risa surgió en buena parte porque me imaginé a ese hombre deambulando por los pasillos del hospital de noche, mientras las bolas de cuchillas surcaban la oscuridad buscando víctimas. Casi me imaginé a los enanos embozados entrando a algunos cuartos para llevarse a los enfermos. Lo dicho, toda una paranoia. Al menos imaginándome todo eso me eché unas risas y me entretuve.

Pero vamos, que con o sin hombre alto, con o sin enanos deformes llevándose cuerpos a su asolada dimensión, y mucho menos con las esferas metálicas voladoras, nadie vino a tomarme el pulso ni la temperatura. Al menos hasta que se hizo de día, llegó la luz y exorcizó a El Hombre Alto y sus huestes. No le volví a ver nunca más, lo que en parte me dio algo de pena ya que le quería haber sacado una foto con el móvil.

El Martes.

Mal que bien la mañana del martes llegó: cambio de turno y ¡al fin! toma de tensión y temperatura, todo ello aderezado con nueva tanda de medicamentos y antibióticos. Por fortuna la vía de la mano aguantaba bien, recibiendo mi cuerpo todos los mejunjes sin el menor problema.

Los problemas surgirían en otro frente, el compuesto por la supuesta traumatólogo del H.S.C.L.

Mi mujer había regresado al hospital esa mañana, y no me abandonó ya el resto del tiempo, por lo que hizo de testigo de todo lo que sucedió en los siguientes días. Y acabó tan perpleja e indignada como yo.

El primero (y una de las más fuertes) de los sopapos en toda la cara llegó esa mañana del martes. A mi habitación entró una doctora (de bien entrada la cincuentena, si no ya en los sesenta, rubia y delgada, con unas gruesas gafas al estilo John Lennon) acompañada por una enfermera, la robocop (tan seria que casi parecía que se había tragado un palo). Se presentó como la doctora que iba a ver la evolución de la herida. Si dijo su nombre ni mi mujer ni yo lo oímos. Siguiendo sus órdenes la enfermera procedió a retirar los apósitos bastante abultados que había sobre la herida. Hay que decir que por la noche la herida había exudado un poco (me desperté con un reseco reguero en le pecho, una fina costra de coágulos y pus que me recorría desde el hombro hasta el centro del pecho para luego descender en dirección al ombligo, pero sin llegar al final del esternón), pero aparte de eso parecía que evolucionaba muy bien: los labios de la cicatriz ya no poseían ese preocupante tono negruzco, sino que habían cambiado a un más normal tono rojizo. La herida estaba hinchada y dolía, pero nada fuera de lo normal para una que no tenía ni siquiera cinco días (más aun cuando nos dijeron desde el primer momento que la sutura iban a hacerlo adrede fea, muy fea: montaron una sobre otra los labios de la dermis con el objetivo de que, así abierta, exudara con facilidad y sacara toda la mierda que hubiera podido quedar dentro. En resumidas cuentas: tenía un tajazo enorme y con una gruesa zona de dermis al aire. Guay). Una vez descubierta y lavada la herida la doctora procedió a evaluarla (de una forma bastante somera, todo sea dicho). Buena pinta, buena evolución, limpiar, esterilizar y volver a cubrir.

¿Listo? No, de eso nada. Aquí empieza lo divertido.

Nosotros estábamos ingresados en un hospital de Cantabria, si bien mi residencia habitual hace años que no está en esa región. Ante esa situación (nos hallábamos lejos de nuestros especialistas ‘oficiales’ y en periodo vacacional) sugerimos la idea de realizar un traslado a nuestro hospital de referencia. Vamos, que una ambulancia me llevara allí. Parece que esa sugerencia inspiró a la doctora, que empezó con el festival del humor, por decirlo de al manera. Le comentamos lo del traslado mediante ambulancia: yo ya conocía de primera mano un traslado similar, y con aquel mismo hospital de Liencres como destino, precisamente. Ante esto la mujer empezó a farfullar en contra. Pero no en contra porque mi situación médica lo impidiera, no: en contra porque no quería que partiera de ella semejante petición. Dijo que aquello no era posible. Nosotros sabíamos de sobra que sí se podía hacer: a un familiar le habían hecho eso mismo unos años atrás. Pero recordemos que estamos en el hospital que no quería recibirme el lunes por la mañana porque… porque… porque no.

Tras la primera negativa, negativa a que ella solicitara el traslado y la ambulancia, sugerimos la posibilidad de que hablaran con nuestro hospital de referencia y dicho traslado se tramitara desde allí. Tampoco la convenció la idea. Entonces, como le habíamos dicho que estábamos de vacaciones, nos preguntó que cuándo teníamos planeado regresar. Le dijimos que teníamos billetes de tren para el sábado siguiente, ante lo cual nos dijo que para esa fecha seguro que podría viajar bien. Esa fecha suponía que había transcurrido una semana justa después de una intervención de la que tenía como fruto de la misma una enorme herida supurante. Y la mujer pretendía que me metiera en un tren y me metiera en el cuerpo todo el trayecto a saber en qué condiciones.

Mostramos nuestro desacuerdo ante esa opción e insistimos en que creíamos que la mejor solución pasaba por la ambulancia. Debió ver que no nos íbamos a bajar del burro así como así, por lo que empezó a descubrirnos la realidad del juego. La ambulancia podían pedirla a nuestro hospital de referencia, pero nosotros debíamos cargar por adelantado con toda la factura. La mujer nos dijo que un traslado similar podía suponer con facilidad unos tres mil o tres mil quinientos euros. Una bagatela, vamos.

Eso si queríamos la ambulancia. Siempre estaba la opción (y aquí lo voy a poner de la manera más literal que puedo, pasado este tiempo) de ‘coger el coche y hacer todo el camino con los sueros y medicamentos en alto. Eso lo puede hacer ya mismo’. Vamos, esa ‘doctora’ de marras le decía a un paciente como yo, recién operado de gravedad de una infección (todavía sin saber cual era el bicho que se había difundido por mi cuerpo), que agarrara mi coche, me pusiera a conducir bastantes centenas de kilómetros, todo ello mientras seguía con la vía activa y recibía por ella medicamentos en vena, medicamentos que a veces me hacían retorcerme de dolor.

Y yo, educado hasta la estupidez, no la partí la boca en ese mismo instante.

La verdad era que no salté a su cuello porque me quedé anonadado, atónito ante esas palabras. ¿Qué tipo de persona era esa que me decía semejante salvajada? ¿Estaba ante un médico que ha realizado el juramento hipocrático o ante una vulgar contable? ¿Me encontraba en un hospital de la Seguridad Social, que he colaborado a mantener mes a mes con parte de mi nómina o una de esas mierdas privadas que sólo atienden a pacientes rentables? Mientras alucinaba no dejaba de cagarme en todos los muertos de esa jodida doctora. Hoy, semanas después, sigo haciéndolo.

El tono de la conversación subió un poco, nosotros diciendo que esa factura debía quedar a cargo de la Seguridad Social, ella respondiendo que primero la pagábamos nosotros y luego con ella debíamos acudir a la tesorería de la Seguridad Social de nuestra comunidad y solicitar que nos devolvieran le dinero. Y lo decía dando a entender que lo llevábamos crudo.

Por supuesto siempre podía yo irme en coche o, el sábado, en tren.

Y yo no la partí la boca. Jodida timidez, jodida educación, jodido respeto.

Con los ánimos caldeados sacamos a colación otro tema: necesitaba un papel para mi empresa. Todo indicaba que la baja se iba a prolongar más allá de mi periodo de vacaciones, por lo que necesitaba lo más pronto posible un documento que avalara mi ingreso y baja ante la empresa. Aquello parece que produjo en la ‘doctora’ perplejidad, y en buena parte me dio a entender como que ‘¿qué ridículas cosas de mortal pretenden que haga?’. Y es que a esas alturas la altanería y prepotencia que destilaban sus palabras resultaba imposible de disimular.

Otra vez: qué patada en la boca se merecía, por dios. Bajarla a ostias de ese supuesto trono al que se había subido y que se diera cuenta de que no había diferencia entre ella, doctora, y yo, paciente: todos pertenecemos, mal que nos pese, a la misma especie animal. No hay ninguno que deba estar por encima de otro.

Bueno, en cuanto al papel de marras nos dijo que al día siguiente nos lo daría, que todavía quedaba tiempo para que llegara la fecha en la que yo debía entrar a trabajar. Con esas la emperatriz senil y su mínimo cortejo salieron de mi cuarto. De nuevo nos quedamos solos mi mujer y yo, comentando la jugada llenos de irritación.

El día prosiguió con la inevitable y periódica visita de enfermeras y auxiliares para traerme y ponerme más medicinas y sueros. La toma de temperatura y presión sanguínea se normalizó, con las tres mediciones habituales en toda planta.

El dolor que uno de los medicamentos me producía se repitió, y yo seguía sin saber el porqué de ello.

Oño, que llega el Miércoles.

La monotonía de la mañana del miércoles se ve rota con la llegada, al fin, del informe de infeccioso. Nos lo cuenta una doctora de infecciosos, muy joven y peripuesta ella (casi parecía más dispuesta a ir a un desfile que a informar de un patógeno): ya se sabía qué bicho que me ha atacado. Abajo os lo presento: el interfecto responde al nombre de Estafilococo Aureo.

Staphylococcus aureus http://www.niaid.nih.gov/topics/antimicrobialResistance/Pages/aureusBacteria.aspx

Staphylococcus aureus. Fuente: http://www.niaid.nih.gov/topics/antimicrobialResistance/Pages/aureusBacteria.aspx

 

Con ese apellido uno diría que es algo bonito, presioso, digno de acaparar en estos tiempos de crisis. Pues sí… y no. Según nos explica la pitiminí de infecciosos nosotros, los roñosos humanos, lo acaparamos en la superficie de la piel. Vamos, que sin que lo sepamos le tenemos como inocuo vecino. Aunque lo de inocuo cambia cuando el muy hijo de puta abandona su hábitat habitual, la superficie de nuestra piel, para introducirse en nuestro cuerpo: entonces la lía, y muy gorda. Tanto como para generar una infección mortal si no se cuida con antibiótico.

Joder, qué miedo tener a ese mal nacido en la piel, podréis pensar. Pero la verdad es que resulta difícil que este malnacido se cuele en el cuerpo: tiene que encontrar no una vía de acceso, sino una autopista. Como la que encontró en mi cuerpo tras una infiltración que me realizaron a finales de junio. Por ello AVISO PARA NAVEGANTES: si te infiltran puedes acabar con una infección de caballo. No suele ser normal pero la posibilidad está ahí. Doy fe de ello con mi cicatriz.

Ale, ya he explicado el porqué acabé como acabé, con un hombro inflado como un globo, al rojo vivo, irritado y casi inmóvil. Como bien dijo el médico al verlo: ‘¡por dios! ¡De cabeza a urgencias y a operar!’. Y a la mierda la mitad de mis vacaciones.

Las buenas noticias se suceden: al tratarse de un viejo amigo de los médicos conocen de sobra cómo atajarle. El tratamiento que he seguido hasta entonces resulta perfecto para ello, por lo que durante unos días seguirá tal cual. Si todo evoluciona de buena manera con toda seguridad el podré dejar de recibir antibiótico intravenoso el viernes.

Sin embargo no todo podrían ser buenas noticias: gracias a la analítica que me encargaron en Valdecilla han encontrado algunos niveles anormales en los valores hepáticos, por lo cual me deben realizar una ecografía.

Por segunda vez en mi ingreso regresa la doctora, emperatriz senil, cuyo nombre seguimos sin conocer. En esta ocasión ha cambiado de séquito, estando acompañada en este caso por una enfermera que parece incluso humana, no como la robocop. Sin molestarse en ver mi herida, apenas se preocupa por mi evolución. Su preocupación parece centrada en saber qué vamos a hacer, si optamos por pedir el traslado, si hemos ya decidido si vamos a pagar la ambulancia, que cuándo teníamos pensado regresar a nuestra ciudad… se nos quiere quitar de encima lo más pronto posible. Eso nos queda muy claro. Molestamos. Suponemos un gasto que no quieren asumir.

Volvemos a preguntar por el documento que justifique ante mi empresa el ingreso hospitalario. La emperatriz senil dice que no lo tiene, ante lo cual le repetimos que es muy importante, sobre todo en una empresa como la mía. No le comento que nos dirigen ejecutivos tóxicos dado que a ella eso la importa un pimiento: si le preocupa más el gasto que le supongo que mi salud, como para preocuparse de los cánceres que dirigen mi empresa. Al fin nos dice que debemos pedir tal documento en la secretaría de la planta. Y con esas se va, dejando a la enfermera para que me realice la cura. Ni ha visto la evolución de la herida ni le ha preocupado lo más mínimo. Toda una profesional, vamos. Profesional de la contabilidad, se entiende, que no de la medicina.

Al fin llega el momento en el que me hacen la ecografía. Montado en la cama me llevan por pasillos y ascensores. Si a sensación de que transporten en silla de ruedas se me hizo extraña esta de ir tumbado en la cama lo supera. El H.S.C.L. tiene naturaleza universitaria, por lo que la ecografía me la realiza una interina respaldada por una titular. Hasta ahí nada anormal. Lo que me mosquea ocurre cuando me escucho como que la interina ve un bulto, quiste o algo anormal. La titular la guía para mirar de otra manera con el sensor… y en voz alta ni confirma ni desmiente nada. Yo, cansado de hospitales, sustos y tratamientos, no digo nada y sólo espero a que llegue el informe. Si hay malas noticias que me las digan con un informe médico, otro más.

Me devuelven a la habitación a seguir con el tratamiento. Ese preciso momento lo aprovecha mi mujer para acudir a la secretaría a por el papel que justifique mi ingreso con la puerta en las narices. Sale del cuarto y yo me quedo leyendo con la dolorosa medicina entrando por el condenado gotero. Al cabo de un tiempo regresa mi mujer con las manos vacías, los ojos llorosos y un cabreo descomunal: no ha logrado que la den el informe de ingreso; por el contrario se ha encontrado con que la han dado con la puerta en las narices. Ella se presentó en la secretaría donde, para casualidad, también estaba la reina. Dirigiéndose a la secretaria le explicó lo que necesitábamos. La respuesta de ésta consistió en, con malos humos, decirla que estaba muy ocupada realizando los informes de alta y que no podía atenderla. Mi mujer trató de explicar la urgencia con que necesitábamos ese papel, ante lo cual se ve que la secretaria subió el tono, diciendo que ya se haría más tarde… y en eso intervino la emperatriz senil: apoyó a la secretaria invitando a mi mujer a salir de la oficina, invitación realizada mientras agarraba el pomo de la puerta y la empezaba a cerrar. Literalmente la cerró la puerta en las narices y poco la faltó para empujarla con la hoja. Por supuesto que mi mujer no sólo regresó al borde del llanto, indignada por el trato: también marcó de por vida en su mente a la emperatriz senil. Yo, en lo que a mí se refiere, no la deseo nada malo en el resto de su vida. De su, espero, muy corta vida.

La tarde y la noche transcurrieron con la relativa normalidad de las periódicas dosis de medicamento, el dolor, los paseos por el dormitorio para evitar que acabara con un problema de circulación en las piernas (notaba que me dolían por la falta de actividad) y el tratar de dormir a trompicones, cuando podía.

El Jueves.

Para nuestra sorpresa la mañana del jueves se presenta otra doctora de infeccioso, tanto o más pitiminí que la anterior. Nos dijo que la ecografía que me habían realizado ayer no ha dado nada raro, pero que aun así me recomienda que hagan seguimiento en mi hospital de referencia. Yo seguí recordado el comentario del bulto/quiste que decían haber encontrado y ya pensé que lo que querían es deshacerse de mí, que no les supusiera un nuevo gasto. Respecto a la infección comentó que parecía que todo iba en buen camino, que de seguir igual al día siguiente dejaría el antibiótico intravenoso empezando por la mañana con el oral.

A esas alturas ya me duele toda la medicación que me ponen: unas duelen más, otras menos, pero todas duelen. Tengo la mano y parte del brazo hinchado y muy irritado. En un momento dado pido que me limpien la vía dado que el apósito que la cubre está ya bastante rojo de sangre. Para mi sorpresa la que lo cambia parece que jamás ha realizado esta operación (cambiar el apósito de una vía sin perderla), cometiendo una auténtica chapuza: lo compruebo no sólo por el aspecto raro con el que me ha dejado la vía, sino con que al rato de recibir una nueva dosis de suero parece que éste no entra con la velocidad de antes, y a veces incluso gotea por fuera. Todo parece indicar que ha dejado la cánula medio salida de la piel.

Para variar el dolor se mantiene. O incluso se intensifica.

En un momento de la mañana entra en mi cuarto una mujer rubia y regordita que no viste uniforme de personal sanitario: me hace entrega de un papel y se va, todo sonrisas. Al fin tengo el papel que justifica mi ingreso. Y de paso el nombre de la emperatriz senil: doctora Alonso. Infausta doctora, política y contable, traumatóloga Alonso.

Por la tarde pido a ver si pueden pasarme el antibiótico más diluido el suero, ya que me está destrozando el brazo. Lo hacen, pero eso implica ahora que mi brazo tarda tres horas en absolver lo que antes hacía en cosa de una hora. Aguanto porque la enfermera de la tarde me dice que esa es la última bolsa, que por la noche no me van a aplicar más, y que ya la han informado de que mañana paso a recibir todo por vía oral.

Cambian el turno, entrando el personal de la noche. Resulta que la enfermera de la noche que me toca es la misma robocop que sirvió de séquito a la reina la vez que la conocimos. Malo. La cortesana de la reina, al ver la lentitud cómo mi brazo absorbe el suero, dice que así no se puede seguir, que deben de tomarme otra vía. Nosotros no comprendemos: le explicamos que la enfermera del turno anterior nos ha dicho que ese era el último, a lo que la cortesana replica que de eso nada, que debo seguir recibiendo antibiótico intravenoso, y que ahora me debe tomar otra vía. Estudia mi brazo y lo ve que quemado que nos comunica que no puede tomarme una vía normal. Habla de tomarme un DRUM (vía central de acceso periférico)  o incluso una vía mayor en el cuello. Mi mujer y yo no comprendemos nada: escasas horas atrás nos dicen que ya va acabar el tratamiento intravenoso y ahora, por el contrario, nos dicen que no sólo va a seguir sin fecha final clara, sino que además se pretende usar unos métodos más agresivos… antes de intentar tomar una vía normal.

Le explicamos a la enfermera que las dos doctoras de infecciosos han dicho que mañana ya se me pasa a oral. Dado que la vía actual (situada en la mano) parece que no da más de sí, preguntamos si no se puede poner una nueva cerca de la flexura del codo para una nueva e inesperada dosis de intravenoso (se trataría de la de las 12:00 de la noche). O incluso dejar esa última dosis y, siguiendo lo que han dicho las doctoras de infecciosos, pasar ya a vía oral. La enfermera dijo que no podía hacerse algo así, además de que ella tiene órdenes de que no se me quitara la intravenosa al menos mientas estuviera ingresado. De seguir allí se me pondría un DRUM o una vía mayor en la carótida.

Pero no se quedó en eso sólo: además dice que debería haber sido así desde un primer momento. Nos dejó muy claro que según ella toda la elección de vías que me habían hecho (las dos que ella conocía estaban en la mano) se había hecho mal, que nunca debieron tomarme ese tipo de vías periféricas, sino que de entrada se me debía haber practicado una de tipo DRUM o mayor. En otras palabras: ella estaba poniendo de incompetentes a todo el equipo de Valdecilla, a sus compañeros de Liencres que habían mantenido estas vías durante estos días e incluso a sí misma, que me vio con esa clase de vía el primer día y no hizo ni dijo nada.

Mi mujer y yo teníamos bien claro a estas alturas que querían que nos fueramos, y que la ‘amenaza’ de ponerme un DRUM o una vía carótida mientras siguiera allí tenía por única intención amedrentarme. Nosotros estallamos, ya atacando a ella, a los médicos y a la enorme falta de información entre el propio personal: no parecía de recibo que de un turno a otro cambiara de esa manera la forma de informar al paciente, ni que cómo un medico dice una cosa y otro la opuesta. ¿Qué explicación tenía que mientras unos hablan de una posible alta el viernes o el sábado, alta para poder regresar a nuestra ciudad, otros quisieran alargar el ingreso? Mientras las dos doctoras de infecciosos hablaban de empezar el viernes con el antibiótico oral esa enfermera hablaba de seguir de manera indefinida con el intravenoso. Y un intravenoso aplicado sólo con vías mayores. También le eché en cara la salvajada de una doctora le sugiriera a un recién operado, cuando apenas han pasado cuatro días tras una intervención como la mía, que cogiera el coche, suero en vena incluido, y condujera cientos de kilómetros hasta su hospital de referencia.

Iracundos, casi a gritos aunque rodara la una de la madrugada, exigimos que consultara esta situación con el traumatólogo de guardia. Eso nos reveló una nueva sorpresa: la costó, pero al final admitió que en el hospital no había ninguno de guardia. Debería llamar a Valdecilla. Así, bastante con el rabo entre las patas y consciente de que nos tenía no sólo en contra, sino que estábamos por completo indignados y dispuestos a montar un santo escándalo, salió de la habitación. Al cabo de un tiempo algo largo regresó: había hablado con el traumatólogo de guardia en Valdecilla el cual le autorizaba a posponer el antibiótico por esta noche, y que mañana empezase a recibirlo vía oral. De igual manera recibiría el alta hospitalaria esa mañana siguiente. Ya algo más calmados se lo agradecimos y la decimos a la claras que queríamos dejar este hospital.

Aquella fue la primera noche que pude dormir más o menos del tirón. Al menos en la medida que las carcajadas que nos llegaban desde el control de enfermería: debían estar jugando a las cartas y se estaban partiendo el pecho, de manera literal, con las jugadas. Las cantaban a pleno pulmón. A las dos y pico de la madrugada. Acojonante.

Al fin Viernes.

A mediodía nos visitó la emperatriz senil, la cual nos entregó la receta con el nuevo antibiótico. En torno a una hora después nos hacen entrega del alta y de todos los informes (leyendo el informe de alta descubrí que me habían mentido: no sólo me aplicaban cloxacilina sino también gentamicina, algo de lo que jamás me informaron. ¿Tanto costaba responder a las preguntas con la verdad?). Poco después de comer llegaba nuestro transporte con lo que huimos como alma que lleva el diablo.

La herida seguía necesitando curas diarias, exudaba líquido y dolía mucho. Pero lo importante era salir de ahí. Me enfrentaba a un viaje muy largo hasta mi ciudad, pero quería abandonar ese hospital en el que se me consideraba una molestia: ya no tendrán que soportar al extranjero que les gasta recursos, cama y tiempo. Al menos en mi hospital de referencia deberán tratarme sí o sí ya que estoy empadronado con ellos.

Una especie de conclusión.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Que los habitantes, políticos o lo que sea de Cantabria, Valdecilla y ese H.S.C. L. se defiendan como quieran, o como puedan. No voy a investigar a acerca de la situación del H.S.C. L., ni de su pasado. Sólo quiero que piensen una cosa: siempre he defendido la sanidad pública, siempre la defenderé. Pero actitudes como las que me he encontrado en el H.S.C. L. dan la razón a los que la quieren destruir: les dan argumentos para desmantelarla.

La emperatriz senil (esa infausta doctora Alonso, de traumatología) y su séquito hacen más mal que bien a la sanidad pública; o lo hacen si a todos los pacientes les maltratan como a mí. Tales ‘profesionales’ merecen trabajar en la privada, y sólo en la privada. Sí, me gustaría verla despedida de la sanidad pública.

Y no voy a poner más, que ya va un buen tocho: más de 5.700 palabras, se dice pronto.

Adiós.

PD: En mi cuenta de twitter tengo mucho mensajes enviados esos días y los siguientes. En otra ocasión los recupero y añado a esta entrada.

Mi experiencia en la sanidad pública cántabra (I): Valdecilla

Hola, culebras.

Como ya dejé entrever en la anterior entrada me han tenido que intervenir (y además hacerlo de urgencia), algo que nunca antes me había sucedido. Bueno, por no haber pasado por un hospital decir que en toda mi vida lo más ‘gordo’ que he tenido ha sido un esguince. Y, claro está, la tendinitis/calcificación que ha acabado provocando esta operación. Ahora, sin comerlo ni beberlo, he acabado de cabeza en cosa de escasas horas en un quirófano, sometido a anestesia general, afectado por algo que los médicos han catalogado como muy grave. El problema tenía tal seriedad que los doctores dijeron no una sino varias veces que de haber dejado avanzar el proceso unos días más podría haber hecho peligrar mi vida (ante esto seguro que alguno que me sé babea lleno de placer y anticipación. Ajo y agua, que todavía no vas a tener la posibilidad de bailar sobre mi tumba).

Inciso: debo dar gracias a las nuevas tecnologías (como por ejemplo los reconocedores de voz incluidos en los móviles). Ellas me están permitiendo escribir todo esto, algo imposible para alguien con un brazo medio tonto y lleno de dolor. Eso y la familia que me está ayudando. Fin del inciso.

No voy a hablar en esta entrada del miedo real que he sentido en la antesala del quirófano: no deseo entrar en lo vulgar, en algo ya dicho y redicho. Tampoco voy a hablar de lo jodido que está resultando el postoperatorio ni de las secuelas que la intervención me puede dejar (por fortuna no graves pero si molestas). Aquí no he venido a llorar ni a dar pena.

Esta entrada va a tratar de mi experiencia en la sanidad pública española, y en concreto en la cántabra: para eso en ella me han operado y llevado a lo largo de en los primeros días tras la intervención.

En mi caso he de dividir mi experiencia con la sanidad pública cántabra en dos fases: una primera en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (en adelante H.U.M.V.), y una segunda en el Hospital Santa Cruz de Liencres  (con él usaré las siglas H.S.C.L.; qué original, sí.).

Primera fase: el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.

Parece mentira que he vivido durante más de quince años se puede decir que al lado de este hospital. En todos esos años apenas he entrado al mismo sólo de visita, y muy pocas veces (la vez más surrealista la originó una ex cuando trató de suicidarse. De peli, la verdad). He tenido que emigrar para, disfrutando de mis vacaciones, acabar allí intervenido. Pero la vida es así: me puedo dar con un canto en los dientes de haber sido atendido allí y no en un hospital de segunda, como por ejemplo el de Ávila.

Entré de urgencias en el H.U.M.V. a eso de la una y media de la tarde y tras una evaluación rápida en traumatología empezaron a preparar el preoperatorio. Así, tal cual. De esa experiencia apresurada y para mí por completo nueva he de destacar la dejadez y torpeza del enfermero que me atendió, el ayudante al traumatólogo de urgencias ese día, viernes 16 de agosto: un hombre cercano a los cincuenta años, más gordo que delgado, moreno y de bigote. Ese aprendiz de torturador me banderilleó el brazo para ponerme la vía con una habilidad digna de Torquemada. Siempre me han dicho que tengo venas ‘como cañones’, resultándoles a los enfermeros muy fácil encontrarme los puntos donde insertar la aguja. Hasta que llegó este tío y la cagó, algo que luego pagué en mis carnes y con una vía que funcionaba regular para mal. Con posterioridad escuché decir a otro miembro del personal médico que no consideraba normal que ante un preoperatorio pusieran me hubieran colocado la vía en la flexura del brazo y de esa manera. Porque además mi vía casi desde el primer momento sangró, indicio de lo bien que estaba colocada.

Pero debido a mi ignorancia respecto a estos temas, los nervios y la urgencia entré de esa manera al quirófano.

A las nueve y media de la noche ya estaba en esa sala aséptica que tan grande, vacía y fría se me hizo. Por suerte no había comido nada desde las diez de la mañana, con lo que no tuve que esperar mucho, sólo a que llegara el primer turno libre de operación. No voy a negar que me encontraba algo acojonado; más de una vez insistí al personal que lo mío no se trataba de amputar ni nada similar, y que el hombro dañado era el derecho (ni el izquierdo, ni las piernas ni nada, que todos hemos oído los casos de uno que entra a operarse de la mano derecha y le enredan la izquierda, con el resultado de acabar con ambas destrozadas). Máscara de oxígeno, anestesia entrando por la vía, charla intrascendente tipo ‘¿de dónde eres? ¿Qué haces aquí? ¡No jodas que estás de vacaciones!’ y Morfeo me acogió en su seno.

Luego llegó del despertar en reanimación, la asquerosa sensación de dolor y escozor que deja en la garganta la intubación recién quitada y el hambre, un hambre enorme. Eso y el mastodonte de vendaje que tenía en el hombro, un mostrenco del que surgía (como probóscide a lo Giger) un tubo conectado a un bote. El catéter estaba repleto de sangre medio coagulada, diluida con un líquido acuoso que sólo podía ser pus. El bote estaba lleno en su cuarta parte de esos fluidos que casi parecían sacados de la portada del Load.

Por supuesto, todo esto aderezado con dolor. Sordo, continuo, de intensidad media-alta si permanecía quieto y con cuchilladas agudas si intentaba moverme. Pero ya he dicho que no voy a hablar de esto. No.

Ahora quiero hablar de que el personal de traumatología y de reanimación del H.U.M.V. hizo un trabajo soberbio, estando atentos de manera constante a todos los pacientes. Como es su deber y trabajo. Al césar lo que es del césar: no voy a alabar la tarea de un médico por operar y curar a un paciente, ni a elogiar a un enfermero por cuidar y aplicar las medicinas a un convaleciente, ni a lisonjear a un auxiliar de enfermería por atender y vigilar a los enfermos. Es su tarea, han estudiado para eso y por eso se les paga. Las alabanzas, elogios y lisonjas se las merecerían personas que, sin pertenecer a esas profesiones, realizaran esas tareas. Este párrafo viene a que estoy hasta los cojones de la injustificada altivez de los médicos, individuos que en la mayoría de los casos se permiten el lujo de mirar por encima del hombro a los demás sólo porque han estudiado eso. Se ve que ellos cuidan y recolectan toda la comida que comen, se tejen la ropa que visten, construyen todo el instrumental que usan, programan todos los equipos que manejan, educan a sus hijos, vigilan por su seguridad, etc. Ah, ¿Qué no hacen eso? Pues que se bajen los humos y se coloquen en su lugar dentro de la cadena social: tienen su función pero no son más que otros.

Vale, sigo.

En el H.U.M.V. me encontré con la típica enfermera muy agradable con los enfermos pero que de tan amable dejaba sus tareas sin hacer. Incluso en un momento de la noche quedó claro que estaba haciendo puntos con una paciente que era familia de alguien con peso en la casa. Vamos, la típica pelota que espera conseguir puntos de ascenso a base de dorar píldoras: criticada por las auxiliares de su turno, censurada por sus compañeras enfermeras del turno siguiente. (De las cosas que uno se entera haciéndose el dormido debido al aburrimiento.)

También me topé con otro tipo de enfermera: una que supongo que posee una magnífica calidad profesional, pero que su trato con el paciente iguala al que dispense un estibador con los fardos que carga.

Salvo esas dos ‘divergencias’ la norma del comportamiento del personal en la reanimación no merece la menor queja. Incluso había un ente casi paranormal: el ‘House’ de la zona, un traumatólogo de origen mexicano o similar que deambulaba por entre los boxes apoyando su pierna deforme en un bastón. El chaval (mucho más joven que yo) en los más de dos días y pico que estuve en la rea debió haber realizado una guardia de 72 horas porque parecía omnipresente.

Y ahora llego al primer punto negro, de verdad negro, de lo vivido en el H.U.M.V.: estuve en la rea mucho tiempo más del que debería. Pero mucho, mucho: por lo menos 24 horas de más, ocupando un box y sin subirme a planta. Yo estaba catalogado como ‘paciente de traumatología con afección muscular’. Ese detalle, el ‘muscular’, debía suponer la diferencia clave. A los intervenidos por problemas óseos en cuanto recibían el alta en la rea les pasaban a planta, a una habitación en el propio H.U.M.V. Pero a los musculares no. ¿Por qué? En ese momento no tenía ni puñetera idea. Algo oí, como que en el H.U.M.V. no había camas para ese tipo de pacientes…

Obras del H.U.M.V. (fuente Pondio.com)

Obras del H.U.M.V. (fuente Pondio.com)

A raíz de la inexistencia de camas entramos en una de las vergüenzas del H.U.M.V.: está todavía a medio construir, y no tiene fecha para su conclusión porque no hay dinero. Empezaron hace años una reforma que supuso la demolición de un ala entera (recordemos que el H.U.M.V. es un hospital de tipo mixto: tiene tanto pabellones de altura baja y diseminados por su terreno, como dos alas de gran altura, con numerosas plantas) y a medio camino se quedaron sin fondos. Y así se quedó el hospital, empantanado y viendo cómo los presupuestos y costes para acabarlo suben y suben. Mientras tanto para basuras como el centro cultural de Botín (la soberana basura que van a hacer junto a los Jardines de Pereda) sí hay dinero. El hospital a medio hacer, los pacientes aparcados en los boxes o en los pasillos, y mientras dando el dinero fluyendo para un proyecto con el único objetivo de engrandecer el ego de un defraudador (aunque a posteriori haya ‘reparado’ el error, a saber con qué tejemanejes de por medio para salir indemna). Un defraudador dueño de toda la provincia, todos sea dicho.

Una enfermera, junto a una auxiliar, nos explicó a los pacientes que estábamos en condiciones de escucharla (que en esa zona de la rea no éramos pocos) cómo el hospital estaba degenerando. Por supuesto la palabra ‘recortes’ apareció. Recortes y mala gestión. No hay que tener una inteligencia privilegiada para comprobarlo. Vivirlo desde dentro es mucho peor porque compruebas cómo algunas cosas se mantienen más que nada por la dedicación de los profesionales que trabajan en ella. Trabajadores que con esfuerzo logran mantener el nivel de calidad que antes tenía la sanidad pública.

Pero aquí de nuevo he de hacer un inciso (de cosecha y experiencia propia, que la enfermera y la auxiliar no dijeron nada de eso) y marcar una salvedad: no todos los profesionales actúan de esa manera, desinteresada y coherente con la profesión que han escogido realizar. Por desgracia resulta muy triste comprobar como aun en estas circunstancias algunos colectivos –léase muchos médicos, por ejemplo– siguen con su egoísmo y altanería. Sólo se mueven para mantener su status y privilegios, desvinculándose de enfermeros y de la mugre (esos infraseres llamados auxiliares de enfermería y personal de base). Médicos que mantienen esa actitud altiva de ‘yo aquí, vosotros allí y debajo mío’).

Por supuesto que mientras que la enfermera y la auxiliar nos describían realidad de la sanidad pública y del H.U.M.V. nos pedían que les apoyáramos. Yo he ido ya a numerosas marchas y manifestaciones en apoyo de la sanidad pública, y seguiré haciéndolo.

Al fin llegó el lunes y con él el prometido traslado a planta. Pero no ha planta en Valdecilla, dado que allí no existían, sino al Hospital La Santa Cruz de Lierganes. De pequeño, con mis padres, había pasado varias veces al lado de ese hospital. Como crío ignorante ni me había fijado en él. De hecho pensaba que se trataba de un hospital privado, mira tú. Pero no, el H.S.C.L. es público y depende del H.U.M.V., estando en él parte de traumatología.

Mi destino. Mi destino si me querían admitir, claro.

Yo era ‘el de fuera’, ‘el foráneo’, el ‘rarito que no era de Cantabria’. Tócate los cojones: criado, educado y madurado en Santander, la que durante muchos años he considerado mi ciudad, para al cabo de los años acabar tratado en la sanidad de la ciudad como una especie de apestado. ¿Veis ahora porque detesto las nacionalidades, los patriotismos y esas mierdas territoriales? Sirven para eso: más que para unir para separar. Todos somos seres humanos iguales, no ‘cántabros’, ‘vascos’, ‘catalanes’, ‘chinos’ o ‘congoleños’. Todos sangramos sangre roja. La única nación que debemos reconocer la tenemos bajo los pies en forma de una preciosa bola de barro, una esfera achatada orbitando en el espacio a una unidad astronómica de esa estrella humilde y anodina pero nuestra llamada Sol. No hay más nación que esa.

Bueno, por ahora se acabó el alegado comunista.

A lo que iba: que me debían derivar al H.S.C.L. Pero eso si a ellos, a los responsables de ingresos del H.S.C.L., les daba la gana.

Ese turno de mañana del lunes regresó de vacaciones la enfermera jefe de reanimación de traumatología, una mujer que al parecer tiene un carácter ‘fuerte’ (me acuerdo a la perfección de la auxiliar de enfermería que repetía eso de ‘con lo bien que se estaba sin ella y sus malos humos. Es que el sólo verla ya me pone de los nervios’). Así de entrada la señora me echó la bronca por caminar por la rea sin la parte superior del pijama: a esas alturas de partido, con más de 48 horas encerrado allí, aguantando un ambiente insoportable debido a los lumbreras de climatización que o nos congelaban o nos asaban, estaba hasta los cojones del pijama. Yo jamás, jamás, visto pijama.

Pero la bronca más seria, y en la que ella tenía toda la razón, se la dedicó a la encargada de ingresos del H.S.C.L. En la rea se da la maravillosa circunstancia de que el control, y con ello los teléfonos, están dispuestos de tal manera que todos los pacientes si quieren pueden escuchar. Y yo quise hacerlo cuando me percaté de que se hablaba de los traslados al H.S.C.L. La jefa de rea le explicaba a su compañera de admisión del H.S.C.L. que en Santander había pacientes que llevaban todo el fin de semana a la espera de un ingreso: dijo que algunos ya incluso deambulaban casi con total libertad por la zona (sí, me da que hablaba de mí, del tocahuevos que sólo unas horas después de la operación –aun en la madrugada del viernes al sábado– ya estaba con energías y ánimos para escapar de la prisión, digo bajar de la cama, aunque eso supusiera dolores. No soporto estar mucho tiempo en la cama despierto). Para sorpresa de la jefa de planta (y mía también) desde el H.S.C.L. se negaban a admitirnos por la mañana, diciendo que como muy pronto lo harían por la tarde. Yo no lo entendía, y por la manera en que la jefa de planta le replicaba a la del H.S.C.L. ella tampoco. La reanimación, decía, es de manera esencial una zona de transición, de paso: cuando un intervenido da signos positivos de mejora y recuperación debe salir de ella. Y de ninguna manera se puede tener allí de manera indefinida a la gente. Más aun cuando en la planta dedicada al cuidado de esos pacientes hay habitaciones y camas libres, tal y como en el H.S.C.L. habían admitido que había.

Así estaba el tema: en la rea del H.U.M.V. había dos pacientes que llevaban casi 48 horas listos para recibir el alta, en el hospital que los debía recibir tenían cinco habitaciones vacías esa misma mañana, pero el personal de admisión de ese hospital prefería que los ingresos los realizara el turno siguiente… o en otro, pero no con ellos. La jefa de planta de la rea se puso seria, muy seria, y les dio un plazo para que le dieran una respuesta satisfactoria y colgó. Cosa de una media hora después recibía la confirmación de que nos acepaban en el H.S.C.L. Mientras esto sucedía a mí me hacían la primera cura, veía la pinta horrible del tajazo que me habían propinado, me quitaban el tubo del drenaje y me despedía de los ‘amigos’ que había hecho allí.

Por fin, rondando la una de la tarde, llegó mi ambulancia. El sanitario me llevó en la silla de ruedas hasta el vehículo. ¡Qué extraña sensación esa de que te lleven en silla de ruedas! De esa manera, más bien tarde que pronto, mi mujer (que siempre estuvo a mi lado, sirviendo de impagable apoyo) y yo partimos hacia el H.S.C.L. Allí conoceríamos la cara B de la sanidad cántabra. Si del H.U.M.V. no había tenido queja alguna, la cosa en Liérganes cambiaría. Y mucho. De blanco a negro.

Pero de eso hablaré en la parte II de esta historia. Ya he soltado mucho rollo por ahora y toca descansar.

Hasta luego.

Una especie de despedida

Hola, culebras.

No, no voy a dejar el blog, ni a cerrarlo ni nada por el estilo. Por eso mismo no he puesto como asunto ‘Una despedida’, tal cual, sino ‘Una especie de despedida’. Me voy, pero no me voy. Dejo el blog, pero no lo dejo.

¿Cómo se entiende esto? Pues de una manera bien sencilla: a partir de ahora la web se dedicará sólo a reseñar lo que leo. De hecho ha ido sucediendo eso mismo de unos meses acá. Se acabaron las entradas con comentarios más o menos políticos: adiós a contenidos etiquetados por 15M, crisis, economía, España, política… No volveré a dar mi opinión del mundo humano. Me da tanto asco lo que veo, lo que me rodea, lo que vivo que bastante tengo con eso, con vivirlo (o sobrevivirlo) como para además perder lo único que de verdad  me pertenece, mi tiempo, en hablar de ello.

Esta sección geográfica del planeta llamada por ahora España, y sobre todo sus habitantes, me ha defraudado sobremanera. Su indolencia, su cerrazón, su hipocresía, su falta de ética y de visión de futuro, su ridículo territorialismo, todo eso y mucho más me ha acabado de apartar de ellos. Apartado en la medida que la circunstancias de la vida me lo permiten, claro (todavía no puedo agarrar una nave espacial y largarme a explorar, por ejemplo, Titán, Io o Europa). Mientras sigo encadenado a esta bola de mierda voy a intentar perderles de vista a todos estos humanos y hablar sólo de mi única pasión/droga: la lectura.

Hay veinticuatro entradas etiquetadas como revolución, veinticuatro entradas hablando de cosas relativas a un deseado –por mí– cambio social.  Veinticuatro entradas que sólo han evidenciado cómo este país de adocenados ombliguistas sigue ciego a lo que sucede, sin capacidad de reaccionar mientras una panda de psicópatas avariciosos lo sangran. Gritaría un sonoro ‘QUE OS JODAN’ si no fuera porque, por desgracia, eso equivaldría a un ‘que me jodan’. Me da verdadera envidia el destino final de Krug.

Pero al menos me quedan mis libros. A diferencia de los humanos ellos son inmutables y persistentes en su naturaleza: un libro malo es malo y jamás  puede engañar haciéndose el bueno, por mucho que lo releas. Un libro malo se descubre enseguida y se le puede relegar al olvido (o incluso puedes hacer con él un Farenheit 451) sin el menor reparo. Un libro malo sólo se le olvida (o elimina) y se va a por el siguiente. Ojalá se pudiera hacer eso mismo con ciertos humanos, esos psicópatas sociales que llenos de orgullo, prepotencia y arrogancia llevan de cabeza a la especie humana al dolor, el sufrimiento, la destrucción y la muerte.

Lo dicho, se acabó hablar del mundo real. Mejor sumergirse en el de los libros mientras espero a que el rebaño ciego dirija su camino hacia la destrucción. Y que yo lo vea.

Adiós.

P.D.: Al parecer en WordPress hay algo para convertir etiquetas en categorías. Si la cosa funciona transformaré las etiquetas que he usado para catalogar los libros (Ciencia Ficción, Terror, etc.) en categorías. Sé que eso dará problemas con las viejas entradas que hacen referencia a ellas como etiquetas, pero se trata de un mal menor.

Dentro de unos días me sumo a #huelgaIndefinidaAlten

Hola, culebras.

Pues eso, que el día 8 empieza la huelga indefinida que se ha convocado en mi querida empresa, Alten SPAIn. No soy el único que lleva años harto de mánagers incompetentes y de directivos despóticos. Cada vez hay en la empresa un clamor más fuerte contra esa gente que sólo muestra gran presteza para llenarse los bolsillos mientras desprecia, ignora o incluso amenaza a los trabajadores que sudan día a día la gota gorda en los clientes para que con su esfuerzo la empresa se mantenga. Esa gente ha creado un clima laboral que a veces roza el terror.

Por un sueldo, por poder pagar tu plato de lentejas, la gente aguanta mucho. Pero no todo.

La gota que ha colmado el vaso ha sido la aplicación (maravilloso regalo de Navidad) de una modificación sustancial de nuestras condiciones de trabajo, en forma de bajada de sueldo y no complementación de las bajas laborales (algo que hasta ahora hacían y se consideraban ya un ‘uso y costumbre’). A todo eso hay que unir un ERE que en 15 días afectará a más de 140 empleados.

#EREAlten: más de 140 trabajadores a la calle

Todo eso mientras los que muchos consideramos como verdaderos culpables de la situación de la empresa (mánagers y dirección) no asumen su responsabilidad y ni siquiera apuntan cambio alguno en la maneja de llevar la empresa.

Entre los directivos de Alten SPAIn hay unos cuantos que creo que si los analizra un psicólogo entrarían sinceramente en la calificación de individuos de carácter venenoso que disfrutan haciendo el mal (en este caso jodiendo de manera consciente a los empleados que con su trabajo les pagan el sueldo), mentirosos patológicos e incluso sicópatas. Si un psicólogo se paseara por la empresa y analizara el clima laboral puede que tuviera para todo un tratado de comportamientos sociopáticos de mano de los mandos de esta empresa.

En el espacio laboral nadie puede oir tus gritos. #EREAlten

Así son. Y mientras tanto campan a sus anchas por la empresa y entre los trabajadores, cobran muy buenos sueldos, disfrutan de coches de alta gama, parking gratis, tarjeta de empresa… Y gran número de mánagers no son sino el reflejo de este tipo de dirección. Recuerdo muy bien a cierta mánager que en una asamblea a raíz del ERTE de este verano dijo, ante todos los presentes, que el ERTE era ‘problema vuestro’. Vamos, que ‘a seguir currando y al que le toque que se joda, que lo importante era que a ella no le bajara su cuota de ventas’. Así son de lindos. Y de incompetentes, como el del otro mánager que le ponen en bandeja un pedazo contrato con una empresa que colaboraba con Defensa y él se permite el lujo de ignorarlo (y eso que la oferta le llegó de uno de los hijos de los mandamases de la citada empresa); o los que ya no se atreven a entrar en las oficinas de clientes porque les han declarado, los propios clientes, personas non gratas.

Con esa gente al mando esta empresa jamás remontará.

¿Plan de viabilida? #EREAlten

En la última asamblea se habló del ‘modelo alemán de gestión de empresa’, que yo ignoraba pero que se supone que los propios trabajadores tiene voz y voto en la dirección de la empresa, en las medidas y evolución de la misma. Sueño con algo así, con poder decirle a unos cuantos que me sé ‘idiota, con tu actitud y manera de proceder te estás cargando la empresa’. Pero claro, es un sueño que en este país de empresarios de mentalidad ‘lo primero es mi bolsillo y luego ya, si eso, mi bolsillo y mantener la empresa’ jamás ocurrirá.

A no ser que los Reyes regalen a todos lo que El Roto ha sugerido. Soñar es gratis. Y desear ver colgado del palo mayor a ciertos elementos también. Todavía espero el alzamiento, la revolución social que acabe con este sistema que premia al incompetente, al egoísta y al ladrón frente al capaz, el bondadoso y el honrado.

Porque ¿de qué sirve una rebaja de sueldos o un ERE cuando los culpables de la situación (situación que parece no ser tan mala según a quién le preguntes) salen de rositas y siguen haciendo cuanto les place? El ERE debería aplicarse sobre ellos y sobre los directivos y apoderados, por incompetentes y responsables de cuanto pasa comercialmente (y en cuanto a gestión de RR.HH.) en Alten.

Una inocente carta a los reyes magos

Mientras tanto sólo puedo hacer una cosa: secundar la huelga indefinida que empieza el día 8 en la Alten SPAIn y desear que esa medida de presión resulte efectiva y reculen en las medidas que nos han impuesto y que nos quieren imponer.

Adiós y el martes a la calle (otra vez) a protestar, pitar y silbar.

PD: Porque no, no vendrá Lobo y arrasará este jodido planeta, no. Mientras tanto, a soportar a estos jodidos humanos de mierda y tratar que se comporten de una manera decente, sin joderse unos a otros como los despreciables subnormales indignos de vivir que demasiadas veces demuestran ser.

España en alquiler con derecho a compra

Hola, ofidios.

Hace un tiempo actualicé la lista de tiranos de los últimos años. Por desgracia hoy ya puedo modificarla un poco más: Mariano I obtiene por méritos propios el sobrenombre de El Rescatado, y da paso a un periodo oscuro dentro de la historia de este mugriento país. Nos han alquilado, con derecho a compra. La cifra del alquiler que nos va a pagar la Unión Europea asciende a 100.000 millones de euros.

Voy a comentar un simple detalle de esa cifra, analizando las palabras de Chiquito de la Calzada, digo de De Guindos: esos 100.000 millones de euros son un máximo. ¿Este tío es economista? ¿Ésta es la buena gestión económica de los de derechas? ¿No se ha dicho siempre ‘no te hipoteques o endeudes en exceso’? Ya veo a Mariano I comprándose un piso e hipotecándose por el 100% de su precio. O por más. Y salir en la tele diciendo que ‘ha conseguido un chollo’, y que ‘tiene dinero de sobra’. Estúpido. Penoso. Triste. Significativo. Y este tipo de cretinos incoherentes son los que ‘nos mandan’. Así les luce el pelo, al menos a ellos y a los que les han votado y les sieguen defendiendo. Gilipollas.

Mariano I dice que no nos han comprado, sino que lo que pasa es que nos han prestado dinero para los bancos. Pero el préstamo, señor Rescatado, está a nombre del país, no de los bancos. No hay una deuda a nombre de Botín ni de ninguno de sus mafiosos colegas. Y ahora es el país el que ha de rescatar a los bancos, no la Unión Europea. Sí a esos bancos a los que ya se ha dado miles y miles de millones de euros; a esos  mismos bancos que todo ese dinero que se les ha dado se lo han quedado para ellos mismos; a esos mismos bancos que son de facto los dueños de España. Mariano I dice que se trata de un préstamo, y que sólo afectará a los bancos. La Unión Europea ha alquilado los bancos. Pero se da la triste realidad de que los bancos gobiernan España (algo que llevan demostrando ya años). A efectos reales la Unión Europea nos ha alquilado. A la mierda la soberanía popular.

La Unión Europea va a poner deberes a los bancos. Y claro, los bancos (como hermanas de la caridad que son) no repercutirán esos deberes en nosotros, la plebe. La Unión Europea apretará a los bancos. Aplicando la transitiva, estos aplicarán el aprieto a aquellos a quienes tienen cogidos por los huevos: a los que tengan cuentas con ellos, particulares o empresas; y éstas a todos sus trabajadores. Entre medias habrá un gobierno títere que dirá amén a todo cuanto diga la Unión Europea, no vaya a ejecutar su opción a compra (como ya ha hecho en P.I.G.). En resumidas cuentas: la Unión Europea achuchará a los bancos y al estado español, pero los que al final se tendrán que apretar el cinturón doblemente (por el estado y por los bancos) seremos nosotros.

Es un hecho: la Unión Europea manda en España. De futa madre.

Pero la Unión Europea es muy chula, lista y retorcida. No se moja en alquilar bancos así, cara a cara: prefiere el uso de intermediarios, y que ellos se partan la cara y los cuernos. Así que no les da el dinero a los bancos directamente y no se mancha las manos. Que gestione otro el préstamo: el <inicio de coro de risas>Reino de<fin de coro de risas> España. Y, dado que la Unión Europea es de la misma calaña que los bancos a los que ‘rescata’, aparte de endosarle a España el marrón por ‘los servicios’ le cobra un interés. España es la puta a la que no sólo apalean, sino que pone la cama y paga por ello. Hablan de un módico un interés del 3%. El 3% de 100.000 millones son… 3.000 millones. Una bagatela. Eso a cambio de que una panda de mafiosos se llenen los bolsillos, agarren el dinero, jueguen con él, blanqueen sus cuentas y atenacen más si cabe a la sociedad. En otras palabras, la Unión Europea nos alquila el país, toma el mando y por todo ello nos cobra; nos roban la ya de por sí casi inexistente soberanía popular y todavía, a cambio de ese ‘favor’, nos endeudamos más aun.

España ha entrado en la puerta grande en el camino de la desaparición como institución. La desaparición del estado español –independiente y unitario– no tiene de por sí nada malo si se hace en aras de una mejor calidad de vida, de mejor sanidad, educación, transportes, infraestructuras, etc. Pero una pérdida de soberanía sólo porque unos usureros la hayan cagado, sólo para ver cómo apuntalan sus Minas Morgul particulares, sólo para seguir de culo y cuesta abajo… pues no. Lo que intentó durante décadas de sangre y dolor E.T.A., lo que ha ido socavando durante años los gobiernos de Cataluña, lo van a lograr ahora los bancos. De una manera muy diferente a la que los terroristas y los tragaldabas egocéntricos, eso sí. Ni para unos (terroristas ilegales) ni para otros (ladrones de guante blanco): España es para los alemanes, para los tecnócratas, para ‘los mercados’.

Olé.

Sólo queda la esperanza en la gente, en los ciudadanos. Un alzamiento, una revolución francesa. Ya tenemos nuestro propio Robespierre, que llegó como salvapatrias y en cinco meses ha derivado en terrorista de estado: Mariano I. La población no tiene porqué aguantar más: el 8 de Termidor (28 de Julio) está muy cerca. Saquemos las guillotinas de una puta vez y acabemos con ellos. Porque llegados a estos extremos el magnicidio no es un objetivo indigno sino un derecho, un acto de autodefensa. En Plaza de España hay sitio de sobra para un cadalso. Que Cervantes sea testigo de la caída de estos asesinos de ilusiones, y que su cabeza ruede bajo la triste mirada de Alonso Quijano.

Adiós.

El precio de la evasión

Minirrelato tonto (no lo pongo en Eterno porque tiene un carácter tan puntual que no merece la pena) basado en una conversación que he sufrido esta mañana. No soy muy dado a los dialogados, pero creo que en esta ocasión no hace falta nada más.

El precio de la evasión

–Abuelo, abuelo: ¿Cuándo tú eras pequeño todas las personas estaban como ahora, cargadas con argollas colgadas del cuello, arrastrando cadenas?

–No, hijo, ¡qué va! Por aquel entonces éramos libres.

–Ah, ¿no? Entonces, ¿qué pasó?

–Si te soy sincero no lo recuerdo bien. Pero de lo que sí me acuerdo es de cierto partido, un poco antes de perder la libertad, en el que ganamos por segunda vez el mundial. ¡Qué momento más glorioso, hijo mío! Todos eufóricos y unidos, inundando las calles. Una maravilla. Por un rato se olvidaron los enfrentamientos, los piques regionales, las envidias… Entonces uno se sentía realmente orgulloso de este país, de esa bandera, de estos colores.

–Sí, abuelo, muy bonito. Pero si mientras veíais ese partido, cuando celebrabais esa victoria, os ponían las cadenas y os reducían a esclavos, ¿de verdad estabais para celebraciones?

–Hijo, eran malos tiempos. Crisis, muchas crisis. Por todas partes llovían palos. Y teníamos derecho a nuestro diminuto momento de evasión, ¿no?

–Ya, pero ahora lo pago yo con mi esclavitud, abuelo. Lo pagamos todos. Y tú también.

–No te preocupes. Es agua pasada. Como se suele decir: a lo hecho, pecho. Tú mira la tele, que esta noche hay un nuevo clásico.

–No tango ganas, abuelo. No tengo ganas. Ese enésimo clásico me ha costado muy caro.

***

Ya está. Vaya tontería de relato, diréis. Pues sí. O, según se mire, pues no. Cuando algo así representa la realidad actual se puede pensar de eso cualquier cosa menos ‘vaya tontería’.

Como veis el relato se reduce a  una conversación triste, seguida de silencio posterior más triste aun.

Igual que la que mantuve.

Yo hacia de niño; la otra persona persona asumía el papel de abuelo que, deslumbrado por las luces de los eventos, huye de la realidad negándose a ver el pozo al que vamos de cabeza.

–Todos tenemos derecho a evadirnos –decía.

–No –respondí yo–, si el precio es la libertad de nuestros hijos.

Y tras eso el silencio. Un silencio molesto, triste y patético como pocas veces lo he vivido.

Para algunos merece más la pena el solaz momentáneo que el protestar y luchar por un futuro mejor. La política del avestruz, del corre y no mires atrás. La política del cobarde incapaz de luchar por lo que tiene.

Conversaciones como ésta, que cada vez se suceden con más frecuencia, son las que me refuerzan en mi misantropía, y me refuerzan en mi deseo de un exterminio absoluto de la raza humana.

Mucho me temo que en este país de mierda tiene poca esperanza de salvación. La timocracia más el fútbol, unido a la cobardía, el egoísmo y el ‘juntémonos y vayan ellos’, tienen idiotizados a la mayoría de la población.

Adiós, culebras.

PD: Puede que dentro de un tiempo más que dirigirme a culebras tendré que hacerlo a cinturones, botas o sombreros, porque así acabaréis todos: muertos de hambre, pasando previamente por la (en muchos casos bien merecida) miseria. Otros quizá acabemos corriendo por las calles (a saber si protegidos con una máscara anti-gas y unas gafas) para tratar de defender no ya lo nuestro, sino lo de nuestros hijos.

PD II: Curioso que me vea involucrado en esta conversación y al rato lea este patético (por el mensaje que contiene) cómic de J. R. Mora.

No hay excusa: el jueves #29M, Huelga General

Hola, ofidios.

Iba a preparar un sesudo, largo e intenso post acerca de la necesidad de secundar la huelga general. Pero a estas alturas quien llegue a leer este blog ya tiene conexión a internet. Y si tiene eso tiene acceso a toda la información que quiera, y más. Si accede a internet puede esquivar la desinformación (educado eufemismo para no decir basura) mediática con la que nos bombardea la tele, la radio y la prensa.

Lo dicho, no voy a repetir lo que se ha descrito hasta el detalle en miles de sitios: la huelga no es sólo por tu bien, sino por el de todos. Por tus hijos, nietos, hermanos, amigos también. La segunda reforma laboral del #PPSOE, de seguir adelante, nos recortará derechos de una manera una más drástica que la anterior (que ya era la leche, durísima).

Esta entrada del blog va dedicada a los que no van a secundarla diciendo eso de ‘es que si hago huelga pierdo dinero, y no está el horno para bollos’. Que se den cuenta de unas cosas:

  • Si cobran muy poco, y esa situación les jode, que piensen que con la reforma van a pasar a cobrar menos aun. O nada. Un día de huelga en un sueldo pequeño no supone mucha pérdida económica… en comparación con lo que van a perder si no se revoca la dichosa reforma laboral.
  • Si cobra ‘lo normal’ (me horripila pensar en cuánto es eso ‘normal’, ¿mil miserables euros?) que se dé cuenta de un detalle. Pequeño. Nimio. De seguir adelante la reforma que no se extrañen si un día les bajan el sueldo ‘porque la cosa va mal’. Entonces ¿qué? Pues que llorarán, y recordarán ese ‘sueldo normal’ como si se tratara de ‘vacas gordas’. ¿Merece la pena perder un día de tu sueldo ‘normal’ para luchar por mantener ese salario ‘normal’ y quizá optar a uno mejor? Sí. Decididamente sí.
  • Si cobra más que ese sueldo normal tiene las mismas razones, o más, que los otros para hacer huelga. ¿Por qué? Pues porque de seguir la reforma en vigor vas a ser el objetivo del empresario. A ver, empanado: no quieren a gente con un sueldo tan gordo como el tuyo. No les rentas. Así que a tu jefe/gerente ya se le ocurrirá la manera (y el gobierno del #PPSOE no se lo ha puesto nada difícil, recuerda) de despedirte por dos duros. Y una vez en el paro vete a buscar un trabajo con un sueldo como el que has perdido. Entonces te darás cuenta de lo que tenías, y cuán difícil te va a resultar recuperarlo. Vamos, que con un sueldo alto la huelga también merece la pena. Y eso sólo por querer ahorrarse el salario de un día. ¿No cobras tanto, licenciao? ¿Te es tan necesario el salario de un día como para poner en peligro tu futuro y el de los que quieres? Si te pagan tanto supongo que se deberá a que te consideran listo. Pues demuéstralo y piensa en el futuro: secunda la huelga.

Pero veo que aun sin quererlo me enrollo. No voy a hacerlo más, joder: menos influencia de Esteban Rey.

Más de uno y más de dos no secundarán a huelga. Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Aunque puede que sea en el camino de ‘como la huelga ha tenido éxito ahora me apunto a las ventajas que han conseguido los cabrones huelguistas’. Vamos, el cobarde ‘juntémonos pero que vayan ellos’. No voy a decir que ese tipo de gente me da asco porque creo que ya queda claro.

Dedicada a esa basura humana llamada esquiroles les recomiendo la lectura de una entrada alusiva del Teleoperador. Que ustedes lo disfruten. Si trabajan el día 29 quizá nos vemos. Yo en el lado del cliente ‘curioso’, ‘pesado’, ‘olvidadizo de cartera’ o similar. Ustedes en el de gilipollas que no sabe que le están dando pero que bien por el culo (o que no le importa).

Lo dije hace ya más de tres años: o la gente de de este adormecido pueblo de borregos se empieza a mover o vamos a acabar emigrando a Marruecos.

Un saludo.

PD: Ya conozco personalmente a uno que le han despedido aplicándole la maravillosa reforma. Iba a secundar la huelga de igual manera, pero así me dan más razones. Que el esquirol piense en esto: mañana puedes ser tú. O tu hermano. O tu hijo. O tu padre. Luego te quejarás y llorarás, Boabdil de tres al cuarto.

Ellos lo llaman democracia

Hola, culebras.

Siempre he pensado que este sistema político en el que vivimos en vez de llamarse democracia debería recibir el nombre de timocracia, porque durante unos días una panda de falsos venden la moto, se les llena la boca de promesas, y en cuanto están en el poder ‘donde dije digo digo Diego’, y si te he visto no me acuerdo (y para demostrar la manera en que esto ha calado en la sociedad que vean el anuncio creado para el juego ‘Quien soy electrónico’ de Diset. Pena que no lo encuentro por ningún lado para enlazarlo).

No alabo el sistema anterior, ni de lejos, pero al menos en él se sabía de sobra lo que había: ordeno y mando, y si no te gusta o te jodes o te largas del país. Aquí y ahora es lo mismo durante cuatro años menos cuatro semanas de campaña. O quizá incluso peor: al menos antes podías echarle la culpa de cómo estaba todo de mal al tipejo cuyo careto venía en todas las monedas; ahora, por mucho que despotriques del de las cejas, quienes mandan de verdad en esta timocracia son unas cosas llamadas mercados y lobbies de poder. Vamos, que ya ni siquiera el culpable es un canijo con mala leche, un hijo de puta patrio. Ahora la mierda que nos dirige, la bazofia que nos acerca cada vez más a una calidad de vida similar a la del vecino del sur, nos llega importada ya desde Bruselas (algo que hasta cierto punto veo incluso lógico), ya desde el planeta bursatil, la galaxia banquera, o incluso desde el país hipócrita por excelencia.

¿Y qué ocurre cuando la gente intenta mover el culo de la reducida manera que puede, a modo de pequeña revolución digital? Pues suceden cosas como estas: un impresentable (vía teleoperador) que se cree que la gente no puede llamar a su grupo político para saber qué van a votar. La actitud de ese subnormal (pena que no se descubra su nombre y apellidos, y se le despida de manera fulminante) sirve como indicativo preocupante de lo que sucede con este sistema. Eso y que otros se dediquen a juguetear con el ordenador en las sesiones. Vergüenza siento al saber que ocupan el sitio que ocupan, cobran lo que cobran y ostentan el poder que ostentan analfabetos y prepotentes como estos. Vergüenza ajena, por supuesto, que no suya: ellos no la tienen al hacer lo que hacen, al decir lo que dicen, al prometer lo que prometen para luego olvidar lo que olvidan. Total hasta dentro de tres años y medio pueden hacer lo que les da la gana, y que ningún currito les chiste.

Mención aparte merecen los hipócritas (veo que en esta entrada esta palabra se va a repetir ‘un poco’ 😛 ). Me parece de risa que el duermeovejas éste hable de dictadura cuando él apoya un sistema antidemocrático como del que hablo, la timocracia, más que nada porque se trara de uno de los que pierden el culo la hora de sacar su dinero del país, todo sea por acaparar más y más, y si evitar ayudar al país, mejor que mejor. Al menos sabemos de qué lado están, del de algunos de los lobbies que tratan de manipular gobiernos e imponer leyes. Por cierto, leo que con eso mismo ha saltado el caranimal. Venga, ahora que esos lobbies, ricachones defraudadores o directamente expatriados voluntarios para evadir impuestos sigan presionando a ver si cuela en otra ocasión. Y saldrá, seguro, pero para entonces espero que la burla que descubierta para mucha más gente.

Ellos lo llaman democracia; yo lo llamo timocracia, un nuevo modelo de despotismo ilustrado lleno de hipocresía.

Jodidos humanos de mierda. Pena de Martillo de Dios que os caiga a todos encima… aunque sea por navidad.

El Apocalipsis ha llegado

Hola.

No soy católico pero por circunstancias familiares y geográficas he mamado esa religión desde pequeño. Además de ello siempre me he declarado declaro ateo y escéptico: la verdad está en la ciencia (y en ‘ciencia’ no incluyo engendros subjetivos como la psicología, la grafología y demás tomaduras de pelo), y la matemática y la física son las únicas herramientas válidas para describir la realidad.

Sin embargo, aun con todo eso y mal que me pese, una idea estúpida se me está clavando poco a poco en la sesera: que la panda de soplagaitas-embaucadores-magufos (encabezada últimamente por el impresentable Friker Jimenez) tenga razón en patrañas como las profecías de San Malaquías. ¿Porqué pienso eso? La raíz del asunto no se limita a que la Gloria del Olivo (léase con el sonsonete de Azucar Moreno) haya llegado justo cuando la iglesia católica está pasando (al menos en Ejpaña) quizá uno de sus peores tragos en sus dos milenios de existencia (y es que, aun siendo curas, les gusta la carne, el lechal, el ternasco y el recentalhumanos). No, esa no es la única razón que me lleva a pensar que el Apocalipsis ha llegado: todo parece apuntar, según los medios y la política, que el mismísimo Anticristo se ha revelado a la humanidad, y responde al nombre de Julian Assange.

Todos los países supuestamente civilizados están luchando contra esa entidad maquivélica que amenaza que hundir la civilización (aunque por ahora no acaban de ganar). Se le persigue, se le acosa, tratan de cortarle la cabeza, los pies… Nunca ha habido tamaña reacción contra una sola persona. Mientras se ha iniciado la caza de la anticristo en otros sitios hay partidos xenófobos y neonazis pululan en muchos paises (incluso el nuestro, ) y no se les ataca como a este hombre y a su obra. Al mismo tiempo que los neutrales dejan de serlo hay estados represores que siguen secuestrando a personas supuestamente buenas (no tan buenas según esos mismos estados), o bien haciendo de su capa un sallo con lo que quieren (ya sea auténticamente patrio o no). Simultáneamente a que Scotland Yard encierra al Anticristo, otros dirigentes se comportan casi como semidioses, o incluso como propios dioses.

Y no pasa nada. O casi nada: la revolución en mátrix empieza a ser algo más real que penosas cibermanifas.

Sin duda, según nos quieren hacer ver lo medios,  Assange es el Anticristo: con él la civilización se va a hundir. Pero tranquilos, que tras ello llegará la nueva Jerusalem, un mundo felizo no tanto (si bien cada día estamos más cerca de una mezcla de esas realidades, con lo peor de cada una).

A ver qué sucede en los próximos meses y años gracias al poder del Anticristo: la información y wikileaks.

De nuevo Euro6000 tratando de timar a la gente

Hola, culebras.

Esto tiene la pinta de convertirse en un clásico navideño, como Ra-Pa-Él y Hola-soy-Edu-Feliznavidad. La red de embaucadores de Euro 6000 vuelve a lanzar un campaña engañosa… pero engañosa sólo si no te lees la letra ahora no-tan-pequeña. Prometen un descuento del 10%, pero con un máximo de devolución de 20€. Vamos, que de nuevo lo del descuento se queda en agua de borrajas, desleído en unas fechas en las que se gasta bastante más. Se agradece que en la web lo dejen claro (ver el flash embebido), así como en las condiciones de la promoción (leer la sección segunda, que tiene coña la lista de exclusiones).

Al menos en esta ocasión tiene la decencia de no imponer un gasto mínimo (yo no he llegado verlo indicado por sitio alguno). En esta ocasión no es tan engañoso como la otra vez, lo que no implica que resulte atrayente, al menos para mí.