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AA.VV. – Tres tormentas de nieve

Hola, culebras.

Casi se puede decir que no he leído nada de literatura rusa. ¿He hecho mal? Me temo que sí, al menos para ampliar mi culturilla general. Por ello, cuando alguien me recomendó leer Tres tormentas de nieve, me dije: ¿Y por qué no? Al fin y al cabo se trata de cuentos, mi género favorito, de tres autores importantes. Además el libro contaba con el aliciente de que sus historias tenían relación con el frío y las tormentas, una ambientación que en principio me atrae. Sin duda los rusos pueden decir mucho de las tormentas de nieve, la menos mucho más que un andaluz. En este librito hay tres nombres que me sonaban a ‘autor de importancia’: Tolstói lo conozco de oídas por su obra Guerra y paz, todo un clásico aunque yo no lo haya leído; de Chéjov admitiré que me sonaba el nombre, poco más; me pasaba algo similar con Pushkin, aunque admito que de una manera todavía más vaga.

Aquí va lo que me he encontrado en Tres tormentas de nieve.

  1. ‘En el camino’ de Chéjov se me ha hecho demasiado ‘melmothiano’. ¿Qué quiero decir? Pues que el condenado discurso del padre se me hace casi interminable, y del todo irreal. Nadie habla así, por dios. Parece que estamos, más que con una autor de finales del s. XIX, con uno de inicios de ese siglo, uno marcado demasiado por el romanticismo o lo gótico. Esa manera de expresarse cargante llega a su colmo en la hija: la chiquilla habla como una vieja. A resultas de ello me ha costado mucho conectar con el texto. Aun así el cuento tiene algunas descripciones de la tormenta, y sobre los efectos del viento, poco menos que magníficas. Le pongo un 5. Una pena: si el cuento no se hubiera centrado en el padre sino en un toma y cada entre él y la muchacha, con insertos de la tormenta exterior, hubiera ganado muchos enteros.
  2. Pushkin entra con ‘La tempestad de nieve’. En este caso, viendo la época en la que vive el autor, no me extraña ese estilo narrativo tan romántico, tan semejante a por ejemplo El monje. ‘La tempestad de nieve’ cuenta con una acción apresurada. Eso de por sí no supondría problema alguno. Lo malo llega con los saltos de escena: el cuento posee una estructura temporal tan poco lineal que casi no hay por dónde agarrarlo. Los huecos aparecen de una forma demasiado brusca, mal llevados. Eso genera una sensación rara. Luego el autor ‘justifica’ esos saltos mediante la inserción de una nueva historia. No me atrevo a llamarla secundaria, pero sí poco menos que dicotómica. Mientras se lee esa nueva historia no se comprende a dónde quiere ir el autor… hasta que de repente empiezas a decir ‘Por favor, que no sea eso. Que no sea eso’. Y sí: lo es. Así nos encontramos con un texto tramposo y nada creíble, un cuento que pone a bajar de un burro a los rusos. Quedan como tontos de solemnidad, o indiferentes al drama que ven. ¿Ninguno de los presentes puede avisar a la novia de que está pasando algo raro? ¿Son tan pazguatos que no reaccionan ante la aparición del susodicho? Pero sí, según el autor tenemos que creer que esa ‘broma’ sigue adelante, pese a la desgracia que supone para ella. A mí se me hace inverosímil, tanto que me arruina el relato. Ale, un 4.
  3. El trío de relatos acaba con ‘La tormenta de nieve’, de Tolstoi. El estilo de este cuento contrasta sobre todo con el de Puchkin: parecen de dos mundos diferentes, a pesar de que entre ellos hay pocas décadas. También supera con creces al de Chéjov, posterior. Casi se podría decir que Tolstoi narra con el arte de alguien del s. XX. viviendo en el s. XIX. Pero bueno: casi, que todavía posee algunos manierismos. ‘La tormenta de nieve’ supera con creces en extensión a los otros tres. Eso permite al autor marcar un ritmo mucho más pausado y envolvente, que se disfruta mucho más (considero que el cuento corto o ultra corto debe ser una navajada en la oscuridad, furtivo y rápido; la masacre y el regodeo sólo deben usarse en extensiones largas, o mucho más largas. Si en un corto pretendes contar demasiado te ocurre lo que le pasa a Puchkin en su ‘La tempestad de nieve’, que no). En este cuento la tormenta de nieve posee personalidad: se palpa, se vive, se paladea. A veces me ha recordado a El terror de Simmons. En el cuento de Pushkin apenas se vive el meteoro, que queda como un mero incidente argumental, sin vida. Chéjov apunta pinceladas muy vívidas e impresionantes, pero no profundiza desliéndose con el discurso del padre. Pero Tolstoi nos hace paladear ese abismo blanco que es la tormenta. Hace que los personajes naden en ella, de una manera a veces chocante: algunos se lanzan al abismo blanco con una tranquilidad pasmosa. Al menos yo, español del s. XX—XXI, no comprendo esa manera de proceder, aunque entiendo que para un ruso de esa época no sería raro. El cuento a veces parece dispersarse, como con la escena del ahogado, pero en general funciona bien. En definitiva, se lleva un 7.

La nota media que sale es de un 5,3. ¿Qué quiere decir eso? Pues que me invita a leer más Tolstoi, quizá algo de Chéjov, y me quita las ganas de repetir con Pushkin. Menos da una piedra.

Ahora voy a hablar de la impresión general que me han dejado los textos rusos. Todos ellos están llenos de giros y expresiones exageradas, casi forzadas. Por ejemplo la manera de llamarse entre ellos: ese uso del nombre más el patronímico casi omnipresente. Se me hace raro, tanto como si aquí siempre nos habláramos sólo con el apellido, o con el ‘hijo de’, o con nombre y apellido juntos. Pero entiendo que se trata de algo cultural, la forma de expresarse propia de los rusos. De igual manera me da que el estilo ruso de escribir (esa puntuación a veces demencial, la expresividad enrevesada, barroca por momentos) tiene poco que ver con el español, o con el ruso actual (por ejemplo de Metro: 2033). Vamos, que para leer a autores rusos clásicos hay que cambiar el chip.

Adiós.

AA.VV. – 12 cuentos errantes, 12 autores en tu bolsillo

Hola, culebras.

Ni sé cuánto tiempo llevaba este libro de cuentos en la pila. La verdad es que tampoco tengo claro cómo lo conseguí, pero seguro que no pagando un duro por él. ¿Alguna promo de FNAC? Ni idea.

AA.VV. - 12 cuentos errantes

AA.VV. – 12 cuentos errantes

Pero le ha llegado la hora a este 12 cuentos errantes, 12 autores en tu bolsillo, y he aquí lo que me he encontrado. Al tajo:

  1. De parte de José Donoso (con él empieza la lista de desconocidos, al menos para mí) llega ‘Veraneo’. Empezamos con los a mi entender fallos: el cuento no tiene frase gancho inicial. Para joderlo más aun usa un lenguaje muy (a mi gusto demasiado) suramericano que me chirría. Además la historia en sí no me dice nada de nada. Un 4 y va listo.
  2. Katheryn Mansfield (¿mande?) presenta ‘El viaje’. Está visto que no se van herniar mucho a la hora de escoger los títulos, no. De nuevo sin frase gancho. Al menos la prosa es mucho más visual. Pero empiezo a hartarme de los —mentes. De nuevo estoy ante una historia que no dice nada. La salva el que está narrada (y traducida) mucho mejor que la anterior. Por curiosidad, ¿adónde coño van y de dónde narices salen? ¿Sucede en un ferri entre Inglaterra y una de las islas del canal o quizá la Isla de Mann? Le pongo un 6.
  3. Guillermo Cabrera Infante. Éste sí lo conozco… de oídas. Pero por mucho nombre su cuento ‘Mar, mar, enemigo’ es más de lo mismo. Además, siguiendo lo que me dijeron una vez que nunca hay que hacer, empieza con una descripción. Olé. En un par de ocasiones que mete unos dos puntos de una manera muy mala. Y luego, en una secuencia de descripciones, los usa de nuevo mal en lugar del punto y coma. No llego a comprender cómo siguen ahí esos errores de básica. ¿Dónde se ha metido el editor? En el cuento hay una frase para el recuerdo: ‘siempre junto a él a veces’. Un minuto de silencio para las neuronas caídas en servicio. La introducción al trasfondo de la protagonista resulta confusa, como el general el estilo de la primera mitad del cuento. Más detalles: Anastasia puede hablar mal, a lo indio, pero que los vocativos estén mal puntuados… ¿No había otra manera de indicar que habla mal que no implicara quitar esas comas? Porque la pausa al pronunciar el vocativo la hace sí o sí, seguro. La historia, de nuevo, dice poco o nada. Se lleva un 4.
  4. Jorge Amado no presenta ‘Contrabandista’. Madre mía: de nuevo una frase inicial que no sólo no engancha, sino que rechina. Y ni siquiera ha acabado el primer párrafo cuando ya me encuentro un sujeto separado del verbo con una coma. De puta madre, Jorge, de puta madre. Al menos hemos cuando el autor deja de paz al viejo y al crío y se adentra en los problemas del padre la cosa mejora. Y se agradece: esta historia sí que cuenta algo. El final se hace complaciente, pero bueno: menos da una piedra. Forma mejorable. Un 6.
  5. Otro nombre que me suena: Alfredo Bryce Echenique. Según arranca su ‘Con Jimmy, en Paracas’ la puntuación casi me da una paliza por lo excesiva y mal puesta. Un auténtico horror, en serio. De darle una paliza al autor y al editor. Por no hablar del exceso de seres… El relato sigue y la puntuación no deja de darme patadas en la boca. Mejorable, muy mejorable. ¿Qué decir de la historia? Sencilla. Punto. Detalle chorra: el nombre del título sale demasiado tarde, dejando ‘sin sentido’ casi medio cuento. Un 5.
  6. A Julio Cortazar sí que le conozco, aunque de él he leído muy poco. Esta ‘La isla a mediodía’ la desconocía. Tras leerlo puedo describir el cuento como delicioso… de no ser por el final tramposo y exagerado. La narración envuelve y arrastra. Tiene algunos defectos (repeticiones, seres, algunas mentes) pero en general se disfruta casi de cabo a rabo. Pena de ese párrafo final. Se lleva un muy merecido 9.
  7. Truman Capote. De nombre sí, de lecturas nada de nada. Y tras este ‘Un árbol de noche’ sé que debo leer más de él. El cuento, pese a carecer de frase gancho, cuenta con un bien inicio con descripciones ágiles y efectivas. Otro detalle tonto: o no lo he sabido ver bien o ¿me ha descrito una acondroplásica que estando sentada no llega al suelo pero sin embargo sí a apoyar los pies en el asiento de delante? ¿En serio? ¿Tan juntos están esos asientos? Bah, ni caso. Sigo leyendo y encuentro una prosa deliciosa, fresca y sugerente. Sí, hay varios seres y ese tipo de defectos, pero la fluidez y la agilidad de la manera de narrar hace que se olviden. Pero ¿qué narices es ese final? Por dios, ¿de qué va esto? Vaya manera de joderlo todo. Pese a ello se lleva un 9.
  8. Osvaldo Soriano (¿re—mande?) trae ‘Tribulaciones de un argentino en Los Ángeles’. Se trata de tres mini historias: dos de ellas anodinas y sin interés y sólo la tercera con un poco de gracia. Poca. Al menos están bien escritas. Por ello se llevan bien, aunque el conjunto se merece un 4.
  9. Nunca he leído nada de D. H. Lawrence, pero con este ‘Cosas’ no me incita a descubrir más de él. Haciendo caso omiso de los seres y mentes (joder, ¿en serio cuesta tanto evitarlos?), me recuerda algo al estilo de narrar de Stapledon. Pero a diferencia de con Olaf, aquí el interés por lo narrado decrece y decrece, hasta casi desear del todo al final (que se me hace previsible, cómodo y anodino). Un relato sobre todo para norteamericanos y poco más. Y un nuevo ejemplo de que el realismo me aburre sobremanera. Ale, un 4.
  10. Adolfo Bioy Casares. La trama celeste. Relato que parte del estilo de ‘manuscrito encontrado’. Como el otros casos de narración en primera, el estilo tosco se puede culpar al narrador, no al autor. Historia fantástica pero sin mucha gracia, que da la impresión de estar escrita por alguien que no tiene costumbre de abordar la ciencia ficción. 4.
  11. De José Luis Sampedro sé que murió hace poco, pero no en el ‘Báltico’. En el cuento hay algunas expresiones raras: ‘Hans se adormecía bajo la canción del largo y el aliento del mar libre’. ¿El largo? Me da que se trata de una simple errata: si pones ‘lago’ todo encaja. El estilo mezcla lo poético con imágenes interesantes, lo cual resulta muy agradable. Sin embargo luego uno se topa con secciones torpes repletas de adverbios inútiles. Estamos ante una historia sencilla pero efectiva, que me hace apuntar al autor para futuras lecturas. Le pongo un 8.
  12. De Jack London ya leí hace tiempo, y este ‘En un país lejano’ no defrauda. Los dos nombres de lo protas me llaman la atención: ¿Cuthfert? ¿No se parece mucho a cierto personaje de La Torre Oscura? La narración casi parece el guión de una novela, comprimido y acelerado. Sigo encontrando adverbios y seres que sobran, pero quedan apartados por una muy buena manera de introducir el Norte y lo salvaje. De hecho esos parajes y su clima de convierten en el auténtico protagonista del cuento. Me rindo ante el cuento, sobre todo comparado con la mayoría de los del libro, y le pongo otro 9.

La media me sale de un triste 6. Qué pena de esos cuatros…

Antes de acabar decir que en mi vida he participado sólo en un taller de escritura de relatos. Una de las normas base que decían rezaba más o menos que ‘de la primera depende que el lector siga leyendo o pase a otra cosa’. Pues bien, en general en todos estos cuentos no hay frase gancho. ¿Por qué? Me da que llegado un momento, alcanzado un estatus, un escritor pasa de esa norma. Sabe que le van a editar sí o sí, y lo descuida. Si no, no comprendo la insistencia del maestro y cómo no lo veo plasmado en estos cuentos. Además, en general, veo que los autores famosos de esta recopilación se pasan por los mismísimos los consejos que me dieron en ese taller. Olé.

Adiós.

William Faulkner – Santuario

Hola, culebrillas.

Tras acabar el agridulce Vampiralia me planté ante la estantería de La Pila y me dije ¿ahora qué? Este libro lleva años, pero muchos años en La Pila: desde que alguien me lo recomendó como ‘uno de esos libros que toda persona debe leer al menos una vez en su vida’.

Quería leer algo que poseyera calidad seguro. Y vi este librillo ahí, olvidado. ¿Por qué no?, me dije. Lo agarré no sin cierto miedo: nunca he leído novela negra. Ale, al fin tocaba entrar en el Santuario de William Faulkner.

William Faulkner - Santuario

William Faulkner – Santuario

Como quien dice, la primera en la frente. Joder con la frase inicial. Si la describo como forzada me quedo corto. ¿Problema de traducción? Mal vamos si hasta Espasa Calpe, editorial que considero grande y seria (no como otras, tipo La Factoría), usa traductores aficionados o no revisa las ediciones.

Pero el tema de la traducción empieza a oler mal cuando uno encuentra esto (página 43):

‘Venía encorvado, vistiendo un overalls (mono).’

¿Por qué narices pone overalls en cursiva y luego, entre paréntesis, la traducción? A raíz de esto me he hecho con una copia original del texto, en inglés claro. ¿Qué escribió Faulkner? Esto:

‘He was stooped, in overalls.’

Insisto. ¿Por qué cojones el señor Lino Novas Calvo (responsable de la traducción) ha dejado overalls en cursiva y de seguido la traducción entre paréntesis? ¿Estamos tontos o qué?

Aparte, ¿’venía encorvado’, ‘estaba encorvado’ o ‘era un jorobado’? Porque no es lo mismo, ni de lejos. ‘He was’ (era/fue) no tiene nada que ver con ‘He came’ (venía/vino).

Mi inglés básico al menos me sirve para saber cuándo me intentan engañar.

¿’Estaba encorvado y vestía un mono’? La frase en el original se me hace rara, lo admito (aunque al parecer esa forma de redactar entraba en ‘la marca de la casa’ de Faulkner) pero no veo de dónde sale el ‘venía’.

Leyendo más texto original y comparándolo con la traducción veo que el tal señor Novas Calvo debía estar borracho, drogado o las dos cosas a la hora de traducir. ¿Que cómo se me ocurre decir eso? A los ejemplos me remito:

Texto original Traducción mía Traducción de Lino Novas Calvo
it was his bare feet which they had heard eran sus pies desnudos lo que habían escuchado eran sus pies descalzos lo que habían sentido ellos
He had a sunburned thatch of hair, matted and foul. Tenía paja quemada por el sol como pelo, enmarañada y sucia. Tenía una barba de pelo quemado por el sol, sucio y desgreñado
he was watching Popeye, with that expression alert and ready for mirth, until he left the room. estaba mirando a Popeye, con esa expresión alerta y ansiosa de diversión, hasta que salió de la habitación. miró a Popeye con aquella expresión alerta y pronta al regocijo hasta que salió de la cocina.

Se trata de tres simples ejemplos de un único párrafo, también en la página 43 de la edición de Colección Austral.

‘Hear’ se convierte en ‘sentir’, ‘hair’ en ‘barba’, ‘room’ en ‘cocina’. No merece más comentarios a ese respecto.

Bueno, sí. ¡Qué narices! ‘Lo que habían sentido ellos’ a mis oídos (a mis ojos) suena horrible, peor que horrible. Por dios. Además el traductor se salta la puntuación (se zampa las comas) haciendo que algo descriptivo pero ‘distanciado’ acabe formando parte de la frase principal. ¿Estamos ante una traducción o una reescritura? ¿Novas Calvo quiso redactar su versión de Sanctuary porque la original de Faulkner no le gustaba? ¿Y dónde está la figura del editor para frenar esos desmanes que se cometen en la obra?

Joder. Joder. ¿No hay respeto al escritor y a su arte o qué? Está visto que ya no me puedo fiar ni de Espasa Calpe.

Traductores traidores. Hasta ahora no había llegado a comprender cuán grande y cruel puede hacerse ese dicho.

Nota: ya sólo falta que la editorial, o los dueños de los derechos de Faulkner o de la traducción, me denuncien por transcribir parte del texto sin su permiso. Que lo hagan: a ver si sale otro ejemplo de efecto Streisand puro.

Me están entrando ganas de no leer nunca más algo traducido. Al menos, si me la clava un autor que lo haga él mismo, no un sicario escondido en las sombras. Acabaré aprendiendo inglés y mandando a tomar por culo a las ediciones traducidas.

Bueno, dejo este tema. Creo que ya ha quedado muy claro, diría que cristalino, mi punto de vista.

Sigo.

Como decía, al cabo de unas pocas páginas la sensación de estar leyendo algo ‘raro’ se intensificó. A los giros extraños, construcciones sintácticas forzadas y uso de la pasiva poco menos que retorcido se unía un tratamiento de las escenas y los diálogos que me desconcertaba.

Además uno se encuentra con notas a pie en el más puro estilo didáctico. No se sabe si las ha puesto el autor (se me hace muy raro), el traductor (¿dónde está el consabido ‘N. del T.’?) o el editor. ¿Nadie se hace responsable de ellas?

Y eso que  cuando escribo esto apenas acabo de leer el capítulo I.

¿Cómo que se tiran dos horas sentados uno delante del otro ante el manantial? ¿Por qué se va con Popeye así, a las bravas, alguien que dice que está de paso? ¿Y se mete en un casa (o mansión medio ruinosa) así por las buenas y cena entre extraños? Pero… ¿no decía que se iba? ¿Qué tipo de mentalidad tiene esa gente? Increíble me parece poco.

Supongo que otra persona que encontrara semejante desbarajuste, tanto formal como de fondo, hubiera lanzado el libro a la basura (el tiempo es oro). Pero yo (tooooooooooooooonto que soy) voy a seguir adelante hasta acabarlo. A ver si resulta que esa primera impresión ha resultado equivocada y de verdad me encuentro ante un libro memorable.

Sigo leyendo… aich.

En la página 83 mi paciencia se ha acabado. La gota que ha colmado el vaso tiene la siguiente forma: ‘Yo tengo que hacer para rato aquí esta noche’. Joder con la frase. El texto original dice: ‘I’ve got to get done here some time tonight’. Me dicen que la traducción la ha hecho Google y me lo creo. En serio, ¿en su tiempo pagué más de mil pelas por esta mierda? Mucho Espasa Calpe, mucho clásico, y me espantan con una traducción deleznable.

A ver si yo, en mi ignorancia, consigo una traducción menos artificial. Voy: ‘tengo mucho que hacer para esta noche’. Otra: ‘me queda mucha tarea pendiente para esta noche’. O incluso: ‘tengo mucho pendiente por hacer esta noche’. Seguro que si me pongo me sale alguna más. Pero todas legibles, no esa mierda artificial.

¿Por una frase me rindo? Lo juro, he seguido unas cuantas páginas más pero no puedo. Si el problema se limitara a una frase… Me he visto obligado a leer a paso tortuga porque, más que ‘leer’, este jodido texto me está obligando a ‘adivinar lo que puso el autor’, pura ingeniería inversa: tomar la frase horrible e imaginarle un sentido menos retorcido. Y así no. Como ya he dicho en otra ocasión, mi tiempo es oro. Una cosa es que lo ‘pierda’ con textos de novatos o aficionados, como la lectura anterior: en ellos se puede encontrar joyas, o se les puede hacer ver los errores para que mejoren. Otra muy diferente perderlo con alguien como Faulkner, que ya ni va a mejorar ni va a perder a ni uno sólo de su legión de fans.

No voy a perder más tiempo con este Santuario. ¡Que le den por saco! El señor Lino Novas Calvo ha logrado lo que ningún otro en más de quince años: que abandone una lectura. Medalla para él y, por supuesto, para Espasa Calpe: han conseguido que un lector se aleje de Faulkner y, lo que quizá más le interese a la editorial, de su Colección Austral.

Abandono. Estoy harto de encontrarme construcciones sintácticas forzadas, que los personajes no escuchen nada sino que todo ‘lo sientan’, que los cuartos o habitaciones sean ‘piezas’. Eso leyendo sólo el texto traducido. Si a uno se le ocurre leer el original ya le dan ganas de llorar: ahí se puede comprobar cómo el traductor hace y deshace, destrozando el texto y asesinando el estilo del autor.

Un simple ejemplo de cómo se inventa la puntuación.

Original de Faulkner:

[…]Then, the coat clutched to her breast, she whirled and looked straight into Tommy’s eyes and whirled and ran and flung herself upon the chair. «Durn them fellers,» Tommy whispered, «durn them fellers.» He could hear them on the front porch and his body began to writhe slowly in an acute unhappiness. «Durn them fellers.»

When he looked into the room again Temple was moving toward him, holding the coat about her.[…]

Bastardización del señor Novas:

Luego, con la chaqueta sujeta contra el pecho, giró en derredor y miró de frente a los ojos de Tommy; volvió a girar, echó a correr y se dejó caer de golpe en la silla.

–Partida de canallas –murmuró Tommy–, partida de canallas. –Él les oía en el soportal anterior, y luego su cuerpo comenzó a retorcerse de nuevo con una aguda zozobra–. ¡Partida de canallas!

Cuando volvió a mirar al interior de la pieza, Temple se dirigía hacia él, sujetando la chaqueta en torno a su cuerpo.[…]

Se carga el estilo salvaje y rápido, poco menos que mental, de Faulkner poniendo comas donde no las hay: a la mierda ese ‘and’, ‘and’, ‘and’ y ‘and’ que sumerge al lector en una vorágine de sucesos. Luego se inventa un punto y aparte donde no lo hay (o al menos no lo hay en la versión que he conseguido). Sigue convirtiendo el último «Durn them fellers.», sin más entonación (basta con la repetición para darle todo el significado y sentimiento), en una exclamación.

Eso es creatividad y lo demás cuento. Y de paso cargarse el arte del escritor.

Sólo se me ocurre decir esto: me cago en Lino Novas Calvo.

Pero no todo lo malo viene del traductor. El autor también tiene sus pecados, y no pocos. Diálogos sin sentido, escenas confusas en las que ni siquiera se tiene claro quien interviene ni lo que hace, comportamiento de personajes que dista mucho de la lógica. Todo ello me da la impresión de artificial, de forzado.

A ver, ¿es un país lleno de matones asalvajados y borrachos? Y además que se meten, o se dejan meter, así por las buenas en una casa que parece sacada de La matanza de Texas (leyendo este libro da la impresión parece que la obra maestra de Hooper encaja más en el biopic/documental que en la pura ficción).

Pero, ¿qué se puede esperar de un autor que tiene ese concepto de la sociedad en la que vive? ¿De verdad los EE.UU., al menos los de los años 30, eran un país en el que si uno salía de sus círculos conocidos podía encontrarte a la primera de cambio con unos gañanes que te pegan dos tiros? ¿Tal inseguridad había? Siempre me ha llamado la atención cómo Hollywood insiste en mostrarnos unos EE.UU. llenos de psicópatas, donde la vida humana apenas importa y en los que, ya venga de manos del asesino o el empresario de turno (nótese que apenas diferencio entre unos y otros, y lo hago con plena consciencia de ello), tu vida puede acabar convertida en una pesadilla sin comerlo ni beberlo. Una puta mierda de sitio, la verdad.

Bueno, creo que le estoy dedicando demasiado tiempo (y palabras, más de mil ochocientas) a un libro que no he acabado. Y como no lo he acabado no se lleva puntuación alguna… aunque me tienta ponerle un 0 por la traducción.

A ver qué me leo ahora que me deje un sabor de por lo menos decente.

Adiós.

Gabriel García Márquez – El amor en los tiempos del cólera

Hola, culebras.

Cuanto tiempo, ¿no? Pues sí, mucho, pero nada fuera de lo normal en estas circunstancias: con las mierda de las navidades de por medio y con un libro grueso y denso entre las manos.

De la Navidad y su aglomeración de despropósitos, falsedad y demás mandangas no voy a hablar. Pero del libro sí. Por supuesto que sí.

Nunca antes había leído una novela de Gabo, y de sus cuentos sólo uno: ‘El ahogado más hermoso del mundo’. Aquel cuento, sin maravillarme, me dejó un buen sabor de boca sobre todo en lo relativo a la atmósfera. Pero todos sabemos que una cosa son los relatos y otra muy diferente las novelas. La calidad de un autor en uno de ellos no tiene porqué igualarse en las otras.

Pese a que tenemos en casa Cien años de soledad, la novela más famosa de Gabo, opté por este menos (un menos con cursiva y casi entrecomillado) conocido El amor en los tiempos del cólera, por eso de que si me gustaba todavía me dejaba en la recámara un texto mejor con el que poder disfrutar en una futurible lectura.

Y creo que acerté. Me ha encantado este El amor en los tiempos del cólera.

Ale. Se acabó la reseña.

Que noooooooooooooo. Que voy a decir algo de esta pequeña pero gruesa joya.

Hablar de El amor en los tiempos del cólera como si de una novela al uso se tratara no sería justo: más que una novela me he encontrado una crónica. Tan impresión no sólo surge de la casi nula existencia de diálogos, sino del tratamiento de los personajes y su relación con el entorno (tanto otras personas como la ciudad o la misma sociedad de la región). Este carácter queda claro desde el primer momento: no hemos llegado a la muerte de Juvenal Urbino cuando ya nos ha quedado claro que estamos ante una obra sobre todo descriptiva, una novela que excita todos nuestros sentidos a través de descripciones ricas y poderosas. Esa manera de narrar, sosegada y centrada en los detalles, supone su gran acierto… y al mismo tiempo su mayor defecto: El amor en los tiempos del cólera dista un abismo de lo que yo llamo ‘literatura de metro’, la de consumo rápido y poco exigente para el lector. Quien se adentra en el jardín de El amor en los tiempos del cólera y desea saborearlo en toda su belleza y enormidad debe detenerse, paladear cada párrafo (y si eso le obliga a tirar de diccionario hacerlo), dejar que las palabras de García Márquez le inunden. Si el lector consigue aclimatarse a ese estilo pausado sin duda se encontrará embarcado en un viaje delicioso, toda una experiencia de la lengua española.

A medida que las páginas avanzan se va desenredando la trenza formada por la perseverante existencia de Florentino Ariza, la altivez de Fermina Daza o la funcional y gris vida de Juvenal Urbino. La figura de Ariza lo llena casi todo, convirtiéndose en protagonista absoluto de la novela. Vemos cómo madura y progresa, cómo ama con el cuerpo a decenas de mujeres pero conserva el amor de su alma consagrado sólo a Fermina. A través de los amoríos de Florentino Gabo nos retrata todo un país y su sociedad, con sus miserias y sus glorias. Vemos la estratificación social y cómo, pese a la pobreza y la inestabilidad de un país en aparente guerra constante, la gente intenta seguir sus vidas y buscar la felicidad.

Y el amor, por supuesto. Porque el amor y las maneras de verlo y vivirlo protagoniza la historia. Sobre todos ellos destaca un amor románico y fiel, el de Florentino por Fermina, bien distinto del utilitario y forzado de Fermina hacia Urbano. Junto a ellos, siempre de la mano de Florentino, encontramos otros salvajes, o tristes, o platónicos, o peligrosos o… Pero para descubrir toda esa panoplia de amores mejor leed la novela. De verdad, merece la pena, incluso a ese estilo lento y a veces denso merece la pena. Incluso a pesar de sus toques machistas o de su visión algo delirante de las violaciones y sus consecuencias sociales. Dejad de lado esos defectos que entrarían de cabeza en lo ‘políticamente incorrecto’ (tras haber leído y disfrutado de algo como Vacas se comprenderá que a mí eso me preocupe poco o nada) y disfrutad de una pluma que te enseña cómo se debe narrar.

Vamos, que le pongo a este El amor en los tiempos del cólera un muy merecido 8.

Y leedlo, joder: leedlo. Si escribís con más razón aún: aprenderéis que las descripciones bien llevadas no sólo no aburren sino que pueden convertirse en el cuerpo principal de una novela de este calibre.

Adiós.

J.G. Ballard – La exhibición de atrocidades

Hola, culebras.

Al coger este libro de la pila buscaba una compilación de relatos cortos o muy cortos, algo que no supusiera mucha dedicación. Vi el libro era finito, y por el índice deduje que los relatos no poseían una extensión muy grande. Y empecé a leerlo sin imaginarme lo que encontraría al paso de las páginas: uno de los textos más rallantes que ha pasado por mis manos en todos estos años. Sí, lo sé, se trata de Ballard, autor de por sí ya bastante personal en cuanto a estilo y temática; pero con La exhibición de atrocidades digamos que se supera.

Escrito en 1969 el texto realmente se encuentra inmerso en el contexto cultural hippy, la experimentación y las ‘idas de olla’. Porque a mi manera de verlo todo el texto es una auténtica ‘ida de olla’ de Ballard, una muestra de sus obsesiones (Ralph Nader, los Kennedy, los choques de coches, su anómala visión del sexo, las zonas de hormigón y ruinas urbanas, los efectos del bombardeo de Hiroshima, etc.), todo ello de la mano de un estilo de escritura que se podría decir que flirtea con el monólogo interior de un demente. Todo muy experimental, vamos. El lado más experimental lo tenemos en ‘Las Generaciones de América’, texto en apariencia sencillo pero bajo el que se esconde un puñal: el ciudadano común, con el asesinato como vehículo, se convierte en el alma de todo un ¿país, continente?

Este libro casi psicopático o esquizoide carece de una línea temporal concisa, y en él el desarrollo de los acontecimientos no discurre de la manera habitual o natural. Los diversos ‘episodios’ en los que se dividen los relatos más que narrar hechos describen sensaciones, impresiones o subjetividades, configurando un estado mental casi de alienación. Al menos eso es lo que me ha pasado a mí (decir que gracias a esa alienación he conseguido que mientras he estado leyendo este libro ha aumentado muchísimo mi producción de microcuentos para @loumbrio: es que casi cualquier cosa ‘fuera de lo normal’ con la que me topaba me daba pie a una microhistoria. Ya tengo una pequeña batería de tweets en la reserva para cuando no consiga inspirarme).

¿Qué he sacado en claro del libro? Aparte de las obsesiones del señor Ballard poco más. Admito que no soy un erudito capaz de sacarle disfrute a esta obra, ni me da para realizar un análisis profundo de un texto que admito no he podido comprender. Aun así he podido encontrar algunas imágenes preciosas, impresionantes, como por ejemplo el uso de la superficie de Enneper como metáfora sexual. La lectura del libro mejora mucho si tienes a mano material de referencia, como por ejemplo una enciclopedia, para descubrir el qué y el quién de muchas de las referencias que aparecen el texto.

Una vez acabado tendría que ponerle una nota, como al resto de libros que leo, pero para este esa tarea se me hace muy complicada. Si tuviera en cuenta las veces que he tenido que levantar la cabeza del texto agotado por la lectura le pondría un 2, poco más; pero si me fijara en la fuerza y efectividad alienante de alguno de los pasajes debería otorgarle un 10. ¿Qué hago? Se trata de un libro tan extraño y personal que me atrae y me repele. Lo valoro con un 6, si bien seguro que si me preguntan cien veces podría darle cien notas distintas, dependiendo del punto de vista desde el que le recuerde.

Adiós.

AA.VV. – Art Nalón Letras 2004

Hola, ofidios.

Después de cosa de siete años saco de la pila este libro. Lo conseguí por participar en el Art Nalón Letras 2005, en el que (como es lógico) no obtuve nada. A excepción de este reducido volumen. Y acerca de su contenido voy a escribir ahora un poco.

Ante todo hay que decir que el nivel medio de los relatos ha sido aceptable, pero no como para echar cohetes. Se nota que hay mucha gente aficionada participando en el mismo. Se trata de un concurso orientado a la ¿juventud?, a escritores de menos de 37 años. A esa edad ya hay gente que escribe mucho y muy bien, pero por lo que sea en esta edición ese tipo de concursante no abunda.

Pero vayamos al contenido. Los tres primeros relatos están escritos en bable, por lo que ni siquiera los he ojeado. Así que pasamos a los escritos en castellano actual.

El relato ganador, ‘Puerto Hambre’ de Mar Sancho Sanz, sufre un defecto estilístico a mi entender descomunal: está todo él (cuatro páginas y pico, y en torno a las 1.200 palabras) redactado en un único a inacabable párrafo. A lo mejor se podría decir que es un recurso estilístico o… no sé. Pero a mí me parece un error de bulto, algo que de por sí ya lo invalidaría para obtener ningún galardón. Más aun cuando al leerlo los puntos y aparte saltan a la vista. En cuanto a la historia se puede decir que este sencillo relato surge de una simple anécdota. El final del relato (aviso de que lo voy a reventar) chirría bastante en tanto y cuanto que Gastón no es un nombre muy español, precisamente. Hay alguna que otra frase extraña, como la del ‘betún de croata más alto’ Hay otros fallos, en este caso de edición, como el cambiar ‘turno’ por ‘tumo’, o un ‘d el’ que sin lugar a dudas proviene de un ‘del’. ¿Envió el relato en papel y el OCR provocó estas erratas? En resumidas cuentas, un relato gracioso que se lleva un 6.

Tras el ganador en libro se incluyen otros relatos seleccionados por el jurado.

  • ‘El murallón de Sindarleza’, de Santiago Javier Ambao, resulta un relato mejorable, sobre todo en temas ambientación. Mezcla detalles que dan una idea de modernidad (como un centro comercial, un centro de esparcimiento y un hospital) con otros de toque fantasía medieval (el murallón, las torres de vigilancia, etc.). Precisamente la primera aparición del murallón es una imagen sugerente. O al menos para mí, que ya escribí hace años un relato acerca de un muro (relato que ahora que lo pienso bien podría ser recuperado/revisado y acabar en Eterno V2). Otro defecto del relato es la falta de coherencia, o de lo que para mí es coherencia: esos cien años de que habla no me parecen un lapso de tiempo suficientemente largo como para darle el aspecto añejo de lo que incluye el párrafo. Aparte del sinsentido de entregar toda la producción de oro a ‘los otros’. ¿Entonces en qué se basa el comercio de la colonia? Luego está el tema de la mentalidad de los colonos, que se anticipan a lo que les pueda suceder sin base alguna de sospecha, o su capacidad de ver lo que hay más allá del muro sin atreverse a echar una ojeada. ¿Cómo saben que hay patrullas al otro lado si nunca han mirado? Todo esto hace que se lleve un humilde 5.
  • Nuria C. Botey nos presenta ‘Oficina de cambio’, un relato muy corto y prácticamente vacío. Se basa en una única idea sin aportar nada. La poca originalidad se acentúa al darse cuenta de que todo se reduce a un ‘paren el mundo que me bajo’, algo ya muy viejo. Le aplico un 4.
  • ‘El culto’, de José Luis Erausquin Granados, mantiene un buen tono. Sólo al final se adivina de qué va, lo que supone un éxito. Lo único que el tono casi medieval o preindustrial del inicio de la historia no encaja con la resolución final del mismo. El relato se merece un 7.
  • El relato ‘Café de contrabando’, de Mercedes González Alonso, está bien escrito y posee un ritmo interesante. Incluso al inicio posee unas imágenes llamativas. Por todo ello le pongo un 7, nota que podría haber superado de no existir algún defecto, como la mención  a Profidén, que no encaja con un relato por lo demás limpio de marcas o llamamiento a ‘lo real’.
  • El texto de ‘Nassau’, de nuevo de Mar Sancho Sanz, padece el mismo defecto que el ganador del concurso: se trata de un único y descomunal párrafo. Acojonante que pasaran ambos dos la criba (por no hablar de que uno de ellos ganara). Aun así la historia no queda mal. Tiene un giro argumental que le aleja del típico (y vacío, sencillo, manido) argumento emocional para adentrarse en uno más duro. Un relato al que le aplico un 6 que bien hubiera podido llegar a 7, de no ser por el defecto estilístico.
  • Llegamos a ‘Jardineros’ de Jaime Alejandro Roda Bruce. Por fortuna este relato es corto, por lo tonto que resulta. Nos hallamos ante un texto sobre cargado de palabrería ‘técnica’, a veces ridícula, con términos entiendo que introducidos más por su sonoridad que por su eficiencia en la historia. Pero la referencia a Oort supera lo tolerable, dando ganas de dejar el relato. El final resulta tonto, una fantasía que no va a ningún lado. Le doy un 4, y bastante me parece.
  • ‘Albricias’, de Roberto Vivero Rodríguez, al poco de empezar ya me provoca horror con una simple palabra: ‘imeileaban’. Semejante salvajada ya supondría cerrar el libro, o cambiar al siguiente relato. Otro defecto es el tono que se usa en la narración, que a veces se confunde entre un narrador distante a otras con un protagonista involucrado. El resultado final es una chorrada ‘humorística’ (supongo) en un estilo nada de mi agrado. Le pongo un 4.
  • Jonathan Préstamo Rodríguez nos presenta ‘Entrar, saludar, salir, esperar’, un relato que me ha pillado por sorpresa. Admito que no había captado la temática hasta justo el final. Eso ya me gusta (o a lo mejor es que leer de madrugada en el metro supone a veces tener esos despistes). No me acaba de cuadrar el que el protagonista conozca a la gente parte de la gente del vagón. Aun así le pongo un 7.
  • ‘Celia pies de flor’, de Carlos de Puerto Martín, es una pequeña delicia. Sí, por unos momentos se pierde (cuando habla de los niños y el fútbol), pero luego regresa a esa fantasía onírica delicada, deliciosa. Un muy merecido 8.
  • Con ‘Una nota en la cocina’ de Ismael Piñera Tarque nos presenta juna historia sencilla y emotiva, pero que funciona, con una final que agrada y sorprende. Eso le hace merecedor de un 7.
  • El mismo autor, Ismael Piñera Tarque, repite relato en la compilación con ‘La apuesta’. Se trata de un texto menor en comparación con el anterior, una historia que se reduce a una anécdota y que tendría mucho mayor peso e interés si estuviera contextualizada (y ampliada y acompañada de otras similares) dentro de ese interesante Breve historia del odio. Le doy un 5.
  • ‘El ladrón de flores’, relato de José Manuel Moreno Pérez, tiene aire de clásico, de texto costumbrista, humilde y sencillo. En general se puede decir que está bien escrito, salvo la parrafada inicial, y posee un buen final. Se trata de una historia realista y pícara, un texto de agradable lectura. Todo ello le otorga un 7.
  • Acaba la compilación ‘Plato de jnuuj’, de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Nos hallamos ante un texto de corte surrealista y graciosillo. Tiene un pequeño error, que sin embargo supone un detalle casi vital en el desarrollo de la historia: no explica cómo consigue el jnuuj, algo que se supone es rarísimo y casi inconseguible. Sin embargo ese problema lo ventila en un plis, como si no hubiera supuesto un problema. Esa búsqueda de un ingrediente tan exótico buen hubiera podido suponer todo el relato. Pero no. Un fallo; el fallo. Aun con todo no me acaba de gustar ese ‘humor’, por lo que le aplico un 6.

Una vez leídos todos los relatos nos da media de 5’93. No llega por poco al bien. Sin embargo me dan ganas de leer más de otras ediciones. Supongo que será imposible hacerme con copias de otras convocatorias: se agradece que alguien me las regale.

Y así de paso me regodeo viendo cómo otros más jóvenes llegan a algún sitio (publicar y todo eso) mientras yo desperdicio mi vida sin llegar a ningún lado. Positivo que está uno, sí señor.

Un saludo.

Joseph Conrad – El corazón de las tinieblas

Hola, ofidios.

Nunca antes había leído nada de Joseph Conrad. El nombre me ha perseguido, por decirlo de alguna manera, desde bastante pequeño, desde el preciso instante en el que (ignoro dónde) descubrí que ‘la Nostromo recibe su nombre de una novela de un tal Joseph Conrad‘. Con lo de ‘la Nostromo’ me refiero, por supuesto, a la nave de Alien. Esa película la he visionado, casi sin duda alguna, más de una cincuentena de veces. Siempre que la emitían allí estaba yo para verla. Luego llegó el vídeo, grabarla y literalmente quemar la cinta. A algunos críos les gustaban Verano azul y demás basuras infantiloides y ñoñas; a mí me atraían más las matanzas de la criatura de Giger.

Pero bueno, a lo que iba: han pasado casi treinta años con la U.S.C.S.S. Nostromo a mi espalda y en todo ese tiempo nunca he leído a Conrad. Y me parece que ya es hora. Sin embargo no he empezado por la obra homónima, Nostromo, sino por el relato en el que se inspiró Apocaypse Now. No sé si he hecho bien dado que esa película nunca me ha apasionado, pero es que casi siempre que he escuchado en nombre Conrad ha ido acompañado de El corazón de las tinieblas.

Así que me lo he leído en unos pocos días de trayecto al trabajo.

De entrada me sorprendió lo reducido del texto, novelette más que novela. Se me hizo raro, dado que los temas que creía que trataba en su interior (cómo el alma humana y civilizada acaba devorada por el salvajismo de la selva africana) puede deparar mucho texto, por no hablar que esperaba imágenes de gran dureza como las que se muestran en la película de Cóppola.

Una vez empecé a leer, y a medida que la historia avanzaba, mi sorpresa se volvió chasco al comprobar el contenido: la novela se basa en un soliloquio… pero plagado de lagunas. A ver, los soliloquios, o las historias en primera persona, de por sí no tiene porqué ser malas herramientas para llevar adelante una historia: Lovecraft lo demostró innumerables veces. Otros hicieron todo lo contrario, dejar bien claro lo insufrible que puede llegar a ser la verborrea interminable (sí, hablo de Maturin y su sobrevalorado y engañoso Melmoth el Errabundo).

El discurso interior permite el uso de ciertos recursos estilísticos subjetivos que muy pocos otros estilos aceptan. Además da cabida a la digresión, al perderse en los pensamientos caóticos del narrador, algo que bien hecho puede volverse una delicia. Pero también, si se hace de manera apresurada, puede generar lagunas en la narración. Y eso es precisamente lo que sucede en El corazón de las tinieblas: la narración va saltos, picando de flor en flor aspectos de la historia y dejando otros sin tratar. Hay ocasiones en las que el autor no se detiene a describir lo que rodea al protagonista, y sin embargo páginas después resulta que eso que no se ha descrito sí ha afectado al protagonista. Una odisea como la que contiene la novela (ver cómo un hombre civilizado choca con la realidad de un continente inexplorado y salvaje, y descubrir la manera en que ese entorno despiadado ha transformado a otros occidentales como él) en un autor de pluma más sosegada supondría muy fácilmente el doble o el triple de páginas. Demasiadas historias oculta ese enfrentamiento. Sin embargo Conrad nos describe de manera somera, casi de puntillas, la mayor parte del viaje que su protagonista hace realiza hacia el enigmático Kurtz. Algo que podría muy bien tratarse como un viaje iniciático queda en una serie de salpicaduras más o menos coloridas, repletas de digresiones a veces incluso confusas. La experiencia en la ciudad sepulcral sí tiene ‘materia’, pero todo el trayecto desde allí a la costa africana se reduce a un suspiro. De ese viaje sólo destaca el muy interesante incidente del barco cañoneando la selva. Luego se suceden los episodios anecdóticos, que aduras penas ocultan los huecos de la historia. Conrad nos describe el insalubre y demencial puesto, los esclavos agonizando en la sombra, los alienados occidentales, el contable y su miserable existencia. Continúa con el trayecto a pie hacia la estación central, la entrevista con el director incompetente pero de robusta salud y el tiempo esperando poder reparar el barco. Entre medias hay unas muy ligeras pinceladas de Kurtz. Tampoco hay detalles de mucho más.

La novela sigue adelante. Pequeños trazos de soledad, salvajismo (o lo que parece salvajismo a un europeo de finales del siglo XIX) o duda. Y siempre avanza. Nos hallamos ante elipsis exageradas, cercenando escenas que habrían dado cuerpo a la historia. Se habla de forma superficial del poder de Kurtz, del horror que su figura emana, del poder del territorio sobre su persona. Y de un instante al siguiente todo eso, antes apenas esbozado, aparece como hechos terribles ya consumados. Y la verdad es que no se nos ha mostrado dicho poder. No vale decir un par de veces que algo es ‘impresionante’ (sin concretar nada más), olvidarse de eso durante decenas de páginas y luego de repente hablar de esa cosa ‘impresionante’ como si fuera algo perfectamente conocido. Ese tipo de huecos resultan del todo ineficaces en la narración, y sin embargo tras la lectura de la misma me da la impresión de que está llena de ellos.

El corazón de las tinieblas se parece a una muy buena novela que ha sido agujereada, vaciada, hasta hace de ella un insustancial, casi vaporoso, queso gruyere. El mismo autor medio reconoce alguno de sus defectos, como por ejemplo la manera en que ‘introduce’ a la mujer: admite que lo hace de forma brusca. El mismo Kurtz no resulta un personaje muy potente, más allá de lo que Marlow dice de manera subjetiva.

Una pena.

Sin duda leeré algo más de Conrad, a ver si me quito este sinsabor. Le pongo un 6.

Adiós.