Hola, culebras.
Pues sí, otro libro de relatos. En esta ocasión todo un clásico, una serie de textos que dejaron su huella en Lovecraft, por mentar sólo un autor (pero vaya autor). A Robert W. Chambers se le recuerda más que nada por estos cuentos, y ya les gustaría a muchos poder entrar de esa manera en la historia de la narrativa de terror. El rey de amarillo ha supuesto una influencia enorme en la creación de situaciones en las que la cordura (o la falta de ella) supone un elemento fundamental en la narración. Todavía hoy los nombres de Hastur, las Hiadas y Aldebarán se asocian a la locura. Al menos en ciertos círculos. Supongo que el haber crecido leyendo a Lovecraft me hacer pertenecer a esos grupúsculos de ‘gente rara’.
Pero aquí no he venido a hablar de mi libro, digo de mí, sino de esta colección de cuentos. Así que vamos a ello.
- ‘El signo amarillo’ abre la compilación. Nos encontramos ante todo un clásico, un texto dotado de una atmósfera ambigua y engañosa. Por un lado juega con la relación entre el protagonista y su modelo (descrito de una manera que roza con el realismo bohemio), y por otro con una situación onírica, digna de pesadilla, en torno a la iglesia, su sereno y cuanto les envuelve. Ambos aspectos se conjugan de una manera casi perfecta, intersecando unos con sutilidad y otros con brutalidad. Sólo un pero: por más que leo este relato (y ya van varias veces, ni una, ni dos, ni diez) siempre me da la impresión de que el desenlace está forzado, apresurado. Le falta más enjundia. Al menos a mi gusto. Aun con todo, cuento digno de leer y releer, así como de analizar los elementos en los que basa su horror. Se lleva un 7.
- ‘El reparador de reputaciones’ arranca de una manera que a mí me desconcierta: se supone que el cuento está ambientado varias décadas en el futuro con respecto a la fecha en que se escribió, en concreto en los años 20. Supongo que tratando de meter en ambiente al lector, Chambers se lía la manta a la cabeza y empieza a describir situaciones políticas y sociales de esa sociedad futura. El esfuerzo no estaría mal de no ser por un pequeño detalle: todas esas descripciones y elucubraciones del futuro no aportan nada, pero lo que se dice nada de nada, al relato. Tenemos un esfuerzo baldío, inútil y que llena páginas y más páginas. Ese esfuerzo hubiera resultado mucho más provechoso si se hubiera dedicado a desarrollar al señor Wilde, auténtico protagonista del cuento. Estoy seguro que si Chambers hubiera querido, el extraño y mefistofélico señor hubiera entrado por la puerta grande de la literatura. Pero no, se dedicó a desarrollar esa sociedad futura y Wilde quedó como la criatura contrahecha, apenas esbozada, que se lee en el cuento. De nuevo tenemos una historia en la que se entremezcla lo bucólico y romántico (la relación del primo con la chica), junto a la intriga y lo por completo onírico o demente. De verdad que el signo amarillo lleva a la locura. Justo por ese poder irrefrenable el relato pierde algo de fuerza: todos sabemos cómo va a acabar. A pesar de ello la presencia del señor Wilde y sus trabajos permiten disfrutar de un buen texto, con ciertas dosis de horror en su piso que recuerdan a Poe. De nuevo hay que puntuarlo con un 7.
- ‘La Demoiselle d’Ys’ supone todo un cambio en el registro. Si los dos anteriores emanaban por momentos una atmósfera enferma y demencia, este cuento casi podemos considerarlo bucólico. Algo en él me ha hecho pensar en las Tierras del sueño, más a lo Dunsany que a lo Lovecraft. Ha envejecido un poco mal, aunque la culpa de ello radica en las innumerables imitaciones hechas posteriori más que en el propio relato. Un defecto, que seguro que en el fondo no lo es pero que para mí ha supuesto cierto problema, lo he encontrado en la excesiva referencia a términos en francés. No tengo ni idea de ese idioma, y mucho menos sé de cetrería. Por eso determinados párrafos se me han atragantado, poco menos pasándolos de largo. Pero seguro que alguien que domine ese idioma les sabrá sacar partido y belleza. Bueno, que sí, que le puntúo: un 6.
- ‘La máscara’, sólo por los primeros versos, ya tiene mérito. ¿Cómo apenas seis líneas de diálogo pueden hacerse tan sugerentes? Esto lo digo tratando de ponerme en la mentalidad de alguien de 1895, año en el que se editó el libro, un tiempo mucho más inocente y virgen en cuanta al terror literario. Lo dicho, un arranque delicioso y sin duda prometedor. Un detalle: que no nos extrañe que el nombre de Boris se nos haga conocido porque ya apareció en ‘El reparador’. Además en ese mismo cuento ya se hace mención a ‘Los hados’, el conjunto escultórico que el protagonista describe al inicio de ‘La máscara’, creando una ligera impresión de mundo coherente e interrelacionado. En la lectura se descubre la auténtica naturaleza de ‘la máscara’, convirtiendo lo que en principio se esperaba como un relato de horror clásico en una historia de tristeza y desesperación con final agridulce. Al final le pongo un 6.
- Al leer ‘En la corte del dragón’ uno se encuentra quizá con el cuento más gótico del libro. En el cuento Chambers demuestra poseer un gusto especial por introducir el ‘evento terrorífico’ dentro de la vida cotidiana, algo que le honra. En el cuento la música de un órgano adquiere un papel importante, algo que unido al escenario de la iglesia ayuda a tejer esa atmósfera gótica. A eso hay que añadir que, de nuevo, aparece en el texto El Rey de Amarillo como una especie de detonante del horror. La obsesión del protagonista, quizá surgida de la lectura del libro, está descrita a través de visiones crepusculares de un organista poco menos que mefistofélico (uich, dos veces he usado esa palabra :P). Esa obsesión, esa presencia, convierte en horror la vida cotidiana del protagonista. El relato ha quedado anticuado, pero aun así en su momento debió resultar muy efectivo. Por ello se lleva un 7.
- ‘El hacedor de lunas’ le deja a uno un sabor extraño en la boca. La ingenuidad de los métodos policiales descritos contrasta con lo que a día de hoy se hace. ¿Juntar el placer de una cacería de fin de semana con una investigación oficial y la captura de unos estafadores? ¿Qué se apunta a ella cualquiera como si de una excursión se tratase? Ese tipo de actitudes de los protagonistas me han chirriado mucho. Sé que ha pasado casi un siglo desde que se escribió el cuento, e intento ponerme en la mentalidad de entonces, pero aun así algunas cosas me cuestan. Luego está ‘la criatura esa’. Tanto cangrejo, reptil y araña juntos hacen que no acabe de creérmelo. Entiendo lo que el autor buscaba: unir en una sola criatura a las más repelentes imaginables. Pero hay uniones que se hacen tan estrambóticas que no acaban de cuajar. Esta es una de ellas. Luego se me hace curiosa la mentalidad lovecraftiana con respecto a los orientales. En el relato representan un mal mucho más terrible que el que pueda representar un occidental. ¿Racismo? ¿Xenofobia? Sin duda una mentalidad muy de la época, con el Fu Manchú como malo maloso. Más allá de esas nimiedades tenemos un relato al que le veo influencias de Dunsany y sus mundos oníricos. Pese a ello, por mucha historia de amor mezclada con trama policiaca, no me acabó de satisfacer. Vamos, que le pongo un 4. Antes de acabar decir que en este relato no he sabido encontrar ninguna referencia a El Rey de Amarillo.
- Calificar ‘Una agradable velada’ como relato de fantasmas sería quedarse a medias. Sí, hay una historia de esas de fondo, pero quizá me parece más interesante la manera de presentar al protagonista y su problemática personal, así como la situación de ‘el frances’. No digo que el relato flirtee con la denuncia social, pero algo tiene de ello. Un relato que se me ha hecho agradable (de nuevo ajeno a El Rey de Amarillo), si bien carente de la atmosfera de otros anteriores. Se lleva un 6.
- Con ‘El mensajero’ parece que debemos de olvidar ya de manera definitiva la sombra maligna del El Rey de Amarillo. Nos encontramos ente un relato de terror clásico y sencillo, una historia de espectros revestida de ese toque naturalista que tanto le gusta a Chambers. ¿Un defecto? La manera de acabar con la amenaza, muy sacada de la manga: eso de las balas y lo que se hace con ellas aparece así, de sopetón, lo cual poco menos que hace parece que el autor no sabía cómo salir del embrollo y usó el truco de usar el as en la manga. Tramposillo, sí. Aun así posee un par de escenas memorables, como la de la piedra y la patada. Otro 6.
- Sin haber leído el texto original, sólo la presente traducción, ‘La llave del dolor’ ya empieza mal: si no me equivoco esa ‘llave’ no se refiera a ‘lo que abre una puerta’ sino a lo que se podría describir como ‘cabo’, en el sentido de ‘accidente geográfico’. Vamos, que ha puesto la vida de mi jefe a que en el texto original hay un ‘key’ inglés que en español se traduce como ‘cayo’, no como ‘llave’ (eso sería una traducción literal y mala). ‘The key of pain’ se traduciría como ‘El cayo del dolor’, no como ‘La llave del dolor’. Lo dicho: empezamos bien. Pero la cosa no se queda ahí sino que sigue. La escena inicial muy bien la podría haber escrito Howard, sólo que con un Conan dopado, hipervitaminado. Si no no se entiende ese humano capaz de hacer lo que hace el protagonista: llamarlo mala bestia es quedarse corto. En definitiva, se trata de una escena tan exagerada que se hace increíble. El arranque a lo salvaje oeste de repente se convierte en algo a medio camino entre Hogdson y Dunsany, para acabar en una paranoia poco menos que digna de Dick. No me he enterado de casi nada del último tercio del relato: a mi gusto demasiado onírico y lisérgico. Aunque debo aclarar que cuando leí el relato, de trayecto al trabajo y en unos días de canícula infernal, estaba agotado y mucho más. Vamos, que daba cabezazos como un muerto en vida. Puede que una lectura con en mejor estado físico me haga comprender el texto. Pero por ahora le debo poner un 4.
En resumen, la obra va de más a menos. Empieza con un puñado de clásicos para ir decayendo a relatos no menores, pero sí más alejados de la idea de horror que todos asociamos a El rey de amarillo. La nota media da un 5’89.
Un saludo.