Hola, culebras.
Ahora mismo me estoy partiendo el pecho de pura risa. Hace ya más de veinte años (y casi seguro que más) gasté una broma inocente, de esas que se cometen en la infancia sabiendo que no van a llegar a ningún lado. Se trataba de una broma que yo mismo creía que no llamaría la atención de nadie (sí, así de humilde era esa chanza). Lo curioso es que, años después, encuentro lo que bien podría ser una prueba de que alguien sí se dio cuenta de la pequeña chufla. O eso o que alguien más tuvo la misma idea.
¿En qué consistió esa bromita? Pues muy sencillo. Por aquel entonces yo acudia bastante a la Biblioteca Municipal Menendez Pelayo de Santander, tanto para fusilar libros de deporte con los que hacer trabajos de gimnasia para don Joaquín Pardo (uno de los profesores que con más cariño recuerdo de los salesianos, junto a don Joaquín ‘Huevo’ Egozcue [maestro que supo hacer interesante e incluso atractiva esa cosa llamada filosofía] a don Julio Manzano [lo mismo que con Egozcue, pero con la literatura: gracias por recomendar tan encarecidamente La historia interminable] y a… a… que Cthulhu me perdone por no recordar el nombre de este magnífico maestro de ciencias naturales de BUP y COU: ‘el tarzán’ ¿Juan Manuel?).
Bueno, que me disperso.
A lo que iba: mis visitas a la Biblioteca Municipal Menendez Pelayo. Acabé sabiéndome bastante bien la manera de codificar las fichas de los libros, que por aquel entonces se ‘amontonaban’ en un mastodóntico archivador cúbico en la planta uno. Conocía lo suficiente de su formato como para añadir una de mi propio puño y letra. Bueno, de mi propia máquina de escribir. Y ni corto ni perezoso agarré la máquina de escribir, una cartulina y visité el archivador de marras; la biblioteca se había hecho poseedora, sin saberlo, de una codiciada joya de la literatura
Siguieron décadas de olvido… hasta ahora, que por cura casualidad me encuentro con ello en la wikipedia.
Seguro que no se trata de mi pequeña broma, casi con toda totalidad que otro como yo ha tenido la misma idea, extraída del mismo libro. Pero no puedo evitar sonreír al recordarlo. Cosas de juventud, una juventud de forofo devorador de libro ‘raros’.
Ah, bueno, por si no lo ha pillado aún alguno: donde pone ‘así como que en el catálogo de la Biblioteca de Santander (España) aparecía también una versión latina del libro’ se hace referencia a la ficha que dejé yo allí del Necronomicón. Y si no es la mía, si se refiere a otra, eso se debe a que en Santander hay más de un fan de H.P.L. capaz de gastar esa broma.
Adios.