Hola, culebras.
No había leído absolutamente nada de Karel Čapek, injustamente famoso como creador del palabro robot (el auténtico inventor de la palabra es su hermano Josef), ni la archiconocida R.U.R. ni esta Guerra de las salamandras. Así que cuando la reeditó Gigamesh no pude evitar comprar el libro… para dejarlo en la pila hasta ahora. Lo compré por eso de poseer un clásico de fama mundial, pero tras leer en su contraportada las palabras ‘sátira prometeica’ ya no estaba tan seguro de que me gustara lo que me iba a encontrar. Esa sensación de inquietud surgía más que nada de la palabra ‘sátira’: se trata de un género para el que me muestro muy exigente, sobre todo porque la literatura de humor no me gusta nada, no me hace reír lo más mínimo. Lo de ‘prometeico’ me sugería una labor editorial rimbombante y pedante.
Pero en este verano de temperaturas extremas opté por leer el libro de Čapek. Tras acabarlo sólo puedo decir que me he encontrado con otro chasco monumental, con otra obra sobrevalorada y que creo que sólo se mantiene gracias a su amplia base de seguidores (me niego a llamarles frikis por la cuenta que me tiene).
El libro en sí más que ciencia ficción podría describirse como una fábula, un ‘estudio’ sobre la naturaleza y estupidez humanas; y sin lugar a dudas una historia colonial de entreguerras, con la Segunda Guerra Mundial prácticamente en ciernes cuando Čapek escribió la obra. En la historia las salamandras se reducen a servir de vehículo, de excusa para que el autor describa su punto de vista desencantado y pesimista de la sociedad occidental, del sistema económico y político, del colonialismo y más circunstancias sociales de la época. Todo ello desde la perspectiva de un ciudadano de un país olvidado y diminuto, Checoslovaquia.
El mensaje es bueno, sí, pero ya está muy manido a lo largo de la historia de la humanidad: las denuncias de locura armamentística, de la estupidez del hombre, de la guerra y el esclavismo, los ha habido desde siempre y lamentablemente (a no ser que la solución final llegue pronto) los habrá en el futuro. Čapek no saca nada nuevo a la luz. A lo sumo destaca por hacerlo cuando hizo, ante una Alemania que alzaba su garra sobre Europa, y desde donde lo hizo, un país que en breve se convertiría en víctima del Tercer Reich.
Más allá de este mensaje nada original nos hallamos ante un libro sencillo, lleno de sarcasmo, humor negro y esperpento, de exageración y teatralidad. La denuncia se hace a través del ridículo y lo extremo, sacando de su cauce lo que cualquiera con un poco de ojos y sentido puede descubrir en el mundo, antes y ahora. El tinte fatalista de la novela se nota desde el primer momento, si bien se agradece que el autor no tome partido por ningún bando, ni del deleznable ser humano ni de la maquinal y decidida salamandra.
Lectura recomendable sólo para aquellos que busquen discurso de Perogrullo fatalista disfrazado de ciencia ficción.