Hola, culebrillas.
Han pasado varios años desde mi último Clarke, y pensé que había llegado la hora de leer este libro, el único que me quedaba por casa del maestro del hard.
Pero antes de hablar del libro comentaré una tontería: hace muchos, bastantes años (yo debía ser un crío) no sé dónde leí una historia que me impactó, la de una extraña ciudad recorrida por un niño, el único que había nacido en ella a lo largo de millares de años. Hasta ahí llega mi recuerdo. Más mayor pregunté si a alguno les sonaba este argumento y todos me dijeron lo mismo: La ciudad y las estrellas, de Clarke. Pero es que lo que yo leí llegaba como mucho a cuento corto, ni de lejos poseía la extensión de una novela.
Sigo sin saber si leí esa historia, la soñé o qué. Lo importante es que con La ciudad y las estrellas y las aventuras de Alvin la intriga de saber que le pasaba al chico ese se me ha pasado: me he encontrado con una historia magnífica, con ese sentido de la maravilla estilizado y elegante típico de Clarke. Un gozada.
Pasando las páginas uno viaja de un decorado opresivo, masificado e impersonal (la cuasi eterna Diaspar) a la bucólica Lys. En esa transición, al comparar ambas sociedades, uno no puede evitar recordar la relación entre la primera y la segunda fundación (las de Asimov), una tecnológica y la otra psíquica. Pero es que el viaje no acaba aquí: en una sucesión de acontecimientos acabamos recorriendo los rescoldos de enormidades equiparables a las descritas en Mundo anillo o en Invernáculo. La historia más sorprendente del final me arrancó otra relación, en esta ocasión con un clásico, pero admito que este enlace está un poco tomado por los pelos.
Sentido de la maravilla, desproporción cuidadosamente calculada (y justificada), abismos de tiempo… esto y más hay en esta novela. No voy a decir nada más: sólo que quien quiera disfrutar con un buen libro ya está tardando en hacerse con él.
Hasta luego…
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