Archivo mensual: enero 2010

Otro juego de las diferencias, ahora musicales

Hola, ofidios.

En esta ocasión no se trata de diferenciar cositas de la wikipedia ni similar, sino nominados a premios musicales; concretamente a premios musicales de España y de Noruega. A ver, tomemos los Premios Amigo, o los Premios de la Música. Y ahora veamos los noruegos Spellemann. ¿Se ven las diferencias? Seguro que sí, que las veis, pero resaltaré una: categoría de Metal. No, no se trata de premios a la música de fundición, ni al oboe, la trompeta o el saxo. No, son premios a algo un poco más ruidoso, algo quer lleva ya más de cuarenta años moviendo a jóvenes y no tan jóvenes: el jevi. Ojeemos la lista: es curiosa, ¿no? Enslaved, Mayhem, Dimmu Borgir, Gorgoroth, Old Man’s Child, Inmortal, Emperor… Incluso entre los premiados hay algún disco que me encanta, el Vertebrae.

Ahora miremos la versión española. Ajá, sí: en los españoles ni existe algo similar a jevi: no, no me da la gana contar a Barricada como algo similar a lo antes descrito. ¿Cuándo veremos algo similar en España? Mucho me temo que nunca. Aquí sigue ganando adeptos el cutrerío.

Pero es que, rizando el rizo, no solo estoy convencido de que nunca se dé una categoría de metal llena de grupos extremos, sino que además (todos chulos ellos), uno de los nominados se niegue a participar. Oño, esos Inmortal, pa chulos ellos: a hacer ‘ruido’ y dejarse de memeces de premios. Al fin y al cabo gente como ellos ni los necesitan visto su éxito y trayectoria; los premios son para los principiantes que necesitan rellenar su currículum para llamar la atención de ‘los de la pasta’.

Chao.

PD: No son noruegos sino fineses, pero me da la gana ponerlos porque ahora mismo los estoy escuchando: Befote the Dawn y su acojonante ‘Deadlight‘. Ale, a escuchar en silencio reverencial a Lars Eikind . Tema musical de streaming dedicado a  la Sinde y a su ley 😛

Opinador vs ‘muchos otros’

Hola, culebras.

La verdad es que mi misantropía me suele impedir implicarme en los juegos de estas criaturas despreciables llamadas humanos. Sin embargo de unas semanas acá asisto a un penoso intercambio de comunicados (penosos en parte por lo escandaloso del tema, y en parte por la relevancia que está adquiriendo cuando hay otros -léase el paro- muchísimo más preocupantes ante los cuales no hay ni comunicados globales interneteros, ni reuniones con el ministro de turno ni nada e nada) entre dos bandos.

Entre los del ‘otro’ bando hay uno que me hace mucha gracia porque en esto parece lo único que desea es subir en google, mejorar su pagerank. Hoy me ha dado por satisfacerle un poco. Ahí va una chorrada cortita, en plan twitter, para que su ego crezca una infinitésima más.

Érase una vez un opinador ignorante. Opinaba de lo que otros hacían, y/o de cómo lo hacían. Hasta que uno de ellos mostró otra manera de actuar. ¿El opinador se callará, enterándose de verdad de qué va el asunto? ¿Rectificará? Habrá que esperar su próximo movimiento.

Espero que el opinador se sienta satisfecho por estos milisegundos de gloria que desde este antro internetero se le ha dispensado (si agarra subida de sueldo quiero mi parte, por infinitesimal que ésta sea; si le dan alguna colleja sus mecenas, mejor que se las quede todas él).

Ale, adiós.

Por qué Spotify conmigo no triunfa

Hola, culebras.

Tras haber usado durante un par de meses Spotify veo que no me agrada. Pero nada. Lo seguiré usando durante un tiempo indefinido, seguramente hasta que me harte de él. ¿Qué ha pasado? No, la culpa no la tienen los anuncios (se me apaga el cerebro al oírlos). No la culpa de ello se halla en las propias tripas de la aplicación, en su modelo de servicio. Pero antes de explicar la situación hagamos un poco de historia, que hoy estoy charlatán (total, para quienes me van a oír).

De unos años para acá se está poniendo de moda el llamado streaming, ya sea para audio o para vídeo. Éste consiste en abrir un canal de descarga y, desde tu ordenador (o aparato capacitado) obtener en vivo datos en formato audio o vídeo: escuchas y/o ves un contenido pero no lo almacenas, quedando obligado a volverte a conectar si deseas verlo de nuevo. En pocas palabras: o tienes una conexión viva y lo suficientemente rápida o ‘no te comes nada’.

En nuestro país cada vez hay más gente con conexión (si bien no con datos boyantes, o puede que ni de lejos boyantes), sobre todo con cable o ADSL (y no precisamente gracias a que tales líneas tengan precios muy accesibles, no, pero ese es otro tema). Poco a poco, y mientras la crisis lo permita, los españolitos se van uniendo a esa arma de destrucción de gobiernos (aunque no lo hagan para temas más serios que el cierre de webs)… perdón, a internet.

Bueno, que me voy por las ramas. Estaba hablando del streaming: el engendro que te obliga a tener una conexión para ver o escuchar cualquier cosa. Existen ya modelos de TV usando streaming, siendo en España el más famoso del Imagenio de timofonica (así escrito, tal y como les gusta a ellos: sin tilde). Los sistemas ‘pedestres’ de streaming, sin pagar una pasta a una multinacional, para la mayoría de los mortales implican ‘estar sentado delante de la pantalla del ordenador’. Vamos, el colmo de la comodidad.

Pero no me voy a extender en el tema vídeo, dado que tengo que admitir que no soy consumidor asiduo del mismo. Vayamos a la música, algo que consumo: paso horas en casa delante del ordenador, y durante años he disfrutado del binomio música-ordenador con mis artistas favoritos sonando primero a todo trapo (cosas de vivir solo) y luego con cascos.

Al principio la música provenía directamente de mi cadena musical, ya de cintas, vinilos o, más tarde, CDs. Luego aparecieron las tarjetas de sonido (supongo que este detalle, el ‘luego’, sorprenderá a algún lector yogurín. Sí, hubo una larga época en la que no existían las tarjetas de sonido, y cuando aparecieron hubo un periodo en el que comprarte una te aseguraba horas de quebraderos de cabeza para conseguir que tu equipo la reconociera bien), y con ellas los ripeadores de CDs, los mp3 y mi fiel winamp. Así, con megas y megas de mp3 (primero sacados de mis propios CDs, luego obtenidos gracias al intercambio en mi primer curro vía ftp con gente de todo el mundo), llené años y años de música. Los CDs de canciones empezaron a volar de manos de un colega a otro: en el mundo hay demasiada música para sólo oír lo que te compras. De hecho llegó un momento en el que sólo compraba lo que sabía de fijo que me iba a gustar, o aquello que ya había escuchado y que me satisfacía como para invertir en ello (a alguno ya le valdría darse cuenta de una vez que en esa manera de actuar se encuentra el futuro de la música; esa y los conciertos, claro).

Pero un día entro en mi vida (no he podido evitar usar esa memez de expresión) el streaming musical. Como si de radio se tratara, algunos colgadillos ponían su winamp en modo emisión y lanzaban a la red sesiones propias de música. Sí, se petaba si había no mucha gente conectada, pero no dejaba de ser una manera de escuchar música de otros, según los gustos de otros (pero previamente ya te asegurabas de que quien ‘pinchaba’ tuviera un perfil acorde al tuyo).

Luego descubrí, hace cosa ya de siete u ocho años, un programita llamado Pandora (nada que ver con la cagada que ahora está de moda). Modesto y no muy llamativo en lo que a la estética se refiere, este software usaba una serie de ‘conceptos’ para catalogar y vincular la música: valoraciones de estilo, tempo, melodía, armonía, ritmo, instrumentación, etc. A través de ellos, y en base a una búsqueda inicial, el programa te iba dando sugerencias que creía que te podían agradar. ¿Qué una canción te gustaba? Se lo decías y él más tarde te ponía una similar, o del mismo grupo; si no te gustaba la ‘marcaba’ para no volverla a pinchar. Así de sencillo. Poniendo Pandora y empezando por grupos que me gustaban me ponía temas de otros (conocidos ya por mí) que también me gustaban… y de otros que desconocía pero que igualmente a veces me sorprendían gratamente. Por desgracia con el paso del tiempo quedó evidenciado que el repertorio de temas no era muy variado: los temas se repetían demasiado, incluso varias veces por sesión, quizá debido a que mis gustos no coincidían con la mayoría.

Ya adicto a este sistema de música online, y sobre todo a la posibilidad de descubrir (eso sí, de forma vaga) nuevos grupos, me mudé a algo similar y que tampoco llevaba mucho tiempo: last.fm. De funcionamiento similar a Pandora, permitía marcar temas como ‘amados’ o como ‘odiados’, lo que en función de las etiquetas vinculadas al tema y al grupo permitía al sistema colarte nueva música acorde a tus gustos. Lo punto flaco en este sistema estaba en que las etiquetas las colocaban los propios usuarios, y eso a veces llevaba a confundir al sistema con clasificaciones demasiado genéricas o incluso de broma. Pese a ello seguí usándolo en casa para oír música mientras enredaba con el ordenador. A lo largo de los años de uso Last.fm me brindó sorpresas muy agradables: descubrí a The Azoic, Panzer AG, Down of Ashes, Wintersun, Agalloch, Funeral (y de paso a Ahab), por nombrar sólo unos pocos. Todo ello aderezado con una reproducción aleatoria que muchas veces casi podría definir como jugosa.

Mientras tanto Pandora seguía a lo suyo, emitiendo música según su algoritmo, hasta que lo cerraron para los no yanquis. Pandora murió como opción para mí.

Sin embargo de un año y poco a acá algo empezó a fallar en last.fm: detecté las mismas deficiencias que me habían sacado de Pandora. Además, al tiempo, avisaron de que el servicio se volvería de pago. Obligatoriamente de pago. Y un día se acabó: me obligaban a pagar. Eso en plena época de crisis, con el Euribor por las nubes. Vamos, el momento ideal para pedir dinero por algo que no es vital: a borrar el usuario y seguir con mis discos.

Al cabo de unos meses ‘descubrí’ (la verdad es que  ya lo conocía de oídas, pero no me había molestado en instalarlo por pura vagancia) esto llamado Spotify. Me lo instalé y me encontré con algo de aspecto ligeramente parecido al horrible iTunes. Bueno, me dije: una cosa es el aspecto y otra el funcionamiento. Puse un grupo de prueba, Feindflug, y la cosa ya empezó a pintar mal: había poco, muy poco. Mejor dicho, nada. Seguí tirando del hilo a cosas más ‘comerciales’, me creé unas pocas listas y le di al [play+random]. La musiquilla agradable empezó a sonar por mis cascos. Bien, bien.

Pero el ‘bien’ no duró mucho. Por más que las listas tuvieran una variedad que me parecía suficiente como para generar al sistema una idea de mis gustos, sólo se me reproducían temas que yo ya había introducido antes, nada nuevo: no había sorpresa, no había esa novedad que me encantaba en last.fm o en Pandora, sólo la lista de lo que yo ya había buscado y marcado antes. Y, para acabar de cagarla, la reproducción aleatoria iba horriblemente mal: las canciones del mismo grupo se encadenaban casi una tras otra (a veces sin el ‘casi’), los grupos se repetían.

¿Cómo, con una lista en la que posiblemente hay un centenar de grupos, se repite un mismo intérprete tres veces en apenas veinte temas?

Mal, está muy mal trabajado el cálculo aleatorio de los temas.

¿Resultado de todo ello? Las listas  de reproducción, aun habiendo sido enriquecidas con mucha variedad de temas y grupos, a veces aburren. Ha muerto Pandora para los no yanquis, se ha suicidado last.fm (al menos para mí), y Spotify no me da lo que busco: música de mi agrado  pero que me sorprenda, novedades. En definitiva, añoro lo que ya no tengo. Jodido inconformismo.

¿Hay algo (no de pago) que se parezca a Pandora o a last.fm? Habrá que investigar un poco…  Pero mejor otro día: hoy estoy muy vago.

Un saludo.

John Varley – Y manaña serán clones

Hola culebras.

Este que ahora voy a comentar es uno de los primeros libros que me compré la llegar a Madrid. Santi L. Moreno me llevó a una librería perdida en lo que me pareció el culo del mundo (más adelante lo asocié con el barrio de Tetuán) y allí, entre estanterías repletas de los más variados libros, adquirí este viejo y desgastado ejemplar. De entrada tiene de verdad un mal aspecto, con las páginas completamente amarillentas y las primeras cuarenta páginas cayéndose del lomo por falta de cola, pero tratándolo con cuidado se deja leer. Y el contenido satisface, sí señor.

De Varley ya había leído Blue Champagne (enternecedor ‘El Pusher’, magníficamente triste y patética ‘La guía telefónica de Manhattan (abreviada)’, acojonante ‘Pulse Enter []’), que sólo puedo calificar como muy buena.

Este Y mañana serán clones no pasará a la historia de mis lecturas, pero al menos ha resultado entretenido y, sobre todo, sorprendente: resulta alocado al tiempo que gracioso ese caos de personajes, diferentes unos de otros pero que en el fondo no dejan de ser los mismos. No voy a destripar esta frase por muy extraña que suene dado que en comprenderla radica uno de los puntos interesantes del libro. En eso y en la línea de emergencia de Ofiuco: auténtica protagonista de la novela, una circunstancia que en un primer momento no se aprecia debido a la pésima traducción del título (el original es, cómo no, The Ophiuchi hotline).

Porque con el paso de las páginas lo que viene de Ofiuco se convierte en la clave de todo para llegar al final a un desenlace que, si bien no puede considerarlo efectista, grandioso ni sorprendente (casi podría calificarlo como gris), sí deja buen sabor de boca. Y con patada en los cojones a la humanidad incluida de regalo, cosa muy de agradecer.

Dado que el libro me lo empecé a leer con una idea ‘a’ (predispuesto por el título y los acontecimientos narrados de los primeros episodios) y al avanzar me encontré con un resultado ‘y’, totalmente inesperado, no voy a decir nada en esta reseña de su trama. Quien quiera leerlo de manera ‘virginal’ que lo haga, y quien quiera zamparse unos spoliers que lo haga en otro web, pero que sepa que si destripa la trama no se hará ningún favor. Palabra de misántropo.

Compra, lee y no te arrepentirás. Y, si no lo has leído aun, ya tardas en conseguir Blue Champagne.

Adiós.

Matrix y Avatar: la historia de dos besos muy mal colocados

Hola, culebras.

Hace unos días fui al cine, algo de por sí infrecuente dado que estoy en contra de ese tipo de cultura abusiva en la que pagas una exageración por apenas dos horas de algo que incluso puede que no te guste, y que si te gusta no puedes volver a disfrutar. Por no mencionar que te meten publicidad no deseada al principio, y que te arriesgas a padecer vecinos molestos.

Bueno, eso, que hace unos días me metí en una sala de cine a ver la peli de moda, Avatar. Si entré con cierto temor  acerca de lo que me iba e encontrar (no pude evitar leer algunos comentarios de gente que tiene costumbre, como yo, a leer ciencia ficción), la verdad es que salí sintiendo vergüenza ajena. No voy a hablar en detalle de las razones de ese sentimiento, sino simplemente diré que Avatar posee uno de los guiones más vergonzosos que he visto en años. El señor Cameron para mí, mientras guionice, ha muerto. Vamos, que se acaba de ganar un precioso R.I.P.

Pero entre los despropósitos que como plaga bíblica se suceden en la película, algunos de ellos dignos de apaleamiento, destaca uno: el jodido beso del marine con la jamona alien de turno. Ese beso supuso el anticlímax de la película, el colmo de ‘hasta aquí hemos llegado’. A la mente me viene otro beso que se carga una película hasta el momento aceptable: el beso de Trinity a Neo. Ese beso dejaba bien clara una cosa: Trinity es a la ‘realidad’ de la Tierra conquistada por las máquinas lo que Neo a Matrix, una persona capaz de alterar las reglas de esa ‘realidad’, de resucitar muertos. Yo, al salir del cine tras ver Matrix, estaba convencido de que deberían hacer una segunda parte de la película sólo para explicar eso. Por supuesto, como luego se vio, nasty de plasty. Los hermanos Wachowski (no confundir con el otro) con la segunda película de Matrix demostraron que sólo saben hacer persecuciones súper caras y aburridas en autopistas creadas sólo con ese fin, porque lo que se dice cine de ciencia ficción entretenido y (siempre dentro de los parámetros de la fantasía y la ciencia ficción) creíble/coherente no.

¿Qué le pasa al beso de Avatar? Pues algo que cae por su propio peso: lo que aparece en pantalla no es más que un puñetero beso humano, muy humano, demasiado humano. ¿Dónde está el esfuerzo por hacer una civilización medianamente alienígena y creíble, con todo su juego de relaciones interpersonales alienígenas? Vamos, que ese beso como demostración de amor está puesta ahí para que lo comprendan los espectadores lobotomizados, vagos o cortitos, aquellos a los que hay que darles todo mascado porque si no se pierden. Contemplando la biología del planeta (esa que tanto mentan a los largo de la peli los de green piece de turno) ¿para qué querrían besarse estos seres cuando poseen algo mucho mejor, un vínculo neural (la cosa de la coleta) que les permite unirse mucho más allá del simple contacto de la carne? Al protagonista le muestran el uso de ese enlace especial en numerosas ocasiones, hasta llegar al punto de ser una parte imprescindible de su relación con el entorno: con los ‘caballos’, con los ‘dragones’, con la propia ‘Gaia’, con sus muertos incluso. Así que, llegados al momento de demostrar el amor (que no deja de ser un sentimiento humano, y qure no tiene porqué aplicarse a una raza extraterrestre) ¿no resultaría más lógico que usaran ese mismo enlace y no recurrir a algo tan primitivo e insulso como un froti-froti buco lingual? Por dios, que le amputen las manos a Cameron para que no coja un teclado en su vida. Y que también le laringoticen para que no pueda dictar nada. No más guiones de ese tío, por favor.

En definitiva, dos besos, dos momentos supuestamente románticos (supongo que metidos para satisfacer los requisitos comerciales de los productores) que se cargan lo que hasta el momento se narraba en la película.

Un premio para ellos.

Adiós, ofidios.

Balance de lecturas 2009

Hola, ofidios.

Nuevo año, nueva entrada, en esta ocasión a modo de resumen de las lecturas del año anterior. Aquí desgloso mis pobres lecturas (pobres por ser sólo 23 libros: ni siquiera uno por semana, cosas que pasan por sólo leer en los traslados al trabajo). A continuación, el resumen:

Fecha fin lectura Autor Título Valoración Género
28/01/2009 AA.VV. Mares tenebrosos 8 Terror
10/02/2009 Oliver Sacks Un antropólogo en Marte 6 Ensayo
17/02/2009 Michael Moorcock El programa final 3 Fantasía
23/02/2009 AA.VV. Visiones 1999 5 Fantasía
17/03/2009 Norman Spinrad La canción de las estrellas 6 Ciencia ficción
01/04/2009 C.S. Lewis Perelandra 4 Ciencia ficción
17/05/2009 Stephen King Apocalipsis 7 Fantasía
30/05/2009 George R. R. Martin Los viajes de Tuf 7 Ciencia ficción
10/06/2009 Cordwainer Smith Los señores de la instrumentalidad IV 5 Ciencia ficción
02/07/2009 AA.VV. Maestros del horror de Arkham House 7 Terror
25/07/2009 AA.VV. El peón del caos 6 Fantasía
07/08/2009 AA.VV. Lo mejor de la ciencia ficción soviética II 6 Ciencia ficción
15/08/2009 Karel Čapek La guerra de las salamandras 4 Ciencia ficción
23/08/2009 Javier Negrete La mirada de las furias 6 Ciencia ficción
05/09/2009 Sheri S. Tepper Despertar 8 Ciencia ficción
18/09/2009 Robert Bloch El que abre el camino 7 Terror
01/10/2009 George H. White La gran saga de los Aznar, tomo 1 5 Ciencia ficción
13/10/2009 George H. White La gran saga de los Aznar, tomo 2 7 Ciencia ficción
21/10/2009 James Herbert Aullidos 5 Thriller
29/10/2009 Theodore Sturgeon Venus más X 3 Ciencia ficción
27/11/2009 John Brunner Todos sobre Zanzibar 7 Ciencia ficción
06/12/2009 AA.VV. Visiones macabras 7 Terror
16/12/2009 Arthur C. Clarke La ciudad y las estrellas 9 Ciencia ficción
24/12/2009 AA.VV. Conan el bucanero 7 Fantasía

Las lecturas no han tenido la variedad que yo hubiera deseado (menos preponderancia de la cifi y más del terror) pero como lo que manda en estos años es sobre todo La Pila, pues hay que atenerse a ella y a su ciencificiosa realidad.

Ahora juguemos un poco con los números.

En total han sumado 9773 páginas leídas este año, lo que hace una media de unas 27 páginas por día. Pobre, muy pobre, lo admito. Pero quizá eso se debe a que de los veinticuatro libros leídos he sacado una media de satisfacción que no llega al seis (en concreto un 5’73).

El género que este año mejor sabor de boca me ha dejado es el de terror (con un 7’23 de promedio), pero esto no puede sorprender dado que sólo he leído cuatro libros del mismo, frente a los trece de cifi, con una media de satisfacción del 5’67.

Por palo de creación, el que más resultados positivos me ha brindado es (para variar) el de relato corto, donde me encuentro con un promedio de 6’37. Por el contrario, el que peor resultado me ha dado ha sido para mi sorpresa la novela corta, circunstancia sin duda debida sobre todo a causa de ese El programa final, que lastra las demás. La novela estándar no destaca, con un mediocre aprobado alto (exactamente un 5’7).

A ver si este año que ahora entra consigue que se disperse un poco más los géneros y se eleven las medias de satisfacción por lectura.

Ale, se acabó esta entrada pedantilla y sin sentido aparte del meramente masturbatorio.

Hasta luego, culebras.