Hola, culebras.
Tenía pensado redactar una meditada reseña de este libro, Melmoth el errabundo (de Charles R. Maturin), una tan extensa como las dos que he escrito de Frankenstein o de El monje. Pero eso es lo que tenía pensado, y otra la realidad: ando liadísimo y apenas tengo tiempo para dedicarme a este humilde blog. Así que me voy a ceñir a lo más conciso de este clásico de la literatura gótica.
Maturin nos presenta una obra de extensión desmesurada, y en ese mismo concepto de desmesura se encuadra el contenido del texto. Siguiendo los cánones del texto gótico, en sus páginas nos encontramos con los ya típicos (y tópicos) pasadizos secretos, presencias fantasmales, conspiraciones eclesiásticas, relaciones familiares engañosas, oscuridad y sufrimiento, etc. Así, basándose en esos elementos que no por manidos pierden fuerza, el narrador nos presenta una historia que al principio engancha: un supuesto inmortal que ha alcanzado tal condición a través de un pacto con el demonio. No he leído el Fausto de Goethe, con lo que me resulta imposible hablar de semejanzas, así que ese asunto me lo voy a saltar (que no, que no voy a enrollarme mucho).
El libro arranca con un inicio impresionante: regreso a una mansión en extremo tétrica, un pariente moribundo y mezquino, una tormenta, un naufragio y, como culmen de todo ello, la aparición de una figura incongruente y aterradora. Magnífico.
A raíz del inicio de la narración del español ya se puede hablar de semejanzas con El monje en lo relativo al enfermizo ambiente eclesiástico: su historia arranca de manera maravillosa con su descripción de las maldades que se ocultan tras los muros de un convento (el único y gran defecto de esta parte, y en general de toda la novela, es el tono resabiondo y cargante que usa el autor a la hora de describir). Las desventuras del pobre español parecen no acabar nunca, siempre acaeciéndole algo todavía más dramático.
Y ahí empieza a degenerar.
Yo esperaba (tonto de mí al ‘esperar’) que la narración del español fuere una suerte del cuento de la monja sangrienta en El monje. Pero aquí no es así: la narración se alarga y alarga y alarga. Y vemos cómo dentro de ella hay otra, y luego otra, y más allá otras dos, y una quinta. Eso en un momento en el que el pobre español se encuentra en medio de una situación llena de tensión: recién huido de la cárcel de la Inquisición. El texto se ve lleno de paréntesis a cual más extenso y farragoso, todo ellos para que el clérigo que se esconde tras el autor se solace en un impertinente sermón. El autor no sabe distinguir su púlpito de la novela, y así ésta decae hasta el punto de desear abandonar el libro.La últimas páginas uno las lee casi a desgana, deseando que acabe ese tormento: no el de Melmoth, sino el del lector.
Y es que el texto sufre de un narrador en exceso omnisciente, que describe todo de una manera tan prolija que aburre y mata los ambientes de horror que presenta. No sugiere sino vomita las escenas. Ves hasta el más diminuto menudillo medio digerido. Y te obliga a saborearlo. Horrible.
A eso se suman los diálogos monótonos, monocordes, con una única voz y estilo de discurso. Todos (hombres, mujeres, niños y ancianos) hablan igual: no existe en el menor ‘trabajo de personaje’. Horrible.
Para rematar la chapuza el autor inserte de manera bastante anárquica citas supuestamente cultas, las cuales más que alumbrar algo a la narración sólo demuestran un nivel de pedantería descomunal. Peor todavía cuando muchas de esas citas carecen de objeto alguno e incluso rompen el ritmo. Horrible.
Una lástima que, algo que prometía ser una delicia, el autor -con su afán de demostrar ‘lo bien que escribe’- acabe destrozando todo el texto.
Le pongo un cinco gracias al fondo que hay tras muchas de las escenas (magnífico), ya que por la forma se llevaría un bien merecido cero.
Un saludo.
PD: Al final sí que me he enrollado un poco 😛