Hola, culebras.
Me atrevería a decir que me lancé a este Vacas de Matthew Stokoe poco menos que buscando en él una tabla de salvación. La anterior lectura me dejó tan cabreado y tan exhausto que necesitaba algo de verdad visceral y catártico para pasar página. Y para ello creí oportuno este libro. El tomito llegó a mí hace cosa de un mes de pura chiripa: me lo regaló un compañero de trabajo porque tenía una serie de libros heredados que no quería. Vamos, como llovido del cielo: deseaba sumergirme en un mar de sangre, locura y rabia, algo que me hiciera olvidar lo que había leído. Perfecto.
Encasillar a Vacas dentro de un género concreto supone un poco de reto. En el texto se mezcla el sadismo y el gore con la fantasía de toques alucinatorios; no encaja dentro de lo que yo suelo llamar terror, pero juega con la repulsión (una repulsión que no sólo nace de lo escatológico sino –y aquí uno de sus mayores éxitos como obra– de lo cruel y sinsentido) de una manera que me recuerda un poco a Barker. Debo dejar claro que no frecuento el gore, ni en lo literario ni en lo cinematográfico, por lo que a lo mejor esto que me ha sorprendido y agradado quizá encaje en ‘lo normal’ para un habitual del género. Pero la reseña la hago yo –y sólo yo– desde mi punto de vista, y como tal la pongo.
Aviso que voy a desgranar detalles de argumento. La reseña me lo pide. Ale, estáis advertidos.
Vacas puede suponer un revulsivo para alguien acostumbrado a la narrativa standard, y sin lugar a dudas el libro no está destinado a estómagos débiles ni mentes impresionables. A través de un lenguaje oscilante (mezcla lo directo y llano, a veces burdo, con lo poético o místico) el autor nos arrastra a descubrir la miserable vida de un adolescente, Steven, encerrado desde su nacimiento en un piso por su madre sobreprotectora y sádica. A través de escenas llenas de sadismo, escatología y desprecio por el prójimo (e incluso por la propia persona) viviremos una pequeña epopeya del chaval hasta su realización como individuo.
El primer personaje que nos golpea en el rostro con ese abanico de repugnancia es la madre. Su figura posee tal desproporción en cuanto a maldad y sadismo que jamás se nombra por su nombre de pila (algo que sí ocurre en el resto de personajes), recibiendo sólo apelativos como Mala Bestia y otros similares. Viviendo encerrado, siempre bajo la amenazante sombra de su madre, Steven ha acabado convertido en un desecho social, una criatura que apenas se considera a sí mismo humano. En una dura y descarnada crítica de la sociedad consumista americana, una televisión plagas de telefilmes, culebrones y anuncios se convierte en la única relación entre Steven y la realidad exterior. A eso se unen sus las escapadas furtivas a la azotea de su bloque, desde la que contempla la ciudad casi como si se tratara de un paisaje alienígena. El chico contempla desde su atalaya la ciudad y sueña con sumarse alguna vez a esa forma de vida que ve en la tele. Pero en el fondo, desde el primer momento, sabe que el lastre que ha supuesto su existencia con su madre le ha deformado; así, más que equipararse con los protagonistas de su sueño sabe que como mucho llegará a lograr una parodia del mismo.
Junto a Steven y la Mala Bestia pasan por la novela otros personajes, a cual más alienado. La vecina del piso de arriba, Lucy, una chica con una obsesión enfermiza por la supuesta existencia de tumores internos dentro del cuerpo de todos los seres vivos. Si Steven contempla la sociedad externa desde su televisión y anhela igualarse a ellos, Lucy visiona videos quirúrgicos buscando la manera de purificarse de la mancha que la sociedad introduce en los cuerpos de todos sus miembros. La chica piensa que la contaminación, y la propia maldad innata de esa sociedad, generan tumores escondidos entre las vísceras en todo ente vivo. Luego está Cripps, el encargado del matadero donde Steven entra a trabajar, un individuo sádico, lascivo y hedonista que tienta y ofrece al chico hacerse matarife. Cripps personifica la barbarie indolente del hombre moderno, la búsqueda del poder y el placer a cualquier precio: el hombre como rey de todo, un tirano que demuestra su poder sobre la creación a base de muerte, tortura y sometimiento.
La sinergia de estos personajes arrastra a Steven a una aventura de tintes oníricos gracias a un grupo de vacas que ha huido del matadero. Gracias a esa relación tan especial con las reses y Guernesey, su cicerone, el chico iniciará una evolución. En ella abandonará su status de sometimiento a su madre para para, a través tanto de Cripps como de Guernesey, lograr reivindicar su yo y arañar el sueño de vida televisiva.
La novela muy bien puede dividirse en tres partes, siendo la peor la central. En una primera sección nos vemos avocados a descubrir el horror y la repugnancia de la vida de Steven. El autor nos arrastra a un carrusel donde la depravación, el terror, la repulsión, la desesperación y la crueldad nos llegan una manera desnuda y directa. El lector no tiene donde esconderse; algunas páginas suponen auténticos mazazos directos. Entre ese despliegue de salvajismo nos encontramos con escenas en las que el patetismo acaricia alcanza partes iguales lo tierno y lo enfermo, como por ejemplo lo narrado en el capítulo diez (que me parece de lo mejor del libro). De la mano de Steven y Lucy nos arrastramos por sus vidas furtivas y enfermas, huimos y retamos a Mala Bestia, nos quedamos desconcertados ante Cripps, Gummy (un personaje de poca extensión pero que dará juego) y el resto de animales humanos del matadero. ¿Destino? La superación personal, la reivindicación del yo dentro de un mundo enfermo y cruel. ¿Cómo? Sangre, sudor y semen. Así, tal cual. Esta parte culmina con dos escenas de catarsis: por un lado al fin se consigue reivindicar el yo; por otro, de manera poco menos que contrapuesta, la integración en el grupo. Dichos acontecimientos, en ese mundo distorsionado de Steven, sólo pueden lograrse a través del sadismo y la muerte.
La segunda parte, la más onírica, nos sumerge en el mundo de las vacas y cómo éste también evoluciona. Esta sección más adelante se revelará de gran importancia para llegar a la resolución de la obra, pero mientras la lee uno piensa no sabe bien hacia dónde se dirige. En esas páginas Steven se diluye integrándose con el rebaño. El yo, la autonomía, aparecen amenazados y pierden el rumbo. El fantasma del poder económico, algo que hasta el momento no había aparecido, ensucia la narración. En todas las páginas previas no había hecho falta el dinero como motor de la narración, y sin embargo en esa sección central se convierte en uno de los impulsos principales de Steven. Mal: desvirtúa la faceta poética deforma de la novela.
Pero la tercera parte vuelve a los derroteros de la primera, y lo hace a través de una comunión y una inmolación. De nuevo la carne y la muerte (pero qué cristiano es todo esto) como elementos que llevan a otra etapa, a la trascendencia. El delicioso canto de cisne Lucy obliga a Steven su propio camino. Pero éste, tal y como ya sabía él mismo, no le lleva a la integración con la gente de la pantalla de la televisión. Su sueño de normalidad ha acabado crucificado en la pared de su piso. La propia naturaleza y su hogar le fallan, obligándole a lanzarse a esa sociedad que sabe que no puede acogerle. Al fin y al cabo jamás ha pertenecido a ella. Sólo le queda el sumergirse en su tribu onírica, donde sí es alguien especial.
Y ya he destripado bastante la novela. Se nota que me ha gustado, ¿no?
La obra hubiera mejorado un poco corrigiendo algunos detalles estilísticos, defectos que cada vez veo con mayor frecuencia (la a veces incorrecta puntuación, y el excesivo abuso de los adverbios –mente). Pero esos problemas quedan apartados gracias a una línea de narración muy visual, incluso por momentos poética. Aquí se ve que el autor tiene don de evocar (aunque enfermo, oscuro y depravado); gracias a él uno se olvida (o casi lo consigue) de los defectos.
Antes de acabar quiero decir que en cierta medida el mundillo de Steven me ha recordado a ese mundo demente en el que se mueve El clan de los parricidas de Bierce, una sociedad en la que el sadismo y las relaciones familiares enfermizas están al orden del día.
Este Vacas se lleva un merecido ocho. Me parece que un texto que muy bien se le podría recomendar a cualquiera que busque un revulsivo, una lectura que estremezca y haga pensar en lo que se tiene y lo que se desea tener.
Un saludo.
Una respuesta a “Matthew Stokoe – Vacas”