Hola, culebras.
Jamás había leído nada del señor McCarthy, y me enteré de que era el autor de la novela en la que se basa No es país para viejos sólo al ver la portada de este libro. Esa película ha tenido mucha fama, incluso llegando a los Oscar, pero dado que no la he visto (más que nada porque detesto como ‘actor’ a Javier Bardem) no podía servirme como muestra de lo que McCarthy escribe. Pero el ambiente en el que se supone que La carretera se desarrolla, un mundo postapocalíptico en el que sobreviven más mal que bien un padre y su hijo, me llamaba. Eso y leer un autor para mí desconocido.
Tras leer las primeras páginas algo ya empieza a olerme raro. Y me refiero al estilo. El que el libro se base en pequeñas notas, casi pareciendo que ha sido redactado en una sucesión de momentos sueltos, no me desagrada: podría decirse que es una bastardización exagerada del género epistolar. Aquí todo es una especie de post-its sucesivos, apuntes que se acumulan en secuencia uno tras otro. Lo que no me gusta nada es la manera de llevar los diálogos: no existe puntuación, y a veces están incluso embebidos dentro de los párrafos. ¿Estilo experimental, vagancia del autor o pura ignorancia de cómo se debe puntuar y llevar un diálogo? Lo ignoro, pero eso me lleva a conseguir -en un momento futuro- algún otro libro del autor: no quiero echarle la culpa al traductor y/o el editor españoles de semejantes errores.
Pero dejemos el estilo, que se puede salvar a base de esa auxiliadora etiqueta de ‘experimental’ y vayamos al fondo, a la historia. Algunos dirán que es un drama duro, crudo, de supervivencia; la lucha de un padre por llevar adelante a su hijo en un mundo derruido y en el que apenas hay esperanza. Eso es lo que dirían algunos. Yo digo que el autor trata de describir un mundo sin creérselo él mismo: el escenario resulta por completo incongruente, con una serie de errores para mí de bulto y que salen a la luz por culpa del chaval.
Ese chaval no debería existir. Y siguiendo el razonamiento tampoco el padre. Ni nadie en toda la condenada novela. ¿Por qué? Pues por el mundo en el que viven y el origen y la intensidad de la catástrofe que les rodea. Señor McCarthy, se trata sencillamente de sumar uno y uno, dos. Describe de manera somera un ataque nuclear sobre suelo norteamericano. Bien. Habla de una pareja dando a luz a su primogénito varias semanas después del bombardeo. Bien. Habla de años y años de ceniza en la atmósfera, de cielos encapotados de forma perpetua. Bien. Habla de un continente entero en el que todas las plantas han sido reducidas a cenizas, a troncos calcinados. Bien. Habla de un mar completamente muerto. Bien. Señor McCarthy, sea consciente de que el ataque que describe, a esa escala, es poco menos que definitivo. En un ataque normal, como el descrito en El cartero de Brin, habría incendios (y muchos) pero difícilmente hubieran arrasado el continente de la manera que aparece en la novela: y es que en La carretera todo el continente está reducido a cenizas. Al completo. Eso implica una cantidad de bombas nucleares apabullante. Lo que a su vez conlleva un nivel de radiación letal, radiación que se propaga con los vientos, con la ceniza, con la lluvia, con la nieve. Millones de kilómetros cuadrados cubiertos de cenizas radiactivas, un sudario de veneno puro. ¿Y pretende hacerme creer que en un mundo así ha habido hombres (por no mentar niños o ancianos, mucho más sensibles) capaces de sobrevivir durante ocho, diez, doce años? ¿Y que para más choteo al cabo de esos años se mantienen sanos, como el hijo?
Porque ahí brilla la mayor cagada: el chico tiene la misma edad que ese mundo muerto. El niño ha estado toda su vida respirando polvo radiactivo. Y no ha muerto. Ni en un solo momento de la novela se aprecian muestras visibles de enfermedad por radiación. Al contrario, quien fallece es el padre, y por algo que apunta claramente a una tisis. Que no sólo no me lo creo, señor McCarthy, sino que es imposible. ¿O se trata de una novela de fantasía en la que el chico es un mutante dotado de un potentísimo (milagroso) poder de curación?
Eso por no hablar de detalles menores, como que tras una década de intemperie y putrefacción, de lluvia, nieve y viento, ya no debería quedar ni cartones, ni hojas, ni papel ni nada similar: deberían hacerse convertido en papilla y luego en polvo arrastrado por el viento. O el no tan pequeño detalle de cómo narices han sobrevivido el padre y el hijo todo ese tiempo, desde que el chaval nace hasta que se llega a la acción de la novela. Durante años han sido tres, madre, padre e hijo. ¿Cuántos años? Pues los suficientes como para que el niño tenga un recuerdo de ella. ¿Qué han comido todo ese tiempo? Eso no se explica, ni siquiera se deja entrever. La opción del perpetuo asalto a supermercados me resultaría demasiado difícil de creer.
Señor McCarthy, ha timado a sus lectores con un relato deslavazado y anecdótico, para el que no se ha molestado lo más mínimo en investigar lo que implica vivir un continente radiactivo, lo que supone un ataque nuclear tan severo como para crear esas condiciones atmosféricas. De todo ello deduzco que, en verdad, ha escrito la novela a base de post-its. O puede que con pedazos de papel de baño mientras estaba sentado en el mismo haciendo sus necesidades mayores.
Me da lástima el tal Diego Gándara, el ‘intelectual’ de La Razón que suscribe el comentario de la contraportada. ¿Habrá leído de verdad el libro? ¿Se habrá parado a pensar lo que ha leído? Seguro que ese individuo no habrá llegado a usar ni media neurona a la hora de escribir el comentario. Si yo fuera redactor jefe de La Razón, si me hubiera leído el libro y hubiera encontrado todos esos defectos no hubiera permitido que la frase del susodicho apareciera. Y si de verdad se hubiera presentado ante mí con ella le hubiera despedido de forma fulminante por cretino. ‘Periodistas’ como ese han hecho que la profesión sea un lupanar mugriento y sifilítico. Pero bueno, ya se sabe: no son periodistas sino correveidiles de banqueros y mercachifles.
Señor McCarthy, supongo que No es país para viejos está ambientando en el mundo actual, en circunstancias actuales. Bien. Siga en ellas porque lo suyo no es describir con coherencia una mundo inventado, un mundo tan documentado y estudiado como el escenario de una hecatombe nuclear. Con esta novela se demuestra que la suspensión de incredulidad tiene un límite, y que ciencia ficción no la escribe cualquiera.
Escenas de canibalismo (como la efectista, aunque en extremo ridícula por carecer de lógica, del bebé al espetón) seguro que distrajeron a algunos, haciendo que hablaran de ellas como ‘lo duro’ y se olvidaran del resto de defectos, de la ausencia de coherencia. Pero conmigo eso no ha funcionando. Menos canibalismo y más coherencia, señor McCarthy. O mejor aún: más de ambos. Mucho canibalismo, con niños, niñas y lo que quiera, pero sobre todo coherencia al describir un mundo y sus implicaciones.
Ale, a paseo.
Se lleva un 2 sobre 10, por vago, chapucero y descuidado. Y va que chuta.