Hola, culebras.
De nuevo le doy un poco al maestro Campbell. No voy a negar que la última lectura suya me dejó mal sabor de boca. Pero entiendo que no toda su obra puede igualar el nivel de Imágenes Malditas, La secta sin nombre o El sol de medianoche.
Empecé a leer esta novela con la sombra del juego y película de nombre similar, Silent Hill, rondándome. El paralelismo se iba acrecentando en mi mente a medida que se acumulaban algunos detalles: el fuego como elemento de cierto peso en la historia, la presencia de la casa (similar a la de la iglesia en le película), la aparición, que en algo me recordaba a las que se ven en la película. Incluso la manera en la que Campbell juega entre lo real y lo imaginario.
Pero llega un momento en el que esa posible relación desaparece y tenemos a un Campbell puro.
El estilo agobiante, visual y muy atmosférico, típico del inglés se apodera de la novela. Gracias a él acompañamos a la protagonista en su descenso en espiral hacia la locura y la soledad, ambas descritas de esa manera tan íntima que sólo puede hacer Campbell. Ante nosotros pasa una amplia panoplia de personajes secundarios. A mi entender el autor se vuelca de manera quizá excesiva en los vecinos, llegando un momento en el que casi hace falta llevar una lista de ellos. Pero por fortuna al cabo de un tiempo se queda con unos pocos. Con ellos como decorado contra el que enfrentar la degradación de Amy, Campbell se centra en la chica y su padre, enfrentando la mentalidad juvenil y asustadiza de ella y la cada vez más obsesiva y puritana de él. Entre ambos, como especie de entrometido y a veces convidado de piedra, está Rob, el novio de la chica.
La desesperación, la rebeldía y la confusión de la chica, teñidas por el temperamento de la adolescencia, están llevadas de manera realista: sólo hace falta haber tenido a una hija en esa edad para conocer muchos de los diálogos y poco menos que hacerlos propios. En ese carácter destaca la obra: no se trata de un cuento de espectros al uso, aunque sí los haya. El libro se centra sobre todo en la necesidad de una adolescente de reivindicar su personalidad y su espacio. No es una niña, por mucho que su padre la tenga por eso: exige que se la tenga en cuenta como una adulta. Incluso cuando habla de lo que ve, algo que nadie más que ella parece apreciar. La afirmación de una personalidad adulta, exigiendo que se la tenga en cuenta como tal, frente al pasado infantil y fantasioso (y por tanto algo a tener menos en cuenta).
El juego entre lo que ve y lo que cree se va enredando hasta el punto de que el lector, y la propia protagonista, duda de sus percepciones. A los dos tercios del libro da la impresión de que no estamos ante un libro de aparecidos, sino ante uno en el que una chica adolescente se enfrenta a la mismísima locura (mundana, cruda y trágica). ¿Cuánto de lo que ve existe de verdad y cuánto tiene su origen en su mente atormentada por el recuerdo de algo que creyó ver de niña, una madre muerta de manera trágica, un padre ultrarreligioso y sobreprotector?
El lector navega entre esos dos mares (locura frente a horror sobrenatural) sin saber a ciencia cierta en cuál de ellos acabará sumida la protagonista, si no en los dos. A lo largo de la novela Campbell no da pistas, sólo suelta un golpe tras otro hundiendo más a la protagonista y al lector en esa sima. Un claro acierto.
Sin embargo no todo son detalles positivos en la novela. Si algo se pude decir de Campbell eso es que cuida muchísimo los detalles, tejiendo ambientes y atmósferas como nadie. El horror, el vértigo de la desesperación de palpan a lo largo de la historia, creciendo a medida que se acerca el desenlace. Pero a veces las descripciones resultan tan prolijas que agobian. Campbell hincha las páginas con detalles excesivos que más que ayudar a dibujar despistan al lector. Y, de forma incongruente con eso mismo, la auténtica protagonista de la novela (la casa) no acaba de estar bien definida. La describe muchas veces pero lo hace de manera incoherente: las dimensiones (tanto del edificio como de la parcela en la que está erigida) no acaban de encajar: a veces parece que está en medio de un enorme solar vacío, mientras que otras da la impresión de que sus muros están justo sobre la calle, encima del mercado. Ignoro si el autor deseaba de verdad dar esa impresión, pero a mi gusto resulta fallida.
Entre los detalles que a alguno le disgustará, pero que a mí no me preocupan, está la ya clásica vaguedad o indefinición de algunos detalles. ¿De dónde sale el poema de Hepzibah? ¿Cómo llega al libro de Amy, si es que de verdad llega? O la manera en la que se crea el vínculo entre la chica y la presencia… Campbell usa un método muy lovecraftiano para tratar de empezar iniciarlo (típica lectura de un diario) pero, de nuevo al estilo del de Liverpool, queda sin definir. Ni falta que hace: las emociones que en torno a ello se dibujan ya tienen suficiente vida como para poseer entidad propia, aunque su fundamento sea irracional y/o subconsciente.
A esos defectos de forma ayuda poco, por no decir nada, la traducción. Poco voy a hablar de ella. Sólo diré que la edición que he leído está editada por La Fábrica de Ideas. Punto. Quien haya leído más reseñas mías de libro de esa editorial ya sabrá por dónde van los tiros. Más de lo mismo. Ya me hago a la idea de que todos los saldos de esta gente están saldados por eso mismo, por tratarse de ediciones chapuceras (y a saber si irrespetuosas con el autor y su obra). Pese a la traducción, pese a la puntuación a veces aleatoria, pese a las erratas, pese a las frases mal construidas, el libro (por su contenido, su fondo) se puede leer. Aunque, todo hay que decirlo, a veces uno piensa ‘¿de verdad está tan mal traducido, o es que Campbell ha escrito esto así de mal?’. La verdad, se me hace más creíble que esos numerosos pasajes en los que la vista se te va buscando el sentido a la frase tengan su origen en una torpe traducción más que alguien como Campbell, escritor afanado y con trayectoria intachable, no sepa crear frases. Una pena no poder leer inglés y así poder comparar.
De la portada mejor no hablar. Demasiado similar a la de El guardián de almas: dos imágenes sobrepuestas, una de ellas distorsionada.
Lo dicho, pese al empeño que parece poner la gente de La Fábrica de Ideas por destrozar el libro, éste avanza hacia un final soberbio y salvaje, una nueva muestra de cómo ese señor sonriente y con cara de no haber roto un plato está donde está. Por ello el libro se merece un 7, sobre todo por la manera de tejer esa asfixiante desesperación por reivindicar el yo de la protagonista. Un Campbell medianito: ni tan bueno como unos ni tan malo como otros. Y eso ya quiere decir que es mucho mejor que la media de autores de terror que te puedas encontrar por ahí.
Adiós. O hasta otra. O…