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J. G. Ballard – La sequía

(Reseña redactada con fecha 5/11/2013.)

Hola, culebras.

J. G. Ballard - La sequía

J. G. Ballard – La sequía

Cogí de la pila este libro de Ballard más que nada porque era finito y no suponía mucho bulto en la maleta: cuando se viaja y no te gustan los ebooks tan modernos hay que tener este tipo de detalles en cuenta. De esa manera La sequía entró dentro de mis lecturas. Por supuesto que no me imaginaba que su lectura iba a resultar tan accidentada (pero esos detalles forman parte de otra historia).

Siempre que leo a Ballard acabo con una extraña sensación de me ‘he perdido algo’. El ingles, aficionado a usar frases y descripciones a veces tan poéticas que rozan lo críptico, me deja descolocado. Está bien el dejar a la imaginación del lector campo para que juegue e idee, pero este autor a veces me parece que no se quiere implicar en lo que escribe dejando adrede en el texto cabos sueltos y detalles extraños sin explicar.

Por fortuna el libro no se asemeja ni lo más mínimo a La feria de las atrocidades, culmen de ese estilo enrevesado. En La sequía tenemos una historia dentro de lo que cabe lineal (en la medida que el estilo tan personal del autor lo permite), con unos personajes, una situación y una trama más o menos coherentes. De esa forma el libro nos describe en su primera parte una sociedad decadente, sorprendida por un muy poco creíble desastre climático (los párrafos en los que el autor intenta explicar la naturaleza del mismo y la reacción sociopolítica al mismo quizá constituyan la parte peor y más inocente de la novela). En ese entorno de sequía contumaz malviven unos personajes trágicos y pintorescos: el predicador que de manera obtusa afronta la situación y obliga a su decreciente parroquia a mantenerse atada a la iglesia, el rico arquitecto que con su carácter obsesivo pretende dar un golpe de poder, el médico repudiado por su comunidad que no sabe bien qué hacer, la bióloga emperrada en salvar un zoológico y acompañada de bestias humanas peores que las que albergan las rejas, el retrasado mental que acecha como una sombra, el niño perdido convertido en una suerte de Caronte recorriendo el moribundo río, los pescadores transmutados en locas hienas sectarias… Un conjunto de extraños personajes que el autor no acaba de aprovechar bien para darle contundencia a la historia: algunos de ellos aparecen de forma brumosa, simples y torpes pinceladas de algo bien podría haberse convertido en un magnífico paisaje pero que se queda reducido a un descoordinado bodegón.

Eso en cuanto a la primera parte. Tras un breve intermedio en plan road movie y unas escenas de una gestión de la crisis mal llevada por el gobierno (en lo que se refiere a credibilidad) llegamos a la segunda parte: la historia da un largo salto hacia adelante en el tiempo para mostrarnos a algunos de los personajes anteriores, ahora curtidos por un entorno salvaje y cruel. En esa segunda parte el autor nos describe una técnica de robo que por más que le he dado vueltas ni comprendo ni acabo de creer. Puede que forme parte de una de esas pajas mentales del autor y que un estudioso de Ballard la sepa sacar jugo e incluso interés: lamento decir que para mí resultó otra de las partes del libro sin sentido y tristes, si no penosas. En esta parte, como he dicho antes, vuelven a aparecer algunos de los personajes de la primera: destacan las figuras del doctor y el chico, ahora ya un hombre. Entre ellos se describe una relación que evoluciona de una manera muy poco creíble, demasiado folletinesca y de desenlace melifluo que no acaba de cuajar. De nuevo Ballard describe un entorno y unas situaciones que bien llevadas hubiera dado para mucho más que lo que al final hay.

La epopeya del doctor acaba en una tercera parte: un regreso a los orígenes en el que se encuentra al que creía y temía se convirtiera en su Némesis, ahora acompañado de secuaces a cada cual más distorsionado y grotesco. En esta parte final de la novela Ballard pierde el rumbo y se sumerge en un texto por completo onanista que desluce todas los posibles brillos de las secciones anteriores.

Para culminar hablaré un poco sin soltar (nada que reviente la historia) del final: una escena sin sentido, que no aporta nada a la novela ni que encaja en nada de lo descrito sobre la crisis mundial. Casi parece que el autor ha querido deshacerse de la novela y cortar por lo sano: tajazo y dejo esto de una vez.

Como libro de catástrofe climática no tiene nada que ver con el magistral Rebaño ciego. Pero el autor tampoco pretendía semejante despliegue, sin lugar a dudas, limitándose a narrar (mejor o peor) las miserias de los protagonistas.

Por todo ello, por su quiero pero en el fondo no me molesto, se lleva un triste seis.

Adiós.

J.G. Ballard – La exhibición de atrocidades

Hola, culebras.

Al coger este libro de la pila buscaba una compilación de relatos cortos o muy cortos, algo que no supusiera mucha dedicación. Vi el libro era finito, y por el índice deduje que los relatos no poseían una extensión muy grande. Y empecé a leerlo sin imaginarme lo que encontraría al paso de las páginas: uno de los textos más rallantes que ha pasado por mis manos en todos estos años. Sí, lo sé, se trata de Ballard, autor de por sí ya bastante personal en cuanto a estilo y temática; pero con La exhibición de atrocidades digamos que se supera.

Escrito en 1969 el texto realmente se encuentra inmerso en el contexto cultural hippy, la experimentación y las ‘idas de olla’. Porque a mi manera de verlo todo el texto es una auténtica ‘ida de olla’ de Ballard, una muestra de sus obsesiones (Ralph Nader, los Kennedy, los choques de coches, su anómala visión del sexo, las zonas de hormigón y ruinas urbanas, los efectos del bombardeo de Hiroshima, etc.), todo ello de la mano de un estilo de escritura que se podría decir que flirtea con el monólogo interior de un demente. Todo muy experimental, vamos. El lado más experimental lo tenemos en ‘Las Generaciones de América’, texto en apariencia sencillo pero bajo el que se esconde un puñal: el ciudadano común, con el asesinato como vehículo, se convierte en el alma de todo un ¿país, continente?

Este libro casi psicopático o esquizoide carece de una línea temporal concisa, y en él el desarrollo de los acontecimientos no discurre de la manera habitual o natural. Los diversos ‘episodios’ en los que se dividen los relatos más que narrar hechos describen sensaciones, impresiones o subjetividades, configurando un estado mental casi de alienación. Al menos eso es lo que me ha pasado a mí (decir que gracias a esa alienación he conseguido que mientras he estado leyendo este libro ha aumentado muchísimo mi producción de microcuentos para @loumbrio: es que casi cualquier cosa ‘fuera de lo normal’ con la que me topaba me daba pie a una microhistoria. Ya tengo una pequeña batería de tweets en la reserva para cuando no consiga inspirarme).

¿Qué he sacado en claro del libro? Aparte de las obsesiones del señor Ballard poco más. Admito que no soy un erudito capaz de sacarle disfrute a esta obra, ni me da para realizar un análisis profundo de un texto que admito no he podido comprender. Aun así he podido encontrar algunas imágenes preciosas, impresionantes, como por ejemplo el uso de la superficie de Enneper como metáfora sexual. La lectura del libro mejora mucho si tienes a mano material de referencia, como por ejemplo una enciclopedia, para descubrir el qué y el quién de muchas de las referencias que aparecen el texto.

Una vez acabado tendría que ponerle una nota, como al resto de libros que leo, pero para este esa tarea se me hace muy complicada. Si tuviera en cuenta las veces que he tenido que levantar la cabeza del texto agotado por la lectura le pondría un 2, poco más; pero si me fijara en la fuerza y efectividad alienante de alguno de los pasajes debería otorgarle un 10. ¿Qué hago? Se trata de un libro tan extraño y personal que me atrae y me repele. Lo valoro con un 6, si bien seguro que si me preguntan cien veces podría darle cien notas distintas, dependiendo del punto de vista desde el que le recuerde.

Adiós.