Hola, culebras.
No sé si este es el tercer o cuarto libro de Dick que leo. A ver, hagamos memoria: Sivainvi (una rayadura sin pies ni cabeza, fruto de las drogas), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (muy inferior a la película), Clanes de la luna alfana (un ‘psché’ descomunal), La penúltima realidad (una obra menor)… creo que ya. ¿Todavía me queda lo mejor por leer? Pues puede que sí, pero el resultado de este El hombre en el castillo no ayuda lo que dice mucho a tomar entre manos otra novela suya. Supongo que si regreso a Dick será para atacar a sus relatos.
Pero vamos a lo que vamos: El hombre en el castillo.
Desde el primer momento (y de eso han pasado años) sabía que se trataba de una ucronía. Pero conociendo al autor me imaginaba una serie de aventurillas más o menos lisérgicas en las que la realidad (o la percepción de la misma) apareciera distorsionada por x razones.
Pero mira por donde no es así. O al menos no del todo.
El libro sí que cuenta con sus pasajes lisérgicos, sobre todo con la putísima mierda del I Ching. Sí, digo ‘putísima mierda’ (sic) porque me repateaba cada vez que aparecía, el ver a gente (personajes) dejando sus acciones al albedrío de algo tan irracional como un puto horóscopo. Lo siento, pero detesto sobremanera esas estupideces, y más si veo que parte del comportamiento de unos individuos (aunque sólo se trata de personajes de papel) dependa de ellas. Llamadlo odio irracional. Lo admito. Y lo digo como alguien que en mi preadolescencia ha usado el I Ching. Hasta que, al cabo de poco tiempo, vi el soberano sinsentido de ello.
Luego el libro tiene su par de ‘momentos Dick’, idas de olla marca de la casa (como por ejemplo la asociación y deriva de ideas de del señor Tagomi en el parque) sin las que la obra no acabaría de pertenecer al autor. Pero esas idas de olla por fortuna no ocupan mucho en el libro, quedando… ¿qué queda?
El punto fuerte del libro para mí está en presentar la vida de esos EE.UU. conquistados y divididos desde los puntos de vista de simples civiles, tanto ‘aborígenes’ como invasores. Dick enfrenta las tres culturas (japonesa, alemana y norteamericana) a la situación sociopolítica del país, desde las altas esferas hasta la más real de a pie. Se ve a los personajes como gente más o menos normal y que se enfrenta a esa situación en gran medida chocante: la de una país que desde la 1ª Guerra Mundial había intentado avanzar hacia una primera división política y económica, que luego era golpeado por la depresión del 29 y que ante la presumible gloria de vencer en la 2º Guerra Mundial se ve humillado e invadido por sus enemigos. El Gran Sueño Americano arruinado por los poco menos que esquizoides Fritz y los hieráticos y despectivos Katos. De los pringados Benitos mejor ni hablar.
Sí, en la obra hay un poco de intriga, tanto política como un poco más ‘gruesa’, pero lo que de verdad me gustado ha sido cómo evoluciona Childan, o la manera de humillarse y hundirse de los socios Frink y McCarthy, o la fortaleza de Juliana, comparable a la interior de Tagomi. Incluso la del matrimonio japonés, sobre todo el marido (un ejemplo de ‘fintas en las fintas de las fintas’). A la porra las tramas de aventuras y vivan las miserias de los personajes.
El auténtico hombre del castillo al que se refiere el libro, como no podía ser de otra manera, encarna al propio Dick. Mira que es previsible a veces este tío. Dicho personaje de nuevo queda arruinado por la importancia que en él posee el I Ching. Tanto es así que, al menos en mi caso, tira por tierra toda la novela de La langosta se ha posado. A ver, meter que el escritor tuviera acceso a la realidad alternativa que plantea en la novela a través de puertas/visiones/marcianos/inspiración–divina es una cosa, muy diferente a la que luego narra, que hace de la novela–dentro–de–novela una realidad poco menos que espuria.
Aparte de la obra como tal, debo hablar de la edición. Yo tengo una de Minotauro, más o menos reciente. Y resalto reciente. ¿Por qué? Pues por la cantidad de erratas y texto mal traducido: da la impresión de que la traducción inicial de Figueroa (1974) la han dejado tal cual se hizo entonces, sin corregir los defectos tanto de fondo como de forma. ¿Para eso han pasado casi treinta años, para que nadie se preocupe de revisar los errores? A ver, que ha habido numerosas reediciones desde la inicial como para que se solventes los defectos. Joder, que me parece muy triste que ni un clásico como éste se libre de la despreocupación editorial. Por favor, un respeto a los lectores (y al autor, aunque esté muerto) y corrijan los defectos de la traducción. A ver si para la edición del 60 aniversario…
Pero pese a todo, con sus pros y sus contras, el libro se lleva un 6. Espero que con los cuentos –que algún día leeré– la cosa mejore.
Saludos.