Tengo que admitir que de este hombre sólo conozco (y me parece sobervio) el artículo ‘Emperador de todas las cosas’ (en muchos sitios, por ejemplo en Tau Cero). Aparte de esto nada más. Nada. Y desde hace años llevo oyendo hablar muy bien de él, así que en un pequeño trabajo de arqueología casera desempolvé este libro de entre las decenas de ejemplares de la pila -el único que tengo por ahora de él- y empecé a leerlo.¿Qué me encontré en La canción de las estrellas? Exactamente lo que me temía: una historia jipi, pero completamente jipi, con sus toques de sexo libre, drogas, conciencia ecológica, contracultura y demás basuras muy de la época de cuando lo escribió Spinrad (siempre he pensado que la new age en gran parte se reduce a basura y pérdida de tiempo). Sí, todo el libro es de pura coña, una crítica no sólo a la sociedad humana en general, sino incluso a los valores propios valores jipis, mostrados como falsos y maniqueos. Pero ahora, treinta años después, cuando ya toda esa filosofía ha quedado totalmente trasnochada, uno no puede evitar sonreír y pasar página tras página ante lo que se lee en ellas. Vamos, que ha envejecido muy mal, si es que en algún momento en autor se preocupó en que la obra no envejeciera. El planteamiento social de los protagonistas es tan irreal que pasma (todos muy jipis, aceptando la palabra de un mindundi que hace de juez, y además juez drogado), y sólo llegué a identificarme, y poco, precisamente con los malos, los patéticos exiliados ‘negros’.
La lectura se hace amena, cosa que se agradece, pero cuando uno acaba no puede evitar decir eso de ‘¿Siguiente?’.
En definitiva, La canción de las estrellas no es más que literatura de metro… Habrá que esperar a leer otro libro de Spinrad, a ver si se redime de este pequeño pecado jipioso (y que conste, si es que importa, que no soy el único que piensa así).