Hola, ofidios.
Sigo leyendo de vez en cuando lo poco que tengo de la Saga de Marte de R. Burroughs. Sé que en La Pila he hablado de ‘el año de las sagas’: cuando George R. R. Martin publique su último libro de Canción de Hielo y Fuego me los leeré todos de una tacada (hasta ahora sólo he leído el primero, que me gustó más por lo que deja entrever del futuro que por lo que contaba por sí mismo). Ese año, una vez acabada de leer la saga de Martin, seguiré con otras que tengo empezadas y no acabadas (o ni siquiera empezadas), como la de La Torre Oscura, Mundo Anillo o el Marte Tricolor, por decir tres.
Pero de ese atracón de sagas he decidido sacar adrede la Saga de Marte de R. Burroughs y la de los Dorsay de Dickson, dado que lo leído hasta ahora ni me gusta ni tiene formato real de saga, sino de simples libros independientes dentro de un universo compartido.
A lo que iba, que me disperso: ¿qué me he encontrado en El ajedrez viviente de Marte? Pues por desgracia más de lo mismo: damiselas en apuros que son salvadas en todo momento por el héroe de turno; acontecimientos que se encadenan con demasiada perfección (los episodios iniciales son claro ejemplo de esto: dos personas se pierden de manera independiente pero, de manera ‘casual’ acaban encontrándose en el mismo lugar, en el preciso momento, y en las circunstancias más propicias para que… bueno, eso, todo metido a piñón). Mención aparte de que en cada libro aparecen más y más razas marcianas. Al final el ‘moribundo’ planeta va a tener más variedad y estar más lleno que la propia Tierra.
En este libro de nuevo parece que nos vemos envueltos en una trama de cartón piedra, con decorados que (aun descritos por de manera tan adjetivada y ampulosa) no dejan de quedar poco menos vacíos y sin sentido. Los protagonistas parecen a veces gilipollas (tanto los buenos como los malos), impresión reforzada por esa manera de hablar tan arcaica y exagerada, por completo increíble: quedé harto de leer lo de ‘Tara de Helium’, así, tal cual, cada dos por tres. Y eso por no acabar menos loco o cansado de la cansina ambivalencia del autor al hablar de un mismo personaje: refiriéndose a Gahan, tan pronto habla de él con ese nombre, como el Jed de Gathol, como cambia para llamarle Turan el panthan. Por no hablar del pobre Ghek, importantísimo en la trama pero directamente borrado del mapa (u olvidado por el autor) de mitad del libro en adelante.
Una pena que R. Burroughs demuestre comportarse en estos libros como un simple mercenario que llena más y más páginas con apenas cuidado en cuanto a trabajo de la trama, personajes y estructura del libro, ni de pasorespeto de paso hacia el lector, al que debe tomar por gilipollas o retrasado. Me pregunto si en su tiempo alguien encontró los mismos defectos que yo veo… y cómo algo tan chapucero y lineal llegó a tener el éxito que tuvo.
Con todo y por todo, dado que supone poco o nada de esfuerzo del autor por innovar en la saga, se lleva un 4.
Adiós.