Archivo diario: 23/07/2013

Robert Silverberg – La torre de cristal

Hola, culebrillas.

Robert Silverberg - La torre de cristal

Robert Silverberg – La torre de cristal

De nuevo me toca leer algo de Silverberg, un autor que por ahora me ha demostrado que puede escribir maravillas como la saga de Majipur, o bodrios como El mundo interior. El libro que he leído en esta ocasión, La torre de cristal, tiende más a la segunda categoría pero sin sumergirse demasiado en ella.

En apariencia el libro gira en torno a la construcción de una torre ‘de cristal’, un dispositivo que se supone se comunicará mediante haces de taquiones con otra civilización situada en un estrella a trescientos años luz de distancia. Y es que la humanidad ha recibido un críptico mensaje enviado a través de ondas de radio y  otras frecuencias del espectro de la luz. Aquí el libro ya empieza a hacer aguas: ¿responder a una emisión infralumínica con una supralumínica? En un diminuto párrafo de la novela se intenta justificar esa aberración, como que los taquiones reaccionan con la atmósfera del destino o algo así. Partículas de masa negativa interactuando con otras masa positiva… Porque si no obligaría a algo casi aún más enrevesado: presuponer que el receptor va a desarrollar un sistema de escucha especial (a base de taquiones) cuando hasta ahora sólo ha usado el ‘rudimentario’ espectro lumínico. Vamos, como si alguien te llama la atención desde la lejanía con señales visuales con las manos y a ti se te ocurre responderle con construyendo una radio y respondiendo con ella, porque claro, mientras tú la construyes él la inventa y crea el receptor asociado.

Ahí tenemos el primer fallo del libro. Si toda su redacción se centrara en la construcción del sistema de respuesta supondría un despropósito absoluto. Vamos, en cierta medida como en El texto de Hércules, aunque hablaré de ello más adelante. Pero por fortuna el libro no se centra en ello: por el contrario despliega una vertiente menos hard y más social. En el libro se describe una sociedad humana futura en la que se ha llegado a un ideal de sosiego y la prosperidad sociales, en parte gracias a un sistema de teletransporte y a la aparición de unos ‘humanos de segunda’, de diseño de laboratorio, que hacen todos los trabajos desagradables y especializados. El autor los denomina androides: a casi todos los efectos seres humanos, pero optimizados, de piel rojiza, estériles y considerados por la humanidad como meros objetos, propiedades. Ahí, en ese conflicto acerca de qué es humano y que no, radica el nudo del libro. ¿Qué diferencia a un humano nacido de uno construido, cuando ambos sienten, padecen, sueñan en incluso creen en dioses? Un estudio de la esclavitud y de los conflictos que la aparición de movimientos abolicionistas genera en el seno de una sociedad futurista pero dependiente del esclavismo. También se da un pequeño repaso, por decirlo de una manera, al concepto del germen de lo religioso, del misticismo. En eso tengo que admitir me ha gustado esa visión de la religión como ‘cosa’ creada de manera sistemática y planificada: se ve que tras las religiones hay todo un artificio inventado por sacerdotes más o menos bienintencionados, más o menos ingenuos, y mucho más que menos ciegos y sectarios. Sectarios hasta el punto de… mejor me callo.

El libro ha envejecido mal en lo relativo a las dimensiones ‘mastodónticas’ de edificios civiles: ahora mismo, inicios del s. XXI, sólo hay que ver al Burj Khalifa para comprobar que si ahora pueden llegar a alturas de más de ochocientos metros, ¿a cuáles no llegarán dentro de dos siglos?

Un defecto que se me hace enorme es la aparente Inexistencia de un gobierno global real, un poder político que actúe de manera directa en la construcción de la torre. A ver, que el amigo Krug no está construyendo un castillito en sus terrenos, sino la antena que servirá de presentación de los terrestres ante una civilización extraterrestre. ¿Qué pasa, que un millonario egocéntrico se va a convertir sólo a golpe de talonario en el embajador de todo el planeta? ¿El poder político del planeta no tiene nada que decir en todo eso? La aparición de una segunda máquina en Contacto, construida a través de la iniciativa privada de otro millonario excéntrico, en la novela de Sagan aparece bien justificada: una última carta ante el desastre que la religión (la jodida religión) provoca en la construcción civil fruto de la cooperación de todos los gobiernos del mundo. En La torre de cristal todo se reduce al poder del dinero de un tío: un ejemplo de liberalismo extremo, despiadado y desproporcionado.

Un nuevo fallo, que casi roza el colmo del ridículo, lo tenemos en que la señal parece que sólo la recibe el amigote de Krug. ¿Ningún otro observatorio, ningún radioaficionado la capta? ¡Por favor! Ese enorme fallo ya tiró por tierra un texto muy posterior en cuanto a fecha de edición: El texto de Hércules.

Para acabar la reseña, y son querer destripar el final, debo decir que me entró una duda: han leído La torre de cristal D. Simmons (La caída de Hyperion) y Aguilera&Redal (Mundos en el abismo). Porque veo semejanzas. Algo ligeras, sí, pero semejanzas al fin y al cabo.

La nota final que le otorgo al libro, por su tratamiento de la realidad del hombre, la esclavitud y la religión, llega a un seis.

Adiós.

P.D.: Lo de meter la foto del libro me lo ha sugerido un buen amigo, Guille. Y la verdad es que así está mejor la cosa. ¡Gracias, Guille!