Hola, ofidios.
Esta reseña la voy a empezar a redactar cuando todavía me queda más de un tercio para acabar el libro. No suelo hacer algo así, pero es que con lo leído hasta ahora lo tengo bastante claro, el menos para escribir el grueso de la reseña. Esperaré a acabarlo para rematar la faena, esperando una sorpresa que me haga cambiar de opinión. Aunque lo dudo.
¿Qué hay en este De Madrid al zielo de Alfonso Zamora Llorente (así, con dos apellidos) que me haga adelantar la reseña? En pocas palabras: la lectura se está volviendo poco menos que una tortura. Y esta vez no por culpa del autor (o al menos de una forma directa) sino de la labor inexistente, o vergonzante (o ambas cosas), de Roció Arroca. ¿Quién es esta mujer que no aparece como la autora pero que recibe estas cariñosas palabras mías? Pues la que en los datos editoriales aparece como correctora.
Pero antes de arremeter contra ella vayamos por partes.
De Madrid al zielo es el segundo libro español de temática Z que leo. Del primero guardo un infausto recuerdo, pero… aquí viene el ‘pero’: ese libro, aun con sus enormes carencias, pertenece al tan actual fenómeno de la autoedición. Hay que situarse dentro de lo que supone la autoedición: una sola persona se ha currado, con sus más o menos limitados conocimientos, una novela; ha escrito, maquetado y lanzado el texto al mar de la edición digital; se supone que no ha tenido a nadie con él que le guiara, le corrigiera y le orientara. Sí, al final quedó una auténtica chapuza de libro, pero olé sus huevos: el señor Arnaldos lo ha intentado él solito. Sólo por ese pundonor ya se merece una migaja de admiración.
Pero en De Madrid al zielo nos encontramos con algo muy diferente. La base apenas difiere respecto de Crónicas zombi: Preludios y orígenes: al igual que el señor Arnaldos, el autor de De Madrid al zielo (Alfonso Zamora) empezó con esa maravilla tan democrática y accesible llamada blog. Al parecer en ese formato empezó el embrión de la historia, pese a que (leyendo lo leído) el señor Zamora no tuviera ni la menos idea de escribir. Pero ahí acaban los paralelismos entre De Madrid al zielo y Crónicas zombi: Preludios y orígenes. De quedarnos ahí hubiera recibido una reseña similar. El autor se llevaría una serie de collejas por su pésima (por no decir nula) calidad literaria y acabaría con un ‘ánimo, a mejorar y ya veremos qué tal la siguiente’.
Pero no. De Madrid al zielo llega a mis manos editada por una editorial con bastante fondo bibliográfico, Dolmen. Más aún, en el libro aparece nombrada Roció Arroca como correctora. Tengo la manía, puede que mala, de empezar a leerme un libro por la primera página, esa que tiene lo del ISBN y demás gaitas. Así que al encontrarme con la señora Arroca me dije ‘oye, un libro que va a estar, al menos en cuanto a la forma, bien redactado’. Craso error. Por decirlo en pocas palabras: la redacción, casi de cabo a rabos, es un absoluto despropósito.
De entrada decir que me asusta ver que un texto escrito en el mismo idioma de la edición necesite la presencia de un corrector. ¿Qué tipo de horror ha llegado a la editorial para que deba contratar a un corrector y como tal acreditarlo en la edición? A ver, que no hablamos de una traducción de ruso predinástico, sino de un texto escrito hace menos de cuatro años en español, le mismo idioma con el que lo leo. ¿Tan mal estaba la redacción inicial para necesitar ese tipo de ayuda? Eso de entrada me habla muy mal del señor Zamora: ¿sabe escribir dos líneas seguidas sin que requiera que alguien le ayude? ¿Qué maravilla de trama y personajes ha creado para que un editor asuma el sobrecoste de un corrector a la hora de sacar a la luz ese texto? Sin duda debe de tratarse de el libro de este género, la joya máxima.
Por eso exijo que lo que voy a leer tanga buena calidad tanto en el fondo (esa maravilla que implica sobrecostes) como en la forma (ha habido un profesional del estilo repasando ese aspecto del texto).
Vamos, que no me sirve que el señor Zamora no tenga ni idea de escribir, que no acierte a poner bien una sola frase (cosa que demuestra al no saber ver errores de concordancia y de ‘mala elección de palabras’ como el que le puse en el twitter): para eso está la señora Arroca, para pulir todos esos errores.
Pero ¿qué ha hecho esa mujer cuando me encuentro una sintaxis execrable, poco menos que de párvulo? Mis ojos sangran al leer algunas frases. Me estoy viendo obligado a ‘repuntuar’ mentalmente todo cuanto leo: colocar/eliminar/añadir los signos de puntuación de la correcta manera para tratar de sacar el significado que creo que quiere trasmitir el autor.
¿Ha usado la señora Arroca el famoso método de leer en voz alta lo que escribe? ¿Sabe que todo signo de puntuación lleva asociada no sólo una pausa en la lectura sino una respiración, e incluso pueden suponer un cambio de entonación? ¿Conoce el uso y utilidad de los signos de puntuación… o se ha limitado a sembrarlos por el texto esperando que se coloquen solos tras un tiempo al barbecho?
Leyendo (o mejor dicho sufriendo) el libro veo que no, que la señora Arroca no tiene ni la más remota idea de dónde hay que poner un punto, una coma, un punto y coma, unos paréntesis… Si no fuera responsabilidad de ella, o de su jefe, le regalaría un manual de estilo, o al menos algo en plan ‘Las 500 dudas más frecuentes del español’. Coño, o aunque sea el interesante Mientras escribo de King: supongo –quiero pensar– que podría sacar algo de esa lectura.
En serio: me ofende que en un texto alguien aparezca como ‘corrector’ y aun así me encuentre con este absoluto despropósito. Si al menos se tratase del texto tal cual del autor, en plan autoedición…
A eso hay que añadir el abuso de los verbos comodín como ‘ser’ y ‘estar’. Con la riqueza y colorido de verbos que tenemos en nuestro idioma, verbos que permiten jugar con el lenguaje de una manera precisa y muy visual, el abuso con el ‘ser’ y ‘estar’ hace que el texto se arrastre con excesiva torpeza. Parece que el redactor apenas sabe desenvolverse más allá de las ¿mil? palabras del español cotidiano.
Otro detalle que resulta en extremo cansino lo tenemos en que el texto está sembrado de verbos modales del tipo –mente. A ver, que no sólo yo lo digo. El propio Stephen King (un don nadie) recalca que hay que huir de ellos como de le quema, que esos adverbios matan las descripciones y el ritmo. Yo, al leer la manera en que a veces se encadenan dichos adverbios, noto como mis tripas se revuelven. De verdad: todo adverbio oculta dentro de sí una descripción, sólo hay que saberlas desenterrar del texto. A continuación me había currado un ejemplo de ello, pero no me voy a poner a pontificar, máxime cuando jamás me han publicado nada de manera seria.
¡Oye, que está narrado en primera persona, y la gente habla con adverbios modales cada dos por tres y con un lenguaje sencillo! Eso me lo puede decir alguien como respuesta a esa crítica. Y sí, vale: el libro está en su gran mayoría narrado en primera persona, en la del protagonista. Pero eso no es un ‘vale todo’. Aquí debo volver a decir que ese estilo en primera persona ya me empieza a apestar: lo veo como un escudo tras el que se esconde el ‘escritor’ carente un mínimo manejo del idioma. ‘Como la historia la narra alguien normal uso lenguaje normal, o incluso analfabeto. Se me entiende lo que digo, ¿no? Pos fale’. Ea. Me calzo las botas de una persona con una cultura reducida y hago de la mediocridad en el lenguaje el vehículo para narrar cualquier cosa. Y me quedo tan ancho. Lo dicho: hay autores que en sus obras enarbolan, casi con orgullo, su reducido manejo del idioma. Y lo peor: editores que lo permiten. Mucho me temo que en este reducto del subgénero Z hay mucho, o demasiado, de esto.
Pero sigamos con la señora Arroca. Su nula y al mismo tiempo nefasta labor revela la casi sin lugar a dudas horrible redacción del señor Zamora. Porque si corregido está así de mal no me quiero ni imaginar cómo estaría el original. La señora Arroca le ha dejado al pobre con el culo al aire, le ha traicionado, vendido, apuñalado. Bueno, la señora Arroca y de paso el editor. Ya me habían hablado mal de las ediciones Z de Dolmen (sobre todo en el sentido de publicar textos con muy baja calidad literaria), pero hasta ahora no lo había padecido en propias carnes. De verdad, me horripila lo leído (hablando sólo del estilo, de la forma). Tras ello no tengo ninguna gana de leer nada más de la serie Z de Dolmen. Ni corregido ni sin corregir. Lo dicho, como alguien que creo que tengo una cultura literaria mínima y un nivel de exigencia acorde a ésta, como alguien que intenta redactar siempre de una manera por lo menos ajustada a la norma y con propiedad (cuidando en transmitir bien lo que quiero transmitir), me ofende que alguien ‘profesional’ edite semejante despropósito y pretenda que la gente pague por ello. Menos mal que el libro me lo han dejado: me hubiera dolido descubrir que mi muy escaso dinero acaba tirado a la basura con esta compra.
Y eso sólo hablando de lo relativo a la forma.
Ante dije que, en vista de que le editor se ha gastado el dinero de un corrector, la historia debía merecer ese sobreesfuerzo. Pero por desagracia no es así: el fondo queda acorde con la forma. Y en esto la culpa entera ya recae en el señor Zamora. En la obra se encadenan escenas tópicas, una tras otra. Como ávido consumidor del cine del genero zombi todo lo que leo lo he visto una y mil veces, cambiando algunos detalles, en la pantalla. Bien, desde hace décadas sé que ese subgénero está tan limitado que, aparte del divertimento fácil del cine (y ello con el cerebro apagado), me resulta muy difícil de encontrar en él sorpresa o emoción genuina. Ese campo, el de sudar y de verdad sentir la asfixia de un estallido viral, lo dejo para cosas tan entretenidas como los juegos de mesa (ese maravilloso Zombies!!!!!) o los videojuegos.
Pero no en el texto. O al menos no según lo poco que ha llegado a mis manos.
La sucesión de tópicos de De Madrid al zielo está acompañada de más defectos. Desde los tontos (como decir que en Madrid, en enero, a las siete ya ha amanecido) hasta los de más peso (la muy torpe descripción del estallido: resulta del todo increíble, por infantil, la manera en que reaccionan los organismos oficiales). El autor acude al recurso fácil de encontrarse todo infestado de zombis, sin aprovechar la oportunidad de tener a testigos viviendo cerca de una supuesta zona caliente para describir de primera mano el estallido. Supongo que eso habría supuesto meterse en camisa de once varas: mucho más cómodo introducir un par de mensajes oficiales y ¡tachán! todo lleno de zombis.
Entre medias, antes del estallido y luego después, la cosa empieza a apestar a poderes psi. A ver, lo admito: en el tema de los zombis me considero muy, pero que muy tradicional. Y no me refiero a que sólo me gustan los lentos, no. Disfruté como un enano con la versión de Zack Snyder de El amanecer de los muertos, o con 28 días después (la de 28 semanas después sin embargo me parece una absoluta basura). No me refiero a eso, sino a que si estamos con muertos redivivos no estamos ante Jean Grey, Charles Xavier y el resto de patrullosos. Vamos, que tolero regulín a Alice (Resident Evil), y esto me apesta a que algo similar va a pasar.
El tratamiento infantil de la situación se propaga a los diálogos, a las escenas, a las situaciones, a la manera de reaccionar los personajes. Estos chirrían en múltiples niveles: en general todos son bastante planos (algo provocado por la acción que no cesa, que no da tiempo a recapacitar o a profundizar), y algunos de ellos poco menos que infantiles o melodramáticos (por no hablar de veletas). Los diálogos tampoco deslumbran, sobre todo cuando los personajes lanzan discursos artificiales que no se sabe bien a que vienen. Bueno, sí se sabe: si estuviéramos ante un texto decimonónico sí que tendrían sentido; con una persona sencilla del siglo XXI no.
A continuación pongo algunos simples ejemplos de cositas que me han chirriado.
- El policía que no se presenta como tal a los militares. Incluso parece que se escuda y esconde tras su familia. Entendámonos: esa reacción es 100% lícita y comprensible. Pero de igual manera el autor debería, aunque sea con unos comentarios de refilón, dejar un poco clara la actitud del policía; más aún cuando se encuentra con un destacamento militar y no oculta su adiestramiento. ¿Acaso el jefe del destacamento, al comprobar ese manejo de las armas, no tiene con él ninguna palabra para saber el origen de esa destreza? ¿No le pide que se una a la fuerza? Si el poli se niega, ¿no se dice el por qué ni su motivación? Además de que como policía, más allá de trompos con el coche y mala leche, demuestra ser bastante poco previsor: en vista de lo que se avecina no tiene las luces como para acaparar munición y armas, aunque eso implique robarlas de la comisaría. A ver: los maderos que conozco ya acaparan en casa (en su armero privado) munición y armas. Y éste, consciente de lo que va a caer, no lo hace. Tonto no; lo siguiente.
- El protagonista que habla de sus compañeros de trabajo pero no describe lo que hace. En un momento dado habla de que ‘en el instituto estudio algo de radio’. ¿Es teleco o qué? Aparte de que se nota que es una proyección del autor, un ‘tío guay que está en todo, es súper bueno, un idealista, un mediador y se apunta a todo porque él lo vale’.
- Tenemos mujer–de, novia–de, amigos–de… y para todos ellos se puede decir que no hay nada de descripciones de trasfondo. El nombre, su trabajo y poco más. Como si se trataran de simples adornos de fondo. Incluso cuando intenta describir a uno se equivoca. Lorena aparece en las primeras páginas como una mujer atractiva de la que destaca su vestido de negro; en las páginas centrales de repente se dice que siempre ‘lleva algo rosa de Hello Kitty’. Si siempre lleva algo de Hello Kitty ¿por qué no se describe algo de esa marca la vez que entra en el bar?
- El único en el que se profundiza un poco con respecto a su trabajo (y por necesidades de argumento), el periodista, muere a las primeras de cambio. Vamos, que desaprovecha lo ya escrito.
Creo que al señor Zamora le hace falta leer mucho, pero mucho, a autores que hagan un buen tratamiento de los personajes (por ejemplo Stephen King) y descubrir cómo enriquecerlos.
Un detalle que se me ha hecho confuso en la parte media de la novela: el paso del tiempo. En un momento dado parece que tenemos a ‘los militares’ viviendo los acontecimientos un mes pasado el estallido, y por otro lado a ‘los civiles’ pasada apenas una semana desde ese momento. Cuando las dos líneas de acción se juntan uno descubre, o cree entender, que ese mes de los militares contaba desde mucho antes que el estallido tal cual conocido por los civiles. En el resto de la novela el tiempo va a trompicones, usando mucho la elipsis. Admito que ese recurso, sobre todo en situaciones o ambientes de stress, cada vez lo veo más inadecuado. Ese tipo de situaciones creo que requieren un tratamiento lineal, como por ejemplo el de La cúpula.
Otra nimiedad pero que sigo sin entender. ¿Por qué en este tipo de historias se evita usar la palabra ‘zombi’ para describir a los bichejos? ¿Escuece reconocer que se trata de eso o qué?
La ambientación, así como las descripciones, apenas existen. Todo se basa en que el lector conozca Madrid y los sitios mentados. Si no está del todo perdido. No hay el menor esfuerzo por crear atmósfera o tensión ambiental, salvo el hecho de acumular más y más zombis a la vista. Me viene a la cabeza, y se confirma un poco más, que este tipo de novela Z patria sólo sabe jugar con lo cercano, usando los escenarios locales como guiños de complicidad con el lector. Supongo que los madrileños, y vallecanos, puedan disfrutar con la mención a las calles y edificios; el resto de lectores de fuera de Madrid… pues lo dudo. Me dan ganas de perpetrar una novela similar pero ambientándola en Santander y así tentar a mis antiguos vecinos. Pero no, no voy a usar ese ardid tan fácil: me conozco y de hacerlo no podría evitar ‘perder el tiempo’ tejiendo atmósferas, dibujando personajes, intentando crear giros de guion y sorpresas. Vamos, todo lo que se ve que no aprecia o exige el editor (¿y el lector medio?) de estos pastiches olvidables. Aparte, dejé de escribir ficción hace años.
Que me disperso.
Ahora voy a hacer un comentario más personal que nada, y con el que espero no ofender al autor, pero es lo que he sentido a lo largo de la lectura. Creo entender que la novela se trata de una especie de enorme masturbación del señor Zamora. Lo digo por la manera de idealizar al personaje protagonista, que además se llama como el autor, Alfonso. Creo que le hubiera gustado vivir, si no todo, gran parte de lo descrito (entiendo que no le desea pegarle un tiro en la cabeza a su padre, por ejemplo). Pero me da esa impresión: ‘me lo paso bomba porque escribo lo que quisiera hacer y de la forma en que lo quisiera hacer’. Bien por él. Además va y le publican el texto, y con éxito (como al parecer ha sucedido). El hombre debe estar retorciéndose de orgasmo en orgasmo. En eso sólo puedo decirle eso de ‘olé por él’.
Aunque para un lector algo exigente leer la novela suponga una tortura.
Espero que, visto lo visto en cuanto a subgénero Z patrio, las dos compilaciones de cuentos que tengo en la pila (todas ellas de autores extranjeros) suban el nivel. La verdad, mejorar lo presente no debería costar mucho. Otra cosa distinta es que me logren sorprender: habrá que verlo, o mejor dicho leerlo.
Este De Madrid al zielo de Alfonso Zamora se lleva un muy benigno 4. Sólo para obsesos acérrimos de los pastiches Z.
PD: si ocurre lo mismo que con Crónicas zombi: Preludios y orígenes tras esta reseña alguno se ofenderá, puede que incluso el señor Alfonso Zamora o la propia Roció Arroca. Que se ofenda quien quiera: por ahora vivimos en un país libre. Pero si se indigna que piense para llegar a la lectura del libro alguien lo ha pagado, alguien que tras soltar su dinero se encuentra con eso. A ver, con sinceridad: ¿el libro posee tanta calidad como lo que cuesta? Pagar un libro le supone al español medio gastarse un importante porcentaje de sueldo. Al realizar ese esfuerzo el lector puede (y creo que debe) exigir un mínimo nivel de seriedad, sobre todo por parte del editor, que al fin y al cabo es el filtro principal. Un lector que paga debe recibir a cambio una contraprestación en forma de calidad. No todo vale, señores de Dolmen.
No todo vale.
Fin de la primera parte
Segunda parte
Ya está, la jodió: página doscientos noventa de mi edición. No tiró el libro a una esquina porque no soy de esos (intento leerme todo, incluso lo más infumable, hasta el final). No son poderes psi, no, sino algo peor. Tócate los cojones. ¿Y esto es una novela 100% romeriana, Alejandro Castroguer, con angelitos y demonios? He visionado todo el catálogo Z de Romero y no recuerdo nada similar. Pero bueno, esto es pura opinión personal. En el tema de los zombis considero que él subgénero no necesita semejantes idas de olla.
En lo que me quedaba de leer después de escribir la primera parte de la reseña la novela le lanzó directa hacia un final del todo previsible: no sólo porque la ‘solución’ que propone el militarucho no tiene ni pies ni cabeza, sino porque el propio autor (en un autospoiler) lo adelanta. De esa manera te tiras varias decenas de páginas sabiendo lo que va a suceder y a la espera de que haya algo más que te sorprenda. La ‘batalla’ final, como todo el resto del libro, aparece descrita con una torpeza de niño de primaria, salpicada expresiones no sólo simplonas sino a veces incluso de mala sonoridad: la repetición de palabras, muestra de la falta de vocabulario, produce cacofonías que al menos a mí se me hacen molestas.
El colofón a todo esto lo tenemos en una escena final, arrancada de la línea temporal, que no aporta nada de nada. Debería haber dejado al periodista allí donde lo dejó, o como mucho haber sembrado algunas pistas de su destino cuando tuvo la oportunidad. Pero no ese último episodio anecdótico y que sólo se puede calificar como pura paja.
Para mi sorpresa la auténtica escena de terror, el clímax de la obra, llega en los agradecimientos. Pero antes de entrar a describir ese horror quiero hacer un pequeño inciso: esa sección de agradecimientos me ha confirmado el carácter onanista del libro. La correspondencia de los nombres y filias de los personajes con la familia del autor roza lo morboso. Ese carácter morboso resalta en la figura del padre, al cual nombra en los agradecimientos tan de soslayo que a saber si el encuentro literario relatado en la novela no tiene algo, o mucho, de deseo subconsciente. Si yo fuera su padre no dormiría tranquilo.
Ahora sí que entro a lo que de verdad interesa de los agradecimientos. Me asusta (y mucho, al extremo de casi sentir horror) la cantidad de manos por las que ha pasado el manuscrito antes de llegar a la edición final impresa. Entre toda esa gente ¿nadie ha podido identificar los enormes y sangrantes defectos del texto? ¿Tan bajo ha caído el nivel lector (o de exigencia) de los españoles como para que den por buena semejante aberración de texto? Si yo hubiera presentado algo así en mis tiempos de E.G.B. mis profesores de lengua me lo hubieran arrojado a la cabeza con un cero bien gordo rotulado.
Para mayor horror descubro que se supone que el libro, más allá de Roció Arroca, ha pasado por un segundo corrector, Fernando Martínez Gimeno. Según dice el señor Zamora se trata de toda una eminencia. Una eminencia que, visto el resultado (esa sintaxis deplorable), debe haber puesto el cazo y nada más.
Señor Zamora, en serio (y se lo digo con todo el respeto hacia alguien que realiza el esfuerzo de escribir las cerca de 120.000 palabras de que consta De Madrid al zielo): cambie de agente, de editor, de correctores… no le diré que cambie de familia pero sí que no use su veredicto como algo vinculante a la hora de valorar la redacción. Todos ellos, en una medida u otra, le han traicionado permitiendo que esta novela tan deficiente salga a la luz en este estado. O si algún día la saldan compre todos y cada uno de los ejemplares de la edición y escóndala. Tiene tiempo para mejorar en cuanto a redacción, vocabulario y sintaxis, así como desarrollo de tramas y personajes.
Un saludo.
Nota 11/11/2014: Le dejé el libro a un amigo, muy aficionado a la lectura y vallecano para más señas. No pudo superar la página 50. Veo que hay más gente, personas que llevan leyendo años y años (saben diferenciar la morralla de la calidad), que comparte mis impresiones respecto al libro. No quiero dar a entender que necesito de este ‘apoyo’ para decir lo que digo, pero sí que me agrada saber que no soy una especie de bicho raro: a alguien más, un lector consumado, el libro le ha parecido infumable.
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