Archivo mensual: abril 2015

AA. VV. – Historias del dragón

Hola, ofidios.

No tengo ni idea de cómo llegó a mis estanterías este libro, pero sin duda no me lo compré. ¿Un regalo de alguien? Pues no lo sé, la verdad. Pero la cosa es que lo he agarrado.

Al parecer, si no me engaña eso del #FFF, se trata de una edición para el Festival Fantástico de Fuenlabrada.

Aclaración: sí, leyendo la nota final del libro me queda claro que es para ese festival, y entiendo que en su edición de 2013.

El relato ultracorto, microcuento, nanocuento o como que quiera decir es un estilo que, salvo para concursos (por eso de que se leen muy rápido, lo que facilita la selección de textos), en España casi ni existe. Si el cuento está desprestigiado frente a la novela, lo de estos apuntes narrativos ya roza lo subterráneo, quedando para fanzines y similar. Y pensar que uno de los grandes del microcuento se estudia (o se estudiaba en mis tiempos) en el instituto: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna no dejan de ser microhistorias de brevedad extrema. Este tipo de textos no dejan de poseer cierto parecido a otras microcreaciones que si no me equivoco en España todavía apenas se conocen: los haikus.

Como el intento de escritor que fui hace tiempo yo mismo he practicado todo eso, tanto la greguería como el microcuento y el haiku. Quizá con esa experiencia de que sé lo que supone esto de la microcreación (lograr que en un espacio ínfimo lograr no sólo enganchar al lector, sino llevarle por un camino concreto para, llegados a final, desconcertarle) he leído con mirada en especial crítica los cuentos de Historias del dragón.

AA.VV. - Historias del dragón

AA.VV. – Historias del dragón

Que la compilación esté presentada por Carlos Sisi se ajusta a un intento de darle tirón comercial al producto. Algo que en mi caso, y en aras de lo único que he leído de ese autor, poco éxito tiene. No voy a hacer que esa presentación lastre el contenido. Al fin y al cabo los 109 textos recopilados puede que tengan poco o nada que ver con Sisi.

Lo dicho, he leído los 109 textos con el ojo crítico del que se ha peleado (lápiz y papel en blanco) con este estilo de creación. Al empezar me puse una cifra como umbral de valoración: que un 10% del contenido tenga una calidad media–alta. Eso deja un 90% de falta de originalidad, mediocridad y morralla, siempre desde mi punto de vista.

No voy a hablar de lo malo: entre los nombres presentes en la compilación sin duda hay mucho aficionado o principiante. Ellos tienen por delante todo el tiempo del mundo para mejorar y madurar. Les animo a perseverar.

Pero debo resaltar los textos que a mi gusto más me han llamado la atención.

  1. ‘Inocencia’, de Joe Álamo, encaja poco más o menos en mi idea de lo que debe tener un microcuento standard: visual, directo, introduciendo al lector en una escena concreta con agilidad pero sin caer en lo simplón, y con un final que rompe la línea del cuerpo del texto.
  2. Con ‘Pléyone y Atlante’, de Helen C. Rogue, me da la impresión de que algo se me escapa. He tenido que navegar para descubrir la historia de los protagonistas. Me gusta eso de que se usen palabras o conceptos que con su mera mención ya aporten toda una historia. Aunque luego la mención final a la guerra en el Olimpo me descuadre. Y sin embargo me deja buen sabor de boca.
  3. ‘La niña perdida’, de Francisco García Jiménez, cuento dotado de un toque surrealista (en el sentido de lo macabro) que me ha gustado.
  4. ‘El extranjero’ (Daniel Garrido Castro) aparte de bien escrito posee un mensaje potente.
  5. ‘El milagro’ de Patricia Mejías, aunque entra un poco en el tópico tiene una idea e imagen de base potentes.
  6. Debo reconocer que me ha hecho gracia ‘Hombre y máquina’ (Salvattore Mon): tan humano como ridículo y real.
  7. Sabes que estás entrando en un juego del engaño, pero aun así sigues. Bien. Hablo de ‘La primera vez’, de Montse N. Ríos.
  8. De ‘La grieta’ (de Sergio Pérez-Corvo🙂 debo decir que siento cierta afinidad hacia él dado que relato posee un estilo muy similar al que yo usaba.
  9. ‘El último caminante’, de Aitziber Saldias, con una mejor redacción–puntuación (el texto más repartido en párrafos, por ejemplo) entraría entre los mejores del libro. Bueno, de hecho al aparecer en esta lista ya está entre ellos.
  10. Respecto a ‘Guerrero de Marte’, de Ramón Dan Miguel Coca, sólo puedo decir que esa tontería (por inocente y juvenil) me ha hecho mucha gracia, lo que ya es mucho.
  11. Acabamos con ‘Reloj, tiempo y olvido’, de Valjean, un cuento que demuestra que un simple y buen diálogo lo puede decir todo.

Un par de cosillas más. Los relatos ‘Caernhenn’ (Víctor Conde) y ‘Victoria contra los desahucios’ (J. J. Castillo) puede que tengan algo similar a ‘Pléyone y Atlante’, que jueguen con referencias concretas. Pero si existen no he sabido/podido encontrarlas, lo que los convierte en fallidos. Pero ojo, que es muy probable que el fallo esté en mí, por ciego y torpe.

De las ilustraciones me han gustado ’Contigo y los otros’ de Sebastián Cabrol (muy a lo Cosa del Pantano, con un aire muy profesional), ‘La mala mujer’ de Guiomar González (infantil pero potente), ‘Ventanas de la percepción’ de Marlene Llanes (con ese ligero toque Escher), ‘Noche lluviosa’ de Hugo Salais (quizá la culpa la tiene esa escolopendra que no lo es, pero algo me obliga a mirar el dibujo de vez en cuando) y ‘–¿Qué hacen? / –Me están mirando’ de Soraya Santamaría (todo un nanocuento en sí mismo. Perfecto).

Haciendo un poco de estadísticas, si yo esperaba encontrarme un 10% de relatos satisfactorios (unos 11, redondeando al alza) el número final asciende a ¡once! Eso hace un porcentaje de un 100% sobre el mínimo esperado. Mis felicitaciones a los nombrados y ánimo a los no nombrados (entre los que se encuentran varios nombres famosos, demostrando que esa fama no va acompañada siempre de buenos textos), a seguirlo intentando.

Un saludo.

Robert E. Howard – Conan el aventurero

Hola, culebras.

Un poco de aire fresco, lectura rápida tras la profunda y densa anterior. Para eso el amigo Conan siempre viene muy bien. Este volumen contiene cuatro relatos. En el índice pone que pertenecen a L. Sprague de Camp, pero la autoría real le correspode a Howard. De hecho de Camp sólo mete mano en ‘Los tambores de Tombalku’, relato póstumo redactado a base de apuntes dejados por el tejano.

Robert E. Howard - Conan el aventurero

Robert E. Howard – Conan el aventurero

  1. ‘El pueblo del círculo negro’. Por mucho que Leiber diga, el cuento (más bien novelette) me parece un ‘más de lo mismo’ en lo relativo a los relatos de Conan. Se lleva un 5 raspadete, y bastante.
  2. ‘La sombra deslizante’. Y de nuevo le llevo la contraria, al menos en parte, a Leiber. El cuento es pasable. ¿El peor de Howard? No lo podría decir dado que ahora mismo tengo cierto cacao entre todos los que he leído del tejano y de sus discípulos (pero mucho mejor que cierta morralla intragable). Lo que sí que hay que decir es que tiene una enorme falta: la atmósfera inicial (alienante y extraña) recuerda demasiado a ‘Clavos rojos’. Tras ese arranque muy interesante el cuento deriva en un continuo ‘que te pego, leche’. De nuevo pongo un 5.
  3. Con ‘Los tambores de Tombalku’ se podría decir que tenemos dos relatos por el precio de uno. Dos historias en una, dos aventuras que pese a estar enlazadas entre sí muy bien podrían haber aparecido de manera independiente; de hecho en los cómics se narra poco menos que en innumerables ocasiones escaramuzas similares. Tenemos una mezcla de ambientes y parajes: desde los extraños (aunque algo semejantes a los de ‘La sombra deslizante’) a los desérticos de la época de los zuaguires, pasando por brujería e incluso un Conan entronizado. Un enorme fallo de este cuento lo tenemos en las descripciones de las dos naciones en las que transcurre la historia: puedes decir mil y un veces que están ‘perdidas y olvidadas’, pero si haces que un sólo personaje las encuentre en el plazo de unos días y sin recorrer mucho espacio (un par de días a lomos de camello) entre una y otra… algo falla. Casi da la impresión de que más que perdidas estaban dejadas de lado por el resto del mundo adrede: como si las vieran y las rehuyeran. Vamos, como una especie de Nadsokor. Pero no, que nadie había podido encontrarlas en cientos de años, nadie menos los protagonistas, oye. Pese a ello el cuento me ha dejado bastante mejor sabor de boca que los anteriores, por lo que se lleva un 7.
  4. Leyendo ‘El estanque del negro’ volvemos a adentrarnos (por cuarta y última vez en este libro) al esquema de ‘exploración que lleva al descubrimiento de una raza perdida’. Todo muy lovecraftiano pero al mismo tiempo –al menos en los dos primeros tercios del cuento– bastante maquinal. Por fortuna ese tono ‘a lo Lovecraft’, sobre todo al final, hace que el texto resurja: no se limita a mostrar ‘lo primigenio’ en forma de de la enésima raza perdida sino que añade detalles que encajan con el horror cósmico que se estaba engendrando en la época en la que se escribió el relato. Todo un cuento a media camino entre ambos géneros. Merece un 7 como nota.

A modo de comentario final decir que la edición tiene algunos defectos, con unas pocas frases raras o forzadas. Nada que enturbie demasiado la lectura, y sin duda a años luz de los despropósitos de otras editoriales.

Ah, sí, la media de la valoración: un correcto 6.

Un saludo.

Ramsey Campbell – Nazareth Hill

Hola, culebras.

De nuevo le doy un poco al maestro Campbell. No voy a negar que la última lectura suya me dejó mal sabor de boca. Pero entiendo que no toda su obra puede igualar el nivel de Imágenes Malditas, La secta sin nombre o El sol de medianoche.

Empecé a leer esta novela con la sombra del juego y película de nombre similar, Silent Hill, rondándome. El paralelismo se iba acrecentando en mi mente a medida que se acumulaban algunos detalles: el fuego como elemento de cierto peso en la historia, la presencia de la casa (similar a la de la iglesia en le película), la aparición, que en algo me recordaba a las que se ven en la película. Incluso la manera en la que Campbell juega entre lo real y lo imaginario.

Pero llega un momento en el que esa posible relación desaparece y tenemos a un Campbell puro.

Ramsey Campbell - Nazareth Hill

Ramsey Campbell – Nazareth Hill

El estilo agobiante, visual y muy atmosférico, típico del inglés se apodera de la novela. Gracias a él acompañamos a la protagonista en su descenso en espiral hacia la locura y la soledad, ambas descritas de esa manera tan íntima que sólo puede hacer Campbell. Ante nosotros pasa una amplia panoplia de personajes secundarios. A mi entender el autor se vuelca de manera quizá excesiva en los vecinos, llegando un momento en el que casi hace falta llevar una lista de ellos. Pero por fortuna al cabo de un tiempo se queda con unos pocos. Con ellos como decorado contra el que enfrentar la degradación de Amy,  Campbell se centra en la chica y su padre, enfrentando la mentalidad juvenil y asustadiza de ella y la cada vez más obsesiva y puritana de él. Entre ambos, como especie de entrometido y a veces convidado de piedra, está Rob, el novio de la chica.

La desesperación, la rebeldía y la confusión de la chica, teñidas por el temperamento de la adolescencia, están llevadas de manera realista: sólo hace falta haber tenido a una hija en esa edad para conocer muchos de los diálogos y poco menos que hacerlos propios. En ese carácter destaca la obra: no se trata de un cuento de espectros al uso, aunque sí los haya. El libro se centra sobre todo en la necesidad de una adolescente de reivindicar su personalidad y su espacio. No es una niña, por mucho que su padre la tenga por eso: exige que se la tenga en cuenta como una adulta. Incluso cuando habla de lo que ve, algo que nadie más que ella parece apreciar. La afirmación de una personalidad adulta, exigiendo que se la tenga en cuenta como tal, frente al pasado infantil y fantasioso (y por tanto algo a tener menos en cuenta).

El juego entre lo que ve y lo que cree se va enredando hasta el punto de que el lector, y la propia protagonista, duda de sus percepciones. A los dos tercios del libro da la impresión de que no estamos ante un libro de aparecidos, sino ante uno en el que una chica adolescente se enfrenta a la mismísima locura (mundana, cruda y trágica). ¿Cuánto de lo que ve existe de verdad y cuánto tiene su origen en su mente atormentada por el recuerdo de algo que creyó ver de niña, una madre muerta de manera trágica, un padre ultrarreligioso y sobreprotector?

El lector navega entre esos dos mares (locura frente a horror sobrenatural) sin saber a ciencia cierta en cuál de ellos acabará sumida la protagonista, si no en los dos. A lo largo de la novela Campbell no da pistas, sólo suelta un golpe tras otro hundiendo más a la protagonista y al lector en esa sima. Un claro acierto.

Sin embargo no todo son detalles positivos en la novela. Si algo se pude decir de Campbell eso es que cuida muchísimo los detalles, tejiendo ambientes y atmósferas como nadie. El horror, el vértigo de la desesperación de palpan a lo largo de la historia, creciendo a medida que se acerca el desenlace. Pero a veces las descripciones resultan tan prolijas que agobian. Campbell hincha las páginas con detalles excesivos que más que ayudar a dibujar despistan al lector. Y, de forma incongruente con eso mismo, la auténtica protagonista de la novela (la casa) no acaba de estar bien definida. La describe muchas veces pero lo hace de manera incoherente: las dimensiones (tanto del edificio como de la parcela en la que está erigida) no acaban de encajar: a veces parece que está en medio de un enorme solar vacío, mientras que otras da la impresión de que sus muros están justo sobre la calle, encima del mercado. Ignoro si el autor deseaba de verdad dar esa impresión, pero a mi gusto resulta fallida.

Entre los detalles que a alguno le disgustará, pero que a mí no me preocupan, está la ya clásica vaguedad o indefinición de algunos detalles. ¿De dónde sale el poema de Hepzibah? ¿Cómo llega al libro de Amy, si es que de verdad llega? O la manera en la que se crea el vínculo entre la chica y la presencia… Campbell usa un método muy lovecraftiano para tratar de empezar iniciarlo (típica lectura de un diario) pero, de nuevo al estilo del de Liverpool, queda sin definir. Ni falta que hace: las emociones que en torno a ello se dibujan ya tienen suficiente vida como para poseer entidad propia, aunque su fundamento sea irracional y/o subconsciente.

A esos defectos de forma ayuda poco, por no decir nada, la traducción. Poco voy a hablar de ella. Sólo diré que la edición que he leído está editada por La Fábrica de Ideas. Punto. Quien haya leído más reseñas mías de libro de esa editorial ya sabrá por dónde van los tiros. Más de lo mismo. Ya me hago a la idea de que todos los saldos de esta gente están saldados por eso mismo, por tratarse de ediciones chapuceras (y a saber si irrespetuosas con el autor y su obra). Pese a la traducción, pese a la puntuación a veces aleatoria, pese a las erratas, pese a las frases mal construidas, el libro (por su contenido, su fondo) se puede leer. Aunque, todo hay que decirlo, a veces uno piensa ‘¿de verdad está tan mal traducido, o es que Campbell ha escrito esto así de mal?’. La verdad, se me hace más creíble que esos numerosos pasajes en los que la vista se te va buscando el sentido a la frase tengan su origen en una torpe traducción más que alguien como Campbell, escritor afanado y con trayectoria intachable, no sepa crear frases. Una pena no poder leer inglés y así poder comparar.

De la portada mejor no hablar. Demasiado similar a la de El guardián de almas: dos imágenes sobrepuestas, una de ellas distorsionada.

Lo dicho, pese al empeño que parece poner la gente de La Fábrica de Ideas por destrozar el libro, éste avanza hacia un final soberbio y salvaje, una nueva muestra de cómo ese señor sonriente y con cara de no haber roto un plato está donde está. Por ello el libro se merece un 7, sobre todo por la manera de tejer esa asfixiante desesperación por reivindicar el yo de la protagonista. Un Campbell medianito: ni tan bueno como unos ni tan malo como otros. Y eso ya quiere decir que es mucho mejor que la media de autores de terror que te puedas encontrar por ahí.

Adiós. O hasta otra. O…