Hola, culebras.
Segundo libro que leo tanto de Orwell como de la Guerra Civil Española.
Me estrené con Orwell, cómo no, a través de 1984. Ese libro me supuso mi primera experiencia de ‘no me gusta lo que leo mientras lo leo pero de repente, al acabarlo, miro atrás y me quedo embobado’. No sé por qué me pasó eso (no disfrutar de la lectura a casi todo lo largo de la obra) y de repente, cuando lo cierro, ¡chas! me sorprendo con la densidad de lo leído, el mensaje que dirige… y con que me gusta. Sí, suena raro, ni yo mismo lo puedo explicar. Me limito a decir lo que me pasó. Sé que en un momento u otro volveré a leer 1984, para ver si se repite esa sensación.
Acerca de mi primer libro sobre la Guerra Civil Española ya hablé hace unas semanas, y no me voy a repetir.
Este Homenaje a Cataluña mezcla ambas cosas, lo novelesco y lo didáctico (en el sentido de conocer un poco más ese episodio de nuestra historia). Pero la mano de Orwell, sin lugar dudas, a la hora de narrar supera a Preston. Allí donde el historiador se hacía árido y esquemático, sin alma, Orwell demuestra una capacidad narrativa envidiable. Pero, a ver, que a un historiador no se le puede exigir una calidad literaria semejante a la un literato de la talla de Orwell.
El inglés, mediante una narración ligera pero exenta de potencia, nos muestra en primera persona su experiencia en el bando republicano. Nos describe las penurias del frente de Aragón de una manera mucho más vivida que la que aparecía en el libro de Preston. Con éste sabíamos de los graves problemas de desabastecimiento, de la penosa formación de los soldados, de las inclemencias que soportaron (ambos bandos, eso hay que decirlo). Pero con Orwell todo ello se magnifica, mostrándonos de una manera directa y detallista (si bien sin llegar al extremo de lo minucioso de un Stephen King) esas penurias.
La guerra que nos muestra Orwell tiene mucho, por no decir todo, de tragicomedia. Resulta triste, cuando no hilarante. Esos adiestramientos a base sólo de pasear porque carecían de armas con las que aprender a disparar poseen un patetismo absoluto: mandar al frente a gente que tiene ni idea de lo que implica un arma de fuego. Los chiquillos que llegaban al frente, por muy emocionados y llenos de energía que estuvieran, no dejaban de ser críos. ¿Qué sentido tiene mandar a ‘la guerra’ a chavales de quince años o menos? Y que además no tienen ni idea de disparar… Una locura absoluta.
Por fortuna para algunos de ellos les esperaba un frente esperpéntico. La ¿actividad? bélica en esos frentes de Huesca y Zaragoza rozaba casi el sainete. La inadecuación de las armas (algunas de ellas del siglo anterior), muchas en un estado pésimo, hacía que casi hubiera más bajas por accidentes que por fuego enemigo. Ese ‘combate’ poseía cierto toque que muy bien podría haber inspirado La vaquilla de Berlanga. La anécdota (el autor no la confirma pero, en vista de lo que ocurría por allí, no se me hace del todo imposible) del obús con apodo lanzado de un bando a otro sin que acabara de estallar roza lo surrealista… a lo puro Monty Python.
Los niveles de patetismo se superan, llegando a resultar tristes, pero muy tristes, al narrar la guerra civil sucedida en Barcelona tras el 1º de Mayo del 37. Se me ha hecho en especial patético ver cómo el espíritu anarquista desapareció en pocos meses para dejar de nuevo sitio al burgués. Ese cambio radical, del igualitarismo a la diferenciación de clases, sucedió en el tiempo que estuvo Orwell en el frente: tres meses. Pero lo peor no es eso, sino la forma en que mientras eso ocurría las rivalidades entre facciones de un mismo bando (comunistas frente a anarquistas) derivaban en lucha armada, sin sentido y más fratricida que nunca. Lucha armada auspiciada, según se lee, por el propio gobierno regionalista catalán que no dejaba de ser –como ahora– otro movimiento burgués.
Nota 100% personal: hablando desde mi ignorancia, en esos momentos creo que hubiera sido lo mejor apoyar a la facción de la CNT que apoyaba el ‘posibilismo’ y poner en suspenso la revolución proletaria hasta la victoria contra los rebeldes. Una vez vencidos ya habría tiempo de implantar y fortalecer esa revolución proletaria tan prometedora de la que Orwell fue testigo en su primera visita a Barcelona. Pero claro, qué fácil resulta hablar a toro pasado…
No voy a decir más de los hechos narrados, dejándolos a quien los quiera descubrir. Sólo decir una cosa: emociona mucho esa primera Barcelona que descubre Orwell. Y dejo bien claro que hablo de la primera.
La manera en que Orwell escribe te obliga a leer y leer. Ya te puede gustar más o menos el tema, puedes apoyar a los rebeldes ‘que querían salvar la patria del demonio del comunismo’ o bien estar del lado de las personas que, en el colmo del anarquismo y el igualitarismo, llegan a eliminar el servilismo inherente al escalafón militar. Porque Orwell muestra la pasión del protagonista, que lejos de un texto académico o frío (sí, me refiero al libro de Preston), entra a describir lo cotidiano mostrando tanto las miserias como las luces de lo que vio.
La edición que me han dejado tiene algunas pequeñas erratas, pero en general no molestan. Orwell usa un estilo narrativo llano, si bien con algunos defectos: respeto a los adverbios me remito a lo dicho por King; al abuso del verbo comodín ‘ser’ (a ver si me topo con un texto que lo use sin abusar) me remito a lo dicho en mis reglas.
En definitiva, ya para no enrollarme más, al libro le pongo un 7.
Un saludo.