Ray Bradbury – El vino del estío

Hola, ofidios.

En la anterior reseña dije que iba a ponerme con una lectura intelectual. Y lo dije con sorna, por si no se notaba. Se me había ocurrido torturarme con alguna baZura (me sigue tentando ponerme de nuevo ante algo de Sisi, pero admito que me da miedo encontrarme con que uno de los puntales del terror patrio actual tiene la misma calidad que otros). Buscando entre los libros que tenía por ahí pendientes no sabía cuál escoger. Entre ellos vi este Bradbury y me dije ‘hace mucho que no leo al poeta’. Y así decidí empezar este El vino del estío.

Ray Bradbury - El vino del estío

Ray Bradbury – El vino del estío

La mención al ‘poeta’ viene al pelo en este librito corto pero por momentos intenso: puede decirse que se trata, más que una novela al uso, de una serie de minirrelatos narrados en prosa poética (lo que a la larga los convierte en casi poemas).

¿Pros y contras de ese estilo lírico? El mayor pero que le veo se llama ‘suspensión de incredulidad a tomar por saco’. Se puede presentar una voz de narrador en plan poeta, dejando que las descripciones fluyan de un modo lírico y a veces pretencioso; pero no se puede usar ese mismo estilo de prosa en los diálogos de niños de 8, de 12 años. La novela me ha hecho volver a recordar la insufrible experiencia de cuando fui al estreno de La delgada línea roja de mierda, de Terrence Mallick. Pocas veces una película me ha dado ganas de largarme de la sala e irme. En parte me quedé por la compañía, y parte porque ya entonces tenía esa mentalidad de ‘dar una última oportunidad al autor, que seguro que al final no me defrauda’. Pero la peli defrauda, con su aire insoportable y pedante, y sus protagonistas increíbles [no—creíbles] por su narración interna. En esta obra no se llega al nivel de repelencia de los soldados—poetas, pero si en algún momento el autor tuvo el menor intento de construir personajes (algo que a lo largo de la novela queda bastante claro que no) lo arruinó haciendo hablara de esa manera a los críos.

Si el lector logra superar ese escollo (una pero nada pequeño para mí) se quedará con un texto poderoso y a veces casi magistral. Por momentos tenemos a un Bradbury brillante, por no decir deslumbrante. Se nota que disfrutaba narrando los recuerdos de su infancia. Un ejemplo de ello, apenas iniciada la novela, lo tenemos en la manera de ver la relación entre ciudades y naturaleza. Sólo se puede describir ese pasaje como precioso: toda una delicia simbiótica.

El texto avanza con una sucesión (a veces encadenada, a veces no) de historias, siempre narradas desde una óptica de un niño—poeta—adulto. Algunas poseen poder no sólo evocador sino casi filosófico, como por ejemplo la de la máquina de la felicidad, una historia no carente de un cierto aire trágico. Otras, como la manera en que los protagonistas descubren la máquina del tiempo, rebosa ternura. Esa historia en concreto cuenta con su contrapunto cerca del final de la historia: la ternura se convierte en amargura, cerrando esa mini historia de una manera agridulce pero no menos poderosa. Algunos capítulos se puede considerar poco menos que autoconclusivos, como la historia del tranvía: ese cuento corto (una historia independiente por sí misma) posee una belleza a la que sin mucha dificultad se podría considerar bucólica. Otro ejemplo de un capítulo similar, más oscuro y con toque fantástico, lo tenemos en la descripción del trapero: una idea simple, muy sencilla, pero que rebosa sugerencia y misterio.

Teniendo en cuenta que se trata prosa poética el tema de la forma ya no resulta fácil de criticar. Si la traducción de un texto en prosa puede destrozar el original, en la prosa poética lo raro es que el traductor no haga un escarnio con la obra. Pese a que no me gusta nada la poesía, siempre he pensado que un poema se debe leer por fuerza en el idioma original en el que está escrito para poder captar el ritmo y la musicalidad.

Inciso: mi concepto de poesía no tiene nada que ver con el verso libre, ese que surgió y se popularizó en la segunda mitad del siglo XIX. Yo llamo poesía a la métrica, a la estructura, a la sonoridad, al esfuerzo por conseguir un significado logrando encorsetar las sílabas en un armazón prediseñado. Lo otro es (a mi entender) vagancia pretenciosa.

Se acabó el inciso y acabo de hablar de la forma. Más allá de la traducción/traición poco puedo decir. ¿Que a veces el texto aparece sembrado de adverbios? ¿Y si el autor buscaba eso adrede para conseguir una sonoridad? Joder, es prosa poética, y se me escapa. A veces me gusta, otras no. Yo me centro en las imágenes, en los significados, pero quizá Bradbury en algunas partes lo que quería es resaltar los significantes. Es puta poesía, para mí en muchos aspectos intangible a incomprensible. Punto en boca y a seguir con otra cosa.

Vale, sí, acabo. Pero antes de cerrar esta minirreseña quiero hablar de un detalle, ahora muy de moda: el machismo. El libro rezuma machismo, una sumisión de la mujer a roles bien concretos (madre, doncella, ama de casa). Seguro que de salir un texto así ahora mismo sería denunciado y puesto a parir por más de uno o una. Sin embargo se trata de un reflejo de la sociedad de la época, y por tanto no lo considero ni censurable ni criticable (estamos llegando en ese tema a ridículos como censurar un cartel de una película extranjera por no cumplir la ley española).

Pese a su machismo el propio autor presenta el contrapunto a ese rol de mujer sumisa: uno de los personajes que desfilan por la novela, una anciana solterona (pongo la cursiva adrede para ver si salta alguien con que esa palabra es despectiva y denigrante :P), narra su acto de rebeldía. Ella ha optado por satisfacer y anteponer sus deseos personales al rol que como mujer ‘le tenían reservado’, y vivir la vida de una manera plena. Sí, seguro que hay quien también criticará que esa mujer plantea un mensaje tipo disyuntiva: o someterse y vivir en familia o ser libre pero en soledad y al final amargada. La abuela (esclava de la cocina, presa de las tareas de su casa, orgullosa de la felicidad que rinda con sus guisos) frente a la soltera que ha viajado, ha vivido, ha conocido pero ha visto cómo el amor pasaba de largo y al final no tiene a nadie con quien compartir sus experiencias. Ahora podría meter un discurso antisistema, anticapitalismo y nada feminista, pero no es ni el lugar ni el momento.

Y es el momento de acabar. Este El vino del estío, como viaje a ninguna parte, resulta agradable. Pero siendo consciente de ello: los días pasan igual que las páginas. Para muchos de nosotros habrá más días, más páginas; para otros se acabarán los atardeceres y el libro llegará a su fin. Mientras dure la lectura hay que intentar disfrutar de ella… o, si no, intentar hacer que tu narración personal se vuelva protagonista (o por lo menos como un personaje secundario).

Al libro le pongo un 7, y con esto ya acabo la reseña.

Adiós.

PD: Agh, más de 1200 palabras. Me pasa con las reseñas lo mismo que con los relatos: crecen y crecen como si devoraran las palabras. A ver si consigo alguna vez una reseña de… ¿500 palabrillas?

PD 2: Por si alguno se extraña de lo que digo en el segundo párrafo, yo leo los libros sin buscar reseñas previas o datos de la obra. Ahora veo que sí, que el libro se trata de un fix-up. Pos fale, acerté. Un meloditrus para mí.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.