Archivo de la etiqueta: Ciencia ficción

Robert Heinlein – La luna es una cruel amante

Hola, culebras.

Otro libro de Heinlein, si no recuerdo mal mi segundo de este autor tras La puerta al verano. Esta novela, La luna es una cruel amante, ha resultado ser una deliciosa pieza de relojería. Estamos casi ante lo que se podría describir como un estudio histórico novelado de una revolución. Una revolución en un tiempo futuro, en un entorno ahora mismo demasiado remoto en lo relativo a su plausibilidad, pero narrada de una manera tan detallista, tan pormenorizada, tan humana y dotada de tal cercanía que parece envolverle a uno. Una delicia. Tan creíble resulta (o al menos así me lo ha parecido) que me pregunto si soportará un análisis serio, sobre todo en lo relativo a la trama política y a los aspectos tácticos. ¿Qué diría Sun Tzu si lo leyera?

Un detalle de lo más interesante, y muy bien hilvanado, es la descripción de la mentalidad selenita. Especial relevancia merece el tratamiento de la familia lineal, que aparece descrita de una manera tan soberbia que incluso resulta creíble. Teniendo en cuanta que está integrada por miembros de una sociedad tan liberal que roza el extremo opuesto: el anarquismo. Una sociedad así ahora mismo es muy difícil de imaginar en La Tierra. Y a este comentario debo añadir un ‘por desgracia’ seguido de un sonoro suspiro.

A veces el discurso político se vuelve un poco cargante, si bien aparece resuelto de una forma lógica para propiciar el avance de la novela.

Uno de los defectos, que sin embargo acaba por no chirriar demasiado, es el del protagonista no humano. De una precisión casi increíble, casi se diría que lleva de la mano a los protagonistas, lo que depara en cierto determinismo. Un detalle de ese semidios que no me resultó del todo agradable es su misterioso y no explicado origen. Más aun si se tiene en cuenta la arcaica tecnología usada, algo que ha envejecido muy mal. Pero esos defectos se pasan por alto ante el resultado final del conjunto, soberbio.

Curiosamente el final de la novela defrauda: todo lleva a él de una manera predecible y esperada (casi diría que anhelada), y cuando llegas te preguntas ‘¿y no hay más?’. Leyendo esta novela sólo puedo decir que tengo ganas de tener entre mis manos otra de Heinlein.

Esta maravilla de la literatura se merece un indudable 9. El 10 me lo reservo todavía para cuando lea algo… especial.

Adiós.

Clifford D. Simak – Estación de tránsito

Hola, culebrillas.

De nuevo caigo en las redes de este autor para mí todavía casi desconocido. De Simak hasta la fecha sólo ha leído tres obras: Flores fatídicas, La autopista de la eternidad y la que me centra en esta ocasión, Estación de tránsito. En general todas esas obras me han parecido frescas y divertidas, si bien nada del otro mundo.

Como digo, esta Estación de tránsito se resume en los términos de agradable y divertida. Nos encontramos con un texto muy de la época, inmerso en la guerra fría, el terror nuclear y la naciente filosofía jipiosa. Entra dentro de ese género buen rollista que le busca un lado positivo a las situaciones malas en las que la humanidad se ha metido ella solita. La manera en que habla de civilizaciones alienígenas cierta medida me recordó a Stapledon, algo de por sí muy agradable.

El libro encaja más dentro de la fantasía que en la ciencia ficción, y por ello los defectos de lógica  (como el que casualmente todos los alienígenas que se presentan en el libro tienen unas dimensiones muy acordes con la escala humana, y no creo que el autor haya deseado utilizar el antropocentrismo como línea básica de evolución) resultan más perdonables. El único defecto que le veo es el de su final, en exceso apresurado y forzado: aparece de la nada, sin previo aviso, se produce una escena de violencia que desentona con todo el resto del libro y que además culmina con una aparición casi mariana. Una pena de final, sí.

Aun con esas el libro resulta recomendable, y se lleva un modesto 6.

Adiós.

Frank M. Robinson – La oscuridad más allá de las estrellas

Hola, culebras.

Que yo recuerde nunca antes he leído nada de Frank M. Robinson, y según se ve en la nota interior del autor este hombre no es precisamente un novato en esto de la ciencia ficción (aunque se me hace muy raro el encontrarme esta página tan vacía). Bueno, nunca es tarde para conocer un ‘nuevo’ autor, y este La oscuridad más allá de las estrellas bien puede servir para ello.

Por desgracia tras la lectura destacan más las sombras que los brillos (por mucho que se nombren las estrellas en su título). El libro se podría englobar dentro del subgénero de las naves generacionales, si bien el 95% de la acción se centra en los hechos concretos de unos cuantos meses de una sola generación, y centrándose en la generación de la inmortalidad mediante procesos médicos, y sus implicaciones. Por supuesto eso no debería suponer un defecto, más aún cuando se posee el juego de personajes apropiado. Una colección de personas que enganchen, que le den interés a un historia que ya de por sí podría suponer toda una epopeya (eso es lo que tienen las naves generacionales, que son campo casi sembrado para lo épico). Sin embargo Robinson no consigue que su galería de actores cuaje: un protagonista demasiado despistado, un capitán no sólo ausente sino desdibujado en sus tareas, una tripulación que parecen aficionados (y no hay una excusa que valga para justificarlo, como en La nave estelar), un supuesto malo que más bien es incongruente y perdido total. En definitiva, un elenco con el que no se engancha.

Pero estamos en un libro que bien podría centrarse sólo en el escenario, como Cita con Rama. Por desgracia eso tampoco sucede: las incongruencias tecnológicas y de degradación son abundantes, destacando lo de los holopuentes (¿cómo se ha perdido la inmensa mayor parte del personal de ingeniería, informáticos incluidos, y sin embargo algo tan complejo como es una realidad tridimensional a nivel de toda la nave sigue en perfecto funcionamiento?). ¿Acaso descuidan adrede algo tan importante como la medicina y la salud de la tripulación, y siguen cuidando el arte de lo tridimensional?

Este es un pequeño pero demasiado insistente error del libro. Otro en el que no se insiste tanto pero que me parece incluso más grave es el de la manipulación del cuerpo del capitán y su inesperado resultado en forma de hijo. ¿Le aplican al capitán tal terapia genética para mantener su buena salud que no sólo obtiene la inmortalidad, sino que la transfiere a través de sus gametos? Joder, que eso quiere decir que ha cambiado el genoma que aportan los espermatozoides, y que esos cambios por más ende no son recesivos. La leche. Quizá la cagada por excelencia del libro.

Otro error gordo es la manera que describe la presencia del vacío entre los dos brazos galácticos: casi parece que no sólo consta de vacío, sino que oculta todo lo que hay más allá del mismo. Ese vacío no actúa de telón: más allá del mismo está el resto de la galaxia, y más allá el universo. No es un manchón negro, devorador de todo.

Otro defecto que me pareció ver es el de los tiempos entre escala y escala de investigación: sólo ocho meses de un sistema a otro. A ver. Velocidad de origen cero. Aceleración a velocidad de fracción importante de luz. Punto muerto. Cambio de orientación de motores. Deceleración de la velocidad hasta llegar a una nueva velocidad de cero. Todo eso en ocho miserables meses (un máximo de cuatro meses de aceleración) en un entorno supuestamente ya casi carente de sistemas planetarios… Que no me cuadra, no.

La cagada definitiva, esa que así me hizo tirar el libro, fue la inclusión de un factor psi en la trama. Una cosa es que el libro tenga un trasfondo hard un poco chapucero, y otra que de repente te meta mierda jipiosa en plan casi Segunda fundación.

El libro se lleva un humilde 5 sobre 10, pero lo que peor queda es el supuesto premio Lambda. Si esto se lleva el primer premio, no quiero saber cómo serán el resto de obras. Vamos, que resultarán como los Ignotus, premios repartidos entre amigotes.

Adiós.

AA.VV. – Antología de ciencia ficción española 1982-2002

Hola, culebrillas.

Tras varios años en la pila me pongo con esta recopilación a cargo de Julián Díez. Los nombres en portada son la inmensa mayoría conocidos por mí, alguno incluso en persona, pero por fortuna (por eso de hacer unas reseñas más objetivas) la relación tras todos estos años es escasa, si no nula.

  • ‘Mein Fürer’, de Rafael Martín, nos muestra una obra más de este autor en mi opinión sobrevalorado. En este relato se mete en una historia de viajes en el tiempo de la que luego no sabe salir (posee un final absolutamente carente de sentido, típica huida hacia delante). El estilo que usa, de tan rápido que es, acaba sufriendo el defecto de ocultar los diálogos. Se lleva un 4.
  • ‘La estrella’ de Elia Barceló es uno de los varios relatos que no comprendo qué narices pintan aquí, porque la verdad es que de cifi, muy poco. Más bien su temática se puede definir como de fantasía disfrazada de cifi, sobre todo debido a esos mutantes tan poco creíbles: no se puede obrar un cambio similar en 800 años y al mismo tiempo lograr la estabilidad genética. Aún así el texto posee un aire poético que le hace merecedor de un 6.
  • Con César Mallorquí y ‘El rebaño’ ya entramos en algo mucho más serio. ‘El rebaño’ es un magnífico relato, en parte heredero de textos como La tierra permanece o Apocalipsis. Su eficacia da poco pie a comentario, aparte de decir que se disfruta de cabo a rabo. Sólo le plantearía un pero (muy tonto pero que se me ocurrió al poco de empezar a leerlo): ¿quién esquila a las ovejas? ¿o éstas arrastran sus lanas como bolas de pelo? No recuerdo que se dijera eso en el texto. Un 9.
  • ‘Míster ego’, León Arsenal, nos presenta su ‘El centro muerto’ y defrauda. El relato tiene una lectura muy agradable, sí, pero padece un final en exceso incongruente que peca de fantasioso. Tanto es así que para mí anula todo lo leído antes. De nuevo tenemos fantasía revestida de cifi. Se lleva un 6.
  • El siempre pulcro Juan Miguel Aguilera, de la mano de ‘El bosque de hielo’ nos sumerge en un relato de corte clásico, al estilo de Clarke o Niven. El relato me parece que tiene relación con ese extraordinario universo de Akasa Puspa (digo ‘me parece’ porque no me he puesto a comprobarlo), en lo que creo que son el embrión de los colmeneros. La pena es que el relato se me hizo corto: su brevedad le da casi el cariz de anecdótico, necesitando a mí entender mayor extensión para tratar todo lo que deja entrever. Vamos, que se podría sacar una novela. Le pongo un 8.
  • Con ‘Otro día sin noticias tuyas’, de Juan Carlos Planells, la compilación empieza a caer. En picado. En barrena. Relato insulso y vacío, una sucesión deshilachada de recuerdos a medio camino entre intimista nostálgico y la más ligera fantasía. Su presencia en la compilación no que de ninguna manera justificada. Un 3. Y mucho me parece.
  • Sigue el picado, ahora ya vertiginoso. Otro de los gurús injustificados de la cifi española, Rodolfo Martínez, aporta ‘Un jinete solitario’. De entrada se trata de ciberpum, y eso no me gusta. Además relato negro, menos todavía. Si lo sumamos tenemos un relato que lo ha sufrido. Y mucho. Si le añades un final tramposo (típico del género detectivesco, y razón para que bodrios como Los misterios de Laura los deteste a más no poder) junto a un personaje llorón, da como resultado un texto ostentoso y hueco. Un 2 por no ponerle un 1.
  • Armando Boix, aplicándose sobre los mandos con firmeza, consigue alzar el vuelo en su corto, humilde y efectivo ‘Nada personal’. Le pesa la previsibilidad, pero aun así destaca frente a sus dos antecesores. Un correcto 6.
  • Poco a poco regresamos a altura de crucero con ‘Los herederos’ de Daniel Mares. He de admitir que me gustó mucho más ‘La máquina Pymblikot’, pero éste no desmerece. Sobre un escenario descrito de una manera superficial se dibuja una extraña historia de amor, cuya extrañeza esconde una realidad apenas atisbada. La pena está en el final, que tratando de explicar ese mundo el autor cometa un error de bulto: el origen de la transmisión implica una carambola cósmica muy poco creíble, si no imposible. Aun con todo le otorgo un 7.
  • Poco puedo decir de ‘Días de tormenta’ de Ramón Muñoz. Tras leerlo sólo me venía a la cabeza el anuncio ese del Scattergories del pulpo. Este relato y su inclusión en la compilación es igual: está metido con calzador. Un 4.
  • ‘Una esfera perfecta’, de Eduardo Vaquerizo, no es un relato perfecto, no. Sencillo e intimista (aun con toda la sangre que salpica en sus páginas), se lee muy bien pero no cala. Le pongo un 6.
  • La recopilación acaba con el relato ‘Entre líneas’, de José Antonio Cotrina, un texto indiscutiblemente fantástico (se ve que en España la cifi no da para más y por fuerza hay que meter la fantasía), bien llegado y que agrada, al que le otorgo un 7.

La media final del libro es de 5.6, periodo 😛 No llega ni al bien.

Aquí se termina la lectura y empieza una muy breve opinión: me parece preocupante que en una supuesta antología de nada más ni nada menos que veinte años de ciencia ficción española se incluyan tres relatos de fantasía y un pulpo. ¿Tan bajo está el nivel? Una pena, y muy mala manera de promocionar el género. Pero ¿existe de verdad el relato de género en esas dos décadas?

Un saludo.

Robert J. Sawyer – Starplex

Hola, culebrillas.

De este autor canadiense, Robert J. Sawyer, ya había leído algún que otro relato (sobre todo en los U.P.C.), pero ninguna novela. Así que cuando me encontré esta obra de raro nombre, Starplex, a un precio realmente bajo (tres euritos) no lo dudé. No conocía la editorial ni la colección, lo cual de entrada me daba un poquillo de miedo: a ver si se trataba de una edición cutre con una traducción googleada o similar. Pero por fortuna no acerté: hay algunas erratas pero nada grave.

El inicio de la novela recuerda un poco a las de Robert L. Forward, con sus diagramas orientativos, si bien en esta ocasión no acaban de aportar nada especialmente interesante a la novela. Ésta empieza de manera algo torpe, con un uso de cursiva y un flashback que no me acaban de convencer: la secuencia de hechos y la manera gráfica de identificarlos (cursiva para ‘lo más actual’ y tipografía normal para el flashback) al principio me hizo dudar de si se narraba uno, dos o tres momentos de acción distintos.

Salvando esos detalles pijoteros la novela arranca más o menos bien, planteando una doble intriga. Pero por desgracia a medida que se avanza una de las dos incógnitas (la que se plantea en la sección de cursiva) parece quedar olvidada por el autor. Mientras tanto la sección ‘no cursiva’ se prolonga en lo que se asemeja a un episodio de la serie clásica de Star Trek, con un Kirk discutiendo con una mezcla de Spock con rasgos klingon. El spoiler inicial que se marca la propia novela hace que lo que quizá intentó el autor fuera un momento álgido se convierte en algo así como ‘sí, que sé que va a pasar esto: adórnalo bien para que no me aburra’.

Por fortuna al final la novela retoma el ritmo y nos plantea un escenario final realmente jugoso, incluso grandioso (por la escala). Se acaban las páginas y me queda un sabor agridulce, como de una historia con un buen trasfondo, una idea base muy buena, pero mal llevada. Habrá que intentarlo con otra obra de este autor, a ver si mejora.

Al final la pongo un siete justico, dado que un seis me parecería poco.

Un saludo.

A.A.V.V. – Visiones peligrosas I

Hola, culebras.

En una nueva muestra de esa lucidez de editorial tan española, esta antología de relatos (que en origen se publicó como un sólo volumen) de Harlan Ellison la han partido en varios tomitos. Pero mejor no voy a despotricar de los editores (eso lo dejo para otro día) y me voy a centrar en lo contenidos de esta recopilación que significó un antes y un después en la ciencia ficción angloparlante, lo que quiere mundial.

Ellison se ha rodeado para esta antología de nombres de una manera u otra famosos, algunos porque cuando la concibió ya de por sí habían alcanzado la fama, y otros que la alcanzarían a posteriori.

La obra arranca con una serie de prólogos y presentaciones, dos de las cuales de la mano del mismísimo Asimov. Como la mayoría de loa escrito por el doctor, se hacen amenas y agradables. Tras ellas entra en escena Ellison, con toda una verborrea que a veces se vuelve casi baboseante para ciertos autores. Cada relato de la antología tiene un texto presentación del antologista y un epílogo del propio autor.

Podré unas pocas palabras de cada relato:

El canto del crepúsculo, de Lester del Rey, no está mal, si bien yo (y personalmente yo) le pondría un pero: lo podría haber escrito yo. La forma, la temática, el desenlace, todo es muy semejante a otros relatos que he escrito. Relatos que no han pasado alguna que otra criba. Le planto un 6.

Moscas, de Robert Silverberg, es un relato con mucha mala leche, dinámico, pero algo previsible. Le otorgo un 7.

El día siguiente a la llegada de los marcianos, de Frederik Pohl, por desgracia es un relato americano, demasiado americano. No digo que no tenga su gracia, su fondo reivindicativo, pero es que la mentalidad de los personajes es demasiado norteamericana. Sin duda en esa época y en ese país el tema estaría muy en boga, pero al estar tan constreñido a tiempo y lugar ahora pierde la gracia y el sentido. Un 5 y no más se merece.

Jinetes del salario púrpura, de Philip José Farmer, nos presenta a un Farmer desbocado, queriendo meter demasiado en un texto al mismo tiempo demasiado corto (por todo lo que pretende mostrar) y demasiado largo (con diferencia la narración más extensa el volumen). Un relato atrevido, iconoclasta, provocador y lenguaraz, muy al estilo del autor. Usa lenguaje experimental con que puede decirse está emparentado con La naranja mecánica de Burgess. Precisamente ese aspecto semántico se queda en ‘intento’ debido a que para que se desarrolle con efectividad se hubiera necesitado mayor extensión. Y es que de hecho el texto se reduce a una excusa para dibujar a grandes trazos un mundo rico y sugerente, una serie de pinceladas que no llegan a profundizar a causa de la reducida extensión. Por todo ello el relato no acaba de llenar. Le otorgo un 6.

El sistema Malley, de Miriam Allen deFord, es un relato mediocre, con final forzado y anodino. La mejor parte es la primera, llena de ultraviolencia. Un triste 4 le pongo.

Un juguete para Juliette, de Robert Bloch, es un relato bien llevado, con un estilo infantil lleno de repeticiones, pero que adolece de un final burdo y apresurado (casi diríamos que novel) que desvirtúa el conjunto. Otro 6.

El merodeador en la ciudad al borde del mundo, de Ellison, es un relato descompensado. El protagonista, de tan malo que es, parece más tonto que otra cosa, algo que se contrapone a la bestia que en realidad debía de ser Jack. Además el relato falla en lo relativo a crear un entorno creíble y el modo en que interactúa con el protagonista. Intenta forzar la situación y a personaje envolviéndolo con un mundo alienante, pero tal alienación nunca se logra, y por el contrario vuelve al protagonista aun más patético. No se merece más de un 5.

La noche en que todo el tiempo escapó, de Brian Aldiss, la podemos definir como paranoia ridícula fruto de un autor totalmente endrogado, una estupidez sin sentido alguno. De nuevo Aldiss demostrando es capaz de crear basura. Un 3, y por ponerle algo.

Un saludo.

PD: Me se olvidaba. La media del libro da un resultado de un cinco con veinticinco. Bastante triste para la que se supone que es una recopilación de relevancia casi histórica.

Gordon R. Dickson – Nigromante

Hola, culebras.

Tras varios años sin retomar la saga Dorsai, de Gordon R. Dickson, me llevé a las manos este Nigromante, una novelita que no abulta nada, ideal para llevarla encima. Ya me había leído los dos primeros números de la saga (Nigromante es el tercero): el primero no me disgustó y el segundo me resultó aburrido aunque digno. Sin embargo este Nigromante me ha parecido una auténtica pérdida de tiempo, un libro jipioso lleno de pseudofilosofía chusca y ridícula, ‘aderezado’ por una serie de ‘misterios’ tramposos metidos con calzador y que el autor se dedica a ‘resolver’ en la parte final del libro. Un ejemplo de deus ex machina, vamos. Además está enlazado con la saga Dorsai por los pelos (con una simple frase al final del libro), supongo que para ‘unir’ universos.

Vamos, que casi no merece ni el esfuerzo de leerse.

Le planto un dos porque hay que ponerle algo y porque un poco de imaginación sí que tiene.

Ale, a por el siguiente. Y de paso acabarme de una vez el Melmoth.

Chao.

Ángel Torres Quesada – Los vientos del olvido

Hola, culebras.

Agarré de la pila Los vientos del olvido por desintoxicarme un poco de mi lectura actual, un mamotreto de más de mil páginas que se me está haciendo difícil de tragar en sus últimas cien páginas. La verdad es que no sabía qué me iba a encontrar en su interior, con esa horrible frase en portada que hace de brutal e injustificado spoiler. Pero tras concluir la lectura he de decir que es uno de los libros de Ángel Torres Quesada que más he disfrutado, y sin duda el que más trasfondo crítico tiene. Ataca no sólo a la cultura musulmana (algo que creo que en parte se merece, y que ya lo está haciendo alguno), sino a la cristiana, a la hebrea y al propio ateísmo materialista. Vamos, que casi no deja títere con cabeza.

A lo largo de libro nos sumergimos en un mundo coherente en su estancamiento, situación que a todos nos suena conocido: el de la cultura islámica, anclada en el pasado por una idea de religión basada en la intolerancia y el oscurantismo (sí, en gran medida como los poderes que gobiernan la cristiana). Por ese mundo se mueven nuestros personajes, algo planos pero que nos sirven al efecto de darnos a conocer el medio y las circunstancias de ese mundo. El pequeño rompecabezas que se desarrolla a lo largo de la novela resulta algo previsible, pero no por ello menos interesante, con detalles que recuerdan a Clarke.

El resultado final es altamente satisfactorio, un space opera implicado sociopolíticamente, un texto muy oportuno para estos tiempos convulsos en los que vivimos.

¿Qué le pongo? Un merecido siete, y mi recomendación como un buen ejemplo de cifi española.

Un saludo.

Mary Wollstonecraft Shelley – Frankenstein o el moderno Prometeo

Hola, ofidios.

Tras haber leído por segunda vez este clásico de la literatura debo reafirmarme en la impresión que ya me dejó hace años: nos encontramos ante un libro que debería ser casi de obligada lectura por el tratamiento que hace del bien y el mal y su relación con la condición humana. Esto permitiría espantar la más bien triste, por no decir ridícula, representación que el cine ha dado de la criatura. Visionando las viejas películas relativas a la obra de Wallstonecraff Shelley, y sobre todo las ‘canónicas’ de la Universal, uno se hace una idea de que la criatura es un ser de temperamento bondadoso pero de mente débil, un patético engendro creada por un genio más o menos loco.

Pero en el libro no hay eso, sino mucho más.

La obra de Wallstonecraff Shelley se basa en la confrontación de dos indudables protagonistas, ninguno por debajo del otro, ambos geniales y prodigiosos:

  • Por un lado tenemos a Víctor Frankenstein, un hombre de inteligencia fuera de su tiempo, que se hunde en el odio.
  • En el otro lado nos encontramos a la criatura (me niego a citar la página que de la criatura hay en la wikipedia española, porque es un ejemplo de porqué mucha gente odia esa web: está bandalizada y con una contenido inexacto, trivial y horriblemente redactado), un ser asilvestrado de impresionante evolución, de la nada al bien y de allí al amargado mal.

Del enfrentamiento de ambos personajes surge una historia donde uno no puede decir quién es realmente el monstruo y quién no. El libro es un tour de force de depravación de ‘lo humano’, un hundimiento en las simas de lo retorcido . Por un lado lo protagoniza un supuesto ser humano que en su vanidad y egoísmo abandona toda esa caridad que al principio enarbola como propia; por el otro una creación supuestamente inhumana que en su intento por acercarse a la sociedad hace propios los más graves defectos del hombre.

La evolución de Víctor a lo largo del libro es en su casi totalidad descendente: de culto y digno de respeto científico a un casi despreciable egoísta, sólo preocupado por su bien y el de los suyos, un irresponsable miedoso incapaz de afrontar sus actos. A base de esfuerzo y dedicación su saber sobrepasa los campos en los que se especializa, anatomía y la medicina, y gracias a su inspiración alquímica llega a emular a Dios. Pero si bien con al tiempo su capacidad creadora crece hasta convertirle en un demiurgo, su personalidad como ser humano no iguala esos progresos: Víctor se comporta como un crío, irresponsable y egoísta. Incapaz de enfrentar las consecuencias de sus acciones, se niega a tomar responsabilidad alguna; peor aún, reniega de la misma, la abandona cobardemente desde un primer momento y, una vez la misma le busca y le explica su triste existencia, en primera instancia le niega auxilio alguno. Víctor se convierte en ejemplo de corrupción moral a la que el mal entendido (y exacerbado) sentido de la familia puede llevar.

La criatura desde el principio se nos presenta como algo triste, desahuciado de la sociedad. En su primera aparición, tras su nacimiento, demuestra una timidez casi infantil ante su creador, no atreviéndose siquiera a perturbar el sueño de Víctor (un cuya primera reacción ante la criatura se reduce a odio y repulsa, algo de lo que la criatura es consciente). Así, sintiéndose repudiada se aleja de su creador y se sumerge en lo primario, en lo más básico de la naturaleza animal. Gracias a una inteligencia poco menos que pasmosa (en ningún momento justificada en el libro, lo que le da un carácter prodigioso, casi divino) pasa en unos meses de comportarse como algo primario y animal a moverse según las necesidades de un auténtico ser humano normal, compañía, amor y respeto como individuo. Esa necesidad de ser y sentirse útil devendrá en frustración, lo que le llevará a conocer y hacer suyo el lado oscuro del ser humano: la envidia, el rencor que lleva al odio, y en última instancia la venganza.

Llega un momento de la novela en el que la criatura se convierte en la conciencia de Víctor, sacando a la luz esos remordimientos, esa culpa que Víctor se niega a admitir: ha realizado una obra, pero de mala factura y peor finalización. La criatura, a su manera brutal y directa, exige al creador que perfeccione su obra, que la acabe, aunque sea sólo dando a su Adán una Eva con la que soportar esa soledad, a satisfacer una para la que Víctor sí tiene derecho (casarse con Elisabeth).

Un detalle a tener en cuenta es que en ningún momento la criatura recibe un nombre: Víctor no se lo da, y la criatura tampoco se aplica uno a sí misma. El nombre propio humaniza, acerca. La ausencia del mismo mantiene la brecha que la separa a la criatura con la humanidad, e incluso la agranda: todos (niños. Jóvenes y ancianos, pobre y ricos, extranjeros y locales) poseen un nombre que los identifica respecto a los demás, un nombre que los vuelve únicos y que permite a sus congéneres dirigirse a ellos. Por el contrario, la criatura no posee nombre, no alcanzando esa cualidad humana de proximidad. Incluso los animales domésticos tienen nombre. Él no. Nace de restos de seres humanos, pero pasa toda su vida desvinculado de la humanidad de la que surgió, ni siquiera unido por algo tan simple como un nombre.

En esta novela los escenarios de catacumbas húmedas y castillos típicos de la novela gótica mutan en estudios llenos de restos de cadáveres y material científico, en cobertizos anexos a casas y en parajes helados (montañosos o polares).

De igual manera los fantasmas y presencias atormentadas son sustituidos por los propios personajes, cada uno sumido en su infierno personal, un infierno alimentado tanto por su conciencia como por el contrincante. Las referencias a la religión y lo eclesiástico que en otras novelas constituyen un punto importante del drama aquí se laicizan, conjurando una visión casi atea del conflicto. Aquí no se enfrenta el hombre contra Dios, sino el hombre y su intelecto frente a sus actos y la responsabilidad ante los mismos. No hay malvados clérigos, orgullos y prepotentes, castigando a inocentes en nombre de un mal entendido dios, sino dos entes sabios (cada uno a su estilo) que se reprochan mutuamente horrores y debilidades que con un mínimo de entendimiento (salvando los escollos de los antes citados orgullo y prepotencia humanas) podrían haber solventado.

Tampoco existe para los protagonistas el premio del matrimonio: al contrario, la boda deviene en un nuevo crimen. Nadie tiene derecho a la felicidad tras emular a Dios.

Un detalle que me llama la atención es que los protagonistas son de Suiza: los marcianos europeos. Un suizo para un europeo continental es lo mismo que un canadiense para un norteamericano, una criatura rara. Si bien otras novelas se ambientan en los recurrentes países mediterráneos (España e Italia, llenos de pasión y oscurantismo religioso), en ésta se huye de ellos, para situarla en el país aislado por excelencia de Europa. Las únicas localizaciones importantes, más allá de los montes suizos, son precisamente otras regiones aisladas: la devastada costa de Escocia y la no menos asolada y oscura de Irlanda (con un nuevo referente a la religión católica). Como se ve, todos los escenarios distan mucho de parecerse a los civilizados Londres o París (la única ciudad no suiza de importancia que aparece en el libro como localización importante es Ingolstadt, si bien no nos la describe casi nada). El horror y la oscuridad no entran en la civilización sosegada y racional, sino que se mantienen aislados en los lugares remotos o, como en el caso de Suiza, en territorios que de manera voluntaria han dado la espalda al resto de países europeos.

Unos pocos comentarios ‘científicos’:

  • Me da algo de pena el que Wallstonecraff Shelley no hubiera nacido un par de generaciones más tarde, para poder escribir su relato bajo la luz de las leyes de Mendel. Seguro que hubiera creado una obra muy diferente, puede que incluso mejor aún (en la obra se hacen un par de referencias a ‘qué surgiría de la unión entre la criatura y su posible pareja monstruosa’).
  • Otro detalle que llama la atención en la novela es el tamaño de la criatura. Siempre se habla de su enormidad, de su tamaño descomunal. Pero, si está creado a partir de seres humanos normales, ¿cómo es que de juntar pedazos normales surge algo descomunal? Muy genio de la anatomía debería ser Víctor para juntar músculos y huesos hasta el punto de poder agrandarlos. ¿O usó sistemas de alargamiento como los actuales? 😛
  • Lo que no hace falta justificar, dado que entra dentro de ese aspecto alquímico en el que se basa el arte de Víctor, es el tema del rechazo de tejidos. Ya obviará ese tema posteriormente Lovecraft en su relato ‘Herbert West: reanimador’, obteniendo un magnífico relato.

Para resumir, Frankenstein no es una historia de monstruo, sino de monstruos: dos, a cual más patético. Un duelo inolvidable a intenso, que marca al lector y le hace reflexionar sobre la responsabilidad ante las consecuencias de sus actos.

Se merece un ineludible ocho, y no se lleva más por el a veces excesivamente enrevesado estilo de escritura.

Adiós.

John Brunner – Rebaño ciego

Hola, culebras.

Con otro Brunner he topado en la pila, otro tocho que nos presenta una visión pesimista del futuro: Rebaño ciego.  ¿Qué se puede decir de las historias de estas ovejas descarriadas? Pues mucho, y todo muy bueno. O muy malo, según se interprete. Muy bueno porque la manera que el autor usa para llevarnos a ese mundo triste y patético es detallista y, por desgracia, realista; muy malo porque desde el primer momento casi se sabe que hagan lo que hagan esos desgraciados, el libro sólo puede tener un final. Cuando ese final llega lo hace con un cinismo y una amargura soberbias, magistrales, por completo inglesas. Chapó.

La galería de personajes es amplia y de espectro variado, como ya ocurriera en Todos sobre Zanzibar, un conjunto de individuos arrastrados por la marea de un tiempo que más que vivir lo único que permite es sobremalvivir. El autor no deja títere con cabeza, atacando a la clase política (presentándonos un Prexy que casi lleva tatuado en la frente la palabra Arbusto), militar, periodística, industrial, al simple populacho… Incluso a los ecologistas. Nadie sale bien parado en esa magistral obra de arte.

Publicado cuatro años después de Todos sobre Zanzibar, Rebaño ciego mantiene ese estilo de enorme y enrevesado nudo gordiano haciéndonos viajar a través de varias historias independientes pero que según avanza la historia se entrelazan. Como matiz más llamativo en su relación con Zanzibar aquí también aparece un ordenador y un individuo que busca en él la solución. Pero en esta ocasión no se presenta un Alejandro Magno capaz de desfacer el entuerto a golpe de espada, ni un programa informático que apunte a una solución más o menos severa. Al contrario, y esto casi se puede decir que es un poco destripar la novela (sí, estoy avisando), el último capítulo tiene una brevedad, un salvajismo y una contundencia que se ajusta a ese único final válido que un lector como yo está deseando. El salvajismo descarnado, el egoísmo y la ceguera de la sociedad global y de la americana en especial que se muestra en esta novela la hacen mucho más intensa que la antes citada de Zanzibar. Con ello se logra un libro más directo y descarnado, una lectura más satisfactoria.

Vamos, que mejora a Zanzibar.

Y de paso nos hace pensar (y casi aterrorizarnos) ante lo que le está pasando al planeta, un mundo dirigido por una serie de personajes por desgracia nada diferentes de los de la novela. Tanto que casi dan ganas, como más de una vez se dice en el texto, de no tener hijos. ¿Para qué, para que vivan en ese mundo de mierda? Ya hay una generación perdida por un efecto casi Brunner. ¿Hasta qué punto debemos llegar para que no sucedan los acontecimientos del final del libro?

Lo dicho, una obra maestra, una lectura obligatoria, más si cabe en estos días de globalización y revolución.

¿Qué nota se merece? Un merecidísimo 9.

Chau.