Nuevo intento de hincarle el diente a Dick me formato novela, y de nuevo fallido.
La primera ocasión resultó poco menos que desastrosa: Sivainvi se me hizo completamente insoportable, y sólo lo terminé a fuerza de voluntad, mucha voluntad; Los clanes de la luna alfana me pareció poco menos que una tomadura de pelo, anodino y sin sentido; Sueñan los andriodes con ovejas eléctricas es un libro con buen inicio que acaba perdiendose y aburriendo, libro que se vio injustamente dignificado por una obra maestra del cine.
De este último libro, el de La penúltima verdad, digo que es un compendio de
Enredos sin sentido fatalmente ambientados
o lo que es lo mismo, una novela de intrigas pero tan llevadas de los pelos, e integradas en un completamente inverosimil futuro pésimamente descrito, que de nuevo acabar el libro es toda una proeza. Habrá fans de Dick que les guste esta novela, pero por mi parte se puede decir que casi significa el último martillazo en su ataud, en lo que se refiere a novelas (tema aparte son los relatos, que por ahora tolero).
El punto de partida de la novela es interesante, con un escenario que en parte se podría decir está inspirado en La máquina del tiempo de Wells: una educada élite en la superficie, disfrutando de un planeta sólo para ellos, y el grueso de la población mundial esclavizada y enterrada en tanques bajo tierra, temerosos de una supuesta guerra nuclear. Eloi inteligentes contra Morlocks aterrados. Promete, ¿no?
No, por desgracia no promete. Paranoias excesivamente de la época (bloque soviético contra occidental, y en ese aspecto la novela envejece horriblemente mal), un tratamiento penoso de las implicaciones de una guerra nuclear (no vale con decir que ‘todos los mamíferos han muerto’ y que ‘brilla el horizonte’ para luego decir que con una simple manipulación del terreno las zonas ‘templadas’ atómicamente hablando se limpian y demás estupideces sin sentido), la patética y constante referencia a relés, engranajes, mecanismos y ‘tarjetas perforadas’ (sic), que demuestra el nulo interés que el autor ha puesto en preveer un poco el fututo de la robótica y/o la informática (si es que ha tenido algún interés, claro). No pretendo que hable de discos duros, o de memorias flash, pero suponer que las tarjetas de cartulina perforada son la salida de un megaordenador de inicios del siglo XXI es para decirle VAGO a la cara al señor Dick.
Y eso por no hablar de los personajes: el patético Adams, totalmente voluble, cobarde e incoherente; el Brose que no logra ser todo lo despreciableque pretende al autor, sino bastante ridículo (un año después de la publicación de este libro, en 1965, sí que aparece un personaje gordo, deforme y decididamente maquiavélido: Vladimir Harkonnen); el increíble (y no como halago) Lantano, un lamentable ejemplo de Deus ex machina con patas.
Y, aparte de todos ellos, el único más o menos normal, Nick, coherente en su rebeldía y sentido del deber, pero que sin embargo se acostumbra co excesiva facilidad a ‘lo de arriba’. Se salva de la quema, además, por esas últimas frases del libro, perfectas.
Para acabar tengo que comentar ‘el engaño’, un supuesto falso documental que engañaría a muy pocos de entre la población mundial con un mínimo educación y de lógica (y mucho menos a dirigentes con su equipo de asesores). ¿Hitler viajando en un reactor antes del final de la Segunda Guerra Mundial? ¿Stalin hablando inglés? Eso son chistes malos y lo demás cuento. Lo peor es que todo el entramado sociocultural de la novela se basa en semejantes chapuzas, y no vale que con admitir eso en la novela, señor Dick. El argumento es endeble y penoso, únicamente creible si posees la inocencia de un niño, y hace que la novela se convierta en un castillo de naipes que cae por su propio peso.
Mala, muy mala.
Ah, antes de que se me olvide: un saludo a José Luis de la Cuétara, esté donde esté ahora mismo. Este ticket de lavandería suyo me lo encontré en el interior del libro (de segunda mano, por supuesto). Espero que la colada le quedara muy limpita.