Hola, ofidios.
Rescaté Radix de la pila recordando el comentario despectivo que al respecto pronunció alguien que conocí hace años (y de criterio bastante fiable en lo que se refiere a cifi hard). Pero eran otros tiempos, hace ya muchos años, y ante la perspectiva de una temporada fuera de casa opté por arriesgarme con este grueso tomo.
No me arrepiento, ni de lejos. Hay que admitir el mayor problema de texto de Attanasio: hay momentos (sobre todo cercano el final) en los que peca de críptico, de farragoso. A veces cuesta comprender lo que se lee, ya que el autor se deja llevar por una excesiva retórica new age (royo jipioso, vamos), manchada con un lirismo que nos sumerge en párrafos de ñoñería ‘vital’ y ‘guay’, con toques de lo que creo haber reconocido budismo y zen. Pero salvando esas parrafadas, el mensaje del amor-vida-ñoñez, el resto atrae, engancha.
El autor nos presenta como protagonista a un desgraciado que resulta odioso, una criatura patética y que por más que evoluciona hacia algo mejor nunca acaba de resultar atractivo (detalle que considero un gran acierto por parte del autor: otros hubieran caído en la tentación de convertirlo en un ‘tío guay’, o al menos un ‘tío duro’). De hecho a lo largo de toda la novela casi dan ganas de que le maten de una puñetera vez y que así deje de sufrir.
Leyendo el libro uno no puede olvidar el artículo de Spinrad de ‘El dios emperador de todas las cosas’, y si bien Kagan sigue en parte el prototipo de antihéroe, el universo que recorre tiene un componente de sentido de maravilla que lleva a leer más y más. La obra encaja con otras de carácter iniciática, como Traición (del osito Card) o El hacedor de universos (ese magnífico borrador del más magnífico aún Mundo Río de Farmer), y se encuentre muy lejos (muy por encima) de ese supuesto prototipo de novela de ‘de hombre a dios’ que es el timo de Las estrellas mi destino, de Bester.
Eso respecto al protagonista. Pero es que en Radix hay algo mucho mayor: el mundo en el que se mueve, una extraña Tierra que se va descubriendo muy poco a poco, pincelada a pincelada, y que te atrae con todas y cada una de ellas. A veces me recordaba a Vance, el mejor Vance, el de la Tierra Moribunda.
Vamos, que me he leído el libro en todos y cada uno de los momentos que he podido: me he sentido enganchado a las peripecias y desgracias sufridas por Samnuel.
No voy a decir nada más de la trama del libro, sino sencillamente invitar a la lectura del mismo y sumergirse en ese mundo sorprendente y místico de la linergía.
Lo dicho, magnífica lectura que se lleva un merecido 9.
Chao.