Archivo mensual: septiembre 2011

Dmitry Glukhovsky – Metro 2034

Hola, ofidios.

Ahora me toca hablar del segundo libro que leo de Dmitry Glukhovsky, igualmente segundo libro ambientado en el exitoso universo de un postnuclear metro de Moscú.

Nota: esta es otra reseña redactada muy a posteriori de la lectura del  libro. Éste lo he redactado el día 27 de octubre de 2012, y tengo que admitir que el libro tiene tal calidad que apenas puedo recordar nada de su trama, al contrario que de la de Metro 2033. Eso ya habla mucho de él y de su calidad.

Metro 2034 retoma ese lúgubre, interesantísimo (en principio) y a medias esbozado reducto que es el suburbano de la capital rusa. En esta ocasión el libro, en contraposición con el primero, se intenta centrar en la taciturna, lacónica y monolítica figura del brigadier Hunter. A Hunter ya le conocimos casi de pasada en el volumen anterior, Metro 2033, dando el aspecto de ser una especie de máquina de matar un poco ida de olla, a saber si por su propia vida de antes de la hecatombe o por lo que se había obligado a ver y sufrir a posteriori. Ese carácter chocaba y resaltaba más o menos bien con el del otro protagonista, un imberbe que empezaba a descubrir los horrores del metro.

En este Metro 2034 se repite el esquema, con la salvedad de que la figura de Hunter toma más preponderancia. Pero en lo básico es lo mismo. De hecho, resulta demasiado parecido.

La estructura del libro insiste en el mismo esquema de acontecimientos que el anterior,tanto que parece un calco: nos introduce en la desesperada situación de una estación, la falta de recursos y el estar acosada por criaturas provenientes del exterior (vamos, el mismo esquema que en Metro 2033, y uno muy semejante a muchas películas de zombis, ya de paso). A partir de ese momento se inicia otro viaje por las entrañas del suburbano moscovita, un recorrido que se hace anodino y confuso por momentos: quizá un moscovita sea capaz de captar todo, pero yo admito que he notado en varios fragmentos como que algo falta, alguna referencia.

A medida que avanza la novela toma especial relevancia otro personaje que ya apareciera en la anterior obra, Homero. Éste trata de convertirse de verdad en un cronista de cuanto sucede en el metro. O más bien un intento de, porque no lo logra. Al autor trata de darle a este personaje una profundidad narrativa (hacerle realmente un Homero relatando una odisea) que sin embargo no logra. Junto a él una chica, una huérfana y perdida que ve cómo toda su vida anterior se hunde, y busca un asidero al que aferrarse (sí, hay pseudohistoria de amor), y un chico extraño y desconcertante, supuestamente poseedor de cierto conocimiento que se resiste a compartir. La extraña pareja se acaba convirtiendo en un trío gracias a la presencia (semejante al Guadiana en la zona de los Ojos) de Hunter, nunca mejor dicho, no acaba de cuajar, y a lo largo de las páginas vemos cómo toman y pierden el protagonismo del texto.

Así, con ese conglomerado de personajes, Glukhovsky intenta hacer una especie de novela de personajes, si no coral, pero sin lograrlo en ningún momento. Las vidas de los protagonistas no acaban de resultar atractivas, lo que dicen y hacen tampoco, el entorno que se describe se deja en exceso difuso y poco detallado. ¿No queriendo implicarse? ¿Dosificando adrede información para futuras secuelas?

Y es que a estas alturas de la película (con una novela anterior casi calcada) Metro 2034 carece del gancho de la novedad que sí que tenía la anterior. Sí, se describen más estaciones, revelando algunos detalles que hasta el momento no se conocían respecto al funcionamiento de esa sociedad troglodita, pero el conjunto general no satisface, con altibajos en el ritmo y el interés de lo que se cuenta.

Vamos, que no creo que compre el futurible Metro 2035. Porque este se merece un muy escaso 4.

Un saludo.

Dan Simmons – La soledad de Charles Dickens

Hola, culebras.

Aunque en esta reseña aparezca una fecha de 2012, todas las que hay entre este libro y el de La carretera han sido perpetratas a finales de 2012: está en concreto en fecha de 7 de Octubre. Sí, lo admito, se han ido quedando pendientes porque en primer lugar por aquella época estaba malo, y luego porque no disponía de mucho tiempo para ellas. Por esas razones, así como por lo remoto entre la lectura y el comentario, estas reseñas van a ser un poco bastante ligeras.

Empiezo este viaje al pasado (en lo que se refiere a lecturas) con La soledad de Charles Dickens de Dan Simmons. Tras leer la magnífica El terror cogí este nuevo relato ‘de época’ con muchas ganas, intrigado en saber cómo extraía Simmons una buena historia de horror de un personaje tan histórico y conocido como Charles Dickens.

Pues bien: La soledad es sobre todo un relato de personajes, y en ciertos pasajes de ambientes. Pero poco más. O quizá suficiente.

El estudio que ha realizado Simmons de las figuras de Charles Dickens, de Wilkie Collins y sus respectivas familias y entornos ha resultado poco menos que magnífico: no sólo el lienzo familiar e interpersonal es por completo creíble, sino a veces casi demasiado casi real, casi fotográfico y en extremo descarnado.

La figura de Dickens aparece retratada como un obsesivo y tozudo perfeccionista, acostumbrado a que los hados se porten con él y todo le salga bien. Llevado por esa forma de actuar se lanza de cabeza en proyectos visionarios y a veces incluso alocados (como por ejemplo las sesiones de lectura/interpretación de sus obras, culminadas por los intentos de hipnosis masiva). Dickens verá toda esa seguridad en entredicho ante las casi catastróficas consecuencias de un accidente de tren, y el subsiguiente encuentro con un personaje oscuro y desconcertante: Edwin Drood. La malsana y ambigua presencia de Drood, junto a la obsesiva relación de Dickens con sus creaciones y su excesiva confianza en sí mismo, le harán le llevarán a una espiral de autodestrucción.

Con igual detalle se describe la sombría presencia de Wilkie Collins, un individuo taciturno y muchas veces falso, víctima de su adicción a la morfina. Collins, imagen del desgraciado cuyos intentos de fama quedan eclipsados por el coloso ególatra de su amigo, a lo largo de la novela demuestra un comportamiento esquivo, falso, envidioso y retorcido, una manera de ser que se vuelve tan comprensible como despreciable. A ello hay que añadir una sexualidad por momentos ambigua, oculta en una extraña manera de entender las relaciones hombre-mujer.

Junto a estos dos amigos y antagonistas, y completando el trío central de la novela, nos encontramos a Edwin Drood, una suerte de avatar oscuro del mal, o quizá pobre desgraciado surgido de las catacumbas de Londres. Su extraña y siniestra presencia, a veces de corte vampírico, acabará obsesionando a los otros dos protagonistas.

En torno a este trío fatal se despliega una panoplia de personajes tan variopinta como triste. Las familias de Dickens y Collins, así como sus amantes; la alta sociedad y las élites del artisteo londinense; los agentes de policía, en activo o ya retirados, impregnados de corrupción muchas veces forzada por la necesidad; los miserables de los barrios deteriorados de Londres…

Y la propia ciudad, Londres, sus barriadas decrépitas y sus catacumbas, escenarios lóbregos y enfermizos que sólo pueden albergar a gentes igual de desastradas, Dickens y Collins entre ellas.

Todo junto compone un lienzo tan oscuro como colorista, rico en detalles morbosos y decrépitos, una historia preñada de historias que le hace a uno leer y leer sin parar. Las páginas se suceden mientras te sumerges y contemplas la decadencia moral y física de los dos escritores, cómo sus relaciones familiares y sociales se van deteriorando o transmutando algo… diferente. El juego de personajes y de situaciones, así como el magnífico tempo de las historias, nos hacen recordar a un inspirado Stephen King.

Bien, sí: tenemos personajes, las relaciones entre ellos, pero ¿y el horror? Ahí es donde el libro falla. Hay tensión en un porcentaje alto del libro, pero el horror que se esperaba no existe sino en unos contados pasajes, perdido entre páginas y más paginas de retratos sociales. La figura que se espera resulte como catalizador del horror, Drood, acaba difuminada a lo largo de las páginas, diluyéndose en algo brumoso e impreciso, demasiado vago, al final de texto. De nuevo, como en El terror, Simmons defrauda con un final no acorde a las expectativas del texto.

Aun así, por todas las páginas transcurridas descubriendo los tejemanejes de Dickens y Collins, con esos viajes a los barrios purulentos y drogadictos de Londres, la lectura merece la pena.

Le pongo al libro un 8, que ya es bastante.

Un saludo.