Lo que dije el otro día: tras LTO debía leer o cifi dura o algo en español. Al encontrar este micro libro dando vueltas por casa me lo dejó muy claro, así que me adentré por segunda vez en la obra de Gabo. A por El coronel no tiene quien le escriba.
Nota inicial: me ha llamado la atención que dos historias que leo de Gabo, dos historias que empiezan con un entierro. Casualidad, supongo. Aunque tengo pendiente la lectura de Cien años de soledad. ¿Cómo empezará? ¿Otro entierro?
Para empezar he de decir que da gusto leer algo no traducido, tener la certeza de que el traductor no ha jodido el texto original. Aquí lo que se lee es lo que el autor quiso decir, y punto. Y Gabo habla de una manera hermosa, sí señor.
La forma de esta novela corta/cuento largo supone toda una delicia en comparación a textos como los que he leído en estos últimos meses: no, King no destaca como autor ‘de estilo’, la verdad. Allí donde el de Maine muchas veces (quizá demasiadas) cuenta, el señor Gabo muestra. Además lo hace soltando de vez en cuando auténticas perlas, como cuando describe la forma en que el relámpago y el trueno irrumpen en el dormitorio de la pareja. Una auténtica delicia, un párrafo para enmarcar y del que aprender.
Pero por supuesto Gabo también tiene sus peros: que de vez en cuando se le va la –mente; otras veces se le van las palabras y, al intentar crear algo bello, acaba volviéndose confuso. El uso de la elipsis, quizá exagerado, no ayuda en ese aspecto… aunque a base de sacar deducciones y darle la vuelta a lo leído todo queda más o menos claro. Incluso lo imposible.
Lo imposible.
Sí, en este cuento rural y deprimente también tiene cabida lo imposible, lo irracional. Lo hace en forma de las cartas clandestinas de Agustín. Ese detalle al principio desconcierta, pero cuando la situación se repite uno se rinde a la evidencia: está ante una muestra de eso llamado realismo mágico que Gabo desarrolló. Por desgracia nunca se sabe nada más de ellas: las cartas existen, tienen suficiente peso/realidad como para que la policía detenga a sus poseedores, y punto.
Más allá de ese detalle de fantasía, una simple pincelada, El coronel no tiene quien le escriba se encuadra en lo costumbrista y duro. La historia narra la miseria y la desesperación de una pareja anciana y paupérrima: él, coronel retirado (individuo que, en contra de lo que se pensaría al conocer su rango militar, se muestra pusilánime y tímido), espera con una paciencia bíblica una carta que marcará la llegada de su paga de jubilación; su mujer, mucho más dura y realista, trata de sembrar la cordura y el sentido común en su marido. Junto a ellos descubrimos al médico (auténtico Mercurio, propagando las nuevas internas y del extranjero), al potentado (que a base de juegos políticos y una moral blanda ha amasado su fortuna), a los excompañeros del hijo muerto, al jodido gallo (la emplumada promesa de prosperidad, un detalle casi berlanguiano). Y con todo ello, macerando la tragedia, el paso del tiempo. El transcurrir de los meses se equipara casi a una sentencia de muerte: la pareja debe esperar a la llegada de la temporada de las peleas de gallos, aguantando como sea, incluso comiendo…
Hay que decirlo bien claro: qué final más bueno. Pero bueno de verdad, sobre todo viniendo de un personaje cuyos zapatos nunca han oído algo similar. Chapó.
Realista y duro relato. Aunque a mi gusto se queda ‘en poco’. Como me ocurre con esto del realismo/costumbrismo, echo de menos una trama, un esquema de inicio, nudo, desarrollo, nudo, resolución. La narración de desgracias/vivencias, sin más, no me engancha tanto como otro tipo de tramas. Además ésta se me hace algo apresurada: las sucesivas elipsis hacen que pasajes con posible miga queden algo descafeinados. Creo que la historia hubiera ganado mucho con el doble de palabras, incluso sin el esquema de tres actos. Algo más como Amor en los tiempos.
Pero, aun con esos defectos, está muy bien narrado, leñe. Eso hace que el cuento se merezca un 7. Y seguir leyendo más de Gabo, por si alguno lo duda.
Pozí, se acabó lo que se daba: he terminado de leer la saga de LTO. Con esta La torre oscura se acabó lo que se daba. Con ello el señor King ya puede descansar diciendo ‘he acabado’. Ale, listo.
Stephen King – La torre oscura
A lo largo de sus páginas el libro se convierte en una especie de tour de force en el que el autor parece tener prisa por acabar. De hecho esas prisas suponen meter mucho más en este libro que en otros. En efecto, en esas mil páginas hay suficiente como para dividirla sin problema en por lo menos tres novelas: Nacimiento, Destrucción y Llegada, por ponerlas tres motes. Si King hubiera usado la técnica de Lobos de Calla o de Canción de Susannah tendríamos tres novelas más, cada cual de seiscientas páginas, por lo menos. Pero no, el abuelo King tenía miedo de no acabarla y pone toda la carne en el fuego en esta novela. Por desagracia eso supone que la obra quede descompensada, un texto enorme y de narración acelerada. Nota: lo de ‘acelerado’ para King siempre debe ir entrecomillado; en él ‘acelerado’ equivale a que lo que otro autor narra en una página él lo hace en diez en vez de en treinta.
Pero las prisas nunca son buenas consejeras. ¿En qué se nota eso? Sólo voy a dar un nombre de algo que queda infrautilizado debido a ellas: el hijo de dos padres y dos madres. Vaya desperdicio, por dios.
Aunque leyendo estos dos párrafos casi se puede pensar que la novela no me ha gustado: nada más lejos de la realidad. La he disfrutado de cabo a rabo… lo que no quiere decir que no tenga su enorme puñado de errores, la mayoría de ellos debidos a ese apresuramiento. Unas prisas que se hacen muy cabreantes sobre todo en el tema del estilo: estoy seguro al 90% de que algunos párrafos King no los ha revisado ni una sola vez. Repeticiones de palabras que resultan cacofónicas, párrafos sembrados de ‘seres’, construcciones que obligan a una segunda lectura… Y eso por no mencionar extrañas mediciones que me hacen pensar que el autor ha usado yardas/pies/pulgadas y que al traducirlas, en vez de dejar las medidas en esas unidades las han pasado al sistema métrico. Señores traductores, si el autor dice que algo está a 150 yardas (usando el número redondo para dar una sensación de imprecisión, de algo calculado a ojo de buen cubero) no se les ocurra decir que ese alfo está a 137 metros. ¿Qué cojones de aproximación es 137? 137 es un número concreto, el que va entre 136 y el 138, no una aproximación ni una valoración estimativa. El caso concreto que ahora recuerdo y me revuelve las tripas: ¿qué es esa mierda de que ‘Susannah calcula que Rolando tiene 182 centímetros de estatura’? Joder: Susannah estima que el pistolero mide seis pies de alto. Seis pies. Punto. Seis putos pies, traductores de los cojones. Nos gustará más o menos el sistema de medida inglés, pero no traiciones al autor de esa manera tan cutre distorsionando de manera innecesaria su obra.
Dejemos en paz a los traductores traidores y sigamos con la novela.
Prisas, mucho que contar, todo arrejuntao en casi mil páginas. ¿Resultado? Pues un sabor agridulce, por desgracia. No sólo por el simple hecho de que se haya acabado, sino porque esta novela final de la saga demuestra al mismo tiempo las luces y las sombras de King.
Las luces brillan con una intensidad abrumadora: la manera en la que el autor te envuelve con sus palabras haciéndote no sólo ver sino saborear la historia es una marca de la casa. Lo que en otros autores se podría calificar como paja insustancial él, con su forma de narrar, hace que se disfrute de cabo a rabo. Incluso ese mamotreto sobredimensionado Mago y cristal, una novela que sigo pensando que sobra en la saga (o que esas mil páginas se hubieran podido destinar a algo mejor que esa historia de amor), se hace agradable a la lectura. La eficiencia en las descripciones de los personajes, así la capacidad de aportar pinceladas precisas y duras al mismo tiempo que desenfadas, no defrauda a nadie.
Pero King también tiene sus defectos, o mejor dicho sus puntos flacos, y en este libro (y en general en toda la saga) quedan bien a la vista.
De entrada decir que la historia se centra demasiado en los Estados Unidos modernos. Parece que en el multiverso de King sólo existen los USA más o menos modernos. No sé si tenemos ante nosotros un ombliguismo exagerado (de nuevo regresa a mi mente ese fallido El texto de Hércules) o que King no se ve capaz de manejar tiempos distintos a los más o menos modernos. ¿Qué ha sido de las distopías como La larga marcha? No recuerdo mucho de Ojos de dragón (cosas de leerlo hace casi treinta años) pero me da que no chirriaba ese mundo medieval. La insistencia en que casi todos los personajes tengan su origen en los Estados Unidos modernos hace que llegue un momento en el que la suspensión de incredulidad salta por los aires. Y eso jode, de verdad: jode mucho. La menudencia de olvidarse de que existen más países/nacionalidades, y que hay miles de años de Historia de La Tierra hace que la narración quede coja. No le iba a pedir a King que se metiera en un nuevo Mundo Río de Farmer, pero tamos debía quedarse en algo tan limitado. Sin llegar a esa riqueza de personajes, la serie de sagas de Moorcock relativas al Campeón Eterno poseen más riqueza que esta de King. Aunque claro, el de Maine medio compensa este fallo a base de un tratamiento de la escena y del personaje que ni Moorcock ni casi ningún otro autor posee.
Llegado a este punto final veo que no se explican varias cosas. No hace un Perdidos pero… Sólo voy a mentar uno de los detalles no explicados: la plaga de mellizos en los Calla. ¿Por qué hay esa cantidad de mellizos? ¿Fruto de la creación de los disgregadores? No recuerdo haber leído nada de eso, ni siquiera un mero apunte. Y creo que no lo sabe ni King.
Luego está el enorme tufillo de ‘vamos para adelante, como sea pero adelante’: todas las piezas parecen encajar de tal manera que el final feliz resulta obvio. Lo más sangrante lo tenemos con los pequeños deus ex machina que aparecen, cumplen su función y desaparecen. Sí, hablo sobre todo de Maturin, sí. Y de la jodida excusa que se repite como un mantra para todo ese deus ex machina: ‘es el ka’.
Pero es que lo del deus ex machina en esta novela final, en su último cuarto, ya es descarado. Tanto como que el propio autor nos lo arroja a la cara: así entra en escena El Artista, o quizá deberíamos hablar de Dios (o el Hombre Molécula de King). Vamos, un deus ex machina con patas.
Un detalle que me desconcertó un poco es ese momento en el que Bill Tartaja habla de satélites orbitando y espiando. En mi cabeza cuadriculada satélite implica órbita, y órbita me lleva a pensar en Kepler. Vamos, que lo que dice el Tartaja me hizo pensar en bolas de metal dando vueltas a un planeta tipo La Tierra. Sin embargo a lo largo de las novelas, sobre todo desde Las tierras baldías, al describir los haces y decir que surgen de portales ‘en el borde del mundo’ me hizo pensar en una geometría plana. O al menos en algo similar a la de los Mundos Jóvenes de Elric-Moorcock, un mundo rodeado en vez de caos de vacío, y sobre un caparazón de tortuga. Y en esa descripción no encajan mucho los satélit, no. Pero vamos, que este detalle concreto puede que se limite a una chorrada de mi mente.
Pero no me voy a liar más. La novela como tal se lleva un 7, cosa que no está mal… King no la caga al final tanto como en otras obras, pero como ya he dicho las prisas por acabar repercuten en la calidad.
Por cierto, cualquiera que haya leído esta saga y la otra en la que se inspira sabe cómo acaba de verdad la historia de Rolando cuando entra en LTO. ¿Qué no? El propio King da una pista al decir que se escuchó el sonido de un cuerno. ¿Se refiere al Cuerno de Eld? Teniendo en cuenta que en toda la saga sólo se habla de un cuerno, no parece haber dudas. Pero me animo a pensar que el de Maine también pensaba en otro cuerno. ¿Cuál? Pues uno soplado por cierta marioneta, un pelele manejado a lo largo de toda una saga por otra encarnación (mucho más sincera con su naturaleza oscura) del pistolero. ¿De qué narices hablo? Pues de una saga de la que King saca buena parte de su concepto de Rolando. Al menos esa es mi impresión. Creo que el de Maine se ha inspirado en ella, por lo menos de manera inconsciente. Hablo de una saga escrita años antes del primer capítulo de la de LTO, una saga que acaba con esta frase magistral:
Después saltó y se elevó en el aire; su voz enloquecida se rió burlona del Equilibrio Cósmico llenando el universo con su alegría impía.
Sí, el Rolando de King no es sino una nueva encarnación de mi querida negra. Al igual que ella, el pistolero dispensa desgracia y muerte a todos los que se cruzan en su camino, y como ella está vinculado al destino del multiverso. Pobres miembros del ka–tet, el de la mirada azul hielo no tiene nada que envidiar a la aulladora de fuego negro. Si el oriental pelirrojo, uno de los mejores guerreros de su país, no sobrevivió a su hambre, ¿cómo iban a hacerlo ellos, simples aprendices de dispensadores de plomo? El destino de los compañeros del de la mirada gélida no se diferencia del de los que caminan junto a la negra de las runas. Con la diferencia de que el maestro Moorcock no se deja embarrar con finales felices.
¡Salve, maestro Moorcock! Y sí, por qué no: ¡salve, maestro King!
Adiós.
PD: ¿qué libro leeré ahora? Lo admito, ni puta idea… pero me llama o algo escrito en español (libre de traductores traidores) o algo de ciencia ficción dura, muy dura.
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