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Michael Moorcock – Las crónicas del castillo de Brass

Hola.

Retomo a Michael Moorcock en el último libro que tenía pendiente de leer de la saga del campeón eterno: Las crónicas del castillo de Brass, la segunda etapa de las aventuras de Dorian Hawkmoon. Siempre me ha parecido el más endeble, el menos atractivo de las cuatro personalidades ‘principales’ del campeón eterno (y mi favorita sigue siendo Corum un poco por delante de Elric), y tras leer esta segunda etapa sigo pensando lo mismo. Más aún, ahora que la guerra con Londra ha desaparecido las aventurillas del de la joya en la frente (si bien ya no la lleva) parecen bastante sacadas ‘por los pelos’.

En este volumen Moorcock aplica con demasiada exactitud los esquemas que ya ha usado en otras novelas del ciclo, haciendo en extremo previsible ‘El Campeón de Garathorm’. Sin embargo la última novela del tomo salva al resto: La búsqueda de Tanelorn, más allá de que es un tema recurrente en el multiverso, y que retoma por cuarta vez el episodio de Agak y Gagak, más allá de esto continúa con en forma de buen epílogo para el ciclo del Multiverso. Aparece y se medio-explica la presencia de alma del demonio negro, así como la naturaleza de La Balanza, para tras ello cortar por lo sano (muy al estilo de Moorcock) y por fin dar descanso al héroe eterno (un descanso muy merecido en los casos de Erekosë y de Jhary-a-Conel, que los pobres ya estaban artitos de dar más y más vueltas).

Nota: sin embargo, y en vista de lo que pone en la wikipedia inglesa, parece que todavía me falta mucho por leer del multiverso. A ver si lo editan en español… y si no a tratar de leerlo en pitinglis.

En definitiva, una lectura interesante para los seguidores de Moorcock pero muy poco aconsejable para los neófitos (para esos mejor que agarren el primero de Elric, mucho más accesible, y hablo en todos los aspectos; a este respecto desde aquí quiero darle las gracias Julipán, el de Santander, por meterme en el mundillo de Elric hace ya cosa de veinte años).

Valoración final que le pongo: un seis.

Michael Moorcock – El programa final

Está visto que sigo maldito en lo que se refiere a las lecturas de género. En esta ocasión me lancé a lo que creía iba a ser una buena experiencia dado que, hasta ahora, Michael Moorcock formaba parte de mis autores preferidos (la fantasía no es plato de mi gusto, sobre todo la de toques ‘tolkeinianos’. Moorcock podría definirse como la antítesis a esa escuela, poseedor de una mala leche y un fatalismo tan crudo que hace que me encante). Gran parte de lo que ha pasado por mis manos ha sido de mi agrado: todo lo de Elric (lo he leído, releído, requeteleído, y volveré a hacerlo algún día), todo lo de Corum, todo lo de Ereköse, cuatro séptimos de lo de Hawkmoon, El libro de los mártires… Así, sin imaginarme el topetazo, empecé con este El programa final.¿Qué me he encontrado? El programa final (1968) narra las ‘andanzas’, por llamarlas de alguna manera, de Jerry Cornelius, un pijo forrado hasta las trancas, resabiondo, ambiguo, anárquico, de sexualidad indefinida. Leyendo la novela a veces me le imaginaba como una especie de Austin Powers demente. Este personajillo, al que nunca se le acaba de coger el gusto (algo nada extraño viniendo de un autor que tiene como figura principal a Elric de Melniboné), avanza erráticamente a lo largo de la novela intentando, o al menos eso se supone, promover el caos.

Sí que lo consigue, pero en el lector.

Los despropósitos se suceden: idas y venidas sin razón alguna, la aparición y desaparición de personajes a veces muy mal introducidos y luego peor llevados (destaca el sinsentido de los ‘compañeros’ de Jerry en el asalto a la casa; también la inexplicable señorita Brunner, que a lo largo de todas lectura del libro he pensado que no es más que una especie de avatar endeble de Arioco), alguna floritura estilística mal insertada (recordemos que cuando se escribió el libro estamos acabando la funesta década de los sesenta, en la que Moorcock se erigía como un abanderado, en lo que se refiere al género fantástico, de la nueva ola literaria inglesa). En definitiva, una incoherencia que no ayuda nada, pero nada, a la lectura.

No se puede negar que la novela y el estilo poseen cierta rebeldía, y sobre todo en un primer momento sorprende la forma de tratar la sexualidad, pero se echa en falta un guión, una idea, el que la novela tenga un rumbo definido. Tal es la inexistencia de esquema de la novela que más bien parece el resultado de unir dos relatos cortos (partes inicial y final del libro) con un intermedio que podríamos catalogar de ‘película pornozombie surrealista’. Eso sí, todo pegado de mala manera.

Por otro lado cabe destacar, pero en lo negativo, la traducción de la edición que dispongo (Minotauro de 1979): pésima, horrible, deleznable, con frases ni siquiera traducidas al español sino más bien ‘pasadas a nuestro idioma’, o con términos inventados. Puede que debido a ella se me haya quedado un mal sabro de boca. Dado que dispongo de la reedición que publicó la misma editorial de hace unos años (un tomo con este libro y el de Una cura para el cáncer) puede que le de una nueva oportunidad.

Pero vamos, porque es Moorcock, que si no…