Archivos de la categoría Libros

El VICIO, con mayúsculas.

Javier Negrete – La mirada de las furias

Hola, ofidios.

No sé cuantos años lleva este libro en mi pila. Esperad que lo mire… el depósito legal de la edición, del Círculo de Lectores (de cuando estaba apuntado a eso), reza 1998. Ale, ni más ni menos que Negrete ha estado esperando que lo lea la friolera de once años. Ahí es nada. Y durante todos esos años dormía junto a él, por eso de ser los dos únicos ejemplares que me compré de esa colección de cifi, ese Heinlein tocho titulado Forastero en tierra extraña. Algún día, seguramente lejano (Heinlein no me atrae pero nada de nada), caerá el del marciano jipi, pero no por ahora.

Pero vayamos a lo que nos interesa, ese La mirada de las furias. Me lo compré porque en su día oí buenos comentarios del libro. Por aquel entonces compré ‘bastante’ cifi española, con resultados dispares: La sonrisa del gato del fandomítico Rudi Fernández me agradó, la pareja de Hijos de la eternidad y Mundos en el Abismo me dejó patidifuso (tanto por lo buenísimo y grandilocuente de la historia y sobre todo por el universo creado por Aguilera y Redal; admito que hablo de lecturas realizadas hace diez años, que no sé como pasarían ahora mi criba, cada vez más estricta), El hombre estrella de Bermúdez me desencantó, La hormiga de Pedro Gálvez me resultó correcto pero fuera de lugar (más aun tras haber leído pocos meses atrás Las hormigas, de Bernard Webber), Ahogos y palpitaciones de Andreu Martin me sorprendió muy gratamente. Este resultado de lecturas, algo agridulce, me hizo dejar un poco de lado lo patrio y tirar hacia lo seguro (lecturas más o menos selectas anglosajonas). Con ello acabé por olvidar este libro. Años después regresé al producto nacional, aunque siempre con reparo (con casos como Artifex v.2 aprendí mucho de lo que se cuece, y cómo lo hace, aquí).

Aunque ya le llegó la hora. ¿Qué puedo decir de este libro? Roza lo correcto. Se disfruta, resultando a ratos entretenido. Pero como ya he dicho simplemente roza lo correcto, a veces por arriba, en contadas ocasiones por debajo (el caso más claro, y que cada vez me encontraba con eso me daban ganas de apalear al editor, el revisor y, en última instancia, al autor, es las ‘listas’ del tipo a/b/c que planta en varios puntos de la historia; se trata de un recurso horrible que rompe completamente el flujo de la narración, y demuestra una dejadez y falta de profesionalidad sorprendente aplicable a los tres elementos editoriales que he citado antes, editor, revisor y autor).

Hablando un poco del contenido, decir que el protagonista, superhombre tópico y vacío, no engancha. Pero se puede aducir que precisamente el personaje es así. Pues sí, perfecto, pero la representación tiene tanto éxito que impide conectar con él, por más que hable de sus sentimientos, se enamore y todo lo demás. Por otro lado el escenario chirría un poco: no se trata de un texto hard, por supuesto, pero entonces que no explique tantas cosas del planeta. El resto de personajes que desfilan parecen muchos de ellos sacados de Max Max, lo que no deja de tener su encanto para un amante de la saga, como es mi caso. Pero, el crear personajes tan malos, en un entorno tan extremadamente duro, hace que la presencia de otros (mucho más débiles) choque y no cuadre. Las situaciones, sin pecar de malas, no enganchan tanto como otras que he leído en otros libros: La mirada no ha sido de esos que me ha obligado a leer y leer en el vagón, en las escaleras mecánicas, en los descansillos, andando hacia mi destino… Pero la verdad es que nunca se puede exigir tanto a un libro. No todos deben ser obras maestras, referentes en sus géneros. Así, La mirada puede calificarse como una lectura divertida y amena, que cumple bien la misión con la que sin duda lo escribió Negrete: entretener.

Recomendable para los que busquen lectura de metro, pero que sin duda no pasará a la historia de la cifi española, como sí lo harán la pareja de Aguilera y Redal, o la maravilla de la trilogía de Las Islas de Torres Quesada.

PD: Hoy tocaba un post todo repletito de enlaces a tercerafundación.net De nada.

Karel Čapek – La guerra de las salamandras

Hola, culebras.

No había leído absolutamente nada de Karel Čapek, injustamente famoso como creador del palabro robot (el auténtico inventor de la palabra es su hermano Josef), ni la archiconocida R.U.R. ni esta Guerra de las salamandras. Así que cuando la reeditó Gigamesh no pude evitar comprar el libro… para dejarlo en la pila hasta ahora. Lo compré por eso de poseer un clásico de fama mundial, pero tras leer en su contraportada las palabras ‘sátira prometeica’ ya no estaba tan seguro de que me gustara lo que me iba a encontrar. Esa sensación de inquietud surgía más que nada de la palabra ‘sátira’: se trata de un género para el que me muestro muy exigente, sobre todo porque la literatura de humor no me gusta nada, no me hace reír lo más mínimo. Lo de ‘prometeico’ me sugería una labor editorial rimbombante y pedante.

Pero en este verano de temperaturas extremas opté por leer el libro de Čapek. Tras acabarlo sólo puedo decir que me he encontrado con otro chasco monumental, con otra obra sobrevalorada y que creo que sólo se mantiene gracias a su amplia base de seguidores (me niego a llamarles frikis por la cuenta que me tiene).

El libro en sí más que ciencia ficción podría describirse como una fábula, un ‘estudio’ sobre la naturaleza y estupidez humanas; y sin lugar a dudas una historia colonial de entreguerras, con la Segunda Guerra Mundial prácticamente en ciernes cuando Čapek escribió la obra. En la historia las salamandras se reducen a servir de vehículo, de excusa para que el autor describa su punto de vista desencantado y pesimista de la sociedad occidental, del sistema económico y político, del colonialismo y más circunstancias sociales de la época. Todo ello desde la perspectiva de un ciudadano de un país olvidado y diminuto, Checoslovaquia.

El mensaje es bueno, sí, pero ya está muy manido a lo largo de la historia de la humanidad: las denuncias de locura armamentística, de la estupidez del hombre, de la guerra y el esclavismo, los ha habido desde siempre y lamentablemente (a no ser que la solución final llegue pronto) los habrá en el futuro. Čapek no saca nada nuevo a la luz. A lo sumo destaca por hacerlo cuando hizo, ante una Alemania que alzaba su garra sobre Europa, y desde donde lo hizo, un país que en breve se convertiría en víctima del Tercer Reich.

Más allá de este mensaje nada original nos hallamos ante un libro sencillo, lleno de sarcasmo, humor negro y esperpento, de exageración y teatralidad. La denuncia se hace a través del ridículo y lo extremo, sacando de su cauce lo que cualquiera con un poco de ojos y sentido puede descubrir en el mundo, antes y ahora. El tinte fatalista de la novela se nota desde el primer momento, si bien se agradece que el autor no tome partido por ningún bando, ni del deleznable ser humano ni de la maquinal y decidida salamandra.

Lectura recomendable sólo para aquellos que busquen discurso de Perogrullo fatalista disfrazado de ciencia ficción.

AA.VV. – Lo mejor de la ciencia ficción soviética II

Hola, ofidios.

Tenía este librito en la pila y, la verdad, me daba algo de miedo agarrarlo: tras mi desamor con Lem no estaba nada seguro de que las obras de más allá del telón de acero me acabaran de gustar. Pero tras años de verle ahí, el pobre, abandonado, opté por leerlo. He aquí lo que encontré: relatos variopintos, sorprendentemente variopintos.

Cabe destacar en la mayoría de los textos el a veces escandaloso partidismo, la inmersión de la visión política en el texto: lo soviético como el ideal de sociedad, de cultura, de civilización. Ese proselitismo a veces exagerado ahora, dado el año en que estamos, no puede sino provocar una sonrisa al ver en lo que ha terminado la tan idealizada Unión Soviética. Dejando aparte el tema político, hablaré de los relatos.

Iván Efremov, al cual según se le presenta como uno de los destacados de la cifi rusa, está representado con dos relatos de corte clásico, sobrios y que lamentablemente no destacan. ‘El secreto heleno’ se hace lento y excesivamente meloso, y ‘La sombra del pasado’ resulta excesivamente difícil de creer, por más que trate de explicar en términos físicos la premisa de la historia.

El relato ‘El día de la cólera’, de Séver Gansovski, resulta bastante más agradable. Leyéndolo me venía a la cabeza el relato la basura ‘Gracos’, incluído en el UPC 1998, pero bien escrito y mejor relatado. La descripción de los otarks resulta mucho más inquietante y efectiva sin dar tantos detalles.

La lectura de ‘Futilidad’, de Andrei Gorbovski, casi se puede definir como eso: una inútil pérdida de tiempo. Relato manido, insustancial, que no pasa de ser una simple y poco original anécdota.

Guergui Gurevich nos presenta un solo relato, pero bastante para poderle comparar con el mítico ‘Encuentro con medusa’ de Clarke. ¿Hasta qué punto existe relación entre ambos relatos? Lo desconozco, pero aun así disfruté muchísimo, incluso una vez adivinado el final.

‘Un huésped del cosmos’ y ‘Un marciano’ pertenece al tipo de literatura que le gustará a Iker Jiménez y compañía. Los dos pestiños de Alexander Kazantsev pertenecen a esa ‘literatura’ que trata de argumentar la existencia de ovnis: en este caso el que el bólido de Tunguska se trataba de una nave extraterrestre. No me extenderé en esa sarta de memeces.

Valdislav Krapivin nos presenta ‘Encuentro con mi hermano’, la otra joya de esta recopilación de relatos. Humano, tierno, duro; bien escrito al punto de hacerlo universal, lejos de la parafernalia soviética que algunos otros relatos sueltan.

Concluye el tomo con ‘Las botas mágicas’ de Víktor Saparin, un divertido relato, desenfadado y con guiños de fantasía mágica, pero que al final se revela como pura ciencia ficción.

Como conclusión decir que no acabé del todo descontento por la lectura, si bien se trata claramente del típico libro que sólo merece la pena comprarlo como saldo (dado que si no me equivoco está descatalogado puede que sólo se encuentre de segunda mano, lo que no asegura precisamente un precio bajo). Quien lo vea por ahí, le sobre algo de dinero y tenga curiosidad que lo coja.

AA.VV. – El peón del caos

Hola, culebrillas.

Hace algo más de un año cayó la anterior compilación de relatos inspirados en Elric de Melniboné, Cuentos del Lobo Blanco; ahora le toca a esta segunda entrega de los relatos basados en el multiverso de Moorcock. En esta ocasión, como de su título de deduce, la recopilación no se centra en el amigable albino, sino que se juega con los múltiples aspectos del campeón eterno: nos encontramos relatos del anodino Hawkmoon, del irracional Cornelius, del triste Corum, el amargado Ereköse y, cómo no, del cenizo y carismático Elric. Junto a ellos algunos de los autores, siguiendo el espíritu de Moorcock, han introducido nuevos actores al juego de la balanza cósmica tratando de enriquecer el multiverso. El resultado es… desigual.

Precisamente con los personajes nuevos es donde destaca la recopilación. Como auténticos representantes del mensaje de Moorcock puedo mentar los relatos ‘Hablar con hombres y ángeles’ (Roland J. Green y Frieda A. Murray) y ‘Ángel de la guerra’ (James Lovegrove): éste último, sobre todo, capta a la perfección el alma atormentada de alguien que bien podría responder al nombre de John Daker.

Dado que hablamos de la lucha eterna entre el orden y el caos, el bien y el mal, junto a las dos joyas de la recopilación hay que nombrar las dos basuras más impresentables del libro. Las podemos encontrar, para nuestra desgracia, en ‘El alma cautiva’ (Hill Crinder) y en ‘El último escritor de relatos cortos del fin del tiempo’ (Brad Linaweaver), dos ejemplos de pésima labor editorial. No me voy a abundar en ellos, dado que se me revuelven las tripas, sobre todo con ‘el alma’ (pensar que eso ha sido publicado, traducido, etc. me duele mucho).

Entre los dos extremos, rondando el fiel, nos encontramos el resto de relatos. Lamentablemente el estar próximo al equilibrio en este caso no equivale a una buena valoración. Nombraré algunos de los que merecen la pena, en mayor o menor medida:

  • ‘El cráneo de guerra de Hell’ (C. Dean Anderson), correcta fantasía de Ereköse, si bien no acaba de cuajar por su excesiva unidireccionalidad.
  • ‘El signo de la mano de plata’ (Nancy A. Collins) representa el uso del estilo de Moorcock en su faceta más entretenida. Se lee con placer, si bien resulta previsible para lo aficionados al multiverso.
  • ‘La estación festiva’ (David Ferring) encaja muy por los pelos en la recopilación, como si se hubiera apurado su desenlace para que se ajustara al tema del campeón eterno. Aun con todo se deja leer.
  • Cito a ‘La isla de las almas perdidas’ (Robert E. Vanderman) más que nada por que me hizo gracia el encontrarme el mito clásico de Caronte junto al gafe.

Quedan fuera de toda clasificación los relatos esquizoides, como es el caso de ‘Gigantes en la tierra’ (Caitlin R. Kierman) y ‘La casa a medio camino’ (Peter Crowther). Supongo que habrán hilado demasiado fino para una lectura de metro, como todas las mías, ya que no supe captar nada de lo que pretendían decir.

En resumen, una compilación con altibajos, con basuras que te marcan y con joyas que se quedan grabadas en tu recuerdo. Vamos, que si perteneces a los seguidores de Moorcok y lo encuentras en la edición de bolsillo no estaría mal que te lo compraras: disfrutarás.

AA.VV. – Maestros del horror de Arkham House

Hola, ofidios.

Suculento, realmente suculento parecía este libro en la estantería del FNAC, tanto que no pude menos que soltar (con dolor) los casi treinta euros que valía y comprarlo. Y al poco tiempo leerlo, por supuesto.

Me encuentro ante un Valdemar Gótica, esa soberbia colección conocida por todos los amantes del terror clásico. Y además en su título aparece el nombre de una editorial mítica en el género del terror, y una editorial sobre todo significativa para los amantes de Los Mitos. Sin Arkham House, sin la labor de August Derleth, no se hubiera descubierto la figura de H.P. Lovecraft, uno de los autores más influyentes en toda la historia de la literatura fantástica. Y se supone que aquí esta unido lo mejorcito del elenco de autores de la editorial en forma de una extensa colección de relatos. Bien, bien: promete.

Ale, ya lo he leído. El prólogo y en general las introducciones a cada autor resultan por lo general interesantes (algunas incluso mucho, sobre todo para descubrir ese mundillo oscuro de los editores), si bien quizá peca de un poco excesivo partidismo en defensa de Derleth. Pero como eso ya lo adelanta el compilador en el prólogo, pues estamos sobre aviso. En mi opinión Derleth la cagó al tratar de sistematizar los Mitos, creando unos bandos donde en principìo (según lo descrito por H.P.L.) no los había, pero se trata de una opinión personal.

Entre los relatos a destacar por su calidad citaré:

  • ‘El valle de lo perdido’ de Robert E. Howard, narración sencilla y directa, dotada de la habitual agilidad del autor.
  • ‘El dios de orejas de perro’ de Frank Belknap Long Jr., un auténtico clásico dentro de la literatura de Los Mitos.
  • ‘La hermosa dama’ de David H. Keller, un relato que no conocía pero que está dotado de un aura de clásico)
  • ‘Amantes desde la tumba’ de Edgar Hoffman Price, historia cargada de los misterios del Egipto faraónico, aderezado con una justa dosis de romance, romance un poco forzado pero perdonable.
  • ‘El lobo de las estepas’ de Greye La Spina, dotado en parte de un estilo epistolar que recuerda a clásicos como Frankestein o Drácula, si bien trata de otro de los monstruos eminentes del terror, el hombre lobo.
  • ‘Algo viejo’ de Mary Elizabeth Counselman, de lo mejorcito de la compilación, un relato que de nuevo encaja a la perfección con lo que se espera de un clásico.
  • ‘Bon voyage, Michelle’ de Seabury Quinn, una historia triste, de final previsible pero que seduce por ese fatalismo romántico que destila.
  • ‘El señor de Cotswold’ de Nelson Bond, interesante relato para todos los amantes de Machen, Lovecraft y en general para los seguidores del terror emparentado con Los Mitos. No cuenta nada nuevo, resultando previsible, pero sirve de muestra de cómo la sombra del de Providence se alarga dentro de la editorial.

Por el contrario no quiero olvidarme de relatos a mi entender sobrevalorados y que aparecen en esta compilación: me estoy refiriendo a ‘El pequeño asesino’ de Ray Bradbury (jamás me ha convencido la manera de actuar, la psicología de los protagonistas; en el fondo se trata de un Bradbury rudimentario, muy lejos de lo que años después conseguiría con ese delicioso estilo poético suyo) y a ‘Propiedad del anillo’ de John Ramsey Campbell (otro relato que por más que lo leo no me engancha… ni le llego a comprender).

Resumiendo, la compilación merece la pena, si bien hay que abordarla de una manera abierta: yo me esperaba una nueva colección de relatos de Los Mitos y no es eso lo que hallé, sino un poco de todo. Quizá por eso me dejó ese sinsabor.

Un saludo.

Cordwainer Smith – Los señores de la instrumentalidad IV

Hola, culebras.

He tardado años en coger este libro de la pila, más que nada por la tontería de que es el cuarto de una colección de la que me faltan los tres primeros, pero aun así al cabo de más de diez años de espera, ha caído. Sólo conocía de Smith su Nostrilia, que leí hace unos siete años, y de la que tengo un muy mal recuerdo: aburrido y ñoño son dos palabras que me vienen a la cabeza ante ese libro. Pero dado que a veces una primera impresión engaña, le di a Smith esta segunda oportunidad. Así tomé en mis manos este volumen.

¿Qué me encontré?

En primer lugar debo hablar del núcleo del libro, la novela corta ‘En busca de tres mundos’. Se trata de una especie de epopeya en el que de nuevo sale a la luz la candidez y ñoñería del autor, con pasajes que se suponen líricos, llenos de supuestas alegorías del bien y el mal, del hombre, etc., pero que a mí no me han acabado de gustar. El protagonista no trasmite nada, diluido en una realidad y un trasfondo demasiado fantasiosos. Los escenarios a veces resultan tan irreales que no pueden llamarse ciencia ficción, y los personajes parecen sacados de una fábula infantil (para los amantes de ese género perfecto; para mí no). Sin embargo algunos, pocos, pasajes destacan, sobre todo el último: ‘Tres a una estrella’ constituye una pieza cargada de rareza y personajes alienados que me hicieron retomar el libro con ganas.

El resto de los relatos del libro, todos ellos independientes, los podría calificar como fallidos, por no decir ridículos (en eso destaca ‘La ciencia occidental es tan maravillosa’, una estupidez que sólo está ahí por haberla escrito quien la ha escrito).

En definitiva, una lectura que me deja mal sabor de boca, y que ya sume a Smith entre uno de los autores vetados de mis futuras compras.

Un saludo.

George R. R. Martin – Los viajes de Tuf

Del gordo y barbudo éste de Martin sólo había leído la primera entrega de Perdidos… digo, de La canción de Hielo y Fuego, Juego de tronos (libro que me leí prestado por un amigo y que me dejó como los primeros episodios de la serie de televisión, entre interesado por las diversas tramas y receloso ante el pedazo de culebrón que se anunciaba tras sus páginas. Posteriormente me compré las dos continuaciones, y seguramente adquiriré el resto hasta que acabe la saga, para luego leerla de un tirón, a ver que pasa. Y eso que por lo general no me gusta la fantasía). Perdón por la confusión, todos sabemos que no hay paralelismos (ninguno, ninguno, ninguno) entre la manera de concebir y narrar Perdidos y esa saga.Pero no nos perdamos y vayamos a este fixup, palabro anglo para definir una recopilación de relatos escritos ex profeso para ver la luz como un todo. Así, a lo largo de los siete relatos que incluye el libro nos encontramos con un todo más o menos autoconclusivo, las andanzas de un comerciante espacial llamado Tuf. A Tuf se le podría definir de cargante, cansino, ridículamente sincero y, dado que no le han matado, absoluta e injustificadamente afortunado. Esa característica, la de librarse de la muerte en todas sus aventuras aun siendo un bocazas hiriente de primera hace que se vuelva un personaje en extremo increíble, incapaz de conseguir que conecte con el lector.

Algo que, seguro, le importa un bledo a Martin.

Con esas, a lo largo de los relatos acompañamos al eterno suertudo desde descubrimiento y apropiación de ‘El Arca’, su mítica nave, hasta cómo salva tres veces a los pobladores de un planeta de su ciega y obsesiva estupidez. Entre ello Martin nos permite visitar otros planetas y otras culturas, aspecto en el destaca la obra: repleto de mala leche, los relatos rezuman una dura crítica a la ceguera humana, ante las que el cargante personaje consigue brillar contraponiendo su actitud coherente y lógica al sinsentido del universo que le rodea. Es por ese juego de contrastes por lo que se disfruta de verdad el libro, ver como una hiriente y clara sinceridad sale victoriosa (con enorme suerte, eso sí, de no acabar apaleado de por medias) ante esa basura llamada humanidad.

Habrá que esperar a la anunciada segunda colección de relatos, a ver si Tuf continúa con su suerte injustificada o recibe su bien merecido final.

Un saludo.

Stephen King – Apocalipsis

Otra vez King, otra vez un pequeño-gran chasco. Compré el libro plenamente consciente de que tras esas más de mil quinientas páginas habría una rica galería de personajes, cada cual definido e intenso; por otro lado temía que, aun con esa enorme cantidad de páginas, surgiera de nuevo el chapucero incapaz de concluir bien una puñetera historia.

Y acerté. Otro pleno, otra vez se renueva esta extraña relación que tengo con el de Maine: placer ante sus premisas, admiración por la descripción de los personajes, y nausea cuando se acerca el último cuarto de la historia. Vamos, lo de siempre. Pero volveré a leer algo más de él, seguro, como por ejemplo acabar con la saga de a torre oscura. Y de nuevo me cagaré en todo lo que le sea sagrado. En eso soy, mal que me pese, demasiado humano.

Apocalipsis es la versión buena, más amplia, de lo que en un primer momento se publicó como La danza de la muerte. En verdad que la historia, sobre todo el primer tercio, resulta puramente apocalíptica, con la plaga exterminando la humanidad. El capitan trotamundos hace muy bien su trabajo, rozando casi la perfección. A medida que es barrida la raza humana (todo un placer para un auténtico misántropo) Stephen King nos va presentando diversos personajes, algunos con su carga de patetismo y en cierta medida entrañables (Lloyd, Larry y Frannie), otros que se hacen más difíciles de tragar (el ejemplo más claro lo encontramos en Stu, don perfecto), mientras que los menos son simples parodias, esperpentos, como Trashcan o Harold. Luego están los supuestos catalizadores, a saber: por un lado una nueva encarnación de Randall Flagg, el amigo oscuro que en ningún momento acaba de dar miedo (sí, a lo largo de gran parte de la novela se habla de, ¡uh!, lo malo malísimo que es, pero en pocos momentos se capta de verdad esa espíritu); por otro un sinsentido lleno de ñoñez y tontería llamado Abigail, que dan realmente ganas de darla una paliza, o de alentar a las comadrejas para que hagan su trabajo de una futa vez.

A lo largo del libro algunos personajes mejoran, como es el caso de Stu, otros son borrados de un plumazo (como el caso de Nick, ejemplo de santurrón exacerbado), y otros se van sin haber dado lo que se esperaba de ellos (el caso mas chirriante lo tenemos con Nicole). Aun con todo disponemos de una gran cantidad de personajes que aderezan unas situaciones que nunca llegarían a resultar interesantes de no ser por ellos, sobre todo en la parte central del libro.

Lo dicho, el libro avanza gracias a los personajes, aunque con una terrible y pesada falta: el ridículo e injustificado egocentrismo americano, que de nuevo enmarca el fin del mundo, la llegada del maligno y de un salvador en su territorio, en los Estados Unidos. No hay más países en el mundo, no hay miles de millones de personas fuera de ese terruño, no: la lucha del mal y del bien se debe realizar ahí, entre paletos rednecks y dandis norteños, y con los ‘buenos’ rebosando de esa mierda de sensiblería patriótica a la que están acostumbrados en ese país. Bueno, al fin y al cabo se trata de una autor yanqui, que escribe para yanquis… en una primera instancia.

Sigamos con la novela: ya dije que el primer tercio de la misma es casi perfecto. Por desgracia se va desinflando, hasta que a medida que se acerca el final algo huele mal, muy mal: el lector lleva tiempo pensando en que debe ocurrir algo gordo, pero ese algo no acaba de llegar. Al contrario, uno contempla cómo el amigo Flagg se vuelve más y más penoso, Trashcan pierde el rumbo, y la vieja Abigail toma las de Villadiego sin haber hecho mucho más que juntar a la gente. ¿El auténtico Apocalipsis se limita al querido capitán? Parece que sí. ¿Cómo nos saca de este lodazal el autor? Pues con la mano de dios, ni más ni menos: con uno de los finales más atropellados y forzados que he leído en mi vida. Me imagino a King pensando algo así como ‘dado que no se me ocurre nada para desliar el estropicio que he montado invoco a Maradona y ¡gol!’. Vale, sí, lo sé: la demostración de jeta de Dieguito llegó bastantes años después. Pero queda que ni pintado.

Tócate las narices.

Y el editor sin obligarle a reescribir esa mierda de final. La coña final de Flagg sin duda no es nada más que una manera de quedarse con la peña, de decir algo así como ‘ya que a la segunda no supe hacerlo, me dejo una puerta abierta para intentarlo una tercera’.

Guay. Cabreo final, y sin embargo leeré más de este tío. Si es que uno es en el fondo masoca.

Un saludo y hasta luego, culebras.

C.S. Lewis – Perelandra

Hola, culebras.

Hace ya años me leí Malacandra, la primera entrega de esta saga, y tengo un muy buen recuerdo del libro. Eso me llevó a seguir con esta segunda parte. Esperaba más aventuras de Ransom en otro planeta extraño y sugerente como el Marte de la primera entrega.

¡Iluso! ¡Infeliz! Perelandra es un libro profundamente cristiano, religioso, con toques filosóficos respecto a la naturaleza del ser humano, su relación con la mujer y la intervención del demonio en todo ello. Un libro que sólo es capaz de entenderse en todo su mensaje desde un punto de vista puramente cristiano. En definitiva, un tostón para alguien profundamente ateo como yo. Al menos me salvó y algo amplio conocimiento de la religión cristiana (ocho años en un colegio de curas, entre otras cosas, dejan huella) me permitió captar los devaneos que nos planta Lewis en su obra. Pero no implica que me gustase.

No me voy a abundar más en un libro que leí con excesiva rapidez, casi deseando que pasaran las páginas. Seguramente alguien más receptivo lo habrá sacado más jugo, e incluso apreciado. Yo no. Tengo en la pila la tercera parte de la saga, y la verdad es que no sé si algún día me atreveré a agarrarlo. Uno es valiente (literariamente hablando), pero cada día huye más del masoquismo.

Norman Spinrad – La canción de las estrellas

Tengo que admitir que de este hombre sólo conozco (y me parece sobervio) el artículo ‘Emperador de todas las cosas’ (en muchos sitios, por ejemplo en Tau Cero). Aparte de esto nada más. Nada. Y desde hace años llevo oyendo hablar muy bien de él, así que en un pequeño trabajo de arqueología casera desempolvé este libro de entre las decenas de ejemplares de la pila -el único que tengo por ahora de él- y empecé a leerlo.¿Qué me encontré en La canción de las estrellas? Exactamente lo que me temía: una historia jipi, pero completamente jipi, con sus toques de sexo libre, drogas, conciencia ecológica, contracultura y demás basuras muy de la época de cuando lo escribió Spinrad (siempre he pensado que la new age en gran parte se reduce a basura y pérdida de tiempo). Sí, todo el libro es de pura coña, una crítica no sólo a la sociedad humana en general, sino incluso a los valores propios valores jipis, mostrados como falsos y maniqueos. Pero ahora, treinta años después, cuando ya toda esa filosofía ha quedado totalmente trasnochada, uno no puede evitar sonreír y pasar página tras página ante lo que se lee en ellas. Vamos, que ha envejecido muy mal, si es que en algún momento en autor se preocupó en que la obra no envejeciera. El planteamiento social de los protagonistas es tan irreal que pasma (todos muy jipis, aceptando la palabra de un mindundi que hace de juez, y además juez drogado), y sólo llegué a identificarme, y poco, precisamente con los malos, los patéticos exiliados ‘negros’.

La lectura se hace amena, cosa que se agradece, pero cuando uno acaba no puede evitar decir eso de ‘¿Siguiente?’.

En definitiva, La canción de las estrellas no es más que literatura de metro… Habrá que esperar a leer otro libro de Spinrad, a ver si se redime de este pequeño pecado jipioso (y que conste, si es que importa, que no soy el único que piensa así).