Archivos de la categoría Libros

El VICIO, con mayúsculas.

AA.VV. – Visiones 1999

Muchos años han pasado desde que este libro está en la pila: en aquellos días incluso era miembro de la entonces llamado AEFCF, sin la T de ahora. Pero eran otros tiempos… Vamos a los que vamos: la lectura. Si alguien quiere leer más reseñas, que busque por ahí visiones 1999.En este libro hay de todo, como en botica, y más que hundir lo malo prefiero ensalzar lo que mejor sabor de boca me ha dejado. Dado que se trata de una recopilación de relatos escritos por autores noveles, aficionados, es lógico que el nivel muchas veces sea regular, por no hablar de bajo. Pero dado que se trata de eso, de noveles y/o aficionados, es lógico.

Entre los que he leído diría que mi favoritto es ‘Completismo’, de Eugenio Sanchez Arrate, un relato de cifi de corte clásico y bien escrito: no pasará a la historia pero tampoco defrauda.

Otros que, quedando a mi gusto por atrás pero que merecen una mención son:

–         ‘Apuntes para un experimento’, de Alberto Castellón Serrano: entretenido, con algunos fallos de estilo y de argumento pero que se disfruta. Ambicioso por su temática pero que no acaba de cuajar.

–         ‘El trofeo’, de Miguel Ángel Aijón, que bebe de la fantasía en plan brujería y espada, pero con menos brujería y más espada.

–         ‘Si te dicen que Caín’, de Raúl Gonzálbez del Águila, que me ha hecho gracia, si bien me ha resultado mosqueantemente previsible y quizá padece de una perspectiva demasiado antropomórfico, dado el protagonista. Dada la naturaleza del relato no diré el género en el que podría encajar: que quien lo lea disfrute de las tribulaciones del ‘sujeto paciente’ y trate de adivinar el final.

Del resto de relatos no diré que sean malos, sino que mejorarían mucho con más experiencia, (si bien algunos podrían, sin mucha pena por ello, ser descartados por poco originales).

Como curiosidad personal encontrarme aquí a Gabriel Olivo Díaz, un ‘compañero’ de mis primeras experiencias en esto llamado internet (conmigo escribiendo relatos pastiche de Lovecraft y tratando de moverlos por todas las webs posibles, e intercambiando enlaces con otras de relatos, españolas o hispanoamericanas), cuando monté ese horror de web llamada… ‘no se qué de Hger’. Jaja. ¿Era ‘El árbol de Hger’? estaba alojada en la web de mi empresa de entonces, Nortenet (¿qué habrá sido del deditos, del gordí y del  escaqueado? ¿Y de Gema ‘la escaladora’ [aún recuerdo esa foto de la sombra del Everest, y los mares de nubes], de Patri y de Víctor ‘cornacol’?). Joder, ha pasado mucho tiempo desde eso.

Bueno, nada más por hoy, culebras… I need blood, digo agua (eso me pasa por ponerme melancólico mientras escucho a los S.D.I.).

Michael Moorcock – El programa final

Está visto que sigo maldito en lo que se refiere a las lecturas de género. En esta ocasión me lancé a lo que creía iba a ser una buena experiencia dado que, hasta ahora, Michael Moorcock formaba parte de mis autores preferidos (la fantasía no es plato de mi gusto, sobre todo la de toques ‘tolkeinianos’. Moorcock podría definirse como la antítesis a esa escuela, poseedor de una mala leche y un fatalismo tan crudo que hace que me encante). Gran parte de lo que ha pasado por mis manos ha sido de mi agrado: todo lo de Elric (lo he leído, releído, requeteleído, y volveré a hacerlo algún día), todo lo de Corum, todo lo de Ereköse, cuatro séptimos de lo de Hawkmoon, El libro de los mártires… Así, sin imaginarme el topetazo, empecé con este El programa final.¿Qué me he encontrado? El programa final (1968) narra las ‘andanzas’, por llamarlas de alguna manera, de Jerry Cornelius, un pijo forrado hasta las trancas, resabiondo, ambiguo, anárquico, de sexualidad indefinida. Leyendo la novela a veces me le imaginaba como una especie de Austin Powers demente. Este personajillo, al que nunca se le acaba de coger el gusto (algo nada extraño viniendo de un autor que tiene como figura principal a Elric de Melniboné), avanza erráticamente a lo largo de la novela intentando, o al menos eso se supone, promover el caos.

Sí que lo consigue, pero en el lector.

Los despropósitos se suceden: idas y venidas sin razón alguna, la aparición y desaparición de personajes a veces muy mal introducidos y luego peor llevados (destaca el sinsentido de los ‘compañeros’ de Jerry en el asalto a la casa; también la inexplicable señorita Brunner, que a lo largo de todas lectura del libro he pensado que no es más que una especie de avatar endeble de Arioco), alguna floritura estilística mal insertada (recordemos que cuando se escribió el libro estamos acabando la funesta década de los sesenta, en la que Moorcock se erigía como un abanderado, en lo que se refiere al género fantástico, de la nueva ola literaria inglesa). En definitiva, una incoherencia que no ayuda nada, pero nada, a la lectura.

No se puede negar que la novela y el estilo poseen cierta rebeldía, y sobre todo en un primer momento sorprende la forma de tratar la sexualidad, pero se echa en falta un guión, una idea, el que la novela tenga un rumbo definido. Tal es la inexistencia de esquema de la novela que más bien parece el resultado de unir dos relatos cortos (partes inicial y final del libro) con un intermedio que podríamos catalogar de ‘película pornozombie surrealista’. Eso sí, todo pegado de mala manera.

Por otro lado cabe destacar, pero en lo negativo, la traducción de la edición que dispongo (Minotauro de 1979): pésima, horrible, deleznable, con frases ni siquiera traducidas al español sino más bien ‘pasadas a nuestro idioma’, o con términos inventados. Puede que debido a ella se me haya quedado un mal sabro de boca. Dado que dispongo de la reedición que publicó la misma editorial de hace unos años (un tomo con este libro y el de Una cura para el cáncer) puede que le de una nueva oportunidad.

Pero vamos, porque es Moorcock, que si no…

Oliver Sacks – Un antropólogo en Marte

Si hace unas semanas hablé de la necesidad de una desintoxicación (y salvando la tentación en la que caí con la última lectura), he aquí dicho intento de cura.Mi anterior experiencia con el señor Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, me dejó un magnífico sabor de boca, por lo que no esperaba menos de este otro libro. Y sin embargo no he quedado satisfecho al 100%.

A lo largo de las siete historias nos presentan otros tantos casos más o menos chocantes para el ciudadano no familiarizado con los trastornos mentales (como yo mismo, si no tengo en cuenta mis experiencias con los managers de mi empresa). Pero si en el anterior libro se centraba en cada personaje, tratando de darle una explicación, una diagnosis, en este libro parece que se siente obligado a rellenar con teoría de los sentidos, e incluso con filosofía. La paja no resulta del todo desagradable, pero sí que peca en algunos casos de volverse cansina, densa: hay partes llenas de explicaciones científicas que sacadas del mundo neurológico al lector medio le aportan poco. Un ejemplo lo encontramos en ‘La pasión de sus sueños’, historia demasiado alargada con teorías de la memoria, y que sin embargo queda mal descrita en lo que se refiere al propio paciente y sus creaciones.

Por el contrario en ‘El último hippie’ no sobra palabra alguna, trazando una interesantísima relación entre neurología, religión y cultura popular (sobre todo la descripción final en el concierto de los Dead). La religión y su relación con el sujeto autista también aparece, de refilón pero en forma de una pincelada muy interesante, en la historia que da título al libro (esa descripción de una ‘puerta al cielo’ es de lo más sugerente).

Salvando la citada paja, destacar la historia narrada en ‘Ver y no ver’, terrible, dramática, con su claro toque de patetismo; o la impresionante fuerza de voluntad descrita en ‘Vida de un cirujano’. En ‘Prodigios’ nos encontramos de nuevo con una historia alargada, hinchada, pero que incluso con ese defecto resulta interesante (más aun cuando, en mi caso, ya conocía la obra de su protagonista); otro tanto de lo mismo sucede con ‘El caso del pintor ciego al color’, interesante pero hinchada.

En definitiva, un libro interesante aunque a ratos aburrido que cumple a la perfección con lo que yo le pedía: desconectar del género fantástico.

Me apunto para la lista de la compra Despertares (en su día ya me gustó la película basada en el libro) y La isla de los ciegos al color.

AA.VV. – Mares tenebrosos

Tras una serie de lecturas poco menos que decepcionantes me dije que iba a cambiar de aires, a abandonar la literatura ‘de género’. La idea consistía en desintoxicarme un poco, que mi cerebro regresara a la cruda realidad, o al menos que se alejara un poco de la fantasía.

Pero no pudo ser: me estaba aguardando en la estantería de los ‘a la espera’ (mi pila consiste en toda una estantería). Como decía, allí estaba él, grueso y de lomo negro, con ese sugerente título tentándome. Mordí el anzuelo, sí. Vaya si lo mordí: hasta dentro y con placer. Tragué y tragué, anzuelo, sedal y poco faltó para que también la caña. Los Mares tenebrosos que reza su lomo me han devuelto a Santander y a la vida con el mar cerca, ese mar que veía desde mi ventana, a las tardes de verano interrumpidas por galernas, a la contemplación de la bahía y su continuo tráfico de buques, a las veces que me preguntaba qué habrá más allá de ese horizonte liso, en ocasiones de un verde cálido, otras de un triste azul o un funesto gris… el mar.

Esa compilación de Valdemar ha resultado, en pocas palabras, una delicia. No voy a hablar de todos los relatos pero sí voy a resaltar algunos, ya por su calidad, ya por la falta de ella o por algún detalle curioso.

Tras una introducción y una pequeña compilación de poesía (a la que tengo justificada fobia), como primer texto interesante nos encontramos ‘La noche del océano’, de Robert Barlow y H. P. Lovecraft. Se trata de un relato curioso, más que nada ambiental, con la huella clara de Lovecraft a lo largo de sus páginas, sobre todo en la inquietante descripción de presencias. Para los completistas (como yo) del profeta oscuro de Providence, imprescindible.

Leyendo ‘Un barco maldito’, de Joshua Show, nos encontramos con un magnífico cuento marinero, de esos que muy bien se podría haber contado sobre la cubierta de un barco a los largo de los varios miles de años que lleva el hombre surcando los mares. La calma chicha siempre ha existido, con su carga de horror vago, de angustia. Además el relato cuenta con una final soberbio, deliciosamente inquietante.

No se puede decir nada nuevo de ‘Una voz en la noche’, la aterradora joya de Hodgson y absoluto clásico del horror marítimo. Imprescindible y, por más veces que se lea, una auténtica delicia, una lección de cómo con pocas palabras se describe la angustia y desesperación más patéticas.

Por el contrario ‘La isla de los hongos’, de Philip M. Fisher, falla precisamente por eso: por enseñar demasiado, por revolcarse en la temática dándola forma, color e incluso sabor. Cierto, se guarda algunos misterios para sí, mas en general no consigue crear esa sensación de horror y fatalidad que rezuma la obra de Hodgson, en la que se basa.

De los dos relatos de Howard sólo se puede hablar bien, sobre todo del de ‘Maldición marina’, cargado de aires tradicionales y desarrollado de una manera casera, hogareña, como lo haría una abuela ante sus nietos.

La presencia en la recopilación de ‘El misterio del Vislatek’, del español Óscar Sacristán, casi se puede decir que es eso, un misterio. Este relato largo, casi novela corta, supongo que justifica su inclusión por el inicio y desarrollo de la historia, dado que no por su desenlace malo, realmente malo. Por fortuna la ambientación, que en cierta manera nos recuerda el fatal viaje del Démeter, crea una atmósfera opresiva que le da un pase.

Pero si hay un relato de injustificada presencia en la recopilación ése es ‘El otro lado de la montaña’, de Michel Bernanos. Serviría como homenaje, salvando las distancias, a ‘La Tierra de la Noche Eterna‘, también de Hodgson, o a ‘La narración de Arthur Gordon Pym‘, de Poe. Pero ¿qué hace aquí? Más aun, el estilo y desarrollo es totalmente anacrónico, dándole un tufo a pastiche de novato. No, decididamente no.

Otro autor español, y de renombre (Vicente Blasco Ibáñez), aparece en la compilación con el relato ‘¡Hombre al agua!’, demostrando a la perfección la validez del dicho ese de hazte fama y échate a dormir. Si lo firmara otro autor no estaría recogido en el libro… o quizá sí, viendo los precedentes.

‘El barco que vio un fantasma’, de Frank Norris, destaca por su original tratamiento de la víctima del pavor, y cómo este afecta a los ambientes marineros.

De la colaboración de John B. Ford y Simon Clark surge ‘El pecio de la muerte’, pastiche lovecraftiano adolescente que poco aporta.

Por fortuna ‘El buque fantasma’ de Richard Middleton nos arranca una sonrisa en este final de la compilación. Su relato al puro estilo sainete es gracioso, con toques surrealistas y cómicos.

El libro concluye con un no exhaustivo pero sí útil glosario de términos marinos, además de varios gráficos ilustrativos.

En resumen, Mares tenebrosos en su conjunto es una muy buena lectura, un libro completamente recomendable que posiblemente releeré más de una vez. Y dado el volumen de mi pila no puedo regalarle un piropo mejor.

Harry Harrison – Catástrofe en el espacio

De nuevo un libro acabado, de nuevo una minirreseña sobre el mismo. En esta ocasión se trata de Catástrofe en el espacio, (comentario de FJSI) de Harry Harrison. No voy a negar que con ese título tan de film de serie B agarré el libro con cierto miedo de lo que entre sus páginas me podría encontrar. Pero también he de decir que tras títulos anodinos o sospechosos a veces uno encuentra pequañas joyas, como me sucedió con Ambiente, de Jack Womack, libro que me sorprendió muy gratamente en vistas de que esperaba una mierda ciberpunk. Tras leer este libro de Harrison puedo decir que se trata de un

Intento pretencioso pero lamentablemente fracasado.

El tema del que habla, un intento de aliviar la escasez energética del planeta a través del despliegue de velas solares colocadas en órbita, resulta ambicioso, atrayente y muy interesante. Por desgracia ese tema se limita a ser el detonante de una obra de catásrtofes, muy setentera. Hasta ahí puede decir uno ‘vale, lo de las velas solares es nada más una excusa’. Pero es que lo peor viene luego: situaciones en extremo forzadas y personajes estreotipados. El conjunto hace que la obra como tal naufrague.

Tras acabar de leerla uno realmente piensa que lo que tiene entre las manos , y obviamente sin pretenerlo por parte del autor, no es más que la novelización de un filme de catastrofista.

La historia se resume a una sucesión de chapuzas alentadas por personajes tópicos, casi caricaturescos. Americanos que o se comportan como imprudentes avariciosos y prepotentes, o como heroicos al tiempo que alegremente inconscientes; soviéticos o bien frios y calculadores o si no bonachones a inestables). Por otro lado están los personajes de caracter político (ambiciosos en extremo), los jefes militares despiadados, los científicos despistados y enclaustrados obsesivamente en su mundo limitado… tópicos tras tópicos. Eso en lo que refiere a las personas. Luego están los diversos acontecimientos que se narran en la novela, más o menos fortuitos, pero que se amontonan en forma de coincidencias cogidas de los pelos, tanto que el lector más de una y más de dos veces piensa eso de ‘no me creo que ahora pase esto’.

Como se puede deducir por todo esto, Catástrofe en el espacio se trata de una obra indudablemente menor en la producción de Harrison, más aun si se la compara con con esa indudable obra maestra que es ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! En este Catástrofe en el espacio se habla de un futuro en el que la civilización se encuentra al borde del colapso, ema que se encuentra desleido por personajes y situaciones no acertados; en el otro libro nos sumerge directamente en la debacle a través de un personaje patético el tiempo que entrañable, y con una historia que nos engancha. Lo que en ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! se limita a meras alusiones a la fuerza política, detalles que permiten colorear un decorado sin perdernos en la auténtica trama, aquí la saturan, volviéndola torpe… y con un patético deus ex machina al final.

En definitiva, un libro para olvidar. En vista de mis últimos éxitos 😛 habrá que cambiar drásticamente de registro.

Philip K. Dick – La penúltima verdad

Nuevo intento de hincarle el diente a Dick me formato novela, y de nuevo fallido.

La primera ocasión resultó poco menos que desastrosa: Sivainvi se me hizo completamente insoportable, y sólo lo terminé a fuerza de voluntad, mucha voluntad; Los clanes de la luna alfana me pareció poco menos que una tomadura de pelo, anodino y sin sentido; Sueñan los andriodes con ovejas eléctricas es un libro con buen inicio que acaba perdiendose y aburriendo, libro que se vio injustamente dignificado por una obra maestra del cine.

De este último libro, el de La penúltima verdad, digo que es un compendio de

Enredos sin sentido fatalmente ambientados

o lo que es lo mismo, una novela de intrigas pero tan llevadas de los pelos, e integradas en un completamente inverosimil futuro pésimamente descrito, que de nuevo acabar el libro es toda una proeza. Habrá fans de Dick que les guste esta novela, pero por mi parte se puede decir que casi significa el último martillazo en su ataud, en lo que se refiere a novelas (tema aparte son los relatos, que por ahora tolero).

El punto de partida de la novela es interesante, con un escenario que en parte se podría decir está inspirado en La máquina del tiempo de Wells: una educada élite en la superficie, disfrutando de un planeta sólo para ellos, y el grueso de la población mundial esclavizada y enterrada en tanques bajo tierra, temerosos de una supuesta guerra nuclear. Eloi inteligentes contra Morlocks aterrados. Promete, ¿no?

No, por desgracia no promete. Paranoias excesivamente de la época (bloque soviético contra occidental, y en ese aspecto la novela envejece horriblemente mal), un tratamiento penoso de las implicaciones de una guerra nuclear (no vale con decir que ‘todos los mamíferos han muerto’ y que ‘brilla el horizonte’ para luego decir que con una simple manipulación del terreno las zonas ‘templadas’ atómicamente hablando se limpian y demás estupideces sin sentido), la patética y constante referencia a relés, engranajes, mecanismos y ‘tarjetas perforadas’ (sic), que demuestra el nulo interés que el autor ha puesto en preveer un poco el fututo de la robótica y/o la informática (si es que ha tenido algún interés, claro). No pretendo que hable de discos duros, o de memorias flash, pero suponer que las tarjetas de cartulina perforada son la salida de un megaordenador de inicios del siglo XXI es para decirle VAGO a la cara al señor Dick.

Y eso por no hablar de los personajes: el patético Adams, totalmente voluble, cobarde e incoherente; el Brose que no logra ser todo lo despreciableque pretende al autor, sino bastante ridículo (un año después de la publicación de este libro, en 1965, sí que aparece un personaje gordo, deforme y decididamente maquiavélido: Vladimir Harkonnen); el increíble (y no como halago) Lantano, un lamentable ejemplo de Deus ex machina con patas.

Y, aparte de todos ellos, el único más o menos normal, Nick, coherente en su rebeldía y sentido del deber, pero que sin embargo se acostumbra co excesiva facilidad a ‘lo de arriba’. Se salva de la quema, además, por esas últimas frases del libro, perfectas.

Para acabar tengo que comentar ‘el engaño’, un supuesto falso documental que engañaría a muy pocos de entre la población mundial con un mínimo educación y de lógica (y mucho menos a dirigentes con su equipo de asesores). ¿Hitler viajando en un reactor antes del final de la Segunda Guerra Mundial? ¿Stalin hablando inglés? Eso son chistes malos y lo demás cuento. Lo peor es que todo el entramado sociocultural de la novela se basa en semejantes chapuzas, y no vale que con admitir eso en la novela, señor Dick. El argumento es endeble y penoso, únicamente creible si posees la inocencia de un niño, y hace que la novela se convierta en un castillo de naipes que cae por su propio peso.

Mala, muy mala.

Ah, antes de que se me olvide: un saludo a José Luis de la Cuétara, esté donde esté ahora mismo. Este ticket de lavandería suyo me lo encontré en el interior del libro (de segunda mano, por supuesto). Espero que la colada le quedara muy limpita.

AA.VV. – UPC 2001

Hola, culebras.

De nuevo estoy aquí, otra vez para comentar un librito. En esta ocasión  se trata de Premio UPC 2001. Empecemos con la minirreseña de cinco palabras:

Buenos relatos, pero mala selección.

Y ahora, dejando esa frase en apariencia inconsistente, al tema.

Uno abre el libro y empieza a leer la conferencia de Aguilera siete años después de que saliera a las pantallas Stranded, y todas las palabras preciosas que dice se las lleva el viento. No he visto la película, no he leido el libro de Edu Vaquerizo (no puedo evitar saludar a esa bellísima persona), pero por todo lo que me han dicho, y no pocas personas, mejor ni me molesto.

Seguimos con el relato de Carlos Gardini El libro de las Voces. Éste ilusiona, sobre todo las primeras sesenta páginas. Bien escrito, con un ritmo que huele a clásico, todo apunta a que nos encontramos con una muy buena obra. Dotado de un escenario típico de la edad de oro, acompañamos al protagonista a lo largo de una viaje iniciático a lo largo de un mundo devastado y misterioso. Sin embargo, a medida que nuestra lectura llega a su desenlace la historia se deshinfla: el escenario final es de todo menos original, y destroza toda la atmósfera que ha creado a lo largo de las páginas. ¿Y esto es todo?, se pregunta uno al acabar.

Con ese sabor agridulce uno inicia El mito de Er de Javier Negrete. De nuevo se ilusiona con una historia que promete, una ucronía que para los aficionados a la historia es de lo más atrayente: qué hubiera hecho Alejandro Magno de no haber muerto en Babilonia. El relato nos transporta a través de una Europa primitiva que los romanos no han llegado a dominar, un viaje hacia el norte inexplorado y salvaje. El premio al viaje es un escenario sobervio, sencillo pero de nuevo con una aire de clasicismo magnífico. Y justo entonces el condenado final, que te hace sentirte engañado. Y más engañado aun cuando lo comparas con el del relato anterior. ¿Es un coincidencia? Esperas que no y empiezas con el siguiente texto.

En Tiempo muerto de Jose Antonio Cotrina nos olvidamos de la historia antigua o de planetas lejanos para sumergirnos en una historia actual… pero al mismo tiempo viajando a los largo de esa cuarta dimensión relativista. La protagonista, poco creíble (sobre todo por la manera en que la describe el autor), se va adentrando en una trama de intriga que, dios mío, tiene de nuevo características similares a las otras dos historias del libro: las condenadas organizaciones, corporaciones, organismos diplomáticos o como quieras llamarlo. ¿Qué pasa aquí que parece que todos los relatos tienen un patrón común? ¿Qué jurado ha escogido estas obras? ¿No les ha llegado un solo escrito con una temática diferente, en el que no salgan poderes organizativos de fondo como causentes/desencadenates de la historia? Acabas el relato de Cotrina sin saber muy bien qué narices ha pasado con el dichoso tiempo muerto (eso tras una serie de explicaciones pseudocientíficas, al inicio y a mediados de la historia, cogidas muy de los pelos) y de nuevo cagándote en las condenadas corporaciones que parecen centrar la compilación (a lo mejor me he perdido algo por no leer la introducción de Barceló, pero es que me niego a leer introducciones de ese destripahistorias).

El último relato de la coleción (Entre algodones, de Nauglin) ya le coges con miedo, temiendo otra historia de malísimas corporaciones y ¿qué te encuentras? Por dios, exáctamente eso. Sí, mucho debaneo acerca de un dios, una nave alienígena (que el propio autor descarta de manera inexplicada al poco de ponerla en escena) y un final apresurado que deja claro que al autor se le escapó la obra de las manos. Y, como no, todo con organizaciones, corporaciones y similares.

Vamos, que el volumen podría titularse ‘Premio UPC 2001 Inc.’ XD En definitiva una compilación que prometía mucho, que contiene algunas obras ‘muy buenas si las quitamos las últimas páginas’. Habrá que ver qué tal la edición del 2002, aunque si de nuevo la hacen temática que lo avisen en portada.

Al menos no ha sido una pérdida de tiempo.

Algis Budrys – Michaelmas

Haca tiempo, no sé si unos meses o más, un amigo me comentó que se estaba poniendo ‘de moda’ hacer reseñas de cinco palabras. Reseñas de libros, de películas, de cualquier cosa que se te ocurriera. No voy a decir que voy a tomar esa costumbre dado que reducir un comentario de una obra a ella lo veo injusta y tendenciosa. Pero sí que voy a ir comentando (a modo de recuerdo para mí mismo) los libros que caen entre mis manos y que disfruto o sufro leyendo.

Así, por riguroso orden, voy a empezar esta sección con el libro que he terminado hace escasos minutos: Michaelmas, de Algis Budrys (Ultramar). De ese autor ya leí antes El laberinto de la Luna, que no me me dejó ningún recuerdo, ni bueno ni malo. De éste, y siguiendo la filosofía esa de las cinco palabras, puedo decir:

Una auténtica perdida de tiempo .

El principal defecto que le veo al libro está en el personaje central. No se debe a su inverosímil como individuo, sino tan absolutamente increíble que en ningún momento de la novela acabas enganchando con él. Ni siquiera con la ayuda de Domino acaba de ser viable. A partir de eso, y que al fin y al cabo se trata de la base se la novela, el intento de llevarnos a lo largo de una conspiración muy en plan guerra fría sólo consigue embrollarnos. El protagonista junto a su ‘calculadora’ es tan listo, tan omnipotente, que resulta anodino. Las páginas se suceden comprobando cómo es de guay el amigo, o su máquina, tan listo que se adelanta a todo y a todos….menos al final, un desbarre sin ton ni son, un deus ex maquina del copón, que sorprende al lector por su arbitrariedad. Pero, claro, al protagonista no: casi se limita a enarcar una ceja nada más. Cosas de ser tan guay.

Aun con todo el libro tiene algo bueno: el adelanto en algo que tan de nuestros días como la red. En la novela, sin llamarlo así, existe una red de comunicaciones global, con sus bases de datos y sus servidores, que bien podría considerarse un esbozo de la actual Internet. Pero es que libro tiene fecha de 1977. El señor Budrys se anticipó varias décadas a la realidad, aunque no puede evitar la tentación de incluir válvulas de vacío, cables (algunos incluso de espiral), cintas de datos, y teléfonos de marcación por rueda. No se puede acertar un 100%.

Para quien se atreva con el libro, ánimo. Para mí ha sido un tiempo perdido. Y todavía tengo pendiente de ese autor Quién. No sé si algún día me atreveré…

PD: Por supuesto, libro leído entero, nada de dejarlo a medias. Eso es de cobardes incapaces de dar una última oportunidad al autor.

Exceso de libros, ergo bookcrossing

Hola, culebrillas.

Tal y como dice el muy descriptivo asunto de esta entrada, a lo largo de los años he generado un ligero exceso de libros: se amontonan de manera ya bastante preocupante en las estanterías. Así es que he decidido deshacerme de esos pestiños que sé que jamás releeré, y a los que me niego tenga acceso mi niña (la pequeña debe tener a mano buena literatura, no los bodrios que yo he sufrido 😉 ). Ante la desagradable tarea de deshacerse de cultura (porque aunque se trata de un libro malo, al fin y al cabo un libro es cultura mal que nos pese) tenía unas cuantas opciones:

  1. Tirarlos a la basura: esa solución me parece horrible, deleznable, y debería penarse con sodomización al estilo de Little Nicky.
  2. Regalarselos a amigos: ¿soy capaz de encasquetar a un amigo (con gustos similares a los míos) lo que no quiero ni loco? No.
  3. Regalarselos a un cualquiera: osea, bookcrossing.

Así que he optado por esa tercera opción. Ya tengo mi cuenta y en unas pocas horas liberaré mi primer libro. A ver si de aquí a un rato he puesto en alguna barra lateral un icono con un enlace fijo a esa dirección.

Mientras podéis seguir leyendo alguno de los minirrelatos de los blogs que aquí alojo, o navegar por otro sitio.

Un saludo.