Joseph Conrad – El corazón de las tinieblas

Hola, ofidios.

Nunca antes había leído nada de Joseph Conrad. El nombre me ha perseguido, por decirlo de alguna manera, desde bastante pequeño, desde el preciso instante en el que (ignoro dónde) descubrí que ‘la Nostromo recibe su nombre de una novela de un tal Joseph Conrad‘. Con lo de ‘la Nostromo’ me refiero, por supuesto, a la nave de Alien. Esa película la he visionado, casi sin duda alguna, más de una cincuentena de veces. Siempre que la emitían allí estaba yo para verla. Luego llegó el vídeo, grabarla y literalmente quemar la cinta. A algunos críos les gustaban Verano azul y demás basuras infantiloides y ñoñas; a mí me atraían más las matanzas de la criatura de Giger.

Pero bueno, a lo que iba: han pasado casi treinta años con la U.S.C.S.S. Nostromo a mi espalda y en todo ese tiempo nunca he leído a Conrad. Y me parece que ya es hora. Sin embargo no he empezado por la obra homónima, Nostromo, sino por el relato en el que se inspiró Apocaypse Now. No sé si he hecho bien dado que esa película nunca me ha apasionado, pero es que casi siempre que he escuchado en nombre Conrad ha ido acompañado de El corazón de las tinieblas.

Así que me lo he leído en unos pocos días de trayecto al trabajo.

De entrada me sorprendió lo reducido del texto, novelette más que novela. Se me hizo raro, dado que los temas que creía que trataba en su interior (cómo el alma humana y civilizada acaba devorada por el salvajismo de la selva africana) puede deparar mucho texto, por no hablar que esperaba imágenes de gran dureza como las que se muestran en la película de Cóppola.

Una vez empecé a leer, y a medida que la historia avanzaba, mi sorpresa se volvió chasco al comprobar el contenido: la novela se basa en un soliloquio… pero plagado de lagunas. A ver, los soliloquios, o las historias en primera persona, de por sí no tiene porqué ser malas herramientas para llevar adelante una historia: Lovecraft lo demostró innumerables veces. Otros hicieron todo lo contrario, dejar bien claro lo insufrible que puede llegar a ser la verborrea interminable (sí, hablo de Maturin y su sobrevalorado y engañoso Melmoth el Errabundo).

El discurso interior permite el uso de ciertos recursos estilísticos subjetivos que muy pocos otros estilos aceptan. Además da cabida a la digresión, al perderse en los pensamientos caóticos del narrador, algo que bien hecho puede volverse una delicia. Pero también, si se hace de manera apresurada, puede generar lagunas en la narración. Y eso es precisamente lo que sucede en El corazón de las tinieblas: la narración va saltos, picando de flor en flor aspectos de la historia y dejando otros sin tratar. Hay ocasiones en las que el autor no se detiene a describir lo que rodea al protagonista, y sin embargo páginas después resulta que eso que no se ha descrito sí ha afectado al protagonista. Una odisea como la que contiene la novela (ver cómo un hombre civilizado choca con la realidad de un continente inexplorado y salvaje, y descubrir la manera en que ese entorno despiadado ha transformado a otros occidentales como él) en un autor de pluma más sosegada supondría muy fácilmente el doble o el triple de páginas. Demasiadas historias oculta ese enfrentamiento. Sin embargo Conrad nos describe de manera somera, casi de puntillas, la mayor parte del viaje que su protagonista hace realiza hacia el enigmático Kurtz. Algo que podría muy bien tratarse como un viaje iniciático queda en una serie de salpicaduras más o menos coloridas, repletas de digresiones a veces incluso confusas. La experiencia en la ciudad sepulcral sí tiene ‘materia’, pero todo el trayecto desde allí a la costa africana se reduce a un suspiro. De ese viaje sólo destaca el muy interesante incidente del barco cañoneando la selva. Luego se suceden los episodios anecdóticos, que aduras penas ocultan los huecos de la historia. Conrad nos describe el insalubre y demencial puesto, los esclavos agonizando en la sombra, los alienados occidentales, el contable y su miserable existencia. Continúa con el trayecto a pie hacia la estación central, la entrevista con el director incompetente pero de robusta salud y el tiempo esperando poder reparar el barco. Entre medias hay unas muy ligeras pinceladas de Kurtz. Tampoco hay detalles de mucho más.

La novela sigue adelante. Pequeños trazos de soledad, salvajismo (o lo que parece salvajismo a un europeo de finales del siglo XIX) o duda. Y siempre avanza. Nos hallamos ante elipsis exageradas, cercenando escenas que habrían dado cuerpo a la historia. Se habla de forma superficial del poder de Kurtz, del horror que su figura emana, del poder del territorio sobre su persona. Y de un instante al siguiente todo eso, antes apenas esbozado, aparece como hechos terribles ya consumados. Y la verdad es que no se nos ha mostrado dicho poder. No vale decir un par de veces que algo es ‘impresionante’ (sin concretar nada más), olvidarse de eso durante decenas de páginas y luego de repente hablar de esa cosa ‘impresionante’ como si fuera algo perfectamente conocido. Ese tipo de huecos resultan del todo ineficaces en la narración, y sin embargo tras la lectura de la misma me da la impresión de que está llena de ellos.

El corazón de las tinieblas se parece a una muy buena novela que ha sido agujereada, vaciada, hasta hace de ella un insustancial, casi vaporoso, queso gruyere. El mismo autor medio reconoce alguno de sus defectos, como por ejemplo la manera en que ‘introduce’ a la mujer: admite que lo hace de forma brusca. El mismo Kurtz no resulta un personaje muy potente, más allá de lo que Marlow dice de manera subjetiva.

Una pena.

Sin duda leeré algo más de Conrad, a ver si me quito este sinsabor. Le pongo un 6.

Adiós.

El precio de la evasión

Minirrelato tonto (no lo pongo en Eterno porque tiene un carácter tan puntual que no merece la pena) basado en una conversación que he sufrido esta mañana. No soy muy dado a los dialogados, pero creo que en esta ocasión no hace falta nada más.

El precio de la evasión

–Abuelo, abuelo: ¿Cuándo tú eras pequeño todas las personas estaban como ahora, cargadas con argollas colgadas del cuello, arrastrando cadenas?

–No, hijo, ¡qué va! Por aquel entonces éramos libres.

–Ah, ¿no? Entonces, ¿qué pasó?

–Si te soy sincero no lo recuerdo bien. Pero de lo que sí me acuerdo es de cierto partido, un poco antes de perder la libertad, en el que ganamos por segunda vez el mundial. ¡Qué momento más glorioso, hijo mío! Todos eufóricos y unidos, inundando las calles. Una maravilla. Por un rato se olvidaron los enfrentamientos, los piques regionales, las envidias… Entonces uno se sentía realmente orgulloso de este país, de esa bandera, de estos colores.

–Sí, abuelo, muy bonito. Pero si mientras veíais ese partido, cuando celebrabais esa victoria, os ponían las cadenas y os reducían a esclavos, ¿de verdad estabais para celebraciones?

–Hijo, eran malos tiempos. Crisis, muchas crisis. Por todas partes llovían palos. Y teníamos derecho a nuestro diminuto momento de evasión, ¿no?

–Ya, pero ahora lo pago yo con mi esclavitud, abuelo. Lo pagamos todos. Y tú también.

–No te preocupes. Es agua pasada. Como se suele decir: a lo hecho, pecho. Tú mira la tele, que esta noche hay un nuevo clásico.

–No tango ganas, abuelo. No tengo ganas. Ese enésimo clásico me ha costado muy caro.

***

Ya está. Vaya tontería de relato, diréis. Pues sí. O, según se mire, pues no. Cuando algo así representa la realidad actual se puede pensar de eso cualquier cosa menos ‘vaya tontería’.

Como veis el relato se reduce a  una conversación triste, seguida de silencio posterior más triste aun.

Igual que la que mantuve.

Yo hacia de niño; la otra persona persona asumía el papel de abuelo que, deslumbrado por las luces de los eventos, huye de la realidad negándose a ver el pozo al que vamos de cabeza.

–Todos tenemos derecho a evadirnos –decía.

–No –respondí yo–, si el precio es la libertad de nuestros hijos.

Y tras eso el silencio. Un silencio molesto, triste y patético como pocas veces lo he vivido.

Para algunos merece más la pena el solaz momentáneo que el protestar y luchar por un futuro mejor. La política del avestruz, del corre y no mires atrás. La política del cobarde incapaz de luchar por lo que tiene.

Conversaciones como ésta, que cada vez se suceden con más frecuencia, son las que me refuerzan en mi misantropía, y me refuerzan en mi deseo de un exterminio absoluto de la raza humana.

Mucho me temo que en este país de mierda tiene poca esperanza de salvación. La timocracia más el fútbol, unido a la cobardía, el egoísmo y el ‘juntémonos y vayan ellos’, tienen idiotizados a la mayoría de la población.

Adiós, culebras.

PD: Puede que dentro de un tiempo más que dirigirme a culebras tendré que hacerlo a cinturones, botas o sombreros, porque así acabaréis todos: muertos de hambre, pasando previamente por la (en muchos casos bien merecida) miseria. Otros quizá acabemos corriendo por las calles (a saber si protegidos con una máscara anti-gas y unas gafas) para tratar de defender no ya lo nuestro, sino lo de nuestros hijos.

PD II: Curioso que me vea involucrado en esta conversación y al rato lea este patético (por el mensaje que contiene) cómic de J. R. Mora.

AA.VV. – UPC 1999

Hola, ofidios.

Un nuevo UPC llega a mis manos, con su pequeña panoplia de autores. ¿Qué nos podemos encontrar en esta edición de 1999? Veamos.

La introducción, como ya es costumbre, viene en forma de la conferencia que impartió Robert J. Sawyer. ‘El futuro ya está aquí: ¿hay sitio para la ciencia ficción en el siglo XXI?’ podría rozar la perfección si no tuviera ese tufillo de autobombo. Nos encontramos ante un magnífico alegato en pro de la ciencia, que no aburre sino más bien todo lo contrario, invita a leer sin pausa. Se merece un sobresaliente 9.

Hablar de ‘Homunculus’, de Alejandro Mier, es hablar de un relato sosegado, de ritmo lento. Esa lentitud que se regodea en los detalles, en los ambientes y personajes hace que este relato, en base sencillo (de hecho casi se podría decir que lineal), acabe resultando predecible. Tan predecible, tan lento, que al final resulta un chasco: no hay nada original, ni sorprendente. Algo que muy bien se podría haber resuelto en diez o quince páginas se ha alargado a las ciento cuarenta. Ciento cuarenta páginas para nada. Pero aun no nada la manera de llenar esas páginas resulta agradable. Por eso se merece un 6.

Llegamos a ‘Iménez’ de Luis Noriega. ¿Qué decir de este relato? Poco bueno. O nada. Casi se puede decir que es impresentable. Un panfleto escrito con excesivo apresuramiento, de estilo caótico y desordenado. Posee una sintaxis penosa, con una puntuación deplorable. El detalle estilístico del no uso de la letra j queda ahogado por todo ese mar de mierda. No sólo no aporta nada, sino que le da al texto un aire pedante y pretencioso de un ‘quiero y no puedo’ que resalta su nula calidad. No recordaba nada tan malo en estas compilaciones desde que padecía ‘GRACOS’, de Gabriel Trujillo. Un nuevo ejemplo de la degeneración y volubilidad del jurado del UPC. Le pongo un 2 por no endosarle un 1.

‘El día en que morí’ (Fermín Sánchez Carracedo) empieza con un buen ritmo, que por desgracia luego pierde. Por desgracia acaba siendo un relato de desarrollo lineal y con un fuerte deus ex machina en lo relativo a la sucesión de muertes: están justificadas de una manera muy peregrina. He de admitir que no he sabido comprender el uso de la cursiva, dado que no he hallado una diferencia significativa entre esos textos y el resto ni por el tono ni por el punto de vista. Aun con esos defectos le asigno un 6.

El relato de Daniel Mares, ‘IA’, pertenece al subgénero del ciberpum, lo que ya de entrada le otorga un punto negativo: no me convence nada ese estilo, tramposo, cutre y sucio. Y en esta ocasión a esos adjetivos se deben añadir otros. Por un lado el relato está, por momentos, muy mal escrito (o eso o a sufrido de un salvaje destrozo por parte del editor), con faltas de ortografía y una sintaxis (y puntuación) a veces penosa. Por otro lado nos encontramos con un recurso final, al parecer del agrado del editor, pero que apesta a ‘no sé cómo acabar con esto, así que lo acabo de todas las maneras posibles’. Ni que decir tiene que ese último ‘recurso’, demasiado similar a los librillos de ‘elige tu aventura’ de cuando yo era un crío, ha sido el colmo que casi me ha hecho lanzar el libro por la ventana. ‘IA’ es (como sucede a menudo en estos supuestos relatos de intrigas y espionajes tan del género ciberpum) una historia hueca cuyo ‘sentido’ se descubre al final, sin pista alguna previa. En algunas partes la línea temporal se divide de forma brusca llevando al lector a la confusión. La impresión final es la de un texto apresurado, un borrador que necesita un buen repaso. Ni de lejos digno de pasar una primera criba en un concurso que se las da de tan importante como el UPC. Menos aun de llegar a las lecturas finales del jurado. Y, por supuesto, ni de lejos llegar a ser publicado. Parece como si, tras el muy interesante ‘La máquina de Pymblikot’, los jurados del UPC le hubieran dado barra libre para escribir lo que quiera y como quiera. Una pena.

Por todo ello se lleva un 4.

El libro deja una impresión final triste, la de un premio venido a menos. Al cerrarlo te queda el regusto amargo de que el jurado ese año 1997 tuvo que bregar con textos infames: si esos son los premiados, mejor no saber qué se quedó atrás.

Haciendo la media me da un 5’4, un aprobado raspado que no elimina el sinsabor que me ha dejado al final. Ya le pueden dar las gracias a Sawyer.

Adiós.

Stephen King – La cúpula

Hola, culebras.

De nuevo un mamotreto de Stephen King, un monstruo que supera las 1.100 páginas. Un tocho que, sin embargo, se lee mucho mejor que otros de un tercio de extensión. De nuevo el señor Rey nos embarca en una obra coral, con decenas de personajes que interactúan casi todos con todos. Sin lugar a dudas la tarea de engarzarlos todos y que quede bien, realista, es enorme.

Y precisamente en eso falla La cúpula. A las pocas páginas uno siente un intenso déjà vu: ¿estoy leyendo La cúpula, novela reciente de Stephen King, o una revisión de It? La verdad es que el personaje de Junior parece casi un clon de Henry Bowers. Pero bueno, eso no supondría mucho problema (al fin y al cabo se tratan de obras de un mismo autor, y como tal se pueden ver vínculos y semejanzas). Lo peor llega cuando el abanico de personajes se despliega y uno se encuentra ante un demasiado claro caso de bandos, buenos contra malos malísimos. Entre medias hay unos pocos personajes grises que pasan por la novela sin pena ni gloria; casi puro attrezzo. Lo blanco (un poquillo manchado pero al fin y al cabo blanco) contra lo negro abisal, a eso se resume el libro. Porque una vez se forman los bandos cada personaje se ajustan de forma milimétrica al rol que tiene asignado, sin salirse en ningún momento. No hay dudas, ni flirteos, ni traiciones. Nada de nada.

Al menos, siguiendo ese patrón de bandos, la novela se disfruta muy mucho: vemos como los malísimos hijos de puta hacen eso, el cabronazo, puteando a los buenos. Los chicos que de antemano sabemos que acabarán ganando y librándose de todo las pasan muy putas. Los malos malosos se regodean en su maldad y la reparten a tutiplén por todo el pueblo. Todo ello salpicado, al estilo del autor, con detalles de historia personal que enriquecen de colorido el texto.

Pero bueno, si el autor no acierta a la hora desarrollar las interacciones entre esas varias decenas de humanos, a lo mejor atina a describir el mundo y las circunstancias que provocan la crisis. Ahí hay que decir un sí pero no. Me explico: King es minucioso a la hora de describir a los personajes, cubriéndoles de uno y mil detalles humanos (de hecho el desarrollo de personajes es uno de los fuertes del autor). De igual manera  se nota que la labor documental la ha realizado muy bien (al final del libro hay una nota al respecto): el mundo que rodea a los protagonistas, y la forma en que éste cambia a lo largo de la novela, está descrito al detalle y de una manera que desde mi ignorancia me parece acertada. ‘Pero’. Hay un ‘pero’. Una cosa es hacernos ver a la perfección el interior de la casa de cada personaje, saber lo que comen, lo que beben, lo que visten, lo que respiran, y otra muy diferente explicar la raíz de todo: la cúpula. Sí, la tercera ley de Clarke dice eso de toda tecnología suficientemente avanzada se confunde con la magia. Pero no deja de llamar la atención la manera en que la cúpula se circunscribe de manera exacta, al milímetro, con el territorio de Chester’s Mills. Demarcación por completo arbitraria. ¿Un domo que se ajusta de forma mágica a algo tan ridículo como lo que indica un plano político? Eso sorprende mucho más cuando se descubre el origen de la cúpula. ¿Los creadores, siendo como son de remotos, se ajustan a la normativa topográfica y legal americana? Demasiado increíble. Por no hablar de el foco no sólo no está en el centro aproximado del núcleo urbano (un calcetín no posee centro geométrico, que yo sepa), sino que se sitúa allí donde se sitúa, tan descompensado. Todo cuanto rodea a la cúpula, su funcionamiento, comportamiento y origen queda mal descrito, sobre todo a raíz de las últimas páginas. Y es que la tercera ley de Clarke tiene un tope, a partir del cual la magia se vuelve tomadura de pelo.

La sombra del deus ex machina vuela por la novela a los largo de demasiadas páginas. Sobre todo desde el momento del perro, el sofá, el sobre y ‘la voz’. Esas escenas carecen de sentido dentro de la novela, no teniendo ni continuación ni posible engarce dentro de la misma. Se reducen a ‘tengo de alguna manera de salir de ese pequeño lío en que me he metido y lo hago así, porque yo lo valgo’. El fenómeno de las voces y de las visiones se sucede en numerosos personajes y tampoco encaja con absolutamente nada de lo que luego se descubre. Como si el autor lo hubiera olvidado. O, lo que es peor: lo hubiera querido obviar una vez llegado al final. ‘Lo puse, sí, pero llegados a este punto no sé cómo salir del berenjenal en el que me he metido. Aun así, ¿molaba, no?’, eso es lo que creo que se le debe pasar por la mente a King con esos detalles.

De igual manera queda por completo fuera de lugar la escena final de Rennie. King no lo deja nada claro, no se muestra rotundo en el origen de esas presencias. No se moja. ¿Hubiera supuesto mucho problema explicar que todo resultó como fruto de un cerebro afectado por los gases tóxicos? Ese condenado detalle hace que la novela, hasta ese instante integrada en un buen 99% de crudo ‘realismo’, quede manchada por un borrón de fantasía. Mácula que sobra, lo mires como lo mires. Eso sí, la escena queda muy dantesca, muy efectista. Muy adolescente. Y por completo fuera de lugar, conformando un final del todo inapropiado e injusto para el malvado supremo de la obra.

El deus ex machina se vuelve a manifestar, furioso y descarado, en la escena final del ‘alzamiento’. Incluso el propio autor lo dice: la cúpula sigue decenas, centenares de metros bajo tierra. Y sin embargo… Necesitaba salvar a esa gente y para eso ¡ale!, a romper la continuidad. No creo que hubiera supuesto mucho, dado el devenir de la novela, mostrarse firme en cuanto a la cúpula. El final que yo hubiera escrito hubiera llevado al lector en las últimas páginas a un futuro remoto. Y allí hubiera zanjado bien el asunto. No de esa manera tramposa.

Y es que Stephen King, tras sus varias décadas de escritor, sigue sin saber plantar un desenlace satisfactorio. Se va por la ramas, todo vale con tal de un buen final. Ahora mismo recuerdo pocos finales consecuentes con el desarrollo de la novela (quizá Thinner sea de los pocos que me hicieron decir chapó). Porque el desenlace de La cúpula roza lo patético. Un ‘no sé cómo acabar con este condenado domo irrompible y os suplico, lectores, que me perdonéis’. Tal cual. Triste, muy triste. Señor King, lo suyo no es la ciencia ficción sino el terror, así que deje los artefactos paracientíficos a los que sí saben manejarlos y llevarlos a buen –o al menos mejor–  término.

Acerca de la cúpula y su comportamiento hay otro un detalle nimio, casi ridículo, que sin embargo demuestra una voluntad tramposa (o quizá ignorante, o descuidada) que del tratamiento de la misma se hace en la novela: la cúpula es prácticamente impermeable a todo tipo de partícula, si bien no sucede lo mismo con las radiaciones. Como un cristal irrompible, vamos. Pero, si es así, ¿cómo es que algo tan físico como el sonido lo atraviesa si problema alguno? No recuerdo haber leído nada de acerca de atenuación sonora en todo el libro.

Los personajes hablan a través de ella como si nada, y sin embargo potentísimos ventiladores industriales pegados a ella apenas generan una tenue brisa. Si hay algo que pido en este mundo, cuando se trata de cosas que se pide que se tomen en serio, es coherencia. Y más aun cuando se trata de un autor que tiene todo el tiempo del mundo para repasar su obra antes de que ésta acabe en imprenta.

En definitiva, la novela resulta amena (incluso adictiva) pero sabiendo casi desde un primer momento que le autor la va a cagar con el final. Lo malo es que King no logra sorprenderte con un desenlace digno. Supongo que algún día, antes de morir, lo logrará.

¿Qué nota se lleva? Pues pese a todo, y gracias a esas 1.000 páginas de palomitas y diversión, un 7.

Adiós.

No hay excusa: el jueves #29M, Huelga General

Hola, ofidios.

Iba a preparar un sesudo, largo e intenso post acerca de la necesidad de secundar la huelga general. Pero a estas alturas quien llegue a leer este blog ya tiene conexión a internet. Y si tiene eso tiene acceso a toda la información que quiera, y más. Si accede a internet puede esquivar la desinformación (educado eufemismo para no decir basura) mediática con la que nos bombardea la tele, la radio y la prensa.

Lo dicho, no voy a repetir lo que se ha descrito hasta el detalle en miles de sitios: la huelga no es sólo por tu bien, sino por el de todos. Por tus hijos, nietos, hermanos, amigos también. La segunda reforma laboral del #PPSOE, de seguir adelante, nos recortará derechos de una manera una más drástica que la anterior (que ya era la leche, durísima).

Esta entrada del blog va dedicada a los que no van a secundarla diciendo eso de ‘es que si hago huelga pierdo dinero, y no está el horno para bollos’. Que se den cuenta de unas cosas:

  • Si cobran muy poco, y esa situación les jode, que piensen que con la reforma van a pasar a cobrar menos aun. O nada. Un día de huelga en un sueldo pequeño no supone mucha pérdida económica… en comparación con lo que van a perder si no se revoca la dichosa reforma laboral.
  • Si cobra ‘lo normal’ (me horripila pensar en cuánto es eso ‘normal’, ¿mil miserables euros?) que se dé cuenta de un detalle. Pequeño. Nimio. De seguir adelante la reforma que no se extrañen si un día les bajan el sueldo ‘porque la cosa va mal’. Entonces ¿qué? Pues que llorarán, y recordarán ese ‘sueldo normal’ como si se tratara de ‘vacas gordas’. ¿Merece la pena perder un día de tu sueldo ‘normal’ para luchar por mantener ese salario ‘normal’ y quizá optar a uno mejor? Sí. Decididamente sí.
  • Si cobra más que ese sueldo normal tiene las mismas razones, o más, que los otros para hacer huelga. ¿Por qué? Pues porque de seguir la reforma en vigor vas a ser el objetivo del empresario. A ver, empanado: no quieren a gente con un sueldo tan gordo como el tuyo. No les rentas. Así que a tu jefe/gerente ya se le ocurrirá la manera (y el gobierno del #PPSOE no se lo ha puesto nada difícil, recuerda) de despedirte por dos duros. Y una vez en el paro vete a buscar un trabajo con un sueldo como el que has perdido. Entonces te darás cuenta de lo que tenías, y cuán difícil te va a resultar recuperarlo. Vamos, que con un sueldo alto la huelga también merece la pena. Y eso sólo por querer ahorrarse el salario de un día. ¿No cobras tanto, licenciao? ¿Te es tan necesario el salario de un día como para poner en peligro tu futuro y el de los que quieres? Si te pagan tanto supongo que se deberá a que te consideran listo. Pues demuéstralo y piensa en el futuro: secunda la huelga.

Pero veo que aun sin quererlo me enrollo. No voy a hacerlo más, joder: menos influencia de Esteban Rey.

Más de uno y más de dos no secundarán a huelga. Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Aunque puede que sea en el camino de ‘como la huelga ha tenido éxito ahora me apunto a las ventajas que han conseguido los cabrones huelguistas’. Vamos, el cobarde ‘juntémonos pero que vayan ellos’. No voy a decir que ese tipo de gente me da asco porque creo que ya queda claro.

Dedicada a esa basura humana llamada esquiroles les recomiendo la lectura de una entrada alusiva del Teleoperador. Que ustedes lo disfruten. Si trabajan el día 29 quizá nos vemos. Yo en el lado del cliente ‘curioso’, ‘pesado’, ‘olvidadizo de cartera’ o similar. Ustedes en el de gilipollas que no sabe que le están dando pero que bien por el culo (o que no le importa).

Lo dije hace ya más de tres años: o la gente de de este adormecido pueblo de borregos se empieza a mover o vamos a acabar emigrando a Marruecos.

Un saludo.

PD: Ya conozco personalmente a uno que le han despedido aplicándole la maravillosa reforma. Iba a secundar la huelga de igual manera, pero así me dan más razones. Que el esquirol piense en esto: mañana puedes ser tú. O tu hermano. O tu hijo. O tu padre. Luego te quejarás y llorarás, Boabdil de tres al cuarto.

La nueva resurrección de Eterno V2

Hola, culebras.

El día de ayer, muy significativo para buena parte de la población de este país, di un nuevo empujón a Eterno V2.

Se han dado las circunstancias de que de unos meses a acá he ido acumulando minirrelatos que bien pueden irse acomodando al blog. Ahora veo que han pasado casi cuatro años desde la resurrección de Eterno, resurrección a cargo del muy aclaratorio relato ‘El abandono‘. Luego cuatro relatos y tras eso tres años de silencio. Puedo decir en mi defensa que alguno de los relatos me supusieron realmente mucho trabajo, como el de ‘La dios no debe estar sola‘. Y que la inspiración no fluía. Y que no disponía de tiempo.

Excusas. Jodidas excusas.

En los últimos días he comprobado que sólo escribo bien bajo presión, bajo una fecha impuesta por una persona ajena a mí. Si me pongo yo los plazos todo acaba en nada. Decenas y decenas de relatos, un proyecto de fix-up, dos novelas… todos están amontonados en mi disco duro esperando que surja el látigo y los grilletes, que alguien me mande a galeras.

Hace años (2004, que se dice pronto), cuando surgió Eterno V1, había algo de eso. Presión, inspiración, reto… Y así ocurría lo que ocurría: que las cosas fluían. Pero se da el caso de que ‘todo eso’ desapareció hace años.

He regresado al punto inicial, aquel en el que estaba hace quince años: yo sólo, conmigo mismo y mi naturaleza misántropa. Como estoy así, de esa misma manera va a seguir Eterno V2: mostrando lo que me surge a mí, de mí mismo. Autocanibalismo literario.

Esta nueva entrada está basada en mi experiencia personal del 11 de Marzo de 2004. Yo estuve en un vagón en Atocha cuando estallaron las bombas. Sí, mi tren estaba parado en el otro extremo de la estación, no se vio implicado en las explosiones. Y doy gracias por ello. Esa experiencia jamás la olvidaré.

Sobre ella he escrito este ‘Silencio‘. El texto original lo redacté unos días después del atentado, pero el que os mostré ayer es una versión remozada y actualizada que he acabado la pasada semana.

Ignoro si en estos últimos ocho años he mejorado mi estilo de escritura. Supongo que no, en vista de cuantos libros he publicado y cómo me he forrado. Si bien ya estoy plenamente convencido de que publicar no implica saber escribir, sino más bien tener habilidad para arrimarse a determinadas sombras. Y, bajo esa sombra, comer fruta cierta tropical. Dada mi forma de ser ese tipo de juegos no entran conmigo. Más aún, me dan auténtico asco. El peso de la conciencia, que a veces es un bloque de cemento encadenado al cuello.

Pero bueno, que me enrollo en algo que a nadie le importa. Ahí os he dejado el relato: espero que os guste. En caso positivo decidlo, que eso es uno de los látigos.

Dado que tengo un buen puñado de relatos aguardando en cuadernos y folios sueltos (sí, es que también he vuelto a estos soportes más clásicos) intentaré colgar entradas en el blog con más frecuencia de la anterior. No me voy marcar plazos dado que, como he dicho, el auto-látigo no funciona. Eso sí, ya no serán todos de género fantástico sino que, como ‘Silencio’, los habrá de corte realista. Hasta a eso he llegado en estos años, a escribir sobre lo que tanto odio: la jodida realidad.

Un saludo.

La realidad de los últimos treinta y pico años (II)

Hola, ofidios.

Esto lo tenía pendiente de hace ya varios meses: la segunda parte de La realidad de los últimos treinta y pico años. He de ampliar el listado de tiranos con uno nuevo. Y, cómo no, ya tiene apelativo el recién salido.

La lista resultante queda así:

  1. Carlos V, el triste (3 de enero de 1974 – 1 de julio de 1976).
  2. Adolfo I, el deseado (3 de julio de 1976 – 29 de enero de 1981).
  3. Leopoldo I, el breve (25 de febrero de 1981 – 1 de diciembre de 1982).
  4. Felipe VII, el europeo (1 de diciembre de 1982 – 4 de mayo de 1996).
  5. José María I, el constructor (4 de mayo de 1996 – 17 de abril de 2004).
  6. José Luis I, el traidor (17 de abril de 2004 – 21 de diciembre de 2011).
  7. Mariano I (21 de diciembre de 2011 – presente).

Todos ellos bajo el patronato y supervisión de Juan Carlos I (22 de noviembre de 1975 – presente), y los dos primeros auspiciados por Francisco I el Grande.

Si el anterior tirano, Jose Luis I, estaba emparentado con Felipe VIII, el actual surge de la sombra de Jose María I. Todo queda en casa. En la de unos pocos, se entiende.

No me gustaría adelantarme a la hora de colocarle un sobrenombre al actual tirano, pero todo apunta a que acabará adquiriendo el mismo apodo que Vlad III de Valaquia. Por desgracia, en oposición al rumano, a este nuestro Vlad particular no le veo defendiéndonos a capa y espada del enemigo: más bien todo lo contrario,  ayudando al enemigo (interno y externo) a vapulear y desangrar al pueblo español.

Ya se sabe: a río revuelto ganancia de pescadores. Lo malo es narrar la historia desde dentro del agua, esquivando anzuelos y/o barrenas.

Un saludo.

Mucho tiempo offline

Dola, culebras.

Han pasado ya mucho tiempo sin que actualice esto. Y es que en estos ocho largos meses he sufrido unas cuantas vicisitudes: enfermedades (incluyendo la enfermedad con convalecencia más larga de toda mi vida), líos con la configuración del servidor del hosting (y en eso hay que darle las gracias a Guille, que para eso sabe muchísimo más que yo), líos en el trabajo (mucho trabajo; a veces incluso, contra mi costumbre, me lo he llevado a casa), problemas con el ordenador (casi seis meses sin ordenador, así de sencillo)… En definitiva: que he ido dejando esto de la web a un lado.

Pero dejar a un lado no significa olvidar. Dejar a un lado todo esto ha supuesto  recordar que lo tengo abandonado, como otras cosas que antes eran mi vida, y eso ha dolido. Todavía duele. Espero poco a poco ir recuperando algunas de esas cosas dejadas al lado pero no olvidadas.

Ésta en concreto, la web, espero que con este post regrese de la no-vida. Tengo pendientes las reseñas de los libros leídos desde junio. No han sido muchas porque he ido bajando la velocidad de lectura. La causa de ello se puede encontrar en un sólo culpable: el nuevo móvil, bendito cacharro infernal que me permite estar esclavizado a la web casi permanentemente. Gracias, o por culpa de él, me he metido en tres proyectos literarios twitteros. Dichos proyectos tienen mucho de catártico (sobre todo uno en concreto, al que ya considero mi alter ego reprimido, mi señor Oculto particular) y a veces me consumen en su totalidad el tiempo de los viajes casa-trabajo-casa, que antes dedicaba exclusivamente a leer. Pero aun así quiero seguir colgando mis impresiones con respecto a lo mucho o poco que leo. Las iré colgando de aquí a unas semanas, en la medida que me acuerde del libro 😛

Dado que ya no escribo (salvando las chorradillas del twitter y muy poco más), y que cada con el paso del tiempo mi grado de misantropía crece y crece, la web se reducirá casi totalmente a eso: reseñas de lecturas. Libros leídos aguardando el apocalipsis soñado, nuclear o zombie, llovido del cielo o surgido de aquí mismo. O un simple y jodido largo invierno. McCarthy o Brooks, Niven/Pournelle o Stewart. U Orgill/Gribbin. Qué más da, pero que llegue y yo lo vea.

Sigo a la espera. Mientras tanto, leo y comento.

‘Ta lueguín.

Frederick Brown – El ser mente

Hola, ofidios.

De nuevo, tras muchos años, con Brown, en esta ocasión con El ser mente. Sus Pesadillas y geezenstacks en su momento, hace años, me pareció gracioso. Lo de Marciano, vete a casa lo tengo en la pila, y dado que es ‘de risa’ le tengo miedo (no soporto muy bien el humor literario).

Con los marcianitos de las narices en mente cogí este libro. Vamos, que lo hice con cierto repelús. Pero tenía letra gorda y no era precisamente un mazacote: necesitaba lectura ligera después del último chasco, la basura de McCarthy.

¿Con qué me he topado? Con una lectura en verdad ligera. Rápida, muy rápida. Tanto que ha pasado sin pena ni gloria. Un malo maloso que en el fondo es estúpido, un protagonista que de tan listo no se lo cree ni su autor, una acción muchas veces forzada en plan deus ex machina (a causa a la estupidez del malo). Incluso con dosis de sexo velado al principio de la novela, supongo que por eso de enganchar a los lectores.

Al escribir esta reseña, y pensando en el protagonista de este libro, no puedo evitar recordar Que desciendan las tinieblas y su hombre renacentista. El resultado del conjunto es muy similar a ese otro libro de Sprague: no resulta fallido por un pelo. Entretiene sin ofender demasiado al lector, y eso ya es algo.

Un 5 raspado y a por el siguiente.

Chau.

Cormac McCarthy – La carretera

Hola, culebras.

Jamás había leído nada del señor McCarthy, y me enteré de que era el autor de la novela en la que se basa No es país para viejos sólo al ver la portada de este libro. Esa película ha tenido mucha fama, incluso llegando a los Oscar, pero dado que no la he visto (más que nada porque detesto como ‘actor’ a Javier Bardem) no podía servirme como muestra de lo que McCarthy escribe. Pero el ambiente en el que se supone que La carretera se desarrolla, un mundo postapocalíptico en el que sobreviven más mal que bien un padre y su hijo, me llamaba. Eso y leer un autor para mí desconocido.

Tras leer las primeras páginas algo ya empieza a olerme raro. Y me refiero al estilo. El que el libro se base en pequeñas notas, casi pareciendo que ha sido redactado en una sucesión de momentos sueltos, no me desagrada: podría decirse que es una bastardización exagerada del género epistolar. Aquí todo es una especie de post-its sucesivos, apuntes que se acumulan en secuencia uno tras otro. Lo que no me gusta nada es la manera de llevar los diálogos: no existe puntuación, y a veces están incluso embebidos dentro de los párrafos. ¿Estilo experimental, vagancia del autor o pura ignorancia de cómo se debe puntuar y llevar un diálogo? Lo ignoro, pero eso me lleva a conseguir -en un momento futuro- algún otro libro del autor: no quiero echarle la culpa al traductor y/o el editor españoles de semejantes errores.

Pero dejemos el estilo, que se puede salvar a base de esa auxiliadora etiqueta de ‘experimental’ y vayamos al fondo, a la historia. Algunos dirán que es un drama duro, crudo, de supervivencia; la lucha de un padre por llevar adelante a su hijo en un mundo derruido y en el que apenas hay esperanza. Eso es lo que dirían algunos. Yo digo que el autor trata de describir un mundo sin creérselo él mismo: el escenario resulta por completo incongruente, con una serie de errores para mí de bulto y que salen a la luz por culpa del chaval.

Ese chaval no debería existir. Y siguiendo el razonamiento tampoco el padre. Ni nadie en toda la condenada novela. ¿Por qué? Pues por el mundo en el que viven y el origen y la intensidad de la catástrofe que les rodea. Señor McCarthy, se trata sencillamente de sumar uno y uno, dos. Describe de manera somera un ataque nuclear sobre suelo norteamericano. Bien. Habla de una pareja dando a luz a su primogénito varias semanas después del bombardeo. Bien. Habla de años y años de ceniza en la atmósfera, de cielos encapotados de forma perpetua. Bien. Habla de un continente entero en el que todas las plantas han sido reducidas a cenizas, a troncos calcinados. Bien. Habla de un mar completamente muerto. Bien. Señor McCarthy, sea consciente de que el ataque que describe, a esa escala, es poco menos que definitivo. En un ataque normal, como el descrito en El cartero de Brin, habría incendios (y muchos) pero difícilmente hubieran arrasado el continente de la manera que aparece en la novela: y es que en La carretera todo el continente está reducido a cenizas. Al completo. Eso implica una cantidad de bombas nucleares apabullante. Lo que a su vez conlleva un nivel de radiación letal, radiación que se propaga con los vientos, con la ceniza, con la lluvia, con la nieve. Millones de kilómetros cuadrados cubiertos de cenizas radiactivas, un sudario de veneno puro. ¿Y pretende hacerme creer que en un mundo así ha habido hombres (por no mentar niños o ancianos, mucho más sensibles) capaces de sobrevivir durante ocho, diez, doce años? ¿Y que para más choteo al cabo de esos años se mantienen sanos, como el hijo?

Porque ahí brilla la mayor cagada: el chico tiene la misma edad que ese mundo muerto. El niño ha estado toda su vida respirando polvo radiactivo. Y no ha muerto. Ni en un solo momento de la novela se aprecian muestras visibles de enfermedad por radiación. Al contrario, quien fallece es el padre, y por algo que apunta claramente a una tisis. Que no sólo no me lo creo, señor McCarthy, sino que es imposible. ¿O se trata de una novela de fantasía en la que el chico es un mutante dotado de un potentísimo (milagroso) poder de curación?

Eso por no hablar de detalles menores, como que tras una década de intemperie y putrefacción, de lluvia, nieve y viento, ya no debería quedar ni cartones, ni hojas, ni papel ni nada similar: deberían hacerse convertido en papilla y luego en polvo arrastrado por el viento. O el no tan pequeño detalle de cómo narices han sobrevivido el padre y el hijo todo ese tiempo, desde que el chaval nace hasta que se llega a la acción de la novela. Durante años han sido tres, madre, padre e hijo. ¿Cuántos años? Pues los suficientes como para que el niño tenga un recuerdo de ella. ¿Qué han comido todo ese tiempo? Eso no se explica, ni siquiera se deja entrever. La opción del perpetuo asalto a supermercados me resultaría demasiado difícil de creer.

Señor McCarthy, ha timado a sus lectores con un relato deslavazado y anecdótico, para el que no se ha molestado lo más mínimo en investigar lo que implica vivir un continente radiactivo, lo que supone un ataque nuclear tan severo como para crear esas condiciones atmosféricas. De todo ello deduzco que, en verdad, ha escrito la novela a base de post-its. O puede que con pedazos de papel de baño mientras estaba sentado en el mismo haciendo sus necesidades mayores.

Me da lástima el tal Diego Gándara, el ‘intelectual’ de La Razón que suscribe el comentario de la contraportada. ¿Habrá leído de verdad el libro? ¿Se habrá parado a pensar lo que ha leído? Seguro que ese individuo no habrá llegado a usar ni media neurona a la hora de escribir el comentario. Si yo fuera redactor jefe de La Razón, si me hubiera leído el libro y hubiera encontrado todos esos defectos no hubiera permitido que la frase del susodicho apareciera. Y si de verdad se hubiera presentado ante mí con ella le hubiera despedido de forma fulminante por cretino. ‘Periodistas’ como ese han hecho que la profesión sea un lupanar mugriento y sifilítico. Pero bueno, ya se sabe: no son periodistas sino correveidiles de banqueros y mercachifles.

Señor McCarthy, supongo que No es país para viejos está ambientando en el mundo actual, en circunstancias actuales. Bien. Siga en ellas porque lo suyo no es describir con coherencia una mundo inventado, un mundo tan documentado y estudiado como el escenario de una hecatombe nuclear. Con esta novela se demuestra que la suspensión de incredulidad tiene un límite, y que ciencia ficción no la escribe cualquiera.

Escenas de canibalismo (como la efectista, aunque en extremo ridícula por carecer de lógica, del bebé al espetón) seguro que distrajeron a algunos, haciendo que hablaran de ellas como ‘lo duro’ y se olvidaran del resto de defectos, de la ausencia de coherencia. Pero conmigo eso no ha funcionando. Menos canibalismo y más coherencia, señor McCarthy. O mejor aún: más de ambos. Mucho canibalismo, con niños, niñas y lo que quiera, pero sobre todo coherencia al describir un mundo y sus implicaciones.

Ale, a paseo.

Se lleva un 2 sobre 10, por vago, chapucero y descuidado. Y va que chuta.