Archivo mensual: marzo 2013

Sheri S. Tepper – La puerta al país de las mujeres

Hola, culebras.

Segundo libro que leo de la Tepper, tras el agradable Despertar. La verdad es que este libro, La puerta al país de las mujeres, me suena bastante. Me suena de haber oído hablar de él en la lista de correo de ciencia ficción (cuando todavía estaba en ella, cuando resultaba interesante estar en la misma y el chorro de 300 correos diarios no sólo no aburría, sino que resultaba casi adictivo: hablo de 1997, más  menos: ¡que no ha llovido ya de eso!). Mi edición tiene fecha de 1994, por lo que no sería raro que tres años después siguiera levantando un poco de polvareda este alegato feminista.

Bueno ya que he dicho la palabra clave, feminista, ya puedo entrar en harina en la reseña de este libro.

Sheri S. Tepper aprovecha un escenario post apocalíptico para pintarnos u modelos de sociedad por completo matriarcal. En un mundo devastado tras algo que intuímos tiene mucho de guerra nuclear, si bien en ningún momento se dice con esos términos (posiblemente debido a que tenemos como narradora a una mujer  de esa época, y todo apunta a que lo nuclear en esa época esta totalmente olvidado, junto con muchas otras cosas de las era pre devastación).

Lo dicho: feminista. El libro es feministas. Ya lo he dicho, ya he pecado. Pecar, sí, pecar: lo que en la portada reza como ‘alegato antisexista’ una vez leído se revela como un texto por completo sexista, en el sentido de que ‘la inmensa mayoría de los hombres son malos y no merecen reproducirse, debiendo ser vigilados por las moderadas y sabias mujeres. El libro, de forma somera, se reduce a eso: mujeres las casi siempre son buenas; los hombres en un porcentaje muy alto resultan dañinos.

Vamos, sexismo puro y duro, nada más que visto desde ‘el otro bando’. Por supuesto la postura me parece algo por completo defendible: por algo la mujer ha padecido (y aún la padece, en muchos países de forma sangrante) explotación, violencia y opresión. Resulta lógico e incluso necesario la existencia de libros como este: la mujer tiene todo el derecho a reclamar ese rol dominante, aunque sólo sea como en papel.

Tepper nos describe un panorama en el que la sociedad está dividida en dos colectivos bien diferenciados: los hombres ‘libres’, que viven fuera de las ciudades y hacen las veces de milicias defensoras de las mismas, siguiendo un escalafón militar. El suyo es un mundo sólo para hombres, sin lugar alguno para el sexo femenino. Por otro lado están las ciudades, recintos amurallados con reminiscencias medievales en cuyo interior se agrupan las mujeres, gobernadas por Consejos mucho menos estrictos que el de los hombres. Fuera de los muros reside la fuerza y el honor ciegos; dentro, la cultura y la ciencia. La fiereza de rasgos salvajes, irreflexivos, frente al sosiego y la meditación. Lo masculino ante lo femenino.

O al menos en grandes rasgos. Sí, hay mujeres más allá de los muros: las gitanas de vida licenciosa o aventurera. Dentro de las ciudades también hay hombres: sumisos siervos, la renegada deshonra de las huestes del exterior.

¿Las relaciones entre ambos mundos? Sexo con un único objetivo: el reproductivo. Falanges armadas y defensoras fuera, abastecidas el colectivo agricultor/artesano de dentro.

Y poco más… En principio.

Un mundo no de todo idílico pero que lucha por ello.

El contrapunto a esa sociedad lo hayamos ya bien avanzada la segunda mitad del libro: la Tierra Santa, una región de costumbres salvajes donde en nombre de la religión impera la endogamia y la brutalidad más absoluta hacia la mujer. Allí las consideran como apenas animales, criaturas pecadoras apenas necesarias para propagar la semilla del patriarca y de la raza. El blanco contra el negro. En la novela no hay más ejemplos de sociedad: o la demoníaca y bárbara de los puritanos endogámicos, o la escindida del País de las Mujeres. Porque la inmensa mayoría de los hombres tienen como único objetivo el poder, la violencia y el sexo. Y la inmensa mayoría de las mujeres gozan del sosiego, la calma sabiduría y la paciencia. Eso es lo que se extrae de la novela. Lo dicho, Tepper nos planta un discurso de sexismo crudo y directo, una ‘visión desde el otro bando’.

Cuando aparecen ciertos toques de gris, más allá de esos contrastes opuestos, llegan acompañados de una suerte de reproducción selectiva, como si se tratara de simple ganado. Y ganado además que en sus genes porta un plus añadido.

No puedo dejar de destacar otro defecto del libro: éste se acaba de enfangar, al menos para mí, cuando la autora usa y abusa de la P.E.S. (percepción extra sensorial). El entorno postapocalíptico creíble que nos describe en un primer momento (siempre en la medida de lo posible, se entiende) queda manchado con asuntos magufos, supercherías que al final de la novela se descubren como parte vertebral de… de todo. Una pena caer en todo esto.

Así la lectura resulta algo anodina, y los aderezos poco convincentes o incluso inapropiados, muy lejos de lo que recuerdo del otro libro. Una pena. Se lleva un humilde 5, nada más.

Chau.

A la sazón de clásicos que se leen de una sentada (y la ‘censura’ asociada)

Hola, ofidios.

Poniéndome al día con los varios miles de entradas pendientes que tengo en mi GoogleReader me topé con el sugerente (y para mí ineludible) título de Once clásicos de la literatura que se leen de una sentada y, como no, piqué y leí. Y tras la lectura me puse a redactar un comentario. Y redactando el comentario, viendo cómo se hinchaba, acabé cayendo en este pecado tan internetero que es el ‘no comento y me llevo mi opinión a mi cueva, a mi blog’. Pues en eso estoy 🙂 He dejado una versión reducida del comentario en la web de cookingideas.es, y el resto me lo quedo yo aquí.

¿Que escribía yo como respuesta a esa no muy afortunada entrada de la gente de cookingideas.es?

Pues que de la lista de once ‘clásicos’ sólo he leído de ellos:

Bueno, tres lecturas, tres opiniones: discutibles en su justa medida.

Pero tras poner esto yo ya empecé a desbarrar (a mi estilo), y lo que en principio era un simple comentario a una entrada intrascendente se volvió un rollo de los míos, no menos intranscendente.

¿Realmente la lista contiene ‘clásicos’, como ‘Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia’ (RAE, definición 3ª)? Me da a mí que no: ¿se acordará alguien de La carretera dentro de x años? Lo dudo (y encumbrar, como hacen muchos, como clásico un libro simplemente por haber acabado en las pantallas de cine se revela como un criterio de cretinos). ¿Y qué decir de El niño del pijama de rayas? Lo admito, no lo he leído. Pero también declaro que jamás lo leeré: mi vida es muy corta y tengo muy poco tiempo como para perderlo leyendo libros diseñados para venderse como churros. Y eso que, por desgracia, aun así acabo leyéndome truños. Si ese libro se merece el calificativo de ‘clásico’ entonces todos best sellers (mejores-ventas, al estilo F. Ontanaya XD) son clásicos. Un criterio muy corto de miras. De nuevo estamos ante los criterios cretinos.

Sigo con el desparrame, ahora ya desenfrenado porque hablo de mi afición, de mi vicio: los libros.

¿Un libro clásico de verdad que se lee en un santiamén y te deja con ganas de más, de mucho más? No lo dudé ni un segundo: La luna es una cruel amante‘, de R. Heinlein. O, por recomendar otro, uno de los volúmenes de la Trilogía de la Catástrofe de Brunner: Rebaño ciego. O el Frankenstein de M.W. Shelley. O Radix de Attanasio (haciendo suyo de manera magistral el artículo de ‘Emperador de todas la cosas’, de Spinrad).

Tras poner esto me callé XDDDDDDDDDDDDDDD Y solté lo de ‘me llevo esto a mi blog, de paso, para ampliarlo’ XD Y en eso estoy: en mi caverna pedicando al desierto.

Pero, aun así, antes de abandonar el comentario no pude evitar dejar una nueva apostilla como posdata: no puedo evitar no acabar este comentario sin recomendar El terror de Dan Simmons. Absorbente es decir poco. Y muy bien ambientado/documentado: se masca el ambiente de la expedición y de los H.M.S. Erebus y H.M.S. Terror.

Aquí acaba mi perorata bibliófila. Si es que no puedo ponerme a hablar de libros, que me pierdo.

Adiós.

PD: En el asunto de esta misma entrada pongo «(y la ‘censura’ asociada)». ¿Por qué? Pues porque porque mientras redactaba esta entrada ampliada, y tras colgar el comentario en el blog de coockingideas.es veo que me han borrado el comentario. En un primer lugar está y queda subido, pero una horas después refresco la página y ¡sorpresa! lo han borrado. ¿coockingideas.es borra comentarios? ¿Lo hace con los que aportan más información (o al menos datos distintos) que la suya? Porque ya ha habido otros en el mismo post que han atacado el que hayan calificado a El niño como clásico. Si es que les hay tontos… Supongo que también borrarán el pingback que genere esta entrada del blog. Que les den. Será por blogs en internet. Por si acaso ya tengo la captura del pingback. Ale.

PD 8/4/2013: Bueno, acaba de llegar a esta entrada un comentario (8 abril 2013 a las 9:05 am) de Iñaki Berazaluce, que se presenta como coordinador de contenidos de cookingideas.es. En él explica algo acerca de cómo se juntaron la palabra ‘clásico’ y ‘El niño con el pijama de rayas’: el colaborador se emocionó y confundió clásico con ‘me gusta mucho’. De igual manera me confirma que el comentario original mío ha sido recuperado y vuelve a aparecer, explicándome que se debió tratar de un error al considerarlo spam. Supongo que ese filtro podría haber saltado al contar el número de enlaces insertos en el comentario… pero se me hace raro que el detector de spam saltar tiempo después de estar el comentario publicado y no justo cuando lo subí. Supongo que el ‘robot antispam’ estaba en ese momento espeso por la falta de café y no leyó que los enlaces llevaban a contenidos reales y no a un ‘vendo Viagra’. Eso me pasa por tratar de argumentar mis comentarios con más contenido y no con un llano, facebookero y triste ‘me gusta’. De todas maneras es de agradecer su respuesta. Ahora sólo les falta añadir en la entrada una PD explicando lo mismo que me ha explicado a mí: lo del spam que no es spam (si bien, la verdad sea dicha, eso le importa a muy pocos, por no decir a nadie), asó como las razones para la inserción como clásico de ‘El niño’… y dar una colleja al ‘colaborador’ que cometió semejante tontería.

Arthur C. Clarke – El fin de la infancia

Hola, ofidios.

Me pongo con uno de los autores clásicos por excelencia de la ciencia ficción, y con una novela del subgénero de ‘primeros contactos’: Clarke y su El fin de la infancia, una de las primeras novelas del maestro de la ciencia ficción hard. Tengo que admitir que por lo general Clarke me encanta. Hace mucho que no leo nada de él, por lo que ya tocaba. Por desgracia esta novela no ha resultado de mi agrado, ni mucho menos: se me ha hecho larga y lenta, de pesada lectura.

¿Por qué?

Por una razón por completo personal y subjetiva: lo descrito en ella no me parecido interesante. El asunto del ‘primer contacto’ como tema central siempre me ha atraído, ya en forma directa, cercana y detallada (como en el caso de Contacto) o con un tratamiento más aventurero y exótico (voy a citar sólo uno que me resultó tanto sorprendente como agradable, Camelot 30k), por no hablar de textos de desarrollo o premisa errónea (en eso destaca entre lo que he leído El texto de Hércules, con su americanocentrismo galopante).
¿Qué le ha pasado a este Fin de la infancia para que no me satisfaga?

Tras un primera parte algo tosca y torpe (la estratagema de la linterna, el presumir que la pantalla oculta al supervisor, y que en efecto eso ocurriera, me parece de lo más inocente) se llega a una segunda parte en la que empezamos con el tema místico/espiritista, algo que ya me hizo recordar el enorme chasco que me supuso en su día la lectura del final de Cita con Rama (ese su horrible ‘ahí va la tercera de Newton’). Y es que toda la escena de la ouija me da bastante asquito y repelús. Aparte me encuentro la inocentada del polizón… vamos, que el libro ha envejecido muy mal no, lo siguiente. Es en la tercera parte de libro cuando Clarke demuestra sus dosis visionarias: no olvidemos que la novela es de 1954: lo que se describe en esa última parte parece elucubrada por un jipi endrogao, y los jipiosos tienen su origen en los 60. Además el cambio de destino de la humanidad surge en la novela de una manera poco menos inopinada. Jajá, lo siento, no he podido evitarlo. Esta última sección del libro tiene bastante influencia de Stapledon, haciéndome recordar en cierta medida La última y la primera humanidad. Pero, allí donde el mago de la filosofía espacial lo bordaba, Clarke apenas llega a idear una diminuta fracción de las maravillas que ideó este otro.

Vamos, que no me ha gustado el libro. Aparte de que, otra vez, Clarke se carga a Newton y sus leyes sin siquiera intentar dar el menor atisbo de explicación (por no mentar las incongruencias como que unas naves que provocan presión en la atmósfera al moverse -ergo son materia- sin embargo no aparecen en las pantallas de radar -ergo son materia indetectable… ¿ein? ¿naves kilométricas de estilo Stealth?).

Por todo ello le pongo un 3, y mira que me duele otorgarle esa nota a un maestro que ha demostrado en numerosas veces su habilidad.

Adiós.