Archivo mensual: febrero 2013

AA.VV. – Nuevos cuentos de Los Mitos de Cthulhu

Hola, culebrillas.

Una nueva compilación de libros de Los Mitos, en esta ocasión titulada Nuevos cuentos de los Mitos de Cthulhu, compilación a cargo de ni más ni menos que Ramsey Campbell. El libro es de 1980, con lo que lo de nuevo ya no resultan muy cierto (si bien mi edición es la de 2011), lo que no excusa un detalle: ¿cómo se puede editar un libro titulado nuevos relatos cuando entre ellos hay textos de H.P.L. y de Frank Belknap Long? Suena muy a broma. Y sin embargo no lo es: ahí están las historias, para el disfrute (más o menos, que de todo hay en esta compilación) de los lectores.

Luego, y antes de entrar en harina con los relatos pero tras haberme leído todos, quiero hablar inopinadamente del señor José Luis Moreno-Ruiz, el traductor de este libro. Y quiero hacerlo inopinadamente, insisto, porque me ha llamado la atención ese adverbio, el cual, inopinadamente, aparece incluso dos veces en una sola página. Así, sin que venga a cuento (porque no me creo que no un traductor con experiencia no pueda encontrar un sustituto a dicho monstruo). Y además hallarlo inopinadamente. ¿Algo más puedo decir del traductor? Pues la verdad es que nada, porque profundizar en el tema supondría opinar, y eso -inopinadamente- no ha lugar. Para no hacer más inopinado escarnio le remito un saludo al señor José Luis Moreno-Ruiz. Eso sí, considere el saludo como algo inopinadamente enviado.

‘Crouch End’, de Stephen King, recuerda mucho a la manera de escribir de Campbell, sobre todo en la parte inicial de la narración de Doris (la sensación de amenaza velada, intuida, percibida por el rabillo del ojo). Resulta curioso leer un relato de King justo después de leer su guía de estilo y comprobar cómo se salta algunos de sus consejos estilísticos. El relato entra en un momento dado en el territorio del pastiche (o del tópico, o del homenaje desvergonzado) al ponerse a plantar casi seguidos toda una serie de guiños a nombres y recursos de H.P.L. Aun así se disfruta. Un 6.

El inicio de ‘La charca de las estrellas’ (A. A. Attanasio) no es confuso sino lo siguiente. Además posee descripciones demasiado vagas (los detalles van y vienen, entrando en escena de repente y sin aviso) e incluso inexactas que llevan a confusión. Final alocado y sin sentido: no por meter todo monstruo posible de peli pulp de los cincuenta se consigue un relato bueno. Intento de mezclar género negro con Mitos que no funciona en nada. Ale, un 4.

Tras leer ‘El segundo deseo’, de Brian Lumley, la verdad es que en mi caso hubiera deseado poder pedir un primer deseo: no haber empezado este horrible relato. Pasando sus páginas recordaba una de las normas enunciadas por King: evitar como la quema los adverbios acabados en -mente. Y es que en un primer lugar hay que decir (o gritar) que Lumley no tiene ni puta idea de escribir. Es otro de esos ejemplos incomprensibles de ‘tío que le publican con una calidad menos que nula’. ¿Qué decir de este relato? Nada bueno, pero entre lo malo destacar, por ejemplo, que adolece de una obvia falta revisión, con errores de continuidad e incluso contradicciones. No hablaré de cuán tópico es (el ambiente gótico roza el pastiche, eso en una recopilación de textos que según Campbell pretende aportar frescura, una visión diferente de Los Mitos). Además  de que también hay errores de traducción / edición, como lo de las miles de millas. 2 que me tienta a cambiarlo a un 1.

‘Oscuro despertar’, de Frank Belknap Long, adolece del mismo tipo de descripciones que el relato de Attanasio: la descripción de la escena del clímax está llevada de una manera demasiado vaga, por más que luego lo intente explicar: ya es tarde. Le pongo un triste 4.

El inicio de ‘La sección 247’ (Basil Copper) es leeeeento, demasiado lento. Una cosa es meterse en el ambiente y otra marear la perdiz. Sin embargo lo malo, lo peor de todo el cuento, lo tenemos al llegar al final, cuando descubrimos que el autor ni sabe describir mínimamente bien el detonante de todo el relato, ni se pringa en plasmar un final más comprometido: tan vago es el desenlace se puede decir que el relato ni siquiera pertenece a los mitos. Se lleva un 5.

T.E.D. Klein divaga y divaga en el inicio de su relato ‘Un negro con un saxofón’. El relato parece una especie de declaración de amor que al autor hace, a modo póstumo, a H.P.L. Pero, aún yéndose por las ramas, funciona mejor que ‘La sección 247’, quizá porque toca de manera más directa a Los Mitos. Tanto es así que a medida que se avanza en la lectura uno se da cuenta de que está leyendo un relato de corte clásico en cuanto a estilo lovecraftiano se refiere. El cuento posee una importante cantidad de paja, si bien es una paja que le da cierto carácter muy acorde con la personalidad del protagonista. Por desgracia acaba cayendo en el tópico, en la repetición de escenas y esquemas usados una y mil veces en el subgénero (repetición que, todo sea dicho, no supone mucho problema para el fan empedernido). Al menos tiene el detalle de no aportar nombres grandilocuentes que hagan de gancho o guiño, aparte de los de la tribu de marras que sirve de detonante de la historia. Vamos, que un escritor aficionado seguro que no hubiera resistido la tentación de nombrar con todas sus letras a la entidad cuya presencia se intuye en el texto: T.E.D. Klein no cae en eso, obligando al lector neófito a indagar en otros relatos para saber quién cojones es el negro del saxofón… y con ello a ganar quizá un nuevo fan a este adorable y monstruoso subgénero de Los Mitos. Le pongo un 7.

Y pasamos de una carta de amor póstuma a algo puede incluso más osado: una colaboración póstuma, casi se diría que incluso necrofílica por lo que tiene de directo revolcón con la obra del de Providence. ‘El libro negro de Alsophocus’ se trata de una literalización perpetrada por Martin S. Warnes en forma de relato de un fragmento escrito por H.P.L. El texto posee esa prosa obsesiva y enfermiza que a algunos, tiempo atrás (mucho tiempo atrás), nos atrajo a este mundillo de Los Mitos; un estilo que, sin embargo, ahora se vuelve algo casino por lo manido y sobreexplotado, y eso que debo admitir que en determinados momentos escribir con ese tono y ese ritmo resulta poco menos que una acto masturbatorio, pura prosa onanista. En el texto todo cuanto se describe posee la famosa dimensión tan-tan-tan (tan maligno, tan enorme, tan abisal, tan obsceno, etc.), el horror en grado superlativo. Pero toda esa mastodóntica aglomeración, tan apretada, sólo consigue una cosa: chirriar, o repicar como todo un campanario. Resumiendo, el relato encajaría a la perfección en la más pura definición de pastiche, de la que se salva por tratase de una adaptación de un texto del propio HPL. Y se lleva un 6.

Llegamos a ‘Maldita sea la oscuridad’ (David A. Drake) y parece que el autor se ha dado un atracón de El corazón de las tinieblas antes de ponerse a escribir. Sí, puede que también tenga algo que ver si experiencia en Vietnam, pero la primera impresión que queda hace pensar que adora el libro de Conrad. El relato progresa más o menos bien hasta que se hace mención a los cangrejos, los jodidos e incongruentes cangrejos, lo cual supone una auténtica puñalada trapera a la suspensión de incredulidad. A eso se suma que ‘la masa negra’ aparece mentada de repente, sin presentación previa alguna. ¿Me he perdido algo y se ha citado antes, o es que ‘la masa negra’ se refiere a las hordas de aborígenes, porque yo no entiendo eso, sino que se describe algo similar a ‘el humo’ de Perdidos? ¿Se trata de un error del editor, traductor o el propio autor, que se ha zampado un párrafo? Bueno, que al final le pongo un 6. Pena de final, la verdad.

Y el libro acaba con la aportación del compilador (algo que jamás me ha gustado: si te pones a recopilar y hacer de editor, no te incluyas entre ‘los elegidos’): el relato ‘Las caras de Pine Dunes’. En este relato Campbell recurre, como es típico en él, a describir una presencia, una sensación de agobio, algo que forma parte del repertorio de lo que se considera herramientas básicas a la hora de redactar historias de Los Mitos. Por desgracia, y no sé porqué, en este relato me encuentro con lo mismo que en el anterior, la impresión de que falta algo, un párrafo o frase o algo. ¿Por qué? Porque durante la lectura todo se parece desarrollar en una misma línea temporal, hasta que se llega a un preciso instante, a una frase concreta, en la que empieza a chirriar… para unos párrafos más adelante darse cuenta de que se ha estado leyendo un flashback. Lo he leído de nuevo por encima y no he logrado encontrar la típica –o no tan típica– entradilla que indique que la narración se va a desplazar hacia atrás en el tiempo. Vamos, que no acabo de entender ese salto. Por lo demás el relato sigue el estilo tan característico del autor (presencias intuidas, apenas vistas, que generan sensaciones claustrofóbicas y de velada amenaza) que lleva a un final cuya relación con Los Mitos está cogido muy por los pelos. Al final le pongo un 6.

Pues esto ha sido todo, una compilación de la que se esperaba más. Como nota media sale 5,11.

Adiós.

Stephen King – Mientras escribo

Hola, culebras.

De nuevo leyendo un King, y eso que hace años me dije que nunca más, debido a los a veces nauseabundos y deplorables finales del yanqui este… Pero tengo que admitir que, aunque casi por norma las partes finales de sus novelas sean auténtica basura, lo que se lee hasta llegar a ellas en la mayoría de las ocasiones supone una auténtica delicia.

Pero eso se refiere a novelas: en cuanto a relatos la cosa mejora bastante: no le da tiempo a subir tanto como para que luego la ostia final resulte tan fuerte.

Novelas y relatos, relatos y novelas. A eso se reduce todo lo que había leído de King… hasta ahora que he concluido Mientras escribo, una suerte de mezcla entre autobiografía apresurada, ensayo/manual de escritura y desbarre de un afamado, prolífico y ocioso (en el sentido de que su realmente envidiable facilidad de escritura le permite sacar partido de todo cuanto escribe, incluso textos como éste, en plan ‘pues un día se me ocurrió esto y aquí lo tenéis, pobres mortales’) autor.

Desde las primeras páginas King dice que no quiere escribir otro libro de estilo, otro manual de ‘cómo hacer la novela del milenio’, para lo cual jura y promete no meter nada de paja (tipo de contenido en lo que él es un consumado maestro: logra que la paja no parezca tal, permitiendo al lector disfrutar como un enano de una sección de la obra que simplemente es eso: paja). Pero como es King, y como ya lleva mucho tiempo en el oficio practicando esos hábitos que tan buenos frutos le han dado, no puede evitar caer en el pecado que en un principio quería evitar. Así gran parte de la primera parte del texto, la autobiográfica, resulta prescindible. Colorista, agradable de leer, sincera (o al menos espero que tenga mucho de eso, si bien un buen escritor escribiendo es como un actor hablando: las criaturas menos dignas de confianza que pueda haber; al fin y al cabo viven de la mentira, de la invención, de la falsedad). En esa primera parte se descubre un hombre débil, a veces patético, que se ha hecho a sí mismo a base de constancia… bueno, no: Stephen King es así porque tenía una predisposición natural a ser así. Ni más ni menos: nació una monstruosidad, una bestia que supo descubrir desde una muy tierna edad su carácter monstruoso y cómo afilar sus garras y dientes. Pero el monstruo estaba allí desde un primer momento. Interesante parte autobiográfica, aun con todo, pinceladas de la vida de una bestia que ya ha adquirido atributos completamente mitológicos.

La segunda parte, y el meollo del asunto, es la forma en cómo describe King la profesión de escritor. Da consejos, recomienda hábitos de trabajo, avisa de defectos y posibles vicios, todo ello desde un lenguaje llano y sencillo. Para un escritor novel sin duda será de utilidad, siempre desde esa distancia que King ya deja bien clara: todo lo descrito le sirve a él, y no tiene porqué serle de utilidad a otro. En mi caso por desgracia ya me conocía la inmensa mayoría de ellas: y digo ‘por desgracia’ porque para lo que me ha servido… Si bien una de las recomendaciones me ha llamado la atención, más que nada porque es algo que yo jamás he tenido en cuenta como importante, y que sólo en una ocasión he practicado (con nulo y/o inútil resultado): el tener un lector ideal, una persona que te lea los textos de primera mano y en la que recaiga el principal peso de la corrección (o, lo más importante, de la crítica sincera). En otras palabras:

  1. ceder tus textos a una segunda persona,
  2. pringar a esa persona para que lea esos textos esperando una respuesta, una reacción a los mismos,
  3. recibir esa reacción y usarla en el texto, si se considera oportuno.

En mi caso me resulta imposible ese grado de ¿cómo decirlo: capacidad de compartir? No puedo. Bastante me parece, leyendo lo importante que considera King ese aspecto de la creación literaria, haber publicado lo poco que he publicado siempre con un único revisor: yomimmo.

Pero bueno, como eso es algo que nunca va a cambiar, o que veo muy difícil que cambie, hay que seguir. Con la vida y con el libro.
Y de eso, de la vida, habla la penúltima parte del libro: el accidente de tráfico que casi mata a Stephen King en verano de 1999 (no en el año 2000, como dice de manera totalmente imperdonable la contraportada de la edición que he leído, la de DeBols!llo). Una sección dura, muy dura…

El libro acaba con un breve e interesante ejemplo de 1ª revisión de texto y una lista de lecturas recomendadas.

Todo ello, así juntito, da un merecido y satisfactorio 7. Y si no te has puesto nunca ante el reto de escribir seguro que le das más.

Chao.

Henry Rider Haggard – Ayesha

Hola, ofidios.

Nunca antes he leído nada de Rider Haggard. Más aún, hasta hace unos meses (cuando desenterré este libro de La Pila, que me puse a buscar por la web acerca de él) no tenía ni de quien era. Eso le pasa por tratarse de un libro heredado de la manera más fría posible: de una pila de libros que había en una vieja casa de pueblo que hace años compró mi madre (casa que algún día aparecerá en mi futurible novela –ojo al título provisional, mogollón de cutre– Tormenta Roja, dado que es uno de los escenarios iniciales). Sea como fuere llegaron a mis manos un buen puñado de libros más o menos viejunos, entre los que me llamó la atención este, y así lo aparté.

Y así, sin mucha idea de lo que me iba a encontrar, empecé hace unos días este Ayesha. Y empecé mal, en tanto y cuanto que sabía que era una segunda parte. Sí, la venden como una novela independiente, blah, blah, pero… pero a lo largo de las páginas mi temor se confirmó: hace falta leerse Ella para poder apreciar todos los matices de Ayesha. De esa manera incompleta y coja continué la lectura. ¿Qué me encontré? Una historia de aventuras con grandes dosis de romanticismo (en el sentido ‘amoroso’ de la palabra), una apresurada inmersión en el Asía remota y profunda, en un Tibet que para la época en que se escribió la novela era tan remoto al occidental medio como ahora mismo nos puede resultar Neptuno (no vale la comparación con Marte ya que gracias a los rovers casi parece que estamos al ladito del planeta rojo).

La novela goza de un inicio casi lovecraftiano, con círculo de piedras, invocación, espectro y testigo reluctante incluidos. Tras ella nos adentramos en una agradable mini epopeya hasta llegar a un momento crucial: la visión en la distancia del objetivo, un momento que en cierta medida me recordó a la saga del castillo de lord Valentine (la dispar tetralogía de Silverberg), o también a la Torre de las Nieblas de la saga de Mundo Río (la afamada saga de Farmer). Desde ese punto nos adentramos en un mundo ajeno a lo conocido y no carente de intrigas y maravillas a medida que nos acercamos a la meta final, el santuario en la cumbre del volcán.

Por desgracia lo interesante se puede decir que acaba una vez allí: el autor se enfanga en una historia extremadamente romántica, una lucha entre un amor platónico y otro más carnal, entre el poder casi desenfrenado de lo salvaje y la moderación de lo civilizado, todo ello saturado de un lenguaje decimonónico (que veo que cada vez soporto peor, más si cabe tras el libro que me leí justo antes que éste) que ralentiza la lectura.

Tras acabar el libro me queda un sabor de boca agridulce, como de novela que se reduce a un simple alargamiento de una historia ya contada, y bien cerrada. No digo que el resultado sea insatisfactorio, pero sí que queda a la sombra de algo más grande. Algo que no he leído y que quiero leer. Vamos, que tengo que conseguirme Ella.

Al final se lleva un 6.

Adiós.

China Miéville – La estación de Calle Perdido

Hola, ofidios.

Primer texto que leo de China Miéville, y hay que admitir que me ha encantado. La estación de Calle Perdido es un texto rico y en parte sorprendente. Repleto de colorido y al mismo tiempo oscuro y mugriento, a lo largo de sus páginas nos vemos inmersos en un caleidoscopio de escenas, localizaciones, costumbres y razas. Si bien el editor español ha optado por catalogar el libro como ciencia ficción el texto pertenece a la más pura fantasía oscura: la ambientación se basa en una mezcla la magia (aquí taumaturgia) con una especie de ciencia deforme, tan agarrada por los pelos que se reduce a un mero ornamento.

A lo largo de la novela descubrimos razas y sus culturas asociadas detallados de tal manera que recuerda al ciclo Tschai de Vance. Cada raza está integrada en la ciudad de una manera u otra, haciendo que la ciudad se comporte como un crisol de grupos con entidad y costumbres propias, pero que con el paso del tiempo se han ido integrando de manera más o menos cordial, si bien se mantienen ciertos tabúes (como por ejemplo en el que están inmersos dos de los protagonistas). Todo este entramado sociopolítico y cultural el autor lo describe de una manera fluida y amena, volviendo por momentos la lectura una experiencia casi deliciosa. El completo conjunto de engranajes, cada cual con su propia naturaleza y que sin embargo encajan (bien o mal, forzados o con fluidez), hacen mover esa enorme maquinaria social llamada Nueva Crobuzón. Por supuesto, esas complejas interacciones generan sinergias y tensiones: un ejemplo rico, colorista e intenso lo tenemos en la potente escena de la huelga, los piquetes y cómo son reprimidos por el gobierno. Una escena que a alguno quizá le suene tan subversiva y fuera de lugar, pero que encaja a la perfección con un autor que ha estado metido en política.

El conjunto describe de una manera por completo satisfactoria la ciudad, de tal manera que la propia urbe se convierte en otro personaje, casi protagónico. Todo ocurre en su seno, y de su futuro como organismo social depende la trama de la obra. Porque hay que admitirlo: La estación de Calle Perdido es una novela que bien podría pertenecer a un subgénero arquitectónico, como Los pilares de la tierra, La ciudad y las estrellas, Los años de la ciudad u otras. La ciudad como seno y germen de dramas, epopeyas y luchas, refugio de exiliados y fuente de maldades; purulenta y grandiosa, ruinosa y resplandeciente de belleza. La ciudad, un ente en torno al cual todo se desarrolla de igual manera que en un organismo pluricelular pulula la vida unicelular.

Y qué vida, esa que aparece en La estación de Calle Perdido. Si hay un referente en esta novela, aparte de Vance por la rica y lúcida mezcolanza de especies, es Barker: Nueva Crobuzón recuerda mucho a Yzordderrex, pero esta vez descrita con el detalle con el que se habla de Midiam en Cabal. A lo largo del texto parece que se describe aquello que Barker se dejó en el tintero en cuanto a sus razas de noche y demás criaturas deformes y retorcidas. Una delicia para los amantes de la fantasía oscura y casi sin límites.

Otro detalle a agradecer es el lenguaje usado por los protagonistas: totalmente llano, directo y sin ninguna floritura literaria que pudiera distanciar al lector de esa realidad industrial y decadente de la ciudad.

Pero no todo pueden ser puntos positivos: existen las sombras en este libro, y la mayor de ellas la encontramos en la manera de resolver el problema. El autor echa mano de un ardid demasiado vinculado a la fantasía: el excesivo de la misma. La novela hasta las cuatro quintas partes encaja en la llamada fantasía oscura, pero desde una óptica más o menos racional: se describen cosas, situaciones y personajes que, aun con un componente más o menos mágico, son fáciles de racionalizar. No te obliga a ‘forzar la máquina’. Sin embargo, a la hora de afrontar ‘el recurso’ con el que se pretende solucionar el nudo del problema, el autor empieza a desbarrar con una perorata mística, filosófica, mágica que chirría con el tono que la novela ha usado hasta ese momento. Vamos, un Deus ex Machina de manual. Una pena, la verdad, el ver cómo se enfanga en ese detalle.

Por lo demás admitir que se trata de un libro muy recomendable, y que me invita a buscar más del autor. Nota final: un merecido 8.

Adiós.

Balance de lecturas 2012

Hola, culebras.

Otra vez realizo un balance de las lecturas del año. Ahora toca el año 2012. Esto es lo poco que ha pasado por mis manos:

Como se ve pocos libros han caído. Muy pocos. Hago un resumen, como el resto de años:

  • He leído un poquito, sólo 19 miserables libros. Horrible. Patético.
  • Ni siquiera 8000 páginas leídas: sólo 7605, con un lamentable promedio de 21,4 páginas diarias. Horrible. Patético.
  • En medio de estos números tristísimos predomina de nuevo la cifi, seguida del terror. Junto a la fantasía se cuelan dos obras de ficción.
  • La valoración media de lectura ha sido todavía más penosa que el año pasado, con un deplorable 5.29. Ved la lista de valoraciones, en general mediocre, para comprobarlo.

Bueno, aquí acaba el balance de 2012.

Chao.