Arthur C. Clarke – El fin de la infancia

Hola, ofidios.

Me pongo con uno de los autores clásicos por excelencia de la ciencia ficción, y con una novela del subgénero de ‘primeros contactos’: Clarke y su El fin de la infancia, una de las primeras novelas del maestro de la ciencia ficción hard. Tengo que admitir que por lo general Clarke me encanta. Hace mucho que no leo nada de él, por lo que ya tocaba. Por desgracia esta novela no ha resultado de mi agrado, ni mucho menos: se me ha hecho larga y lenta, de pesada lectura.

¿Por qué?

Por una razón por completo personal y subjetiva: lo descrito en ella no me parecido interesante. El asunto del ‘primer contacto’ como tema central siempre me ha atraído, ya en forma directa, cercana y detallada (como en el caso de Contacto) o con un tratamiento más aventurero y exótico (voy a citar sólo uno que me resultó tanto sorprendente como agradable, Camelot 30k), por no hablar de textos de desarrollo o premisa errónea (en eso destaca entre lo que he leído El texto de Hércules, con su americanocentrismo galopante).
¿Qué le ha pasado a este Fin de la infancia para que no me satisfaga?

Tras un primera parte algo tosca y torpe (la estratagema de la linterna, el presumir que la pantalla oculta al supervisor, y que en efecto eso ocurriera, me parece de lo más inocente) se llega a una segunda parte en la que empezamos con el tema místico/espiritista, algo que ya me hizo recordar el enorme chasco que me supuso en su día la lectura del final de Cita con Rama (ese su horrible ‘ahí va la tercera de Newton’). Y es que toda la escena de la ouija me da bastante asquito y repelús. Aparte me encuentro la inocentada del polizón… vamos, que el libro ha envejecido muy mal no, lo siguiente. Es en la tercera parte de libro cuando Clarke demuestra sus dosis visionarias: no olvidemos que la novela es de 1954: lo que se describe en esa última parte parece elucubrada por un jipi endrogao, y los jipiosos tienen su origen en los 60. Además el cambio de destino de la humanidad surge en la novela de una manera poco menos inopinada. Jajá, lo siento, no he podido evitarlo. Esta última sección del libro tiene bastante influencia de Stapledon, haciéndome recordar en cierta medida La última y la primera humanidad. Pero, allí donde el mago de la filosofía espacial lo bordaba, Clarke apenas llega a idear una diminuta fracción de las maravillas que ideó este otro.

Vamos, que no me ha gustado el libro. Aparte de que, otra vez, Clarke se carga a Newton y sus leyes sin siquiera intentar dar el menor atisbo de explicación (por no mentar las incongruencias como que unas naves que provocan presión en la atmósfera al moverse -ergo son materia- sin embargo no aparecen en las pantallas de radar -ergo son materia indetectable… ¿ein? ¿naves kilométricas de estilo Stealth?).

Por todo ello le pongo un 3, y mira que me duele otorgarle esa nota a un maestro que ha demostrado en numerosas veces su habilidad.

Adiós.

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