Stephen King – La invocación

Hola, culebras.

Toca comentario exprés porque carezco de tiempo incluso para estas reseñas. Ale, reseña rapidita, poco menos que a vuelapluma. Lo digo por las posibles faltas de ortografía. Quien las encuentre y la quiera resaltar gracias. Quien se base en ellas para atacarme 😛 ya sabe lo que tiene que hacer: el mundo ‘del interné de las cosas’ es muy grande así que ¡pista!

¿Qué decir de La invocación? Tras un inicio de la saga con evidentes altibajos este segundo volumen tiene su parte de cal y de arena. Hay luces y sombras, si bien las luces predominan sobre las sombras.

Vamos al asunto.

Stephen King - La invocación (LTO II)

Stephen King – La invocación (LTO II)

Las sombras se centran sobre todo en algo que a veces se me ha hecho poco menos que insufrible: los odiosos adverbios modales. Veo que incluso en su etapa madura, cuando ya no podía escudarse en su bisoñez, King seguía fallando en esto. Se me hace extraño leer cómo no es capaz de aplicar su propia regla. ¿Estamos ante un clamoroso caso de ‘en casa de herrero cuchillo de palo’? A mí más bien me da la impresión de un texto a veces poco revisado, en el que el editor –ávido de sacar a la venta un nuevo volumen de King– no se ha preocupado mucho de ese detalle. Al fin y al cabo a esas alturas de su carrera literaria ya vendía bien todo lo que escribía: aun le quedaban años para adentrarse en esa triste época en la que incluso sus notas del baño mientras cagaba se las publicaban (y cierta sección del público las alababa), pero apuntaba maneras. A mí no me paga ni el editor, ni una revista ni el autor para hacer una reseña positiva por fuerza (para eso ya hay por ahí cientos de lameculos que no voy a nombras, por mucho nombre que me venga a la mente. Uno de ellos quedó descubierto, y el valor de su palabra y/o criterio literario quedo por los suelos, al recomendar leer cierta obra), así que digo lo que pienso: los odiosos adverbios modales aparecen demasiado y en demasiadas ocasiones ensucian el texto. Tanto que a veces me poco menos que me han entrado nauseas.

Pero la sangre no ha llegado al río, o el vómito no se me ha derramado garganta afuera. ¿Por qué? Pues porque si la obra falla en la forma (y en ocasiones de manera vergonzante, como he dicho), en el fondo no se le puede sacar el menor defecto. Ya le gustaría a muchos autores actuales, afamados o no (lo siento pero como contraejemplo tengo que poner a dos que me causaron singular disgusto. Aunque quizá, por eso de que no se diga que sólo ataco sólo a lo patrio o a lo ‘menor’, nombro a un tercero moderno y a un cuarto clásico), poseer ese manejo de los personajes así poder dotar a sus trabajos de semejante ritmo e intensidad.

El libro no se lee. Ni siquiera se devora: las páginas se convierten en una puta droga que hay que aplicarse día tras día. Leyendo este La invocación uno se ve arrastrado por el auténtico poder de la narración. Casi se diría que duele alejarse del texto. Hay que hacer cosas, no todo es leer y leer. Pero, la verdad, cuesta apartarse de esta obra.

La manera en que descubrimos a Eddie y nos hacemos unos con él debería entrar en los libros de texto de análisis literario: King, con dos personajes tan dispares, consigue que nos impliquemos en ellos de una manera perfecta. Rolando y su pasado ya lo describió en el libro anterior, en éste lo enfrenta a poco menos su antítesis. Podemos sentir y conocer a Eddie de una manera íntima, marca de la casa de King. Ambos personajes, poco menos que antagónicos, engendran unas sinergias que obligan al lector a seguir y seguir leyendo.

La entrada en escena de Odetta/Detta supone una ligera bajada del nivel: el personaje se me hace un poco demasiado forzado. No sólo por la invalidez (sigo pensando que una persona con ese problema tendría serias dificultades en un mundo como el de Rolando, aunque sólo se tenga en cuenta en el aspecto de movimiento) sino por lo exagerado de su psique. En esa exageración el autor pretende presentarnos un conflicto y un triunfo de la nueva protagonista, pero mientras lo leía me envolvía abandonarme una sensación de artificiosidad. No hace falta semejante cristo para añadir una dama de las sombras, King. Además me ha dado la impresión de que Odetta queda desdibujada en comparación con la arrolladora personalidad de Detta. Algo que no acaba de cuadrar con la final invocación de Susannah: de verdad no hay unión de personalidades, sino un rebautizo de Odetta en Susannah, con Detta convertida en ‘recurso para luego’.

Pero pese a todo King logra tejer una tensión en esa segunda parte que incita a leer y leer sin parar. ¿Cómo lo logra? Mezclando la resolución de problema de Detta con la del tercero en discordia: el señor Mort.

Hay que admitirlo: en la tercera parte King demuestra su gusto (algo que nunca ha negado) por las historias del oeste. En esta tercera parte enlaza con la primera de una manera sorprendente para el lector: de repente nos encontramos de nuevo con Jake, el chico. Este en apariencia hombre gris, de apellido tan mortal, se revela como un factor de importancia tanto en la vida de Odetta como en la de Jake… y de paso, a través de la no–acción, en la Rolando.

Si en la primera obra se adivinaba la existencia de viajes entre planos de realidad en esta segunda esa sospecha se confirma. A ella hay que añadir los lazos temporales, vínculos de causalidad que encadenan las vidas de los protagonistas. De esa manera empezamos a intuir (todavía no me atrevo a decir ‘ver’) que King tiene preparado una enorme y basta red de relaciones. La búsqueda de la torre no se limita a ‘voy para adelante’ sino que se complica en un juego de poderes y personalidades que la engrandecen… y que la hacen peligrar en lo referente a lograr una resolución válida y satisfactoria. En mente de todos está el ‘hacer un Perdidos’. Y sabemos de sobra que el señor King suele fallar de manera estrepitosa en las resoluciones sus novelas. Pero hasta llegar a ese punto final de la búsqueda todavía queda mucho.

La historia de Jack Mort, como he dicho, acaba convirtiéndose en un western en toda regla: lectura rápida y adictiva. Bueno. Pero buenobuenobueno. El relato de paso sirve de contraste entre el mundo de Rolando (y su manera de actuar) y el nuestro. Resulta interesante la comparativa que el autor hace en lo relativo a la manera de entender la justicia y el actuar los alguaciles. Por lado tenemos los modales duros pero al mismo tiempo caballerescos de Rolando, por otro los descuidados, blandos y a veces asesinos de los policías del nuestro, agentes que han olvidado el rostro de su padre, que diría el Pistolero.

En conjunto las tres historias conforman un tríptico absorbente. Una lectura poco menos que obligatoria para todo amante del género fantástico, así como muy recomendable para todo aquel que desee conocer no sólo a King, sino cómo manejar una obra coral.

Una pena esos defectos formales (sigo pensando que se trata de una falta de revisión), que me obligan a puntuar con un 8 algo que muy bien se hubiera llevado un 9. Lo dicho: una pena.

Adiós.

George Orwell – Homenaje a Cataluña

Hola, culebras.

Segundo libro que leo tanto de Orwell como de la Guerra Civil Española.

Me estrené con Orwell, cómo no, a través de 1984. Ese libro me supuso mi primera experiencia de ‘no me gusta lo que leo mientras lo leo pero de repente, al acabarlo, miro atrás y me quedo embobado’. No sé por qué me pasó eso (no disfrutar de la lectura a casi todo lo largo de la obra) y de repente, cuando lo cierro, ¡chas! me sorprendo con la densidad de lo leído, el mensaje que dirige… y con que me gusta. Sí, suena raro, ni yo mismo lo puedo explicar. Me limito a decir lo que me pasó. Sé que en un momento u otro volveré a leer 1984, para ver si se repite esa sensación.

Acerca de mi primer libro sobre la Guerra Civil Española ya hablé hace unas semanas, y no me voy a repetir.

Este Homenaje a Cataluña mezcla ambas cosas, lo novelesco y lo didáctico (en el sentido de conocer un poco más ese episodio de nuestra historia). Pero la mano de Orwell, sin lugar dudas, a la hora de narrar supera a Preston. Allí donde el historiador se hacía árido y esquemático, sin alma, Orwell demuestra una capacidad narrativa envidiable. Pero, a ver, que a un historiador no se le puede exigir una calidad literaria semejante a la un literato de la talla de Orwell.

George Orwell - Homenaje a Cataluña

George Orwell – Homenaje a Cataluña

El inglés, mediante una narración ligera pero exenta de potencia, nos muestra en primera persona su experiencia en el bando republicano. Nos describe las penurias del frente de Aragón de una manera mucho más vivida que la que aparecía en el libro de Preston. Con éste sabíamos de los graves problemas de desabastecimiento, de la penosa formación de los soldados, de las inclemencias que soportaron (ambos bandos, eso hay que decirlo). Pero con Orwell todo ello se magnifica, mostrándonos de una manera directa y detallista (si bien sin llegar al extremo de lo minucioso de un Stephen King) esas penurias.

La guerra que nos muestra Orwell tiene mucho, por no decir todo, de tragicomedia. Resulta triste, cuando no hilarante. Esos adiestramientos a base sólo de pasear porque carecían de armas con las que aprender a disparar poseen un patetismo absoluto: mandar al frente a gente que tiene ni idea de lo que implica un arma de fuego. Los chiquillos que llegaban al frente, por muy emocionados y llenos de energía que estuvieran, no dejaban de ser críos. ¿Qué sentido tiene mandar a ‘la guerra’ a chavales de quince años o menos? Y que además no tienen ni idea de disparar… Una locura absoluta.

Por fortuna para algunos de ellos les esperaba un frente esperpéntico. La ¿actividad? bélica en esos frentes de Huesca y Zaragoza rozaba casi el sainete. La inadecuación de las armas (algunas de ellas del siglo anterior), muchas en un estado pésimo, hacía que casi hubiera más bajas por accidentes que por fuego enemigo. Ese ‘combate’ poseía cierto toque que muy bien podría haber inspirado La vaquilla de Berlanga. La anécdota (el autor no la confirma pero, en vista de lo que ocurría por allí, no se me hace del todo imposible) del obús con apodo lanzado de un bando a otro sin que acabara de estallar roza lo surrealista… a lo puro Monty Python.

Los niveles de patetismo se superan, llegando a resultar tristes, pero muy tristes, al narrar la guerra civil sucedida en Barcelona tras el 1º de Mayo del 37. Se me ha hecho en especial patético ver cómo el espíritu anarquista desapareció en pocos meses para dejar de nuevo sitio al burgués. Ese cambio radical, del igualitarismo a la diferenciación de clases, sucedió en el tiempo que estuvo Orwell en el frente: tres meses. Pero lo peor no es eso, sino la forma en que mientras eso ocurría las rivalidades entre facciones de un mismo bando (comunistas frente a anarquistas) derivaban en lucha armada, sin sentido y más fratricida que nunca. Lucha armada auspiciada, según se lee, por el propio gobierno regionalista catalán que no dejaba de ser –como ahora– otro movimiento burgués.

Nota 100% personal: hablando desde mi ignorancia, en esos momentos creo que hubiera sido lo mejor apoyar a la facción de la CNT que apoyaba el ‘posibilismo’ y poner en suspenso la revolución proletaria hasta la victoria contra los rebeldes. Una vez vencidos ya habría tiempo de implantar y fortalecer esa revolución proletaria tan prometedora de la que Orwell fue testigo en su primera visita a Barcelona. Pero claro, qué fácil resulta hablar a toro pasado…

No voy a decir más de los hechos narrados, dejándolos a quien los quiera descubrir. Sólo decir una cosa: emociona mucho esa primera Barcelona que descubre Orwell. Y dejo bien claro que hablo de la primera.

La manera en que Orwell escribe te obliga a leer y leer. Ya te puede gustar más o menos el tema, puedes apoyar a los rebeldes ‘que querían salvar la patria del demonio del comunismo’ o bien estar del lado de las personas que, en el colmo del anarquismo y el igualitarismo, llegan a eliminar el servilismo inherente al escalafón militar. Porque Orwell muestra la pasión del protagonista, que lejos de un texto académico o frío (sí, me refiero al libro de Preston), entra a describir lo cotidiano mostrando tanto las miserias como las luces de lo que vio.

La edición que me han dejado tiene algunas pequeñas erratas, pero en general no molestan. Orwell usa un estilo narrativo llano, si bien con algunos defectos: respeto a los adverbios me remito a lo dicho por King; al abuso del verbo comodín ‘ser’ (a ver si me topo con un texto que lo use sin abusar) me remito a lo dicho en mis reglas.

En definitiva, ya para no enrollarme más, al libro le pongo un 7.

Un saludo.

Stephen King – La hierba del diablo

Hola, culebrillas.

Pues va a ser que sí, que me he lanzado de cabeza a leer toda la saga de LTO. Tras la anterior reseña ahora toca ya, por fin, meterse en harina. Ésta es la segunda vez que leo La hierba del diablo, la anterior hace quince años más o menos. Pese a ello el libro se conserva más o menos bien: amarillea un poco pero nada más. Para las lecturas he tirado de mis versiones viejas: carezco de dinero para conseguir las nuevas ediciones, de las cuales sólo poseo Mago y cristal (al no poder encontrar la antigua La bola de cristal me tuve que hacer con esa nueva edición, sí o sí). Sé que entre ambas versiones hay ciertas diferencias, pero según he creído entender no afectan demasiado al desarrollo. Y siempre quedan las páginas en las que se resaltan las modificaciones.

Stephen King - La hierba del diablo

Stephen King – La hierba del diablo

Lo digo, al tema. El primer libro en realidad consta de varios relatos individuales pero continuados. Vamos a ellos.

  1. La cosa empieza con ‘El pistolero’, cuanto crudo y que demuestra el bien partido que puede sacar King a un lenguaje en apariencia (sólo en apariencia) parco. El texto parece toda una lección magistral de cómo la economía de recursos no se contradice con conseguir un ambiente asfixiante. Sin lugar a dudas King cuenta con un el rico imaginario que a lo largo de más de un siglo ha generado el oeste americano: nadie necesita mucha explicación para poder ‘ver’ lo que sucede casi con pelos y señales. Aun así el autor logra retorcer más aun el escenario y crear una suerte de pueblo de pesadilla sobre el que pende la en teoría invisible presencia de Walter. Sobre todo el cuento ronda una mezcla de fatalidad mezclada con lúgubre incomprensión. Nadie acaba de tener claro el porqué de ese destino que les ha tocado vivir o sufrir, y al que se arrojan forzados por poderes que se les escapan. ¿Defectos que le veo? En primer lugar uno que medio se lo perdono: la plaga de adverbios. Entiendo que se trata de un texto medio primerizo, con lo que no voy a fustigar a King con el látigo que él mismo redactó. Luego está el recurso de la historia en la historia en la historia: para un texto tan corto se me hace excesivo. Sé que quiere meter la persona de Brown y su cuervo para acabar con ese remate de intriga acerca de naturaleza de aquel, pero quizá hubiera resultado más eficaz ir insertando en el presente (la chabola en el desierto) con recuerdos del pasado (ir entrelazando lo que sucede en Tull con lo que se encuentra Rolando en el desierto y su habitante, tejiendo el texto de tal manera que el alma del desierto se mezclara con la atmósfera del pueblo) y hacer que la pregunta de ‘¿qué paso?’ desatara el recuerdo de la escena final de Tull. Vamos, yo lo hubiera escrito así; todos sabemos que King Aun con todo me parece una historia entre buena y muy buena, por lo que le pongo un 8. Pd: no, no voy a elogiar la frase inicial, ya que a mí no me acaba de parecer tan genial.
  2. Aunque se vista como un solo relato, ‘La estación de paso’ en realidad consta de dos, ambos casi anecdóticos de no ser porque contribuyen a dar trasfondo para futuras historias. Por un lado está la historia que da nombre al cuento: en ella un Rolando casi vencido por el desierto se encontrará de manera inesperada con compañía. Además, y quizá se trata de lo de verdad interesante de ese cuento, por primera vez aparece de manera clara la existencia de realidades alternativas, concepto que en novelas posteriores adquirirá un peso vital en la saga. La otra historia se limita a dar apuntes de la juventud y adiestramiento de Rolando, profundizando en ese mundo decadente a medio camino entre el lejano oeste y lo medieval. Ambas historias por sí solas carecen casi de interés, a diferencia de la anterior, sólo adquiriendo peso integrándolas en narraciones futuras. Eso hace que se lleven un justito 5.
  3. Al leer ‘El oráculo y las montañas’ uno se da perfecta cuenta de que con este cuento King ya ha trazado un plan de acción y de escritura: nos va a presentar falsas narraciones individuales, historias que sin las que las preceden no podrían vivir solas. ¿Qué opinaría un lector que se encontrara en sus manos este cuento sin haber leído el anterior? Casi con total seguridad no sabría de qué vaina va todo esto. La magia que tenía el primer cuanto ahora ha desaparecido sustituida por un lastre de historias pretéritas. ¿Eso hace que lo contado pierda interés o valor literario? Sí y no. Como fixup me parece más logrado, por ejemplo, Los viajes de Tuf. En la obra de Martin los relatos, si bien entre ellos había relación, se podían leer bastante bien de manera individual y sin poseer el contexto. Sin embargo esto último no sucede con estos dos últimos cuentos de King: necesitan demasiado del anterior para saborearlos. Dado que no soy un experto en este escrito no me atreveré a decir si el editor le publicó los cuentos sabiendo de antemano que pertenecía a un todo inconcluso, si lo hizo sólo por decir ‘yo publico a King’ o si tenía pleno conocimiento de que estaba editando algo incompleto. Pero vayamos al relato. En él King ya nos introduce sin el menor complejo en una nueva mitología. La manera en que describe el pasado de Rolando (por ejemplo ese castillo descomunal pero colapsado), así como el presente que vive, poblado por demonios y lleno de referencias intrigantes y sugerentes, incita al lector a fantasear con lo que se esconde tras el telón del relato. Ya nadie puede hablar de relatos individuales sino una saga: las historias se encadenan sin que nunca se llegue a un final concreto, convirtiéndose en episodios de algo a todas luces mucho más largo. Al contrario que en el anterior cuento en éste no hay una dicotomía entre lo narrado del pasado y el presente de Rolando, lo que hace que el texto funcione mucho mejor. Como se podría esperar el cuento mantiene los mismos defectos formales que sus antecesores, algo que sólo me explico con una urgencia por acabar de entregarlos y ver concluida esta primera entrega de la saga. En definitiva, la narración mejora (al menos en lo relativo al fondo) por lo que el cuento se lleva un 7.
  4. El desenlacen del anterior relato supone un gancho absoluto. Nadie que lea ese cuento se puede quedar tal cual: o no lee su continuación, este ‘Los mutantes lentos’ (lo que significa que la obra, su mitología y sus escenarios no le han enganchado nada), o la lee con auténtica avidez, sorprendido por ese diálogo e invitación finales. Con ‘Los mutantes lentos’ regresamos a las dicotomías, de nuevo alternando el momento actual de Rolando y Jake con el pasado del pistolero. Pero si en ‘La estación de paso’ las dos historias no acababan de cuajar en este cuento cada cual, con su ritmo propio, triunfan. Por un momento nos olvidamos de los pasajes sugerentes y medio mitológicos para adentrarnos en la realidad oscura del presente y la cruel y bárbara (dentro de su ‘civilización’) de pasado. Las dos incitan a leer sin parar, las dos enganchan y muestran aspectos interesantes del pistolero (su cruda y despiadada inteligencia, junto a su mal llevada –por no decir sufrida– capacidad de jugar con las personas). Dos en uno que encajan a la perfección, y que hacen que el cuento se lleve un 8.
  5. Con ‘El pistolero y el hombre de negro’ regresamos de nuevo al aspecto mitológico. El cuento tiene bastante de onanista, de ‘escribo todo esto porque me pone, y me pone mucho’. De hecho la parte final del epílogo que sigue al cuento parece una especie de justificación al mismo: hay todavía demasiado que contar que ni siquiera el autor sabe a ciencia cierta lo que es… pero mientras llega todo ese conocimiento se ha hecho una pajilla con el diálogo entre el hombre de negro y pistolero. Vamos, que casi se podría decir que –salvando las distancias– este cuento es un esbozo de un suerte de Silmarillion de Stephen King. Como apunte/boceto/pajuela se merece un 6. Está bien, pero se hubiera merecido más páginas, más desarrollo. Pero las pajas tiene eso, brevedad y demasiados ‘jugos brutos’.

Haciendo un poco de mates este libro se lleva al final un digno 6’8. Una pena que el estilo deje algo que desear, sobre todo debido a que King demuestra ser uno de esos de ‘consejos vendo, pero para mí no tengo’.

Si por aquí hay algún experto en King: ¿por qué la fijación con Hey Jude? Aparece tanto en ‘Las hermanitas’ como en ‘Los mutantes lentos’. ¿Le gusta mucho ese tema o tiene algún significado en la saga que por ahora se me escapa? Por otro lado me jode haber leído hace mucho Salem’s Lot y El resplandor como para no recordar la relación con Jake y Rolando. Quizá algún día los relea.

Pero hablando de relecturas, ésta ya está: tras quince años vuelvo a cerrar el primer tomo. Ahora a por el segundo. Y esta vez con la certeza de que acabaré la saga, más que nada porque ahora sí hay final y lo tengo en mi estantería.

Adiós.

Stephen King – Las hermanitas de Eluria

Hola, ofidios.

Tras la anterior lectura ya dije que me quedó un muy mal sabor de boca. En efecto, Todo oscuro, sin estrellas muestra al peor King que he leído en mi vida, y eso que ya me he topado varias veces con textos suyos que me han hecho decir eso tan Poético de ‘nunca más’. Pero siempre regreso al de Maine. Sin embargo esta vez el mal sabor de boca ha sido tan intenso, tan ‘a negro mal pagado’, que necesito volver a saborear un buen King.

Por desgracia sólo tengo pendiente de leer la saga de La Torre Oscura, y se supone que esa serie sólo la iba a empezar una vez acabara de leerme de un tirón todo Canción de Hielo y Fuego. Pero, como ya dije en el anterior comentario, si debo esperar a que el señor Martin acabe CdHyF me da que voy a criar muchas canas más. Así que saltándome esa regla que llevo siguiendo años he empezado con LTO.

¿Por dónde empezar? Pues por el lugar más lógico: lo primero. Por desgracia eso suponía conseguir cierto texto que llevaba años esquivándome: por ningún lugar he visto una edición de Todo es eventual. Así que, lo admito, me ha tocado tirar de internet. Y ahí, cómo no, ha aparecido.

La primera etapa en el camino a LTO lleva por título Las hermanitas de Eluria. Se trata de un relato, no una novela, pero aun así se va a merecer una crítica individual, por eso de no empezar a mezclar churras con merinas.

En lo relativo al estilo del cuento mejora de manera ostensible con respecto a Todo oscuro, si bien de nuevo me encuentro con un a veces preocupante exceso de adverbios. Qué pesado, dirá alguno; pero si me muestro insistente en ese detalle no se debe a más que a las propias palabras de King: el camino hacia el infierno está plagado de adverbios. Se refiere en especial a los mentales, los que acaban en –mente. Pues bien, como he dicho en este relato los hay, e incluso encadenados. ¿Estamos ante un ejemplo de ‘no predicar con el ejemplo’? ¿O se trata de una traición de un traductor traidor? ¿Hay tanto –ly en el original como –mente en mi texto? Como no dispongo de la versión original (ni ganas de buscarlo, que al menos el texto no se hace tan infumable como otros) no voy a entrar en más asuntos de forma, o al menos no incidir en ese aspecto concreto.

Más allá de las mentes uno encuentra un texto mucho más ágil que los de Todo oscuro (quiero que se entienda que yo soy el primero que admite que le gustan los textos envolventes, densos y atmosféricos, pero que digan algo), que avanza a base de pinceladas justas y concisas. Apenas se dan detalles, pero los pocos que muestra sirven del todo para ambientar lo que uno lee. Efectividad unida a economía de recursos: la esencia de un relato.

En cuanto al fondo creo que nos encontramos con una buena introducción a ese mundo desplazado de LTO. Y digo creo porque en mi caso, tras haberme leído los primeros tres libros, además de El talismán (lectura juvenil que me absorbió, y que según leo los comentarios disfruté de él en el momento justo, cuando todavía no tenía criterio 😛 ) y Casa negra, ya sé de qué va la vaina. ¿Qué sensaciones obtendría un lector neófito? Sin lugar a dudas desconcierto: a uno que no sepa dónde se mete mezclar en una misma historia vaqueros, mutantes y vampiros debe dejarle bastante descolocado. Pero aun así creo que se entiende bien que ‘algo ha cambiado’ en ese mundo. Más aun, la lectura (al menos en mi caso) obliga a saber más, a conocer qué ha sucedido para que surjan todas esas aberraciones. No voy a contar nada de la historia en sí dado que el menor detalle, para algo tan corto, ya podría suponer reventarla.

En definitiva, un correcto relato introductorio que se merece un 7.

Un saludo.

Stephen King – Todo oscuro, sin estrellas

Hola, ofidios.

Hace mucho que agarraba un King y tras la última lectura, toda una obra de terror, necesitaba otra. Lo que se dice, una clavo saca a otro clavo. Tenía este libro de relatos en la pila desde hacía unos años y me ha parecido una buena manera de cambiar de aires. Al fin y al cabo, incluso con sus defectos (que los tiene), King no suele dejar mal sabor de boca.

O eso debería suceder. Porque esta recopilación tiene luces, pero también sombras. Y muy densas, como la noche a la que hace referencia el título.

Veamos lo que ha deparado Todo oscuro, sin estrellas.

Stephen King - Todo oscuro, sin estrellas

Stephen King – Todo oscuro, sin estrellas

No me voy a andar con ambages. Al poco de empezar a leer ‘1922’ uno empieza a adivinar el tufillo a ‘El corazón delator’. ¿Hay a estas alturas alguien que no conozca ese magistral relato de Poe? Para los que levanten la mano: la puesta está por ahí. No regresen hasta enmendar ese pecado capital. A lo que iba: ‘1922’. Si algo hay que destacar de este relato sin duda alguna eso es la ‘mano de King’. Su manera de escribir tan directa y llana, pero al mismo tiempo detallista le permite a uno meterse en la historia y vivirla paso a paso. La naturalidad con la que introduce detalles y trasfondo hace que uno se sumerja en esa América rural pre depresión sin el menor problema y, aunque lo conozca a fondo puede participar de la vida de su protagonista. ¿Qué el estilo resulta tosco y vulgar? Se supone que lo escribe un granjero en primera persona, así que no se le puede exigir el estilo de un literato. Y sé que ese truco lo he puesto a parir varias veces en referencia a esa nueva hornada de seudoescritores Z. Pero entre King y ellos hay una diferencia muy grande: lo que he descrito unas frases antes, la capacidad de cautivar con las palabras. Pero como decía, el relato (más allá de ‘la mano de King’) poco aporta a su bibliografía. Unas pocas escenas ‘espectrales’ bastante manidas y una tensión que no acaba de cuajar. Al menos en lo relativo al aspecto fantasioso del cuento; la vertiente realista se hace mucho más interesante haciendo casi innecesario lo fantasioso. Y aquí volvemos a ‘El corazón delator’. Poe no necesitó de ratas ni similar para crear esa sensación que Wilf describe a lo largo de las páginas de ‘1922’. Y Poe lo hace en mucho menos espacio y de una manera más efectiva. En definitiva, relato de relleno de King, y que se lleva un 6 más que nada por el retrato de una sociedad y momento histórico.

Si el anterior cuento se libró de ningún tipo de paliza en cuanto a estilo debido a que estaba narrado en primera persona, no sucede lo mismo con ‘Camionero grande’. Aquí King no se puede escudar en el que ‘lo que lees es lo que dice el protagonista’. No, aquí existe la figura de un narrador omnisciente, una tercera persona que nos describe lo que pasa. Pero lo hace de una forma poco menos que vergonzosa. Me dicen que este texto no proviene de la mano de King y no lo dudo ni un segundo. De hecho ni siquiera un milisegundo. Horrible me parece que se queda corto. Ya de entrada decir que abusa, sobreabusa e incluso vomita adverbios modales. Sí, se supone que este cuento proviene de ese hombre que dijo eso de que ‘el camino al infierno está enlosado de adverbios’. Pues bien, aquí no sólo pavimenta el suelo con ellos sino que con ellos crea un túnel grisáceo e interminable de –mentes. Por no hablar del abuso de los verbos comodín. Hay secciones que parecen un campo minado: ‘seres’ por todas partes. HORRIBLE. En serio, vergonzoso. A eso se añade que algunos párrafos posean tan torpeza narrativa que me hace pensar en la mano de un negro, no en la de King, como autora de esto. Lo de ‘mostrar, no contar’ parece que lo olvida. Terrible. Pero el problema no se limita a la forma. Durante un primera parte del cuanto dije ‘vale, ¿y ahora?’, para de seguido pensar ‘porque no va a ocurrir esto, ¿verdad? ¿Verdad?’. Y va y sucede. De cabo a rabo. Como en un cuento de misterio tan malo que ni hay misterio ni nada. Juntando todos estos detalles llega un momento de la lectura en la que, por eso de no tirar el cuento a la basura uno pone el piloto automático y deja de ‘saborear’ el texto, limitándose a seguir leyendo hasta que llegas a la última página. Una vez acabado de leer sin poderme creer que este cuento haya salido de una pluma tan laureada (y valorada por mí mismo). Tampoco me trago que lo escribiera por necesidad de dinero. Se trata de un texto descuidado, apresurado y sin la menor corrección de estilo, poco menos que un insulto a la figura y arte de King. Le pongo un 3 por ponerle algo, pero dado el nombre que lo firma se merecería mucho menos.

El nivel no se recupera mucho tras leer ‘Una extensión justa’. Decir que se trata de un relato mefistofélico supondría regalarle al cuento un remate que de verdad no posee. En el texto tenemos de nuevo un ejemplo de cómo alguien con gran oficio (capaz de acercarnos al protagonista y sus miserias de una manera eficaz) puede demostrar una dejadez poco menos que vergonzosa. Tras un inicio decente, que no bueno, el cuento se va desinflando y desinflando hacia algo que se supone se debe llamar final. Y lo describo así, ‘se supone’, porque a mí se me ha hecho del todo flojo y vacío. Tras una serie de anécdotas que describen la desgracia de uno de los personajes el relato se limita a acabar. Ni giro, ni golpe de mano final. Nada de nada. Ale, al siguiente cuento, y punto. La leche, me ha parecido la leche. Una nueva muestra de que una vez que tienes incluso los garabatos inconclusos en papel higiénico tienen salida editorial. Este relato se lleva otro 3. Y de nuevo embarra el nombre de King.

El último relato, ‘Un buen matrimonio’, no desentona con los demás. Juega mucho con la psicología de la protagonista, tejiendo muy bien tanto su entorno como lo que supone su descubrimiento. Pero de nuevo tenemos una resolución demasiado simplona, que en ningún caso sorprende. Leyéndolo me ha dado la impresión de estar leyendo una versión novelada de un telefilme de los de después del telediario del mediodía. Vamos, algo muy distante al King famoso. Además de nuevo hay párrafos torpes, auténticos caminos enlosados con esas baldosas que dirigen al infierno. Como telefilme se llevaría un justito 5, más que nada por la manera efectiva de tejer el ambiente, de hacer creíbles y reales los personajes; pero al tratarse de algo surgido de King sólo se merece un 4… y nunca olvidar que incluso los mejores cometen borrones.

Un pequeño apunte más. Curiosa la manera de presentar la mujer en los dos primeros relatos: hay un puñado de frases en las que se dice, más o menos, que las mujeres casadas están para acatar todo lo que dice el marido o, en caso de no hacerlo, para recibir una merecida –y ‘justificada’– paliza. Entiendo de sobra que esas frases forman parte de la representación de una ‘mentalidad’ de parte de la población americana (ni me ofenden, ni me escandalizan ni nada similar), pero se me hace curioso ver cómo en estos cuentos se han juntado citas a esa ‘mentalidad’.

Como media de la recopilación me sale un muy triste 4. Parece mentira que pertenezca a un libro de relatos de uno de mis autores más admirados. Pero lo que he dicho unos párrafos más arriba: no siempre se puede mantener el nivel. Aquí Stephen King sin lugar a dudas suspende. Más aun, incumple sus propios consejos y normas. Una pena, de verdad, pero no por mí: me parecería muy triste que un lector que nunca hubiera leído a King le descubriera con estos cuentos. Se llevaría una impresión errónea del autor que, si no recuerdo mal, descubrí cuando salió en España la primera edición de It, libro que me absorbió y tuve que leer de cabo a rabo de una manera casi obsesa; un autor que, salvando los finales (ese amor/odio que siento por él se debe en parte a su reiterada incapacidad de rematar bien las obras), siempre deja un buen sabor de boca.

Creo que necesito leer más de él para quitarme este mal sabor de boca. Por desgracia ‘sólo’ tengo en la pila la saga de la Torre Oscura, y me prometí no empezar ese tipo de sagas hasta que me leyera de un tirón todos los de Canción de Hielo y Fuego… una vez que Martin los acabara. Dado que eso puede que quede muy lejos (espera a ver si no la palma antes), creo que ponerme con la saga de King no supondrá mucho problema. Ya veré lo que hago.

Adiós.

Paul Preston – La Guerra Civil española: reacción, revolución y venganza

Hola, ofidios.

No soy nada dado a este tipo de lecturas, más que nada porque con ellas me hierve la sangre. El libro de Paul Preston llegó a mis manos a través de un préstamo y debo decir que lo agradezco mucho. Admito, no sin cierto rubor, mi relativa ignorancia con respecto a la Guerra Civil.

En mi casa de pequeño no se hablaba mucho de ella. Por parte de mi madre sólo salía el tema de que su familia durante años comió como quien dice sólo patatas: se trataba de familia de agricultores del norte de Palencia, y mi abuelo podía darse con un canto en los dientes por poseer una pequeña era donde cultivar lo justo para sobrevivir y dejar algo para unas ventas ridículas. Por parte de mi padre la cosa estuvo más complicada: mi abuela tuvo que mantener ella sola a sus cuatro hijos (que se quedaron en tres gracias a la polio en plena posguerra) pidiendo limosna por la zona de la catedral de Salamanca. Puede que Franco o incluso Serrano Suñer le arrojaran alguna perra chica mientras estaban en la ciudad dirigiendo la rebelión, o que la vieran –sentada ante el portón de la catedral, humillada– desde su ventana en el palacio episcopal.

Vamos, que provengo de familias adineradas donde las haya, de esas a las que la posguerra se les hizo un camino de rosas. Luego, cosas de la vida, voy a juntarme con una maravillosa persona cuyo abuelo materno yace (junto con otros dos de sus hermanos) en la cuneta de un camino cerca de Arenas de San Pedro. Si no recuerdo mal en ‘el de la Parra’. ¿Las razones de esas muertes? Según he entendido se debió a algo así como ‘si les mato me quedo con sus tierras’. Bueno, sí: y que alguno de ellos tenía ideas ‘no concordantes con los sublevados’. Según me dijeron iban a por uno de ellos, los encontraron juntos y dijeron eso de ‘tres por el precio de uno’. Mi suegra dice que murieron abrazados. ¿Cómo lo sabe? Seguro que lo diría en algún momento una tal ‘Levis 501’ (no estoy seguro del mote), que si no entendí mal fue uno de los que apretó el gatillo. El citado Levis por supuesto que vivió durante muchos años y muy tranquilo en el mismo pueblo, cruzándose con los huérfanos que había generado. Pero todo esto lo sé por medias conversaciones: todavía, casi ochenta años después, es un tema espinoso y molesto de hablar.

La Guerra Civil me ha desatado desde hace años algunas preguntas: ¿por qué mi abuela paterna estuvo durante años malviviendo en las calles de Salamanca, manteniendo sola a sus hijos? ¿Por qué jamás se mentó la figura de mi abuelo paterno, como si nunca hubiera existido? Mi padre ni mis tías jamás lo mencionaron. El silencio en mi familia posee tal intensidad que ni siquiera sé cómo se llama mi abuelo paterno. Lo digo en serio: mi abuelo no existe, es la mayor prueba que tengo de que se puede anular a una persona creando un vacío absoluto. ¿Se trataba de uno de esos represaliados cuya mera mención de su nombre suponía ‘problemas’? ¿Acaso mi abuelo militó en algún sindicato, o tenía ideas ‘inapropiadas’? ¿Tal terror se sembró entre mi abuela, mi padre y mis tías que incluso años después de la muerte del dictador siguió sin nombrarse su figura? La única prueba de la existencia de mi abuelo está en que tengo padre y tías, nada más. Por otro lado ¿en qué circunstancias jugaban de críos mi madre y mis tíos para llevarse a casa, como trofeo de sus correrías, vainas de obuses de artillería pesada? Una de ellas aún sigue en casa de mi madre, casi ochenta años después.

Sí, me da que la Guerra Civil ha marcado a mi familia.

Y a mí. De unos años acá pienso en esa mierda cada vez más a menudo. La culpa de ello la tiene en parte mi mujer. Me irrita sobremanera saber que su abuelo y sus tíos abuelos maternos siguen enterrados como perros sarnosos en una zanja mal cavada.

Para más inri ahora voy y leo este La Guerra Civil española: reacción, revolución y venganza. La lectura sólo me sirve para aclarar más todavía mi postura.

Antes de entrar en harina con el texto voy a decir algo: esos golpistas no eran de verdad ni católicos ni patriotas. Al contrario, sus actos sólo los pueden calificar como auténticos sepulcros blanqueados, hipócritas nada más movidos por el ansia de poder y riqueza. Si para lograr esos objetivos había que oprimir (y si hace falta matar) al igual, al hermano, se hacía. Podrán decir que ‘es que ellos quemaron iglesias y mataron curas, llevando al país a la ruina’. Su solución a esa situación (supuesta situación) supuso un genocidio de todos los que pensaban diferente. Eso en nombre de una supuesta religión que es amor. Demostraban el amor a su dios masacrando hombres y mujeres, niños y ancianos. Joder con el amor de los católicos cristianos. Por mí que se lo queden todo para ellos solos. Pero no sólo que se lo queden: ojalá el Gobierno legítimo hubiera ganado la guerra y pasado por las armas a toda la gente de esa ideología. Gente que antepone sus intereses económicos (que los morales demostraron que se los pasan por el arco del triunfo) a la vida de los otros no merece coexistir con personas pacíficas. Los cánceres se extirpan.

Ahora ya queda claro lo que pienso de Franco, Queipo de Llano, Mola y la horda de satanistas de facto que les apoyó y acató sus consignas y objetivos. Si alguno lo lee y le duele que se joda.

Al libro.

Cuando lo tomé en manos esperaba encontrar con un estudio sistemático y anotado de la Guerra Civil. En mi inocencia creía que iba a leer una descripción secuencial de lo ocurrido, con cada hecho relatado apuntado a su correspondiente referencia bibliográfica. Pero no. Preston nos presenta un texto carente de anotaciones, limitándose a narrar los hechos. Si queremos consultar las fuentes de cada acontecimiento debemos indagar en el apéndice bibliográfico final. No puedo negar que eso no me gusta nada: estoy (o mejor dicho, estaba) acostumbrado a textos técnicos con notas a pie, o referencias numeradas en el fin de la obra. Aquí no hay nada de eso. Dado que no suelo manejar este tipo de libros ignoro si se trata de una costumbre habitual o no. Ahí lo dejo, para que nadie se lleve la misma sorpresa que yo.

Otro defecto que no me ha gustado consiste en el ir y venir temporal. Tras unos pocos capítulos presentando antecedentes a la república, asá como el desarrollo de la misma, la obra se divide en lo que se podrían considerar capítulos temáticos: política interna, exteriores, tras las filas rebeldes, tras las leales, etc. En cada uno de esos capítulos recorre más o menos de inicio a fin la contienda. Eso hace que a lo largo de las páginas uno avance y retroceda en el tiempo varias decenas de veces. Llega un momento en el que cuando te da una fecha (día y mes) uno no está seguro del año al que se refiere. Mal, de nuevo mal.

Tercer defecto. Paul Preston se supone que es un historiador. No he hecho esa carrera pero creo entender que una premisa que se pide a un historiador es la de la objetividad. Historiador: el periodista del tiempo. En estos días no voy a negar la dificultad que supone el mostrarse objetivo y ajeno. Al menos el autor lo admite de entrada: se muestra partidario de la República. Bien. Tampoco hace falta mucho para eso, en vista de las atrocidades que cometieron los satanistas disfrazados de cristianos. Pero a veces se le va la mano con calificativos y expresiones (incluso interjecciones) poco menos que fuera de lugar.

Un último defecto: el estilo. Joder. Preston informa, da datos, explica situaciones, pero lamento decir que no tiene ni puta idea de escribir. Al menos en cuanto a forma literaria. Hay párrafos tan llenos de ‘seres’ y ‘mentes’ que dan vergüenza ajena. Algunas frases se vuelven farragosas, sobre todo cuando pretende escribir ‘florido’. Sé que no me he encontrado ante una novela sino que he leído un documento instructivo. Por tanto no le puedo exigir los mismos criterios de calidad estilística que por ejemplo le eché en cara al señor Miéville en su Kraken.

No tengo más faltas que poner al libro. El resto… me ha valido para conocer con más detalle esa historia que no hay que olvidar jamás. También me ha servido para descubrir el lado oscuro, y real, de muchos nombres de calles de mi infancia: Dávila, Mola, Calvo Sotelo, División Azul… Poco menos que me avergüenzo de haber vivido en ciudades que mantienen a esa bazofia en el callejero. No hay que olvidar, jamás hay que olvidar, y sobre todo esa barbarie. Pero tampoco ensalzar a asesinos (supuestos salvapatrias que en realidad masacraron a compatriotas).

Con el libro uno descubre tanto los antecedentes que llevaron a la instauración de la república como a lo que sucedió dentro de la misma: cómo la derecha, y el poder económico, se dedicaron a reventarla de todas las maneras posibles. Todo por hacer que el pueblo siguiera en la pobreza y sin derechos, y ellos reforzar los suyos..

Tras esa primer parte se describe la situación en la propia guerra, tanto en el bando rebelde como en el leal. Se habla de las patéticas luchas de poder entre anarquistas, comunistas y republicanos, de cómo esas tensiones en parte llevaron al colapso y derrota del Gobierno. En cierta manera se defiende la figura de Carrillo. Tampoco queda nada claro que él en persona diera esas órdenes, sino que da a entender que esa decisión provino del ‘el estamento dirigente’. Pero, ordenara quien lo ordenara, a mí me queda claro quién tiene la culpa de la muerte de esos miles de personas. Tiene cuatro letras en su apellido, empieza por M–O y acaba por L–A. Él sembró el terror al asegurar la presencia de los quintacolumnistas y de lo que iban a hacer. Siembra vientos… Debido a ese terror (los quintacolumnistas suponían un peligro mortal para el Gobierno) se desató la solución: unos intentaron desplazar a los posibles quintacolumnistas fuera de Madrid; otros, más directos, decidieron cortar por lo sano el problema y erradicar la amenaza. Vamos, al puro estilo de los rebeldes en su territorio, pero con todavía más argumentos para ello. De estar en el gobierno yo mismo hubiera estado casi a favor de esa matanza: no se podía permitir caer la capital por una amenaza interna; una amenaza de gente que ya había demostrado sus métodos salvajes en el territorio conquistado. Me parece de lo más gracioso que se le eche en cara a un ‘posible’  (que no seguro) instigador de las matanzas, Carrillo, cuando al mismo tiempo no se censura y ataca a todo un ejército rebelde que instrumentalizó la muerte y el terror por todo el país para someter a la población. Y eso que lo hacían en nombre de la unificación nacional y de una religión que profesa el amor. Lo dicho, sepulcros blanqueados. Sepulcros blanqueados que merecían ser demolidos hasta no dejar ni el menor rastro.

El libro prosigue con la evolución de la guerra, no dejando de lado la manera en el que los gobiernos extranjeros la afectaron. Léase por mal entendida neutralidad (que en el fondo se resumió en apoyo tácito a los rebeldes) o por intervención directa.

Tras una breve pero intensa sección final relativa esa supuesta pax franquista (una paz cimentada en el asesinado del divergente, en la degradación de sus familias y un ensalzamiento hipócrita de la religión y la patria) se entra en un extensísimo apéndice bibliográfico. Ese apéndice, todo un ensayo, no sirve para fundamentar lo dicho en la obra: no se dice ‘las fuentes de tal capítulo son éstas, la de este otro capítulo estas otras’. No, el apéndice sirve de guía de lectura para que el lector curioso se lance a investigar por sí mismo. Como objetivo me parece loable; sin embargo echo de menos esa ristra de referencias bibliográficas que sirvan de base a todo lo leído. El autor pide que tenga fe en todo lo que me ha narrado… o que me busque la vida e investigue entre todo el material que dice en ese apéndice. No me cuadra.

Habrá que seguir leyendo, de vez en cuando, más cosas sobre esa vergüenza nacional. A ser posible documentos más ricos en fuentes, fuentes citadas y glosadas.

A mí siempre me queda lo que sé de mi familia: la vaina de obús estuvo durante años en mi cuarto, y aún continúa en casa de mi madre; y el nombre de mi abuelo paterno, y toda su historia, permanece perdido en el silencio que tizna esa rama de mi familia; el abuelo de mi mujer y sus hermanos siguen ‘desaparecidos’ en alguna cuneta de Ávila.

Antes de acabar invito a leer, por indicativo del tipo de mentes que mandaban en el bando rebelde, lo siguiente:

  • Lo dicho por Queipo de Llano un 23 de julio (pág 215).
  • Las palabras del capitán Aguilera, en la página 227 de mi edición, relativas a su ‘teoría de las alcantarillas’ y la de ‘los limpiabotas’ (pág. 228).

Ahora vas y les defiendes.

Como nota final, al libro le otorgo un 6.

Adiós. Un adiós obrero y con el puño en alto.

China Miéville – La cicatriz

Hola, culebras.

Redacto esta reseña varias semanas después de acabar con la lectura de este libro. O sea, varias semanas después de la fecha que tiene esta entrada. He estado al mismo tiempo apático, cabreado y ocupado como para ponerme a ella. Así que esta reseña que pongo ahora va a quedar más esquemática que otras.

A lo que iba: La cicatriz de China Miéville.

En general la lectura se me ha hecho agradable, con algunos párrafos de verdad reseñables (por ejemplo el cambio/mutación de cierto personaje). En cuanto al estilo decir que en general no defrauda, directo pero visual. Posee velocidad cuando lo necesita, pero al mismo tiempo lentitud al tratar de describir y crear atmósfera. En ese sentido destaca, por citar un pasaje, la manera de presentar el barrio fantasma. A veces, como se dice ‘por tramos’, la redacción decae acumulando ‘seres’ y ‘mentes’ que luego por arte de magia vuelven a desaparecer. Me da la impresión de que esos trozos son añadidos/reescrituras de última hora.

De lo dicho antes se desprende que el aspecto visual, o más que visual el arquitectónico, adquiere gran peso en algunas secciones del libro. Se nota que Miéville disfruta como yo con lo gótico. Por desgracia en esta novela ese componente arquitectónico aparece más diluido que en Calle Perdido, de la que hablaré a continuación. Porque leer La cicatriz me ha supuesto recordar lo vivido en La estación de la Calle Perdido, la novela con la que descubrí a este autor. Armada posee su propia personalidad, pero mucha menos que Nueva Crobuzón. En ese aspecto Calle Perdido gana por abrumadora goleada.

Pero supongo que eso tengo yo parte de culpa. Calle Perdido supuso no sólo un descubrimiento para mí, en cuanto al autor, sino todo un disfrute en lo relativo a integración de escenario con trama. Con el paso de los años se hace más dulce el recuerdo que tengo de esa novela, que seguro que volveré a leer. Eso me parece bueno, pero tiene sus contrabatidas: la sombra de Calle Perdido es muy larga y eclipsa a La cicatriz, quedando esta segunda obra reducida a un hijo menor. A lo largo de toda la lectura tanto Armada como lo que sucede en ella no me han llegado a emocionar como me sucediera en esa primera novela. Entiendo que buena parte de la culpa la tiene el sentimiento de novedad, de agradable sorpresa, que me embargó con Calle Perdido y que con esta otra novela ya se ha perdido. Aun así he disfrutado, eso no lo puedo negar. Pero (siempre hay un pero) en La cicatriz las intrigas palaciegas poseen mucho peso. Ese tipo de tramas siempre me han dado la impresión de artificiosas y tramposas. La manera de actuar de cierto personaje casi central acaba convirtiéndose en un ejemplo de ‘fintas en las fintas de las fintas’, algo que me cansa y me deja mal sabor de boca. No como ese engaño de La necesidad de Mordant pero con cierto tufillo a ese estilo.

La novela posee un puñado de escenas reseñables, desde la expedición a las profundidades hasta la no–precipitación por el acantilado de agua, por poner sólo dos. Se mantiene cierta influencia de Clive Barker, sobre todo en el caso concreto de Los Amantes, si bien no me atrevo a llamarlo plagio ni ‘robo de ideas’. La verdad, en la fantasía oscura actual que lance la primera piedra quien no haya bebido de una manera u otra de ese genio absoluto.

Otro detalle que me ha gustado en las otras dos novelas que he leído de este autor es el de la conflictividad laboral. En Calle Perdido Miéville plasmó una ciudad y sus conflictos, dibujando una sociedad creíble y compleja. La huelga del puerto me parece de lo más creíble. En Kraken abandonó la fantasía más pura para de llevar esa complejidad a un Londres moderno, sin dejar de lado la conflictividad, que reflejó muy bien. Incluso me atrevo a decir que ese aspecto supone el mayor acierto de la novela. Por desgracia falló de manera estrepitosa en lo relativo a crear una trama creíble y adictiva. Sin embargo ese carácter sindical y reivindicativo desaparece casi por completo en La cicatriz. ¿Siempre hay que hablar de lucha de clases? No digo que siempre–siempre, pero creo que un autor como Miéville ya me lo pide. La manera en la que enfoca las huelgas y el enfrentamiento obrero–patrón me parece una forma perfecta de llevar a un género tan aséptico, ñoño, o desconectado de la realidad como la fantasía temas {que sufrimos/contra los que luchamos} en el día a día.

Que me enrollo. Al final le pongo a la novela un siete. Ale.

Adiós.

Patrick O’Brian – Capitán de mar y guerra

Hola, culebras.

Por primera vez leía a este autor, Patrick O’Brian, y no voy a negar que tomé el libro con cierto miedo. Sabía que este Capitán de mar y guerra iniciaba la que quizá se puede considerar saga de aventuras navales más famosa que existe. Que me perdone otra saga si me equivoco. Pero eso no me daba miedo, no, sino el trabajo exhaustivo de ambientación que había tras ella. Sabía que me iba a meter en un fregado de términos y maniobras descritas con lenguaje propio delos marinos de inicios del siglo XIX. Y eso sí que me daba miedo: acabar perdido, ni sabiendo de qué se me habla. Pero el resultado ha sido muy positivo, tanto que repetiré más libros de esta saga Aubrey–Maturin: al fin y al cabo consta de ‘veinte más un’ volúmenes, un rico panorama por delante.

Capitán de mar y guerra

Capitán de mar y guerra

Para empezar con esta reseña hablaré de lo que me daba miedo, y de cómo ha acabado ese asunto. El nivel de detalle de las maniobras navales, así como el uso de términos y jerga marinera supera lo exhaustivo. Se puede decir que roza lo omnipresente… pero no podía ser de otra manera: ese tratamiento del lenguaje le da una credibilidad casi absoluta. Uno de verdad cree estar oyendo a verdaderos marinos. Incluso hay bromas usando esa jerga. ¿Estamos ante un problema? Sin duda que para un lego, o un lector vago, sí. Alguien no familiarizado con todos esos términos sin duda alguna se puede perder con facilidad. Pero me da en la nariz que alguien que sepa de lo que se habla disfrutará del texto al máximo. Pena que ya no vivo en Santander y ya no conozco a nadie con experiencia con veleros, que si no le dejaba el libro y esperaba su opinión.

Como se ve, el miedo se disipó. Un poco de fuerza de voluntad, un diccionario a mano, y para adelante. A la ambientación naval lograda se une un buen tratamiento de los personajes. Si bien no recurre al estilo de King (insertar pasajes completos y extensos del pasado), a través de párrafos y cuñas concretas O’Brian logra dar pinceladas de los protagonistas, sobre todo de Aubrey, Maturin y Dillon. La manera de realizar esos trazos deja claro que el autor pensaba en una saga: se adivina un fondo más rico, que quedará pendiente de descubrir en futuros títulos.

El libro posee un espíritu detallista, casi naturalista, que me ha encantado. Descripciones minuciosas que te permiten ver todo lo que rodea. Esa manera de volcarse en los detalles en ningún momento se me ha hecho cargante. Escenas tan deliciosas como la de las mantis están narradas con viveza. Además no caen en saco roto (como simple paja) sino que cientos de páginas más adelante poseen su pequeña razón de ser. Sé que muchos lectores no gusten de esa minuciosidad, pero en mi caso lo he disfrutado muchísimo.

Esa narración puntillosa, como no podía ser menos, se explaya en la descripción de las naves, sus arboladuras y aparejos, junto a las diversas maniobras. De verdad que tras la lectura tengo unas ganas enormes de ver la película, a ver si consigo identificar lo leído. Como ya digo las descripciones poseen una minuciosidad casi extrema. Eso arroja al lector a verse obligado a acudir al diccionario con frecuencia. A mí no me ha resultado molesto, sino más bien todo lo contrario: toda una experiencia constructiva. El resultado me ha confirmado que adoro los temas navales. Ya disfrutaba mucho con las narraciones de Hodgson, pero si en ellas la vuelta de tuerca tenía forma de horror y fantasía, en O’Brian consiste en zambullirse de manera absoluta en la realidad de la vida a bordo de un buque. Lo dicho: he disfrutado como un niño con todo lo que he aprendido de términos de vela. En verdad es otro mundo, con su propio idioma, costumbres y normas, un mundo que dan ganas de descubrir. Vamos, que sin duda alguna leeré más de esta saga.

Ni que decir tiene que un libro como este requiere un lector vocacional, uno que no se canse ante la perspectiva de tener que recurrir al diccionario o la enciclopedia para comprender los términos usados. A ese respecto debo aclarar que he leído el libro con el kindle, cuyo diccionario incorporado se me ha hecho de lo más útil. Pero de igual manera luego, móvil u ordenador mediante, he acudido a internet para seguir investigando. Las partes del barco, la vida a bordo en los buques de esa época, así como incluso temas comentados en la novela de manera tan tangencial (como las diversas señales visuales) han acabado suponiendo ratos de estudio. Lo dicho: un mundo.

¿Qué más se puede pedir al libro? Pues más, sí. Siempre se puede pedir más. ¿El qué? Ahora lo explico.

El estilo a veces deja que desear: nos encontramos con párrafos llenos del condenado ‘ser’. Aunque haya gente que me llame exagerado con ello, debo aclarar que me ofende encontrar ese verbo en dos de cada tras frases. Yo mismo intento evitarlo siempre que puedo (se verá en mis reseñas). Se me hace un recurso vulgar y fácil, que no sólo no enriquece lo narrado, sino que sustituye a otros verbos que darían colorido o acción a lo narrado. También hay descripciones descabezadas, como si el autor perdiera el rumbo en la narración. Aunque quizá yo tenga la culpa por no acabar de captar un detalle (puede que perdido entre la jerga náutica) que haga encajar el conjunto. Luego está el tema de los diálogos: algunos están mal llevados. Pero mal: no concibo que en un mismo párrafo, y casi seguidos, haya líneas de distintos interlocutores. ¿Tanto cuesta ‘una línea de dialogo/una línea de texto’?

A esto hay que añadir que algunas veces hay saltos entre escena demasiado bruscos. Se trata de elipsis tan exageradas que a veces cuesta imaginar lo sucedido entre ambas; otras sólo dices ‘aquí falta algo. Punto’. Da la impresión como de que el autor hubiera cortado escenas enteras. ¿Presiones del editor? Debo decir que el libro ‘se hace largo’. Lo pongo entre comillas adrede: una novela al uso hubiera acabado mucho antes que ésta (con batalla contra el Cacafuego y punto). Sin embargo Capitán de mar y guerra prosigue prolongando la montaña rusa de aventuras y acciones navales de tal forma que uno ya no sabe cómo va a acabar. Además de esa sucesión de aventuras el libro se adentra en la sociopolítica de la época. Ese detalle, describiendo costumbres e incluso tipos sociales, ha propiciado que el libro me guste más todavía. Incluso posee su toque casi Dickens a la hora de describir algunos personajes secundarios, que poco menos parecen sacados de una de las historias del de Portsmouth.

No me voy a explayar más. El libro se merece un 8, nota lastrada sobre todo por los defectos formales. Aun así me ha parecido una lectura muy recomendable. Pero no hay que olvidar que hay que ponerse a ella con paciencia y espíritu curioso, con ganas de investigar y aprender, algo que por desgracia no siempre sucede.

Adiós.

Pau Varela – Pandora despierta

Hola, ofidios.

Tenía por ahí en el kindle este libro (no recuerdo bien cómo llegó a mí, supongo que a través de alguno de los vales que conseguí hace unos meses) y empecé a leerlo sin saber bien qué me iba a encontrar. Vamos, que no tenía ni idea de lo que iba a leer.

Y debo admitir que la experiencia no me ha dejado mal sabor de boca. Para tratarse de una especie de autoedición, este Pandora despierta de Pau Varela no está mal.

Pau Varela - Pandora despierta

Pau Varela – Pandora despierta

La historia, aunque se la pueda acusar y con razones de carecer de originalidad, se deja leer y entretiene. Desde que arranca uno parece estar ante una versión española de Falling Skies, la serie esa de televisión. ¿Por qué? No destripo nada de la trama al hablar del sentimiento de fatalidad e indefensión que describe el protagonista: ‘llegaron, barrieron y ya está: se acabó la humanidad’. Clavado al arranque de la serie. En ese escenario, en el que los humanos se ven reducidos a simples musarañas de ego arrasado, se desarrolla la historia. Viviremos las andanzas de un muchacho bueno para nada, uno de esos tan de nuestros días que aparte de jugar a la consola y perder el tiempo en internet sirven para poco más.

Pues vaya novedad, ¿no? Sí, eso se podría decir. Y de hecho se puede decir. Nada nuevo bajo el sol. De hecho la novela entera tiene un aire de serie medianita, de las que tendría su audiencia pero tampoco llamaría la atención. Algo que, disco sea de paso, no desmerece lo más mínimo. Ya tenemos ejemplos editoriales de bodrios que siguen por ahí, editaros y reeditados, muchos peores que este Pandora.

Porque esos otros bodrios, aparte de basarse en clichés, están más narrados. Cosa que no ocurre, o al menos no del todo, con esta novela: el texto posee la suficiente agilidad como para no aburrir. O al menos no me ha aburrido a mí (lo digo porque a otros lectores sí que les ha provocado esa sensación). Durante la primera mitad de la novela paseamos por una Barcelona muerta descubriendo escenarios casi a lo 28 días después, sólo que en vez de infectados esta vez tenemos, para darle un poco de tensión, a ‘los ocultos’.

Inciso en relación a esos ‘ocultos’: acabado el libro sigo sin comprender su ‘materia’. Me parecen el elemento más increíble y fallido de la novela, en tanto y cuanto que su invulnerabilidad a las armas humanas. ¿Cómo explica el autor su capacidad de resistencia a armas cinéticas, de corte e incluso explosivas? Pues no lo explica. Y punto. Vamos, eso para mí me parece un enorme fallo, un berenjenal en el que no se ha querido liar.

Tras este inciso sigamos. ¿Cómo nos narra el autor esta aventurita? Pues con un estilo que varía bastante y que, como he dicho, no me ha aburrido. Unas veces uno se encuentra con párrafos con detalles que poseen cierto aire poético. En otras ocasiones, las más frecuentes, unas un lenguaje directo y carente florituras.

Y llega el momento de los peros. No podía faltar. El texto tiene sus defectos, y negarlo no ayuda a nadie. Se nota que tenemos entre las manos una autoedición. Cuidada y bastante revisada, sí, pero no carente de fallos. Así nos encontramos con frases chocantes como ‘exploro las inexistentes opciones que tengo’, o ‘me agarran y me jalan de mí’. También hay muestras de ortografía variable, ese ‘criquet’ que se convierte en ‘cricket’. Por supuesto no faltan unos pocos detalles que van contra la lógica, como que tras una explosión llegue antes la llamarada que la onda expansiva, o que los personajes vean (y no una sino varias veces) en la más absoluta oscuridad (supongo que algún factor mutante les permitirá ver sin radiación luminosa). A eso hay que añadir aquí y allí alguna que otra falta, acentos que no están, y ciertos defectos puntuación que molestan un poco. Pero, insisto, que como se trata de una autoedición no ‘se comprenden’. Entre comillas, pero se comprenden. Para acabar no podía olvidarme de los malditos ‘seres’. Por fortuna en general el texto no está saturado de ellos como en otros casos que he sufrido, pero sí que hay algunos párrafos en los que sobreabundan.

Pero, insisto, pese a esos defectos la sensación general tras la lectura satisface.

El lector anterior destacó otro error, y estoy con él: el título de la novela. Mal. Mal y mal. Cualquiera que conozca el mito de Pandora sabe, si el título viene a cuento, cómo puede acabar todo esto.

A este pequeño fallo se unen otros. ¿Qué algunos episodios/incisos, como el de Australia, quedan demasiado en el aire sin quedar clara del todo su relación con la historia, ni siquiera lo que cuentan? Pues sí. ¿Qué algunas escenas no tiene ni pies ni cabeza, como cuando se ve estallar una sección de la luna y casi de inmediato caen sobre la ciudad esos restos? Pues también. ¿Qué la figura de Ona está demasiado poco desarrollada para que recuerde lo que recuerde y en función de eso haga lo que haga? Que me diga alguien lo contrario. ¿Qué hay cierto baile de cifras (miles de años frente a miles de millones de años) que chirría mucho, lo que me hace pensar en un gazapo? Lo mismo, que el autor me lo explique.

Pero a ver, que tenemos delante un libro de puro entretenimiento, un pasarratos efectivo. Nada más. Y nada menos. Ni cifi dura ni una edición revisada por un equipo profesional. Si hasta la portada pertenece al señor Varela. Sólo puedo decirle ‘olé’. Espero que siga trabajando y más adelante llegue a mis manos una novela suya más madura. O puede que eso no ocurra y, al contrario, una editorial le descubra y le promocione para que continúe escribiendo obras similares. Al fin y al cabo ese nicho de la cifi palomitera existe, con autores de renombre. También hay nichos mucho peores, repletos de bodrios infumables, y que sin embargo están mejor considerados por el público y el mercado.

Al final se lleva un 6 como nota final, lo que para una autoedición no está nada mal.

Un saludo.

Robert W. Chambers – El rey de amarillo

Hola, culebras.

Pues sí, otro libro de relatos. En esta ocasión todo un clásico, una serie de textos que dejaron su huella en Lovecraft, por mentar sólo un autor (pero vaya autor). A Robert W. Chambers se le recuerda más que nada por estos cuentos, y ya les gustaría a muchos poder entrar de esa manera en la historia de la narrativa de terror. El rey de amarillo ha supuesto una influencia enorme en la creación de situaciones en las que la cordura (o la falta de ella) supone un elemento fundamental en la narración. Todavía hoy los nombres de Hastur, las Hiadas y Aldebarán se asocian a la locura. Al menos en ciertos círculos. Supongo que el haber crecido leyendo a Lovecraft me hacer pertenecer a esos grupúsculos de ‘gente rara’.

Pero aquí no he venido a hablar de mi libro, digo de mí, sino de esta colección de cuentos. Así que vamos a ello.

  1. ‘El signo amarillo’ abre la compilación. Nos encontramos ante todo un clásico, un texto dotado de una atmósfera ambigua y engañosa. Por un lado juega con la relación entre el protagonista y su modelo (descrito de una manera que roza con el realismo bohemio), y por otro con una situación onírica, digna de pesadilla, en torno a la iglesia, su sereno y cuanto les envuelve. Ambos aspectos se conjugan de una manera casi perfecta, intersecando unos con sutilidad y otros con brutalidad. Sólo un pero: por más que leo este relato (y ya van varias veces, ni una, ni dos, ni diez) siempre me da la impresión de que el desenlace está forzado, apresurado. Le falta más enjundia. Al menos a mi gusto. Aun con todo, cuento digno de leer y releer, así como de analizar los elementos en los que basa su horror. Se lleva un 7.
  2. ‘El reparador de reputaciones’ arranca de una manera que a mí me desconcierta: se supone que el cuento está ambientado varias décadas en el futuro con respecto a la fecha en que se escribió, en concreto en los años 20. Supongo que tratando de meter en ambiente al lector, Chambers se lía la manta a la cabeza y empieza a describir situaciones políticas y sociales de esa sociedad futura. El esfuerzo no estaría mal de no ser por un pequeño detalle: todas esas descripciones y elucubraciones del futuro no aportan nada, pero lo que se dice nada de nada, al relato. Tenemos un esfuerzo baldío, inútil y que llena páginas y más páginas. Ese esfuerzo hubiera resultado mucho más provechoso si se hubiera dedicado a desarrollar al señor Wilde, auténtico protagonista del cuento. Estoy seguro que si Chambers hubiera querido, el extraño y mefistofélico señor hubiera entrado por la puerta grande de la literatura. Pero no, se dedicó a desarrollar esa sociedad futura y Wilde quedó como la criatura contrahecha, apenas esbozada, que se lee en el cuento. De nuevo tenemos una historia en la que se entremezcla lo bucólico y romántico (la relación del primo con la chica), junto a la intriga y lo por completo onírico o demente. De verdad que el signo amarillo lleva a la locura. Justo por ese poder irrefrenable el relato pierde algo de fuerza: todos sabemos cómo va a acabar. A pesar de ello la presencia del señor Wilde y sus trabajos permiten disfrutar de un buen texto, con ciertas dosis de horror en su piso que recuerdan a Poe. De nuevo hay que puntuarlo con un 7.
  3. ‘La Demoiselle d’Ys’ supone todo un cambio en el registro. Si los dos anteriores emanaban por momentos una atmósfera enferma y demencia, este cuento casi podemos considerarlo bucólico. Algo en él me ha hecho pensar en las Tierras del sueño, más a lo Dunsany que a lo Lovecraft. Ha envejecido un poco mal, aunque la culpa de ello radica en las innumerables imitaciones hechas posteriori más que en el propio relato. Un defecto, que seguro que en el fondo no lo es pero que para mí ha supuesto cierto problema, lo he encontrado en la excesiva referencia a términos en francés. No tengo ni idea de ese idioma, y mucho menos sé de cetrería. Por eso determinados párrafos se me han atragantado, poco menos pasándolos de largo. Pero seguro que alguien que domine ese idioma les sabrá sacar partido y belleza. Bueno, que sí, que le puntúo: un 6.
  4. ‘La máscara’, sólo por los primeros versos, ya tiene mérito. ¿Cómo apenas seis líneas de diálogo pueden hacerse tan sugerentes? Esto lo digo tratando de ponerme en la mentalidad de alguien de 1895, año en el que se editó el libro, un tiempo mucho más inocente y virgen en cuanta al terror literario. Lo dicho, un arranque delicioso y sin duda prometedor. Un detalle: que no nos extrañe que el nombre de Boris se nos haga conocido porque ya apareció en ‘El reparador’. Además en ese mismo cuento ya se hace mención a ‘Los hados’, el conjunto escultórico que el protagonista describe al inicio de ‘La máscara’, creando una ligera impresión de mundo coherente e interrelacionado. En la lectura se descubre la auténtica naturaleza de ‘la máscara’, convirtiendo lo que en principio se esperaba como un relato de horror clásico en una historia de tristeza y desesperación con final agridulce. Al final le pongo un 6.
  5. Al leer ‘En la corte del dragón’ uno se encuentra quizá con el cuento más gótico del libro. En el cuento Chambers demuestra poseer un gusto especial por introducir el ‘evento terrorífico’ dentro de la vida cotidiana, algo que le honra. En el cuento la música de un órgano adquiere un papel importante, algo que unido al escenario de la iglesia ayuda a tejer esa atmósfera gótica. A eso hay que añadir que, de nuevo, aparece en el texto El Rey de Amarillo como una especie de detonante del horror. La obsesión del protagonista, quizá surgida de la lectura del libro, está descrita a través de visiones crepusculares de un organista poco menos que mefistofélico (uich, dos veces he usado esa palabra :P). Esa obsesión, esa presencia, convierte en horror la vida cotidiana del protagonista. El relato ha quedado anticuado, pero aun así en su momento debió resultar muy efectivo. Por ello se lleva un 7.
  6. ‘El hacedor de lunas’ le deja a uno un sabor extraño en la boca. La ingenuidad de los métodos policiales descritos contrasta con lo que a día de hoy se hace. ¿Juntar el placer de una cacería de fin de semana con una investigación oficial y la captura de unos estafadores? ¿Qué se apunta a ella cualquiera como si de una excursión se tratase? Ese tipo de actitudes de los protagonistas me han chirriado mucho. Sé que ha pasado casi un siglo desde que se escribió el cuento, e intento ponerme en la mentalidad de entonces, pero aun así algunas cosas me cuestan. Luego está ‘la criatura esa’. Tanto cangrejo, reptil y araña juntos hacen que no acabe de creérmelo. Entiendo lo que el autor buscaba: unir en una sola criatura a las más repelentes imaginables. Pero hay uniones que se hacen tan estrambóticas que no acaban de cuajar. Esta es una de ellas. Luego se me hace curiosa la mentalidad lovecraftiana con respecto a los orientales. En el relato representan un mal mucho más terrible que el que pueda representar un occidental. ¿Racismo? ¿Xenofobia? Sin duda una mentalidad muy de la época, con el Fu Manchú como malo maloso. Más allá de esas nimiedades tenemos un relato al que le veo influencias de Dunsany y sus mundos oníricos. Pese a ello, por mucha historia de amor mezclada con trama policiaca, no me acabó de satisfacer. Vamos, que le pongo un 4. Antes de acabar decir que en este relato no he sabido encontrar ninguna referencia a El Rey de Amarillo.
  7. Calificar ‘Una agradable velada’ como relato de fantasmas sería quedarse a medias. Sí, hay una historia de esas de fondo, pero quizá me parece más interesante la manera de presentar al protagonista y su problemática personal, así como la situación de ‘el frances’. No digo que el relato flirtee con la denuncia social, pero algo tiene de ello. Un relato que se me ha hecho agradable (de nuevo ajeno a El Rey de Amarillo), si bien carente de la atmosfera de otros anteriores. Se lleva un 6.
  8. Con ‘El mensajero’ parece que debemos de olvidar ya de manera definitiva la sombra maligna del El Rey de Amarillo. Nos encontramos ente un relato de terror clásico y sencillo, una historia de espectros revestida de ese toque naturalista que tanto le gusta a Chambers. ¿Un defecto? La manera de acabar con la amenaza, muy sacada de la manga: eso de las balas y lo que se hace con ellas aparece así, de sopetón, lo cual poco menos que hace parece que el autor no sabía cómo salir del embrollo y usó el truco de usar el as en la manga. Tramposillo, sí. Aun así posee un par de escenas memorables, como la de la piedra y la patada. Otro 6.
  9. Sin haber leído el texto original, sólo la presente traducción, ‘La llave del dolor’ ya empieza mal: si no me equivoco esa ‘llave’ no se refiera a ‘lo que abre una puerta’ sino a lo que se podría describir como ‘cabo’, en el sentido de ‘accidente geográfico’. Vamos, que ha puesto la vida de mi jefe a que en el texto original hay un ‘key’ inglés que en español se traduce como ‘cayo’, no como ‘llave’ (eso sería una traducción literal y mala). ‘The key of pain’ se traduciría como ‘El cayo del dolor’, no como ‘La llave del dolor’. Lo dicho: empezamos bien. Pero la cosa no se queda ahí sino que sigue. La escena inicial muy bien la podría haber escrito Howard, sólo que con un Conan dopado, hipervitaminado. Si no no se entiende ese humano capaz de hacer lo que hace el protagonista: llamarlo mala bestia es quedarse corto. En definitiva, se trata de una escena tan exagerada que se hace increíble. El arranque a lo salvaje oeste de repente se convierte en algo a medio camino entre Hogdson y Dunsany, para acabar en una paranoia poco menos que digna de Dick. No me he enterado de casi nada del último tercio del relato: a mi gusto demasiado onírico y lisérgico. Aunque debo aclarar que cuando leí el relato, de trayecto al trabajo y en unos días de canícula infernal, estaba agotado y mucho más. Vamos, que daba cabezazos como un muerto en vida. Puede que una lectura con en mejor estado físico me haga comprender el texto. Pero por ahora le debo poner un 4.

En resumen, la obra va de más a menos. Empieza con un puñado de clásicos para ir decayendo a relatos no menores, pero sí más alejados de la idea de horror que todos asociamos a El rey de amarillo. La nota media da un 5’89.

Un saludo.