Hola, ofidios.
Por una vez, y rompiendo la regla que me marqué hace cosa de año y pico, voy a dejar aparte las reseñas. Pero me voy a saltar esa regla para hablar de las reseñas mismas. Concretando un poco más, de lo que busco y demasiadas veces no encuentro: lo que yo entiendo por escribir bien. Esto viene a cuenta de un correo que me ha llegado hace unos días. En él, un lector de este blog, más allá de alabar mis reseñas (algo que le agradezco: no viene mal que de vez en cuando alguien haga eso), me pedía que redactara una lista/decálogo de consejos. Pero de una manera acorde con mi blog: condensar en una entrada los defectos que suelo encontrar en lo que leo y, a partir de ellos, crear una especie de ‘no hagas esto, por dios’. Me pedía que me centrara sobre todo en le terror ya que en ese género él quería empezar a escribir. Pero yo, como voy por libre y nadie me paga, hablaré de eso y de más. En otras palabras, hablaré de lo que quiera y como yo quiera.
Inciso: tras unas pocas lecturas ‘patrocinadas’ (o con textos cedidos amablemente por algún editor/autor) he comprobado que mi misantropía me obliga a no tener deudas con nadie. La única (primera y última) vez que he tenido que hacer una mala reseña me he sentido mal, muy mal. En cierta medida lo viví como una especie de traición: por un lado al editor que se ha esforzado en publicar eso y que sin embargo va a recibir un mal comentario; por otro lado a mí mismo, en el sentido de que si me mostraba más o menos magnánimo sabía que estaba me engañando tanto a mí como a la gente que sige este blog por mi manera de criticar. Por eso me he impuesto no hacer nunca más reseñas de libros ‘regalados’ y sólo comentar los que me llegan por mis propios medios. Con ese espíritu independiente he redactado estas ‘reglas’. A quien le gusten y las crean útiles les felicito, y me agradaría que así me lo hicieran saber; a quien no le guste, por cualquier razón, puede salir de mi página y no regresar a ella jamás.
Habiendo aclaro ese punto sigo con el asunto de esta entrada del blog: mis reglas. Pongo por delante que no poseo título académico alguno que abale mis opiniones. Ni soy lingüista, ni filólogo ni nada similar. Como defensa de lo que a continuación voy a poner tengo dos cosas:
- Mi criterio personal. Por su carácter personal ese criterio puede que tenga poca validez, o incluso nula. Al fin y al cabo ese condenado criterio, esa manera de ver la vida y de exigirla, no me ha llevado ni a la fama ni a la riqueza sino a una vida gris, anodina y anónima.
- Mis más de treinta años como lector. He tenido fases poco menos que compulsivas, como aquella vez en mis tiempos mozos cuando me llegué a leer quinientas páginas de una tacada en un solo día. Sí, eran otros tiempos y no lo volvía a repetir, pero ese libro lo devoré. Ahora con el paso de los años, al disponer de menos tiempo para leer y una perspectiva literaria mucho mayor, sí que me he vuelto mucho más crítico y exigente. Esta época de crisis, en la que si suelto pasta en un libro y me encuentro una mierda me cabreo mucho, ha acentuado ese ojo crítico.
Con esas dos premisas tan personales me voy a subir en un púlpito virtual. Ya está. Listo. Sólo me queda empezar a… a predicar. No digo pontificar por lo ampuloso del concepto y porque la única Iglesia que ilumina es la que arde me da grima.
Empiezo. Cuidado que vienen curvas.
Mis consejos para lograr un texto digno
- Ante todo, y aunque parezca redundante como cabecera de esta sección: cuida la forma. Voy a soltar una par de topicazos con respecto al aspecto de algo o alguien: ‘la primera impresión es la que cuenta’, ‘la comida entra por los ojos’. Seguro que muchas veces los has oído y seguro que has respondido con lo de ‘pero la belleza está en el interior’. Bien, no te voy a decir ‘¡y una mierda!’ porque tampoco es para ello, pero sí que te voy a dejar claro que a la hora de escribir hay que cuidar la forma, y mucho. En mi caso, si me encuentro un texto de forma descuidada –en toda la extensión de ese concepto– me predispongo mal hacia él. Así de claro. Te guste o no así son las cosas. Si los ojos me sangran leyendo tu texto ya puedes estar narrando la historia más maravillosa que ha conocido la humanidad en sus miles de años de tradición, que lo voy a mandar al estercolero del que lo has desenterrado. Cuida la jodida forma.
- Puntúa bien. Puede que no sepas lo que es la E.G.B. Yo sí porque la viví. En mi colegio el tema de la puntuación lo llevaban a rajatabla. Yo no te pido tanto: sólo saber usar los signos que disponemos en nuestro idioma. ¿Quieres pasar mi prueba del algodón en ese sentido? Busca en tu texto ‘puntos y coma’ y cuéntalos. ¿Tienes alguno o bastantes? ¿O ni siquiera aparecen en él? Te lo digo desde ya: si no tienes ninguno mucho me temo que no puntúas bien. El punto y coma, ese que parece casi nadie sabe para qué sirve (o al menos se olvidan de usarlo), existe y posee su utilidad. ¿No sabes cómo ni cuándo? Entonces seguro que tampoco sabrás aplicar bien la coma o el punto, por no hablar de los paréntesis, los corchetes o los guiones. Hazte con un manual de sintaxis y aprende: todos hemos pasado por ello.
- Juntando los dos puntos anteriores llegamos a la zona de las expresiones rarunas. Y en eso entono, y bien alto, el mea culpa: yo mismo peco de eso. ¿Por qué? Yo digo mis razones (y a lo mejor suenan a excusas, pero esto es lo que hay) y tú decides si encajan con las tuyas. Cuando escribo un texto dedico a ojo de buen cubero un 50% del tiempo a la primera redacción y el resto a la revisión y corrección. Leo las frases una y otra vez, las retuerzo, las cambio el verbo, el orden de las palabras, analizo cuáles encajan y cuáles no. Llego casi a saberme de carrerilla el texto. ¿Qué ocurre con eso? Pues que lo tengo tan interiorizado (el mensaje y la forma de expresarlo) que llega un momento en que no leo, sino que mis ojos pasan por encima del texto en una especie de recitado más que lectura. Eso me hace no ver los defectos formales, sobre todo esas expresiones rarunas, porque en mi cabeza (tras decenas de cambios y cambios de redacción) ya ‘suena’ bien. ¿Cómo solucionar eso? Si no te pareces a mí y posees vida social consigue hacerte con un círculo de lectores cero, gente que lea tus textos y descubra ese tipo de defectos. Requisito básico para contar con alguien como lector cero: debe leer mucho y tener criterio y mala baba; uno de los del Marca no sirven. La otra opción para evitar eso consiste en dejar el texto al barbecho y luego imprimirlo y leerlo repantingado y con un boli a mano.
- Incluso si sabes puntuar, para que no se te cuelen como a mí expresiones rarunas, debes leer en voz alta lo que escribes. Que sí, que sé que suena un poco psicótico ir por ahí declamando a la nada tus textos. Pero si puedes hazlo. Y hazlo tal cual lo has escrito, con el tipo de pausas en la respiración que obliga la puntuación que has usado, no como tú te crees que es o como lo tienes en la mente. Te informo que el lector no puede saber tu interpretación del texto: sólo posee lo que le has dado. ¿A que ahora se agradecen las comas? ¿A que tienen sentido los punto y comas? ¿Ein?
- Otra de las faltas que a mí ya se me meten por los ojos y casi me los arranca: los jodidos adverbios modales acabados en –mente. No voy a decir mucho de ellos. Dos cosas: un mindundi como Stephen King huye de ellos como de la quema; Brian Lumley sí los usa. Tú sabrás a quien te quieres parecer.
- Junto a los –mentes dementes otro enorme fallo de estilo, uno que incluso los supuestos escritores de calidad (y aquí podéis meter una carcajada a lo Vincent Price) cometen: el abuso de los verbos comodín ser y estar. No quiero decir que no hay que usarlos, pero si descubres que una de cada dos frases de tu texto cuenta con uno de ellos (sobre todo el infame ser) vete pensando que te voy a poner un suspenso más o menos monumental. Existe algo llamado diccionario, un encantador zoológico que entre sui bestiario, ocultas tras los behemoths SER y ESTAR, cuenta con unas casi incalculables criaturicas llamadas verbos. Coloridos y activos, alegres y bien llenos de poder, desean que juegues con ellos. Puedes optar por esquivarlos, pero entonces te convertirás en otro escritorzuelo. Sí, puede que como simple juntaletras consigas más éxito editorial que creciendo como tejedor de historias: cosas de este país donde una aberración como el Marca es lo más leído. A esa gente, los del Marca, un texto cuidado y elaborado les deja fríos. No está hecha la miel para la boca del asno.
- Más allá de evitar los verbos comodín está eso tan odiado por los autorzuelos, y los no–tan–autorzuelos: el vocabulario. Hay una corriente entre los escritores que aboga por textos simplificados, que juegan con un abanico de palabras reducido y limitado. Ellos pretenden defender ese tipo de escritura llamándola llana o ‘del pueblo’; para mí sólo es una excusa para no esforzarse, para crear textos orientados a un lector inculto que lee libros al igual que mastica hamburguesas o ve Gran Hermano. Lectores no ‘de metro’ ni ‘de Marca’ sino de puro encefalograma Castilla–La Mancha. Uno de estos escritores hablará de espada. Punto. Yo diría alfanje, catana, gladius, cimitarra, mandoble, sable. Cada una de esas palabras describe un tipo de espada sí, pero le aporta trasfondo, localización, cultura, personalidad y ‘una foto’. Con un vocabulario rico te ahorras descripciones aburridas y al mismo tiempo tu texto gana en casi todo. Eso sí, el del Marca no sabrá la mitad de ellas y preferirá no leerte porque ‘le complicas la vida’. De nuevo, en ti está elegir el tipo de escritor en el que deseas convertirte.
- Te diría que evitaras el abuso de expresiones simplonas (que tengan demasiado del lenguaje cotidiano, por no decir barriobajero) y de cacofonías, pero… Pero. Primero: hay géneros como el realismo sucio que obligan a usar eso. Chapó por ello. Segundo: así, con esa forma de expresión, consigues mantener a los del Marca. Otra vez, tú eliges.
- Hablando de todo esto debo llegar a este punto: en las últimas lecturas me he topado con una sintaxis execrable, poco menos que de párvulo. Sí, y resulta que incluso esas aberraciones tienen éxito. Y mucho. Como ves los del Marca también compran libros. Jamás defenderé esa no-literatura que me arranca arcadas al verla impresa en papel. Tampoco me considero un amante del texto en extremo formal. No defiendo a Luis de Góngora, si bien su obra culterana me parece digna de alabanza. Aunque el trabajo en la forma me parece algo básico. El mismo James Herbert, seguro que sin pensarlo, defendió ese tipo de escritura en la que todo está engarzado y amarrado poco menos que con un nudo gordiano. Ya sabéis: fintas en las fintas de las fintas. Gónfora se pasó en lo relativo a una forma compleja (demasiadas fintas), pero tú en el afán de simplificar tampoco pretendas hacer una finta tan simplona que se quede en línea recta: un texto en línea recta se llama acometida, y si la haces con torpeza (algo en extremo fácil) puede suponer tu muerte como ‘autor’. Para mí ya hay varios ‘autores’ que ‘han muerto’. Su manera de escribir me parece tan burda, tan ‘acometida’, que durante un tiempo los voy a rehuir. Lo malo en ellos no es que sus textos posean una simpleza de párvulo, no. Lo de verdad horrible está en que incluso un niño de primaria escribiría mejor que ellos. Si uno de esos chavales le entregara un texto así de malo a su maestra o maestro estos le suspenderían ipso facto. Así de claro. Que sí, que esos ‘autores’ venderán mucho y todo eso, pero… No quiero sacar el símil de las moscas, por favor.
- Supongo que ya sabrás que existen diversos tipos de narradores. Si no lo sabes… estudia, cojones. Uno de ellos es el narrador en primera persona. Se trata de uno de los recursos más usados en terror dado que permite mostrar las vivencias del protagonista/víctima desde su propio punto de vista, intensificando las sensaciones de horror, así como volcar el yo (la personalidad) de éste de manera directa. Pero esa herramienta poderosa en manos de un buen escritor puede convertirse en la trampa de un inútil. La trampa o el recurso fácil de un autorzuelo más que limitado. ¿A qué me refiero? A esos supuestos escritores de tres al cuarto que narran todo en primera persona, y lo hacen con un lenguaje que más que sencillo parece de retrasado mental. A ver, que comprendo que al recurrir a la primera persona no se pueden usar florituras de lenguaje ni artificios formales. Pero eso no equivale a redactar como un párvulo. Ni tanto ni tan calvo. Cada vez que me encuentro con que un novatillo narra en primera persona ya pienso ‘este no tiene ni puta idea de escribir y se va a limitar a usar el lenguaje de la calle porque el pobre no da para más’. Así me encuentro con textos que más que poseer un aspecto urbano lo que hacen es clamar a los vientos la inutilidad e incultura del autor. Pringadete que usas y abusas de esa primera persona, debo decirte conseguir que un texto parezca natural requiere mucho más arte y oficio que lograr uno artificioso y barroco. Empieza por lo sencillo y deja las florituras para cuando manejes bien las bases del oficio. Por ello te diría que, sobre todo al empezar a escribir, olvidaras que existe la narración en primera persona. Narra en tercera, empezando por el tentador y viejuno narrador omnisciente. Luego pasa al narrador observador y, sólo cuando veas que los dominas, empieza a jugar con otros. Incluso te diría que practicaras a narrar en segunda persona. Muchísima gente lo rehúye te aseguro que se pueden conseguir textos muy interesantes, sobre todo porque juegan con algo que un escritor no suele usar: la implicación del lector. Yo mismo tengo por ahí un par de cuentos en segunda que me parece que no me quedaron anda mal. Y me he divertido mucho al escribirlos.
- No te empecines en usar topónimos o nombres anglosajones. A ver, que sí, que la inmensa mayoría del fantástico proviene de escritores anglosajones. Como no podía ser menos, ellos usan sus topónimos, nombres y demás. Pero no por ello debes tú usarlos. Ellos recurren a Londres, John o el Walmart porque lo tienen cerca. Tú tienes al lado Salamanca, Manuel y el Mercadona. Si ellos consiguen narrar sus historias con esos elementos de allí, por qué tú no podrías hacer lo mismo con los de aquí. Cada vez que viajo a Cantabria y me pierdo entre sus valles no puedo evitar pensar en El sol de medianoche, de Campbell. La novela hubiera funcionado igual de bien allí que en su localización original. Y ejemplos como este los hay a millones.
- Cuando se lee a los juntaletras de la primera persona muchas veces, aunque no siempre, uno se topa con un mismo defecto: la acción que narran tira para adelante como una manada de vacas en estampida. Entiendo de sobra el fenómeno: si no saben manejarse y darle voz a la interioridad del personaje narrador, menos aún van a poder hacerlo con las descripciones y la creación de un ambiente o atmósfera. ¿Qué les queda entonces para llenar páginas? Acción. Esos juntaletras de la primera persona se lanzan a narrar ‘ocurrió esto, y pasó lo otro, y Pepe hizo esto, y Manolo respondió lo otro’. No hay pausa, no hay reflexión. En este asunto mejor no suelto eso de ‘mostrar, no contar’, porque entonces debería sacar la motosierra y descuartizar a estos panolis. Ellos tiran para adelante como los de Alicante, porque saben de sobra que se si bajaran el ritmo y empezaran a trabajar ‘el momento’ demostrarían su nulidad como narradores. Pero aun así hay que dejar claro que este recurso de ‘la prisa’ a veces funciona; incluso puede adquirir proporciones de obra maestra. Pero tengámoslo claro, los juntaletras de la primera persona no son Richard Matheson ni están escribiendo Vampiro. Sólo al lector del Marca le puede satisfacer ese tipo de narración: al fin y al cabo parece una narración de un partido.
- Como resultado de esa narración–estampida en muchos de esos textos nos encontramos ante un esfuerzo nulo en lo relativo a realizar descripciones, mucho menos en crear atmósfera. A ver, pazguato: si hay un arte en el que el creador se puede centrar en las descripciones, aportando detalles sin romper el ritmo, ese es la literatura. En la poesía eso resulta imposible, y si bien un arquitecto, un escultor o un pintor pueden trabajar en ellos de una manera visual nunca podrán aportar tal cantidad de matices como un escritor. La pobre música está limitada por su propia naturaleza sonora, y el cine y el teatro por el frenesí de la cuarta dimensión. A ver, juntaletras: tienes en tus manos la más versátil herramienta para crear, la palabra. Úsala, crea mundos, teje conflictos, narra epopeyas. Pero hazlo de una forma visual, que tenga cuerpo y alma. Describe, por favor, describe. Que tu texto muestre, que no se limite a contar lo que pasa.
- Como resultado obvio de lo anterior nos encontramos con textos en los que no hay el menor esfuerzo por crear atmósfera o tensión ambiental. Por desgracia mucho me temo que eso se deba más que nada a la imposibilidad física del ‘autor’ para manejar el lenguaje. No por mucho que corras narrando acontecimientos quedarán más efectivos. Si no los vistes con algo de contexto te encontrarás manejando un triste esqueleto, puro cartón piedra.
- Me voy a permitir un inciso, que no es ni regla ni nada. De unos años acá se ha prodigado cierto tipo de literatura que abusa de la inexistencia de descripciones y atmósfera: el género Z patrio. Por lo que parece, lo poco que he leído, en estos libros se abusa de que la acción sucede en una zona conocida y tiempo actual para olvidarse de toda descripción. Se suben a eso del ‘como ya sabes cómo es el Madrid de 2014 ¿para qué te lo voy a describir?’. En esos libros se suma la vagancia con la incapacidad. Ejemplos de lo que yo llamo no–literatura. Ya lo he dicho en otra entrada: siguiendo esa manera de ‘trabajar’ cualquiera puede escribir un libro ambientado en su pueblo/ciudad/barrio y pretender vendérselo a sus vecinos. En esos libros vendidos a los colegas para qué molestarse en describir el bar de la esquina si todos saben cuál es. Lo malo, al menos desde mi punto como lector, ocurre cuando no vives en ese pueblo/ciudad/barrio. Tomemos por ejemplo Desde Madrid al Zielo. Si se lo dejara a mi madre (persona que se ha recorrido gran parte de España y media Europa) estoy convencido de que no lograría visualizar nada. Coño, si a mí mismo que vivo cerca los lugares citas, que he trabajado al lado del Bernabeu, me ha costado hacerlo por culpa de la nula ambientación. Punto 13. En serio, todo escritor debe practicar el punto 13. Y si no que se dedique a otra cosa, no a sodomizar lectores. Pero yo hablaba de la comodidad y la caspa del Z patrio. El colmo, y confirmación de mi idea de que sólo saben usar escenarios conocidos para tratar de atraer con eso al lector, me lo encontré hace un tiempo. Ante mis ojos desorbitados tuve un libro cuyo único atractivo -así de entrada- radicaba en que la plaga zombi se desataba en Marina d’Or. A tomar por culo: como todo españolito de cierta edad ya ha visto los cansinos anuncios de ese engendro urbanístico ya está en situación para leer esa magna obra.
- Pero la inutilidad de algunos juntaletras les impide no sólo adentrarse en los puntos anteriores, sino que les obliga a caer en otro defecto: el abuso de la elipsis. Estos somormujos, cuando se encuentran en la tesitura de narrar algo para lo que se saben incapaces, optan por correr un tupido velo y pasar a la siguiente fase. Al fin y al cabo deben pensar que siempre pueden hacer que un personaje ‘recuerde’ y narre de una manera más o menos somera lo que ellos se han zampado. En momentos como esos me dan ganas de tener delante al amago de escritor y, si ha publicado con una editorial más o menos importante, darle una paliza. Pero a él y al editor. Cabrón, te pagan para que narres, no para que escurras el bulto. No te pido que narres todo lo todible, pero ten la decencia de al menos esforzarte en mantener el hilo narrativo.
- Hija de las elipsis mal colocadas y las descripciones inexistente tenemos otra característica de este tipo de textos: la mala confección de los personajes. Un personaje no se limita a un nombre, un sexo y una apariencia física. Eso quizá le valiera a Arthur C. Clarke. Pero no a ti. O te esfuerzas mucho o jamás llegarás siquiera a altura de la suela de ese hombre: el hombre que ha descrito con una regla con su nombre una regla que relaciona avance tecnológico y percepción, un individuo cuyo nombre bautizar una órbita se puede permitir crear personajes planos. Él posee un catálogo de ideas apabullantes que suplen de sobra esa carencia. Y mucho me temo que ese no es tu caso. Así que si no profundizas en los personajes tendrás patéticos muñegotes, planos, infantiles y/o melodramáticos, y todo lo demás no hará sino destacar esa carencia. Ahora no voy a decir aquí como dibujar un personaje sino que te voy a recomendar leer a Stephen King. Ese hombre es capaz de hacer que los personajes respiren con más energía que la propia historia. ¿Alguno de verdad quería que se abriera la cúpula y así perderse todas las interacciones entre los habitantes de Chester’s Mill? Si has leído esa obra maestra titulada It te habrás dado cuenta de que casi le dedica más páginas a hablar de los personajes que a la propia lucha contra Eso. Que no te dé corte hablar de ellos, de sus miedos, de sus fracasos, de sus éxitos, sus recuerdos o sus sueños. Narra todo eso, y luego haz que actúen según eso que has descrito, claro.
- Detalle que supongo que caerá por su peso: el malo es tan personaje como el bueno. O como el ni-bueno-ni-malo. Trata a todos por igual: desarróllalos.
- Acerca de los personajes: ten un poco de decencia, disimula las pajas que te hagas al escribir, y no pongas tu nombre al protagonista heroico. Tampoco te recomendaría meter a familia, amigos o conocidos de una menara explícita y con nombre. Supongo que habrás visto en películas cierto aviso diciendo que ‘los personajes en ella presentes no tienen nada que ver con personas reales’. Te aseguro que no se debe a un capricho del director.
- No hay nada nuevo bajo el sol. Hazte a la idea de que ‘tu idea’ seguro que ya la ha tenido alguien antes que tú. Pero no desistas: una cosa es que esa ida ya exista y otra que alguien la haya narrado de esa manera tuya. Imprime tu personalidad en lo que escribes, que se note que lleva tu sello. ¿Cómo hacerlo? Sólo se me ocurre algo: escribe y lee; escribe mucho y lee más; escribe todos los jodidos días. Tira el periódico, apaga la mierda esa llamada televisión, lanza por la ventana el demonio en forma de consola y lee. Por dios, lee, LEE, ¡LEE! Creo que eso ya lo he dicho antes. Me da igual: quiero que te hagas la idea de la importancia. Tatúatelo en la frente si hace falta, que tus compañeros asocien a tu figura con un libro. Que leas, cojones. Mucho, variado y bueno.
- Leyendo mucho te encontrarás con algunas sorpresas: por ejemplo que tu vocabulario aumentará, que tu capacidad crítica crecerá, o incluso aprenderás a introducir escenas y personajes. Y puede que algo más importante todavía: tendrás una visión más amplia (con suerte panorámica) de eso llamado creación. Así podrás evitar los tópicos, o al menos sabrás torearlos y darles ese toque tuyo que los hará únicos e interesantes. Porque cuando empiezas lo más seguro es que te veas encajonado en el clasicismo, sin aportar nada nuevo. Eso les ocurre a todos. ¿Te he dicho que la manera de escapar de esas trampas pasa por leer, y hacerlo mucho? Si no sigues esa norma, que al fin y al cabo equivale a afilar tu arma (el cerebro) acabarás componiendo escenas tópicas, artificiosas y sin sentido. Incluso quizá consigas que tu supuesto clímax repela al lector experimentado.
- No resulta extraño que en tus primeros textos te metas en berenjenales. Una segunda lectura, tras un periodo de barbecho, te debería sacar de ellos. Pero sal de ellos sin intentar alargar la narración con detalles y explicaciones inútiles. La verborrea no te sacará de ningún sitio, sobre todo si la escena no lo requiere.
- Mantén la tensión. Parecerá tonto, pero cuanto más largo es el texto más cuesta sostener el punto de intriga. Al mismo tiempo se hace más sencillo aburrir. Un ejemplo moderno de cómo mantener esa tensión lo tienes por ejemplo en Juego de tronos. Ale, ya tienes lectura. Que leas, cojones.
- Hasta ahora no he hablado de los diálogos. Más que decirte cómo hacerlos te propondré un ejercicio de ingeniería inversa: consigue cualquier temporada de CSI: Miami y empápate de ellos. Porque los de esa serie son los diálogos más patéticos con los que me he topado en mi vida. Cada vez que leo un diálogo malo con avaricia se me aparece Horatio.
- Luego está ese tema de ‘los detalles’. Siempre he dicho que el diablo está en ellos. Y no te imaginas cuan cierto es eso. El ejemplo más reciente lo tienes, si lo quieres leer, en la reseña que hice del cuento de Carlos Sisi: las jodidas distancias y magnitudes, y la gravedad, y el uso de la voz en el vacío, y… Chorraditas que quizá a un lector poco escrupuloso no le importan, pero a otro con más ojo le matan. Así que no des un detalle que no puedas defender. Y si los das prepárate para recibir una somanta de ostias del obseso de turno. Si no te lo crees indaga un poco con lo que le pasó a Larry Niven y su Mundo anillo.
- Otro punto a tener en cuenta relativo a los detalles: si pones a la vista de forma llamativa un objeto, pista o similar, estás obligado a usarla. Más aun cuando estás redactando un relato corto: la economía de palabras obliga a justificar cada recurso. Los detalles se justifican y usan. Todavía recuerdo algo que me cabreó mucho en una novela de Moorcock, una del ciclo del bastón rúnico. En pleno vieja hacia el oriente ignoto en un momento dado Dorian Hawkmoon se encuentra una bala en el suelo de una ladera. La coge, la observa y se la guarda. Para algo valdrá, me dije. Pues no: en ningún momento se usó. El autor realizó un inciso en un viaje para relatar esa escena… y para nada. Eso tú no lo hagas jamás. En una novela puede tener cierto pase, pero en un relato corto supone poco menor que un pecado.
- Acerca de los relatos cortos: los prefiero a las novelas porque, bien acabados, son esmeradas piezas de encaje. Todo debe quedar compenetrado a la perfección. Ojo, no quiero decir que todo quede explicado: adoro los finales abiertos, esos que me obligan a pensar y decir ‘pero qué hijo de puta eres, autor’. Pero, aun con esos finales abiertos, todas y cada una de las palabras que escribas deben aportar algo. Las descripciones, los trasfondos, las escenas, los diálogos. Todo debe llevar a un final, por más sorprendente que este te resulte. Más aún: si te sorprende y ves que los detalles que se te hacían contradictorios de repente encajan sonreirás como un crío con zapatos nuevos.
- Y llegamos a los finales. Estoy hasta los cojones de autores que no saben resolver el enredo que ellos mismos montan. En ese dudoso campo de excelencia el paradigma de patán tuercebotas se llama Stephen King. Ya no sé cuántas veces me he convertido en el cuervo de Poe y he dicho eso de ‘nunca más’. Quizá hace veintimuchos años, tras leer Misery. Pero Stephen King es el perfecto ejemplo de cómo las virtudes superan a los defectos. Su tratamiento de los personajes supera sus finales desastrosos. Sin embargo otros autores han caído en el saco del nevermore y de él no han salido aún. ¿Por qué? Pues por dejarse liar al llegar al momento clave de la historia. En ese punto me ha dado la impresión de que la historia no les perteneciera, que no supieran salir de ahí. Hablo por ejemplo de los autores que en plan cobarde se limitan a pasar de puntillas por la resolución y dar por cerrada la historia. Hacer un Perdidos o un Los Serrano. Basura en toda su hedionda esencia.
- Ahora hablaré del menos común de los sentidos: ¿el sentido común? No: la coherencia. Que lo que escribes tenga coherencia interna. No abuses de la suspensión de incredulidad. Se alarga como un chicle, pero si te pasas tirando de ella se romperá. Ejemplos de exageración: personas normales y corrientes que de repente, en una situación de máxima tensión, se convierten en el maestro de McGiver. O descripciones tan ‘eufóricas’ que rozan lo ridículo, como escribir ‘observándome desde sus cuencas vacías’ para de seguido decir que ‘los ojos se le llevaban de lágrimas’. Ese tipo de fallos merece una muerte lenta y dolorosa, pero no del pobre personaje sino del ‘escritor’. Luego están las chapuzas producidas por la ignorancia. Ejemplos: voces que se propagan en el vacío, o cadáveres que en un entorno bajo cero (existe eso llamado congelación) se pudren en tres días. Documéntate y usa la cabeza a la hora de trazar una escena. A lo mejor te das cuenta de que resulta demasiado increíble: antes de defraudar a un lector/cliente descártala o dala un repaso a fondo.
Ahora un par de cosicas que tiene menos carácter de regla:
- Que sí, que quieres dar miedo, pero no te escudes para ello sólo en la repulsión. Para eso está el gore, y te informo de que el terror no tiene que implicar gore ni asco. Ni de lejos. Así que no creas que por meter sangre a litros, vísceras, casquería variada o lo más nauseabundo que tu mente enfermiza elucubre tu texto se convertirá en ‘terror’. Que no. Al lector endeble le espantarás, y al curtido le harás sonreír. Pero hacerlo a tu costa, no por tu ‘maestría’.
- Que no te dé miedo llamar las cosas por su nombre. El ejemplo más ridículo de todos los que me he encontrado en mis últimas lecturas: el rehuir la palabra ‘zombi’ en un texto que habla de eso, de zombis. Déjate de eufemismos y ponlo: estoy escribiendo de zombis, y la inmensa mayoría del público así los conoce. Ni caminantes, no infectados, no no–muertos, ni andantes. Zombis, coño. Z–O–M–B–I–S.
Y para no eternizarme para acabar daré un listado (no exhaustivo, ni de lejos) de defectos que se pueden cometer:
- Repetir de una manera excesiva la misma manera de mentar a algo. Eso suele tener como explicación el que tu manejo del diccionario se asemeje al de un párvulo. A leer más, so vago.
- Final previsible por tópico. A leer más, jodido.
- Hacer ‘autospoiler’ mucho antes de llegar al final del libro. De nuevo las prisas, o la emoción al escribir. Respira hondo, no te embales y deja que lector siga estrujándose las meninges con tu historia: no se lo des todo mascado.
- Introducir al protagonista en una situación anómala pero ante la que el autor no sabe defenderse, pareciendo tan desconcertado como el propio personaje. Medita las escenas. La improvisación nunca es buena consejera.
Para acabar una regla que debería enmarcarse, o grabarse con letras de oro: disfruta al escribir. Pero hazlo en serio. Todos hemos escrito textos onanistas, de esos en los que disfrutamos puteando al protagonista, o describiendo al monstruo definitivo, o ligándonos a la maciza que en la vida real no podemos mirar ni a cien metros de distancia. Esos textos existen y existirán. Cuando tengas un poco de profesión sabrás pulirlos para que no resulte tan obvio que te has empalmado cuando los escribías. Pero que te quiten lo bailado. Disfruta escribiendo.
Ale. Adiós.
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