Hola, ofidios.
Sigo explorando a escritores patrios. Quien lea este blog con regularidad sabrá los jarros de agua que me he llevado en mis últimas lecturas al pillar por banda a autores modernos con grandes números en cuanto a ventas, e incluso uno de ellos galardonado con el más importante premio español en el género fantástico. Si estos son los referentes apaga y vámonos.
Pero yo insisto: debe haber algo de calidad entre los autores actuales. Y esta vez le ha tocado a Jesús Cañadas (web oficial de este hombre) y su libro Los nombres muertos.
Por si alguien no lo sabe, desde que con doce o trece años descubrí Las montañas de la locura me he considerado fan acérrimo de Lovecraft y su obra. Por ello me sorprendió e intrigó este libro cuando vi su portada. Incluso lo tuve en mis manos. El que no lo comprara se debe a la más mundana de las razones, y que ya he dejado clara en los últimos tiempos. Pero hace unos meses conseguí un cheque de Amazon y… me lo gasté en esta obra. ¿Habría hecho bien en invertir el ‘dinero’ en apoyar a un autor español, máxime tras padecer las lecturas anteriores? Pues debo decir a las claras que sí, que la compra a resultado muy bien merecida.
Pero… siempre hay un pero.
Empecemos por lo bueno. Por una vez puedo decir poco malo en lo relativo a la forma: da gusto encontrarte con un autor que sabe juntar las palabras con criterio. Cañadas crea atmósferas, describe lugares y desarrolla diálogos con profesionalidad, sin caer en los defectos que ya he mentado decenas de veces. Además, si la página de datos de edición no engaña, Cañadas no ha recibido el apoyo de un corrector de estilo: esas carencias (a mi entender un claro indicativo de que los editores nos están arrojando a los lectores una serie de juntaletras disfrazados de escritores) se quedan para otros individuos. El señor Cañadas, él sólo, se basta y se sobra para tejer una historia que atrae tanto en la forma como en el fondo.
El libro sigue el esquema del serial por entregas: consta de fragmentos cortos, llenos de acción más o menos dinámica, culminados con esos anzuelos narrativos ahora llamados por la masa borrega anglófila cliffhangers. Estos ganchos se repiten casi por norma al final de cada sección narrativa, si bien algunos de ellos quedan forzados (e incluso injustificados), lo que hace pensar en que si se quitaran no se perdería el interés por una historia por sí sola atrayente. Pese a ello el efecto global satisface: parece que estemos reviviendo el esquema narrativo de las novelas por entregas de la primera mitad del siglo XX, ese espíritu pulp que tantas satisfacciones brindó a incontables lectores.
Y en este detalle, el de sumergirnos en esa época en la que Lovecraft ambientó el grueso de sus obras, el libro acierta. No por nada estamos ante un libro que tiene en la portada al mismísimo Lovecraft. Siguiendo con los guiños al de Providence Cañadas emula su estilo de escritura. A lo largo de todo el texto nos encontramos con descripciones llenas de esos adjetivos superlativos y arcaizantes que tanto le gustaban al maestro. Pero ese estilo ‘florido’ no sólo se queda en las secciones del narrador: aparece en la forma de hablar del propio personaje de Lovecraft, que Cañadas nos los presenta como un individuo dotado de una verborrea tan enfermiza que flirtea entre lo patológico y lo ridículo. A eso hay que añadir la mentalidad del personaje, una especie de erudito desconectado de la realidad y el tiempo en los que vive. Dado que no me considero ni de lejos un experto en la figura de HPL no puede asegurar en qué medida ese retrato del creador del terror materialista se ajusta a lo que leído. Sé de la mentalidad introvertida y retraída de Lovecraft, cómo la figura de su madre y sus tías le influenciaron hasta el punto de volverle poco menos que asocial, algo que demostró con su fracasado matrimonio con Sonia Greene. Pero, cierto o no el aspecto que le da Cañadas, se me hace como mínimo entrañable y me obliga a sonreír, algo que ya supone un avance frente a mis lecturas patrias previas.
Junto a la figura de Lovecraft nos encontramos, para deleite de mi persona, a otros nombres famosos como Robert E. Howard, Arthur Machen, Frank B. Long, cada cual retratado y dotado de una personalidad propia acorde a sus obras. De nuevo no puedo asegurar si de verdad Howard era un vaquero tan echado para adelante como aparece en la novela, aunque la manera en que murió me siembra las dudas. Lo mismo podría decir de la actitud juvenil de Long o la amargada de Machen. Junto a estos personajes aparecen otras figuras de la vida de HPL, como sus tías o su ex mujer, que en conjunto permiten hacernos una idea de la vida familiar del genio de Providence.
Junto a la inserción de esos personajes reales Cañadas no duda en sembrar el libro de decenas de otros detalles: lugares geográficos, detalles de ambientación, incluso simples frases o guiños (ese ‘Providence soy yo’) que hacen que el conocedor del mundillo del pulp en el que se desenvolvió Lovecraft disfrute como un enano. Y ahí está el pero que comentaba párrafos atrás: Los nombres muertos no es un libro apto para cualquier público. Más bien todo lo contrario: para poder sacarle todo el partido uno debe antes haber leído mucho (y cuando digo mucho quiero decir mucho) del Círculo de Lovecraft y sus antecesores. A eso hay que añadir la presencia de otros nombres famosos como Aleister Crowley o Charles Fort (el diálogo con Fort, digno del infame Iker Jiménez o del incluso más repelente y vergonzoso Enrique de Vicente, pierde todo su peso si no se sabe quién es Fort y no se ha leído o al menos conocido su obra). Alguien que agarre el libro sin poseer ese trasfondo con mucha facilidad se sentirá perdido, inmerso en una serie de guiños que con toda facilidad no captará, o ni siquiera llegará a adivinar que están ahí.
Inciso: como se verá en esta reseña no he metido casi ningún enlace que explique términos. Ese es el espíritu de este libro: o sabes de qué se habla o andas perdido.
¿Estamos ante un error del autor o del editor a la hora de brindar al público esta obra? No lo creo: el problema (por llamarlo de alguna manera) se limita a que el libro está orientado a un sector de público muy concreto. Ni más ni menos. Eso hará que sea recordado entre un grupo de lectores, y de igual manera quedará ignorado por el resto. Por fortuna me encuentro entre ese grupo reducido de los amantes de Los Mitos, del terror confeccionado con amenazas descomunales, procedentes de tiempos pretéritos y apenas vislumbradas, horrores para los que la humanidad no se diferencia de una miserable cucaracha.
Vamos, que me ha gustado. Y mucho. No digo que sea perfecto (tiene sus fallos, como por ejemplo el que algunas escenas se vuelvan demasiado confusas debido al excesivo intento de lograr que acaben ‘con gancho’), pero sí mucho mejor que los engendros leídos en los últimos días. Tanto como para ponerle un 8. A ver si otros aprenden. O, mejor aún, desisten y abandonan en su penosa insistencia en llenar de pestiños las estanterías. Los lectores se merecen autores con estilo e ideas como Jesús Cañadas, no bárbaros juntaletras como… ya sabéis de quienes hablo.
A ver si un alma bondadosa me consigue El baile de los secretos, que me he quedado con ganas de más caña… cañadas 😛
Ea, ¡a Parla!
N.B.: acabo de descubrir que el señor Cañadas ha incluido en su sección de Reseñas un enlace a esta humilde página. Muchas gracias 🙂 Por añadirme y por permitirme pasar un buen rato leyendo el libro.