Archivos de la categoría Libros

El VICIO, con mayúsculas.

Premio UPC 2003

Hola, culebras.

Ya no me quedan en La Pila más UPCs por leer. Una pena. Debo hacer recuento y empezar a buscar los que me faltan. Pero antes de ello debo darle un repaso a este UPC 2003.

El libro empieza con la conferencia ‘Literatura abierta’, de Orson Scott Card. Se trata de un alegato de la literatura sencilla, llana, accesible, frente a la creada siguiendo estilos vanguardistas, incluso elitistas. Pero también suena a argumentación defensiva de los que tienen ideas (más o menos buenas) pero no tienen ni puñetera idea de escribir con un mínimo de estilo. Vamos, el eterno conflicto entre fondo y forma: ni hay que centrarse sobremanera en la forma (y en esto me viene a la cabeza ejemplos que se me hacen casi imposibles de leer, y mira que lo he intentado, como las poesía de Góngora o el Ulises de Joyce), ni dejarse llevar simplemente por la narración sin preocuparse de darle un poco de estética (y aquí entra buena parte de las obras hard, que de tan llanas parecen áridas, o de space-opera). Bueno, como conferencia se me hace flojilla, y su fondo de excusa (no sé escribir mejor y por eso me limito a esto) no ayuda a mejorarla. Le pongo un 6.

Tras la charleta del osito llega el relato ganador de esta edición: ‘Traficantes de leyendas’, de Jordi Font-Agusti. Y la primera en la frente: no lo he lanzado a la mierda por pura fuerza de voluntad. Que relato tan malo, por dios. Entrada le veo tres enormes errores:

  1. La base argumental, las leyendas como artificios para inventar un pasado histórico falso (unos antecedentes incluso a nivel de linaje), me parece una soberana estupidez. ¿Tendría de verdad mercado un producto basado en la creación de mentiras de tal bulto que a la primera de cambio, con hablar con cualquiera que tenga relación con el entorno real de la mentira, se desmoronan? ¿Y que hay gente capaz de pagar dinero (incluso fortunas) por eso? Ejemplo de diálogo que supone tirar por tierra toda la validez de la premisa del relato:
    • He pagado por creer a pies juntillas que soy hijo de la reina de Inglaterra Isabel II, y he pagado por ello un pastizal.
    • Pero si en los libros de historia no apareces.
    • Me da igual, he pagado una fortuna por creerme eso, y me lo creo.
    • El extremo del ridículo. Una despreciable exageración de Desafío Total, llevada al extremo.
  2. La excesiva inclusión de la política como gancho/guiño al jurado me parece fuera de lugar. Me importa un pimiento el independentismo (de hecho estoy en contra de todo independentismo/nacionalismo: sé que el futuro del Hombre está en la abolición del concepto Nación y la instauración del concepto Humanidad como Comunidad Global. Toma alegato al comunismo). Se enarbola la independencia de Cataluña y su sello ‘made in Catalunya’ como equivalente a calidad suprema a nivel mundial (joder con los aires de grandeza. ¿Superioridad de la raza aria? Una pamplina ante la raza catalana, que dominará por sí sola todo el universo), simplemente por el hecho de ser catalán.
  3. El estilo es malo y la traducción peor (a lo que se suma que hay numerosos gazapos de edición, lease no-galeradas). Juntos crean un engendro aburrido y sin gancho, con tremendos altibajos de ritmo, incluido el inevitable momento onanista. Me gustó mucho más leer ‘¿Quién necesita el panglos?’, que de igual manera trataba la identidad de Cataluña, pero desde una perspectiva menos chabacana y torpe.

Y ya no hablo más de este engendro, bodrio, basura, etc. Le pongo un 1, y mucho me parece.

Cuán diferente ha resultado leer ‘Polvo rojo’, historia a medio camino entre lo detectivesco (casi diría que cine negro), el space ópera y la aventura. Yoss (José Miguel Sánchez) no embarca en la persecución de un malvado alienígena fugado. ¿Quienes le persiguen? Nick Nolte y Eddy Murphy. Bueno, ellos no, sino sus clones del  momento, de relato: policía robótico y suigéneris, y un delincuente aún más extraño. Historia fresca, si bien no para tirar cohetes, que funciona y con un desenlace adecuado. Una pena que éste texto quedara por detras de la otra bazofia. Pero claro, no ensalza el potencial de la catalanidad como valor per se. Le otorgo un muy entretenido 7.

El tercer relato del volumen se titula ‘Sueño de interfaz’, obra de Vladimir Marfetán… digo, Hernández. Vladimir Hernández. o sé en quién estaría yo pensando, ja, ja. De nuevo un texto con toques de género negro, si bien en este caso el protagonista no es el persecutor, sino el grupo de perseguidos. Por desgracia el texto tira mucho hacia ese subgénero que detesto, el ciberpum. Y lo hace por desgracia aplicando las típicas triquiñuela de jerigonza pseudo informática para sacarse de la manga recursos, situaciones y soluciones. Vamos, otro Deus ex machina del copón. No está mal escrito hablando de lo relativo a estilo (salvando las numerosas faltas de principiante, presentes en todos los textos de este volumen, faltas que siguen a la vista debido a una muy evidente inexistencia de galeradas) y se deja leer pero el abuso de la trampa léxica ciberpumera, el ‘existe un problema y me invento una tecnología que lo soluciona’, no ayuda lo más mínimo. Por todo ello el relato se merece un 6.

Y voy con ‘Factoría cinco’, de Jose Antonio Bermudez Santos. Nos encontramos con una relato que podría ser mucho mejor y que por desgracia se queda en un quiero y no puedo. ¿Por qué digo esto? Por el tono, a veces demasiado desenfadado, y por las continuas (muchas veces cargantes) referencias y guiños al cine, literatura, música, televisión… parece que el autor ha jugado a meter más y más guiños. Chirría sobremanera el que en un mundo postapocalíptico se conozcan tantos nombres y referencias de cultura no sólo pop, sino casi underground. Y es un pena porque esa tontería empaña lo que podría ser una agradable historia al más puro estilo Mad Max, con una final sorpresa final… no lo digo, pero que en parte chafa el escenario que ha llevado el relato a lo largo de todas sus páginas. En definitiva, relatito agradable que se lleva un 6.

Acabamos el volumen con ‘Carne’ de Daniel Mares. El relato que no me ha agradado tanto como otros suyos que he leído antes, como por ejemplo ‘La máquina de Pymblikot’. Al principio resulta algo desconcertante e incluso cargante (sobre todo en cuanto a la manera de expresarse de los protagonistas) para luego acabar con una especie de debacle orweliana que lleva a un único final posible. Resulta curioso ver cómo los monstruos de ‘Carne’ son la idílica promesa futura de Hiperion. Que alguien junte a Simmons con Reyes y debatan esas dos vertientes tan iguales y al mismo tiempo tan divergentes del futuro 😛 Le pongo un 6.

El libro obtiene una nota en conjunto de 5’3.

Y por ahora nada más. Bueno, sí: que me he quedado en casa sin UPCs de los que suelo adquirir, de saldo. Con un poco de suerte encuentro por algún lado uno que no haya leído.

Adiós.

Lista de Reyes 2012

Hola, ofidios.

Por primera vez se me ocurre esto (qué idea más brillante y original, ¡válgame dios!), publicar la lista de los reyes majos. O en otras palabras: los libros que con mucha suerte espero comprarme/adquirir en los próximos meses… años… lustros… En definitiva, cuando pueda.

La lista ha ido creciendo con el paso del tiempo, con calma pero de manera constante. La actual, la ‘oficial’, la confecciono desde que poseo un cacharráfono (un trasto perfecto para tomar mininotas sobre la marcha) y crece a medida que veo en estanterías títulos que me interesan, o cuando me acuerdo de que existen, o al recibir comentarios positivos de ellos. Así, la lista crece y crece. Pero por contra hay que admitir que casi  no decrece: suelo conseguir los libros muy poco a poco, tirando en la medida de lo posible de ofertas y saldos. Esto reduce mucho el catálogo disponible, por supuesto,y da la casualidad que buena parte de los libros de la lista resultará difícil verlos entre los saldos, al menos a corto plazo. Pero aun así espero, poco a poco, ir sacando títulos de ella.

Así que aquí está la lista a día de hoy:

¿Se reducirá en algún título estas navidades? Espero que sí.

Por supuesto que admito comentarios, recomendaciones… y que me regale alguien alguno de ellos. O todos. Por soñar que no quede.

Un saludo.

PD: En breve pretendo organizar y listar La Pila. A ver si con un poco de suerte veo cómo en unos días engorda con parte del contenido de esta lista de 2012.

Editado 6/1/2012: Tacho los que me han caído. Los Reyes se han portado demasiado bien. Contaba con sólo un libro, y me encuentro con seis. Me he quedado sin palabras.

Richard Matheson – En algún lugar del tiempo

Hola, culebras.

Jamás de los jamases hubiera pensado que iba a acabar leyendo una novela romántica: ese género nunca ha sido de mi agrado por lo baboso, ñoño y ridículo que (en base a lo que se deja entrever en sus contraportadas) se esconde en sus páginas. Todavía recuerdo cuánto repelús me daba la estantería de una amiga, repleta a rebosar de novelas de lomo rosa (la chica debía tener cerca de un par de centenas de Jazmines y similares), con portadas clonadas unas de otras (siempre el galán tipo Ken con la jamona de turno entre sus brazos). Pero a ella le encantaba todo eso, y no podía evitar de vez en cuando ir a buscar más algún kiosko o tienda donde tuvieran más de esas novelitas, sin importarle si eran nuevas o de segunda mano. Una auténtica forofa del género vamos.

Todo lo contrario que yo.

Y en eso que hace unos días consigo a precio de saldo En algún lugar del tiempo, de Richard Matheson. Me compré el libro sin mucha seguridad acerca de su contenido, pero es que el cholloprecio lo hacían  comprando cuatro volúmenes… y éste tuvo que entrar con los otros tres que sí quería adquirir. Y que era un Matheson, sí, el genio culpable de Soy leyenda y ‘Vampiro‘, entre otras maravillas. ¿Por qué, si he comprado tres que creo que me van a gustar y uno que no tengo ni puta idea de si va a hacerlo, empiezo las lecturas por éste último sumergiendo al resto en La Pila? Pues porque era finito. Joder con lo lógica y argumentación para escoger un libro de entre el mogollón de La Pila 😛

Por una razón u otra, a cual más tonta, la cosa es que esta mañana he acabado de leer En algún lugar del tiempo. Y vaya que me ha costado no tirarlo a la basura, sobre todo al final. Me parece una auténtica estafa considerar esto ciencia ficción, y me habla muy mal de la seriedad de los World Fantasy Awards: sí, este pestiño se llevó el premio en 1976.

Por mucho premio, por mucho estar editada en una colección de género, por mucho que lo digan en la contraportada, en esta obra la ciencia ficción luce por su ausencia. ¿Que hay un viaje en el tiempo? Sí, lo hay, pero el propio viaje es lo de menos: no aporta nada de nada a la historia. Más aun, el viaje en el tiempo se ‘justifica’ (y las comillas deberían tener un tamaño descomunal) sólo porque el protagonista se enamora de la foto de una mujer ya muerta. Si se tratare del retrato de una mujer que vive al otro lado del mundo y el viaje consistiera en viajar así, de punta a punta del mapa, no habría diferencia en el resultado de la novela.

Y es que en En algún lugar del tiempo lo importante, la trama principal, se reduce a una historia común y corriente, como las que hay todos los días en cualquier parte del mundo: el flechazo vivido por una pareja, un arrobamiento poco menos que animal. En definitiva, una historia de adolescentes para adolescentes (y para adolescentes de sexo femenino, todo sea dicho de paso).

Punto y pelota, nada más.

Estilísticamente hablando la novela se divide en dos partes bien diferenciadas: una primera redactada en un supuesto vuelapluma (transcripción de una grabación realizada en un magnetófono). Esta parte acierta de pleno en su realización al brindar al texto una sensación de presteza, urgencia, desesperación, incluso obsesión, captando muy bien el estado mental del protagonista. Luego está la segunda parte, de más extensión, ya redactada en un estilo más literario. Y ahí es donde Matheson la caga: no sólo porque a mí no me guste el rollo romanticón y baboso (que lo hay, y mucho), sino porque la novela se convierte en una sucesión casi obsesiva de detalles, de paja, de minucias descritas que no aportan nada a la historia. Es que incluso describe los menús del restaurante, por dios. Excesivo. Innecesario. Pero si Matheson no mete todas esas palabras, todas esas páginas y páginas de descripciones minuciosas, todos esos discursos de lo que piensa, sufre, vive el protagonista… sin esa enorme cantidad de paja el libro no llegaría a tener la extensión que posee, quedándose en un simple relato de extensión media.

No me voy a explayar más en este libro. Con él ya he leído literatura romántica por el resto de mis días. Le pongo un 3 (nota totalmente subjetiva debido a mi odio al género: a saber lo que opinarían de esta novela los amantes de lo romántico. Para ellos).

Un saludo.

Ramsey Campbell – Reencarnación mortal

Hola, culebrillas.

Hace mucho tiempo, quizá demasiado, que no leo un libro del maestro Ramsey Campbell, el escritor que en mi opinión mejor es capaz de crear ambientes de tensión, de sensaciones de acoso o acecho. En definitiva, el maestro de la inquietud y el desasosiego.

Aun recuerdo la maravillosa e impresionante sensación que transmitía El sol de medianoche, el que hasta ahora me parece su mejor libro. Luego llegaron Imágenes malditas, Cartas malditas, La secta sin nombre, Ultratumba… entre unos y otros hay grandes diferencias de calidad, encontrando los dos extremos entre los textos ‘malditos’, el mejor el de Imágenes, el peor el de Cartas.

Pero eso era hasta ahora. Tras leer Reencarnación mortal los extremos de valoración de la obra de Campbell alcanzan un nuevo umbral… inferior. Porque el libro es malo. Malo con avaricia: un simple refrito de obras anteriores en las que Campbell se limita a repetir esquemas, situaciones y técnicas, todo ello basado en un argumento inicial que por sí sólo resulta muy endeble: la mezcla de sueños proféticos con pesadillas que sufren un reducido grupo de personas. Como digo, esto como base de una historia de terror (siempre y cuando no derive en fantasía oscura), resulta escaso. Tan escaso que el autor se dedica la inmensa mayor parte de la novela a generar un intento de ambiente incómodo pero sin tener mucho que ver con la premisa inicial entrevista en el prólogo.

Así lo que tenemos entre manos es una especie de novela río en la que personajes de vidas distintas, casi todas ellas totalmente divergentes, avanzan de manera casi paralela hacia un final nada claro. Pero el detalle de ‘paralelo’ es exáctamente eso: no se encuentran puntos de unión entre todas las historias, pasando páginas y más páginas con escenas que no aportan nada al resto.

Y lo peor es que, llegados al desenlace, nada de cuanto se ha narrado en los varios cientos de páginas previas sirve de nada. Porque nos encontramos ante un desenlace confuso, mal explicado, apresurado. Campbell no destaca precisamente por explicar mucho lo que esconden sus tramas (al contrario que otros, como Stephen King); más bien al contrario, deja siempre una muy interesante ‘zona de vacío’ que obliga a lector a imaginar. Vamos, que con Campbell un buen final es uno que deja cabos sueltos, e incluso una mezcla de cinismo y mala leche. Pues bien: nada de esto hay en Reencarnación mortal. La no-explicación del desenlace apunta a que sencillamente ni quiso o (lo que me temo) no supo. El enlace entre las pesadillas, lo que sucede en la casa, los tejemanes de Sage y lo del final resulta tan brumoso que directamente no resulta. Para más cachondeo hay un final feliz. Vamos, que el libro es un puñetero encargo para pagarse lentejas.

Escenas deshilvanadas y tópicas (muy usadas en el resto de su, pero sin la magia del continuo ‘te aprieto y te atenazo más hasta asfixiarte’), acontecimiento que afectan a los personajes sin un rumbo marcado, conclusión confusa con origen del mal apenas dicho en tres frases (al parecer un personaje de peso, Sage, sabía todo de todo, formando parte del mal, pero sin embargo no toma un papel de peso en el desenlace final, ni propicia una escena aclaratoria ni similar), final asquerosamente feliz (que incluye una notitta a modo de apostilla que no remata).

No puedo evitar hablar de la solapilla izquierda: directamente para matar al editor o, por lo menos al director de la colección. ¿Cómo se puede permitir editar una solapilla que destripa todo el libro, hasta su final? Para matarles, tal cual: para matarles.

Por todo ésto (por lo flojo y maquinal del libro, por muy Campbell que sea) le otorgo un triste 5.

Un saludo.

PD: Muy triste la frase de Straub en la contraportada. Ese tipo de aportaciones, sin duda a base de talonario, flaco favor le hacen tanto al que la firma como al que la recibe.

C. J. Cherryh – Rimrunners

Hola, oficios.

Tras el libro patrio, prácticamente recién comprado, agarro uno que lleva en La Pila prácticamente quince años. La verdad es que de esta mujer, la señora Cherryh, sólo había leído antes un libro (El orgullo de Chanur), y no me apasionó mucho precisamente. Ahora retomo a esta autora con Rimrunners, otra novela que de entrada parece que pertenece al mismo género, el space–opera de aventuras más o menos trepidantes.

Una vez abrí las páginas del libro, y saltándome la muchas veces desacertada introducción de Barceló, me encuentro con la primera bofetada: una especie de introducción ‘para colocar al lector en situación’, que más que picarme con la lectura hizo que me entraran ganas de lanzar la novela directamente a la basura. Pero bueno, no es el tema crucificar todo un texto por sus primeras tres páginas, así que seguí leyendo.

Rimrunners empieza recordando en cierta medida Las estrellas mi destino, con un protagonista desesperado, en situación casi extrema, sólo y necesitando aferrarse a un tablón salvavidas, cualquiera que sea éste. Cómo no, el flotador llega y al cabo de las páginas nos encontramos leyendo una novela de ciencia ficc… ¡no! ¡Lo que tenemos entre manos no es sino una historia naval! Toda la obra se reduce a las relaciones entre diferentes miembros de la tripulación y sus superiores. Por un lado tenemos el protagonista, un marino de pasado militar, obligado a esconder esos antecedentes militares dado que, huyendo de una reyerta tabernaria, se ve obligado a enrolarse como grumete en una nave pirata; un capitán distante, perdido en su camarote pero capaz de evaluar a su tripulación con ojo de halcón; un tiránico y conspirativo contramaestre, encargado de crear y fomentar camarillas afines a él, apuntalando un sistema de poder alternativo al del viejo; un jefe de máquinas duro pero al mismo tiempo comprensible y conciliador; una tripulación esquiva y celosa de la extraña y especial intimidad que se da bajo cubierta, pero que al mismo tiempo puede llegar a mostrarse acogedora con el recién llegado. Y como pincelada colorista final de este retrato marino, tenemos a Ben Gunn.

Aparte de que este libro no pertenece al género de la ciencia ficción sino al de la novela marítima, decir que está escrito de una manera en exceso indirecta. Sí, esto merece una explicación: la narración es en una tercera persona demasiado vinculada a la manera de pensar de la protagonista. Todo se ve según sus ojos, y se narra desde un punto de vista y una experiencia absolutamente personal. Tanto es así que muchas veces suceden cosas aparentemente habituales y cotidianas para el personaje, y así se describen, pero que para mí como lector no son ni de lejos conocidas. Lo malo es que la autora se refiere a esas situaciones y conocimientos de una forma tangencial, cuando se da el caso de que demasiadas veces la naturaleza de dichas situaciones tiene un peso importante, si no vital, en el desarrollo de la trama. El lector queda expulsado de parte, o incluso todo, el significado de esas circunstancias y sus consecuencias, lo que hace que la lectura quede desvirtuada. Esto se convierte en ya un caos absoluto en la parte final del libro, llegados a la batalla final, cuando se mezclan las esquivas descripciones de los desplazamientos de los protagonistas por los muelles de la base con otros internos en la nave: alguien no entendido en temas de distribución de espacios en amarres espaciales y en naves de carga, en sistemas de alimentación de combustible, en combate con armadura espacial, etc., acabará totalmente perdido. Sí, la protagonista sabe de sobra cómo se organiza todo eso, y las reglas de comportamiento que un ataque con armadura en ese entorno puede suponer, pero que ella lo sepa no quiere decir que lo conozca el lector: es labor del autor hacerle cómplice para que lo pueda ver y captar en toda su realidad.

Sí, todo esto puede resumirse en pocas palabras: como escritor no me quiero pringar en dar detalles que luego me incriminen ante un público exigente. Pues bien, ante eso no des detalles, pero al menos sé capaz de hacer para el lector la escena atrayente y visual, y no esconderte en ‘como se supone que mi protagonista sabe de todo eso no lo verbalizo’.

Esa impresión de estar off de lo que se cuece en la novela (al menos a mí me ha pasado, que no soy capaz de comprender la importancia de los distintos turnos, la distribución de una nave como la descrita en la novela, o las complejas normas no escritas de las relaciones y subordinaciones existentes en una tripulación de un marino de pesca de altura) hace que no se disfrute. Por todo ello le pongo a la novela un muy raspado 5.

Un saludo.

Juan Antonio Fernández Madrigal – Fragmentos de esfera

Hola, ofidios.

Sé que es tarde, de hecho cuando ya ha cerrado, pero por primera vez leo un libro de NGC Editorial (sé que si Pili me pilla me mata). Pero mejor tarde que nunca, así que ahí va mi opinión tras leerme Fragmentos de esfera, de Juan Antonio Fernández Madrigal.

La verdad es que gracias a mi pésima memoria ahora mismo no recuerdo ningún contenido de los relatos de este autor, y eso que sé positivamente que a mis manos han llegado varios textos. De esa manera he leído este libro, se puede decir que con la mente virgen, con todas las ventajas y perjuicios que ello puede suponer. ¿Perjuicios? Sí, perjuicios. ¿En qué sentido? Pues en que la novela está inmersa en todo un ciclo que por lo visto ya está maduro, muy maduro. Esa circunstancia tiene sus pros (universo coherente y con trasfondo) y sus contras (que un lector nuevo no sea capaz de captar todos los detalles y significancias en el texto). Un buen autor puede hacer brillas los pros salvando los contras, sobre todo mediante más o menos pequeñas pinceladas de ese bagaje histórico.

Nota: al final de la novela hay una pequeña cronología de lo sucedido en ese universo ficticio y a uno se le queda cara de pasmo al ver todo lo que se dice que ha pasado a lo largo de los siglos, lo poco o nada que de esos acontecimientos se deduce en la historia, y por tanto lo poco que aporta dicho resumen.

¿Qué sucede con Fragmentos? Pues que no se logra ese equilibrio entre pros y contras, quedando un lector como yo –nuevo en ese ciclo– bastante descolgado, sobre todo al principio. Esta situación se agrava debido a que el primer protagonista sufre un problema de memoria (si no te conoces el universo de la novela ir de la mano de un enfermo de Alzheimer no es precisamente la mejor forma de avanzar) y a que todo se narra mediante primera persona, en una suerte de monólogo interior continuo. El recurso estilístico del monólogo interior se usa de manera continua a lo de toda la novela, resultando demasiadas veces cargante por las excesivas divagaciones del sujeto… defecto en el que el autor puede caer con suma facilidad por la propia naturaleza de dicho recurso. Esa visión en primera persona sesga la percepción que el lector tiene del universo que rodea al personaje, lo que de nuevo dificulta la toma de contacto con el entorno en el que éste se mueve. Así el lector no se entera de qué va el conflicto de fondo hasta pasadas demasiadas páginas, y eso haciendo a veces un alarde de imaginación/extrapolación: como resultado final el libro no resulta accesible para un lector no aficionado a la ciencia ficción.

A lo largo de las páginas vivimos en primera persona las peripecias de cuatro individuos, con el hándicap dos de que dos de ellos tienen serias limitaciones mentales. Ese detalle dificulta más aun la toma de contacto del lector con el universo de la novela, en tanto y cuanto que no sólo tiene que imaginar un mundo nuevo, sino que debe ejecutar esa tarea a través de los ojos de criaturas imperfectas (el monólogo interior de ambas no está del todo mal llevado, lo que repercute en una visión más sesgada y deformada, si cabe, de su entorno).

Vamos, que el autor se mete, él solito, en un desproporcionado berenjenal. ¿Sale bien del mismo? Por desgracia hay que decir que no. Avanzamos página tras página y llegados al final nos encontramos con un final que no es tal, con una situación mal explicada, o que al menos yo no he podido comprender. Un simple detalle que se describe en la penúltima parte de la obra no se explica en la última: ¿qué estalla en la telaraña? Se intuye una respuesta a esta pregunta, pero de una tan esquiva que no me sirve. Por no mentar que ese supuesto final no es sino un punto y seguido de algo más grande: la obra parece, más que un todo cerrado, un inicio de una historia más grande. ¿Tenía el autor algo así en mente, o se vio obligado a cortar por lo sano ante una imposición editorial? Lo ignoro…

Fragmentos me parece una obra que ha querido mostrar mucho, quizá demasiado, y que no ha sabido llevar al lector a ese impresionante mundo que sin duda es la Tierra bajo la Telaraña. ¿El error cometido? A mi entender un defecto de forma: la prosa intimista de Fernández Madrigal ha acabado devorada por sí misma, perdida en la reflexión interna, incapaz de describir bien ese universo. Si hubiera intercalado el monólogo interior con la tercera persona seguro que el texto hubiera ganado. Pero esto es lo que hay, y ya no se puede cambiar. Una pena. Espero poder leer otra novela más equilibrada del autor.

En definitiva, Fragmentos de esfera se me ha revelado como un libro de lectura exigente (no digo se trata de un texto difícil, pero sí de uno que obligue al lector a extrapolar datos en base a su experiencia lectora en cuanto a ciencia ficción) y por eso mismo mala elección para un primer volumen de una colección. Mal que me pese, un texto como éste no engancha a la media del lector, no digo del lector genérico, sino incluso del de ciencia ficción. Y eso por mucho que se trate en parte, como dice Pilar en la introducción, de una nueva visita a esa maravillosa obra titulada Frankenstein de Mary W. Shelley. Es que se deja llevar por la pasión y pasa lo que pasa: que se encuentra uno editando un texto que bien podría ser un segundo o tercer título de una colección, pero no el debut de la misma… y a saber si eso espanta a algunos lectores.

Con todo le otorgo a la novela un 6.

Un saludo.

P.D.: Que conste que, aun con esta reseña no del todo positiva, me apena conocer cómo ha acabado el proyecto editorial de Pilar Barba. Toda una pena que la cultura no comercial termine de esa manera. Estoy hasta los cojones de ver programas como Página 2 en los que mindundis consiguen editar sólo por ser periodistas, traductores o similar: cada vez me parece el mundo editorial más un gueto al que se entra por contacto o ‘carnet de x’ que por calidad de texto. Y eso sin meterme a comentar autores y obras de moda.

Robert E. Howard – Conan el vengador

Hola, ofidios.

Otro libro de la serie de Conan para dentro. En esta ocasión Conan el vengador, un texto que si bien en la tapa pone que es de Howard realmente fue escrito por otras personas, en concreto por Sprange de Camp y por Björn Nyberg. Lo que sí que pertenece a la pluma del texano es la segunda parte del ensayo sobre la Era Hiboria.

En general el texto de la novel es una patata lineal, simplona y ‘todo para adelante’: no hay ni intriga, ni tensión, ni nada de nada. Bárbaro llega a un sitio, bárbaro se encuentra con antiguos colegas (o los hace gracias a su increíble don de gentes y lenguas), bárbaro los lidera, bárbaro arrasa. Entre medio el bárbaro, muy fiel esposo, se tira a varias jamonas. Y punto final. Una historia infantil que nada tiene que ver con las joyas que Howard escribió.

Vamos, un pufo de tres pares de narices que sólo se hace agradable a los fans de Conan como yo.

El ensayo de Howard recuerda un poco al Silmarillion de Tolkien, sino no fuera porque se centra demasiado en la manera en que se derrumbó la Era Hiboria, hecho que se narra sin esa riqueza de detalles propia de Tolkien.

Se lleva un 3, y mucho me parece.

Chao.

Greg Bear – La ciudad al final del tiempo

Hola, culebras.

Hace ya bastante que no leía nada de Greg Bear. Las pasadas navidades, cuando vi en la estantería de una librería este libro, su título me llamó la atención: me recordó a Eón, libro que leí hace ya mucho y que no me dejó mal sabor de boca. Así que me compré esta La ciudad al final del tiempo. Durante unos cuantos meses ha estado amontonada en La Pila hasta que ahora le ha llegado su momento.

Cuando abrí sus páginas esperaba introducirme en una historia de ciencia ficción en un futuro más que remoto extremo. No por nada se habla de ‘el final del tiempo’. ¿Algo como El mundo al final del tiempo, de Pohl? Pues seguramente sí, me imaginaba algo en cierta medida similar.

Pero iba a ser que no. La ciudad al final del tiempo dista de parecerse a la obra de Pohl. Incluso ni siquiera puede calificarse como ciencia ficción propiamente dicha.

¿Qué sucede con esta ciudad? Pues que el conjunto entero del libro podemos decir que es un homenaje a diversos autores, principalmente a mi querido William Hope Hodgson, si bien hay más referencias directas, indirectas o sospechadas a otros autores.

Empezaré por la primera, la más poderosa y descarada: la de W. H. Hodgson. Toda esta obra de Bear supone una especie de reescritura–homenaje a esa descomunal e interesantísima (en cuanto al fondo, que no en lo relativo a la forma) epopeya de Hodgson que es El reino de la noche. Los paralelismos saltan a la vista a las pocas páginas, en cuanto se describe la ciudad de El Kalpa y lo que la rodea. Las similitudes se van acrecentando a lo largo de la novela, hasta llegar a un punto cumbre de homenaje al autor inglés cuando le menta de manera bastante directa: uno de los protagonistas secundarios de la historia habla de cómo persiguió a un soñador que escribió acerca de un reducto muy similar a El Kalpa, soñador que murió en una guerra (Hodgson murió en el frente durante la Primera Guerra Mundial).

Pero como he dicho las referencias y relaciones con otros autores no se quedan en el autor de Essex.

Otra muy fuerte es la de Borges, sobre todo en lo relativo al uso de las bibliotecas y el concepto de ‘biblioteca de Babel’. La palabra Babel se repite asociada a las bibliotecas que se describen en la obra, e incluso en por lo menos una ocasión se nombra al argentino.

Hasta aquí las referencias más directas, pero hay otras más sutiles si bien no menos presentes.

Por ejemplo la manera en la que se describen a ‘los malos’ le recuerda a uno fuertemente al estilo de Clive Barker. Esa maldad retorcida y sucia, deforme y purulenta. Incluso los nombres (como La Polilla o la Princesa de Caliza) recuerdan al tan visual autor inglés. Incluso hay un momento en el que pensé en Yzordderrex (de su bastante digna del olvido Imajica) al tratar de imaginar El Kalpa.

Luego está la para mí bastante clara influencia de Michael Ende, sobre todo a la hora de describir las infestaciones que El Tifón hace dentro de la ciudad. Bear parece describir de manera casi idéntica el efecto de La Nada, el mal que amenaza Fantasía en su inmortal La historia interminable. Por otro lado Bear también insiste en el poder de la palabra (y por extensión de los libros) como fuerza creadora y sustento de la realidad, al igual que la Hija de la Luna enseñó a Bastian.

No se puede uno olvidar, en un libro que habla de la lucha contra el caos, de Michael Moorcock. La manera en la que el caos aparece en la novela recuerda muchísimo a la que el inglés  usa, sobre todo en los viajes de Elric. Por no mentar que el objetivo de la búsqueda de los protagonistas tiene cierto aire de Tanelorn, sobre todo cuando la describe como ciudad neutral que intenta mantenerse aparte de disputas y que sirve de refugio a los exiliados de todas las facciones. Vamos, Tanelorn.

Para acabar no puedo evitar mentar a Stephen King. A lo largo de la obra se hacen varias referencias a algo que casi parece Torre Oscura. En plan ya muy rebuscado juraría que hay ciertas insinuaciones de algo semejante al Rey Carmesí (o incluso al Rey En Amarillo, de Chambers), sobre todo por la manera de describir a ‘la hermana mala’.

Pero bueno, dejémonos de las posibles influencias del libro. ¿Qué nos encontramos en La ciudad al final del tiempo? Pues de entrada muy poca ciencia ficción, o mucha, si nos ceñimos de manera estricta a la tercera ley de Clarke. Vamos, que el libro más que nada pertenece a la fantasía, o como mucho a la fantaciencia.

Como trama poco hay que decir, la relación con la obra de Hodgson resulta tan extrema que no resulta nada difícil intuir el final, o algo muy cercano al mismo. Alguno de los paralelismos con el libro del inglés son poco menos que mosqueantes, como el caso de El Testigo y su clara influencia con respecto a los vigilantes de ‘El Refugio’, o la situación casi final con respecto al segundo refugio. Los paralelismos con el clásico, al menos, no resultan tan sangrantes como en otros casos. El libro avanza con lentitud, quizá con demasiada, tanto que a mitad del mismo todavía uno está esperando que ocurra algo importante. Se va saltando de un personaje a otro sin acabar de generar tensión, y en caso de algunos quedan mal explicadas sus habilidades. Al menos a mí no me cuadra lo del desplazamiento. Todo está explicado sin pillarse las manos, más aduciendo a la magia que a la ciencia, lo que en mi caso personal supone un lastre, un ejemplo de vaguería y poco compromiso del autor. Además al inicio del libro nos encontramos con que el autor disfruta de su momento onanista cuando describe de una tacada el entorno (más que nada las últimas edades del universo) que preceden a la instauración de El Kalpa.

Detalle quisquilloso: la manera de tratar el caos de nuevo peca en lo mismo que pecó Moorcock, equiparar caos con maldad. ¿Por qué autor tras autor se empeñan en meternos en la cabeza que lo aleatorio sólo puede significar maldad y corrupción? ¿En ese inacabable abanico de posibilidades nunca cabe algo positivo o bello? La ley y su estricta tiranía pueden ser tan terribles como el absoluto caos (idea que ya esbozó el propio Moorcock, para luego olvidar en sus textos). Entre la panoplia multicolor del caos puede tener su sitio oasis de bondad.

La edición que he comprado esta digamos que… mal. Bastante mal: bolsillo con numerosas, demasiadas, erratas. Al principio pensé que se trataba de un problema del traductor, Pedro Jorge Romero, pero al cabo de las páginas y más páginas de errores no sólo ortográficos sino incluso sintácticos sólo me queda pensar que se trata de una versión sin corregir, sin galeradas. Un nuevo triunfo para la profesión de editor.

En definitiva se trata un libro para pasar el rato, y para el que debes armarte de un poco de paciencia, sobre todo al principio. Insisto en que aunque lo vendan como ciencia ficción (así está encuadrada dentro de la editorial) pertenece más bien a la fantasía o a la fantaciencia. Nada que ver con un Clarke, Forward o Benford, por ejemplo. Si te gustan los autores a los que homenajea le encontrarás un cierto puntillo gracioso. Como nota le pongo un seis apuradito, que ya es bastante.

Adiós.

J.G. Ballard – La exhibición de atrocidades

Hola, culebras.

Al coger este libro de la pila buscaba una compilación de relatos cortos o muy cortos, algo que no supusiera mucha dedicación. Vi el libro era finito, y por el índice deduje que los relatos no poseían una extensión muy grande. Y empecé a leerlo sin imaginarme lo que encontraría al paso de las páginas: uno de los textos más rallantes que ha pasado por mis manos en todos estos años. Sí, lo sé, se trata de Ballard, autor de por sí ya bastante personal en cuanto a estilo y temática; pero con La exhibición de atrocidades digamos que se supera.

Escrito en 1969 el texto realmente se encuentra inmerso en el contexto cultural hippy, la experimentación y las ‘idas de olla’. Porque a mi manera de verlo todo el texto es una auténtica ‘ida de olla’ de Ballard, una muestra de sus obsesiones (Ralph Nader, los Kennedy, los choques de coches, su anómala visión del sexo, las zonas de hormigón y ruinas urbanas, los efectos del bombardeo de Hiroshima, etc.), todo ello de la mano de un estilo de escritura que se podría decir que flirtea con el monólogo interior de un demente. Todo muy experimental, vamos. El lado más experimental lo tenemos en ‘Las Generaciones de América’, texto en apariencia sencillo pero bajo el que se esconde un puñal: el ciudadano común, con el asesinato como vehículo, se convierte en el alma de todo un ¿país, continente?

Este libro casi psicopático o esquizoide carece de una línea temporal concisa, y en él el desarrollo de los acontecimientos no discurre de la manera habitual o natural. Los diversos ‘episodios’ en los que se dividen los relatos más que narrar hechos describen sensaciones, impresiones o subjetividades, configurando un estado mental casi de alienación. Al menos eso es lo que me ha pasado a mí (decir que gracias a esa alienación he conseguido que mientras he estado leyendo este libro ha aumentado muchísimo mi producción de microcuentos para @loumbrio: es que casi cualquier cosa ‘fuera de lo normal’ con la que me topaba me daba pie a una microhistoria. Ya tengo una pequeña batería de tweets en la reserva para cuando no consiga inspirarme).

¿Qué he sacado en claro del libro? Aparte de las obsesiones del señor Ballard poco más. Admito que no soy un erudito capaz de sacarle disfrute a esta obra, ni me da para realizar un análisis profundo de un texto que admito no he podido comprender. Aun así he podido encontrar algunas imágenes preciosas, impresionantes, como por ejemplo el uso de la superficie de Enneper como metáfora sexual. La lectura del libro mejora mucho si tienes a mano material de referencia, como por ejemplo una enciclopedia, para descubrir el qué y el quién de muchas de las referencias que aparecen el texto.

Una vez acabado tendría que ponerle una nota, como al resto de libros que leo, pero para este esa tarea se me hace muy complicada. Si tuviera en cuenta las veces que he tenido que levantar la cabeza del texto agotado por la lectura le pondría un 2, poco más; pero si me fijara en la fuerza y efectividad alienante de alguno de los pasajes debería otorgarle un 10. ¿Qué hago? Se trata de un libro tan extraño y personal que me atrae y me repele. Lo valoro con un 6, si bien seguro que si me preguntan cien veces podría darle cien notas distintas, dependiendo del punto de vista desde el que le recuerde.

Adiós.

AA.VV. – Felices pesadillas

Hola, ofidios.

Vaya mazacote de libro éste del que voy a hablar hoy. Felices pesadillas, con el subtítulo de ‘Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003)’ reúne un total de cuarenta relatos de otros tantos autores, en su mayoría clásicos en el género fantástico.

Pese al grandilocuente subtítulo de la obra, por desgracia hay que decir que un número demasiado alto de ellos no encaja con ese supuesto criterio de ‘lo mejor publicado’. Para más inri hay algún relato que no encaja con el género terrorífico, y otros directamente no son, ni de lejos, de lo mejor del autor aparecido en Valdemar.

Pero vayamos a un desglose al detalle de los contenidos.

  1. La compilación empieza con un relato del para mí siempre fallido e insatisfactorio E.T.A. Hoffman, ‘Vampirismo’. Nos hallamos ante un texto ñoño y terriblemente mal envejecido, demasiado encasillado en el gótico más clásico. El género me gusta, pero ya evolucionado, cuando se desquita de esos fantasmas del romanticismo y la inocencia que poseía en sus etapas iniciales (Otranto y demás). Sé que debería ponerme en el lugar de un lector de inicios del siglo XIX, pero es que lo comparo con El monje y… vamos, como tratar de equiparar a Dios y un mendigo. El aplico un 5.
  2. ‘Las aventuras de Thibaud de la Jaquière’, de Charles Nodier, es un relato agradable al que le pesa el final en exceso moralizante tan de la época. Le pongo un 6.
  3. Y con el tercer relato del libro ya empiezan las cosas raras en esta recopilacón. El magnífico texto de ‘Rip Van Winkle’ sin lugar a dudas pertenece ya al clásico de la imaginería si no universal al menos si norteamericana (lo que para nuestra desgracia queda cerca de lo universal). Una relato muy bien llevado pero que ¿qué demonios pinta en una recopilación de terror? Me parece magnífico que quieran difundir la obra de Washinton Irving, pero colar este relato en la compilación queda fuera de lugar. Aun así, un 7 por la muy interesante historia.
  4. Uno de los grandes de la literatura del XIX, y grande con letras mayúsculas, hace su aparición en la compilación con ‘El elixir de larga vida’. Por desgracia el maestro realista Honoré de Balzac no logra demostrar habilidad en lo relativo al género del terror, componiendo un texto torpe por la excesiva descripción que rompe el ritmo. Además el final resulta exceso lento y poco efectivo debido a la extrema inverosimilitud del mismo. Que se lleva un 4, vamos.
  5. Y seguimos con los pesos pesados de las letras francesas: le toca el turno a Alexandre Dumas (padre). Definir a ‘La bofetada de Carlota Dofay’ como relato de terror quizá suponga demasiado: más bien se podría decir que es una anécdota que guiña a lo macabro, a lo morboso, una pincelada relativa a un periodo tan convulso como la Francia de finales del XVIII. Por desgracia, y de esto no creo que tenga la culpa Dumas, hay una discrepancia entre los nombres, del título al cuerpo del texto: en uno es Carlota, en otro Charlotte. Por su sinsustancia le pongo un 5.
  6. Saltamos de Europa a los Estados Unidos para, de la mano de Nathaniel Hawthorne, conocer a ‘El joven Goodman Brown’. Texto agradable, lleno de mala baba, por desgracia en su final se diluye un poco. Le pongo un 7.
  7. La inclusión del relato ‘Los hechos en el caso del señor Valdemar’, de Poe, supongo que se deberá a un gusto personal del editor, dado que la editorial recibe su nombre del mismo. El relato no es mi favorito de Poe (‘El corazón delator’ o ‘La narración de Arthur Gordon Pym’, por ejemplo, lo superan) pero aun así supone un magnífico del buen hacer del de Boston. Un texto soberbio cuya calidad (hablando del género del terror) queda muy por encima de los anteriores, carente de mojigatería alguna. Sólo puedo otorgarle un 9.
  8. Téophile Gautier nos presente ‘La muerta enamorada’, una historia con clara influencia de ‘El monje’. Agradable lectura que, sin embargo, sufre de una moraleja final. Se lleva un 6.
  9. A continuación nos llega un clásico entre clásicos dentro del género: ‘El guardavías’ de Dickens. Poco decir de este soberbio texto: de corte moderno, adelantado a su tiempo. Le pongo un 8.
  10. Joseph Sheridan Le Fanu aporta su granito de la compilación con ‘Schalken el pinto’. El cuento goza de una tensión y una ambientación interesantes y efectivas, llenas de detalles inquietantes. Sin embargo la expectación generada a lo largo de la lectura queda insatisfecha ante un final en exceso vago y sin atar. Aun con todo le aplico un 7.
  11. El dúo formado por Erckmann y Chatrian nos trae ‘La araña cangrejo’, un relato que tiene un enorme, descomunal pero: ¿de dónde narices sale la criatura? Esta especie de precuela decimonónica de Arachnophobia hubiera ganado muchísimo con un pequeño apunte que justifique la presencia del animal tan lejos de su medio ambiente original. Al final le otorgo un 6.
  12. Si no me equivoco éste es el primer texto de Wilkie Collins que leo y me ha sorprendido lo deudor a Poe que resulta este ‘Una cama terriblemente extraña’. Supongo que de Collins destacarán otros textos, no éste. Un 6.
  13. Fritz-James O’Brian nos aporta ‘¿Qué es eso?’, un relato al borde de lo ‘fallido’. Destacar de él dos defectos: la construcción de la criatura deja bastante que desear, sobre todo en lo relativo a su comportamiento y objetivos, a lo que lo mueve, que no queda nada claro (al contrario parece un absoluto sinsentido); por otro lado el final de la narración carece de gancho o de giro, reduciendo el texto a la transcripción de una anécdota más o menos bien narrada. Le pongo un 5 y va que chuta.
  14. Regresamos en el tiempo, al menos estilísticamente hablando, con Claude Vignon y ‘Los muertos se vengan’. Nos encontramos con el embrión de un relato de zombis, cuento echado a perder por su estilo en exceso decimonónico. Aun con todo se agradecen algunos detalles, como el de la antropofagia, lo que le hacen llevarse un 6.
  15. De nuevo regresan los pesos pesados. Entre en el ring el cínico Ambrose Bierce con su ‘El clan de los parricidas’. Del texto podemos decir que posee un estilo magnífico, muy actual, dinámico y absorbente. Pero de nuevo no es terror. Es una especie de distopía o un universo paralelo, pero en el que no hay terror alguno. Es en ese detalle donde las historias se desmoronan una tras otra: el universo en el que se tejen no se mantiene, no es ni de lejos creíble. Sólo hay que pensar un poco más allá de los textos en lo que una sociedad como la que muestra implica para ver que no se sostiene de ninguna de la maneras. El esperpento no está mal, pero con sus límites. Aun con todo le pongo un 8.
  16. El universalmente conocido autor de Drácula (y quien no lo conozca sólo se merece una cosa: una muerte lenta y dolorosa), Bram Stoker, nos trae ‘Los duelistas’. Nos encontramos ante un  texto anacrónico, mal llevado y peor resuelto. Casualmente su final recuerda un poco a ‘El clan’, pero son una incomparable torpeza. Sólo he leído de Stoker Drácula pero, por favor, que alguien me diga que ha escrito relatos cortos mejores que este bodrio. Ah, la nota: un mísero 3.
  17. De Guy de Maupassant nos llega este ‘Junto a un muerto’, un texto en el que creo que se me escapa algo. O todo. No sé. Sólo puede admitir mi ignorancia en lo relativo a Schopenhauer, lo que me da que hace que no sepa valorar el relato. Aunque eso no me impide encontrar algo que es (creo) un descomunal error de bulto: si la boca está cerrada (y bien apretada) no se puede decir un par de párrafos más abajo que las mandíbulas están aflojadas. Y menos aun como para caerse la dentadura. En ese detalle se basa todo el relato, y como en eso falla, le pongo un 3.
  18. Seguimos con otro clásico, Robert Louis Stevenson. De su pluma nos llega ‘El ladrón de muertos’, de nuevo un texto fallido. El defecto de la narración lo encontramos en el final de la misma, una resolución absolutamente carente de sentido, en extremo fantasiosa e injustificable, que choca con todo lo demás narrado en el cuento. Por ello le pongo un 4.
  19. ‘Pues la sangre es vida’ pertenece a Francis Marion Crawford. Nos hallamos ante un texto muy interesante, sobre todo en su potente imagen inicial. Sin embargo esa fuerza inicial de diluye a medida que las páginas se van sucediendo, inmersa en una historia gótica de corte demasiado clásico, que concluye de una manera floja, sin gancho. Pese a todo ello le pongo un 7.
  20. Otro nuevo peso pesado, Conan Doyle, se hace presente en la compilación, El cuento que no trae es ‘John Barrinton Cowles’. Queda demasiado en el aire la naturaleza de ella (excederse en las vaguedades tiene esos problemas). Curioso el pasaje ‘inspirado’ en Frankenstein. Todo ello le hace merecedor de un 6.
  21. M.R. James nos trae ‘El grabado’, otro clásico entre clásicos. De nuevo nos encontramos con un fallo de lógica: ¿qué hace pensar a Britnell que el grabado tiene algo especial? Ese es el detonante de toda la historia y en ningún momento se explica con claridad. Más aun, se da a entender que ‘los acontecimientos’ sólo suceden una vez, ante los observadores, y nunca más. ¿Hemos de entender que tampoco ha pasado antes? Si es así ¿qué hacía tan peculiar un grabado al que describen como vulgar? Pese a ese error le pongo un 7.
  22. ‘La pata de mono’ de  W.W. Jacobs nos rasca el alma egoísta a través de un relato que se descubre como una pequeña maravilla. Sólo le puedo poner un pero: más carnaza, que se hubiera entrevisto algo de lo que hay más allá de la puerta. Le pongo un 8.
  23. Tras ‘Intercambio mutuo, sociedad limitada’ de Arthur Quiller-Couch a uno le queda un regusto malo: dejadez. ¿Por qué? Todo relato debe tener una base argumental sólida para poder, a partir de ella, desarrollarse con un mínimo de credibilidad. En este relato nos encontramos, de nuevo, con que no se explica (ni siquiera se toca ese detalle crucial) de porqué no se reconocen los personajes a sí mismo ante un espejo. Esa estupidez hace que todo el castillo de naipes en el que se basa el relato se desmorone. Otro detalle que me ha disgustado, y en este caso la culpa pertenece absolutamente del editor, es encontrarme con que el relato aun no lo han publicado: ‘de próxima publicación’, dicen. Señores de Valdemar, ¿no ponen en su portada, en so contraportada, en su introducción, en su prólogo, que se trata de relatos ya publicados? ¿Qué tontería es esta? No hacen falta que me respondan, que me sé de sobra la maniobra que se oculta tras esto. Sólo quiero poner que quede claro que mienten y engañan al decir ‘Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003)’ e incluir éste, aun no publicado. Un 4 y va que chuta.
  24. Demos paso a palabras mayores, a todo un dios en lo que se refiere a relatos de terror: Arthur Machen. De su mano nos llega esa soberana maravilla llamada ‘La novela del polvo blanco’. Poco decir a este antecesor de los Mitos, un relato redondo y lleno de esa impresión de horror vago, intuido pero no visto. Ya desde la primera vez que lo leí con cosa de 11 o 13 años en la compilación de los Mitos de Rafael Llopis me llamó la atención por su intensidad (dicha lectura, absolutamente recomendable, me marcó de por vida). Sólo me atrevo a ponerle un fallo: la un poco por los pelos alusión al Vinum Sabbatii como el compuesto detonante del horror. Si identificación resulta poco menos que sui generis. Pero se lleva un merecidísimo 10.
  25. Con ‘La extraña cabalgada de Morowbie Jukes’ Rudyard Kipling nos transporta a la remota India y nos sumerge en una extraña e inquietante tradición, brutal y cruel. Buen relato, de desarrollo intenso, aunque con un final tramposo. Lo malo es que no se trata de terror, lo que hace poco justificada su presencia en este volumen. Le pongo un 8.
  26. Con ‘La maldición de los fuegos y de las sombras’ William Butler Yeats de muestra que lo suyo no es el relato corto. Ni siquiera el noble arte de crear fábulas. Relato simplón, más decimonónico que del s. XX, mal desarrollado y con la maldición mal resuelta. Aun con todo, por ese aire de leyenda que tiene y que me gusta, le pongo un 5.
  27. Herbert George Wells nos presenta ‘El fantasma inexperto’, una especie de chirigota humorística y esperpéntica del mundo de los espectros con un final totalmente previsible. Le pongo un 6 dado que a esas alturas de partido (Wells no debería pecar en la inocencia del siglo XIX) uno ya debe esperarse más.
  28. Jamás había leído nada de Edward Frederic Benson, y este relato de ‘La habitación de la torre’ me ha agradado. Y mucho. Tanto que lo considero intenso, eficaz, perfecto. Sólo se me ocurre ponerle una nota: un 10. Y postrarme ente su maestría.
  29. Saki (seudónimo de Hector Hugh Munro) nos trae un relato de nombre extraño: ‘Sredni Vashtar’. Oculto tras ese sonoro título se esconde uno de esos relatos en los que se juega con el concepto de la infancia, y la crueldad que puede acompañarla. Pero en esta ocasión no se hace de la manera chusca y burda que utiliza Stoker en ‘Los duelistas’, sino que el autor juega mejor sus cartas y compone una historia creíble y bien llevada, que sólo flojea al final, con la increíble capacidad que un hurón para causar lo que se supone que causa. Le pongo un 8.
  30. Apagada y pastosa, resuena ‘Una voz en la noche’, el soberbio relato de William Hope Hodgson. No sé cuántas veces lo he leído ya. Y le volveré a leer. Magistral, casi perfecto. ¿Qué falla? Creo que se podría haber mejorado no dejando soltar de esa manera a ‘la voz’ ese largo soliloquio, interrumpiéndolo con detalles de atmósfera y de relación con los marinos de la goleta. Pero se trata de una valoración personal ante un relato que posee una intensidad y una historia que ya le gustaría a muchos ahora lograr. En esta nueva lectura me ha venido a la memoria, no sé porqué, un relato de Clifford D. Simak, ‘Los cáiganse muertos’. ¿Se inspiró Simak en Hodgson? Ni idea. A lo que iba: un 10.
  31. Horacio Quiroga nos presenta ‘El síncope blanco’, un relato ñoño, con ese aire fantástico poco esforzado que por desgracia se da en muchos autores. Como si la fantasía fuera un ‘todo vale’ en el que no hay que cuidar los detalles, escenarios y argumentos. Así quedan relatos como este, que se lleva un 6 y listo.
  32. ‘El comerciante de ataudes’ de Richard Middleton de nuevo pertenece al género del esperpento, del humor, pero no engancha al lector en momento alguno. Muy lejano en calidad a su ‘El buque fantasma’. Se lleva un 5.
  33. Henry S. Whitehead nos trae ‘El hombre árbol’, un relato de desarrollo lento, sosegado, ligeramente inspirado en los mitos vudús. Se trata de un texto sin pretensiones, al que le pongo un 5.
  34. Y llegamos a la tomadura de pelo de Franz Kafka: ‘Ante la ley’. Tras haber manado a la basura el libro de Cuentos completos al ver que Kafka es una creación de su editor y de la cerrada y oscura comunidad judía (a mí relatos llenos de simbolismos cabalísticos o relativos a unas leyes que sólo entiende un grupo reducido no me parece que merezca el menos ensalzamiento; menos aun el que tiene el autor) ya todo lo que me lea de este hombre lo miro con lupa. Y con coraza ante la soplapollez/ida de olla que me encuentre. ‘Ante la ley’ es un chascarrillo, un chiste. Ni terror ni Cristo que lo soñó. ¿Los de Valdemar quieren darle prestancia a este volumen ante los gafapastas culturetas incluyendo el nombre de Kafka? Pues que les den por culo. Esta mierda de relato se lleva un 3. Y mucho me parece.
  35. Huimos del planeta judeo-elitista y ponernos de nuevo los pies en la tierra con un texto de Hugh Walpole. El título de ‘La máscara de plata’ y el objeto al que alude es caso lo de menos en un relato de anulación de la personalidad. La atmósfera de amenaza que crea me recuerda a las de Campbell, pero menos lograda. De esa manera no acaba de enganchar, fallando como relato. Le pongo un 5.
  36. En ‘Calor de Agosto’, de William Harvey, nos encontramos con el ejemplo de texto que al autor no sabe, no quiere o no se atrave a rematar, dejando un final exceso abierto. Un 4.
  37. No voy a decir nada de ‘La llamada de Cthulhu’, de Lovecraft. Un 10. Punto.
  38. ‘El valle de lo perdido’, de Robert E. Howard peca, al igual que ‘Una voz en la noche’, de un trozo de excesivo monólogo. Nada más que en, si Hogdson sabe mantener bien la atmósfera, Howard cae en lo que yo llamo onanismo literario: se pone a relatar para su autosatisfacción un pasaje que muy bien podría haberse, si no eliminado, sí dosificado de otra manera. Aun así le doy un 8.
  39. Aquí ya lo flipo: me encuentro el relato ‘Grillos’, de Richard Matheson. Matheson es, sin lugar a dudas, uno de los cuentistas de terror por excelencia de la segunda mitad del s. XX. Y, de entre el amplio abanico de posibles textos, van y plantan este fallido y simplón ‘Grillos’. Joder. Si es por extensión de texto que hubieran puesto el magistral (y al parecer incomprendido) ‘Vampiro’, o el aterrador ‘El vestido de seda blanca’, o… Pero joder, este no. Sólo se merece, por su chusca previsibilidad y su nulo clímax, un 3.
  40. Acaba la compilación un relato de Pilar Pedraza: ‘Mater tenebrarum’. El texto trata de mezclar una atmósfera gótica y oscura con un cierto desparpajo y campechanismo (hay expresiones a mi gusto demasiado coloquiales) que hace que el conjunto chirríe. Además hay una serie de no sé si guiños a otros autores o a temas del género (el espectro hablando con la vampira, por ejemplo) que no ayudan a crear una buena atmósfera. Como resultado de ello el relato no engancha, a lo que no ayuda una historia que para su extensión no acaba de centrarse en nada concreto, y que cuando parece que lo logra sucumbe en un final nada satisfactorio. Por ello la pongo un 4.

Ale, se acabaron los relatos. La media me dice que el libro se lleva un 6’175. Un bien bajo. Y es que la verdad es que me esperaba más del libro, la verdad. Lo que decía al principio: si ‘lo mejor’ acaba con una media de un 6 algo ha fallado;  la selección de relatos, que lo publicado realmente no posea tanta calidad… o que el lector resulte demasiado exigente. Puede que en el fondo el problema sea precisamente eso último.

Pero bueno: ha sido un compañero digno para unas vacaciones.

Adiós.