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El VICIO, con mayúsculas.

William Faulkner – Santuario

Hola, culebrillas.

Tras acabar el agridulce Vampiralia me planté ante la estantería de La Pila y me dije ¿ahora qué? Este libro lleva años, pero muchos años en La Pila: desde que alguien me lo recomendó como ‘uno de esos libros que toda persona debe leer al menos una vez en su vida’.

Quería leer algo que poseyera calidad seguro. Y vi este librillo ahí, olvidado. ¿Por qué no?, me dije. Lo agarré no sin cierto miedo: nunca he leído novela negra. Ale, al fin tocaba entrar en el Santuario de William Faulkner.

William Faulkner - Santuario

William Faulkner – Santuario

Como quien dice, la primera en la frente. Joder con la frase inicial. Si la describo como forzada me quedo corto. ¿Problema de traducción? Mal vamos si hasta Espasa Calpe, editorial que considero grande y seria (no como otras, tipo La Factoría), usa traductores aficionados o no revisa las ediciones.

Pero el tema de la traducción empieza a oler mal cuando uno encuentra esto (página 43):

‘Venía encorvado, vistiendo un overalls (mono).’

¿Por qué narices pone overalls en cursiva y luego, entre paréntesis, la traducción? A raíz de esto me he hecho con una copia original del texto, en inglés claro. ¿Qué escribió Faulkner? Esto:

‘He was stooped, in overalls.’

Insisto. ¿Por qué cojones el señor Lino Novas Calvo (responsable de la traducción) ha dejado overalls en cursiva y de seguido la traducción entre paréntesis? ¿Estamos tontos o qué?

Aparte, ¿’venía encorvado’, ‘estaba encorvado’ o ‘era un jorobado’? Porque no es lo mismo, ni de lejos. ‘He was’ (era/fue) no tiene nada que ver con ‘He came’ (venía/vino).

Mi inglés básico al menos me sirve para saber cuándo me intentan engañar.

¿’Estaba encorvado y vestía un mono’? La frase en el original se me hace rara, lo admito (aunque al parecer esa forma de redactar entraba en ‘la marca de la casa’ de Faulkner) pero no veo de dónde sale el ‘venía’.

Leyendo más texto original y comparándolo con la traducción veo que el tal señor Novas Calvo debía estar borracho, drogado o las dos cosas a la hora de traducir. ¿Que cómo se me ocurre decir eso? A los ejemplos me remito:

Texto original Traducción mía Traducción de Lino Novas Calvo
it was his bare feet which they had heard eran sus pies desnudos lo que habían escuchado eran sus pies descalzos lo que habían sentido ellos
He had a sunburned thatch of hair, matted and foul. Tenía paja quemada por el sol como pelo, enmarañada y sucia. Tenía una barba de pelo quemado por el sol, sucio y desgreñado
he was watching Popeye, with that expression alert and ready for mirth, until he left the room. estaba mirando a Popeye, con esa expresión alerta y ansiosa de diversión, hasta que salió de la habitación. miró a Popeye con aquella expresión alerta y pronta al regocijo hasta que salió de la cocina.

Se trata de tres simples ejemplos de un único párrafo, también en la página 43 de la edición de Colección Austral.

‘Hear’ se convierte en ‘sentir’, ‘hair’ en ‘barba’, ‘room’ en ‘cocina’. No merece más comentarios a ese respecto.

Bueno, sí. ¡Qué narices! ‘Lo que habían sentido ellos’ a mis oídos (a mis ojos) suena horrible, peor que horrible. Por dios. Además el traductor se salta la puntuación (se zampa las comas) haciendo que algo descriptivo pero ‘distanciado’ acabe formando parte de la frase principal. ¿Estamos ante una traducción o una reescritura? ¿Novas Calvo quiso redactar su versión de Sanctuary porque la original de Faulkner no le gustaba? ¿Y dónde está la figura del editor para frenar esos desmanes que se cometen en la obra?

Joder. Joder. ¿No hay respeto al escritor y a su arte o qué? Está visto que ya no me puedo fiar ni de Espasa Calpe.

Traductores traidores. Hasta ahora no había llegado a comprender cuán grande y cruel puede hacerse ese dicho.

Nota: ya sólo falta que la editorial, o los dueños de los derechos de Faulkner o de la traducción, me denuncien por transcribir parte del texto sin su permiso. Que lo hagan: a ver si sale otro ejemplo de efecto Streisand puro.

Me están entrando ganas de no leer nunca más algo traducido. Al menos, si me la clava un autor que lo haga él mismo, no un sicario escondido en las sombras. Acabaré aprendiendo inglés y mandando a tomar por culo a las ediciones traducidas.

Bueno, dejo este tema. Creo que ya ha quedado muy claro, diría que cristalino, mi punto de vista.

Sigo.

Como decía, al cabo de unas pocas páginas la sensación de estar leyendo algo ‘raro’ se intensificó. A los giros extraños, construcciones sintácticas forzadas y uso de la pasiva poco menos que retorcido se unía un tratamiento de las escenas y los diálogos que me desconcertaba.

Además uno se encuentra con notas a pie en el más puro estilo didáctico. No se sabe si las ha puesto el autor (se me hace muy raro), el traductor (¿dónde está el consabido ‘N. del T.’?) o el editor. ¿Nadie se hace responsable de ellas?

Y eso que  cuando escribo esto apenas acabo de leer el capítulo I.

¿Cómo que se tiran dos horas sentados uno delante del otro ante el manantial? ¿Por qué se va con Popeye así, a las bravas, alguien que dice que está de paso? ¿Y se mete en un casa (o mansión medio ruinosa) así por las buenas y cena entre extraños? Pero… ¿no decía que se iba? ¿Qué tipo de mentalidad tiene esa gente? Increíble me parece poco.

Supongo que otra persona que encontrara semejante desbarajuste, tanto formal como de fondo, hubiera lanzado el libro a la basura (el tiempo es oro). Pero yo (tooooooooooooooonto que soy) voy a seguir adelante hasta acabarlo. A ver si resulta que esa primera impresión ha resultado equivocada y de verdad me encuentro ante un libro memorable.

Sigo leyendo… aich.

En la página 83 mi paciencia se ha acabado. La gota que ha colmado el vaso tiene la siguiente forma: ‘Yo tengo que hacer para rato aquí esta noche’. Joder con la frase. El texto original dice: ‘I’ve got to get done here some time tonight’. Me dicen que la traducción la ha hecho Google y me lo creo. En serio, ¿en su tiempo pagué más de mil pelas por esta mierda? Mucho Espasa Calpe, mucho clásico, y me espantan con una traducción deleznable.

A ver si yo, en mi ignorancia, consigo una traducción menos artificial. Voy: ‘tengo mucho que hacer para esta noche’. Otra: ‘me queda mucha tarea pendiente para esta noche’. O incluso: ‘tengo mucho pendiente por hacer esta noche’. Seguro que si me pongo me sale alguna más. Pero todas legibles, no esa mierda artificial.

¿Por una frase me rindo? Lo juro, he seguido unas cuantas páginas más pero no puedo. Si el problema se limitara a una frase… Me he visto obligado a leer a paso tortuga porque, más que ‘leer’, este jodido texto me está obligando a ‘adivinar lo que puso el autor’, pura ingeniería inversa: tomar la frase horrible e imaginarle un sentido menos retorcido. Y así no. Como ya he dicho en otra ocasión, mi tiempo es oro. Una cosa es que lo ‘pierda’ con textos de novatos o aficionados, como la lectura anterior: en ellos se puede encontrar joyas, o se les puede hacer ver los errores para que mejoren. Otra muy diferente perderlo con alguien como Faulkner, que ya ni va a mejorar ni va a perder a ni uno sólo de su legión de fans.

No voy a perder más tiempo con este Santuario. ¡Que le den por saco! El señor Lino Novas Calvo ha logrado lo que ningún otro en más de quince años: que abandone una lectura. Medalla para él y, por supuesto, para Espasa Calpe: han conseguido que un lector se aleje de Faulkner y, lo que quizá más le interese a la editorial, de su Colección Austral.

Abandono. Estoy harto de encontrarme construcciones sintácticas forzadas, que los personajes no escuchen nada sino que todo ‘lo sientan’, que los cuartos o habitaciones sean ‘piezas’. Eso leyendo sólo el texto traducido. Si a uno se le ocurre leer el original ya le dan ganas de llorar: ahí se puede comprobar cómo el traductor hace y deshace, destrozando el texto y asesinando el estilo del autor.

Un simple ejemplo de cómo se inventa la puntuación.

Original de Faulkner:

[…]Then, the coat clutched to her breast, she whirled and looked straight into Tommy’s eyes and whirled and ran and flung herself upon the chair. «Durn them fellers,» Tommy whispered, «durn them fellers.» He could hear them on the front porch and his body began to writhe slowly in an acute unhappiness. «Durn them fellers.»

When he looked into the room again Temple was moving toward him, holding the coat about her.[…]

Bastardización del señor Novas:

Luego, con la chaqueta sujeta contra el pecho, giró en derredor y miró de frente a los ojos de Tommy; volvió a girar, echó a correr y se dejó caer de golpe en la silla.

–Partida de canallas –murmuró Tommy–, partida de canallas. –Él les oía en el soportal anterior, y luego su cuerpo comenzó a retorcerse de nuevo con una aguda zozobra–. ¡Partida de canallas!

Cuando volvió a mirar al interior de la pieza, Temple se dirigía hacia él, sujetando la chaqueta en torno a su cuerpo.[…]

Se carga el estilo salvaje y rápido, poco menos que mental, de Faulkner poniendo comas donde no las hay: a la mierda ese ‘and’, ‘and’, ‘and’ y ‘and’ que sumerge al lector en una vorágine de sucesos. Luego se inventa un punto y aparte donde no lo hay (o al menos no lo hay en la versión que he conseguido). Sigue convirtiendo el último «Durn them fellers.», sin más entonación (basta con la repetición para darle todo el significado y sentimiento), en una exclamación.

Eso es creatividad y lo demás cuento. Y de paso cargarse el arte del escritor.

Sólo se me ocurre decir esto: me cago en Lino Novas Calvo.

Pero no todo lo malo viene del traductor. El autor también tiene sus pecados, y no pocos. Diálogos sin sentido, escenas confusas en las que ni siquiera se tiene claro quien interviene ni lo que hace, comportamiento de personajes que dista mucho de la lógica. Todo ello me da la impresión de artificial, de forzado.

A ver, ¿es un país lleno de matones asalvajados y borrachos? Y además que se meten, o se dejan meter, así por las buenas en una casa que parece sacada de La matanza de Texas (leyendo este libro da la impresión parece que la obra maestra de Hooper encaja más en el biopic/documental que en la pura ficción).

Pero, ¿qué se puede esperar de un autor que tiene ese concepto de la sociedad en la que vive? ¿De verdad los EE.UU., al menos los de los años 30, eran un país en el que si uno salía de sus círculos conocidos podía encontrarte a la primera de cambio con unos gañanes que te pegan dos tiros? ¿Tal inseguridad había? Siempre me ha llamado la atención cómo Hollywood insiste en mostrarnos unos EE.UU. llenos de psicópatas, donde la vida humana apenas importa y en los que, ya venga de manos del asesino o el empresario de turno (nótese que apenas diferencio entre unos y otros, y lo hago con plena consciencia de ello), tu vida puede acabar convertida en una pesadilla sin comerlo ni beberlo. Una puta mierda de sitio, la verdad.

Bueno, creo que le estoy dedicando demasiado tiempo (y palabras, más de mil ochocientas) a un libro que no he acabado. Y como no lo he acabado no se lleva puntuación alguna… aunque me tienta ponerle un 0 por la traducción.

A ver qué me leo ahora que me deje un sabor de por lo menos decente.

Adiós.

AA. VV. – Vampiralia

Hola, culebras.

Tras el tocho que me he metido al cuerpo necesitaba algo ligerito, de evadirse y que en principio no requiriera mucho esfuerzo mental. Me vino a la cabeza la segunda entrega de Cuentos para Algernon, y hubiera jurado que lo tenía en el kindle que tengo instalado en el móvil. Así que yo, tan feliz, me llevé el libro de Russell al trabajo (apenas me quedaban veinte paginitas) contando con, cuando lo acabara, poder sacar el trastomóvil y empezar con la recopilación de Marcheto.

Pero no: en el móvil no tenía la susodicha compilación. Desesperado veía más y más novelas. Pero eso no me valía: tras el mazacote de Russell y el mamotreto de Asimov necesitaba algo que me refrescara la cabeza. Variedad, dinamismo.

Así que, una vez lo descubrí entre el mogollón de cosas que por ese móvil andaban, me lancé sin pensarlo a este Vampiralia.

De entrada me llama la atención, no sé si a mal o a qué, ver que por no tener no tiene ni siquiera ficha en Tercera Fundación: ¿ninguno entre los bibliotecarios sabe que existe esta colección? Y eso que entre los autores reunidos hay alguno con renombre (me refiero a Rafa Marín).

Uf.

¿Estoy ante un pestiño? Ni idea. La mejor manera de responder esa pregunta es sumergirse en los relatos. Y a eso voy.

Procedo a desgranar lo leído, relato por relato.

  1. La cosa empieza con ‘La noche era eterna’, de So Blonde. Como quien dice, la primera en la frente: la sexta de mis reglas de escritura saltando por doquier. Eso me desconcentra: me encuentro reescribiendo las frases a medida que me topo con más y más ‘seres’. No lo puedo evitar. Entiendo, o quiero entender, que la repetición de estructuras sintácticas (sobre todo al inicio de párrafo, y quien lea el cuento sabrá de qué hablo) se trata de un ejercicio de forma, una especie de anáfora. Salvando el tema del estilo el cuento avanza con soltura, dibujando bien la situación. Se perciben bien los sentimientos del inglés. Quizá demasiado bien: luego explico a santo de qué digo esto. Algunos datos (el modelo de revolver, el año y la localización, por ejemplo) me sobran dado que su introducción me parece forzada. En eso me chirría mucho el ejemplo del tipo de revolver: casi parece que la autora ha corrido a internet a buscar qué armas usaban los ingleses en esa guerra y ha soltado, tal cual, el nombre del artefacto de marras tal cual como venía en la página web. Pero se trata de una pijotada mía: ni caso. Pero ya me parecen más graves dos defectos argumentales que he visto. El primer de ellos se refiere a la manera de dibujar la psique del protagonista, y cómo eso luego salta en mil pedazos al hacer lo que hace: ¿qué le lleva, así de repente, a lanzarse al cuello del engendro? A lo largo del cuento se dibuja muy bien su psicología: un chico normal, rebelde, que ha visto cómo la guerra entre en su vida y le arrasa. Todo ello se aprecia tan bien que no encaja, ni de lejos, que pueda llegar a realizar ese acto. A ver, que se trata de persona culta (enfermero que demuestra poseer conocimientos de anatomía) de buenas a primeras se lanza al cuello de algo que él mismo sabe que dista mucho de considerarse normal. Comete una especie de acto de canibalismo sin aparente objetivo: cuando lo hace no sabe si va a conseguir algo al beber esa sangre; lo más lógico hubiera sido que le pegara un tiro en el corazón y se librara de la amenaza. Pero no, en contra de toda lógica, chocando con todos los pensamientos (racionales y emotivos) tan bien desgranado en las páginas previas, le desgarra el cuello y bebe. Vamos, lo más normal del mundo. El otro defecto gordo: el enfermero le pega un tiro a la criatura (la mata), luego llegan los de su bando para salvarle… y ale, elipsis y estamos en retaguardia. A tomar por culo. ¿Qué ha pasado con el cadáver del bicho? ¿No lo ha visto nadie? ¿A nadie le ha llamado la atención encontrar (junto a un Fritz drenado) una criatura con una morfología tan extraña que ‘se mueve como un insecto’ aunque tiene algo de humano? Sí, sé que entrar en ese detalle le supone a la autora lanzarse de lleno en un cenagal. Resulta mucho más cómo dejarlo así, en el aire, a ver si cuela y nadie se da cuenta de ello. Pero dejémoslo claro: ella, y sólo ella, se ha metido en el embrollo. El cuento se lleva un muy justito 5. Hay que darle más vuelta a las ideas antes de plasmarlas en palabras.
  2. Ahora llegamos a ‘El puente zuazo’, de Montiel de Arnáiz, y la cosa mejora. Bastante, mejor bastante. El cuento, de nuevo ambientado en una época ‘histórica’, posee una ambientación menos forzada. A media lectura uno ya sabe de sobra dónde y cuándo está (sólo he visitado el sur una vez, y a tal edad que sólo tengo dos recuerdo: la catedral ruinosa con las mallas en el techo de la bóveda y los bichos negros que pululaban en el colchón de la pensión gaditana donde nos alojamos. Vamos, que tengo una impronta perfecta de la ciudad de la tacita: decrepitud y ladillas). Pero con unos conocimientos muy básicos de Historia de España uno acaba inmerso con facilidad en la historia. No hace falta saber lo que es el Puente de Zuazo para acabar inmerso en la narración. Admito que jugar con estos detalles reales (se nombran varios más, como el Caño de Sancti Petri, la Isla de León o Diego de Alvear) no sólo hace que un relato me guste, sino que le da un toque de madurez y seriedad que agradezco sobremanera. Se no que el autor se ha trabajado la ambientación, al menos en un mínimo que mucho relato ‘actual’ no tiene. La narración está contada con un estilo bastante rápido, a veces demasiado. Me explico el fallo formal más destacable es el de la inserción de diálogos, incrustados dentro de la prosa: esa manera de introducirlos nunca me ha acabado de gustar, me da la impresión que el autor no sabe usar los diálogos y recurre a ese método para salir del paso. Por lo demás, en cuanto a lo formal, no tengo más que decir. Sin embargo en el fondo hay algo que sí que me sobra, y mucho: el final. A mi entender chafa la historia. Me da la impresión de tratarse de ‘le explico al lector lo que ha pasado y le sitúo, por si se ha perdido’. Me sobra, me sobra del todo. Más aún, el regreso del Hombre me parece exagerado, sobre todo teniendo en cuenta la escena final (o con la que, a mi gusto debería acabar el cuento), la del puente. Llegados a ese clímax un lector con unas luces mínimas sabe de qué va la vaina, quien es el Hombre, qué le va a pasar al Hombre, dónde y cuándo están. De hecho yo hubiera prescindido de los párrafos finales, e incluso del hombre, para centrarme en… no lo diré: no he escrito yo el relato. En definitiva, un relato notable que se merece un 7. Y eso que ya he dicho que no me gusta que un editor se autopublique, pero al César lo que es del César.
  3. David Hernández nos presenta su ‘El despertar del monstruo’, un relato que por desgracia desmerece al anterior. Peca de manera irritante en la sexta regla, y de paso incide también en la quinta. Vamos, que en lo relativo a la forma me ha resultado desagradable. Para más inri lo contado no me ha enganchado en ningún momento. Tópico, mal resuelto, sin gancho, apenas llega a un 4.
  4. El cuento ‘No me dejes’ (Bea Magaña) me ha dejado, y nunca mejor dicho, un gusto agridulce. Pero con un resto más amargo que dulce, por desgracia. Narrado de manera eficiente, aunque sin florituras, lleva a al autor a través de la historia sin excesivos defectos formales. Leí Salem’s Lot hace más de veinte años, por lo que seguro que aparte de la casa y Barlow se me han escapado muchos detalles. ¿Quizá la referencia al solar, o las fechas de la semana? ¿El cuento se ha basado en la novela tanto como para exigir su lectura para comprender todo? Lo ignoro, y a estas alturas no voy a ponerme a leer esa novela. Así que no valoro, ni en un sentido positivo ni negativo, la relación con la obra de King. Desconcierta un poco la manera en que se trata el rol de protagonista: durante el primer tercio del cuento crees que es el marido y de repente te das cuenta de que ahora la narración se olvida de él y se centra en la mujer. No puedo negar que eso me ha mosqueado un poco, pero tampoco le he dado mucha importancia. Lo que sí que me ha cabreado, y mucho, es el supuesto clímax: tramposo es poco. Torticero, sacado de quicio, irracional. No puedes llevar al lector durante todo el camino por un sendero, trazar ese camino de una manera muy clara, y en los últimos cinco párrafos contradecirte a ti mismo y salirte con justo lo contrario. No, señora Magaña, no. Esa sorpresa final se carga lo que el primer protagonista narra en su parte. Pero lo malo no es que se lo cargue, sino que lo hace sin dar ninguna argumentación, ni siquiera velada. La sorpresa por el mero hecho de la sorpresa. No. Por todo ello, por ese gusto agridulce, debo otorgarle un 5.
  5. Ahora me topo con el cuento de ‘el hombre famoso’ incluido en la compilación. Gran parte de los que hayan llegado a esta página sabrán quién es Rafa Marín, así que no voy a repetir lo que un buscador puede brindar. La lectura de ‘Un ligero sabor a sangre’ me deja un poco desconcertado: ¿Marín se ha meado en los compiladores entregándoles esta basura, se trata de un cuento viejo que ha encontrado en un rincón polvoriento de sus archivos, o qué? No se trata sólo de un pastiche: es un pastiche malo, mal escrito y peor argumentado (peca del mismo defecto defecto que ‘No me dejes’, sólo que esta vez cometido por alguien con demasiadas tablas como para que se le perdone el pecado). Como chiste entre borrachos (literatos borrachos, quiero decir) quizá tendría un pase. Pero si con esto ha pretendido darle un aire de ‘mira, que en mi compilación hay un autor famoso’ se ha reído a la cara a los editores. Triste, muy triste. Esta cosa (me atrevería a llamarlo regalo envenenado) apenas se merece un 3, y sirve para hundir aún más mi pobre impresión en relación a Marín. O eso o que, como ya he dicho muchas veces, llevo muy mal le humor en la literatura: para mí no puede haber lectura más indigesta que una humorística.
  6. Con ‘La máscara del vampiro’, de Luis Guillermo del Corral, no pienso gastar palabras. Sólo leyendo el primer párrafo ya me dieron ganas de pasar del cuento. Se merece un comentario calcado al de David Hernández y su ‘El despertar del monstruo’, pero con los defectos todavía más acentuados. Un 2, nada más.
  7. Con ‘El buen hermano’ de Eduardo Formanti Llorens casi decir tres cuartas de lo mismo. Relato lleno de defectos tanto en el fondo como en la forma. Tópico hasta decir basta (me recuerda a una partida mala de Vampiro), que quizá guste a los fans de Crepúsculo. No puedo darle más que un 2.
  8. Sin embargo debo decir algo diferente de ‘Los ausentes’ (Rain Cross). A ver, hay que aclarar que estamos ante un relato fallido. Pero no como los anteriores (por la torpeza y falta de profesión de los plumillas) sino porque ‘Los ausentes’ está pidiendo a gritos más extensión, más palabras. Parece constreñido, carente de espacio. Esa falta de páginas queda patente, y de una manera poco menos que dolorosa, en el apresurado final. Una pena: un texto que se ha echado a perder debido a la extensión, y que con un doble (y mejor triple) de palabras hubiera ganado mucho más. Le debo otorgar un 5.
  9. Como si de una ola se tratase, la recopilación remonta tras una zona baja. El cuento ‘El cazador de papel’, de Aniel Dominic, entra dentro de ese subgénero metaliterario en el que los libros se convierten en protagonistas. Admito mi debilidad ante este tipo de temas. El cuento se lee de manera agradable, aunque con ciertos problemas de lógica (como por ejemplo la manera en que se pone sobre aviso a la hermana: ¿no se le ocurre a la chica pensar que no es normal que, así porque sí, le llegue el diario de su hermano?), llevando a un final interesante. La forma no chirría tanto como para resultar molesta, lo que ya supone una victoria frente a otros relatos leídos. Se lleva un 6.
  10. Con ‘Sepultura’ (Nieves Delgado) la compilación entra en un terreno más maduro. Este cuento se basa sobre todo en los diálogos, creando una escena en la que se toma el pulso mediante sus palabras a un grupo de personajes. Apenas hay descripciones, quedando el peso de la narración en las líneas de diálogo, algo que suelen rehuir los escritores principiantes. Pero en esta ocasión la autora sale triunfante del desafío, creando una historia que, si bien algo tópica (resulta muy difícil sorprender cuando se trata a los vampiros), se lee bien. Aunque más que historia se la podría describir como anécdota, una nimiedad. Sin embargo esa nadería (una especie de prueba de iniciación) al estar bien narrada consume una cantidad de palabras similar al de otras historias que narran muchos más hechos. Se merece un 7.
  11. El cuento de Roberto García Cela ‘Tú dispara, que yo corro’ empieza de una manera no muy frecuente, al menos en lo relativo a lo formal: diálogo casi puro, casi sin descripción alguna. Pero por fortuna eso diálogos están bien hilvanados, permitiendo ver la escena a través de ellos. Llegados a la mitad del cuento el estilo varía hacia uno más tradicional (descriptivo), y es ahí donde la temática, lo que narra, de verdad engancha. No voy a decir nada más del cuento dado que arruinaría una lectura interesante. Otro 7 para el primo lejano de Cela.
  12. Con un título como ‘Un extraño en Dark Creek’ el cuento de Sergio Fernández A. sólo podía pertenecer al western. En efecto, no encontramos ante un cuento ambientado en un viejo oeste donde el mal, sin embargo, proviene de Europa. La narración, al contrario que por ejemplo con el cuento de Nieves Delgado, fluye muy rápido. Va directo al grano, lo que hace que no acabe de enganchar. Además uno parece estar leyendo la versión escrita de decenas de pelis de vaqueros: no hay nada que sorprenda. A medida que el lector avanza va deseando encontrar el giro de guión, la sorpresa que justifique la lectura. Pero llega al final y… nada. Nada de nada. O como se diría, nada nuevo bajo el sol. Lo siento, pero no se merece más que un 4.
  13. Hay algo en ‘Ecologismo’ (de Alicia Pérez Gil) que me ha impedido conectar del todo con lo narrado. De alguna manera las descripciones, la manera de avanzar con esos diálogos casi cortados a machetazos, no me ha dejado ver las escenas. Este relato también adolece del omnipresente ‘ser’. A estas alturas de la recopilación ya debería hacerme una idea de que ese defecto formal me lo voy a encontrar en muchos textos, pero eso no quita que se me haga molesto: me cuesta horrores desactivar el ‘chip corrector’. El cuento intenta mezclar las circunstancias personales de la protagonista con la situación anómala de su trabajo, pero ambas no acaban de encajar quedando –a mi gusto– demasiado disjuntas. El último párrafo casi parece un anticlímax: se podría haber resuelto de una manera mucho menos prosaica. Pero aun con todo al relato le pongo un 5.
  14. Al empezar a leer ‘El tesoro de Winston J. Shepard’, de Antonio González Mesa, uno no puede evitar recordar el libro de Stocker. El estilo epistolar, ahora algo anticuado, siempre aporta una visión personal que bien llevado puede conseguir una ambientación de terror poco menos que perfecta. Sin embargo a estas alturas, cuando ha pasado bastante más de un siglo desde la obra de Stocker (y con el legado de Lovecraft aun vigente) ese estilo puede resultar una trampa. Y por desgracia ese aire de ‘esto ya está contado’ avanza el relato. Nada nuevo bajo el sol, un calco de lo contado una y mil veces en el tema clásico de los vampiros. De nuevo nos encontramos con una resolución simple, sin gancho ni giro final. Al tratarse de un texto narrado en primera no voy a entrar en valoraciones de estilo. En definitiva, se lleva un 4.
  15. Aparte de que la forma de ‘Los vampiros son ellos’ (Belén Peralta) deja mucho que desear, nos encontramos con algunos serios defectos argumentales. Uno de ellos, por poner un ejemplo, lo encontramos en que una vez dice que ‘se cría en la calle, a su antojo’ para unas páginas más adelante decir que lleva toda la vida encadenado de los pies. Por más que lo intenta no se logra dar un aire infantil, o de retraso mental, al texto. Da la impresión de que ha querido morder demasiado y se ha atragantado. La nota final, a mi entender, sobra por completo. De nuevo debo asignar un 4.
  16. En ‘Alfa y omega’, de David Cantos Galán, he encontrado el mismo fallo que en el cuento anterior: parece que en la re–redacción (o en el proceso de ajustado a la longitud) algunos detalles se han borrado de algunas partes del texto pero han seguido en otras. Así se explica que de repente se haga referencia a que ‘el sujeto antes había golpeado las verjas’, cuando en ningún momento se ha dicho nada de eso. Da la impresión de que la escena en que las golpeaba se ha eliminado por completo de la redacción final, pero sin embargo ha quedado esa referencia perdida. Otro fallo lo tenemos en el protagonista: su personalidad y manera de actuar (confiada hasta extremo casi infantil) no encaja con el trasfondo que se describe de él (fogueado y experto). Entiendo que el autor ha querido mostrar cómo alguien sabio acaba cayendo una trampa provocada en su excesiva confianza, pero no lo veo en el texto: necesitaría más desarrollo para poder palparse ese hundimiento. Además, como en otros relatos, nos encontramos con una resolución coja, blanda, sin ningún gancho ni giro final. Seguimos apuntados al 4. El texto que está tachado ahí arriba forma parte de la primera redacción: tras el comentario del autor (muchas gracias, David) elimino y reajusto nota. Ahora se lleva un 5.
  17. Bueno, ‘Ruptura sangrienta’ (Rubén Giráldez González) tiene bastante, por no decir mucho, de humor. En otras circunstancias eso hubiera supuesto un handicap, pero tras los últimos relatos me ha resultado agradable. Aunque el cazavampiros se revele como un absoluto cretino incapaz de darse cuenta de que tiene la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Bueno, que me ha divertido, lo que le hace merecedor de un 5.
  18. El inicio del cuento ‘El bolígrafo de plata’, de Yolanda García Ares, sólo lo puedo describir como farragoso. Frases confusas, demasiado enrevesadas. La idea de vampiro-sombra se me hace muy atractiva, inquietante y original, pero por desgracia el estilo se convierte en una rémora. El relato avanza y, si bien hay escenas interesantes (como la forma en la que descubre el corazón de la sombra), la manera de describir pesa demasiado. Lo bueno (el original concepto de vampiro, así como la manera en que interactúan víctima y agresor) con lo malo (ese estilo demasiado enrevesado, que además sufre de un exceso de ‘seres’ y de ‘mentes’) quedan equilibrados, llevándose el cuento un 5.
  19. El nivel desciende mucho con ‘El vampiro de Lódz´’ (Fran Chaparro). El texto está narrado con suma torpeza, plagado de frases hechas, adjetivos manidos, expresiones torpes y el lógico abuso de los verbos comodín. Peca del mayor defecto posible en esto de la narración: mucho contar pero nada mostrar. En la redacción incluso uno se encuentra con frases que carecen de lógica y no se sabe cómo agarrarlas: ‘Siempre tras morderles en el cuello y sorberles la sangre –la vida–, las violaba; antes, durante o después de acabar con ellas’. Empeñado en el contar, no mostrar, el relato se acaba hundiendo en un pozo del que el lector sólo puede escapar cuando pasa de página y llega al siguiente cuento. Éste sólo se puede llevar un 3. El autor necesita muchas, pero muchas más tablas.
  20. Seguimos con un mal nivel de mano de ‘La otra bitácora del Deméter’, de Alejandro Morales Mariaca. Texto en extremo torpe, con pasajes que de incongruentes rozan lo demencial. No se nota el espíritu marinero que por ejemplo hay en las obras de Hodgson: todo parece artificioso, exagerado y demasiadas veces fuera de lugar. No basta echar mano de una de las escenas más potentes de Drácula de Stoker para conseguir que funcione un texto. Además el estilo, torpe y chusco, a veces da la impresión de tratarse de que en origen se ha escrito con lenguaje sudamericano pero que luego se ha pasado, sin éxito, a un estilo neutro. Lamento tener que ponerle un 3.
  21. Por fortuna la cosa mejora, y mucho, con ‘Selección laboral’ (de Korvec). Hay algo de abuso del verbo comodín ser, junto a algún que otro defecto que describo en mis reglas, pero… el texto posee un ritmo y un saber hacer (aunque de manera algo rudimentaria) que ya le gustaría a los textos anteriores. Hay un detalle que me ha llamado la atención y que no he llegado a comprender: la oleada de ratas ¿huye o busca algo? La primera vez que la describe, y a lo largo de gran parte de la escena, me da la impresión de que huyen; pero cuando llegamos al colofón, con ese juego de cambios de dirección, creo entender que no están huyendo sino buscando lo que encuentra el protagonista. Ojalá algún día me lo explique el autor. El final falla (se podría haber logrado algo menos apresurado, menos simplón) pero aun así deja buen sabor de boca. Se merece un 6 y mi enhorabuena a un autor que si quiere, si practica y se esfuerza puede dar que hablar.
  22. La calidad del cuento anterior por desgracia hay que considerarla un espejismo tras el cual volvemos a adentrarnos en el desierto. De ‘Y al sonar de las trompetas’ (Jesús López Chaparro) sólo podemos decir que se trata de un texto torpe, muy torpe. Plagado de expresiones tópicas, con escenas mal llevadas y nulo sentido de la tensión. Por no hablar de que no muestra, sino que se limita a contar, y a hacerlo sin gracia. Uno acaba mareado ante la resolución de las escenas. Hay detalles que pretenden justificar ciertos detalles de la trama, pero que se revelan como un nuevo despropósito. Por ejemplo el tema de la palanca de cambio sin cabeza y afilada: sirve para hacer que el protagonista se haga una herida en la mano, ésta le sangre y la criatura se pegue a la ventana. Ahora pensamos un poco y… ¿quieres decirme que lleva conduciendo todo ese tiempo con la palanca de cambios así de mal? Lo lamento pero de nuevo tengo que poner un 3.
  23. Si hay algo que agradecer a ‘Madre’ de Francisco José Palacios Gómez eso es el tratar de huir del vampiro clásico. En su lugar ha planteado un escenario que hereda bastante más de Lovecraft que de Stoker. El horror proviene de las estrellas y posee tal poder que la humanidad poco puede hacer ante él. ¿Nos suena, no? Pues sí, un ligero toque de horror cósmico nunca viene mal. A eso hay que añadirle que me ha recordado un poco a Soy leyenda de Matheson, libro que adoro. Sólo por eso, por hacerme recordar esa obra, ya agradezco la lectura. El estilo mejorable pero no por ello molesto podría recibir un comentario muy similar al de ‘Selección laboral’. Un poco más de tablas y seguro que queda algo muy digno. El pero lo tenemos, otra vez, en un final mal resuelto: los relatos cortos, al menos desde mi punto de vista, deben poseer un final chocante, que deje al lector trastocado. Un texto de extensión tan corta no debe poder diluirse y dejarte tan tranquilo. Aun así se agradece el cuento y le otorgo un 6.
  24. Admito que ‘Fluyendo en las ondas’ ( Javier Arnau) me ha dejado algo descuadrado. De entrada la deformación profesional me has hecho que me tome a coña (por no decir que me ha hecho sonreír) toda esa charlatanería del ordenador, las carpetas y el virus. Cuando ha soltado esa estupidez de ‘creo la excepción en el firewall’ a punto he estado de soltar una carcajada. Pero bueno, supongo que para alguien que no tenga mucha idea de ordenadores esa cháchara le resultará creíble: aceptamos pulpo como animal de compañía y seguimos. Como ya he dicho por aquí más veces, me agrada el intento de hacer meta–literatura. Sí, aquí la disección del mito de vampiro se queda (por decirlo de una manera suave) bastante en pañales. Pero para que este relato funcione tampoco se exige un árbol genealógico de los amigos vampíricos. Dejando aparte esto, debo decir que la sección del cuento que más me ha gustado (quizá por su estilo más clásico) es la ‘narrada’ por la entidad. Más allá de esa parte no le he encontrado interés al relato. Como intento de acercarse al mito del vampiro desde una perspectiva diferente me ha parecido interesante, pero nada más. Por ello le otorgo un 5. A ver si el señor Arnau profundiza más en ese escenario… pero que no caiga en la tentación de marcarse un Faby.
  25. El colmo del abuso del verbo ser lo encontramos en ‘Jauría’, de Estaban Di Lorenzo. A eso hay que añadir alguna escena poco menos que surrealista. La primera y quizá más chocante la encontramos al inicio del cuento: a uno de los protagonistas le toman por muerto y acaba en una bolsa de cadáveres. Despierta de su estado y se sienta. Hasta ese punto no se podrían plantear muchos peros. Bueno, para los que conocemos cómo son los sacos que se usan para envolver un cadáver (las modernas mortajas plásticas, o ‘bolsas’) sí que hay problemas, pero entiendo que no todo el mundo ha manipulado una mortaja. Lo incongruente de esa escena lo encontramos en el detalle de ‘se sentó’, sobre todo cuando unas líneas más adelante se le describe como un lisiado medular grave que tiene la mitad inferior del cuerpo paralizada. Toda una proeza sentarse estando dentro de un saco contando con una lesión medular. Pero bueno, dejemos de hablar de menudencias de un tiquismiquis como yo. El cuento está narrado con suma torpeza, sin duda por alguien al que le faltan todavía muchas, pero muchas tablas. Esperemos que para la siguiente haya mejorado. Mientras le tengo que puntuar con un 2.
  26. Y de lo peor pasamos a lo mejor: ‘Juanito el raro’ de José Reyero me ha parecido una auténtica delicia. Narrado de manera casi perfecta, el cuento se basa en un monólogo. Pero allí donde otros podrían fracasar el señor Reyero sabe darle al protagonista una voz que posee tal riqueza que no sólo no aburre, sino que invita a leer sin parar. Poco más decir de esta pequeña joya. Se merece un 8. Sólo impide que se lleve un 9 el final (sobre todo el último párrafo), que me parece demasiado traído de los pelos. Aun con todo hasta el momento, sin duda alguna, destaca sobre todos los demás. Enhorabuena al señor Reyero.
  27. No sé qué pensar del título de ‘Las vampíricas lágrimas de amor de Mike Chall-eco y Rebeca de Nylon’ (Rafael Sadoc). Supongo que los nombres forman parte de algún chiste privado, porque más allá de que se me hacen ridículos no les veo ni gracia ni sentido alguno. Pero dejando a un lado esas menudencias a mi gusto el cuento empezó mal, tan mal que estuve muy tentado de pasarlo por alto. Pero tengo la tonta idea de que, ya se tratara de un truño o de una joya, todo cuento publicado ha supuesto un esfuerzo para alguien y por tanto se merece el mínimo respeto de leerlo. O al menos de intentarlo. Al tratarse de un cuento tan corto hay que leerlo. Su extensión tan reducida sirve para algo: demostrar cómo el abuso de epíteto se puede cargar un texto. Epítetos por todas partes, implacables, asfixiantes, anodinos o incluso inapropiados. No se puede poner por norma los adjetivos delante de los nombres, o al menos no de esa manera tan machacona. Tema aparte, lo narrado: quizá a otra gente le atraiga ese tipo de historias; a mí me repelen. Con todo ello se lleva un 3.
  28. ‘Ravenous, phantom der nacht’, de Israel Santamaría Canales, entra en la misma categoría que ‘Jauría’, ‘Y al sonar de la trompetas’ y otros cuentos ya reseñados. Torpe, plagado de defectos formales, se limita a contar lo que pasa (y además de una manera no directa sino aturullada). Leyéndolo casi da la impresión de estar ante un borrador escrito a vuelapluma, sin repasar nada, sólo anotando ideas que luego habría que trabajar. Antes de acabar quiero volver a decir algo que ya he dejado caer en otras reseñas: ¿por qué el uso de nombres extranjeros? ‘Ravenous’ como tal no aporta nada al cuento. Y eso sólo hablando del nombre del vampiro. Lo de ‘phantom der nacht’ ya me ha parecido mucho más que fuera de lugar. ¿A santo de qué viene eso en alemán? ¿Quiere emular a Chris Pohl con sus ñoñerías vampíricas alemanas o qué? Sobra, sobra del todo. Lo siento, pero debo ponerle un 2.
  29. Y seguimos con montaña rusa, esta vez subiendo con ‘La reina niña’ de Javier Fornell. Un relato que, salvando detalles estilísticos puntuales, posee una calidad similar a ‘Juanito el raro’. Sí, el registro no tiene nada que ver, pero se nota que el señor Fornell tiene idea del manejo del idioma y de cómo hay que aplicar el ritmo. Buen cuento, que se lleva un muy merecido 8.
  30. Descendemos de la montaña rusa con un texto medianito. Esa noche salí con mis amigas (Guadalupe Eichelbaum) pretende sensibilizar al lector buscando mostrar un aspecto humano de la criatura, pero que por desgracia se queda a medio gas. Algo en el texto no me ha acabado de enganchar. Se me ha hecho no solo demasiado telegráfico (contar en vez de mostrar), sino dotado de cierto aire a tópico, a melodrama. Supongo que de nuevo no entro en el lector objetivo de este tipo de historias. Pero, a modo de anécdota, decir que las frases iniciales pesan demasiado. Sobre todo la relativa a ‘lo que se repite todas la noches’: se me ha hecho obvio el final. Entiendo que ese tipo de recurso (la referencia cíclica para enlazar inicio y desenlace de un cuento) se suele usar para dotar de consistencia y aire obsesivo al texto a base de reiteración. Admito que a mí mismo me gusta usarla: mazazo tras mazazo al lector a base de anáfora. Pero a veces ese recurso se puede volver en tu contra, haciendo obvio el camino que vas a seguir. Me enrollo. El cuento además posee el ya típico defecto del exceso del ‘ser’ (con diferencia el problema que más cuesta eliminar), pero para resumir decir que se merece un 5.

Coño, que llega el filo de la media noche y tengo que acabar la reseña. Ale, allá vamos.

Para resumir, una recopilación irregular. Contiene textos muy dignos, incluso sobresalientes, junto a otros que… no, pues no. La nota media final, muy engañosa por esa diferencia tan grande de calidad de los textos, queda con un 4’6 4’63 un poco triste. Pero por favor, que ese número no haga olvidar textos como los de Montiel de Arnáiz, Nieves Delgado, Roberto García Cela, Javier Fornell o José Reyero.

Un saludo.

Bertrand Russell – ABC de la relatividad

Hola, culebras.

Me da que he tomado una mala decisión al leer este libro. Nunca antes había pasado por mis manos un libro de Russell (nada que ver con el otro Russell), si bien conocía la figura del filósofo por cositas tan interesantes como su tetera. La cosa es que, animado por la lectura de la biografía de Asimov, me di cuenta de que hacía mucho tiempo (me atrevería a decir que demasiado) que no leía nada de divulgación científica. Así que cuando vi entre la estantería de La Pila este ABC de la relatividad me dije ¿por qué no?

Compré el libro en un mercadillo de segunda mano hace muchos años, y admito que con cierto miedo. La edición (de Muy Interesante) tiene ese horrible defecto de no poner nada en la contraportada. De esa manera uno no sabe a lo que se enfrenta. Pero como lector de la Muy durante años supuse que no estaría del todo mal y me decidí a comprarlo.

También ha influido cierta conversación con ciertos besugos (dicho con todo el cariño) de mi curro acerca de la película Interestelar, sobre todo en relación a los viajes con efectos relativistas y los agujeros negros y sus efectos sobre el espacio–tiempo.

Además hay otro detalle que me ha hecho abrirlo. En el tiempo que ha pasado que lo compré me he leído algunas cosicas. Por ejemplo Historia del tiempo y Brevísima historia del tiempo, dos de los ejemplos de divulgación científica más famosos de las últimas décadas. A eso hay que añadir que, siempre que puedo, me gusta navegar y leer artículos de divulgación.

Pero Hawking escribiendo a mediados de los años noventa es una cosa, y Russell a mediados de los veinte otra. Y nada que ver uno con otro, y ninguno de ellos dotados del estilo sencillo y claro del viejo doctor.

Bertrand Russell - ABC de la relatividad

Bertrand Russell – ABC de la relatividad

Porque hay que decirlo: el libro en demasiadas ocasiones se vuelve farragoso. No sólo se trata de que los ejemplos, a mi entender, se puedan mejorar, sino que esos mismos ejemplos se puede redactar de una manera menos oscura. Hay demasiados aspectos mejorables:

  • La separación de los párrafos: a veces tienes ‘tochos’ de casi una página que sin embargo en una lectura rápida piden a gritos puntos y aparte. Colocados esos puntos y aparte no sólo se ganaría en facilidad de lectura, sino en asimilación de conceptos bien diferenciados.
  • La sintaxis de las frases: en demasiadas ocasiones hay que estar buscando y rebuscando el verbo principal. Y eso cuando aparece, pero ese es otro tema.
  • La manera de encadenas los pasos de las demostraciones: en muchas de ellas, en vez de seguir un estilo lineal (el típico de una demostración matemática) del paso a paso, salta de uno a otro, vuelve al anterior para añadir un matiz. Eso cuando de repente se da cuenta de que necesita aclarar un nuevo concepto, para lo cual a –así, con todo el morro–te mete de repente otra demostración.
  • La manera de narrar a veces se hace tan superficial que nombra experimentos básicos, como el de Roemer y el de MichelsonMorley, y sin embargo no se molesta ni siquiera un poco en explicarlos. Bueno, del de Roemer dice algo, pero muy poco. O al menos eso he creído entender: en ese nivel de claridad estamos.

Todo eso me hace pensar en un texto inmaduro, no repasado. Y, debo admitirlo, eso se me hace muy raro viniendo de quien viene. No sé qué pensar. Supongo que el fallo, al menos en parte, no esté en el escritor sino en el lector. Leo en unas condiciones diría que precarias. La inmensa mayoría de los libros que aquí comento los he leído en los trayectos casa–trabajo, trabajo–casa. El primero lo hago muchas veces medio dormido; a menudo agotado el segundo, nueve horas después, lo padezco con unas ganas mortales de descansar. Sí, soy un viejuno. Viejuno y cascado. Pero se trata de los únicos tiempos en los que me puedo aislar (cascos y música de por medio) y disfrutar de la lectura en soledad. Admito como condiciones de lectura dejan mucho que desear, más si cabe ante textos como éste, en el que por ejemplo el autor intenta explicar el origen de las Transformaciones de Lorentz mediante geometría.

No me importa entonar el mea culpa, no. Mea culpa.

Pero hay una parte de culpa que no voy a admitir. Esa culpa tiene la forma de frases mal construidas, con palabras ausentes, a veces incluso verbos. No tolero que me deba parar a leer y releer una oración hasta cinco veces para descubrir que le faltan complementos vitales del predicado (hablo de explicaciones pseudomatemáticas que requieren todos los datos, no texto poético en el que se permite la elipsis). La culpa de eso se la reparten el editor y el traductor; que ellos decidan en qué proporción. Pero dado el tipo de edición (barata, de colección de quiosco, de 1985) me da que esa culpa recae más que nada en el editor.

Nadie puede negar es que el texto ha quedado anticuado. Y eso ha pasado por fuerza y no por culpa del autor. En los últimos noventa años la física, la astronomía y la cosmología han avanzado. Nada de materia oscura, ni teoría de la inflación (bueno, sí que habla muy, muy, muy de refilón de ella con el ejemplo de los enjambres de abejas sobre el campo), ni radiación de fondo, ni (por supuesto) campos de Higgs, ni vacíos cósmicos. Por contra mucha referencia al éter (supongo a que por entonces todavía resultaba duro abandonar esa idea), además de hablar de teorías que se me hacen por lo menos peregrinas, como la de la Creación Continua (que sin embargo veo que sigue viva. Alucino).

Me ha sorprendido mucho el intuir que habla de la teoría del universo holográfico. Al menos esa impresión me ha dado cuando ha tratado de describir la ‘realidad’ de la materia. Que sí, que puede que me esté equivocando pero ¿ni sería bonito descubrir que sentiste idea tan poderosa ya se barruntó hace casi un siglo?

Leyendo las conclusiones, sobre todo lo relativo al poder del observador, no he podido evitar pensar en Cuarentena de Egan. ¿Habrá alguna influencia? Nunca lo sabré.

Lamento ser un inculto en algo tan apasionante como la cosmología (y en general en la física): seguro que con una formación más profunda hubiera disfrutado mucho más de esos detalles.

Se me he hecho curioso que, al contrario que en todas las representaciones que he visto del espacio-tiempo einsteniano, con los cuerpos como pozos de gravedad, aquí aparezcan representadas como montañas: las estrellas y los planetas están en la cumbre de montañas. Eso sin embargo ha servido para hacer muy visible la descripción de caminos de mínima energía. Todo un acierto por parte de Russell. Ojalá alguien me diga porqué no se usa ya ese modelo.

Me ha hecho gracia, aunque lo comprendo, la insistencia en subrayar los espacios no euclidianos. Eso me ha hecho imaginar a Lovecraft leyendo el libro, y llevándole a alucinar dioses y horrores más allá de nuestro planeta.

En definitiva, el texto no me parece la mejor manera de introducirse en la Relatividad. Incluso alguien como yo, que la he estudiado a niveles básicos, he tenido problemas para ver algunas de las demostraciones. Tanto que he tirado más de mis conocimientos previos que de lo leído en el libro. Demasiado farragoso a mi gusto, y más embarrado aún por la edición. Una pena. Le pongo un 4.

Nótese que al contrario que con otros autores, como por ejemplo Walpole o Maturin, a Russell sí que le asigno una etiqueta: dejo abierto el camino a leer más de él.

Hasta luego.

Isaac Asimov – Memorias

Hola, culebrillas.

Hace mucho, pero mucho, que no leo nada de Asimov. Si no recuerdo mal lo último suyo que pasó por mis manos me dejó muy mal sabor de boca: El fin de la eternidad no me gustó nada. Pero nada en absoluto. Demasiado reiterativo, como si no quisiera avanzar, y carente de la maravilla de las otras novelas del autor. Por fortuna no me queda casi nada más de él en La Pila, así que me dije: supongo que esta autobiografía no me resultará tan desastrosa como ese libro, y si me lo leo me quito de encima un buen número de páginas.

Y así me lancé a sus Memorias.

Isaac Asimov - Memorias

Isaac Asimov – Memorias

El estilo con el que está escrita la biografía se ajusta a la perfección al que el propio Asimov usa en sus obras: llano, carente de florituras y directo. Se lee a una velocidad pasmosa, sabiendo entremezclar la crónica de su vida con anécdotas que lubrican la lectura. Al parecer, si se cree uno la biografía, el viejo era así: dicharachero como él sólo.

Entre lo más interesante, al menos para mí, está el descubrir los enredos del mundo editorial norteamericano. O al menos los que había entonces, pre y postguerra. Aparecen editores ahora de renombre, como John Campbell, otros que conocía menos junto a un buen montón de los que no había oído hablar nunca pero que para resultaron un apoyo. Hay que admitirlo: me da envidia el ver cómo allí, en esa galaxia tan lejana llamada Estados Unidos, se paga por escribir ficción. Y algunos incluso viven de ella. Lo dicho: me da una envidia enorme.

El libro también sirve para conocer más a nombres que todo lector de ciencia ficción conoce de sobra. Pohl, Heinlein, Silverberg, Ellison, Bova… la lista seguiría, pero baste con decir que Asimov, sólo por edad, conoce a casi todos.

También leyendo la biografía me he ‘explicado’ el porqué de ver en las estanterías no sólo libros suyos de ficción, sino otros muchos de no ficción, sobre todo divulgativos. En mi escaso conocimiento, me parece que Asimov puede entrar en eso que algunos llaman ‘hombre renacentista’: un sabio de todo. No practicó el dibujo y la ingeniería, como Da Vinci, pero en lo relativo a su papel como divulgador Asimov parece que ha tocado casi todo lo imaginable.

La biografía describe tanto a la persona como a sus diversas etapas productivas: el inicio en la cifi, su larga etapa de no ficción y su regreso a la ficción, esta vez ya conjugada con la divulgación. Todo ello sumando una cantidad apabullante de palabras. Porque, en efecto,  si una palabra puede describir a Asimov esa es prolífico. De pequeño (los ya lejanos ochenta) me llamaba la atención encontrar en las librerías, aparte de sus libros de la fundación y los cuentos, otros de química, de artículos… incluso de ¡historia! Leyendo la biografía todo queda explicado. Lógica la admiración de Toharia ante el viejo patilloso.

Asimov no sólo divulgaba con sus escritos: también los hacía mediante conferencias y con charlas o entrevistas. Y este comentario me permite introducir el enlace a una de las dos entrevistas que él mismo considera entre sus favoritas: la que le hizo Bill Mollers en 1988 (si me he equivocado que alguien me lo diga). En definitiva, una biblioteca con patas, eso parecía el profesor (en uno de los capítulos él mismo se admite que hay gente que le considera así: el ‘pregúntaselo a Asimov’).

Hasta ahí todo bien.

Ahora viene lo malo: Asimov hablando Asimov de sí mismo. No le voy a negar que se haya sincerado. De hecho viendo la manera en que se describe todo apunta a eso: engreído, prepotente, re–sabiondo. Nada que un aficionado al ruso–americano no desconozca. Pero teniendo en cuanta esa naturaleza suya la lectura me hecho dudar de si el talante fantasma del señor no ha hinchado un poco o bastante la genialidad de la que habla. Ejemplo: decir que durante la juventud ya había leído todo lo que dice haber leído entra en conflicto con lo que él mismo dice, que en ese época la tienda de su padre le absorbía demasiado tiempo. Una cosa es leer rápido, otra decir que posee una habilidad casi similar a la de Rainman. Hay más ejemplos de exageración que huelen a ‘asimovadas’.

Aun así los pros (una visión al mundo editorial de un monstruo de las letras, y todo cuanto le rodea) superan a los contras (esos aires de megalomanía). Y eso que admito que esto de las biografías no acaba de ir conmigo: nunca antes había leído una, y no sé si repetiré la experiencia. No le acabo de sacar el punto de interés que sin embargo sí encuentro en un libro de relatos o una novela. O incluso en un texto divulgativo. Todo eso me llena más que leerme la vida de un tío.

Bueno, se trata de una mera cuestión de gustos. Aun con todo me parece un libro curioso e interesante, por lo que le pongo un 7.

Adiós.

AA. VV. – Historias del dragón

Hola, ofidios.

No tengo ni idea de cómo llegó a mis estanterías este libro, pero sin duda no me lo compré. ¿Un regalo de alguien? Pues no lo sé, la verdad. Pero la cosa es que lo he agarrado.

Al parecer, si no me engaña eso del #FFF, se trata de una edición para el Festival Fantástico de Fuenlabrada.

Aclaración: sí, leyendo la nota final del libro me queda claro que es para ese festival, y entiendo que en su edición de 2013.

El relato ultracorto, microcuento, nanocuento o como que quiera decir es un estilo que, salvo para concursos (por eso de que se leen muy rápido, lo que facilita la selección de textos), en España casi ni existe. Si el cuento está desprestigiado frente a la novela, lo de estos apuntes narrativos ya roza lo subterráneo, quedando para fanzines y similar. Y pensar que uno de los grandes del microcuento se estudia (o se estudiaba en mis tiempos) en el instituto: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna no dejan de ser microhistorias de brevedad extrema. Este tipo de textos no dejan de poseer cierto parecido a otras microcreaciones que si no me equivoco en España todavía apenas se conocen: los haikus.

Como el intento de escritor que fui hace tiempo yo mismo he practicado todo eso, tanto la greguería como el microcuento y el haiku. Quizá con esa experiencia de que sé lo que supone esto de la microcreación (lograr que en un espacio ínfimo lograr no sólo enganchar al lector, sino llevarle por un camino concreto para, llegados a final, desconcertarle) he leído con mirada en especial crítica los cuentos de Historias del dragón.

AA.VV. - Historias del dragón

AA.VV. – Historias del dragón

Que la compilación esté presentada por Carlos Sisi se ajusta a un intento de darle tirón comercial al producto. Algo que en mi caso, y en aras de lo único que he leído de ese autor, poco éxito tiene. No voy a hacer que esa presentación lastre el contenido. Al fin y al cabo los 109 textos recopilados puede que tengan poco o nada que ver con Sisi.

Lo dicho, he leído los 109 textos con el ojo crítico del que se ha peleado (lápiz y papel en blanco) con este estilo de creación. Al empezar me puse una cifra como umbral de valoración: que un 10% del contenido tenga una calidad media–alta. Eso deja un 90% de falta de originalidad, mediocridad y morralla, siempre desde mi punto de vista.

No voy a hablar de lo malo: entre los nombres presentes en la compilación sin duda hay mucho aficionado o principiante. Ellos tienen por delante todo el tiempo del mundo para mejorar y madurar. Les animo a perseverar.

Pero debo resaltar los textos que a mi gusto más me han llamado la atención.

  1. ‘Inocencia’, de Joe Álamo, encaja poco más o menos en mi idea de lo que debe tener un microcuento standard: visual, directo, introduciendo al lector en una escena concreta con agilidad pero sin caer en lo simplón, y con un final que rompe la línea del cuerpo del texto.
  2. Con ‘Pléyone y Atlante’, de Helen C. Rogue, me da la impresión de que algo se me escapa. He tenido que navegar para descubrir la historia de los protagonistas. Me gusta eso de que se usen palabras o conceptos que con su mera mención ya aporten toda una historia. Aunque luego la mención final a la guerra en el Olimpo me descuadre. Y sin embargo me deja buen sabor de boca.
  3. ‘La niña perdida’, de Francisco García Jiménez, cuento dotado de un toque surrealista (en el sentido de lo macabro) que me ha gustado.
  4. ‘El extranjero’ (Daniel Garrido Castro) aparte de bien escrito posee un mensaje potente.
  5. ‘El milagro’ de Patricia Mejías, aunque entra un poco en el tópico tiene una idea e imagen de base potentes.
  6. Debo reconocer que me ha hecho gracia ‘Hombre y máquina’ (Salvattore Mon): tan humano como ridículo y real.
  7. Sabes que estás entrando en un juego del engaño, pero aun así sigues. Bien. Hablo de ‘La primera vez’, de Montse N. Ríos.
  8. De ‘La grieta’ (de Sergio Pérez-Corvo🙂 debo decir que siento cierta afinidad hacia él dado que relato posee un estilo muy similar al que yo usaba.
  9. ‘El último caminante’, de Aitziber Saldias, con una mejor redacción–puntuación (el texto más repartido en párrafos, por ejemplo) entraría entre los mejores del libro. Bueno, de hecho al aparecer en esta lista ya está entre ellos.
  10. Respecto a ‘Guerrero de Marte’, de Ramón Dan Miguel Coca, sólo puedo decir que esa tontería (por inocente y juvenil) me ha hecho mucha gracia, lo que ya es mucho.
  11. Acabamos con ‘Reloj, tiempo y olvido’, de Valjean, un cuento que demuestra que un simple y buen diálogo lo puede decir todo.

Un par de cosillas más. Los relatos ‘Caernhenn’ (Víctor Conde) y ‘Victoria contra los desahucios’ (J. J. Castillo) puede que tengan algo similar a ‘Pléyone y Atlante’, que jueguen con referencias concretas. Pero si existen no he sabido/podido encontrarlas, lo que los convierte en fallidos. Pero ojo, que es muy probable que el fallo esté en mí, por ciego y torpe.

De las ilustraciones me han gustado ’Contigo y los otros’ de Sebastián Cabrol (muy a lo Cosa del Pantano, con un aire muy profesional), ‘La mala mujer’ de Guiomar González (infantil pero potente), ‘Ventanas de la percepción’ de Marlene Llanes (con ese ligero toque Escher), ‘Noche lluviosa’ de Hugo Salais (quizá la culpa la tiene esa escolopendra que no lo es, pero algo me obliga a mirar el dibujo de vez en cuando) y ‘–¿Qué hacen? / –Me están mirando’ de Soraya Santamaría (todo un nanocuento en sí mismo. Perfecto).

Haciendo un poco de estadísticas, si yo esperaba encontrarme un 10% de relatos satisfactorios (unos 11, redondeando al alza) el número final asciende a ¡once! Eso hace un porcentaje de un 100% sobre el mínimo esperado. Mis felicitaciones a los nombrados y ánimo a los no nombrados (entre los que se encuentran varios nombres famosos, demostrando que esa fama no va acompañada siempre de buenos textos), a seguirlo intentando.

Un saludo.

Robert E. Howard – Conan el aventurero

Hola, culebras.

Un poco de aire fresco, lectura rápida tras la profunda y densa anterior. Para eso el amigo Conan siempre viene muy bien. Este volumen contiene cuatro relatos. En el índice pone que pertenecen a L. Sprague de Camp, pero la autoría real le correspode a Howard. De hecho de Camp sólo mete mano en ‘Los tambores de Tombalku’, relato póstumo redactado a base de apuntes dejados por el tejano.

Robert E. Howard - Conan el aventurero

Robert E. Howard – Conan el aventurero

  1. ‘El pueblo del círculo negro’. Por mucho que Leiber diga, el cuento (más bien novelette) me parece un ‘más de lo mismo’ en lo relativo a los relatos de Conan. Se lleva un 5 raspadete, y bastante.
  2. ‘La sombra deslizante’. Y de nuevo le llevo la contraria, al menos en parte, a Leiber. El cuento es pasable. ¿El peor de Howard? No lo podría decir dado que ahora mismo tengo cierto cacao entre todos los que he leído del tejano y de sus discípulos (pero mucho mejor que cierta morralla intragable). Lo que sí que hay que decir es que tiene una enorme falta: la atmósfera inicial (alienante y extraña) recuerda demasiado a ‘Clavos rojos’. Tras ese arranque muy interesante el cuento deriva en un continuo ‘que te pego, leche’. De nuevo pongo un 5.
  3. Con ‘Los tambores de Tombalku’ se podría decir que tenemos dos relatos por el precio de uno. Dos historias en una, dos aventuras que pese a estar enlazadas entre sí muy bien podrían haber aparecido de manera independiente; de hecho en los cómics se narra poco menos que en innumerables ocasiones escaramuzas similares. Tenemos una mezcla de ambientes y parajes: desde los extraños (aunque algo semejantes a los de ‘La sombra deslizante’) a los desérticos de la época de los zuaguires, pasando por brujería e incluso un Conan entronizado. Un enorme fallo de este cuento lo tenemos en las descripciones de las dos naciones en las que transcurre la historia: puedes decir mil y un veces que están ‘perdidas y olvidadas’, pero si haces que un sólo personaje las encuentre en el plazo de unos días y sin recorrer mucho espacio (un par de días a lomos de camello) entre una y otra… algo falla. Casi da la impresión de que más que perdidas estaban dejadas de lado por el resto del mundo adrede: como si las vieran y las rehuyeran. Vamos, como una especie de Nadsokor. Pero no, que nadie había podido encontrarlas en cientos de años, nadie menos los protagonistas, oye. Pese a ello el cuento me ha dejado bastante mejor sabor de boca que los anteriores, por lo que se lleva un 7.
  4. Leyendo ‘El estanque del negro’ volvemos a adentrarnos (por cuarta y última vez en este libro) al esquema de ‘exploración que lleva al descubrimiento de una raza perdida’. Todo muy lovecraftiano pero al mismo tiempo –al menos en los dos primeros tercios del cuento– bastante maquinal. Por fortuna ese tono ‘a lo Lovecraft’, sobre todo al final, hace que el texto resurja: no se limita a mostrar ‘lo primigenio’ en forma de de la enésima raza perdida sino que añade detalles que encajan con el horror cósmico que se estaba engendrando en la época en la que se escribió el relato. Todo un cuento a media camino entre ambos géneros. Merece un 7 como nota.

A modo de comentario final decir que la edición tiene algunos defectos, con unas pocas frases raras o forzadas. Nada que enturbie demasiado la lectura, y sin duda a años luz de los despropósitos de otras editoriales.

Ah, sí, la media de la valoración: un correcto 6.

Un saludo.

Ramsey Campbell – Nazareth Hill

Hola, culebras.

De nuevo le doy un poco al maestro Campbell. No voy a negar que la última lectura suya me dejó mal sabor de boca. Pero entiendo que no toda su obra puede igualar el nivel de Imágenes Malditas, La secta sin nombre o El sol de medianoche.

Empecé a leer esta novela con la sombra del juego y película de nombre similar, Silent Hill, rondándome. El paralelismo se iba acrecentando en mi mente a medida que se acumulaban algunos detalles: el fuego como elemento de cierto peso en la historia, la presencia de la casa (similar a la de la iglesia en le película), la aparición, que en algo me recordaba a las que se ven en la película. Incluso la manera en la que Campbell juega entre lo real y lo imaginario.

Pero llega un momento en el que esa posible relación desaparece y tenemos a un Campbell puro.

Ramsey Campbell - Nazareth Hill

Ramsey Campbell – Nazareth Hill

El estilo agobiante, visual y muy atmosférico, típico del inglés se apodera de la novela. Gracias a él acompañamos a la protagonista en su descenso en espiral hacia la locura y la soledad, ambas descritas de esa manera tan íntima que sólo puede hacer Campbell. Ante nosotros pasa una amplia panoplia de personajes secundarios. A mi entender el autor se vuelca de manera quizá excesiva en los vecinos, llegando un momento en el que casi hace falta llevar una lista de ellos. Pero por fortuna al cabo de un tiempo se queda con unos pocos. Con ellos como decorado contra el que enfrentar la degradación de Amy,  Campbell se centra en la chica y su padre, enfrentando la mentalidad juvenil y asustadiza de ella y la cada vez más obsesiva y puritana de él. Entre ambos, como especie de entrometido y a veces convidado de piedra, está Rob, el novio de la chica.

La desesperación, la rebeldía y la confusión de la chica, teñidas por el temperamento de la adolescencia, están llevadas de manera realista: sólo hace falta haber tenido a una hija en esa edad para conocer muchos de los diálogos y poco menos que hacerlos propios. En ese carácter destaca la obra: no se trata de un cuento de espectros al uso, aunque sí los haya. El libro se centra sobre todo en la necesidad de una adolescente de reivindicar su personalidad y su espacio. No es una niña, por mucho que su padre la tenga por eso: exige que se la tenga en cuenta como una adulta. Incluso cuando habla de lo que ve, algo que nadie más que ella parece apreciar. La afirmación de una personalidad adulta, exigiendo que se la tenga en cuenta como tal, frente al pasado infantil y fantasioso (y por tanto algo a tener menos en cuenta).

El juego entre lo que ve y lo que cree se va enredando hasta el punto de que el lector, y la propia protagonista, duda de sus percepciones. A los dos tercios del libro da la impresión de que no estamos ante un libro de aparecidos, sino ante uno en el que una chica adolescente se enfrenta a la mismísima locura (mundana, cruda y trágica). ¿Cuánto de lo que ve existe de verdad y cuánto tiene su origen en su mente atormentada por el recuerdo de algo que creyó ver de niña, una madre muerta de manera trágica, un padre ultrarreligioso y sobreprotector?

El lector navega entre esos dos mares (locura frente a horror sobrenatural) sin saber a ciencia cierta en cuál de ellos acabará sumida la protagonista, si no en los dos. A lo largo de la novela Campbell no da pistas, sólo suelta un golpe tras otro hundiendo más a la protagonista y al lector en esa sima. Un claro acierto.

Sin embargo no todo son detalles positivos en la novela. Si algo se pude decir de Campbell eso es que cuida muchísimo los detalles, tejiendo ambientes y atmósferas como nadie. El horror, el vértigo de la desesperación de palpan a lo largo de la historia, creciendo a medida que se acerca el desenlace. Pero a veces las descripciones resultan tan prolijas que agobian. Campbell hincha las páginas con detalles excesivos que más que ayudar a dibujar despistan al lector. Y, de forma incongruente con eso mismo, la auténtica protagonista de la novela (la casa) no acaba de estar bien definida. La describe muchas veces pero lo hace de manera incoherente: las dimensiones (tanto del edificio como de la parcela en la que está erigida) no acaban de encajar: a veces parece que está en medio de un enorme solar vacío, mientras que otras da la impresión de que sus muros están justo sobre la calle, encima del mercado. Ignoro si el autor deseaba de verdad dar esa impresión, pero a mi gusto resulta fallida.

Entre los detalles que a alguno le disgustará, pero que a mí no me preocupan, está la ya clásica vaguedad o indefinición de algunos detalles. ¿De dónde sale el poema de Hepzibah? ¿Cómo llega al libro de Amy, si es que de verdad llega? O la manera en la que se crea el vínculo entre la chica y la presencia… Campbell usa un método muy lovecraftiano para tratar de empezar iniciarlo (típica lectura de un diario) pero, de nuevo al estilo del de Liverpool, queda sin definir. Ni falta que hace: las emociones que en torno a ello se dibujan ya tienen suficiente vida como para poseer entidad propia, aunque su fundamento sea irracional y/o subconsciente.

A esos defectos de forma ayuda poco, por no decir nada, la traducción. Poco voy a hablar de ella. Sólo diré que la edición que he leído está editada por La Fábrica de Ideas. Punto. Quien haya leído más reseñas mías de libro de esa editorial ya sabrá por dónde van los tiros. Más de lo mismo. Ya me hago a la idea de que todos los saldos de esta gente están saldados por eso mismo, por tratarse de ediciones chapuceras (y a saber si irrespetuosas con el autor y su obra). Pese a la traducción, pese a la puntuación a veces aleatoria, pese a las erratas, pese a las frases mal construidas, el libro (por su contenido, su fondo) se puede leer. Aunque, todo hay que decirlo, a veces uno piensa ‘¿de verdad está tan mal traducido, o es que Campbell ha escrito esto así de mal?’. La verdad, se me hace más creíble que esos numerosos pasajes en los que la vista se te va buscando el sentido a la frase tengan su origen en una torpe traducción más que alguien como Campbell, escritor afanado y con trayectoria intachable, no sepa crear frases. Una pena no poder leer inglés y así poder comparar.

De la portada mejor no hablar. Demasiado similar a la de El guardián de almas: dos imágenes sobrepuestas, una de ellas distorsionada.

Lo dicho, pese al empeño que parece poner la gente de La Fábrica de Ideas por destrozar el libro, éste avanza hacia un final soberbio y salvaje, una nueva muestra de cómo ese señor sonriente y con cara de no haber roto un plato está donde está. Por ello el libro se merece un 7, sobre todo por la manera de tejer esa asfixiante desesperación por reivindicar el yo de la protagonista. Un Campbell medianito: ni tan bueno como unos ni tan malo como otros. Y eso ya quiere decir que es mucho mejor que la media de autores de terror que te puedas encontrar por ahí.

Adiós. O hasta otra. O…

AA.VV – Alucinadas

Hola, ofidios.

Toca de nuevo leer un libro de relatos. No recuerdo bien cómo llegó a mis ‘manos digitales’ este volumen, pero me suena que fue a raíz de eso llamado ahora como pago social: publicar un tweet o entrada en caralibro para conseguir el acceso a descargártelo. Me parece una manera oportuna de difundir una obra, sobre todo en tiempos de crisis como los actuales. Espero que las autoras reciban algún pago en forma de contratos con editoriales tras esta compilación.

Autoras. Sí, en femenino y plural. Esta obra trata de aunar a mujeres que escriben CiFi. En la introducción se habla del predominio masculino en este género (bueno, dicen que salvo en el romántico el macho predomina sobre la hembra en todos los campos de la literatura), y que por eso hay que potenciar la obra escrita ‘por ellas’. Lo que algunos llaman discriminación positiva. ¿Esto es útil, oportuno o acertado? No sé qué decir, más que nada porque jamás me he acercado a un libro pensando en si lo ha escrito un macho o una hembra de humano: sólo me atrae la temática. Así me he leído obras escritas por mano femenina que me han encantado, otras que me han dejado más o menos indiferente (la trilogía de la xeogénesis) y otras que no me han gustado nada (El hombre hembra). Y para ello no ha tenido nada que ver el sexo. Vamos, que una obra (y su autor o autora) se defiende por su contenido, no por los genitales de quien la escriba.

Se acabó mi paranoia igualitaria y que no va a ningún lado. Al tajo. A ver cómo de Alucinadas están las damas.

Tras dos introducciones demasiado similares, y una de ellas con una excesiva influencia de Barceló, al fin entramos en harina.

AA.VV. - Alucinadas

AA.VV. – Alucinadas

  1. A ver, se supone que el relato ‘La Terpsícore’ (Teresa P. Mira de Echeverria) entra dentro de la CiFi, en concreto de la temática cuántica. Pero es que yo no le he visto CiFi casi por ningún lado, y sí que he visto mucha fantasía. Pero fantasía en plan homenaje/inspiración/¿plagio? Quien haya leído Marinero de los mares del destino empezará a ver las relaciones más que claras:
    • La nave que surca espacios/mares de una manera anómala.
    • El capitán que nunca sale de ella.
    • Que en el buque se junten distintas versiones de una misma persona.
    • Que una de ellas tenga una joya en la cabeza, con un ojo que no es suyo (ya sólo faltaba una mano mágica).
    • Que se fusionen los cuerpos de unos cuantos de los marineros.
    • La presencia de una entidad medio robótica como elemento unificador (ya de misión o como enemigo).

¿Más coincidencias? No las veo, pero me parecen bastantes como para ver muy clara la influencia de Moorcock en este relato. Eso en lo relativo al fondo; la forma no disgusta, a pesar de algún que otro giro argentino. He encontrado unos pocos defectos (a mi entender) de puntuación pero nada clamoroso. En definitiva, el cuento no me ha disgustado pero tampoco me ha llamado la atención. Quizá porque la sombra de la obra del inglés es demasiado alargada y prefiero el original a la obra derivada. Le pongo un 6.

  1. La cosa sigue con ‘La plaga’. Leyendo este relato de Felicidad Martínez no pude evitar recordar el Aliens de Cameron. El planteamiento inicial es poco menos que calcado, Vásquez incluida. Sí, luego la narración se aleja de la típica historia de misión de limpieza para adentrarse en un asunto más ecologista (con alguna que otra deducción del nivel de Perogrullo pintada como ‘gran descubrimiento’), pero esa primera impresión no me acabó de abandonar. Al final se queda en simple historia entretenidilla, que se merece un correcto 6.
  2. Cuando leí le título de ‘La tormenta’ (Laura Ponce) no pude por menos que pensar en la obra casi homónima de Chespir. Pero no, me da que no tiene nada que ver. La tormenta de la que este cuento habla sirve de aglutinante de personajes, al mismo tiempo que detona los acontecimientos. Que el final resulte previsible no hace que el cuento pierda interés, sobre todo por la manera lenta con la que se narra. Bien. Le pongo un 7 que hubiera llegado a un 8 si, por ejemplo, se hubiera desarrollado mejor el planeta y su ecología (que en un día se produzca esa explosión de vida supera con creces mi suspensión de la incredulidad).
  3. En ‘El método Schiwoll’ de Yolanda Espiñeira hay demasiadas incongruencias. Hablan de lo galáctico cuando casi parece que se refiere al barrio (o grupo local), las catástrofes del planeta parecen demasiado exageradas, sacadas de peli de serie B y decorados de cartón piedra, la manera en que se llega al ¿desenlace? me da la impresión de que la autora no ha sabido salir del entuerto en el que se ha metido. Aunque me da la impresión de que algo se me escapa: la referencia a la hipercalemia me sugiere que hay un posible nivel técnico que ignoro, o que no he sabido leer. Aun así me fastidia pero debo otorgarle un triste 3, sin tigre ni trigal.
  4. Leyendo ‘Casas Rojas’ de Nieves Delgado no he podido evitar pensar en Priss. Sí, Priss, mi replicante favorita (me da que no soy el único que tuvo fantasías con ella). Y es que este cuento juega con eso que ni Dick ni Ridley Scott se atrevieron a meter en sus respectivas obras: la sexualidad de los replicantes. Aquí ese aspecto de la naturaleza humana se convierte en la base del cuento. ¿Sueñan los androides con follarse a humanos? En respuesta la a esa pregunta está la clave del cuento, que me parece bastante interesante. Un 7.
  5. Los ‘Mares que cambian’ de Lola Robles seguro que habrán cambiado mucho, pero a mí me han dejado frío, muy frío. El tema del que trata, el cambio de sexo como fundamento de un sociedad, no me atrae lo más mínimo. De hecho me parece artificioso y rebuscado. Por eso mismo al relato debo ponerle un suspenso, un 4, pero dejando bien claro que sólo porque la temática no me gusta. Supongo que a los que les guste Playa de acero (la tengo en la pila y me sigue dando bastante repelús) o Venus mas X (no sé si hablar de Limbo, porque aunque no habla de sexualidad sí que creo que puede tener algo que ver con ese tipo de exquisiteces filosóficas y medio morfológicas) sepan disfrutar de este relato.
  6. Bueno, bueno, bueno… Y llegamos a ‘Techt’ de Sofía Rhei. Por una vez y me voy a adelantar dando la nota al texto antes de hablar de él: un 9. Sí, un sobresaliente. A medida que iba leyendo este cuento notaba cómo me iba agradando más y más. Llegados a mitad del mismo ya sabía que le iba a otorgar un 7, pero con el último tercio tuve que rendirme ante la autora y la historia que narra, hasta el punto de verme obligado a dar este infrecuente (dentro de mi catálogo de críticas) nueve. El relato me parecido un delicia. ¿Por qué? De entrada posee un fondo de ciencia ficción elaborada: sólo hay que ver el cuadro de caracteres y cómo lo trata de explicar y defender. Ante ese esfuerzo, sincero y con ideas, sus errores quedan reducidos a algo incidental: ¿a quién le importa que ‘vida+a+p’ resulte que por narices tenga que ser ‘perro’ y no ‘pulpo’ ‘periquito’, ‘pulga’ o ‘pato’? ¿De verdad se va a fijar uno en que el número de siete pulsaciones esté falseado porque de verdad las pulsaciones simultáneas son múltiples, no una sola? A mí me da igual: el sólo esfuerzo de elaborar ese lenguaje ya me parece digno de loa. Pero es que el cuento no se limita a eso. El verdadero trasfondo de la historia radica en un enfrentamiento cultural muy de nuestros días: la neolengua surgida a partir de los SMSs (una degradación idiomática fomentada tanto los sistemas de comunicación actuales como por la educación paupérrima) frente a alguien culto y que ama y respeta su idioma. Todo padre con un mínimo de habilidad de redacción se ha enfrentado a las aberraciones que su hijo (y su camarilla) escribe en whatsapp, caralibro, twitter y demás. Ese padre ha tenido que ver, para su horror, como tales aberraciones no sólo las consideran aceptables, sino que reinciden en ellas dándolas un aire de corrección. En mi casa se ha vivido eso, el ‘pero se me entiende, ¿no?’ frente al ‘una mala redacción depaupera a quien la usa, dando una imagen de persona analfabeta, cuando no bestial’. Supongo que este cuento me ha afectado mucho más que a otro lector: me considero un amante del lenguaje y me duele muchísimo comprobar cómo éste degenera poco a poco. ¿Llegará a haber algún día algo similar a lo narrado en el cuento? Espero no vivirlo, la verdad: me convertiría en un Ludwig amargado y anacrónico. Pero volvamos al cuento. El texto juega con el lenguaje y traza en torno a él toda una historia, tanto personal como sociopolítica, y con drama incluido. Lo hace de una manera no sólo correcta, sino bien narrada. Tanto que hasta ahora es la única autora a la que no remitiría (en una manera u otra) a mis reglas de escritura. En definitiva, leer ‘Techt’ me ha supuesto una c completa delicia. El texto justifica por completo la compilación, y de nuevo demuestra de que los gustos y los colores van por barrios: yo, a falta de leer los cuatro relatos restantes, hubiera nombrado a este cuento cómo ganador indiscutible del concurso. Así que insisto: un nueve y mi más sincera felicitación a la señora Rhei. Me postro a sus pies, señora.
  7. El inicio de ‘Bienvenidos a Croatoan’ (Layla Martínez) promete algo que luego o yo soy muy necio (posibilidad que nunca voy a negar del todo) y no lo veo o poco tiene que ver con el cuento. El relato juega con una especie de viajes en el tiempo bastante sui géneris: se consigue mediante drogas que inhiben la función de colapso de la mente humana (para leer acerca de algo similar consultar Cuarentena, de Greg Egan. Esa novela también se desarrolla en torno a la idea de un universo cuántico en el que el observador colapsa las posibilidades). Los viajes en el tiempo, por llamarlos de alguna manera, que se describen en el cuento tiene más experiencia química que de otra cosa. O al menos así los describe al principio… porque luego la autora se da patadas a sí misma (y a su argumento) y convierte los viajes en algo físico. Y llegados a ese punto, una incongruencia enorme creada por la propia autora, se me quitaron las ganas de leer más. Si ni siquiera es capaz de hacer coherente su propio universo, sus propias premisas, ¿qué interés tiene el cuento? Un suspenso, un simple 4.
  8. De nuevo me siento en cierta medida desconcertado (o engañado) con el relato ‘Black Isle’ de Marian Womack. Me ha dejado descolocado esa referencia descarada al Drácula de Stoker: que me digan que no pintan a todo un sosias de Renfield. Tras descubrir ese relato uno se podía esperar que la narración, hasta entonces que entra dentro de la cifi ecológica clásica, diera un giro hacia el horror. Y me refiero a un giro con lógica y argumento. Sin embargo la historia avanza manteniéndose en ese campo ecologista: el síndrome que afecta a las especies recreadas. Y en eso sigue, y sigue… hasta que de repente la autora parece que se da cuenta de que va a llegar al límite de palabras del concurso y corta por lo sano, deja intuir algo que se sale de lo hasta ahora mostrado. Y punto. Olé tus huevos, que se diría. Con ello me ha dejado cara de pasmo (no por la calidad, precisamente, sino por la ligereza con la que se desentiende de lo narrado) y hace que la aparición de esa especie de Renfield quede reducida a un recuerdo mal hadado. En otras palabras, o de nuevo estoy espeso y negado (ya empiezo a creer que sí) o esto roza la estafa. Un tres. Lo siento pero un tres.
  9. Admito en público que no me apasiona el deporte. Pero nada de nada. Supongo que eso, una cuestión personal, hizo que no acabara de enganchar con ‘Memoria de equipo’ de Carme Torras. No acabé de verle el sentido a lo de montar un partido virtual para tratar de descubrir a un asesino. Tampoco pude comprender el marco legal de esos EE.UU. que permite semejante artificio, ni la estrategia de los protagonistas de serializar la investigación en modo blog y con crowdfounding final incluido. Por no hablar de lo de los avatares del público, con el supuesto descubrimiento entre ellos del promotor (uno que en la escena final… pero mejor me callo. Sólo diré que hay otra incongruencia más). En definitiva, creo que la autora ha querido mezclar su pasión por el baloncesto con cosas ‘nuevas’ como el crowdfounding para crear un relato de intriga. Por desgracia no ha sabido desarrollar el entorno de forma lo suficiente credibilidad como para que la historia funcione. No hace falta que me describa de pe a pa el sistema penal de ese mundo, pero cuando la historia se basa en algo tan peregrino (y distinto de lo que conocemos) necesito más datos para que creérmelo. Vamos, que tengo amplias tragaderas, pero no infinitas. Le pongo un 4 al cuento.
  10. El libro acaba con ‘A la luz de la casta luna electrónica’ de Angélica Gorodischer. Si no me equivoco de la señora he leído poco o nada. La ‘conozco de toda la vida’, al menos su nombre como autora. Incluso juraría que tengo/tuve por algún lado Bajo las jubeas en flor. Pero no, no lo he leído. Ni ese ni nada más de Gorodischer. Y mucho me temo que tras este ‘A la luz de la casta luna electrónica’ la cosa no ha cambiado: me ha sido imposible acabar el cuento. De entrada me encontré con algo que al menos para mí supone una barrera: el idioma demasiado localizado. El cuento no está escrito en español, sino más bien en argentino. A ver, digo por delante que se trata de un prejuicio personal. No lo considero un defecto per se (la autora, si a ella le apetece, usa el lenguaje de la manera que a ella se le hace natural y cotidiano), sino que a mí (como lector español) no me agrada. Tras unas cuantas páginas de lectura me encontré acudiendo al diccionario en demasiadas ocasiones, y sólo para saber qué significaba determinado localismo. Y eso cuando venía en el diccionario. Pero el tema del lenguaje no supuso el auténtico problema. La cosa empezó a ir mal de verdad al descubrir la manera en que se trataba a los planetas. El cuento usa ese estilo despreocupado y cómodo –y que detesto– según el cual un planeta (con toda su extensión, su población, orografía y sistemas político, social, cultural) es poco menos que un pueblo: el alcalde, el jefe de policía, el cura y el maestro. Algo tan grande como un planeta, con su inevitable riqueza y variedad cultural, por muy globalizado/galaxizado que esté, no lo puedes tratar como Villaabajo, como algo plano, uniforme y maniqueo. Pero ese defecto está muy difundido y para mí, aunque ya me permite clasificar al autor, no supone una traba fatal para la lectura del texto. Otra cosa es que la temática y la manera de abordarla no se me hagan nada interesantes. Y en eso sí que cae de lleno el cuento: encajaría más o menos en lo cómico o picaresco, géneros que jamás me han gustado. Las páginas se sucedieron como los días de una condena, hasta que de repente me di cuenta de que se me hacía más interesante la bufonada de ‘Quien quiere casarse con mi hijo’ que este ‘A la luz de la casta luna electrónica’. Así que llegó un momento que mandé a Trafalgar a paseo, cerré el libro y di por acabada la lectura. Como no lo he acabado no le voy a poner ni nota, y tampoco va a afectar a la media. Pero si encuentro alguna vez entra la Pila algo de Gorodischer no creo que lo agarre con muchas ganas.

Concluyendo, el libro empieza regulín pero toma velocidad y adquiere calidad. La explosión de fuegos artificiales que supone ‘Techt’ le hace a uno sonreír, alegrarse por el tiempo de lectura invertido, desear más. Desde aquí mi felicitación en especial a Sofía Rhei, y en parte a las editoras al permitirme descubrir a esa autora. Pero como se suele decir: lo bueno acaba. Los relatos siguientes van perdiendo interés y garra, hasta acabar con el de señora Gorodischer.

La nota final me sale de un 5’30, que enmascara la calidad de un reducido puñado de relatos, una primera mitad de la compilación que basta para hacerla merecedora de una lectura.

Un saludo.

Philip K. Dick – El hombre en el castillo

Hola, culebras.

No sé si este es el tercer o cuarto libro de Dick que leo. A ver, hagamos memoria: Sivainvi (una rayadura sin pies ni cabeza, fruto de las drogas), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (muy inferior a la película), Clanes de la luna alfana (un ‘psché’ descomunal), La penúltima realidad (una obra menor)… creo que ya. ¿Todavía me queda lo mejor por leer? Pues puede que sí, pero el resultado de este El hombre en el castillo no ayuda lo que dice mucho a tomar entre manos otra novela suya. Supongo que si regreso a Dick será para atacar a sus relatos.

Pero vamos a lo que vamos: El hombre en el castillo.

Desde el primer momento (y de eso han pasado años) sabía que se trataba de una ucronía. Pero conociendo al autor me imaginaba una serie de aventurillas más o menos lisérgicas en las que la realidad (o la percepción de la misma) apareciera distorsionada por x razones.

Pero mira por donde no es así. O al menos no del todo.

El libro sí que cuenta con sus pasajes lisérgicos, sobre todo con la putísima mierda del I Ching. Sí, digo ‘putísima mierda’ (sic) porque me repateaba cada vez que aparecía, el ver a gente (personajes) dejando sus acciones al albedrío de algo tan irracional como un puto horóscopo. Lo siento, pero detesto sobremanera esas estupideces, y más si veo que parte del comportamiento de unos individuos (aunque sólo se trata de personajes de papel) dependa de ellas. Llamadlo odio irracional. Lo admito. Y lo digo como alguien que en mi preadolescencia ha usado el I Ching. Hasta que, al cabo de poco tiempo, vi el soberano sinsentido de ello.

Luego el libro tiene su par de ‘momentos Dick’, idas de olla marca de la casa (como por ejemplo la asociación y deriva de ideas de del señor Tagomi en el parque) sin las que la obra no acabaría de pertenecer al autor. Pero esas idas de olla por fortuna no ocupan mucho en el libro, quedando… ¿qué queda?

El punto fuerte del libro para mí está en presentar la vida de esos EE.UU. conquistados y divididos desde los puntos de vista de simples civiles, tanto ‘aborígenes’ como invasores. Dick enfrenta las tres culturas (japonesa, alemana y norteamericana) a la situación sociopolítica del país, desde las altas esferas hasta la más real de a pie. Se ve a los personajes como gente más o menos normal y que se enfrenta a esa situación en gran medida chocante: la de una país que desde la 1ª Guerra Mundial había intentado avanzar hacia una primera división política y económica, que luego era golpeado por la depresión del 29 y que ante la presumible gloria de vencer en la 2º Guerra Mundial se ve humillado e invadido por sus enemigos. El Gran Sueño Americano arruinado por los poco menos que esquizoides Fritz y los hieráticos y despectivos Katos. De los pringados Benitos mejor ni hablar.

Sí, en la obra hay un poco de intriga, tanto política como un poco más ‘gruesa’, pero lo que de verdad me gustado ha sido cómo evoluciona Childan, o la manera de humillarse y hundirse de los socios Frink y McCarthy, o la fortaleza de Juliana, comparable a la interior de Tagomi. Incluso la del matrimonio japonés, sobre todo el marido (un ejemplo de ‘fintas en las fintas de las fintas’). A la porra las tramas de aventuras y vivan las miserias de los personajes.

Philip K. Dick - El hombre en el castillo

Philip K. Dick – El hombre en el castillo

El auténtico hombre del castillo al que se refiere el libro, como no podía ser de otra manera, encarna al propio Dick. Mira que es previsible a veces este tío. Dicho personaje de nuevo queda arruinado por la importancia que en él posee el I Ching. Tanto es así que, al menos en mi caso, tira por tierra toda la novela de La langosta se ha posado. A ver, meter que el escritor tuviera acceso a la realidad alternativa que plantea en la novela a través de puertas/visiones/marcianos/inspiración–divina es una cosa, muy diferente a la que luego narra, que hace de la novela–dentro–de–novela una realidad poco menos que espuria.

Aparte de la obra como tal, debo hablar de la edición. Yo tengo una de Minotauro, más o menos reciente. Y resalto reciente. ¿Por qué? Pues por la cantidad de erratas y texto mal traducido: da la impresión de que la traducción inicial de Figueroa (1974) la han dejado tal cual se hizo entonces, sin corregir los defectos tanto de fondo como de forma. ¿Para eso han pasado casi treinta años, para que nadie se preocupe de revisar los errores? A ver, que ha habido numerosas reediciones desde la inicial como para que se solventes los defectos. Joder, que me parece muy triste que ni un clásico como éste se libre de la despreocupación editorial. Por favor, un respeto a los lectores (y al autor, aunque esté muerto) y corrijan los defectos de la traducción. A ver si para la edición del 60 aniversario…

Pero pese a todo, con sus pros y sus contras, el libro se lleva un 6. Espero que con los cuentos –que algún día leeré– la cosa mejore.

Saludos.

Bruce Boston – El guardián de almas

Hola, culebras.

Rescato de la pila un nuevo volumen editado por La factoría de ideas y de nuevo lo hago con cierto temor ante lo que me pueda encontrar. No tengo ni la más remota idea de quién es Bruce Boston, y la contraportada de su novela El guardián de almas tampoco me acaba de decir nada especial. ¿Que por qué lo leo? Porque soy un drogata de la lectura, porque lo compré de saldo, porque me ocupa espacio en la estanterías… añade la razón que quieras.

De entrada, sin leer el libro, habría de hablar de la portada: llamarla mala supone quedarse corto. No dice nada, e incluso tira bastante para atrás dando la imagen de tratarse de un composición descuidada que más que vender pretende que nadie la compre. Coño, que ahora mismo no recuerdo una tan mala de entre todos los libros que tengo La factoría (y que para desgracia de la editorial, gracias a sus saldos, no son pocos). Da pena descubrir, una vez leído el libro, cómo se confirma esa primera impresión de dejadez: da la impresión de que el portadista (o quien le ha dicho qué ilustrar) no se ha leído el libro ni tiene la menor idea de qué narices va la obra a la hora de componer la ilustración.

Un insulto al autor, así de claro.

Pero no estoy aquí para hablar de portadas. Al fin y al cabo jamás me he puesto a valorar un libro por su portada. Me interesa lo de dentro, el negro sobre blanco.

El texto, más que orwelliano, se le podría considerar heredero de Un mundo feliz, la obra de Huxley. Han pasado cerca de treinta años desde que leí esa novela, así que la tanto un poco bastante olvidada, pero este El guardián de almas posee un aroma que me hace pensar en ella. Pero ya tire más hacia Huxley que hacia Orwell tengo algo muy claro: no me ha aportado nada. Más aún, al principio me parecía estar leyendo un escenario del Paranoia, con sus infras y todo.

La falta de originalidad y la ausencia de una trama sorprendente (estamos ante un thriller que muy bien podría acabar rodado en formato telefilme y emitido por Antena 3 en una de sus infames sesiones de cine tras el telediario del mediodía) hacen que la lectura se convierta casi en un acto de voluntad. De hecho he acabado el libro a base de constancia y decisión. Que no me iba a vencer, vamos.

Pero no toda la culpa la tiene el autor por no haberle sabido dar algo de atractivo a la historia. No señor, no. De nuevo debo hablar de la labor –o mejor dicho el descalabro– editorial de La factoría. Parece que en lo relativo a los saldos la editorial se quiere seguir cubriendo de gloria. De esa gloria marrón, pestilente y que atrae a las moscas. Porque otra vez me encuentro ante una edición descuidada, salpicada de errores de traducción y faltas de ortografía y/o de sintaxis. Palabras mal acentuadas, ausentes, frases mal conjugadas o sin verbo visible. Sí, el autor se supone que es un poeta y quizá por su propia pluma existan esas elipsis exageradas, que no se sepa desenvolver en un género tan distinto de la poesía como el de la novela, que la creación de atmósferas o tramas no exista en lo lírico, pero… ¿él tiene la culpa de la mala acentuación o de las palabras mal escritas?

Joder, La factoría, que me estáis poniendo pero muy difícil el decidirme a daros dinero con otra cosa distinta a saldos. Parece que os empecináis en rechazar al lector exigente y sólo volcaros en ediciones de baratillo.

No saldéis estas mierdas: directamente recicladlas. O, quizá mejor para todos: dejar de publicar a mansalva títulos mediocres y convertíos en una editorial que cuide los textos, a los autores y a los lectores. ¿O queréis ‘dolmenizaros’?

Dejemos de poner a parir a La factoría, que me temo que viendo mi pila ya tendré más ocasiones para ello, y regresemos al texto.

Bruce Boston - El guardian de almas

Bruce Boston – El guardian de almas

El tipo de narrador usado en la novela me ha dejado desconcertado. Resulta confuso sobre todo durante los primeros dos tercios de la novela. Si bien la introducción da a entender que nos encontramos ante una especie de narración realizada por parte de un testigo, a lo largo de esas páginas se mezcla de manera a veces indistinta un narrador casi omnisciente (capaz de decir lo que piensa y siente un tercero) con uno distante. Sólo se empieza a usar un narrador de verdad distante en el tercio final de la obra, en el que al fin el guardián narra con voz propia su experiencia. Da la impresión de que el autor ha tomado inacabada y le ha dado un remate sin preocuparse de unir los estilos… y que el editor se lo ha permitido.

Está visto que siempre acabo hablando del editor, sobre todo cuando leo ciertos saldos. ¿En cuántos libros de La factoría no he acabado mentando al editor y su incompetencia o falta de criterio? Pues este es otro más. Y van…

Volvamos. Hablaba del narrador raruno y su estilo inconsistente. Pues un ejemplo de ello lo encontramos en la manera de referirse al personaje principal: a veces dirigiéndose a él usando su nombre, otra su apellido, y todo ello sin que queden claro diferentes enfoques del personaje, sin que se aprecie que lo describen distintos observadores. Como si el autor no tuviera clara la manera de enfocar al personaje.

Ya voy casi mil palabrillas dedicadas a esta novela que no se merece no la décima parte del esfuerzo, así que acabo. Le pongo un tres y va que chuta.

Adiós.