Hola, culebras.
Tras el tocho que me he metido al cuerpo necesitaba algo ligerito, de evadirse y que en principio no requiriera mucho esfuerzo mental. Me vino a la cabeza la segunda entrega de Cuentos para Algernon, y hubiera jurado que lo tenía en el kindle que tengo instalado en el móvil. Así que yo, tan feliz, me llevé el libro de Russell al trabajo (apenas me quedaban veinte paginitas) contando con, cuando lo acabara, poder sacar el trastomóvil y empezar con la recopilación de Marcheto.
Pero no: en el móvil no tenía la susodicha compilación. Desesperado veía más y más novelas. Pero eso no me valía: tras el mazacote de Russell y el mamotreto de Asimov necesitaba algo que me refrescara la cabeza. Variedad, dinamismo.
Así que, una vez lo descubrí entre el mogollón de cosas que por ese móvil andaban, me lancé sin pensarlo a este Vampiralia.
De entrada me llama la atención, no sé si a mal o a qué, ver que por no tener no tiene ni siquiera ficha en Tercera Fundación: ¿ninguno entre los bibliotecarios sabe que existe esta colección? Y eso que entre los autores reunidos hay alguno con renombre (me refiero a Rafa Marín).
Uf.
¿Estoy ante un pestiño? Ni idea. La mejor manera de responder esa pregunta es sumergirse en los relatos. Y a eso voy.
Procedo a desgranar lo leído, relato por relato.
- La cosa empieza con ‘La noche era eterna’, de So Blonde. Como quien dice, la primera en la frente: la sexta de mis reglas de escritura saltando por doquier. Eso me desconcentra: me encuentro reescribiendo las frases a medida que me topo con más y más ‘seres’. No lo puedo evitar. Entiendo, o quiero entender, que la repetición de estructuras sintácticas (sobre todo al inicio de párrafo, y quien lea el cuento sabrá de qué hablo) se trata de un ejercicio de forma, una especie de anáfora. Salvando el tema del estilo el cuento avanza con soltura, dibujando bien la situación. Se perciben bien los sentimientos del inglés. Quizá demasiado bien: luego explico a santo de qué digo esto. Algunos datos (el modelo de revolver, el año y la localización, por ejemplo) me sobran dado que su introducción me parece forzada. En eso me chirría mucho el ejemplo del tipo de revolver: casi parece que la autora ha corrido a internet a buscar qué armas usaban los ingleses en esa guerra y ha soltado, tal cual, el nombre del artefacto de marras tal cual como venía en la página web. Pero se trata de una pijotada mía: ni caso. Pero ya me parecen más graves dos defectos argumentales que he visto. El primer de ellos se refiere a la manera de dibujar la psique del protagonista, y cómo eso luego salta en mil pedazos al hacer lo que hace: ¿qué le lleva, así de repente, a lanzarse al cuello del engendro? A lo largo del cuento se dibuja muy bien su psicología: un chico normal, rebelde, que ha visto cómo la guerra entre en su vida y le arrasa. Todo ello se aprecia tan bien que no encaja, ni de lejos, que pueda llegar a realizar ese acto. A ver, que se trata de persona culta (enfermero que demuestra poseer conocimientos de anatomía) de buenas a primeras se lanza al cuello de algo que él mismo sabe que dista mucho de considerarse normal. Comete una especie de acto de canibalismo sin aparente objetivo: cuando lo hace no sabe si va a conseguir algo al beber esa sangre; lo más lógico hubiera sido que le pegara un tiro en el corazón y se librara de la amenaza. Pero no, en contra de toda lógica, chocando con todos los pensamientos (racionales y emotivos) tan bien desgranado en las páginas previas, le desgarra el cuello y bebe. Vamos, lo más normal del mundo. El otro defecto gordo: el enfermero le pega un tiro a la criatura (la mata), luego llegan los de su bando para salvarle… y ale, elipsis y estamos en retaguardia. A tomar por culo. ¿Qué ha pasado con el cadáver del bicho? ¿No lo ha visto nadie? ¿A nadie le ha llamado la atención encontrar (junto a un Fritz drenado) una criatura con una morfología tan extraña que ‘se mueve como un insecto’ aunque tiene algo de humano? Sí, sé que entrar en ese detalle le supone a la autora lanzarse de lleno en un cenagal. Resulta mucho más cómo dejarlo así, en el aire, a ver si cuela y nadie se da cuenta de ello. Pero dejémoslo claro: ella, y sólo ella, se ha metido en el embrollo. El cuento se lleva un muy justito 5. Hay que darle más vuelta a las ideas antes de plasmarlas en palabras.
- Ahora llegamos a ‘El puente zuazo’, de Montiel de Arnáiz, y la cosa mejora. Bastante, mejor bastante. El cuento, de nuevo ambientado en una época ‘histórica’, posee una ambientación menos forzada. A media lectura uno ya sabe de sobra dónde y cuándo está (sólo he visitado el sur una vez, y a tal edad que sólo tengo dos recuerdo: la catedral ruinosa con las mallas en el techo de la bóveda y los bichos negros que pululaban en el colchón de la pensión gaditana donde nos alojamos. Vamos, que tengo una impronta perfecta de la ciudad de la tacita: decrepitud y ladillas). Pero con unos conocimientos muy básicos de Historia de España uno acaba inmerso con facilidad en la historia. No hace falta saber lo que es el Puente de Zuazo para acabar inmerso en la narración. Admito que jugar con estos detalles reales (se nombran varios más, como el Caño de Sancti Petri, la Isla de León o Diego de Alvear) no sólo hace que un relato me guste, sino que le da un toque de madurez y seriedad que agradezco sobremanera. Se no que el autor se ha trabajado la ambientación, al menos en un mínimo que mucho relato ‘actual’ no tiene. La narración está contada con un estilo bastante rápido, a veces demasiado. Me explico el fallo formal más destacable es el de la inserción de diálogos, incrustados dentro de la prosa: esa manera de introducirlos nunca me ha acabado de gustar, me da la impresión que el autor no sabe usar los diálogos y recurre a ese método para salir del paso. Por lo demás, en cuanto a lo formal, no tengo más que decir. Sin embargo en el fondo hay algo que sí que me sobra, y mucho: el final. A mi entender chafa la historia. Me da la impresión de tratarse de ‘le explico al lector lo que ha pasado y le sitúo, por si se ha perdido’. Me sobra, me sobra del todo. Más aún, el regreso del Hombre me parece exagerado, sobre todo teniendo en cuenta la escena final (o con la que, a mi gusto debería acabar el cuento), la del puente. Llegados a ese clímax un lector con unas luces mínimas sabe de qué va la vaina, quien es el Hombre, qué le va a pasar al Hombre, dónde y cuándo están. De hecho yo hubiera prescindido de los párrafos finales, e incluso del hombre, para centrarme en… no lo diré: no he escrito yo el relato. En definitiva, un relato notable que se merece un 7. Y eso que ya he dicho que no me gusta que un editor se autopublique, pero al César lo que es del César.
- David Hernández nos presenta su ‘El despertar del monstruo’, un relato que por desgracia desmerece al anterior. Peca de manera irritante en la sexta regla, y de paso incide también en la quinta. Vamos, que en lo relativo a la forma me ha resultado desagradable. Para más inri lo contado no me ha enganchado en ningún momento. Tópico, mal resuelto, sin gancho, apenas llega a un 4.
- El cuento ‘No me dejes’ (Bea Magaña) me ha dejado, y nunca mejor dicho, un gusto agridulce. Pero con un resto más amargo que dulce, por desgracia. Narrado de manera eficiente, aunque sin florituras, lleva a al autor a través de la historia sin excesivos defectos formales. Leí Salem’s Lot hace más de veinte años, por lo que seguro que aparte de la casa y Barlow se me han escapado muchos detalles. ¿Quizá la referencia al solar, o las fechas de la semana? ¿El cuento se ha basado en la novela tanto como para exigir su lectura para comprender todo? Lo ignoro, y a estas alturas no voy a ponerme a leer esa novela. Así que no valoro, ni en un sentido positivo ni negativo, la relación con la obra de King. Desconcierta un poco la manera en que se trata el rol de protagonista: durante el primer tercio del cuento crees que es el marido y de repente te das cuenta de que ahora la narración se olvida de él y se centra en la mujer. No puedo negar que eso me ha mosqueado un poco, pero tampoco le he dado mucha importancia. Lo que sí que me ha cabreado, y mucho, es el supuesto clímax: tramposo es poco. Torticero, sacado de quicio, irracional. No puedes llevar al lector durante todo el camino por un sendero, trazar ese camino de una manera muy clara, y en los últimos cinco párrafos contradecirte a ti mismo y salirte con justo lo contrario. No, señora Magaña, no. Esa sorpresa final se carga lo que el primer protagonista narra en su parte. Pero lo malo no es que se lo cargue, sino que lo hace sin dar ninguna argumentación, ni siquiera velada. La sorpresa por el mero hecho de la sorpresa. No. Por todo ello, por ese gusto agridulce, debo otorgarle un 5.
- Ahora me topo con el cuento de ‘el hombre famoso’ incluido en la compilación. Gran parte de los que hayan llegado a esta página sabrán quién es Rafa Marín, así que no voy a repetir lo que un buscador puede brindar. La lectura de ‘Un ligero sabor a sangre’ me deja un poco desconcertado: ¿Marín se ha meado en los compiladores entregándoles esta basura, se trata de un cuento viejo que ha encontrado en un rincón polvoriento de sus archivos, o qué? No se trata sólo de un pastiche: es un pastiche malo, mal escrito y peor argumentado (peca del mismo defecto defecto que ‘No me dejes’, sólo que esta vez cometido por alguien con demasiadas tablas como para que se le perdone el pecado). Como chiste entre borrachos (literatos borrachos, quiero decir) quizá tendría un pase. Pero si con esto ha pretendido darle un aire de ‘mira, que en mi compilación hay un autor famoso’ se ha reído a la cara a los editores. Triste, muy triste. Esta cosa (me atrevería a llamarlo regalo envenenado) apenas se merece un 3, y sirve para hundir aún más mi pobre impresión en relación a Marín. O eso o que, como ya he dicho muchas veces, llevo muy mal le humor en la literatura: para mí no puede haber lectura más indigesta que una humorística.
- Con ‘La máscara del vampiro’, de Luis Guillermo del Corral, no pienso gastar palabras. Sólo leyendo el primer párrafo ya me dieron ganas de pasar del cuento. Se merece un comentario calcado al de David Hernández y su ‘El despertar del monstruo’, pero con los defectos todavía más acentuados. Un 2, nada más.
- Con ‘El buen hermano’ de Eduardo Formanti Llorens casi decir tres cuartas de lo mismo. Relato lleno de defectos tanto en el fondo como en la forma. Tópico hasta decir basta (me recuerda a una partida mala de Vampiro), que quizá guste a los fans de Crepúsculo. No puedo darle más que un 2.
- Sin embargo debo decir algo diferente de ‘Los ausentes’ (Rain Cross). A ver, hay que aclarar que estamos ante un relato fallido. Pero no como los anteriores (por la torpeza y falta de profesión de los plumillas) sino porque ‘Los ausentes’ está pidiendo a gritos más extensión, más palabras. Parece constreñido, carente de espacio. Esa falta de páginas queda patente, y de una manera poco menos que dolorosa, en el apresurado final. Una pena: un texto que se ha echado a perder debido a la extensión, y que con un doble (y mejor triple) de palabras hubiera ganado mucho más. Le debo otorgar un 5.
- Como si de una ola se tratase, la recopilación remonta tras una zona baja. El cuento ‘El cazador de papel’, de Aniel Dominic, entra dentro de ese subgénero metaliterario en el que los libros se convierten en protagonistas. Admito mi debilidad ante este tipo de temas. El cuento se lee de manera agradable, aunque con ciertos problemas de lógica (como por ejemplo la manera en que se pone sobre aviso a la hermana: ¿no se le ocurre a la chica pensar que no es normal que, así porque sí, le llegue el diario de su hermano?), llevando a un final interesante. La forma no chirría tanto como para resultar molesta, lo que ya supone una victoria frente a otros relatos leídos. Se lleva un 6.
- Con ‘Sepultura’ (Nieves Delgado) la compilación entra en un terreno más maduro. Este cuento se basa sobre todo en los diálogos, creando una escena en la que se toma el pulso mediante sus palabras a un grupo de personajes. Apenas hay descripciones, quedando el peso de la narración en las líneas de diálogo, algo que suelen rehuir los escritores principiantes. Pero en esta ocasión la autora sale triunfante del desafío, creando una historia que, si bien algo tópica (resulta muy difícil sorprender cuando se trata a los vampiros), se lee bien. Aunque más que historia se la podría describir como anécdota, una nimiedad. Sin embargo esa nadería (una especie de prueba de iniciación) al estar bien narrada consume una cantidad de palabras similar al de otras historias que narran muchos más hechos. Se merece un 7.
- El cuento de Roberto García Cela ‘Tú dispara, que yo corro’ empieza de una manera no muy frecuente, al menos en lo relativo a lo formal: diálogo casi puro, casi sin descripción alguna. Pero por fortuna eso diálogos están bien hilvanados, permitiendo ver la escena a través de ellos. Llegados a la mitad del cuento el estilo varía hacia uno más tradicional (descriptivo), y es ahí donde la temática, lo que narra, de verdad engancha. No voy a decir nada más del cuento dado que arruinaría una lectura interesante. Otro 7 para el primo lejano de Cela.
- Con un título como ‘Un extraño en Dark Creek’ el cuento de Sergio Fernández A. sólo podía pertenecer al western. En efecto, no encontramos ante un cuento ambientado en un viejo oeste donde el mal, sin embargo, proviene de Europa. La narración, al contrario que por ejemplo con el cuento de Nieves Delgado, fluye muy rápido. Va directo al grano, lo que hace que no acabe de enganchar. Además uno parece estar leyendo la versión escrita de decenas de pelis de vaqueros: no hay nada que sorprenda. A medida que el lector avanza va deseando encontrar el giro de guión, la sorpresa que justifique la lectura. Pero llega al final y… nada. Nada de nada. O como se diría, nada nuevo bajo el sol. Lo siento, pero no se merece más que un 4.
- Hay algo en ‘Ecologismo’ (de Alicia Pérez Gil) que me ha impedido conectar del todo con lo narrado. De alguna manera las descripciones, la manera de avanzar con esos diálogos casi cortados a machetazos, no me ha dejado ver las escenas. Este relato también adolece del omnipresente ‘ser’. A estas alturas de la recopilación ya debería hacerme una idea de que ese defecto formal me lo voy a encontrar en muchos textos, pero eso no quita que se me haga molesto: me cuesta horrores desactivar el ‘chip corrector’. El cuento intenta mezclar las circunstancias personales de la protagonista con la situación anómala de su trabajo, pero ambas no acaban de encajar quedando –a mi gusto– demasiado disjuntas. El último párrafo casi parece un anticlímax: se podría haber resuelto de una manera mucho menos prosaica. Pero aun con todo al relato le pongo un 5.
- Al empezar a leer ‘El tesoro de Winston J. Shepard’, de Antonio González Mesa, uno no puede evitar recordar el libro de Stocker. El estilo epistolar, ahora algo anticuado, siempre aporta una visión personal que bien llevado puede conseguir una ambientación de terror poco menos que perfecta. Sin embargo a estas alturas, cuando ha pasado bastante más de un siglo desde la obra de Stocker (y con el legado de Lovecraft aun vigente) ese estilo puede resultar una trampa. Y por desgracia ese aire de ‘esto ya está contado’ avanza el relato. Nada nuevo bajo el sol, un calco de lo contado una y mil veces en el tema clásico de los vampiros. De nuevo nos encontramos con una resolución simple, sin gancho ni giro final. Al tratarse de un texto narrado en primera no voy a entrar en valoraciones de estilo. En definitiva, se lleva un 4.
- Aparte de que la forma de ‘Los vampiros son ellos’ (Belén Peralta) deja mucho que desear, nos encontramos con algunos serios defectos argumentales. Uno de ellos, por poner un ejemplo, lo encontramos en que una vez dice que ‘se cría en la calle, a su antojo’ para unas páginas más adelante decir que lleva toda la vida encadenado de los pies. Por más que lo intenta no se logra dar un aire infantil, o de retraso mental, al texto. Da la impresión de que ha querido morder demasiado y se ha atragantado. La nota final, a mi entender, sobra por completo. De nuevo debo asignar un 4.
- En ‘Alfa y omega’, de David Cantos Galán,
he encontrado el mismo fallo que en el cuento anterior: parece que en la re–redacción (o en el proceso de ajustado a la longitud) algunos detalles se han borrado de algunas partes del texto pero han seguido en otras. Así se explica que de repente se haga referencia a que ‘el sujeto antes había golpeado las verjas’, cuando en ningún momento se ha dicho nada de eso. Da la impresión de que la escena en que las golpeaba se ha eliminado por completo de la redacción final, pero sin embargo ha quedado esa referencia perdida.Otro fallo lo tenemos en el protagonista: su personalidad y manera de actuar (confiada hasta extremo casi infantil) no encaja con el trasfondo que se describe de él (fogueado y experto). Entiendo que el autor ha querido mostrar cómo alguien sabio acaba cayendo una trampa provocada en su excesiva confianza, pero no lo veo en el texto: necesitaría más desarrollo para poder palparse ese hundimiento. Además, como en otros relatos, nos encontramos con una resolución coja, blanda, sin ningún gancho ni giro final.Seguimos apuntados al 4.El texto que está tachado ahí arriba forma parte de la primera redacción: tras el comentario del autor (muchas gracias, David) elimino y reajusto nota. Ahora se lleva un 5. - Bueno, ‘Ruptura sangrienta’ (Rubén Giráldez González) tiene bastante, por no decir mucho, de humor. En otras circunstancias eso hubiera supuesto un handicap, pero tras los últimos relatos me ha resultado agradable. Aunque el cazavampiros se revele como un absoluto cretino incapaz de darse cuenta de que tiene la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Bueno, que me ha divertido, lo que le hace merecedor de un 5.
- El inicio del cuento ‘El bolígrafo de plata’, de Yolanda García Ares, sólo lo puedo describir como farragoso. Frases confusas, demasiado enrevesadas. La idea de vampiro-sombra se me hace muy atractiva, inquietante y original, pero por desgracia el estilo se convierte en una rémora. El relato avanza y, si bien hay escenas interesantes (como la forma en la que descubre el corazón de la sombra), la manera de describir pesa demasiado. Lo bueno (el original concepto de vampiro, así como la manera en que interactúan víctima y agresor) con lo malo (ese estilo demasiado enrevesado, que además sufre de un exceso de ‘seres’ y de ‘mentes’) quedan equilibrados, llevándose el cuento un 5.
- El nivel desciende mucho con ‘El vampiro de Lódz´’ (Fran Chaparro). El texto está narrado con suma torpeza, plagado de frases hechas, adjetivos manidos, expresiones torpes y el lógico abuso de los verbos comodín. Peca del mayor defecto posible en esto de la narración: mucho contar pero nada mostrar. En la redacción incluso uno se encuentra con frases que carecen de lógica y no se sabe cómo agarrarlas: ‘Siempre tras morderles en el cuello y sorberles la sangre –la vida–, las violaba; antes, durante o después de acabar con ellas’. Empeñado en el contar, no mostrar, el relato se acaba hundiendo en un pozo del que el lector sólo puede escapar cuando pasa de página y llega al siguiente cuento. Éste sólo se puede llevar un 3. El autor necesita muchas, pero muchas más tablas.
- Seguimos con un mal nivel de mano de ‘La otra bitácora del Deméter’, de Alejandro Morales Mariaca. Texto en extremo torpe, con pasajes que de incongruentes rozan lo demencial. No se nota el espíritu marinero que por ejemplo hay en las obras de Hodgson: todo parece artificioso, exagerado y demasiadas veces fuera de lugar. No basta echar mano de una de las escenas más potentes de Drácula de Stoker para conseguir que funcione un texto. Además el estilo, torpe y chusco, a veces da la impresión de tratarse de que en origen se ha escrito con lenguaje sudamericano pero que luego se ha pasado, sin éxito, a un estilo neutro. Lamento tener que ponerle un 3.
- Por fortuna la cosa mejora, y mucho, con ‘Selección laboral’ (de Korvec). Hay algo de abuso del verbo comodín ser, junto a algún que otro defecto que describo en mis reglas, pero… el texto posee un ritmo y un saber hacer (aunque de manera algo rudimentaria) que ya le gustaría a los textos anteriores. Hay un detalle que me ha llamado la atención y que no he llegado a comprender: la oleada de ratas ¿huye o busca algo? La primera vez que la describe, y a lo largo de gran parte de la escena, me da la impresión de que huyen; pero cuando llegamos al colofón, con ese juego de cambios de dirección, creo entender que no están huyendo sino buscando lo que encuentra el protagonista. Ojalá algún día me lo explique el autor. El final falla (se podría haber logrado algo menos apresurado, menos simplón) pero aun así deja buen sabor de boca. Se merece un 6 y mi enhorabuena a un autor que si quiere, si practica y se esfuerza puede dar que hablar.
- La calidad del cuento anterior por desgracia hay que considerarla un espejismo tras el cual volvemos a adentrarnos en el desierto. De ‘Y al sonar de las trompetas’ (Jesús López Chaparro) sólo podemos decir que se trata de un texto torpe, muy torpe. Plagado de expresiones tópicas, con escenas mal llevadas y nulo sentido de la tensión. Por no hablar de que no muestra, sino que se limita a contar, y a hacerlo sin gracia. Uno acaba mareado ante la resolución de las escenas. Hay detalles que pretenden justificar ciertos detalles de la trama, pero que se revelan como un nuevo despropósito. Por ejemplo el tema de la palanca de cambio sin cabeza y afilada: sirve para hacer que el protagonista se haga una herida en la mano, ésta le sangre y la criatura se pegue a la ventana. Ahora pensamos un poco y… ¿quieres decirme que lleva conduciendo todo ese tiempo con la palanca de cambios así de mal? Lo lamento pero de nuevo tengo que poner un 3.
- Si hay algo que agradecer a ‘Madre’ de Francisco José Palacios Gómez eso es el tratar de huir del vampiro clásico. En su lugar ha planteado un escenario que hereda bastante más de Lovecraft que de Stoker. El horror proviene de las estrellas y posee tal poder que la humanidad poco puede hacer ante él. ¿Nos suena, no? Pues sí, un ligero toque de horror cósmico nunca viene mal. A eso hay que añadirle que me ha recordado un poco a Soy leyenda de Matheson, libro que adoro. Sólo por eso, por hacerme recordar esa obra, ya agradezco la lectura. El estilo mejorable pero no por ello molesto podría recibir un comentario muy similar al de ‘Selección laboral’. Un poco más de tablas y seguro que queda algo muy digno. El pero lo tenemos, otra vez, en un final mal resuelto: los relatos cortos, al menos desde mi punto de vista, deben poseer un final chocante, que deje al lector trastocado. Un texto de extensión tan corta no debe poder diluirse y dejarte tan tranquilo. Aun así se agradece el cuento y le otorgo un 6.
- Admito que ‘Fluyendo en las ondas’ ( Javier Arnau) me ha dejado algo descuadrado. De entrada la deformación profesional me has hecho que me tome a coña (por no decir que me ha hecho sonreír) toda esa charlatanería del ordenador, las carpetas y el virus. Cuando ha soltado esa estupidez de ‘creo la excepción en el firewall’ a punto he estado de soltar una carcajada. Pero bueno, supongo que para alguien que no tenga mucha idea de ordenadores esa cháchara le resultará creíble: aceptamos pulpo como animal de compañía y seguimos. Como ya he dicho por aquí más veces, me agrada el intento de hacer meta–literatura. Sí, aquí la disección del mito de vampiro se queda (por decirlo de una manera suave) bastante en pañales. Pero para que este relato funcione tampoco se exige un árbol genealógico de los amigos vampíricos. Dejando aparte esto, debo decir que la sección del cuento que más me ha gustado (quizá por su estilo más clásico) es la ‘narrada’ por la entidad. Más allá de esa parte no le he encontrado interés al relato. Como intento de acercarse al mito del vampiro desde una perspectiva diferente me ha parecido interesante, pero nada más. Por ello le otorgo un 5. A ver si el señor Arnau profundiza más en ese escenario… pero que no caiga en la tentación de marcarse un Faby.
- El colmo del abuso del verbo ser lo encontramos en ‘Jauría’, de Estaban Di Lorenzo. A eso hay que añadir alguna escena poco menos que surrealista. La primera y quizá más chocante la encontramos al inicio del cuento: a uno de los protagonistas le toman por muerto y acaba en una bolsa de cadáveres. Despierta de su estado y se sienta. Hasta ese punto no se podrían plantear muchos peros. Bueno, para los que conocemos cómo son los sacos que se usan para envolver un cadáver (las modernas mortajas plásticas, o ‘bolsas’) sí que hay problemas, pero entiendo que no todo el mundo ha manipulado una mortaja. Lo incongruente de esa escena lo encontramos en el detalle de ‘se sentó’, sobre todo cuando unas líneas más adelante se le describe como un lisiado medular grave que tiene la mitad inferior del cuerpo paralizada. Toda una proeza sentarse estando dentro de un saco contando con una lesión medular. Pero bueno, dejemos de hablar de menudencias de un tiquismiquis como yo. El cuento está narrado con suma torpeza, sin duda por alguien al que le faltan todavía muchas, pero muchas tablas. Esperemos que para la siguiente haya mejorado. Mientras le tengo que puntuar con un 2.
- Y de lo peor pasamos a lo mejor: ‘Juanito el raro’ de José Reyero me ha parecido una auténtica delicia. Narrado de manera casi perfecta, el cuento se basa en un monólogo. Pero allí donde otros podrían fracasar el señor Reyero sabe darle al protagonista una voz que posee tal riqueza que no sólo no aburre, sino que invita a leer sin parar. Poco más decir de esta pequeña joya. Se merece un 8. Sólo impide que se lleve un 9 el final (sobre todo el último párrafo), que me parece demasiado traído de los pelos. Aun con todo hasta el momento, sin duda alguna, destaca sobre todos los demás. Enhorabuena al señor Reyero.
- No sé qué pensar del título de ‘Las vampíricas lágrimas de amor de Mike Chall-eco y Rebeca de Nylon’ (Rafael Sadoc). Supongo que los nombres forman parte de algún chiste privado, porque más allá de que se me hacen ridículos no les veo ni gracia ni sentido alguno. Pero dejando a un lado esas menudencias a mi gusto el cuento empezó mal, tan mal que estuve muy tentado de pasarlo por alto. Pero tengo la tonta idea de que, ya se tratara de un truño o de una joya, todo cuento publicado ha supuesto un esfuerzo para alguien y por tanto se merece el mínimo respeto de leerlo. O al menos de intentarlo. Al tratarse de un cuento tan corto hay que leerlo. Su extensión tan reducida sirve para algo: demostrar cómo el abuso de epíteto se puede cargar un texto. Epítetos por todas partes, implacables, asfixiantes, anodinos o incluso inapropiados. No se puede poner por norma los adjetivos delante de los nombres, o al menos no de esa manera tan machacona. Tema aparte, lo narrado: quizá a otra gente le atraiga ese tipo de historias; a mí me repelen. Con todo ello se lleva un 3.
- ‘Ravenous, phantom der nacht’, de Israel Santamaría Canales, entra en la misma categoría que ‘Jauría’, ‘Y al sonar de la trompetas’ y otros cuentos ya reseñados. Torpe, plagado de defectos formales, se limita a contar lo que pasa (y además de una manera no directa sino aturullada). Leyéndolo casi da la impresión de estar ante un borrador escrito a vuelapluma, sin repasar nada, sólo anotando ideas que luego habría que trabajar. Antes de acabar quiero volver a decir algo que ya he dejado caer en otras reseñas: ¿por qué el uso de nombres extranjeros? ‘Ravenous’ como tal no aporta nada al cuento. Y eso sólo hablando del nombre del vampiro. Lo de ‘phantom der nacht’ ya me ha parecido mucho más que fuera de lugar. ¿A santo de qué viene eso en alemán? ¿Quiere emular a Chris Pohl con sus ñoñerías vampíricas alemanas o qué? Sobra, sobra del todo. Lo siento, pero debo ponerle un 2.
- Y seguimos con montaña rusa, esta vez subiendo con ‘La reina niña’ de Javier Fornell. Un relato que, salvando detalles estilísticos puntuales, posee una calidad similar a ‘Juanito el raro’. Sí, el registro no tiene nada que ver, pero se nota que el señor Fornell tiene idea del manejo del idioma y de cómo hay que aplicar el ritmo. Buen cuento, que se lleva un muy merecido 8.
- Descendemos de la montaña rusa con un texto medianito. Esa noche salí con mis amigas (Guadalupe Eichelbaum) pretende sensibilizar al lector buscando mostrar un aspecto humano de la criatura, pero que por desgracia se queda a medio gas. Algo en el texto no me ha acabado de enganchar. Se me ha hecho no solo demasiado telegráfico (contar en vez de mostrar), sino dotado de cierto aire a tópico, a melodrama. Supongo que de nuevo no entro en el lector objetivo de este tipo de historias. Pero, a modo de anécdota, decir que las frases iniciales pesan demasiado. Sobre todo la relativa a ‘lo que se repite todas la noches’: se me ha hecho obvio el final. Entiendo que ese tipo de recurso (la referencia cíclica para enlazar inicio y desenlace de un cuento) se suele usar para dotar de consistencia y aire obsesivo al texto a base de reiteración. Admito que a mí mismo me gusta usarla: mazazo tras mazazo al lector a base de anáfora. Pero a veces ese recurso se puede volver en tu contra, haciendo obvio el camino que vas a seguir. Me enrollo. El cuento además posee el ya típico defecto del exceso del ‘ser’ (con diferencia el problema que más cuesta eliminar), pero para resumir decir que se merece un 5.
Coño, que llega el filo de la media noche y tengo que acabar la reseña. Ale, allá vamos.
Para resumir, una recopilación irregular. Contiene textos muy dignos, incluso sobresalientes, junto a otros que… no, pues no. La nota media final, muy engañosa por esa diferencia tan grande de calidad de los textos, queda con un 4’6 4’63 un poco triste. Pero por favor, que ese número no haga olvidar textos como los de Montiel de Arnáiz, Nieves Delgado, Roberto García Cela, Javier Fornell o José Reyero.
Un saludo.
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