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El VICIO, con mayúsculas.

Leonardo Kuperman – Invocación (reseña Bukus)

Hola, ofidios.

Invocación - Leonardo Kuperman

Invocación – Leonardo Kuperman

Ya está disponible mi reseña en Bukus del libro de Leonardo Kuperman Invocación. Aquí os pongo un pequeño extracto:

[…] Pero de todo ello hablaremos más adelante. Antes de entrar en harina debemos aclarar que Invocación es una novela autoeditada. La autoedición, ahora tan frecuente y accesible, supone que el texto no ha pasado por la criba de un editor. Eso de por sí no tiene porqué suponer un problema para el lector: existen autores de suficiente calidad que no necesitan apenas supervisión para poder obtener productos literarios dignos. Pero son los menos. Por eso cuando nos planteamos realizar reseñas de libros autoeditados siempre intentamos bajar el listón de las expectativas y buscar los puntos positivos de la lectura. Al fin y al cabo una novela, en la mayor parte de los casos, conlleva numerosas horas de esfuerzo y más todavía de ilusión. Escribir un libro supone un reto que no todo el mundo se atreve a iniciar; y mucho menos a concluir. Pero aun así no vale todo a la hora de escribir novela. El juego literario tiene unas mínimas reglas que en caso de que el autor las incumpla supone el castigo de una reseña negativa. Invocación, de Leonardo Kuperman, encaja en ese tipo de libros fabricados sin alma alguna, saltándose las más básicas normas de forma (respecto al fondo no voy a decir todavía nada). Nos hallamos ante una novela descuidada que adolece de una seria revisión no sólo de estilo, sino sintáctica, ortográfica e incluso de trama. ¿Qué decir de una novela cuya primera errata la encontramos justo en la primera página, en el mismísimo título de la obra y sobre el nombre del autor? Así es: pone ‘Invocaión’ en vez de ‘Invocación’. Si el autor no se ha fijado en eso ¿qué otras cosas no se le habrán escapado?

Pero entremos a hablar más en detalle de esta Invocación. […]

¿Quieres leer más? Entra en la web de Bukus y lee la reseña completa.

Adiós.

Tim Lebbon – El rostro

Hola, culebras.

Tim Lebbon - El rostro

Tim Lebbon – El rostro

Me encontré El rostro en unos saldos (mi principal medio de conseguir libros, por desgracia) y la verdad sea dicha ni siquiera cuando estaba pagando me sentía seguro de saber qué narices compraba. El nombre del autor, Tim Lebbon, no me decía nada y la contraportada tampoco me aclaraba mucho respecto al contenido.

Pero lo compré y hoy mismo lo he acabado de leer.

Por suerte no se trata de un thriller, tal y como me llegué a temer. Por el contrario El rostro resulta encajar en parte en un estilo de terror de los que me encanta: el de Ramsey Campbell. Se puede decir que las dos terceras partes del libro el autor utiliza atmósferas que recuerdan a las creadas por el maestro de Liverpool. El ‘malvado’ aquí aparece de una manera más directa, momentos en los que el libro a mi entender pierde magia, pero ese defecto se ve compensado por la manera de reaccionar los personajes a esa presencia.

Por desgracia en el último tercio de la novela la historia se banaliza, convirtiéndose en otro texto más de ‘asesino ultraviolento’. Desentona por completo con lo anterior, desluciendo el resultado final. A ello hay que añadir una conclusión aturullada y carente no de explicaciones, sino siquiera de pistas de por donde agárralo. Al acabar de leer el libro esta deja una intensa impresión de historia errática y sin objetivo. Quizá eso buscaba el autor, el demostrar lo caótico e indiscriminado de la violencia, pero a mí no me ha dejado satisfecho.

Hablemos de alguno de los defectos más serios que he encontrado:

  • el primero lo tenemos en relación a las huellas extrañas que se describen al inicio de la novela. Uno espera que a lo largo de la misma (o aunque sólo sea al final de la misma) se dé una ligera explicación. Pues bien, en las últimas páginas ya uno intuye que no, que eso no va a ocurrir. Y de hecho no ocurre: más aún, Lebbon enfanga más la trama con nuevas referencias a huellas que siguen sin carecer de sentido. Tal y como dije antes, quizá el autor pretende dejar al lector esa impresión de arbitrariedad. Pero a mí me disgusta encontrarme ante tanta.
  • el segundo defecto que veo, y quizá el peor, también lo encortamos en el desenlace. A lo largo de toda la novela Brand ha estado orlado de una naturaleza no fantasmagórica sino directamente mágica: casi parece un demonio juguetón, sádico, cruel y libidinoso. Vamos, cualquier cosa menos un tío al que se le mata clavándole un destornillador en el cuello. Y es que el autor parece que no ha sabido salir del lío en el que se ha metido con tanta muerte, herida y sexo. ¿Cómo coño me deshago de este hijo de puta ahora, con una hija vendida, un padre que no puede ni con su alma y una madre demenciada?, pensaría Lebbon. Para huir de la ratonera no acude al terrible deus ex machina, pero en vez de ello utiliza un serie de acontecimientos de extrema vaguedad (lo de las pisadas me pareció de peli cutre de poltergeist) junto a cambio radical de la naturaleza del malvado: de repente desaparece esa aura mágica y se convierte en un vulgar matón de carne y hueso.
  • Luego hay alguna tontería, como le introducir a personajes y luego olvidarlos (por ejemplo la mayoría de los amigos de Dan), o sacarse a algunos de repente, como los vecinos. La novela merecería más extensión y más interacción con personajes.
  • También no quiero olvidar el que el libro sufre de algunos defectos no sé si de traducción o de edición, con palabras sin sentido y frases mal llevadas.

Este final hace que la calificación final de la novela baje a un humilde 6, nota que mantiene por ese inicio a lo Campbell.

Adiós.

Juan Miguel Aguilera – Rihla

(Reseña redactada con fecha 12/11/2013.)

Hola, culebras.

Juan Miguel Aguilera - Rihla

Juan Miguel Aguilera – Rihla

Hacía mucho que no leía nada de Aguilera, y de hecho ésta es la segunda novela que de él acabo (no cuento como suyas las de Akasa Puspa dado que están escritas en colaboración con Redal). En la anterior ocasión pasó por mis manos La locura de dios, libro que leí justo cuando salió y que en su momento me pareció magnífico; tras leer este Rilha, siguiente novela en solitario en la carrera del autor, no me atrevo a releerlo no vaya a encontrarme con que le debo bajar la nota.

Así dicho parece que Rihla no me ha gustado. Pues no, no me ha gustado nada. De hecho lo he acabado por pura fuerza de voluntad. Si bien empezó muy bien, aventurillas emocionantes y un misterio agradable, en un momento dado noté dentro de mí un crack, una rotura, un hasta aquí hemos llegado. Puede que en parte de deba a que, convaleciente como estoy, no ando con el ánimo muy elevado. El estar enfermo tampoco me debería afectar mucho porque hace un par de veranos estuve muy enfermo y eso no me impidió disfrutar de La luna es una cruel amante, por ejemplo. Pero con Rihla casi no ha habido manera. Identifico un claro momento de bajón, cuando junto los nombres de Kareem Abdul Jabbar (no, no es broma, aunque a mí me sonó a eso desde el principio) aparecen Piri Reis y Vlad Tepes. Recuerdo que en ese preciso instante dije para mí ‘esto es una coña, un condenada coña marinera’. Incluso lo puse en un twit. De ahí en adelante me di cuenta de que la lectura me producía pereza, suma pereza. Un libro de esta extensión nunca me duele durar tanto, pero éste…

Las páginas se iban sucediendo unas tras otras y no recuerdo emocionarme ante lo que leía. Al contrario, alguna escena me chirriaba, como por ejemplo la naturalidad con la que el brujo maya habla del hielo. Por muy chamán, brujo o iluminado que sea ¿habla como si tal de algo que no ha visto jamás de los jamases? Entiendo que la idea de hielo se le haga conocida a un moro de Granada (no por nada Sierra Morena la tiene al lado y seguro que habría reparto de hielo, fresqueras y demás por aquel entonces), pero ¡un maya que vive en un ambiente tropical con absolutamente ninguna cumbre nevada en miles de kilómetros a la redonda lo conoce! Sí, que me pueden decir que en una de sus encarnaciones lo ha visto, incluso palpado… pero yo eso no lo leo en el libro.

Pero ese error, más o menos menor, no me cabreó tanto como le inicial–final. En la portada pone una cifra, un año: 1485. En la contraportada otro diferente: 890 de la Hégira. Veo esas cifras y empiezo a mosquearme un poco, de manera muy leve. Dentro de la novela se dice que Lisán nace en el año 850 y de que la expedición parte, tal y como pone en la contraportada de la novela, el año 890 de la Hégira.

Fechas, fechas y más fechas. Entre medias dos personajes históricos: por un lado Piri Reis (1465–1554) y por otro Vlad Tepes (1431–1476). Recordemos que pone que Lisán nace el 850 a. H. Ya con esas cifras la cosa empieza a bailar. Bueno, vale: admitimos que en puro plan folletín que Vlad no murió en la emboscada de 1476 y que la tumba en el monasterio de Snagov está vacía (el Empalador huyó haciendo uso de sus artes). Así podemos permitir que un Tepes cincuentón comparta tiempo y espacio con un mozalbete llamado Piri Reis.

Ahora llega la clave que me cabrea más. Yo estudié que la Hégira sucedió el año 622 d. C. Empecemos a jugar convirtiendo fechas.

  • Lisán nace el 850 a. H., con lo que tenemos que 850 sumado a  622 da 1472. Según esto Piri es mayor que Lisan, algo que no se lee en ningún momento del libro.
  • La expedición parte el año 890 d. H. sumamos a 890 los 622 iniciales y nos da 1512. un Tepes casi octogenario y un Reis ya madurito que en esas fechas estaba labrando su leyenda en el Mediterráneo. En 1512 Lisán tenía la mediana edad que se desprende en la novela sí.
  • Se pone la fecha de 1485. En ella Piri tiene veinte años. Bien. Tepes tiene cincuenta y cuatro. Vale. Lisán tiene ¿trece? ¿Mande?

Teniendo en cuanta las fechas aportadas por el propio autor la credibilidad del libro se resquebraja sola. Si tomamos a Reis como referencia y es de verdad joven, la fecha de la expedición está mal y Lisán es un crío de trece años; si por el contrario tomamos las fechas como correctas entonces nos encontramos con un Tepes vejestorio y un Reis entrado en la cuarentena.

Aquí ya hay que dejar de pensar en los personajes como figuras históricas, lo que nos lleva a considerar que el autor sólo ha tomado los nombres porque sí, para llamar la atención. Pero esto tampoco cuadra: en el texto se describe la vida de Tepes con nombres de padre y abuelo incluidos, y hace referencia a su cautiverio de joven con los turcos; y en el caso de Reis habla de su tío Kamal. Entonces parece que sí que se trata de los personajes históricos. Vaya lío.

¿Estamos ante una especia de ucronía exagerada, en la que no se explica el origen de la misma? No se me ocurre cómo encajar fechas y personajes. Eso me reconcome mientras leo, pensando que la novela es una tomadura de pelo.

Pero es que entonces llegamos a la frase final y ya no sé si Aguilera se ha reído de mí o si no tiene idea de lo que escribe. Voy a trascribirla tal cual:

Era el año 897 Hijra. El 1492 del calendario gregoriano.

Acabáramos: según el señor Aguilera (a ver esas mates: 1492 menos 897 da 595) Mahoma realizó la Hégira veintisiete años antes. Joder, que todo el libro se basa en una ucronía de la Hégira y de Mahoma: que el profeta se largo a Medina con veinticinco añitos de nada, todo un chaval. Qué haría a esas edades el muy tunante.

A tomar por culo el libro.

La novela resulta más o menos agradable en cuanto a lo que se refiere de lectura. Aventuritas, mundos y culturas exóticas, cosmogonía incluida, mucha sangre, final con sorpresa… pero lo de las fechas lo mata. Le doy un cuatro pero me ha costado mucho vencer la tentación de rebajarlo más. Mucho más.

Adiós.

Oscar Wild – El retrato de Dorian Gray

(Reseña redactada con fecha 9/11/2013.)

Hola, culebras.

El retrato de Dorian Grey

El retrato de Dorian Grey

Hace unas semanas emitieron en la televisión una adaptación de la novela, en este caso una muy moderna coprotagonizada por Colin Firth. Eso me sirvió para recordar que la tenía en la Pila desde hacía años, en incluso en dos ediciones diferentes, una de Valdemar y otra de El Mundo. Por una simple cuestión de peso (la de Valdemar, al estar realizada con papel mucho mejor pesa más) opté por la de El Mundo. Y creo que me voy a arrepentir, dado que por mucho que se suponga que esa edición es una reimpresión de la de Alianza, me ha parecido descuidada y burda.

A lo que iba, al libro. De todos es sabido que El retrato de Dorian Gray está incluido entre los clásicos de la literatura del siglo XIX. Yo nunca había leído nada de Oscar Wilde (no cuenta un vago recuerdo de haber leído una versión reducida de La importancia de llamarse Ernesto en clase de inglés cuando yo apenas levantaba tres palmos), así que esto me ha supuesto el descubrir al autor. Me he encontrado con un texto a mi parecer demasiado localizado en la Inglaterra de esa época: toda la novela critica la sociedad y costumbres de ese país en ese tiempo, pero de una manera tan implicada (me parece que la novela está llena de guiños, de juegos de palabras, de chascarrillos y puñaladas a personas, situaciones y actitudes concretas) que yo, como absoluto lego de la realidad de la alta sociedad inglesa de esa época, no he podido apreciar.

El elemento fantástico queda convertido en un simple armazón para dar voz a Dorian y, sobre todo, a lord Henry. Éste de personaje surge la mayor parte del discurso escandaloso y chocante de la novela. El autor nos muestra a lord Henry como un bohemio cínico y desencantado, una máquina de proferir frases sin sentido pero llenas de veneno contra lo socialmente establecido. Él retuerce todo lo que ve y comenta colocándolo patas arriba para así obligar al puritano lector inglés a escandalizarse. Dorian se comporta buena parte de la novela como un simple comparsa, un aprendiz de ese gran manipulador y blasfemo de nombre Henry.

Durante muchas páginas, quizá demasiadas, el libro se sustenta en los diálogos, unos duelos verbales llenos de puñaladas y florituras en los que la figura de Henry lo llena todo. El lord utiliza un discurso salpicado de frases contradictorias que sólo pretenden escandalizar al oyente: no hay un discurso coherente, mucho menos una filosofía consistente, sino sólo el gusto por la provocación.

En medio de todo ello aparece Gray. Al principio de la novela Wilde nos lo presenta en la forma de un espíritu tan inocente como aislado del mundo real. Sí, sobre él pesa la sombra de su cruel abuelo, pero más allá de eso no conoce todo lo que Henry le presentará. En ese punto de la novela, la perversión de un alma pura, la novela nos puede recordar a El monje, si bien en esta tenemos la dualidad de la maldad en los personajes de Dorian y Henry.

Un ejemplo de cómo Gray cae en la manipulación de Henry y se sumerge en esa superficialidad que le poseerá el resto de su vida la tenemos en la breve y efímera relación con Sibyl. Lo ridículo supera a lo trascendental, con un único final posible. De ahí en adelante Dorian se sumerge con lentitud pero sin pausa en la depravación, mientras Henry continúa con cháchara sin sentido pero punzante y provocadora. La degradación moral se disfraza de adoración al arte en sus diversas maneras, y así nos lo muestra el autor en un concreto episodio. Pero por otro lado el arte debe de estar controlado y acomodado a esa depravación: cuando llega alguien para denunciar que se está pervirtiendo la belleza ocurre una crisis, cuyo desenlace implica muerte. La superficialidad debe matar al Pepito Grillo que denuncia la podredumbre interior. Pepito Grillo debe morir, así como todo rastro de la desgracia y la locura que la perversión ha parido: las víctimas del comportamiento de Gray no merecen nada más que el olvido, la degeneración y en último caso la muerte como un animal.

Pero esa depravación se acumula y deja un poso que no se puede eliminar: la gloria del cuerpo acaba cediendo ante el temor a la muerte, acosada por el significado de esa antinatural belleza imperecedera. Al fin Dorian descubre que la belleza no lo es todo sin el amor, sin ese sentimiento puro sobre el que tanto ha bromeado Henry. Cuando el amor regresa surge el vértigo ante la degeneración humana que Gray ha vivido y con ello aparece el sentimiento de culpabilidad, el no poder afrontar lo hecho, la nausea ante la huella de los desmanes cometidos. Dorian pasa de la pureza de alma a la más oscura suciedad, y una vez hundido en ella (cuando vislumbra de nuevo la luz del amor), intenta regresar a la superficie. Toda una suerte de epopeya personal. Esto es lo que esconde El retrato de Dorian Gray.

Por desgracia, si bien el fondo no está nada mal, la forma en la que Wilde nos lo presenta resulta enrevesada y cargante, muy (o quizá demasiado) de ese siglo XIX. Algunos párrafos dan ganas de saltárselos debido a la verborrea que usa el autor. A eso hay que añadir que en esta edición hay demasiadas erratas, lo que no ayuda nada a la lectura.

Como un detalle de calidad e intensidad me gustaría destacar la magnífica escena de cuando Gray acude al fumadero de opio: leerlo me ha recordado que nunca he leído nada de Dickens. O al menos nada que describa de primera mano (me refiero a descrito por un autor de la época y del lugar) ese submundo aterrador y sucio del Londres paupérrimo de la segunda mitad del siglo XIX. A mi memoria regresa la sobrecogedora forma en que Simmons lo describía en su Drood. Casi parece que se hubiera inspirado en ello.

Otro detalle de calidad que debo destacar lo tenemos en la introducción, una poética oda que incluso me llevó a completarla en forma de twit. Muy buena esa pieza.

La lectura del libro, en conjunto, ha sufrido de sus altibajos. El poso que ha dejado no ha sido del todo agradable, más que nada por la excesiva locuacidad sin sentido de Henry. Por todo ello otorgo a la novela un 6.

Un saludo.

Robert A. Heinlein – El hombre que vendió la Luna

(Reseña redactada con fecha 8/11/2013.)

Hola, ofidios.

El hombre que vendió la Luna

El hombre que vendió la Luna

Tercera vez que leo a Heinlein. El resultado de las dos veces anteriores podría definirlo como dispar: Puerta al verano se me hizo como un mecanismo de relojería, con engranajes encajados a la perfección, pero frío y carente de alma; algo muy distinto me sucedió con La Luna es una cruel amante, una novela magnífica que, si bien mantiene esa esencia de engranaje bien diseñado y mejor conjuntado, posee una energía poco menos que desbordante. En resumen, un aprobado raspado y un muy meritorio sobresaliente. Con esos antecedentes tomé entre mis manos El hombre que vendió la Luna. ¿A cual de las dos anteriores se parecería más esa novela? Una vez leída ya pregunta ya tiene respuesta: a Puerta al verano, pero quedando incluso por debajo de ella.

¿Qué se puede decir de este El hombre que vendió la Luna? En un primer lugar aclarar que no nos encontramos ante una precuela de La Luna es un cruel amante, por mucho que su título nos lleve a pensar en ello. No tiene nada que ver con esa obra maestra, y casi que mejor.

Entrando ya en el contenido de la novela así de entrada hay que decir que adolece de unos personajes por completo planos. No, lo poco que se dice de los problemas matrimoniales del protagonista no solventan esa carencia: sigue siendo la misma persona que sólo está llena por un único objetivo. Y eso en cuanto al protagonista; el resto de personajes se limitan a meros comparsas, un convidado de piedra.

Algún lector puede que ya, sólo por la vacuidad de los personajes, ya hubiera calificado de manera negativa a la novela. Pero no es mi caso. Lo que peor me ha sentado en esta El hombre que vendió la Luna no lo encontramos en los personajes planos, ni en lo mal que ha envejecido (las tecnologías de las que habla están tan asentadas en la época en que se escribió que leyéndolo ahora, más de medio siglo después, rozan lo pueril), sino en algo que a mí personalmente me ha resultado casi ofensivo: la novela, toda ella, es una oda al capitalismo exacerbado.

Sí, lo admito: a medida que he crecido, viendo más y más injusticias en este mundo, me he vuelto con los años más cercano a eso que muchos consideran un demonio moral y político, el comunismo. Para mí el sistema capitalista saca a la luz lo peor del ser humano, el salvaje egoísmo y el más despreciable sadismo social, y sólo tras un cambio global de mentalidad (erradicando el egoísmo de entrada; venga, voy a poner objetivos alcanzables, ¡ja, ja!) y con el paso al comunismo como paradigma social se puede llegar a un futuro que roce la utopía.

Bien, en este libro uno casi puede encontrar un manual de ‘cómo llegar a mi objetivo pese a quien pese, saltando reglas y aplastando a quien tenga en mi camino’. Sin lugar a dudas ese pensamiento encaja a la perfección con un pueblo como el norteamericano, más aun en el tiempo de redacción de la novela (con una nación que ha salido victoriosa tras la 2ª Guerra Mundial y todavía no inmersa del todo en la enorme cagada del ‘Nam). No voy a desgranar el contenido del texto, pero sí apuntar algunas de las lindezas que en él se describen: retorcer la ley internacional, implicando a países extranjeros, para lograr una posición de ventaja; aprovechar vacíos legales con el único fin de sacar réditos comerciales; manipulación de masas (incluso de niños) vendiendo productos casi ficticios, o sin el casi, sólo para obtener fondos; oscurantismo organizativo, creando redes de empresas sólo para evadir responsabilidades y obtener mejoras fiscales (algo que en la España de 2013 nos suena a todos, y vemos los magníficos resultados para el conjunto de la sociedad que aportan esas prácticas); el uso y abuso de lobbies e individuos influyentes como manera más directa de llegar a los objetivos, evadiendo en la medida el control o supervisión de esos entes demoníacos que responden al nombre de Estado y Legalidad Vigente.

En resumen, la misma mierda que está haciendo del mundo la basura que ahora mismo es. Pero no sólo se queda en esto este alegato del capitalismo salvaje: además no encontramos con un protagonista que encaja al prototipo de persona ‘soy un iluminado pero todo lo haces tú, no yo, y para ayer’. Ese tipo de escoria la tenemos en muchos puestos medios o altos en nuestro país, criaturas que muchas veces rozan la sociopatía, o incluso se adentran en ella. Animales que sólo buscan alcanzar su objetivo, su visión, sin importarles los sacrificios que para los demás eso supongan: se debe alcanzar la meta a cualquier precio, y si en el camino hay muertos o familias destrozadas lo apuntamos en el balance como daños colaterales.

Como se ve he disfrutado mucho con la novela, sí. Quizá me sienta más sensible a todo esto debido a que me he visto obligado a tratar con megalómanos sociópatas como el protagonista. ¿Estoy ante la crítica más personal de las que he redactado en este blog? Puede, pero tengo bien claro lo que digo: detesto el alma que se desprende de esta novela.

En resumen, la novela creo que se merece un muy optimista 4. Al menos en cuanto a la cifi, que si la calificara por su mensaje…

Un saludo.

Karl Schroeder – La señora de los laberintos

(Reseña redactada con fecha 7/11/2013.)

Hola, culebrillas.

De nuevo otra lectura, y aquí estoy contando qué sabor de boca me ha dejado. Esta vez toca un libro conseguido en saldo (maravillosos saldos que llenan las estanterías de un no adinerado como yo). Voy a hablar de un libro cuyo título me llamó la atención por lo discordante teniendo en cuenta el género al que se supone pertenece. Leyendo en el lomo La señora de los laberintos yo pensé que me encontraría con una novela de fantasía, pero para mi sorpresa La Factoría la edita como ciencia ficción; y además de la parte hard de ese género. Como a mí el género hard se puede decir que es de mis favoritos resulta lógico que la novela no estuviera mucho tiempo en la Pila esta obra de Karl Schroeder.

Nadie me podía predecir el chasco que me llevé a posteriori.

En primer lugar tengo que dejar muy claro algo: si bien en la contraportada pintan a este hombre como escritor hard, y a esta novela inmersa en ese subgénero, yo me veo incapaz de incluirla dentro de ese espectro literario. Al contrario, como mucho puedo catalogar la novela como space opera, o incluso fantasía disfrazada de ciencia ficción. Vamos, de blanco a negro y sin transición. ¿Cómo ha ocurrido eso? Pues a base de abusar de la suspensión de incredulidad. Sí, cuando se lee cifi siempre (e insisto: siempre) hay que tener en mente esa maravillosa tercera ley de Clarke. De mano de ella la ciencia ficción hard puede lidiar con la aventura y el entretenimiento permitiendo crear pasajes creíbles aun dentro de la más o menos arriesgada especulación. Pero la línea que marca Clarke tiene un grosor en extremo fino, y al traspasarla uno se encuentra con cosas como esta novela de Schroeder. El autor obliga y obliga al lector a creer en una cantidad demasiado grande tecnologías, y circunstancias que las rodean, tecnologías que cada una por su lado resultan más o menos creíbles, pero que al juntarlas resultan por completo increíbles.

Realidad virtual omnipresente, redes sociales exacerbadas, implantes neurológicos, anillos espaciales, megaestructuras, inteligencias artificiales, memes, nanotecnología… todo eso y más encontramos en La señora de los laberintos. Pero llevado al extremo y imbricado de tal manera que, en realidad, no encaja.

No me voy a explayar mucho en detalles tecnológicos ni técnicos dado que no soy ni ingeniero ni físico titulado, sino un simple aficionado a ambas disciplinas que intenta usar siempre la lógica. Prefiero que alguien con mayores conocimientos lo haga para apoyar (o rebatir, oye, que todo es posible) mis opiniones. Sólo voy a entrar en los detalles que más me han llamado la atención y me ha chirriado.

En primer lugar voy a hablar del solapamiento de los colectores. No me cuadra pero que ni de lejos que se solapen los colectores como entidades de ‘realidad’ por completo distintas y al mismo tiempo haya materia física en ellos. Ejemplos de lo que digo están en los propios cuerpos de los humanos o los objetos físicos ‘permanentes’ que se sugiere que hay solapados entre los colectores. Quieran o no todos esos elementos físicos están sometidos al principio de no solapamiento: dos objetos físicos no pueden ocupar el mismo espacio. Esa premisa de la realidad no aparece descrita por ningún lado, sino más bien al contrario: en ningún momento se sugiere el que exista esa limitación, casi pareciendo que las simulaciones y las personas físicas poseen absoluta libertad de movimiento. ¿Qué pasa si dos personas físicas moviéndose por colectores solapados deciden colocarse, aunque sea de manera inconsciente, en las mismas coordenadas del anillo? ¿O si una persona física, avanzando con libertad dentro de su colector, sin saberlo intenta adentrarse en una zona que en otro colector alberga un objeto físico (estructura, roca, árbol, etc.)? A ese tipo de situaciones el autor, demasiado avanzada la obra, intenta explicarlas con una supuesta interacción de los colectores con el sistema muscular del individuo, ‘guiándole’ y ‘apartándole’ de esas situaciones peligrosas. He creído entender que el sistema ‘te empuja’ de manera sutil para que no ocupes el mismo sitio físico que otro objeto. Perdón pero eso se me hace por completo increíble: ¿un sistema de ordenadores capaz de monitorizar a varios miles de millones de personas viajando entre diversas realidades virtuales con supuesta absoluta libertad y que, además, manipule los sistemas nerviosos de los huéspedes de tal manera que evite choques? ¿Y los sujetos manipulados no notan esos empujones? ¿No se dan cuenta de que si quieren avanzar hacia ‘allí’ y que si en esa dirección hay algo físico invisible para ellos el ordenador les desvía? Vamos…

El escenario de la primera parte de la novela se desarrolla en un anillo espacial con gravedad artificial obtenida mediante giro. Eso no supone ningún problema… hasta que empiezan a ascender por él. La creación de un entorno habitable en el espacio usando un anillo consiste en hacerle girar de tal manera que  la unión del movimiento circular, el radio del anillo y la inercia de la materia en el anillo generen una mal llamada fuerza centrífuga que posea una aceleración igual a g. De nuevo ante eso no hay ningún problema. Pero sabiendo sólo un poco de física se tiene la absoluta certeza de que a medida que te acercas al centro de giro la aceleración (y con ella el peso) disminuye hasta desaparecer en el mismo centro. Pues bien: en la novela los protagonistas van ascendiendo y no se describe ni siquiera una mínima mención a ese fenómeno. Pero sí que hay un determinado momento en el que se hace mención al efecto Coriolis. ¿Otra vez el sistema de RV manipula las sensaciones de los individuos para que no noten eso? Demasiado.

Karl Schroeder - La señora de los laberintos

Karl Schroeder – La señora de los laberintos

A partir de la segunda mitad del libro el autor empieza a introducir una especie de meme autoconstruida y en cierta manera consciente. Este elemento no pudo evitar que recordar el engendro titulado Wyrm (M. Fabi). Sigo pensando que un meme, por sí  mismo, no puede considerarse un ente consciente. Mucho menos con inteligencia y ‘dirección’. Otra cosa sería que detrás del meme exista una inteligencia que lo ha lanzado y que intenta manipularlo y orientarlo para poder influir en los que siguen el meme… pero un trabajo semejante, con la caótica interacción humana como caldo de cultivo, tiene más de fantástico que de ciencia ficción. De nuevo mal.

Otra semejanza que me ha chirriado la encontramos en parte de lo buscado por un colectivo del libro, el objetivo jipioso de una especie de Gaia muy semejante a tal y como aparece en el final de la saga de la Fundación (Asimov). Admito que se trata de un prejuicio personal, pero esa opción para mí no es tal: en anular la personalidad nunca está la solución.

También debo resaltar que parece que La señora es una novela inspirada en las redes sociales como tuiter y feisbuc, sólo que llevadas al extremo. En la novela se puede contemplar todo ese fenómeno de los seguidores, los me gustas y demás zarandajas (sí, siempre me he declarado en contra de feisbuc, y tuiter lo usaba como manera de informarme rápida y distinta a los medios normales, pero de ella odio los típicos ‘estoy cagando’). El uso exacerbado de las redes sociales aparece en la novela en forma de la virtulización de las relaciones personales casi hasta el absurdo. Un horrible panorama que, para mi desgracia, cada día está más cerca de la realidad de lo que me gustaría desear.

Pero no quiero eternizarme con este libro ni con los defectos que le he visto: sin duda un físico, ingeniero o matemático encontrarán muchos otros. Ahora voy a hablar en concreto de la edición que he tenido entre manos: la de La Factoría de Ideas. ¿Qué debo decir de ella? Que adolece de una mala traducción, tanto que me he encontrado no sólo frases mal formadas, sino que algunas incluso resultan incomprensibles de leer. Poco favor le hace eso a un texto ya de por sí bastante mediocre. Además, en lo relativo a la labor editorial, decir que me he encontrado numerosas erratas, algo injustificable a estas alturas, cuando se ha convertido en unas de las editoriales valuarte del fantástico español. Mal otra vez.

En definitiva el libro se merece un piadoso 4, un suspenso que hay que aplicar tanto al contenido como al continente.

Adiós.

PD: Mira cuán anodino se me hizo el libro que le empecé a leer justo después de La torre de cristal y para cuando me fui de vacaciones aun no lo había terminado, algo que solventé ya en casa y convaleciente (La sequía de por medio).

J. G. Ballard – La sequía

(Reseña redactada con fecha 5/11/2013.)

Hola, culebras.

J. G. Ballard - La sequía

J. G. Ballard – La sequía

Cogí de la pila este libro de Ballard más que nada porque era finito y no suponía mucho bulto en la maleta: cuando se viaja y no te gustan los ebooks tan modernos hay que tener este tipo de detalles en cuenta. De esa manera La sequía entró dentro de mis lecturas. Por supuesto que no me imaginaba que su lectura iba a resultar tan accidentada (pero esos detalles forman parte de otra historia).

Siempre que leo a Ballard acabo con una extraña sensación de me ‘he perdido algo’. El ingles, aficionado a usar frases y descripciones a veces tan poéticas que rozan lo críptico, me deja descolocado. Está bien el dejar a la imaginación del lector campo para que juegue e idee, pero este autor a veces me parece que no se quiere implicar en lo que escribe dejando adrede en el texto cabos sueltos y detalles extraños sin explicar.

Por fortuna el libro no se asemeja ni lo más mínimo a La feria de las atrocidades, culmen de ese estilo enrevesado. En La sequía tenemos una historia dentro de lo que cabe lineal (en la medida que el estilo tan personal del autor lo permite), con unos personajes, una situación y una trama más o menos coherentes. De esa forma el libro nos describe en su primera parte una sociedad decadente, sorprendida por un muy poco creíble desastre climático (los párrafos en los que el autor intenta explicar la naturaleza del mismo y la reacción sociopolítica al mismo quizá constituyan la parte peor y más inocente de la novela). En ese entorno de sequía contumaz malviven unos personajes trágicos y pintorescos: el predicador que de manera obtusa afronta la situación y obliga a su decreciente parroquia a mantenerse atada a la iglesia, el rico arquitecto que con su carácter obsesivo pretende dar un golpe de poder, el médico repudiado por su comunidad que no sabe bien qué hacer, la bióloga emperrada en salvar un zoológico y acompañada de bestias humanas peores que las que albergan las rejas, el retrasado mental que acecha como una sombra, el niño perdido convertido en una suerte de Caronte recorriendo el moribundo río, los pescadores transmutados en locas hienas sectarias… Un conjunto de extraños personajes que el autor no acaba de aprovechar bien para darle contundencia a la historia: algunos de ellos aparecen de forma brumosa, simples y torpes pinceladas de algo bien podría haberse convertido en un magnífico paisaje pero que se queda reducido a un descoordinado bodegón.

Eso en cuanto a la primera parte. Tras un breve intermedio en plan road movie y unas escenas de una gestión de la crisis mal llevada por el gobierno (en lo que se refiere a credibilidad) llegamos a la segunda parte: la historia da un largo salto hacia adelante en el tiempo para mostrarnos a algunos de los personajes anteriores, ahora curtidos por un entorno salvaje y cruel. En esa segunda parte el autor nos describe una técnica de robo que por más que le he dado vueltas ni comprendo ni acabo de creer. Puede que forme parte de una de esas pajas mentales del autor y que un estudioso de Ballard la sepa sacar jugo e incluso interés: lamento decir que para mí resultó otra de las partes del libro sin sentido y tristes, si no penosas. En esta parte, como he dicho antes, vuelven a aparecer algunos de los personajes de la primera: destacan las figuras del doctor y el chico, ahora ya un hombre. Entre ellos se describe una relación que evoluciona de una manera muy poco creíble, demasiado folletinesca y de desenlace melifluo que no acaba de cuajar. De nuevo Ballard describe un entorno y unas situaciones que bien llevadas hubiera dado para mucho más que lo que al final hay.

La epopeya del doctor acaba en una tercera parte: un regreso a los orígenes en el que se encuentra al que creía y temía se convirtiera en su Némesis, ahora acompañado de secuaces a cada cual más distorsionado y grotesco. En esta parte final de la novela Ballard pierde el rumbo y se sumerge en un texto por completo onanista que desluce todas los posibles brillos de las secciones anteriores.

Para culminar hablaré un poco sin soltar (nada que reviente la historia) del final: una escena sin sentido, que no aporta nada a la novela ni que encaja en nada de lo descrito sobre la crisis mundial. Casi parece que el autor ha querido deshacerse de la novela y cortar por lo sano: tajazo y dejo esto de una vez.

Como libro de catástrofe climática no tiene nada que ver con el magistral Rebaño ciego. Pero el autor tampoco pretendía semejante despliegue, sin lugar a dudas, limitándose a narrar (mejor o peor) las miserias de los protagonistas.

Por todo ello, por su quiero pero en el fondo no me molesto, se lleva un triste seis.

Adiós.

Robert Silverberg – La torre de cristal

Hola, culebrillas.

Robert Silverberg - La torre de cristal

Robert Silverberg – La torre de cristal

De nuevo me toca leer algo de Silverberg, un autor que por ahora me ha demostrado que puede escribir maravillas como la saga de Majipur, o bodrios como El mundo interior. El libro que he leído en esta ocasión, La torre de cristal, tiende más a la segunda categoría pero sin sumergirse demasiado en ella.

En apariencia el libro gira en torno a la construcción de una torre ‘de cristal’, un dispositivo que se supone se comunicará mediante haces de taquiones con otra civilización situada en un estrella a trescientos años luz de distancia. Y es que la humanidad ha recibido un críptico mensaje enviado a través de ondas de radio y  otras frecuencias del espectro de la luz. Aquí el libro ya empieza a hacer aguas: ¿responder a una emisión infralumínica con una supralumínica? En un diminuto párrafo de la novela se intenta justificar esa aberración, como que los taquiones reaccionan con la atmósfera del destino o algo así. Partículas de masa negativa interactuando con otras masa positiva… Porque si no obligaría a algo casi aún más enrevesado: presuponer que el receptor va a desarrollar un sistema de escucha especial (a base de taquiones) cuando hasta ahora sólo ha usado el ‘rudimentario’ espectro lumínico. Vamos, como si alguien te llama la atención desde la lejanía con señales visuales con las manos y a ti se te ocurre responderle con construyendo una radio y respondiendo con ella, porque claro, mientras tú la construyes él la inventa y crea el receptor asociado.

Ahí tenemos el primer fallo del libro. Si toda su redacción se centrara en la construcción del sistema de respuesta supondría un despropósito absoluto. Vamos, en cierta medida como en El texto de Hércules, aunque hablaré de ello más adelante. Pero por fortuna el libro no se centra en ello: por el contrario despliega una vertiente menos hard y más social. En el libro se describe una sociedad humana futura en la que se ha llegado a un ideal de sosiego y la prosperidad sociales, en parte gracias a un sistema de teletransporte y a la aparición de unos ‘humanos de segunda’, de diseño de laboratorio, que hacen todos los trabajos desagradables y especializados. El autor los denomina androides: a casi todos los efectos seres humanos, pero optimizados, de piel rojiza, estériles y considerados por la humanidad como meros objetos, propiedades. Ahí, en ese conflicto acerca de qué es humano y que no, radica el nudo del libro. ¿Qué diferencia a un humano nacido de uno construido, cuando ambos sienten, padecen, sueñan en incluso creen en dioses? Un estudio de la esclavitud y de los conflictos que la aparición de movimientos abolicionistas genera en el seno de una sociedad futurista pero dependiente del esclavismo. También se da un pequeño repaso, por decirlo de una manera, al concepto del germen de lo religioso, del misticismo. En eso tengo que admitir me ha gustado esa visión de la religión como ‘cosa’ creada de manera sistemática y planificada: se ve que tras las religiones hay todo un artificio inventado por sacerdotes más o menos bienintencionados, más o menos ingenuos, y mucho más que menos ciegos y sectarios. Sectarios hasta el punto de… mejor me callo.

El libro ha envejecido mal en lo relativo a las dimensiones ‘mastodónticas’ de edificios civiles: ahora mismo, inicios del s. XXI, sólo hay que ver al Burj Khalifa para comprobar que si ahora pueden llegar a alturas de más de ochocientos metros, ¿a cuáles no llegarán dentro de dos siglos?

Un defecto que se me hace enorme es la aparente Inexistencia de un gobierno global real, un poder político que actúe de manera directa en la construcción de la torre. A ver, que el amigo Krug no está construyendo un castillito en sus terrenos, sino la antena que servirá de presentación de los terrestres ante una civilización extraterrestre. ¿Qué pasa, que un millonario egocéntrico se va a convertir sólo a golpe de talonario en el embajador de todo el planeta? ¿El poder político del planeta no tiene nada que decir en todo eso? La aparición de una segunda máquina en Contacto, construida a través de la iniciativa privada de otro millonario excéntrico, en la novela de Sagan aparece bien justificada: una última carta ante el desastre que la religión (la jodida religión) provoca en la construcción civil fruto de la cooperación de todos los gobiernos del mundo. En La torre de cristal todo se reduce al poder del dinero de un tío: un ejemplo de liberalismo extremo, despiadado y desproporcionado.

Un nuevo fallo, que casi roza el colmo del ridículo, lo tenemos en que la señal parece que sólo la recibe el amigote de Krug. ¿Ningún otro observatorio, ningún radioaficionado la capta? ¡Por favor! Ese enorme fallo ya tiró por tierra un texto muy posterior en cuanto a fecha de edición: El texto de Hércules.

Para acabar la reseña, y son querer destripar el final, debo decir que me entró una duda: han leído La torre de cristal D. Simmons (La caída de Hyperion) y Aguilera&Redal (Mundos en el abismo). Porque veo semejanzas. Algo ligeras, sí, pero semejanzas al fin y al cabo.

La nota final que le otorgo al libro, por su tratamiento de la realidad del hombre, la esclavitud y la religión, llega a un seis.

Adiós.

P.D.: Lo de meter la foto del libro me lo ha sugerido un buen amigo, Guille. Y la verdad es que así está mejor la cosa. ¡Gracias, Guille!

Joe Haldeman – El engaño Hemingway

Hola, ofidios.

Hace mucho que no leía nada de Haldeman. Lo último suyo que pasó por mis manos me dejó algo frío. Ahora, tras años en La Pila, le he dado la oportunidad a este El engaño Hemingway. No voy a negar la verdad: lo he cogido con cierto recelo. Demasiadas veces lo he tenido entre las manos, he leído la contraportada y lo he vuelto a dejar en la estantería. Pero ya le ha llegado el día.

¿Qué me he encontrado? En primer lugar un texto que en cuanto a estilo y forma, tal y como me temía, no puedo valorar con plena seguridad. Creo entender que el autor ha tratado si no de imitar si de captar el estilo de Hemingway. En mi caso, como jamás he leído nada de ese escritor, me voy por completo incapaz de decir si ha acertado o no en la tarea. Un punto negativo (para mí, ya que soy el único culpable de ello) del libro.

Pero sí puedo opinar del fondo, de la historia que narra. Y en eso debo decir que el libro cumple en un ochenta por ciento. Tiene un inicio decente y poco a poco se enredando. Salvando alguna sección en la que se nota a la milla que el autor ha metido paja (divagar sobre la sexualidad y las relaciones de los personajes, detalles que a lo largo de la obra no tendrá peso alguno) la lectura resulta agradable y dinámica.

Pero, tal y como he dicho, se trata de un ochenta por ciento del texto. ¿Qué sucede con el veinte por ciento restante, que coincide con el tramo final? Pues que el autor se mete en un barrizal del que no sabe cómo salir. Al final El engaño Hemingway se convierte en El engaño Haldeman: un final rebuscado, lioso, brumoso y que deja cabos sueltos (detalles que introduce a lo largo de la historia y que quedan en el aire sin la menor explicación, ni siquiera superficial).

En definitiva, un libro que se disfruta a medias. O a ocho décimos. Supongo que si conociera la obra de Hemingway me hubiera quedado más satisfecho. (Nota: leer algo de Hemingway.) Debido a mi ignorancia de ese autor no puedo ni pasar del aprobado a este El engaño Hemingway ni suspenderlo. Se queda con un cinco raspado.

Adiós.

Poppy Z. Brite – El alma del vampiro

Hola, culebras.

Cuánto tiempo… De nuevo malo (sin duda la edad ya se hace notar), de nuevo un gran hueco en el blog. Lo peor de todo ha supuesto que en este tiempo he leído poco y menos: no estaba de humor para ello. Aparte que lo que he tenido entre manos no me ha resultado muy de mi agrado.

Al asunto.

Nunca antes había leído nada de Poppy Z. Brite, por lo que empezar con el ‘famoso’ (al menos en mi cabeza poseía cierta fama, aparte de que sólo conocía ese título de la autora) El alma del vampiro me pareció buen idea. Me esperaba un libro de vampiros que, tal y como tenía entendido, había servido de revulsivo en el subgénero. Dado que no estoy muy puesto en ese subgénero no puedo decir con seguridad si de verdad el libro tuvo ese efecto, pero en mi caso tengo que decir que no lo logró.

Novela adolescente y para adolescentes, enfoca la figura del vampiro desde un aspecto por completo alejado de la religión (los de este libro no huyen ante un crucifijo, resultando para ellos indiferentes los símbolos religiosos). A lo largo del libro intenta describirlos como una especie por completo separada de la humanidad. No lo dice con estas palabras, pero se desprende de la lectura que los vampiros son parásitos que mediante una por completo increíble (en el sentido peyorativo de la palabra) han sufrido una evolución convergente hacia su especie huésped, hasta el inverosímil punto de permitir la creación de híbridos viables. Todo lo que se refiere a la idea de vampiro de la novela se cae por su propio peso cuando se le da dos pensadas: la vitalidad y fortaleza mediante la simple ingesta de sangre, la enorme capacidad de regeneración de tejidos, por no hablar de la inmortalidad… todo ello se asocia a un supuesto ente biológico al que se pretende desvestir de todo elemento mágico. Por supuesto el intento acaba fracasando, carente de explicaciones válidas.

Pero no todos los defectos se limitan a mi manera de ver un texto/argumento que se supone carece de elementos mágicos. Hay más defectos que han hecho la lectura no muy agradable.

Otro, que leyendo ahora acerca de la autora forma parte de su sello personal, consiste en el uso de personajes homosexuales. En esta obra parece que todos tienen tendencias homosexuales, o como mucho bisexuales. Una cosa es defender la libertad sexual y otra muy diferente cercenar la realidad (que existe una variedad de sexualidades) borrando casi del mapa la tendencia mayoritaria y limitándose a un tipo concreto. Eso hace que el texto me parezca más irreal aún. Como panfleto pro–homosexuales no estará mal, pero como intento de plasmar una galería de personajes creíble falla.

El libro empieza con una historia de abandono, casi a lo telenovela. Continúa con la inserción de un personaje que a todas luces, y para mi pesar, gozará de peso: Fantasma, un chico con una especie de poderes paranormales, hipersensitivo. O lo que yo llamo ‘la llave hacia el deus ex machina’. Con el avance de la novela no me equivoco, adquiriendo el chaval ese un papel tramposo y de salida fácil.

Otro personaje trata de humanizar a los vampiros, el supuesto protagonista de nombre Nada. Pero por desgracia ese chaval, que bien podría centrar la novela, se va diluyendo en la última parte de la novela. Llegados al último tercio de la novela casi desaparece; sólo resurge en el final, momento en que no se sabe a santo de qué aparece dotado de un poder nunca explicado (e injustificado) sobre los otros vampiros.

La novela está llena de tópicos relativos al mundillo siniestro. Puede que los siniestros de Nueva Orleáns resulten tan tontos como los de la novela, porque al menos los que yo conozco lo son tanto… bueno, alguno sí.

Alguna escena cruje por forzada: así de entrada se me ocurre al de la pelea en la máquina de Coca Cola de la gasolinera y el ‘casual’ accidente posterior. Ignoro lo que pretendía la autora con ello, pero en mi caso en vez de decir ‘que dramático’ me ha hecho pensar ‘¿me tomas el pelo?’.

Para acabar hablar de la supuesta provocación de alguna de las escenas: ¿le supone un reto al lector leer la descripción de una violación o de sexo incestuoso? A mí, la verdad, no. Considero que quien al leer ese tipo de escenas se sienta asqueado o espantado que siga metido en su jaula de oro leyendo basura edulcorada: la vida da eso y más, por desgracia. Y que no lean La carretera.

En definitiva, una lectura decepcionante y que no me anima lo más mínimo a buscar nada más de la señora Brite. El libro se lleva un 4 y va que chuta.

Adiós.